Texto y fotos: Jorge GARCÍA, mccj XIX y las primeras...

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8 Esquila Misional noviembre 2017 8 Bajo la mirada de la Virgen –Peregrinaje por Jalisco– Crónicas de viaje color.com Es domingo 10 de septiembre. Alrededor de las nueve de la mañana empiezan a sonar los celu- lares en la otra ranchería que hospedará por dos semanas la venerada imagen. El delegado muni- cipal se pasa un paliacate por su rostro sudoroso. E s doña Tiquia. Tiene 82 años y los representa. Acompaña a pie a la imagen de la Virgen de Ixtlahuacan, Jalisco, que estuvo de visita en su comunidad durante dos semanas. Es una promesa y, «mientras mi madrecita me conceda vida y salud iré a recibirla a la parroquia de San José y, con gran dolor en el corazón, la llevaré a la nueva comunidad que visite», dice. La noche anterior toda su comunidad, y mucha gente venida de otros sitios, «veló» a la Virgen. Celebraron la eucaristía, y en la plaza recién terminada compartieron pozole y agua fresca. En el kiosko de la plaza, la banda del lugar tocó y cantó alabanzas. Luego se quemó un castillo. Entonces Nuestra Señora volvió a la capilla, su casita, para descansar porque al otro día debía continuar su peregrinación para visitar otra ranchería. H m l f n X p l s m f e A a e h s y m L c b H G a c Texto y fotos: Jorge GARCÍA, mccj

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8 Esquila Misional • noviembre 20178

Bajo la mirada de la Virgen

–Peregrinaje por Jalisco–

Crónicas de viaje

color

.com

Es domingo 10 de septiembre. Alrededor de las nueve de la mañana empiezan a sonar los celu-lares en la otra ranchería que hospedará por dos semanas la venerada imagen. El delegado muni-cipal se pasa un paliacate por su rostro sudoroso. Es doña Tiquia. Tiene 82 años y los

representa. Acompaña a pie a la imagen de la Virgen de Ixtlahuacan, Jalisco, que estuvo de visita en su comunidad durante dos semanas. Es una promesa

y, «mientras mi madrecita me conceda vida y salud iré a recibirla a la parroquia de San José y, con gran dolor en el corazón, la llevaré a la nueva comunidad que visite», dice.

La noche anterior toda su comunidad, y mucha gente venida de otros sitios, «veló» a la Virgen. Celebraron la eucaristía, y en la plaza recién terminada compartieron pozole y agua fresca. En el kiosko de la plaza, la banda del lugar tocó y cantó alabanzas. Luego se quemó un castillo. Entonces Nuestra Señora volvió a la capilla, su casita, para descansar porque al otro día debía continuar su peregrinación para visitar otra ranchería.

Ha estado apoyando a las personas que, desde muy temprano, adornan con festones blanquiazu-les la explanada por donde hará su ingreso triun-fal la Virgen.

Es una pequeña comunidad de unas 25 perso-nas. Es lo que queda de la que, a finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX, fue una prós-pera hacienda agrícola y luego un ejido con todas las de la ley. Este, como muchos otros poblados, se ha ido vaciando poco a poco. La gente se ha marchado para mejorar su precaria situación y di-fícilmente regresará. No se puede esperar mucho en una economía de sobrevivencia.

A su encuentroPoco después de las diez de la mañana salgo

a encontrar a la Virgen. A unos dos kilómetros encuentro a José Luis, su esposa, alguno de sus hijos y nietos. Me informan que ya viene cerca. Que se detuvo a descansar en la salida de San José.

Poco más allá, en el cruce de la brecha afirmada y la carretera asfaltada que conduce a la cabecera municipal, recibo y saludo a Nuestra Señora. La acompaña un centenar de personas que canta entusiasmada: «Tropas de María, sigan la bandera. No desmaye nadie, vamos a la guerra». Himno que trae a la memoria la tristemente famosa Guerra Cristera.

