Tiempo Perdido. Eduardo Wilde

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    En 1878 se imprimi esta obra, donde el autor dio cabida a la interesante pero

    extensa polmica que, "sobre poesa", sostuvo con su amigo Pedro Goyena. Data de

    1870 dicha polmica - a veces amable, a veces algo nerviosa - y la motiv, ocasional-

    mente, un tomo de versos de Ectanislao del Campo.

    Algunos artculos inclusos en Tiempo perdido - como "La carta de

    recomendacin" y "El carnaval" - recuerdan por su contenido y factura los de

    Mariano Jos de Larra, muy ledos aqu antes y despus del 80.

    Otros ocho "artculos de aplicacin poltica", que figuran en Tiempo perdido, se

    repiten en el volumen VII de sus "Obras" (Recuerdos, recuerdos...).

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    IGNACIO PIROVANO All por el ao de 1860, todas las viejas de uno de los barrios ms poblados de esta

    ciudad dorman de noche, vestidas y con vela, y no salan de da a la calle sin asomar antes la cabeza con aire preguntn y mirar arriba y abajo, como para asegurarse de que no haba peligro.

    A un viajero curioso que no hubiera estado en el secreto, habrale llamado sin duda la atencin tamaa cautela, pero los habitantes de Buenos Aires, y particularmente los moradores de aquel barrio, saban bien a qu atenerse en cuanto a esto y no slo no encontraban de ms semejantes precauciones, sino que aplaudan la rehabilitacin que se hizo por aquellos tiempos de un sinnmero de conjuros antiguos, a causa de los acontecimientos extrasimos que tenan lugar.

    As, no haba, pues, casa de mujer medianamente beata en la que no se encontrara un San Antonio patas arriba, un San Roque sin perro, una herradura colgada, el pan dado vuelta y, lo que es ms an y se tena en aquella poca

    por un conjuro de mucho crdito, una escoba con el mango para abajo tras de cada puerta.

    Barrer de noche los cuartos que, como se sabe, es lo ms atentatorio a las leyes de la brujera, era cosa de hacerse sin mirar para

    atrs; pero a pesar de todos estos contramaleficios, las calamidades continuaban y el gobierno se vi obligado a bajar la contribucin directa de aquel barrio, la municipalidad dej de cobrar el impuesto de alumbrado y sereno y hasta el Papa concedi cien das de indulgencia,

    a todos los habitantes de la parroquia en que tales acontecimientos tenan lugar.

    Pero quin traa en ese alborotado desorden a tan pacficos moradores? Quin haba de ser? Dios me ayude para nombrarlo, pues todava se encuentran respetables personas que no lo nombran sin santiguarse la boca. Era nada menos que un aprendiz de farmacia, el mu-chacho ms travieso del barrio, el travieso ms audaz de la ciudad y el audaz ms ingenioso de la provincia.

    No pasaba por la puerta de la botica en que despachaba el mencionado aprendiz, un solo hombre respetable y conocido, que no siguiera su camino llevndose pegada a la levita una. cola de papel.

    No entraba en la farmacia matrona presuntuosa que no saliera con bigotes de corcho quemado, pintados en su labio como por arte del diablo.

    No se paraba en la esquina caballero distinguido, al cual un tarro lleno de clavos que caa como llovido hasta cierta altura, no le abollara el sombrero y, por ltimo, no haba bicho viviente que acertara a poner el pie en las inmediaciones de aquel foco de sucesos, que no Llevara algn recuerdo del aprendiz de farmacia.

    Intil es decir que las hazaas de don Ignacio Pirovano, que as se llamaba el aprendiz de farmacia, haban pasado a ser una leyenda popular y el mismo don Ignacio, an ms popular que su leyenda.

    Las pandillas de estudiantes de la Universidad, organizadas para comer de balde pasteli-tos en la plazoleta del mercado, se hacan un honor en tener como miembro consultor a don Ignacio Pirovano, y hubo una poca en que poda con razn decirse de l que era el presidente nato del comit de mortificacin pblica.

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    Cmo pasan los aos!

    Coloraba el oriente el sol resplandeciente, como dice Espronceda; las nubes de zafir, de ncar y oro huan por los cielos, dejando el horizonte limpio como una patena, y el sol con su cara impvida introduca raudales de luz por todas las aberturas de mi estudio, calle de la Florida 230, donde recibo consultas, gratis para los pobres por decisin ma, y gratis para los que no son pobres por decisin de ellos.

    Y era una maana del presente mes de setiembre y la hora temprana en que una seora de noventa y tanto aos me haba madrugado para contarme, con aquella impertinencia clsica con que cuentan las viejas sus achaques, la historia de un catarro crnico que padeca desde joven y que, para mejor comprensin, quiso narrar desde el principio, adornndola con mil detalles minuciosos, inoportunos y biogrficos que se ligaban, a su modo de ver, ntimamente con su bronquitis incurable y con la guerra de la independencia.

    Iba la enferma a media asta de su cuento refiriendo las alteraciones que tuvo su catarro en tiempos de Rivadavia, cuando Benito, mi sirviente, a quien aprovechando esta oportunidad presento a ustedes, me entreg un folleto que acababan de traer.

    La vieja suspendi su narracin y alarg los ojos con aquella sublime curiosidad que conservan todas las mujeres, desde la edad de tres meses hasta la de ciento cincuenta aos.

    La ansiedad de mi enferma me incit y por un rasgo de bondad casi paternal, le en alta voz la cartula y dedicatoria del folleto, que deca as: "Facultad de medicina. La hernio" toma. Tesis para el doctorado. Mi muy querido Eduardo: vivimos juntos; en la fonda " de la Sonmbula nos fiaban juntos; juntos " tuvimos que repetir la inolvidable horchata de" Canesa. Quiera el cielo que en la nueva poca de mi vida, tengamos ocasin de juntarnos " muchas veces.

    "Tu siempre amigo. - Ignacio Pirovano". Ni un caonazo a boca de jarro, ni un redoble de trueno en oreja desprevenida, ni una

    receta del doctor Granados, habra producido tan alarmante efecto. Apenas mis labios pro-nunciaron las dos palabras "Ignacio Pirovano", mi pobre enferma volvi los ojos al cielo y se hall presa de las ms horribles convulsiones..

    Entonces yo, con aquel talento generalizador que me caracteriza, saqu mi cartera y apunt esta prudente y cientfica observacin, semejante a muchas de las que hacen algunos de mis colegas y no pocos autores: "Contraindi cado, para las bronquitis crnicas, el nombre de don Ignacio Pirovano". Y contento de m mismo, espero la oportunidad de comunicar este des-cubrimiento a la academia de ciencias mdicas.

    A las dos horas de este suceso vinieron a pedirme el certificado de defuncin para ente-rrar a la seora, muerta de emocin en la flor de su edad y sin motivo, pues don Ignacio Piro-vano es hoy uno de nuestros distinguidos mdicos, habiendo abandonado por completo la profesin de atar tarros de lata a las colas de los perros, de ensear insolencias a los loros y de echar fsforos en los atrios de las iglesias.

    El mismo Pirovano que hace diez aos pona rica - pica debajo de la cola de las gatas, ha escrito hoy una de las tesis ms notables que se haya presentado ante la Facultad y ha recibido un honroso ttulo, despus de haber cursado con un xito envidiable todas las aulas de la escuela.

    Que elogien otros sus mritos como estudiante; yo no quiero hacer cosas intiles y no he de decir que Pirovano ha sido constantemente sobresaliente en sus estudios, porque todos lo saben. l no necesitaba elogios; el mrito se abre paso en todas partes y, entre nosotros si los elogios ayudan a vivir, el verdedero valor no es del todo desconocido.

    Pero la vida del hombre tiene a lo menos dos faces.

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    En la una, cada hombre es el cmico que tiene un carcter y representa un papel serio ante el mundo; en la otra, el hombre es consecuente con sus tendencias y se queda con rasgos de nio o intenciones de muchacho durante toda su vida.

    Yo no paso jams delante de un naranjero sin que una tentacin irresistible me obligue a meter la mano en la canasta; otros son perseguidos por el deseo de poner zancadillas a los que pasan. Pirovano, tan estudioso y serio como es, tan aprovechado, tan observador, no aban-donar jams esas tendencias estudiantiles que harn clebre su nombre en la historia de las jaranas escolares.

    Yo s muy bien que poda hacer sobre Pirovano un pomposo artculo en que contara sus triunfos como estudiante y sus mritos como profesor de esta descalabrada ciencia, que con-siste en la aptitud de dejar creer a los otros que remediamos algn mal en la vida. Pero semejante panegrico no sirve para nada.

