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64 El Búh arca de noé MARTHA CHAPA toda una historia edro Friedeberg transita en su juventud por la arqui- tectura y el diseño para convertirse después en un notable artista. Ahora, al cumplir ya medio siglo en el mundo del arte, confirma de nueva cuenta su talento. Desde sus inicios mostró una rebeldía creativa, que lo condujo a participar, allá por los años sesenta, en movi- mientos de ruptura frente a los moldes convencionales. En su obra, tan vasta como atractiva, irradia creativi- dad e ingenio, con toques surrealistas. Cómo no recordar esos trazos geométricos con audaz perspectiva que navegan en el desbordado caudal de la ima- ginación. Piezas de notable originalidad, misma que se evi- dencia desde sus afortunados títulos, plagados de neolo- gismos. Hoy, con mérito sobrado, su obra ocupa varias salas en el Museo de Bellas Artes, como un homenaje a sus valiosas aportaciones a la plástica mexicana. La muestra, que permanecerá hasta el 31 de enero de 2010, nos va deslumbrando lo mismo con sus primeros tra- bajos que con sus creaciones de fechas recientes, lo que denota una constancia y estilo propio, si bien sus motivos se transforman o varían al paso del tiempo. Son casi doscientas obras que reúne esta exposición titulada: Pedro Friedeberg: arquitecto de confusiones impe- cables, que de entrada nos mueve hacia la ironía y el sar- casmo. Todas y todos los habitantes de la ciudad de México –y también quienes vengan de visita– deberían ser testigos de este acontecimiento cultural que incluye óleos, serigrafías, arte objeto y mobiliario, todos con el sello de la originali- dad y por momentos con un sesgo provocador, como su ya emblemática silla en forma de mano, que sigue seduciendo al espectador, pese a que al propio autor le parezca ya obvia y muestre su preferencia por otras obras menos conocidas, con lo cual nos revela, a la vez, su agudo sentido del humor. Por cierto, recuerdo otra de sus recientes exposiciones, ésta en el Museo de la Acuarela, que resultó una muestra en verdad espléndida, por lo que creo que debieron agregarse algunas de las obras ahí expuestas en la retrospectiva que ahora se exhibe. Si bien Pedro Friedeberg no nació en México, sino en Florencia, en 1936, llegó a estas tierras siendo muy peque- ño, por lo que su producción tiene evidentes rasgos de la cultura popular mexicana, junto a un evidente cosmopoli- tismo. Sus estudios de arquitectura y la influencia del gran escultor Mathias Goeritz nutrieron, asimismo, varias de sus concepciones artísticas. La exposición en Bellas Artes nos permite adentrarnos en una obra renovadora, conocer más de sus composicio- nes antitéticas ante el muralismo y las nociones del llama- do arte nacionalista, aunque no desprovistas de un sentido crítico e irónico de la realidad, que puede llegar tanto al ab- surdo como a angustiantes laberintos. Por tanto, una propuesta que amerita difundirse más allá de los muros de un museo y encontrar otros espacios en los medios audiovisuales, que la vinculen con otras ge- neraciones para enriquecer la educación, la cultura y el ar- te, así como a los grandes creadores de nuestra tierra. Noviembre de 2009. [email protected] www.marthachapa.net P Martha Chapa

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El

harca de noé

MARTHA CHAPA

toda una historia

edro Friedeberg transita en su juventud por la arqui-

tectura y el diseño para convertirse después en un

notable artista. Ahora, al cumplir ya medio siglo en

el mundo del arte, confirma de nueva cuenta su talento.

Desde sus inicios mostró una rebeldía creativa, que

lo condujo a participar, allá por los años sesenta, en movi-

mientos de ruptura frente a los moldes convencionales.

En su obra, tan vasta como atractiva, irradia creativi-

dad e ingenio, con toques surrealistas.

Cómo no recordar esos trazos geométricos con audaz

perspectiva que navegan en el desbordado caudal de la ima-

ginación. Piezas de notable originalidad, misma que se evi-

dencia desde sus afortunados títulos, plagados de neolo-

gismos.

Hoy, con mérito sobrado, su obra ocupa varias salas en

el Museo de Bellas Artes, como un homenaje a sus valiosas

aportaciones a la plástica mexicana.

La muestra, que permanecerá hasta el 31 de enero de

2010, nos va deslumbrando lo mismo con sus primeros tra-

bajos que con sus creaciones de fechas recientes, lo que

denota una constancia y estilo propio, si bien sus motivos

se transforman o varían al paso del tiempo.

Son casi doscientas obras que reúne esta exposición

titulada: Pedro Friedeberg: arquitecto de confusiones impe-

cables, que de entrada nos mueve hacia la ironía y el sar-

casmo.