Regreso acompañando la procesión. Poco más adelante la recibe una banda juvenil que entona cantos marianos típicos de la piedad popular de la

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región. Alrededor de las once, la entrada triunfal. La gente aplaude y canta: «Llega Madre poderosa, luz de gracia esclarecida. Yo soy la oveja perdida. ¿Qué buscas pastora hermosa?».

La mesa de la fraternidadEl joven que dirige la banda musical me dice que

los hijos ausentes que radican en Estados Unidos hicieron una colecta para contratarlos por dos horas. Luego me pregunta si pueden interpretar temas no religiosos.

La misa tiene lugar a mediodía. Se pide por la lluvia, por todas las necesidades de la comunidad y, de modo especial, por los hijos ausentes. Es decir, todas las personas que han tenido que salir a otros lugares por motivos familiares, de estudio o trabajo. Están lejos geográficamente, pero no afectivamente.

Uno de ellos, desde Canadá, ha querido hacer-se presente y envió el dinero para que se comprara un cerdo y se hiciera de comer para todos. Nada más termina la misa, algunos jovencitos distribu-yen agua fresca y se forma una larga fila para reci-bir un plato de comida.

Las escenas que contemplo me recuerdan el espíritu de fraternidad y comunión en que se vi-vía en las comunidades cristianas de los primeros tiempos.

Pueblo mágico y religiosoAl día siguiente, el lunes 11 de septiembre,

acompañado por Santiago, Berta y Gloria, salimos a la carretera Guadalajara-Barra de Navidad a esperar un autobús de línea que nos llevará a Talpa, uno de los hermosos pueblos mágicos de Jalisco famoso por la basílica dedicada a la Virgen del Rosario.

Puntual, algo poco común en los medios de transporte del rumbo, llega el autobús provenien-te de Guadalajara. Lo abordamos. Se inicia así un

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Es domingo 10 de septiembre. Alrededor de las nueve de la mañana empiezan a sonar los celu-lares en la otra ranchería que hospedará por dos semanas la venerada imagen. El delegado muni-cipal se pasa un paliacate por su rostro sudoroso.

Ha estado apoyando a las personas que, desde muy temprano, adornan con festones blanquiazu-les la explanada por donde hará su ingreso triun-fal la Virgen.

Es una pequeña comunidad de unas 25 perso-nas. Es lo que queda de la que, a finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX, fue una prós-pera hacienda agrícola y luego un ejido con todas las de la ley. Este, como muchos otros poblados, se ha ido vaciando poco a poco. La gente se ha marchado para mejorar su precaria situación y di-fícilmente regresará. No se puede esperar mucho en una economía de sobrevivencia.

A su encuentroPoco después de las diez de la mañana salgo

a encontrar a la Virgen. A unos dos kilómetros encuentro a José Luis, su esposa, alguno de sus hijos y nietos. Me informan que ya viene cerca. Que se detuvo a descansar en la salida de San José.

Poco más allá, en el cruce de la brecha afirmada y la carretera asfaltada que conduce a la cabecera municipal, recibo y saludo a Nuestra Señora. La acompaña un centenar de personas que canta entusiasmada: «Tropas de María, sigan la bandera. No desmaye nadie, vamos a la guerra». Himno que trae a la memoria la tristemente famosa Guerra Cristera.

Regreso acompañando la procesión. Poco más adelante la recibe una banda juvenil que entona cantos marianos típicos de la piedad popular de la

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anuncian que la celebra-ción está por comenzar.

Entro en la basílica y empuñando la credencial con las licencias ministeria-les me presento al párroco. Justo a tiempo. Al empezar la celebración el padre me pide que lea el evangelio y pronuncie la homilía. Pan para mis dientes. Estar tras el altar ante una iglesia lle-na de peregrinos, bajo la mirada de Nuestra Señora y en ese escenario de gran belleza se vive una expe-riencia fuera de lo común.