    Entre nosotros, la Facultad de Medicina se hace la triste ilusin de que los ttulos que concede y los honores que dispensa al talento y al estudio tienen algn valor. Error deplorable. Ms que todos los ttulos cientficos y los honores facultativos, valen las hablillas mujeriles y la propagacin de la fama por la lengua de los conocidos.

    La Facultad nos hace mdicos y nada ms ; pero las relaciones, las amigas de la casa, las sociedades de beneficencia y las seoras bien vistas, nos hacen especialistas en criaturas, muy hbiles para pulmonas, muy entendidos en roturas de piernas y famosos para abrir orejas a las niitas de las casas decentes.

    Lo mejor que tiene todo esto es que es sin motivo y que en ello ms que en ningn otro caso se verifica el refrn que dice: "por haber matado un perro, me llaman el mataperros".

    Para ganar el ttulo de especialista en nios, no hay ms que curar la tos que tuvo la chica de una seora a la moda y, para ganar la fama de cirujano, basta cortarle los callos a un hombre rico y conocido. Mientras usted no haga esto, bien puede verificar maravillas en las criaturas de los corralones y practicar las operaciones ms difciles in anima viii: jams pasar usted de ser un mdico como tantos.

    Pero hay tambin otro medio de llegar a ser notable en una ciencia; ponerse serio, vestir rgidamente, no hablar nunca, no rerse jams y conservar constantemente el aire de la mayor solemnidad.

    Y luego, para qu sirve todo ello?, para adquirir comodidades, bienes de fortuna, lujo y consideracin social?

    Ante todo, sera necesario probar que en ello hay un tomo siquiera de felicidad. Cuando yo era estudiante y tena que poner tinta en mis medias a la altura de los

    agujeros de mis botines; cuando tena que pegar con hilo negro los botones de mi camisa y pagaba el lavado a mi lavandera con el tiernsimo amor que profesaba a su hija, los das se pasaban alegres y sin cuidado. Ahora, si alguna vez me encuentro descontento, es por el profundo fastidio que me causa el no necesitar de nada.

    Qu vida tan vulgar tener todo! El otro da entr al cuarto que ocupaba en el hospital mi inolvidable amigo Pietranera;

    haba olor a humedad; sobre una cama descompuesta se encontraban varios libros abiertos ; una vela de sebo estaba pegada al borde de la mesa y en una mitad de crneo se vea un pedazo de lacre, una pinza y unos botones de puo; el papel de las paredes se estaba cayendo.

    Un placer melanclico me invadi, semejante al que se tiene en presencia de todos los recuerdos, y fu con profunda tristeza que dije en mi interior: pobre de m! el papel de mi dormitorio est bien pegado y no tengo ni un miserable crneo en que poner los botones de mis puos!

    Hay das en que los espejos y las alfombras nos fastidian y desearamos vivir en un cuarto con cuevas de ratones, olor a humedad y piso con agujeros!

    Esto a lo menos suscita algunas reflexiones.

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    Con que si el amigo Pirovano ha de tener coches, caballos, casa y clientela, es bueno que sepa que esto no se tiene sino a costa de la felicidad y con el favor de la lengua de unas cuantas seoras distinguidas y, slo por excepcin, a pesar de todo esto.

    Slo por excepcin perdona esta sociedad a un mdico, por ms talento que tenga, que durante su juventud haya puesto colas de papel a los transentes y enseado insolencias a los loros.

    Pirovano es actualmente profesor de anatoma en la Facultad de medicina y ha sido far-macutico del hospital; ser, por consiguiente, un hbil operador y es y ha sido sobresaliente en qumica.

    Esta cualidad le permita preparar una azcar inflamable con la cual, a la larga, tuvieron que familiarizarse todas las nias que asistan a los bailes del club del Esqueleto.

    Creo que este club es el nico de su especie que ha existido en el mundo. El club del Esqueleto fue una asociacin en la cual figuraba Pirovano, en su doble

    calidad de miembro activo y de repostero, empleo que le fue confiado en virtud de su habilidad para fabricar vinos y licores con las tinturas y los jarabes medicinales de la botica del hospital.

    Creo que fue Sydney Tamayo el fundador del club del Esqueleto. Tamayo es actualmente mdico y se halla en Salta prodigando a sus paisanos los dones de su talento maravilloso.

    Cuando era estudiante, tocaba la flauta con exquisito gusto y el ciego Gil, otro estudiante distinguido, lo acompaaba en el piano. El tener Tamayo una flauta y haber alquilado Gil un piano, fueron los trgicos sucesos que dieron origen a la formacin del club del Esqueleto.

    El propsito de esta asociacin era dar bailes sin un medio y divertirse de balde, pasando gratis las horas que se haya pasado mejor sin pagar nada en este mundo.

    Tamayo, Gil y cuatro estudiantes ms vivan en una sala de la calle de San Juan. Los das en que deba haber baile, sacaban al patio las camas, se alfombraba la pieza con

    las frazadas de los enfermos de la sala de crnicos del hospital de hombres, se peda sillas en la vecindad. Tamayo robaba chocolate en la despensa del mismo hospital; se compraba ma-sitas por subscripcin; Pirovano haca los cocimientos necesarios en la botica, con los que preparaba los vinos y los licores; llevaba un tarro de pastillas de quermes, con que deba obsequiarse a las seoras y, hechos todos estos preparativos, se invitaba a las nias del barrio, que eran, cuando menos, novias legtimas de cada uno de los estudiantes.

    El doctor Larrosa, asistente infalible a esas tertulias, me ha confesado a m que pocas veces ha estado en reuniones ms amenas, a pesar del disgusto que le causaba ver trancadas las mesas y compuestas las sillas con los omplatos y tibias de los difuntos que suministraba la sala tercera.

    Aquellos bailes famosos en que jams se cometi desorden alguno, para honor de los estudiantes, y en que se arm no pocos matrimonios, a imitacin de lo que sucede en el Club del Progreso, terminaban siempre cuando Gil y Corvaln declaraban que tenan sueo y comenzaban a acercar sus catres, hmedos de roco, a la sala de baile.

    Entonces Pirovano serva la ltima copa de tintura de ruibarbo, que saboreaban con indecible placer las damas y caballeros de aquella fiesta.

    Qu dulces son estos recuerdos! El tiempo que todo lo va diseminando, mandar quiz a cada uno de nosotros a millares

    de leguas de distancia y los que fueron un da compaeros alegres no tendrn, como smbolo de su pasada felicidad, ms que un recuerdo por esa invencible tendencia que tiene el hombre a aferrarse a cada uno de los momentos de su vida, aunque vaya siempre buscando un porvenir mejor.

    Pero el recuerdo es una nueva vida para cada cerebro!

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    Qu diferencia hay entre la realidad de un suceso y la viva impresin por una represen-tacin ideal?1.

    Soar con claridad es, en el momento que se suea, tan cierto para el cerebro, para el alma, como tener la realidad presente! Al fin y al cabo todas son ideas y no hay nada real para la conciencia, sino lo que es capaz de suscitar una idea.

    El tiempo que est por hacer de Pirovano un personaje serio, no le har olvidar que siendo estudiante abra una caja de ostras, se beba el caldo de un sorbo, tragaba los mariscos en dos veces y se preparaba de este modo para comenzar su cena.

    Cuando su inteligencia y su buena fortuna le abran los primeros puestos de la Repblica y se celebre su advenimiento con esplndidos banquetes, no se olvidar de que hemos comido al fiado en la fonda de la Sonmbula y de que, cuando no llegaba nuestra felicidad a tanto, l robaba huevos, los frea en aceite de hgado de bacalao, los espolvoreaba con pimienta cu-beba y nos los comamos salndolos con ioduro de potasio. Tampoco se olvidar que los tales huevos, preparados de este modo, eran riqusimos.

    Los postres ms exquisitos no le parecern mejores que el jarabe de genciana con que terminaba sus cenas en el hospital, ni los ms generosos vinos le harn eI delicioso efecto que le hizo el da de su santo la copa de tintura de jalapa compuesta que tom, a falta de vino priorato, antes de encender un cilindro de esponja preparada, que se fum en seguida, en sustitucin de un habano y por si alguna vez tenia que curarse de coto.

    Episodios son stos caractersticos en la vida de un hombre y que no pueden olvidarse jams.