Todas y todos los habitantes de la ciudad de México –y

también quienes vengan de visita– deberían ser testigos de

este acontecimiento cultural que incluye óleos, serigrafías,

arte objeto y mobiliario, todos con el sello de la originali-

dad y por momentos con un sesgo provocador, como su ya

emblemática silla en forma de mano, que sigue seduciendo

al espectador, pese a que al propio autor le parezca ya obvia

y muestre su preferencia por otras obras menos conocidas,

con lo cual nos revela, a la vez, su agudo sentido del humor.

Por cierto, recuerdo otra de sus recientes exposiciones,

ésta en el Museo de la Acuarela, que resultó una muestra en

verdad espléndida, por lo que creo que debieron agregarse

algunas de las obras ahí expuestas en la retrospectiva que

ahora se exhibe.

Si bien Pedro Friedeberg no nació en México, sino en

Florencia, en 1936, llegó a estas tierras siendo muy peque-

ño, por lo que su producción tiene evidentes rasgos de la

cultura popular mexicana, junto a un evidente cosmopoli-

tismo. Sus estudios de arquitectura y la influencia del gran

escultor Mathias Goeritz nutrieron, asimismo, varias de sus

concepciones artísticas.

La exposición en Bellas Artes nos permite adentrarnos

en una obra renovadora, conocer más de sus composicio-

nes antitéticas ante el muralismo y las nociones del llama-

do arte nacionalista, aunque no desprovistas de un sentido

crítico e irónico de la realidad, que puede llegar tanto al ab-

surdo como a angustiantes laberintos.

Por tanto, una propuesta que amerita difundirse más

allá de los muros de un museo y encontrar otros espacios

en los medios audiovisuales, que la vinculen con otras ge-

neraciones para enriquecer la educación, la cultura y el ar-

te, así como a los grandes creadores de nuestra tierra.

Noviembre de 2009.

[email protected]

P

Martha Chapa

arca

de

noé

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MARCO AURELIO CARBALLO éxito. Vladimir Nabokov: Desde mi juventud mi credo políti-

co se ha mantenido frío, como una vieja roca gris. Libertad de

palabra, libertad de pensamiento, libertad de arte.

Luis Spota: He visto arribazones de políticos que llegan,

otros se quedan por ahí. Ellos se van, nosotros nos quedamos.

Sé cómo hablan, cómo se comportan en situaciones ridículas,

o su grandeza. He conocido a gente relacionada con el hampa

política.

Mario Vargas Llosa: Un escritor no puede dar igual

valor a la literatura y la política sin fracasar, como escritor y tal

vez como político. Es muy importante que los escritores actúen

con críticas, ideas, usando su imaginación. Pero también que

no permitan que la política invada ni destruya la esfera litera-

ria, el reino creativo del escritor. Cuando ocurre mata al escri-

tor y lo convierte en un propagandista.

El caso de la mochila roja

Feldespato quiso poner oídos sordos al tipo moreno, semi-

calvo, camisa y pantalones oscuros, que hablaba con vehe-

mentes susurros por su celular. Cretinazos, pensó. Veo un

árbol de coco, decía el tipo. ¿Estás por ahí? ¿Tú me ves? Fel-

despato ubicó el árbol. Era una palmera mula, o como se

llame. Sólo produce un gran abanico de verdor. Vio otros árbo-

les donde podían posarse los zanates. Esa mañana otoñal,

sintió el magín efervescente. Había dejado los jaiboles para

emprender un esprín en la escritura. Ignoraba si atribuir tal

ebullición a litro y medio de café diario. Feldespato buscó so-

siego en el horizonte verdiazul viendo a través del ventanal.

Minutos antes, habían interceptado al tipo del celular.

Llamó la atención cuando serpenteaba por entre las personas

“La política, mundo sucio y podrido”

piniones de escritores que forman parte de la

“Biblia del narrador”, libro inédito del reportero:

Julian Barnes: Los novelistas que piensan que

sus escritos son un instrumento político degradan la literatura

y exaltan neciamente la política… El escritor que imagina que

la novela es la forma eficaz de participar en política suele ser

mal novelista, mal periodista y mal político. Saúl Bellow: En

política, siempre lleva ventaja el hombre sin principios, el brutal

el loco… La democracia no puede prosperar si los dirigen-

tes carecen de pedagogía o capacidad de brindar consuelo.

Emmanuel Carballo: El gobierno casi fabrica a los escritores.

Decide quién es bueno y a quién premiar. Muchos escritores han

sido unos truhanes, unos sinvergüenzas… Anton Chéjov: Los

escritores sólo deben dedicarse a la política para protegerse de

la política. Gabriel García Márquez: Tarde o temprano la

gente le cree más a los escritores que al gobierno.