Al concluir la misa el sacerdote me vuelve a presentar y al decir que soy un misionero de la zona e hijo san Daniel Comboni, la

gente se pone de pie y aplaude con entusiasmo. Es hermoso y alentador ver que también en este apartado rinconcito de la Sierra Madre Occidental mi padre y fundador tenga tantos devotos y simpatizantes.

Antes de salir del recinto, una hermosa mujer in-terpreta una canción a la Virgen. Su nombre artístico es Yuli. El tema lo compuso don Librado Sánchez, su padre y director del mariachi que la acompaña.

Apenas concluye el canto, bajo del presbiterio, para saludar a padre e hija. La canción se llama «Mándanos la lluvia», dice divertido su autor. Cuen-ta que la compuso unas semanas atrás cuando una fuerte sequía amenazaba la agricultura. «El proble-ma es que ahora llueve tanto que debería compo-nerle otra para pedirle que deje de llover», comenta.

Termina una peregrinación a otro de los lugares en los que se percibe en la atmósfera la presencia de Dios con rostro y corazón de madre. Tenemos a disposición sólo una hora. Tiempo suficiente para comer algo en el mercando municipal y comprar al-gunos dulces de guayaba. Uno no puede ir a Talpa y volver con las manos vacías.

Las manecillas del reloj de una de las torres de la basílica avanzan inmisericordiosas. Así que a co-rrer para tomar el autobús de regreso. Me esperan seis horas de viaje a Guadalajara y siete u ocho a la Ciudad de México. Otro santuario nos espera.

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nuevo peregrinar que ahora quiero compartirles. Unos 10 kilómetros más adelante, está la desviación de la carretera que nos llevará a nuestro destino. Pasamos por San Clemente, Ayutla y Cuautla. Del lado izquierdo de estos dos últimos pueblos hay una serie de monta-ñas y colinas. En las más cerca-nas a la carretera despuntan rocas con figuras caprichosas. Parecen haber sido esculpidas y plantadas por manos misteriosas.

Un poco más allá, a la altura del pueblo Volcanes, encontramos decenas y decenas de autobuses turísticos que regresan de Talpa. «Vienen de la fiesta del baño de la Virgen», nos dice el chofer mien-tras añade: «Lástima que no hayan llegado ayer». Su explicación de la ceremonia no me resulta del todo clara. Así que intrigado consulto http://www.guiatal-pa.com/virgen-de-talpa.html donde se dice al res-pecto: «Se tiene noción de que hacia el año 1700 ya se realizaba este acto de imponerle a la imagen de Nuestra Señora del Rosario algunos vestidos y joyas en la fecha del 10 de septiembre; quienes lo hacían eran llamadas las indias Tenanchis, en re-cuerdo de la vidente del milagro de la Renovación: María Tenanchi. En la actualidad, “las Camareras de la Virgen”, mujeres que no han contraído ma-trimonio y que viven en fe y castidad, son quienes, después de un proceso espiritual, realizan este ri-tual con sumo cuidado y devoción, que consiste en despojar a la Virgen de sus vestidos y joyas, acto seguido se limpia la imagen-escultura y tras colo-carla en su peana, se procede a imponerle un con-junto de vestido nuevo, que llevará durante todo el año hasta el próximo 10 de septiembre».

A las 12 de mediodía llegamos a la Cruz de Romero, con su mirador y una capilla a cuya parte más alta suben los más osados por una escalera de caracol. Desde esa altura se divisa el pueblo de Talpa. Ya muy cerca de la basílica el autobús tiene que desviar su ruta por motivo de una pe-regrinación. El chofer me permite bajar y me diri-jo a prisa a la basílica con la esperanza de con-celebrar en la misa de 12:30. En el trayecto las campanas a vuelo y la explosión de los cohetes

En 1963 el papa Juan XXIII con su manera de ser, pensar y actuar dibujóuna Iglesia que no sólo mira a los católicos y las cuestiones religiosas,sino a una comunidad que sirve al ser humano, a la persona humana.

No sólo cuestiones

religiosas

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