Tiempo y Modernidad

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1.1.1 - Tiempo y modernidad La modernidad, como ya señalamos, es un proceso de transformación; ahora bien, de transformación direccional e intencional hacia un punto determinado. Esta idea acarrea consigo la noción de un tiempo lineal y causal, es decir; tiempo racionalizado dentro de las leyes del mercado de intercambios. Esto mismo es el ánima tras la idea del progreso; que será desde aquel momento al que referíamos el centro del discurso estatal y empresarial. “El progreso suponía una nueva concepción del tiempo como línea recta en contraposición al tiempo circular y reiterativo de los orientales y de los pueblos precolombinos (…). No es casual que el reloj fuera inventado precisamente en el siglo XVI, y antes que en otra parte se difundiera en los países capitalistas, Inglaterra, Holanda y Alemania.” 1 El tiempo se redefine como una categoría cada vez más exacta y milimétrica de ordenamiento. Esto conlleva niveles más refinados de eficiencia y exactitud productiva, pues el tiempo se torna exacto y objetivo y es utilizado como aparato de control. El nuevo tiempo redefine un paisaje mítico, la razón central de la cosmovisión moderna, el sentido del tránsito humano dentro de la recta temporal, en palabras de Habermas Pero la conciencia moderna del tiempo prohíbe toda idea de regresión, toda idea de un retorno inmediato a los orígenes míticos.” 2 Esta misma idea, la de que la modernidad es la causante de la caída en el 1 Matamoro, Blas. El asedio a la modernidad, crítica del relativismo cultural. Editorial sudamericana. Buenos Aires. 2004 2 Habermas, Jürgen. El discurso filosófico de la modernidad. Taurus. 1989

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Teoría literaria

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1.1.1- Tiempo y modernidad

La modernidad, como ya señalamos, es un proceso de transformación; ahora

bien, de transformación direccional e intencional hacia un punto determinado.

Esta idea acarrea consigo la noción de un tiempo lineal y causal, es decir;

tiempo racionalizado dentro de las leyes del mercado de intercambios. Esto

mismo es el ánima tras la idea del progreso; que será desde aquel momento al

que referíamos el centro del discurso estatal y empresarial. “El progreso

suponía una nueva concepción del tiempo como línea recta en contraposición

al tiempo circular y reiterativo de los orientales y de los pueblos precolombinos

(…). No es casual que el reloj fuera inventado precisamente en el siglo XVI, y

antes que en otra parte se difundiera en los países capitalistas, Inglaterra,

Holanda y Alemania.”1

El tiempo se redefine como una categoría cada vez más exacta y milimétrica de

ordenamiento. Esto conlleva niveles más refinados de eficiencia y exactitud

productiva, pues el tiempo se torna exacto y objetivo y es utilizado como

aparato de control.

El nuevo tiempo redefine un paisaje mítico, la razón central de la cosmovisión

moderna, el sentido del tránsito humano dentro de la recta temporal, en

palabras de Habermas “Pero la conciencia moderna del tiempo prohíbe toda

idea de regresión, toda idea de un retorno inmediato a los orígenes míticos.”2

Esta misma idea, la de que la modernidad es la causante de la caída en el

sinsentido será cuestionada desde nuestra posición, la modernidad viene a

plantearse en la envergadura discursiva de cualquier otro gran mito de génesis

y destino; redefiniendo las categorías de ordenamiento social conforme a un

plan pseudo divino y sacralizado, establecido por las ciencias económicas y

sico-políticas (también llamadas humanas) en pos de un ordenamiento de

acuerdo a las nuevas nociones de realidad y entendimiento.

1.1.2- El mito de la modernidad

Este ya señalado procedimiento de cientifización o tecnologización del

proceder humano, lo que imposibilita el retorno al mito primitivo, es el

1 Matamoro, Blas. El asedio a la modernidad, crítica del relativismo cultural. Editorial sudamericana. Buenos Aires. 20042 Habermas, Jürgen. El discurso filosófico de la modernidad. Taurus. 1989

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entramado simbólico y teórico por el cual pasarán todas las construcciones

humanas para ser reinterpretadas dentro de las sociedades modernas. La

razón instrumental es el prisma desde el que se rearticularán la historia, la

religión, la técnica y los símbolos.

Nos enfrentamos pues a un nuevo macrodiscurso social, que reestructura los

símbolos previos, reordenándolos en torno a nuevas jerarquías de criterios que

venían gestándose desde los inicios del cogito iluminista. En palabras de

Casullo: “(…) la modernidad es un mundo de representaciones que, desde la

titánica lucha de la Razón ordenadora, refundó valores, saberes y certezas.