Günther Grass: No hay que dejarle la política sólo a los

partidos. Es peligroso. Jorge Ibargüengoitia: Hay que tomar

la política con cierto cinismo y, dada la situación, no hay acti-

tud honesta. En el fondo somos partícipes de lo mismo. Es-

tamos en el ajo. John Le Carré: Después de haber derrotado

al comunismo tenemos que hallar la manera de derrotar al ca-

pitalismo. Henry Miller: La política es un mundo sucio y po-

drido. Lo degrada todo. Para ser político uno tiene que ser

indocto, un poco asesino, dispuesto a ver a la gente sacrifica-

da y asesinada por una idea, buena o mala. Son los que tienen

O

que le antecedieron bajo el arco detector de metales. El agente

antinarcóticos veía la credencial y examinaba al cuarentón, de

barba recortada y entrecana. Gafas de miope. Al hombro llevaba

una mochila roja y negra. Este pasajero, se dijo Feldespato,

podría ser el doble del primer presidente de la URSS, Vladimir

Ilich Lenin (1870-1924).

Lenin II caminó a grandes zancadas hacia el avión cuando

llamaron a abordar. Ahí le dio alcance a Feldespato. Se volvió a

la mitad de la escalerilla y levantó la mano para despedirse... Al

fondo se veía el edificio con sus ventanales polarizados. Quién

sabe cómo, a la puerta del avión, Lenin II hizo dos quiebres y

ya estaba adelante de Feldespato. Éste sintió ganas de darle un

zape a la coronilla lisa. La mochila tenía impresa una leyenda.

“Par....”, empezaba y terminaba con “...ajo”. Lenin II la dejó en

un compartimento de primera clase. Llamó la atención del pa-

sajero alto, de sombrero, cabellos demasiado rubios, más blan-

ca la zona entre la nariz y el labio como si le acabaran de rapar

el bigote. Se parecía a... No, él estaba refugiado en la embaja-

da de Brasil en Tegucigalpa orinando sangre. Primera clase

estaba llena. Feldespato pudo leer completa la leyenda en la

mochila: “Partido del Trabajo”.

El tipo caminó hasta la fila veintidós, en la ventanilla.

Feldespato iba junto a él, en el pasillo. De reojo vio en el pes-

cuezo de Lenin II, abajo de la oreja, un tumor tamaño garban-

zo. Feldespato acababa de ver a James Bond cuando le extirpan

a navajazos del antebrazo un micrófono transmisor.

¿Por qué Lenin II había dejado la mochila en primera clase

si le asignaron el asiento a tres filas de los baños? ¿Iba a esta-

llar la bomba a la puerta de entrada, a diez mil pies sobre el

nivel del mar del vuelo Tapachula-DF? Lenin II moriría tam-

bién. A Feldespato le pareció ilógico. El pasajero podía acer-

carse a primera clase durante el vuelo y tomar la talega y ame-

nazar a la azafata conque llevaba adentro una bomba. El

objetivo era llevar el avión a Honduras. Ella reiría y le asesta-

ría un golpe en la pelona con la charola de las bebidas de pri-

mera, para los pasajeros de primera. En la mochila encontraría

unos botes de jugo. Nada original. Pero ¿y si la bomba estalla-

ba y la azafata salía disparada por el techo del avión?

No, Lenin II usaba el celular porque sus cómplices activa-

rían el explosivo desde la terminal, mientras el avión estuviera

en tierra. Iba a estallar encima de la cabeza del presidente Ze-

laya, de Honduras, sin bigote y cabello pintado de rubio huevo.

El esbirro de Micheletti saldría huyendo por el baño de atrás.

Pero no. Era el magín efervescente de Feldespato. Si alguien

estaba a punto de estallar era Lenin II, presa de un frenesí tan

explosivo como tres cartuchos de TNT. Había seguido emitien-

do susurros enérgicos. Te quiero, decía, mano en el corazón.

Estoy a punto de despegar... Cuídate, Chaparra... Te quiero mu-

cho”. Reacomodándose, Feldespato cerró los ojos. ¡Bah!, se

dijo, ¿no que la realidad superaba la ficción?

Cómo burlar al fisco

Conde, me has hecho reír. Pero no está en mi naturaleza darme

por muerto. Lo tomaría como vivencia. Pero temo perfeccionar

el error al ponerme con Cara de Niño a las patadas, y “voy

pa´dentro”. Es buena idea que medio millón, un millón de con-

tribuyentes le diga al mensajero de las multas “ese güey está

muerto”. Buena oportunidad para organizar jenízaros de pan-

teones y de urnas con cenizas. Aumentaría la tasa de empleos.

Despreocúpate, pronto aparecerá un Barzón II antifisco. ¿Ha-

brá hecho escuela quien ahora es diputado?

Mi problema es la aversión a ir en grupo. Pero no juego

“solitarios”, pues mi capacidad de concentración es mínima. Ig-

noro si hay otro oficio en el cual sea requisito actuar a solas.