    Pirovano tiene todas las cualidades fsicas para trabajo y todas las aptitudes intelectuales para ser un mdico notable. Es bondadoso de carcter, reservado, meditador y pacienzudo; parece muy dctil, aunque siempre concluye por hacer lo que le da la gana ; tiene una gran facilidad para hacerse querer de sus maestros; sabe evitar que lo envidien sus condiscpulos y el hecho de conservar como reliquias de su carcter, ciertos rasgos de muchacho y ciertas diabluras de estudiante, que contrastan singularmente con su aspecto serio, le da una fisonoma particular y simptica.

    En Buenos Aires hay una mala costumbre2. Apenas aparece en la arena pblica un joven que se ha distinguido por sus estudios, todos comienzan a elogiarlo de un modo tan exagerado que el objeto del elogio mucho har si resiste al mareo que puede producirle tanto halago a su vanidad. Es necesario tener demasiado buen juicio para no perderse oyendo elogios. Por 1 Esta opinin que Wilde apunta al pasar, est en toda la corriente filosfica idealista y, durante el siglo XIX, en la derivacin alemana de esa corriente: para el hombre nada hay fuera de la realidad que su mente concibe, y el mundo no es ms que nuestra representacin del mundo. Lea Wilde a Fichte, a Schelling, a Hegel, a Schopenhauer y los lea pese a su orientacin positivista, es decir, anti - metafsica? El seleccionador de estas PAGINAS ESCOGIDAS confiesa no haber estudiado el punto.

    2 Por desgracia, la costumbre que Wilde denuncia no ha desaparecido en Buenos - Aires ni en el resto del pas. Si muchos hombres se malogran en nuestro medio, se debe, principalmente, al incienso que se les prodiga cuando son, apenas, vagas promesa*. La ciudad y la Repblica suelen mimarlos como los padres al hijo precoz, si siempre vivaz, no siempre inteligente y, sobre todo, no siempre afecto al estudio serio y constante. Buenos - Aires y el pas en general afianzarn su cultura, hoy incipiente, cuando la juventud tenga un sentido heroico del esfuerzo diario, cuando busque en el estudio, no el halago fcil de la vanidad, no el amontonamiento de dinero, no el ingreso en el bullicio tonto de la feria mundana, sino la metodizacin de una voluntad autntica, capaz de todos los sacrificios para satisfacer la verdadera vocacin. El hombre de estudio como el atleta, que es su antpoda - ha de ajustarse a un especial rgimen de vida.

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    ejemplo, yo no s cmo Goyena, del Valle y otros jvenes de brillante inteligencia, no se han vuelto unos pedantes insoportables al orse llamar portentos a cada momento y a propsito de todo.

    La primera vez que vea a Pirovano, he de decirle con tono solemne y levantando el dedo indice a la altura de la oreja: "No te dejes marear por los elogios ni invadir por la vanidad; ya que tienes una buena inteligencia,. piensa que nadie te puede juzgar mejor que t mismo; trabaja y estudia y si deseas reunirte conmigo de tiempo en tiempo, para recordar con placer los episodios de nuestra vida de estudiantes, te juro que no ha de faltar por m toda vez que crea en conciencia necesitar de tus conocimientos mdicos o toda vez que a mis enfermos se les antoje costearse el lujo de una consulta, en que, con generalidad, se habla de todo menos de ellos".

    Esto he de decirle a Pirovano cuando lo vea,

    LA CARTA DE RECOMENDACIN Buenos Aires est enfermo. Lo han dejado las epidemias de clera y fiebre amarilla, pero lo aqueja otra enfermedad

    interna. Este pueblo padece de una afeccin moral, de un trastorno funcional de las pasiones. La causa de esta afeccin es la necesidad, pero no la necesidad imperiosa de vivir y ` de

    poder emplear los elementos necesarios para mantener en funcin los organismos. Generalmente hablando, los habitantes de Buenos Aires tienen qu comer, con qu ves-

    tirse, aire para respirar, terreno en que caminar, luz para ver y todos los dems elementos que utilizan los rganos para mantener sus funciones.

    Las necesidades estrictas de la vida pueden, pues, ser llenadas sin gran esfuerzo en este pequeo centro de poblacin.

    Pero no sucede lo mismo con las necesidades ficticias que, no por ser menos reales, son menos apremiantes.

    Existe entre nosotros la necesidad imperiosa de aparecer. Ningn hombre se contenta ahora con tener con qu cubrirse la cabeza ; si hay que

    cubrirla, es necesario hacerlo con un sombrero a la moda y perpetuamente nuevo. Ninguna mujer usa su pauelo para guardarse del aire fro de las noches y de la hu-

    medad de la atmsfera; no, seor: para obtener ese propsito se necesita una gorra y no una simple gorra, sino una gorra con flores. Si a ms de esto, la mencionada gorra tiene la sobre-saliente cualidad de haber sido comprada en la calle de la Florida, la necesidad de cubrirse la cabeza queda enteramente satisfecha.

    Para tener un sombrero siempre a la moda y siempre nuevo, es necesario comprar muchos sombreros y para poseer una gorra siempre servible, es necesario comprar gorra para iglesia, gorra para teatro, gorra para paseo, gorra para verano, gorra para invierno, gorra para levantarse, gorra para estar despierto, gorra para dormir; en fin, es necesario tener un cargamento de gorras de todas clases, tamaos, formas y colores.

    Excusado es decir que para llenar la necesidad de no resfriarse, se necesita actualmente una pequea renta de quinientos patacones al ao.

    No quiero irme de la cabeza a los pies por no dar un salto sobre los rganos intermedios,

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    que tienen tambin sus necesidades, y no quiero hablar de las necesidades de esos rganos, porque ha de resultar que para vestir a un hombre y satisfacer sus pasiones, se emplearan sin desperdicio las rentas de una aduana.

    Felices tiempos aqullos en que comer sopa con tocino los domingos constitua el supremo de los goces y en que cuidar las cabras a caballa era la ms loca e increble de las ambiciones.

    De su peso cae aqu la reflexin de que, para satisfacer las necesidades de un individuo de nuestro tiempo, se necesita mucha plata.

    Trabajar y lucir son dos cosas que se excluyen. El obrero que trabaja toda la semana, viste de blusa por el inters de conservar su palet

    para el domingo. Pero qu se dira de un hombre conocido que usara sombrero bajo los ms de los das, y

    de felpa y alto solamente los domingos y das de guardar? El qu dirn importa, pues, una nueva necesidad: la necesidad de trabajar poco. Y si se pone esta necesidad al lado de la de ganar mucho, resulta lo que todos sabemos,

    es decir, que los ms desean un buen acomodo. Un buen acomodo quiere decir en castellano, un empleo en el cual se trabaje poco y se

    gane mucho. De aqu la ingente suma de pretendientes que tiene cada puesto vacante. Para alcanzar un empleo se necesita empeos, buenas relaciones. Cualquiera dira que para ocupar un puesto se necesita aptitud, pero esto, que parece

    verdad a primera vista, es un sofisma en Buenos Aires. Las aptitudes son las cualidades en que menos se piensa. El favor, la recomendacin y la condescendencia germinan de un modo alarmante y han

    dejado enfermiza a esta sociedad. Verdaderamente, en Buenos Aires el valor del mrito ha desaparecido o se ha

    desvirtuado. Tener amigos (quin no tiene amigos en un pas en que todos somos iguales!) es la

    mayor de las ventajas. Los puestos en que se gana dinero circulan en un ncleo de amigos. No se pregunta cul es el ms apto, sino cul es eI mejor recomendado. De esto resulta que la vida de las entidades polticas, financieras, comerciales, literarias

    e industriales es insoportable, por los tiempos que corrernos. Ser ministro o capitalista es lo mismo que ser mrtir y condenado en vida. Cada entidad de este pueblo recibe diariamente veinte cartas de recomendacin y escri-

    be veinticinco. Se necesita una renta para slo papel y plumas. Corno en todas las cosas, la necesidad de dar cartas de recomendacin ha trado el

    abuso. Ya no son slo los hombres eminentes quienes las dan y las reciben. Desde el presidente hasta el basurero, todos tienen a quien recomendar y quin les haya

    sido recomendado. Yo tambin recibo cartas de recomendacin y las escribo por docenas. Felizmente, he dado con la luminosa idea de contestar en los sobres, lo que me produce

    una pequea economa. A proceder de otro modo, la profesin no me dara para mis gastos. La carta de recomendacin se ha hecho una contribucin, un tributo que todos pagamos

    por el solo derecho de usar el nombre que nos pusieron en la pila. Por esto las cartas de esta clase han perdido su valor y se necesita muchas para que

    valgan como una.