Estableció paradigmas para la acción y la reflexión, para la crítica y la utopía.

Fijó identidades para la multiplicidad de lo real, denominadores comunes para

el acceso al conocimiento y códigos de alcance universal para interiorizarse

sobre las cosas y los fenómenos.”3

El quehacer cultural sufre un quiebre con respecto a viejas formas de entender

y relacionarse con el medio. Modernidad es por tanto, no solo un proceso de

cambio, sino también de ruptura profunda con viejos modelos de

comportamiento y pensamiento. Es el nuevo discurso eje sobre el cual se han

de articular las sociedades actuales. Como señalara Habermas

“Por un lado, la ilustración historicista no hace más que reforzar las

escisiones que las adquisiciones de la modernidad llevan anejas y que

cada vez se hacen sentir con más fuerza; la razón que se presenta en

esa forma cuasirreligiosa que es el humanismo culto ya no desarrolla

ninguna fuerza sintética capaz de sustituir el poder unificante de la

religión tradicional. Por otro lado, la modernidad tiene cerrado el camino

de vuelta a una restauración. Las imágenes religioso-metafísicas de las

viejas civilizaciones son ellas mismas ya un producto de la ilustración,

demasiado racionales, por tanto, para poder oponer todavía algo a la

ilustración radicalizada que la modernidad representa.”4

3 Casullo, Nicolás. El debate modernidad-posmodernidad: edición ampliada y actualizada. Retórica. Buenos Aires. 2004.4 Habermas, Jürgen. El discurso filosófico de la modernidad. Taurus. 1989

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Modernidad, según Habermas, es en sí misma una crisis; un proyecto mítico

condenado al fracaso pues ha cerrado todas las puertas por donde podría

encontrar un asidero simbólico que lo valide como discurso unificador y

totalizante, con el pasar de los años la razón ya no es suficiente como

justificación de un macroproyecto social que pretenda de una u otra manera

posicionarse en el nicho vacío de los mitos y las creencias. Esto se explica en

que el discurso modernista y progresista se establece reemplazando el sitio

que antes ocupara la idea de nación y libertad, y antes de eso la religión y la fe.

Esto mismo es lo que nos lleva a considerar a la modernidad como un

macrodiscurso, de un espesor simbólico muy complejo, semejante al de los

mitos religiosos de la antigüedad clásica. Esto no es otra cosa más que decir

que lo mitificado ya no es la religión, ya no el heroísmo patrio, sino el mismo

tecnodiscurso progresista que cohesiona los fines sociales en pos de una meta

a futuro. Esto mismo lo señaló Xabier Rubert de Vantos al decir:

“La primera y principal de estas ideologías (ideologías de la modernidad)

–que, por hallarse en la matriz de todas las demás, bien podrías

llamarse, también, mitología- es la ideología del Progreso y el Futuro.

Ideología que adquiere por fin su carta de legitimidad religiosa con la

idea cristiana de una Redención temporal en el mundo (primer esbozo

de una Filosofía de la Historia progresista), y que alcanza o recupera su

formulación laica en la moderna ideología de las luces.”

1.1.3- El progreso

“La idea de modernidad surge al mismo tiempo que la de progreso, y está

indisolublemente unida a ella”5

Si en el pasado los ejes sobre los que se cimentaba la sociedad apelaban a la

definición identitaria de grupos determinados para generar cohesión y sentido

de pertenencia; bases simbólicas entregadas por las ideas de nación y religión,

actualmente no se observa ninguna diferenciación con esa idea, ninguna es

5 Subirats, Eduardo. En: el debate modernidad-posmodernidad: edición ampliada y actualizada. Retórica. Buenos Aires. 2004.

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una exageración ya que el lugar que antes ocupaban nación y religión ha sido

llenado por la idea del progreso. La función aglutinadora en la sociedad ha sido

transmitida a la noción del mito progresista (eje discursivo de la modernidad).

El progreso no es otra cosa más que la suspensión del presente en pos de una

promesa de redención futura, una meta cultural que valida de manera absoluta

el quehacer de una sociedad completa, se remata la idea de un presente por

una promesa de salvación.