Encontré el mío y sólo burro cambio de penco a medio río, ¿o

serán tres cuartos? En el oficio más lindo del mundo me sien-

to cual mojarra en el Tescuyuapan, rumbo al Pacífico. Además

estos contratiempos dan tema. El fisco. Las multas. Dejé de

encajar descargas de adrenalina cubriendo guerras. Ahora ocu-

rre por defenderme de la entidad autorizada por la ley a perse-

guir y a triturar al causante cautivo, el gobierno fallido.

El ciudadano está harto de cuanto opinan los políticos.

Por ejemplo, exponer tres años después cómo van a hacerle

para reencauzar al país. Los diez puntos parecen tan olvidados

como Cantinflas. ¿Por qué no dicen de plano cuántos años quie-

ren gobernar, mientras aprenden el tejemaneje de “la cosa”

pública.

66

El

h

Podrían pedir prestado 300 mil millones y pico de pesos

para dejarnos tranquilos a quienes vamos de salida y desea-

mos que nos den por muertos, sin tomarle el pelo al torpe

mensajero fiscal. Quizá los bisnietos hallen un modus vivendi

sin sobresaltos mientras la derecha o la izquierda grita ¡eure-

ka! sí aprenden a gobernar y a administrar. “Hojalata”, dicen

los chavos, no sea demasiado tarde. Porque la mezcla mexica-

na del petróleo, afirman los catastrofistas, es puro lodo.

En el siglo 20, los niños querían ser mordelones, después

narcos y ahora diputados. Un amigo ya no le pedirá a sus muje-

res un dictamen sobre el IQ sino la promesa ante notario de

que le dejará su curul horas después de tomar posesión. No

vayan a cobrar la primera dieta, o se afilien al partido de Jua-

nito. Era mejor tener a Cantinflas de candidato para echar rela-

jo. ¿Aunque sea del Soconusco, un conde está exento del pago

al fisco?

Viñetas del otoño

Chicas de hoy: Las tres adolescentes suben risa y risa al micro

y poco a poco llegan hasta la parte trasera. En la siguiente

parada, dos de ellas, güeritas granujientas, consiguen sentarse

en la banca a lo largo del vehículo. Han estado lanzándole pu-

llas a la tercera, una morena obesa de gafas graduadas. ¡Pero,

Mayeli!, grita una de las güeras con erupciones de acné por

doquier, ¡¿no te sientes mal de haber perdido la virgini-

dad?! Los hombres se vuelven a ver a Mayeli. Las mujeres

parpadean. La verdad, la verdad, contesta Mayeli, me sentía

mal pero cuando era virgen.

*

Virus: Voy entrando a La Habana y un tipo gira el cuerpo hacia

la salida y se inclina como para ejecutar una genuflexión súbi-

ta, como si le hubieran propinado un garrotazo al lomo. Al

mismo tiempo estornuda. Estresado, no puedo detener mi mar-

cha y atravieso el rocío de virus. La llovizna de bichos alcanza

cuatro metros, acabo de escuchar. Dieciséis metros, leí hace

tiempo. El tipo, veo, es un mesero nuevo. Días antes, entré al

Sanborns de Coyoacán y mientras caminaba hacia las mesas

del fondo, un capitancillo estornudó hacia mí, a unos dos me-

tros de distancia. Capitancillo porque recién había salido de la

adolescencia. Llevaba los pelos duros y negros encerados y

hacia arriba. Al poco rato lo encontré ante la caja y volvió a

estornudar. Para cubrirse la boca usó la mano. En esa mano

tenía mi tarjeta de débito. En casa le pregunté a Petunia si era

posible hervir el plástico sin que se le borrara nada. Habituada

a tales preguntas, ella no contestó.

*

Mamá perra: Entré al avión-puro de dos filas de asientos con

dos asientos en cada fila. Qué pequeño, le dijo una mujer a su

pareja. Nos mandaron meritito atrás, dijo otra. Una mujer se

sienta con su hija como de cuatro años. La mujer empieza a

contarle, a explicarle como si estuviera en la sala de su casa,

todo lo relacionado al avión y al vuelo, el despegue y el aterri-

zaje. Aunque la niña no pregunte. Los pasajeros en varios

asientos a la redonda quieren dormir o leer, pero la voz estri-

dente lo impide. Se vuelven a verla con miradas de reproche.

La mujer peina con las manos a su hija, la mima. La recuesta

bajo su brazo si la niña bosteza. No consigue dormirla. Sigue

hablándole. De pronto, la hija le dice, en el silencio apenas roto

por el ronroneo ensordecido de las turbinas: “Hueles a perro,

mamá”.

marcoaureliocarballo. blogspot

arca

de

noé

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Oswaldo Sagástegui

68

El

h

BERNARDO RUIZ

1.

inimos con frío al mundo, azorados, después de

abandonar el breve universo que había sido nues-

tra habitación y paraíso.