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    A estas cartas les ha sucedido lo que al papel moneda. Primero, un peso vala ocho reales plata; ahora, se necesitan veinticinco pesos para

    hacer un patacn. El abuso ha trado el descrdito y la baratura de la mercanca. Como todos recibimos cartas de recomendacin, todos las damos sin escrpulo. Todo el que tiene un oficio las da; todo el que usa un nombre que siquiera est en algn

    almanaque, las da tambin. Para este propsito, las mujeres hacen un incalculable consumo de papel timbrado y no

    son estos billetes los menos eficaces. La belleza, la posicin y el sexo abren las puertas para todo. Es muy difcil decir no a una mujer bonita que dice s. Mucho ms: es muy difcil decir no a cualquier mujer que dice s. Todava me acuerdo que, tratndose de una solicitud en que yo tena razn, el

    gobernador Castro me dej de una pieza dicindome que haba unas cuantas seoras que no queran la cosa.

    Es incalculable el poder de las mujeres. Una de las causas que me induciran a quedarme soltero sera el temor de que hostigaran

    a mi mujer para pedirle cartas de recomendacin. Si ella era desairada, el desairado era yo, y si era atendida por qu atenderan una recomendacin de mi mujer, ms bien que una ma?

    Hay, indudablemente, peligrosas maneras de hacer el bien. Pero por serio que sea el conflicto en que nos hallamos y mientras salimos de l, no

    dejan de presentarse casos curiossimos y ridculos en esta forma de distribuir puestos; el siguiente, por ejemplo:

    Hace poco se present en casa, el seor don Pedro Romualdo Mosqueira, que era portador de una carta de recomendacin para m.

    Atendiendo a ella, pregunt a don Romualdo en qu poda serle til. -Me han dicho, seor - me contest -, que usted es algo relacionado aqu y quera que

    me diera una cartita para algunos de sus amigos. Perfectamente; en qu deseara ocuparse? En una empresa de diarios, por ejemplo. -Muy bien. Sabe usted leer? -No, seor. Perfectamente; tome usted asiento un instante. Dicho y hecho, tomo la pluma y escribo :

    Seor don Eduardo Dimet, director y propietario del "Nacional".

    Estimado amigo: Le presento a usted al seor don Pedro Romualdo Mosqueira que me ha sido calurosa-

    mente recomendado por nuestro comn amigo don Meter Varela. Desea ocuparse en su im-prenta y yo creo que se contentar con un mdico sueldo de ocho mil pesos, si usted lo pone al frente de la administracin de su establecimiento.

    Saluda a usted atentamente. N. N.

    Hara de esto un mes, cuando una maana recibo una carta que deca : Seor don N. N. Querido amigo: Usted que tiene tanta relacin con Dimet, hgame el favor de darle al portador de sta

    don Rmulo Mezquita, una cartita de recomendacin que le sirva, a lo menos, para presen-

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    tarse. Este seor desea ocuparse en algn diario y, corno me ha sido muy recomendado, no

    vacilo en pedirle a usted un servicio en favor de un extranjero necesitado. Soy su afectsimo. Juan A. Golfarini. Quin ser ste don Rmulo Mezquita, deca yo, cuando alzando la vista percib en el

    patio la simptica figura de mi antiguo conocido don Pedro Romualdo Mosqueira, que en sus tribulaciones por emplearse en un diario hasta su nombre haba perdido.

    La cosa era sencilla. El crculo de amigos se cerraba. El hombre volva al punto de que haba partido, despus de haber andado a pie por las calles de Buenos Aires doscientas setenta y cinco leguas en un mes, tras de una o ms cartas de recomendacin.

    -Cmo es esto, seor don Romualdo? - exclam abriendo tamaa boca. -Cmo ha de ser - me contest --: todo el mundo me ha recibido bien, pero cada cual me

    despeda con una carta y muchos ofrecimientos.

    Como usted supondr, llev su carta a Dimet; Dimet me dijo que el puesto que yo pretenda estaba ocupado, pero que en el empeo de servirme, me recomendara a Luis Varela, corno lo hizo; Varela me recomend a Bilbao, Bilbao me recomend a Walls, Walls me recomend a Cordgien, Cordgien me recomend a Gutirrez, Gutirrez me recomend a Cantilo, Cantilo a Mansilla, Mansilla a Ojeda, Ojeda a Choquet, Choquet a Quesada, Quesada a Balleto, Balleto a del Valle, del Valle a Goyena, Goyena a Paz, Paz a Mallo, Mallo a Golfarini y Golfarini a usted, y aqu me tiene otra vez al principio de mi carrera.

    Excusado es decir que yo solemnic tan original peregrinacin con toda la hilaridad de que pude disponer.

    -Y este cambio de nombre, seor don Romualdo? -Ese cambio de nombre, es que a fuerza de repetir "Pedro Romualdo Mosqueira" el

    nombre me pareca vulgar y largo y, pensando que era ms cmodo para las cartas de recomendacin uno ms corto, lo acort llamndome Rmulo Mezquita.

    -Pues seor don Rmulo Mezquita, conforme ha cambiado de nombre, cambie tambin de aspiraciones y, en lugar de buscar un empleo en diarios, acepte cualquier trabajo... de co-brador por ejemplo.

    Don Pedro Romualdo Mosqueira tiene actualmente una agencia de cobranzas, vive sin lujo, pero cmodamente y slo tiene una enfermedad que amarga su vida; sufre de epilepsia cuando ve una carta de recomendacin.

    DON HILARIO ASCASUBI La historia en los primeros tiempos y ya cuando el lenguaje se hallaba cultivado, se na-

    rraba en verso. Esta manera de conservar la tradicin era, si se quiere, extravagante. Las ideas estn contenidas en los versos lo mismo que los tipos en las cajas de la

    imprenta; para que estos tipos formen palabras, es necesario juntarlos, acomodarlos y alinearlos.

    Son, pues, ropa estrecha para el pensamiento, ropa lujosa si se quiere, pero que viste a los sujetos con pantaln corto, manga angosta y camisa sin cuello.

    As la historia acomodada en los versos, se encontraba contrariada, encogida, desfigurada y deshecha; pero no habiendo otro modo de conservarla, era en los versos que los grandes hechos hallaban la forma bajo la cual deban pasar a la posteridad, a travs de las generaciones.

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    Pocos son los que saben trozos en prosa de memoria y sin embargo, no hay un solo habi-tante de este globo ridculo que no sepa por lo menos, un gran prrafo del Diablo Mundo de

    Espronceda o este rengln de Dante : "Lasciate ogni speranza, voi ch'entrate" Esta particularidad, esta disposicin especial del espritu humano para absorber, retener

    y trasmitir versos, fu sin duda la causa de que se pusiera en verso todo aquello que se deseaba conservar y de que la historia llegara trunca y contrahecha a nuestros tiempos, despus de haber sido repetida en los alejandrinos de Tirteo o en los endecaslabos de otros poetas que seran quiz cojos como el primer autor3.

    Pero la escritura primero y despus la imprenta, vinieron a echar por tierra la necesidad de conservar la historia en verso, y si bien es cierto que ya la mencionada historia no se escri-be de ese modo, no es menos cierto que el nmero de poetas no ha disminuido, a pesar de la baratura del artculo.

    Don Hilario Ascasubi es, a nuestro modo de ver, un poeta antiguo, un poeta de los tiempos primitivos, por sus tendencias y por la categora de ideas a que ha dado forma.

    Los gauchos de las pampas saben la historia de su patria, trunca como es, por los trozos de ella que contienen los versos de Ascasubi, y estos versos, al mismo tiempo que han servido para dar agradable alimento moral a los habitantes de la campaa, hablndoles en su propio lenguaje, a los ojos del extranjero son el retrato vivo de toda una casta, de toda una poca, de todo un linaje, de toda una categora de individuos, de hechos y de transiciones.

    Ha pasado sin duda el tiempo del entusiasmo por las producciones del clebre Aniceto el Gallo; ha pasado la poca en que no bien abra su pico este gallo, para soltar al aire su canto, ya las vibraciones de su voz recorran el inmenso territorio argentino, siendo la materia de la conversacin en las estancias, el tema de la recitacin alrededor de los fogones, en los puestos, en los rodeos, la letra de las canciones en los bailes y la oracin, diremos, que hasta el caminante solitario iba repitiendo mentalmente en su viaje sin trmino, al comps de la mar-cha del caballo, que sigue instintivamente, y paso a paso, su rumbo a travs de la pampa.