Nuestra idea de progreso va de la mano con el desarrollo técnico y la

especialización, cada vez mayor del conocimiento teórico. Estos dos ámbitos

definen la idea de una sociedad tecnológico/industrializada, abocada en los

aparatos de producción. La industria es en este sentido el síntoma más

característico de una sociedad progresista, que busca refinar su quehacer

técnico e intelectual por que desde esos ámbitos del saber y del hacer es

desde donde se definirá la valía de una sociedad, es decir; la identidad de sus

dioses. Según Blas Matamoro:

“La idea de progreso, de desarrollo evolutivo, está indisolublemente

asociada a la de unidad del género humano y universalidad de la

historia. (…). Del mismo modo que el universalismo, la noción de

progreso estaría reducida, según los relativistas, a un determinado

período que parte del siglo XVIII y a una determinada sociedad, la

occidental. (…). El progreso parece hoy un concepto tan decadente

como su opuesto, la decadencia. Tiene el aire anticuado de un objeto

kitsch de la Belle Epóque.”6

El progreso es entonces una idea aglutinadora, que busca definir una

universalidad racional sobre la historia humana y su porvenir. Es, al igual que el

concepto de tiempo, una forma de control social cimentada en la difusión

propagandística de sistemas simbólicos muy semejantes, por no decir iguales a

los mitos. Nietzsche, llevando la crítica a un súmmum poético/aforístico

6 Matamoro, Blas. El asedio a la modernidad, crítica del relativismo cultural. Editorial sudamericana. Buenos Aires. 2004

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declara: “El ‘progreso’, no es otra cosa que una idea moderna, esto es, una

idea falsa.”7 Continuando con esta misma idea Wellmer señala:

“Esa razón tiene su propia imagen de la historia: la del progreso, tal

como se esboza en el inacabable progreso técnico y económico de la

sociedad moderna. La razón —es decir, sus representantes— confunden

ese indudable progreso con un progreso a mejor. En su opinión se trata

de un progreso de la humanidad, hacia la razón, precisamente. En ese

juego de palabras resuena el hecho de que la Ilustración esperaba algo

distinto y mejor que los meros progresos técnicos, económicos y

administrativos: liquidar la locura y el dominio al acabar con la ignorancia

y la pobreza.”8

Ahora bien, progreso según Wellmer no es otra cosa más que un movimiento

de la humanidad hacia la razón, es decir, hacia el proyecto iluminista ya en

crisis desde principios del siglo pasado.

Podemos suponer lo siguiente, la modernidad nace desde una crisis, la del

paradigma de la ilustración racional. Son procesos similares que buscan

centrar el quehacer humano desde el discurso de la razón. Es decir, la

modernidad se gesta durante la ruptura del discurso de la ilustración, no

superándolo sino sublimándolo como centro inmóvil de la nueva religión

tecnocrática sobre la que se cimentará el quehacer humano desde el inicio de

la industrialización mercantilista.

1.1.4- El lugar de la modernidad

“La ciudad capitalista es la geografía central de lo moderno (…) La ciudad

infinita, el mercado capitalista centrifugador, la multitud febril, la cultura

masificada, el milagro de la administración social, la abstractizada relación

humana a través del dinero, la mercancía y una abarcante industria

consumista”9

7 Nietzsche, Friederich. Obras completas, IX. Buenos Aires. Aguilar. 1951.8 Wellmer, Albrecht. Sobre la dialéctica de modernidad y posmodernidad, la crítica de la razón después de Adorno. Visor distribuciones, 19859 Casullo, Nicolás. El debate modernidad-posmodernidad: edición ampliada y actualizada. Retórica. Buenos Aires. 2004.

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Si la modernidad puede ser definida conforme a un topos, dicho lugar sería la

urbe. Tecnologización, desarrollo y progreso generan una amalgama donde la

maquinaria productiva es la contracara de la conciencia social, mitad latón

mitad carne, ambas partes cooperando en pos de la sustentación de la utopía

mercantilista tecnológica. Entendemos la conciencia social como una noción de

pertenencia a un todo aglutinado por premisas de semejanza (en cualquier

caso parentesco ora sanguíneo o cultural) conjugando un sitio donde confluyen

lo babélico, en lo heterogéneo de sus partes, con lo homogéneo, el discurso

que cimienta la razón de pertenencia, la unicidad, la razón central que nos

define como compatriotas, afiliados, trabajadores de una misma empresa,

militares sirviendo a un mismo ideal, a pesar de nuestras diferencias.

La urbe moderna es la declaración del futuro, del progreso y sus logros, solo

dentro de ella la modernidad se hace latido perceptible, concreto y abrumador.