De inmediato, o después, conocimos el hambre, el do-

lor, una cierta inquietud –o más precisamente azoro– y el

sueño. Y debemos acostumbrarnos a un entorno. Ese me-

dio ajeno se convierte en nuestra cueva, en nuestro nuevo

vientre materno, en un reemplazo más o menos aceptable

del original. En él, ahora, un ruido extraño nos desconcier-

ta o asusta. Ante una circunstancia insólita –un crujido, un

golpe sordo, un golpe de viento, un temblor– sentimos una

creciente desazón.

“Desconocer” nuestro territorio es un peligro: es per-

der la raíz, y nuestra capacidad de respuesta. Los rostros

inusuales, las voces extrañas, provocan desconfianza. Tanto

una presencia inédita, como una ausencia extraordinaria

–o un simple cambio de olores– causa sobresalto. Y por ese

camino, desde el inicio de la infancia, se aprende que, en

cualquier instante, puede sustituirse lo propio, lo común,

lo cotidiano, por una vía distinta: la senda del miedo, aquello

otro que nos es ajeno. El hombre se rodea de temores, se

deja rozar por el miedo y busca las maneras para dejarlo

atrás, para enfrentarlo o reducirlo a nada.

Un ejemplo extremo de esa situación se percibe en

quienes padecen Alzheimer en fases iniciales: la ausencia

de referentes en su propio ámbito desata inusitadas angus-

tias y temores. Más tarde, en ellos encontramos un hálito

de vida; pero no de alma: su ser, su yo, se ha vaciado, han

perdido el fuego de su espíritu: sus ojos carecen de deste-

llos. Son, lástima, meros zombies.

2.

En contraparte, el fuego y la luz nos han consolado largo

tiempo. Son fenómenos a los que admiramos y respetamos

cuando están bajo control. El miedo a la oscuridad, en tiem-

pos inmemoriales, nos aguzó los sentidos para las tinieblas

y nos hizo cautelosos. El enemigo, cualquier depredador, y

los fantasmas desproporcionados, fruto de la imaginación,

fueron el resorte para que la noche no fuera aliada. Excepto

cuando uno mismo se convertía en el depredador.

No extraña por ello que, en la literatura, la noche tenga

una presencia tan vasta, y que el malévolo espíritu de la

noche –la pesadilla, the nightmare del inglés– sea la imagen

desbocada de la adrenalina en nuestro sistema nervioso. El

miedo se desata físicamente y, cuando se desborda, es

horror; se corporiza, nos devasta e incluso nos hace perder

la cabeza.

Perder la cabeza, sin metáfora, es con seguridad el des-

tino para quien se deja poseer por el terror. Todos sabemos

de ese estremecimiento. Cada quien ha experimentado

los plurales modos como el corazón se agita; los surcos

estremecedores del escalofrío en la piel, la momentánea

parálisis respiratoria y la necesidad de jalar aire y acelerar

la respiración, y el espirar frenéticos cuando la piel se eriza

como los cabellos y todo el cuerpo es presa del horror.

Incluso una masa, un grupo de hombres, puede ser in-

vadida por el terror: en la historia sobran ejemplos de estos

casos. Por ello se pierde la cabeza o un imperio.

El cofre de pandora

V

Historia personal del miedo

Hundirse en la noche, ya sea a través de una callejuela

o internarse en un bosque o a campo traviesa fue durante

milenios una constante pesadilla: recordemos sólo la luna

en noches despejadas era luminaria única, cuando no había

lumbreras, ni resplandor de las ciudades. Únicamente una

linterna, una antorcha, una vela podía servir para orientarse

por el terreno, en ocasiones con ayuda de las estrellas. Lo

demás, era sólida negrura y cada elemento, una amenaza

posible.

Por ello, creo, surge ahí la fascinación de las aventuras

nocturnas en la literatura, los cuentos de miedo, las narra-

ciones de terror y extraordinarias, donde el miedo se con-

trolaba, tenía límites precisos y la oscuridad o los abismos

podían limitarse. Y cuando la tensión se volvía insoportable,

bastaba alzar la vista, cerrar el libro. En la realidad, eso no

es posible. No había manera de contar con seguridad en un

freno, en un remedio.

Ése es el placer de una hoguera, el hogar portátil, un si-

tio alrededor del cual agruparse y hacerse fuerte. Ésa ha

sido tabla de salvación contra un sin número de horrores.

3.

No extrañé entonces que dioses y amuletos proliferaran

para protegernos. No dudo que la piedad incluso sea una

manera de arroparse contra esos temores que acechan más

allá de la piel, o bajo las visiones de los sueños. Con ello

exorcizamos la realidad; despojados de herramientas y en-

salmos, somos apenas lo mismo que nuestros antepasados

primeros: frágiles y temerosos.