    Ha pasado el tiempo en que cada acontecimiento requera cuando menos una letrilla de Aniceto el Gallo; en que cada batalla exiga una oda gaucha, y la llegada de un buque gran-dioso, la descripcin estrafalaria y sublime que se puede hacer de lo que fu hecho para el mar, comparndolo con cada cosa de las que fueron hechas para la tierra y nada ms que para la tierra habitada, que tiene por lmite el desierto a todos vientos.

    Pas tambin el tiempo en que a un caballero distinguido no le era permitido, so pena de no estar a la moda, ignorar la ltima composicin del Gallo cantor y en que la ms pulida de las damas tena que saber por fuerza quien era Chano y cualquier otro gaucho andariego.

    Pero si el entusiasmo por aquellas producciones pas, la obra queda, no quiz para pro-ducir nuevo entusiasmo, sino para retratar una especie de gusto, para fotografiar una clase enteramente original de literatura, sin igual en los anales de este arte.

    Cunto hay de nuevo, de raro, de profundamente nuestro en todas las producciones de Ascasubi !

    Qu profusin de sentimientos espontneos, naturales, con aquel colorido propio que slo se recoge en los campos o en las organizaciones primitivas!

    Cunto el sabio tiene que aprender en ese examen de la naturaleza viva y desnuda, que mira con resolucin al que la interroga, que se cruza de brazos con llaneza, que alza los hombros por toda contestacin o que habla con su idioma lleno de defectos, de retrucanos, de 3 Wilde alude a la cojera de Tirteo, poeta griego del siglo VII e. de J. C.

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    parbolas, hiprboles y paradojas; pues si hay algo de soberanamente metafsico y figurado, es el lenguaje no cultivado.

    Cuntas bellezas en aquellas pginas gauchas, en que se ve al hombre natural y pen-sando naturalmente, salvo la forma del poeta, y analizando las cosas y los hombres con los elementos que la vida en el campo ha puesto en sus manos.

    No revindicamos para Ascasubi el nombre de poeta distinguido, ni de pensador profundo ; pero ni siquiera el de literato, en esta poca en que el mencionado apodo se prodiga con tanta facilidad; no queremos crearle una reputacin extica, ni exigir para l mritos que no tiene, en un pueblo en que parece cada individuo reclamar para s precisamente aquello que menos le pertenece y en donde todos y cada uno somos cmicos idiotas, que mostramos siempre por ficcin lo peor que tenemos, guardndonos lo bueno, lo espontneo, lo natural, lo nuestro, para derramarlo slo en la conversacin familiar.

    No comparemos a este poeta con otro de nuestros tiempos, con Ricardo Gutirrez por ejemplo, que ha tomado a la melancola escptica sus ms suaves formas y al sentimiento de Lord Byron su ms bello colorido, para pintarnos unas veces las miserias de esta humanidad pobre y tonta, y, otras, la grandeza de la razn que se levanta sobre las pasiones para compararlas, medirlas y darles su colocacin en el rodaje de esta maquinaria que se llama vida.

    Ni gran entusiasmo, pues, de aquella clase que pas con su poca, ni sublimidad, ni pro-fundidad absorbente del pensamiento tiene que encontrar ahora el lector que tome en sus ma-nos las obras de Ascasubi.

    Pero la lectura de ellas tendr el premio siempre que se trate de transportar al lector a la poca en que cada una de sus producciones se escribi y hacerle ver lo que pensaba el gaucho sobre los acontecimientos y los personajes del da, en una forma que, ya se sabe, no es natural. pero con palabras que lo son y que parecen

    recin salidas de la boca de ese hombre especial que habitaba la campaa, de ese hombre inteligente, despierto desde su nacimiento, rstico pero excesivamente impresionable y que refleja con exquisita verdad todo cuanto llega a herir sus sentidos, transformndose luego en ideas por las evoluciones espontneas de una organizacin cerebral sin preparacin.

    Debemos conservar las obras de Ascasubi porque no hay otras iguales en el mundo, por-que son el nico ejemplar de su especie y porque sirven para mostrarnos el retrato completo de una categora de seres humanos sobre los cuales no ha dicho gran cosa la ciencia, pero en los que la poesa y la contemplacin de la naturaleza animada y que piensa, encuentra raudales de belleza.

    Ascasubi debe ser amado y protegido por los argentinos porque es el jefe de una escuela literaria sobre un sujeto raro, escuela que naci con l y que muri con l, dejando como nica obra clsica sus tres volmenes de poesas.

    Por eso los argentinos no deben ser ingratos ni indiferentes con un hombre que ha pintado el tipo esencialmente argentino del gaucho poeta, poltico, observador, entrometido y hablador, que no desdeara aplicar su fraseologa de lazo y bolas y sus comparaciones con los elementos que le rodean y le sirven para su trabajo, a las especulaciones ms subidas de la metafsica intelectual, si ellas se le presentaran como tpico de anlisis.

    Si nadie puede negar que debemos una proteccin a Ascasubi, procurndonos el placer de tener en nuestras bibliotecas una obra agradable y nica en su gnero, jams se presentar mejor ocasin para tender nuestra mano al autor, que, como casi todos los autores de versos, no se halla en la opulencia.

    1878.

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    BOSQUEJO CRTICO Si a un hombre conocedor del corazn humano y hbil por tanto para juzgar del movi-

    miento de las pasiones y de los cambios que sufren las ideas al tomar su expresin o al transformarse en palabras, se le presentase el discurso que Sarmiento ha pronunciado el 24 del presente4 y se le preguntase quin lo ha escrito, quin lo ha dicho, quin lo ha pensado, ese hombre contestara: "lo ha dicho un joven, lo ha escrito un joven, lo ha pensado un joven que vive en medio de las bulliciosas pasiones propias de la edad y que, por rareza, tiene un juicio ms maduro que el que le corresponde".

    Tal es la impresin que nos hace por de pronto el discurso a que aludimos : hay en l el vigor de la juventud y la madurez de la edad reposada; es atrevido como la fuerza y trascen-dental como la razn; es vivo, mvil, cambiante como la infancia, severo e imponente como la vejez.

    Una bella pieza de arte alcanza su mximum cuando imita a la perfeccin la naturaleza; nada sino lo verdadero es bello y nada es verdadero sino la naturaleza entera o contemplada en sus detalles.

    Pero la misma naturaleza es defectuosa ; el brillante ms rico, algn punto tendr que brille menos; en la cara ms hermosa, algn rasgo ha de haber que no armonice; el arco iris ms variado, alguna faja menos viva, ms confusa ostentar al perderse en el horizonte, y la misma gota de agua pura, recogida en la punta de un alfiler, o una lgrima si se quiere, suspen-dida en la pestaa de la mujer ms amada, bien vista la gota de agua o la lgrima, ni ser tan pura, ni tan limpia, ni tan esfrica como parezca.

    Es verdadero tener defectos; es bello tenerlos y no hay belleza que no los tenga. Por eso al or el sinnmero de tachas que los crticos han arrojado durante estos das,

    sobre el discurso de Sarmiento, ni nos ha hecho encontrarlo menos bueno ni menos digno de ser recibido con el mayor aplauso.

    Dada tal cabeza, no podra salir de ella sino tal obra de arte, nueva, original, vigorosa, atrevida, pendenciera, medio sublime, rica en literatura, descuidada, potica, sencillsima, poltica, trascendental, amenazante, desgreada, que llora y re y se hace tierna, revolviendo en un torbellino encantador un montn de ideas de todo gnero, que tiene cada una su valor, que parece que no han sido hechas para estar juntas, pero que el espectador no encuentra mal que se acompaen.

    Pues bien: el discurso de Sarmiento tiene una idea en cada prrafo. Es mucho, francamente, para un solo discurso ! l debe haber sido escrito en dos horas o en dos aos; o en el tiempo absolutamente

    necesario para la materialidad de redactarlo, o en un plazo bastante largo para hacerlo pasar por una porcin de transformaciones.

    La inteligencia del hombre no puede proceder sino de uno de esos dos modos para engendrar y dar a luz una res literaria de esa especie.

    Un amigo nuestro, muy dado a juicios literarios, nos deca: este discurso es tropical; en l se halla desde el rbol grandioso que se eleva imponente hacia los cielos hasta la enredadera enmaraada que intercepta las sendas.

    Se habrn dicho en el mundo prximamente cuatrocientos millones de discursos a la bandera de las diferentes naciones que pueblan el globo, pero nosotros no hemos ledo hasta ahora una alocucin ms nueva y ms original que la que Sarmiento ha dirigido a la bandera argentina.