Por momentos la misma ciudad pareciera hablar por medio de las

propagandas, recordándonos cuales son las razones y motivos que nos hacen

seres humanos, ciudadanos, consumidores, espectadores o usuarios.

La relación de dependencia queda fichada dentro de los márgenes del espacio

físico y sicológico que es la urbe, el ser humano no es ajeno a este nuevo

medio ambiente, no es particularmente responsable de la maquinación histórica

que desencadena en el crecimiento desmedido de estos espacios de cemento

concebidos más para máquinas que para personas.

La urbe es el nicho donde se posiciona la modernidad, sin ella es imposible el

desarrollo refinado de tecnología, de grupos de trabajo hiperventilados

buscando subir sus cifras de producción. “Los paisajes de la modernidad

organizan el discurso cultural que se sostiene y diseña su ámbito asentándose

en el desarrollo urbano (…), esta dinámica va produciendo un imaginario de

ruptura que se textualiza en instancias plurales”10 La urbe es el lugar donde se

concretan los sueños del proyecto modernista; en este sentido podemos

10 Pizarro, Ana. El sur y los trópicos, ensayos de cultura latinoamericana. Cuadernos de América sin nombre.

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interpretar a la ciudad tecnologizada como un gran laboratorio social donde se

ponen a prueba las nuevas y más descabelladas teorías de control social y

desarrollo tecnológico.

1.1.5- Fragmentación en la urbe

El espacio urbano modernizado posibilita la creación de nuevos discursos y

diversas formas de pensamiento, el sujeto ya no solo es entendido en un

sentido de localidad, las pertenencias son más extensas, por no decir infinitas;

esto mismo es lo que podríamos llamar la “desterritorialización de la

pertenencia”, ya no se es de un lugar, más bien se representan ideas, grupos

informes de trabajo definidos dentro de las lógicas mercantilistas de

producción. En este mismo sentido el concepto de nación entra en crisis, las

decisiones que afectarán de manera real y profunda las vidas de las personas

se toman mayoritariamente a puertas cerradas por un comité anónimo de

representantes y accionistas de gigantescos monstruos transnacionales que

poca importancia dan a las realidades particulares de todos quienes serán

afectados por sus decisiones. La idea de un gobierno centralizado que filtra

dichos procesos en beneficio de sus corderos, ciudadanos; es ya obsoleta. El

gran mercado internacional define las políticas interiores y exteriores de la vida

nacional.

La urbe tecnologizada puede ser entendida como un tiempo sin tiempo, o un

lugar sin pertenencia. Es decir, dentro de la urbe tecnologizada conviven

tiempos distintos, nociones premodernas y agrarias, localistas y diferenciadas

de la vida en sociedad junto con sistemas de producción altamente

desarrollados y tecnologizados conocidos como conglomerados, o empresas, o

industrias.

“El presente11 que habitamos mostraría una fragmentación extrema de la

experiencia del hombre, manejado por las lógicas de lo tecno-urbano-

masivo-consumista. Fragmentación que no podría retornar a ningún

valor, plan o cuerpo simbólico integrador de los significados. Mostraría

11 Para nosotros este presente es el lugar, es decir la urbe tecnologizada

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un desvanecerse de lo real, donde las mediaciones comunicativas

totalizantes, las lenguas masificadoras, los mundos tecnoproductivos

cotidianamente, y la cibernetización de la memoria y el hacerse de las

cosas construyen un nuevo escenario de la vida en el cual la realidad

muere si carece de tecnointermediaciones, y donde lo único “real”

visible, audible, es el residuo cadavérico de la realidad.”12

Esto mismo, este sentido de precariedad y fragmentación, es expresado en la

variedad de culturas, lenguas y creencias que conviven dentro del cascarón de

metal y cemento que es la urbe, haciendo indiscernible una realidad última y

sólida tras lo aparente y caótico. La urbe tecnologizada es un sitio donde todo

encuentra cabida pues todo se somete a las leyes del libre intercambio

mercantilista, sin una moral que filtre las leyes del mercado13.

Todo está tan debilitado en su condición de realidad por la magnitud de

interpretaciones que resulta muy difícil ver a la realidad como algo más que un

espectro. Esto mismo es lo que denominaremos fragmentación, pues el sujeto

enfrentado a este pastiche cultural y temporal se sitúa desde una realidad

diferenciada que lo acerca y lo separa de diversos grupos de pertenencia. Es

decir, el proceso que forma la identidad del sujeto lo asemeja y divorcia de

otros sujetos que conviven con él mismo dentro de la urbe; muchas veces, sin

tener nada en común más que un momento de roce en los vagones del metro.