Nunca fuimos animales de la noche, aunque somos fie-

ras; de modo que nos inspiramos en nuestros enemigos na-

turales para exagerar sus aptitudes y combinarlas en nuestra

imaginación para alimentar nuestros horrores: las grandes

fauces, las inmensas garras, las alas del murciélago mayús-

arca

de

noé

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Gustavo Buendía

culas; los ágiles, duros e imbatibles músculos, la corna-

menta punzante, o bien la cola; el aullido y el rugido de ma-

tices sombríos; el gañido amenazante: un sincretismo

inmenso de lo que son nuestras carencias: eso es el enemi-

go. Repta, vuela o se desplaza con mayor habilidad que el

más apto entre nosotros. Por eso amenaza. Por ello es

invencible.

Por ello, también, cada uno de sus fragmentos es amu-

leto: imaginamos que el enemigo nos ha compartido parte

de su habilidad. Cada antropólogo, como cada escritor o

mago aprende a intuir y descifrar esos elementos y a tradu-

cirlos.

El proceso es semejante con el nahual, con el animal

tutelar: el individuo se apropia de las aptitudes de la bestia

bajo cuya imagen se protege. Lo convierte en su estandarte,

en su insignia, lo representa en su coraza y en su escudo. Hay

quien lo convierte en tótem para su estirpe e instaura como

patronímico tal filiación. No asombre entonces que los

Dracul sean hijos del dragón, como los León o los Águila

(Hawk). O bien, que los galos sean de la estirpe del gallo.

Así, también acudimos a los dioses: imaginamos que si

no somos capaces de defendernos, podemos responsabili-

zar de nuestro cuidado a un gran padre invisible de nuestra

especie. La mente opone imaginario a imaginación para de-

sembarazarnos fervorosamente de la imposibilidad de ser

imbatibles.

4.

Y en el fondo, cabe admitir, hemos adoptado –a través de

nuestras habilidades– nuevas herramientas, verdadera-

mente más útiles que cualquier placebo o amuleto. La

ciencia se ha dedicado a descifrar algunos secretos; y

la tecnología se encarga de convertirlos en instrumentos

que adoptamos con placer, como nuevos cromosomas pa-

ra nuestra defensa orgánica. Ah, son nuestros nuevos po-

deres. Y creemos que por ellos dejaremos de temer al

miedo

El fino oído del radar es nuestro. La visión nocturna

está al alcance del interesado, la comunicación inmediata,

universal o codificada, igualmente; los anabólicos logran

hacer de nuestro organismo grandes monstruos poderosos;

la segunda piel del kevlar es capaz de detener proyectiles

y aislar de la lluvia; se han logrado además telas inteligen-

tes para diversos camuflajes. Y cada quien tiene en mente

más ejemplos para poblar esta lista de maravillas, los nue-

vos amuletos contra el miedo.

Día con día adquirimos inéditos superpoderes, y mal

aprendemos las consecuencias de su fábrica y empleo.

Porque la razón no necesariamente aplica para su cons-

trucción y uso criterios obvios –como lo es la tercera ley

de Newton: a toda acción corresponde una reacción– en

ocasiones su empleo se vuelve contra nosotros. En esa

medida, nos hemos convertido en nuestra propia Némesis.

Somos nuestro Alpha y Omega, nuestro principio y nues-

tro fin.

Dicho escuetamente: reflejados como Narciso en el

estanque, nos azoramos en la contemplación de éste, nues-

tro nuevo rostro, como la mujer que admira en sí la belleza

que ha descubierto gracias a su reciente cirugía plástica.

Sin embargo, el colosal esfuerzo, a su vez, pareciera de-

rretirse como las alas de Ícaro en su solar ascenso. Las

recientes creaciones e inventos de la última centuria (pen-

semos en el DDT, los aerosoles, los residuos de las plantas

fabriles o en las penicilinas) han generado diferentes res-

puestas del entorno, por una parte.

Por otra, la usura ha provocado –en quienes se encar-

gan de ser los impulsores de estos magníficos sueños– una

desproporción enorme para la supervivencia entre las grandes

mayorías y unos cuantos. Los ejemplos están a la mano en

cualquier diario o en los medios.

Una última y evidente consecuencia: es la renovada fragi-

lidad de los instrumentos en los que ahora almacenamos y

transmitimos el conocimiento: siempre hay quien acecha sus

debilidades en un oculto sitio y es capaz de vulnerarlos y en-

fermarlos. Como toda extensión de lo humano, han demostra-

do que los reservorios del saber tienen su talón de Aquiles.

70

El

h

5.

No hay lugar para el asombro. Prometeo termina encadena-

do, presa de las aves de rapiña, eternamente. Es el precio de

robar el fuego. Ese gran poder que arrebató a los dioses.

Pareciera que somos incapaces de administrar los paraísos.

Ahora lo sabemos: a diario se apodera de nosotros el

miedo o el terror al abrir los ojos. Descubrimos que nadie

nos guarda. Y hemos perdido a los dioses o nos enemista-

mos con ellos.