    Cada patriota al hablar de su bandera, la pondera triunfadora, nica, invencible, inma-

    4 Sarmiento pronunci este discurso el 24 de septiembre de 1872, siendo presidente de la Repblica.

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    culada y todo cuanto una cabeza entusiasmada puede imaginar de bueno para decirlo en honor de su patria.

    Esto hace que todos los discursos sobre banderas se parezcan; hablamos, por lo menos, de los que nosotros hemos ledo.

    Sarmiento no la ha proclamado ni conquistadora, ni superior, ni inmaculada. No la ha visto nacer tampoco de un propsito dado, ni para simbolizar intencionalmente una idea de conquista o de revolucin.

    Sus fajas blancas y celestes eran smbolo de la soberana de los reyes sobre los dominios de la corona espaola y un pueblo vigoroso las envolvi en su frente coronndose pueblo soberano.

    Cada color tiene su historia en el mundo y el rojo que figura en la mayor parte de las banderas de la tierra recuerda y significa quiz la sangre del soldado derramada.

    La historia del azul slo est escrita en los cielos, y los argentinos no tuvieron ms que mirar esos capullos blancos que navegan en el ter para comprender que las nubes flotantes y la gran masa azul del aire que edifica el horizonte, en el lmite de la vista, les alcanzaban su bandera para que pusieran en ella su inspiracin sublime.

    "Desde entonces jams el blanco y azul del firmamento han servido para proteger ambi-ciones pequeas, ni pasiones mezquinas y la bandera argentina Dios loado sea! no ha sido atada jams al carro triunfal de ningn vencedor de la tierra.

    "Muchas repblicas la reconocen como salvadora, como auxiliar, como gua en la difcil tarea de emanciparse. Algunas se fecundaron a su sombra, otras brotaron de los jirones en que la lid las desgarr.

    "Ningn territorio fu, sin embargo, aadido a su dominio; ningn pueblo, absorbido en sus anchos pliegues; ninguna retribucin, exigida por los grandes sacrificios que nos impuso.

    "Ella no ha levantado como las naciones hijas de la guerra, para emanciparse de los otros pueblos, lobos ni guilas carniceras, leones, grifos ni leopardos. No hay en su escudo ni hipo-grifos fabulosos, ni unicornios, ni aves de dos cabezas, ni leones alados que pretenden amedrentar al extranjero; pero tiene en su centro el sol de la civilizacin y los signos de la libertad, la fraternidad y la paz para los hombres de buena voluntad, y de la gloria para las nobles virtudes.

    "No sabemos todava el lmite al que alcanza su sombra, pero sabemos que los vastos territorios que ella protege, ofrecen hogar, pan y fortuna a todos los habitantes de la tierra!" Hemos dicho hace poco que el seor Sarmiento es ms literato que prudente; hoy podemos aadir que es tan orador como literato. El escollo de la literatura est en la escasez de novedad y hay hombres tan excepcionalmente afortunados que vencen constantemente este escollo, sin esfuerzo, sin peligro, sin dificultad. En esta categora de literatos colocaremos al seor Sarmiento, cuyas ideas han sido nuevas desde que tuvo veinte aos y continuarn sindolo hasta que tenga noventa, si ha de vivir hasta entonces.

    Pero el seor Sarmiento no tiene ningn mrito por esto. La novedad est en su naturaleza y es una modalidad de su inteligencia, es una aptitud

    orgnica inconsciente y sin preparacin que tiene su asiento en las disposiciones textiles de su cerebro.

    Por eso en l la novedad, con su forma especial y su originalidad incalculable, es una novedad fcil, espontnea, imprevisora diremos, y que se cuida poco de las reglas que, al fin y al cabo, no son hechas sino para los espritus de poco aliento.

    Si nos fuera permitido expresar nuestra idea por medio de una comparacin, nosotros diramos que las formas literarias que asumen las ideas del seor Sarmiento y la esencia misma de estas ideas, estaran perfectamente representadas por una hermosa mujer, joven y audaz, que desprecia la moda y que es capaz, en ltimo trance, de salirse en cueros a la calle.

    Los escrupulosos y timoratos, si as lo hiciera, comenzaran por asustarse al ver tamaa audacia; alguno que otro artista detendra sus ojos en las formas atractivas de aquella joven

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    rolliza y la mayor parte de la gente encontrara que haba hecho mal en no ponerse siquiera un pauelo de tul en la cabeza.

    Pero pasando el tiempo y apagndose poco a poco las alarmas del pudor, asustadizo ms que reflexivo, la gente de decidido buen gusto recordara con placer aquella poca en que una joven hermosa, con grandes ojos negros, cara atrevida, fresca como una rosa y despreocupada e inteligente como pocas, sola salirse en cueros a la calle y lo bella que sola estar cuando le daba por vestirse con todos los encantos de la moda, pues todos le venan bien.

    No queremos medir el alcance que pueda tener en todos sentidos el discurso de Sar-miento, contentndonos con afirmar que no hay en l idea perdida y, aprecindolo simplemente como una pieza literaria, dejaremos establecido que pocas, muy pocas sirven para retratar mejor la fisonoma particular de su autor y que si ese discurso tiene un mrito indisputable, como todos lo afirman, el autor, que es el original de ese retrato, tiene todas las hermosas cualidades y todos los naturales defectos que l revela.

    UNA VISITA AL ASILO DE HURFANOS Seor redactor de la "Repblica". Haga usted un parntesis a su poltica y tenga a bien, si le parece, entretener hoy a sus

    lectores hablndoles de un establecimiento que muchos no conocen, como no lo conoca el que suscribe, a pesar de todo su amor y su curiosidad por aquello que contribuye a lo que se ha convenido en llamar bien pblico.

    El once del presente, da justamente celebrado por los bonaerenses y que deba serlo por todos los argentinos, porque en l tom origen el sistema actual de cosas polticas, se present el doctor Gonzlez Garao en mi casa y me dijo : "quiero solemnizar este gran da : vamos a hacer una visita al Asilo de hurfanos".

    A primera vista, tal mtodo de solemnizacin parecer extrao, pero teniendo en cuenta que la conversacin tena lugar entre dos mdicos, la rareza desaparecer por completo.

    En efecto: pocas cosas halagan ms a un mdico que la visita a un hospital que no co-noce, a una casa de sanidad que no ha visto a un establecimiento cualquiera en que hay o puede haber enfermos, a quienes tales visitas pudieran ser agradables.

    Esta aficin de los mdicos no nace precisamente ni de su connaturalizacin con la pre-sencia de la enfermedad y el dolor, ni de su hbito con las desgracias reales de la humanidad.

    Nace de sus recuerdos, y los hospitales, las casas de sanidad, los asilos, los colegios con sus enfermeras y otras casas en que viven muchos y puede haber colecciones de enfermos, no son para los mdicos, que no las visitan diariamente, otra cosa que representaciones de pocas anteriores.

    Ya se sabe que todos los recuerdos, aun los de sucesos enteramente desgraciados, halagan melanclicamente el nimo y as conforme el emigrado desea volver a su patria, el enamorado visitar los sitios en que corrieron encantadoras las horas de felicidad, el hombre mirar los campos y las casas donde jugaba cuando era nio, as el mdico, despus de cierto tiempo de privacin de hospitales, siente, cuando entra en ellos, un delicioso tropel de recuerdos a los cuales est ligada una poca de la vida regularmente ms feliz que la presente, menos preocupada, menos responsable.

    La invitacin del doctor Garao fu aceptada de plano y en menos de media hora y previo pasaje de veinte pantanos y malas huellas, nos hallamos al extremo de la calle Venezuela, enfrente de un edificio esplndido que ocupa media manzana, sin contar la otra media que sirve de huerta o plaza de recreo.

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    Sorprende verdaderamente ver en aquellos andurriales un grandioso edificio lleno de mrmoles y columnas, de rejas y cristales, limpio, con aire de nuevo y nuevo en realidad, con hermosa portada y escalinata, con una linda fuente en el primer patio convertido en jar-din, con sus bronces brillantes y bien cuidados y con todo aquello que denota un dueo abundante de recursos (el gobierno) y habitantes que no descansan en el trabajo para mantener en buen estado su palacio habitacin.

    Yo tengo la costumbre de leer los letreros de las puertas, no slo por la curiosidad mortificante y femenina de que padezco, sino porque se me imagina que leyendo los letreros aprendo la profesin de las casas que es como saber la de los individuos, lo que es siempre bueno, pues nada hay ms cierto que nos consideramos ms satisfechos cuando, al presentrsenos un contemporneo, se nos indica su oficio, ocupacin o profesin, que cuando se nos lo entrega con su nombre de pila solamente.