1.1.6- ¿Qué es la modernidad?

Dentro de esta primera parte de nuestro marco teórico hemos pretendido

establecer ciertas características que nos ayudaran a dilucidar de manera

eficaz y precisa una definición de modernidad. Una idea general del marco

referencial de teorías e ideas que orbitan el concepto. Establecer una definición

más acabada es imposible dada la condición problemática de la idea.

12 Casullo, Nicolás. El debate modernidad-posmodernidad: edición ampliada y actualizada. Retórica. Buenos Aires. 2004.13 Al menos no una moral clara y de una sola línea, que no deje entrever un procedimiento económico tras las éticas del mercado.

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Esta idea de modernidad solo puede ser comprendida por su dependencia con

respecto al modelo de pensamiento que la defina, es decir, de acuerdo a fines

políticos y filosóficos. Por esto mismo encontrar una sola definición capaz de

retratar de manera imparcial la idea central, el núcleo del concepto, es

imposible. Aún así, hemos podido señalar ciertas características generales que

nos ayudarán ha establecer una comparación con las denominadas

modernidades latinoamericanas (modernidades periféricas) para así,

finalmente, llegar ha establecer una caracterización más o menos coherente de

nuestra propia modernidad nacional. Para cerrar esta primera parte de nuestro

marco teórico podemos establecer, citando a Nietzsche y a Berman

respectivamente, que modernidad es:

“En estos puntos cruciales de la historia, se encuentran yuxtapuestos y

confundidos entre sí una especie de ritmo magnífico, múltiple en

rivalidad con el desarrollo, y una destrucción y autodestrucción enormes,

debidas a egoísmos violentamente opuestos entre sí, que estallan,

luchan por el sol y la luz, incapaces de encontrar cualquier tipo de

limitación, de control, de consideración dentro de la moral que tienen a

su disposición (…) Nada sin motivos, ya no más fórmulas comunes; una

nueva alianza de malas interpretaciones y falta de respeto mutuas;

decadencia, vicios y los deseos más supremos burdamente unidos entre

sí, el genio de la raza fluyendo sobre las cornucopias del bien y el mal;

una simultaneidad fatal de primavera y otoño (…) Una vez más está el

peligro madre de la moral –un gran peligro- pero que se desplaza hacia

el individuo; hacia lo más cercano y lo más querido, hacia la calle, hacia

nuestros propios hijos, nuestro corazón, nuestros rincones interiores más

secretos del deseo y la voluntad”14

“Existe un modo de experiencia vital –la experiencia del tiempo y del

espacio, de uno mismo y de los demás, de las posibilidades y peligros

de la vida- que es compartido por todos los hombres y mujeres de todo

el mundo. Llamaré a este conjunto de experiencias <modernidad>. Ser

moderno es encontrarse en un ambiente que promete aventuras, poder,

14 Nietzsche, Friedrich. Más allá del bien y del mal. Edaf

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alegría, desarrollo, transformación de uno mismo y del mundo, y que, al

mismo tiempo, amenaza con destruir todo lo que tenemos, todo lo que

conocemos, todo lo que somos. Los ambientes y las experiencias

modernas traspasan todas las fronteras de la geografía y las etnias, de

las clases y las nacionalidades, de las religiones y las ideologías: en este

sentido se puede decir que la modernidad une a toda la humanidad.

Pero se trata de una unidad paradójica, una unidad de desunión: nos

introduce a todos en un remolino de desintegración y renovación, de

lucha y contradicción, de ambigüedad y angustia perpetuas, Ser

moderno es formar parte de un universo en el que, como dijo Marx,

<Todo lo sólido se desvanece en el aire>”15

Frente a estas categorizaciones de orden filosófico podemos establecer que la

modernidad pretende ser universal, que desestructura patrones de

comportamiento estableciendo nuevos criterios de orden que abren una gama

de posibilidades antes cerradas, pero que tanto como abre hacia futuro, cierra

posibilidades de retorno hacia un tiempo caracterizado como un pasado mítico-

romántico, la patria mítica perdida. Es decir, es el discurso que cimienta la

autocomprensión del hombre más alejado del primer hombre que ha habido en

la historia, el más moderno, es decir, el hombre contemporáneo en

contraposición al adán mítico.

15 Berman, Marshall. Todo lo sólido se desvanece en el aire. Editorial Siglo XXI