Vivir es de terror. Y siempre tenemos miedo: en cual-

quier momento corremos el riesgo de carecer de una cura

para nuestro cuerpo; en todo instante podemos ser despo-

jados de la vida o de nuestros amuletos y certezas. No hay

hacia dónde huir.

Estamos en el blanco, somos la diana en el campo de

tiro global en el que quisimos refugiarnos. Es decir, somos

apenas lo mismo que nuestros antepasados: frágiles y te-

merosos. Estamos a tiempo de recomenzar.

6.

¿Si comenzáramos, entonces, con otro enfoque? ¿Habría

forma de salvarse de los peligros y miedos con que nos sen-

timos acorralados?

En el mito de Pandora –la primera mujer modelada por

los dioses, dice Apolodoro en su Biblioteca (C. I, 7)– se afir-

ma, en esencia, que grandes males se esparcieron sobre la

tierra por su curiosidad. Antes de su intervención, la tierra,

el mundo, la creación eran favorables a los hombres, al pun-

to de que no era siquiera necesario trabajar.

Desde entonces, la actitud de los hombres ha sido ac-

tuar con temor o rechazo en relación con una mujer plena

de dones (tal es el significado de Pandora). En consecuen-

cia, su prolongado castigo consistió en confinar a la mujer,

a las mujeres, al espacio doméstico.

Si nos arriesgáramos a pensar “fuera de la caja”, con

puntos de vista más originales, como lo enseñan algunos

juegos matemáticos clásicos derivados de la topología (vgr.:

Los siete puentes de Königsberg, o La firma del diablo, o el

Problema de los nueve puntos), tendríamos para nuestra

realidad una solución ajena al mito, o que lo rebasa. Rea-

lidad que a su vez es, por ahora, un fenómeno emergente.

¿Quedó la esperanza en la caja? ¿Sigue ahí? ¿Acaso no

la reinventamos época con época y nos fabricamos nuevas

utopías? O quizá, como el gato en la paradoja de Schrödin-

ger la esperanza permanece o se esfuma, en tanto no inten-

temos asomarnos a su caja.

No nos queda sin embargo más remedio que reconocer

entonces, que el mundo de hoy puede mejorar si dejamos

que las descendientes de Pandora terminen de salir de su

ostracismo.

En cinco años, las mujeres con mayor educación y

empleo serán el mercado emergente más grande en la his-

toria del planeta, con el doble de capacidad incluso que Chi-

na o India. A su vez, desde hace tiempo, son quienes más

invierten en salud y educación, poseen una mayor capaci-

dad de ahorro y aceptan menores riesgos financieros.

Esto sucede tanto en las pequeñas comunidades o en

el hogar, así como en puestos gubernamentales donde las

mujeres tienen una participación equitativa o mayoritaria

(como se observa en el Parlamento inglés desde 1997 o en

los Consejos de administración de grandes empresas co-

merciales).

Hay un amplio grupo de elite, mujeres de las urbes

que son más ricas y poderosas que sus pares masculinos.

La tendencia actual, incluso en México y América La-

tina, es que haya una mayor equidad de género en la edu-

cación y en puestos de trabajo.

Se observa que el número de mujeres inscritas en pro-

gramas universitarios se corresponde, propiamente, uno a

uno con los hombres.

En suma, para ellas está a su alcance un futuro mejor.

Con una visión precisa acerca de las soluciones más ade-

cuadas a muchos de los temores globales en muy diversos

terrenos. Esperemos.

En todo caso, por mi parte, me daría miedo no estar de

su lado. Allá los demás con sus terrores.

Monterrey, N. L., octubre de 2009

arca

de

noé

71

72

El

h

Un 2010 sin mucho

que festejar

A unas cuantas semanas

de que empiece el año 2010,

que supuestamente será el

del Bicentenario de la Inde-

pendencia y Centenario de la

Revolución, resulta eviden-

te que el gobierno panista, aun-

que también los priístas y los

perredistas no tienen real in-

terés en promover el verda-

dero homenaje a los caudi-

llos de la Independencia, ni

menos aún a los auténticos

revolucionarios.

Al parecer, todo termi-

nará por ser la fiesta de los

10 años de gobierno del PAN

(ya hasta van a tener su me-

numento en próspera zona pa-

nista) y el espectáculo con que

se proyectará el Jefe de Go-

bierno del DF, con vistas a las

elecciones presidenciales del

2012 (porque a lo mejor cree

que tiene posibilidades.

A los gobiernos de los

estados no parece intere-

sarles nada hablar de inde-

pendencia (¿cuál? Si ya nos

volvieron a conquistar los es-

pañoles, ya no por medio de

la espada y la cruz, sino sim-

plemente con el poder de

nuestra firma).