    Alc pues los ojos al enfrentar el edificio, en virtud de la curiosidad indicada y le: "Es-cuela de artes y oficios. Casa de correccin para menores".

    "Pues ni una ni otra cosa es - pens para mis adentros -y aqu los edificios son como los hombres: nacen stos para literatos y son rematadores, como el pobre Fajardo ; nacen aqullos para correccin de menores y son destinados a encerrar criaturas desvalidas y miserables. En fin, el cambio no est tan malo y por slo vivir en este paraje y en este edificio, yo encontrara razn a algunos muchachos, cuyos padres no valen un comino o valen para el mal, que desearan ser hurfanos y estuvieran aqu aprendiendo a leer, a sacar hilas, a rezar, a coser y a querer a su prjimo, cosa que necesita hoy de escuelas particulares y mtodos adelantados, tanto es lo que nos hacernos la guerra unos a otros".

    El doctor Garao, que no haca probablemente estas reflexiones, pis con escrpulo los umbrales de una pieza que se encuentra a la derecha en la entrada, adelant la cabeza corno buscando a quien saludar, puso su sombrero sobre una mesa que haba en el medio de aquel cuarto limpio, serio y con olor a nuevo y me oblig a m a imitarlo, a pesar de que, como lo supe ms tarde, no era lo ms cmodo andar sin sombrero por los patios, por los jardines y por las azoteas.

    No bien acabamos de hacer este acto de despojo perjudicial, se nos acerc la hermana superiora de aquel hospicio y me mir con ojos de conocida.

    Era la hermana Nicomedes, cuya cara siempre plcida veo slo de tiempo en tiempo, cuando alguna epidemia de clera o fiebre amarilla viene a aumentar nuestras ocupaciones.

    Nuestro saludo fue carioso y pareca que quera decir: "nos alegramos de vernos vivos".

    Entonces comenz nuestra visita. Vimos el primer patio con su jardn y su fuente que hicimos funcionar ; entramos en todas las piezas; yo abr todos los armarios, cont los botines, reconoc las roperas, pregunt un milln de cosas y, sin pasar del primer patio, habra aburrido legtimamente a nuestra complaciente conductora, a no estar ella dotada de una paciencia a toda prueba.

    Luego vimos los dormitorios, las clases, los patios interiores, los pasadizos, los depsitos de muebles y colchones, los lavatorios de diferente altura, algunos casi microscpicos y proporcionados a los liliputienses que habitan aquel vasto edificio.

    Todo estaba limpio y bien cuidado: los mrmoles de las mesitas de noche brillaban por su limpieza, y las pequeas camitas de las hurfanas conmovan ; muchas de ellas parecan ms bien cunas que camas, pero por su arreglo se hubiera dicho que pertenecan a criaturas mayores de edad, si la expresin no fuera paradjica.

    En cada dormitorio haba adems una cama grande con colgaduras blancas de lienzo ;

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    estas camas pertenecan a las hermanas que cuidan los hurfanos, de los cuales estn encargadas.

    La cocina y la despensa no quedaron olvidadas ; en la cocina, que es una gran cocina, repet mi letana de preguntas, destap las ollas, de las que sala un perfume apetitoso; examin la direccin de los caos y, por ltimo, abr los cajones de guardar los platos y me gust mucho observar que el fondo era una reja que permita a estos tiles secarse enteramente.

    En uno de los cajones haba una fuente de loza, de esas que de viejas se ponen amarillas; esta fuente estaba rota; yo mir a la hermana y sta se ruboriz como diciendo: "No extrae usted que haya una fuente rota: es tan vieja y ha servido tanto que bien ha podido romperse, pero no la usamos sino para calentar algo, ponindola sobre las planchas".

    Eplogo : no pude encontrar en la cocina un solo lienzo sucio.

    En la despensa no fu menos prolija la inspeccin. Ya la hermana haba medido los horizontes de mi curiosidad y pensara en sus adentros que habra sido un terrible inspector. A pesar de eso, ella abri todos los cajones de la despensa, me dej examinar los fideos, el arroz, los porotos, la manteca, la grasa, los escasos condimentos y por ltimo el pan; aqu el examen fu ms trascendental porque vi, toqu, ol y com del mencionado pan, haciendo esto ltimo no tanto por simple curiosidad y deseo de saber si estaba bien preparado, sino porque la visita a la cocina haba hecho nacer en m el deseo de comer. El pan era bueno y no me sorprend cuando la hermana contest con una exclamacin a la pregunta del doctor Garao sobre si los nios coman muchos panes.

    Mientras esto pasaba, el maestro de msica del hospicio haca todos los esfuerzos para reunir la banda para tocar alguna pieza, pero como en esos das los mayores de ella, es decir, los peritos en la materia, haban salido para ir a la escuela de Santa Luca, la banda estaba descompleta y era imposible organizarla a satisfaccin del maestro, quien sufri una verdadera decepcin y abandon el campo y el propsito.

    Pero lo que ha de suceder tiene mucha fuerza, como dicen los portugueses, y estaba de Dios que ese da habamos de or msica.

    As sucedi en efecto; pasando a visitar una de las clases encontramos en ella cerca de veinte criaturitas mujeres, todas de igual tamao, de medio metro de altura a lo ms, todas parecidas y todas de igual edad aparente. La hermana di algunas indicaciones acerca de cada una de ellas y, entre otras, fu examinada con empeo una que haca tiempo se haba quemado la cabeza con agua caliente, no sabemos cmo, y que conservaba una llaga crnica en el cuero cabelludo. El doctor Garao me consult sobre el mtodo curativo y yo le aconsej quela curara con agua fnica; igual consejo puede usted ciar, seor redactor, a las madres para que curen esas lceras que se eternizan sin razn aparente en las criaturas a causa de quemaduras.

    Ya bamos a abandonar esta interesante y diminuta concurrencia, cuando la hermana dijo "cantan tambin".

    No bien acab la hermana de pronunciar sus dos palabras cuando, como movidas por un resorte, las veinte criaturas, inclusive la enferma, nos hicieron or un mes de Mara que no dejaba nada que desear, un mes de Mara lleno de zetas como pronuncian todas las criaturas las palabras que tienen eses.

    En habiendo comenzado no hubo forma de hacerlas callar, por esa tendencia, muy propia. de criaturas, de repetir cien y mil veces el mismo acto. Eso fue tambin conmovedor y yo pens con tristeza en la gracia que le hara. a cada una de las madres el or cantar a su hija tan bien en tan tierna edad.

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    Pasamos luego a otra sala donde estaban cerca de ochenta nias cosiendo u ocupadas en labores. All, en aquella clase, haba tambin enfermas, de la vista principalmente; algunas me parecieron operables; otras, desgraciadamente, no tenan remedio. Haba una afectada de una contractura que poda ser curada por medio de aparatos a propsito. Con este motivo recomend el excelente establecimiento or-topdico de la calle Rivadavia, donde poda hallarse lo que la nia necesitaba.

    Entre las nias de aquella sala haba una que era ciega, sorda y muda. Qu le quedaba ? Olfato y tacto, nada ms, y no por eso estaba menos contenta ni dejaba de comer con apetito, ni de dormir como una bienaventurada ; con lo cual queda probado que ni aun los sentidos son indispensables para una mediana felicidad.

    Ms adelante, en otra sala, encontramos como cuarenta varoncitos, que puestos todos parados unos sobre otros no llegaran a la altura de veinte metros.

    Los pequeos apenas comprendieron que la hermana que los cuidaba les permita un extra de libertad, corrieron hacia nosotros y se agruparon en torno; uno se puso a jugar con la cadena de mi reloj ; otro se pas por debajo de las piernas del doctor Garao, quien no perdi, ni aun por eso, su seriedad ; otros nos miraban con la misma curiosidad que nosotros a ellos y todos parecan locos de contentos, inclusive uno o dos que acababan de salir de graves enfermedades y se hallaban convalecientes.

    Entre ellos conoc al seor don Emilio Castro, cuya fisonoma me pareci semejante a la del ex - gobernador, quiz porque todos tenemos algo de maliciosos y a pesar de que saba que esa criatura debe su nombre a una cesin que hizo del suyo el seor Castro.

    Al pasar por otro pequeo dormitorio, se present una criatura de aire enfermizo y apocado. El doctor Garao me habl de ella y me rog que la examinara; l tema una tuberculosis en la nia, y ella era, desde hacia meses, objeto de sus cuidados. Yo tom a la criatura y la par sobre una cama, la hice cruzar de brazos, respirar, toser y todo lo que necesitaba; la palp, auscult y mir con detencin y ella me dej hacer todo como si fuera una persona mayor.

    Cuento el incidente para decir esto; tal examen habra sido imposible en lo que los mdicos llaman el pblico, es decir, en las casas particulares donde la misma criatura habra gritado a su gusto. Eso nos ensea como la posicin social y las necesidades imperiosas de la vida sealan no slo a los hombres, sino a los nios, que tienen poca comprensin, el lmite de lo que pueden esperar y de lo que deben resistir. La desgracia educa ms que una universidad de profesores y dulcifica ms el carcter, cuando no es excesiva, que la felicidad ms acabada.

    No faltaba ya ms que ver que la parte alta del edificio: subimos a ella, visitamos las piezas limpias, aireadas y llenas de luz, recorrimos la inmensa azotea y gozamos del esplndido espectculo que desde all se presencia. Toda la ciudad, todos sus alrededores, inclusive la Boca, Barracas, Flores y Belgrano pueden ser vistos desde esa azotea y la mirada se encanta descubriendo los detalles de tanta hermosa quinta, tanto edificio, tanto camino y tanto campo cultivado.

    El doctor Garao, que a pesar de su seriedad es patriota y entusiasta por las glorias nacionales o provinciales, hizo observar a la hermana que ese da era da de bandera; la hermana se prometi mandar izarla apenas bajramos y, como para apoyar la observacin del doctor, en aquel momento fuimos sorprendidos por la banda que, libre del maestro y entregada a las solas fuerzas de los pequeos hurfanos, toc el Himno Nacional, que nosotros omos con placer desde la azotea.

    El punto de amor propio de los nios no Ies haba permitido seguir las susceptibilidades del maestro y, solos y por su cuenta, se organizaron y llenaron perfectamente su deseo.

    Nuestra munificencia dot con un peso a cada uno de los doce msicos, con especial

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    encargo del doctor Garao de que no lo emplearan mal, ni en especulaciones de terrenos que no daban ahora ni el inters del dinero.

    En resumen, no tena yo idea de que el Asilo de hurfanos fuera un tan esplndido edifi-cio, que se hallara tan bien organizado y tan bien cuidado. La comisin de seoras que se halla a cargo de l, merece un aplauso ; las virtuosas hermanas que lo atienden inmediatamente, son dignas de la gratitud de este pueblo, y todos los que pueden hacer algo, poco o mucho, por el sostn y progreso de ese hospicio, quizel ms benfico de cuantos existen en la provincia, le deben su proteccin.

    El gobierno debe cuidarlo especialmente y las donaciones de particulares, que son distradas en otros asuntos, encontraran all el empleo ms caritativo.

    Alguna vez, seor redactor, le hablar de este u otros establecimientos, rogndole que los haga conocer para atraer sobre ellos los beneficios del pueblo y de las corporaciones.

    Septiembre de 1874.

    A PALERMO5 Abre, Parque Tres de Febrero, tus anchas puertas, que millares de visitantes acuden a

    buscar en tu seno un momento de olvido y de descanso al trabajo. Prepara tu verde csped fresco y hmedo, para ofrecer a tus huspedes mullida alfombra

    en que asienten su planta agitada. Pide a las ondas que besan tu costa el vapor de sus aguas, para que forme gotas

    cristalinas de roco suspendidas en cada hoja de tus rboles. Llama al viento de la pampa para que, destilndose entre las ramas de tus sauces aosos,

    se transforme en brisa que acaricie el rostro y derrame en l la felicidad de su frescura y el perfume que recogi en tus yerbas.

    Brinda tus curvas avenidas a los paseantes de todas las naciones, que van a verte en un da de gala y a saludar en ti, por primera vez, la obra del arte y los modestos cimientos de un pensamiento grandioso.

    Encarga a los verdes tules de tus negligentes sauces, que formen techo amigable a los que busquen su sombra.

    Y deja, por ltimo, que cada pensamiento lea en los diseos de tus grandes jardines, un epitafio para el antiguo Palermo y un pasaje a la vida del grandioso paseo.

    A la sombra de tus rboles, cunta libertad viene a albergarse! ; en las entraas de tu suelo, cunta lgrima ha ido a perderse!

    All, tras aquellas paredes de ese edificio rectangular y sin gracia, se adivinaba hace veinte aos la mirada sangrienta de un tirano; hoy, tras las rejas separadas, se ven las fieras en sus jaulas, comiendo humildemente el pedazo de carne que les arrojamos; all, en aquel edificio, se educan jvenes distinguidos para la paz y para la guerra; antes, en esta planicie, los secuaces del tirano vagaban en libertad, sin que rejas de hierro impidieran los horrores de sus salvajes instintos.

    Hoy aqu, cunta alegra y bullicio ha nacido y se forma entre los diez mil visitantes que acudieron a la cita! Antes, cunto silencio en los labios y cunta amargura en el corazn de aqullos que avanzaban con paso cauteloso, en demanda de la vida de los suyos, hacia la

    5 Wilde escribi este artculo en noviembre de 1875 cuando la Comisin Auxiliar del Parque 3 de Febrero, presidida por Sarmiento, inaugur la primera seccin del paseo. All en Palermo, donde - como dijo Sarmiento - "el tirano de ejecuciones a lanza y cuchillo termin su reinado el 3 de febrero de 1852", all precisamente est hoy la estatua de quien pronunci dicho discurso inaugural.

  • Librodot Tiempo perdido Eduardo Wilde

    Librodot

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    morada del tirano!

    Aqu fue Palermo, aqu es el Parque Tres de Febrero. Tras las altas montaas que forman la cordillera de los Andes, un hombre de grande

    corazn, prepar con su pluma la cada del tirano; hoy ese hombre, poniendo su planta sobre la tierra ensangrentada, ha cambiado el aspecto de esta lgubre morada, y los obreros del pro-greso han removido la tierra con que llenaron los huecos donde se cav sepultura para tantos argentinos.

    Que los esplndidos follajes de esta vegetacin admirable sirvan hoy de adorno en nuestra fiesta! Que los dolorosos recuerdos se aparten de nuestra mente, ya que sobre la losa que cubre la tumba de la tirana hemos puesto la cuna adornada de flores del naciente paseo !

    Buenos Aires te reclamaba, Parque Tres de Febrero. Alrededor de la gran ciudad no haba ms que polvo y desierto, rayos de sol abrasadores o viento quemante.

    En el lmite de su plantel, ni un rbol, ni un jardn, ni un sitio desahogado, ni una ancha avenida; en sus pequeas plazas, ni sombra, ni frescura, ni vegetacin que cambiara su vida con el veneno de nuestros pulmones.

    Buenos Aires te recibe, Parque Tres de Febrero, como un beneficio de la providencia y cuando la gran ciudad sea vctima de epidemias, a ti pedirn sus habitantes aire puro, salud y fortaleza.

    Buenos Aires se olvida, en tu cuna, de sus dolorosos recuerdos y los hijos que perdieron a sus padres, muertos por el lgubre morador de estos sitios, esperan que les devuelvas, en caudales de salud y de vida, numerosos habitantes para la ciudad del porvenir.

    Dentro de cien aos, tus rboles seculares desafiarn la electricidad de las nubes y el fu-ror de los huracanes; dentro de cien aos, tus grandiosos bosques se mirarn en el agua de tus lagos; dentro de cien aos, tu suelo se hallar sembrado de pequeos y graciosos edificios y de colosales monumentos; dentro de cien aos todo habr cambiado, excepto ese ro embravecido que mandaba sus olas como una protesta cuando la tirana ahogaba a esta tierra, como un murmullo armonioso cuando la libertad germina en su seno. Dentro de cien aos, un piadoso olvido habr sepultado en la nada el recuerdo de los que te combatieron en tu cuna, pero en cada una de tus avenidas, de tus fuentes, de tus cascadas, en cada piedra de tus edificios y en cada tronco de tus rboles aosos, se leer el nombre de los que te formaron.

    Sers eterno, Parque Tres de Febrero, y eterna fuente de vida sern tus auras balsmicas. Los que hoy te visitan habrn desaparecido ya y quiz el melanclico ramaje de tus

    sauces caiga sobre la frente de los que vengan a perpetuar sus recuerdos, en muestra de gratitud, por los esfuerzos de sus antepasados.

    Los que hoy no te visitan no tendrn por esto tus enojos; t les dars, amante, los beneficios de tu cario, y sus hijos y sus nietos protestarn, con su salud vigorosa, contra los sofismas de tus detractores y de los que pretenden herirte, privndose de alegra y de recreo, de aire y de luz.