En Guanajuato, donde

empezó la Insurgencia, ni mo-

do que el panista gobernador

vaya a ponderar a ese cura

que se adelantó a la Teología

de la Liberación, al poner-

se del lado de los pobres, y

que lo único que tiene de ce-

lebrable para los políticos, fue

haber dado nombre al año

más preciado para todos ellos,

“El Año de Hidalgo”.

En los estados epóni-

mos, como el de Hidalgo, se

harán festejos rastacueros,

pueblerinos, según ha ade-

lantado el funcionario a quien

se puso al frente del Comité

Ofloc

arca

de

noé

73

de Festejos, “para promover la identi-

dad hidalguense”, como si esto no se

pudiera hacer en cualquier otro año.

En Morelos, tampoco se tiene pla-

neado rendir homenaje a un cura que

puso de cabeza a la Iglesia Católica de

entonces, la cual excomulgó, condenó,

satanizó a los muchos sacerdotes que

en su tiempo consideraron que su de-

ber era estar al lado de los menestero-

sos y no codearse con los criollos o

gachupines, que en su momento se

creían los arios de aquella sociedad

fascista. Y en la tierra de Zapata, ni

mo- do que lo exalten para condenar

a los nuevos hacendados y latifun-

distas.

Pero ni siquiera los sonorenses,

que fueron los ganones de la revolufia

tienen proyectado hacer una buena

labor de difusión de los ideales revolu-

cionarios. ¡No les vayan a dar ideas a

los fregados de ahora, que no difieren

mucho de los de hace un siglo!

En el DF, pese a que hace dos

años el director o Comisionado de

los Festejos presumió de que ya tenía

completo su plan editorial, hasta el

momento lo único que ha dado a cono-

cer es que a estrellitas de la tele y la

farándula se les va a proveer de unos

monos camioncitos en los que van a

hacer giras artística por el DF para pro-

mover sus “éxitos musicales”, porque

de la Independencia o de la Revolución

no van a cantar nada.

Y en el Comité Federal, el Vi-

llalpando que ya agarró el hueso que

buscaba, lo único que ha dado a cono-

cer es la genial idea de las estampitas

por celular, que seguramente deben ha-

ber cautivado a millares de usuarios

que pagarán $8.50, para escuchar una

grabación con menos información que

las estampitas escolares.

También hay audiolibros (transmi-

sibles por internet o por celular, para

que se vea que “somos modernos”),

que recrean –para los niños sobre

todo– aspectos de la Independencia o

la Revolución, ya conocidos, pero en

un formato seriezón que no difiere de

lo que está en los libros de texto,

detesto. ¿A nadie se le ocurrió hacer

algo más divertido y adecuado para

los pequeños (y también para los

grandes)?

En Puebla, donde empezó el mo-

vimiento armado de 1910, tampoco se

prepara el gobierno para explicar por-

qué comenzó en esa capital el san-

griento, doloroso y finalmente traicio-

nado movimiento contra un régimen

autoritario, abusivo y entreguista y es

que como se cuenta en las series poli-

cíacas gringas, todo lo que se diga pue-

de volverse en contra.

Poesía insurgente

Poesía insurgente, versos popula-

res contra los que oprimían a la Nue-

va España, hubo mucha, que podría

ha- berse reeditado con motivo de los

200 años del recordable momento en

que Hidalgo, Allende, Aldama se le-

vantaron en armas, no contra el abusi-

vo poder español, sino nada más para

oponerse al derrocamiento de Fer-

nando VII por los designios napoleóni-

cos, aunque luego Morelos enderezó

el rumbo y trató de crear una verdade-

ra nación independiente.

¿Por qué nadie trató de editar un

libro con estas expresiones de un pue-

blo dispuesto a la lucha contra sus

opresores? Pues a lo mejor porque mu-

chos se pusieron el saco, o porque

temieron que se soliviantaran los “jo-

didos” de ahora, porque los versos de

aquellos años tienen una actualidad

verdaderamente subversiva.

He aquí algunos ejemplos tomados

del libro Poesía insurgente, que hace 25

años, en 1985, publicó una Comisión

Nacional del 175 aniversario de la In-

dependencia Nacional y 75 de la Re-

volución Mexicana. ¿Hace 25 años tenían

menos cola que pisarles a los funciona-

rios? ¿Estaban más blindados?

Tiempo es ya valientes indianos

Ya la brecha sin duda se ha abierto

y la guerra ya se comenzó

abrazemos (sic) todos sus banderas

y sigamos al ronco tambor,

presurosos demos a mostrar

la constancia firmeza y valor

en rendir, tributar y vencer

al egoísta tirano español.

Oración de Guanajuato

¿Quién al gachupín humilla?

Costilla

¿Quién al pobrísimo defiende?

Allende

¿Quién su libertad aclama?

Aldama

Corre criollo que te llama,

y para más alentarte,

todos están de tu parte:

Costilla, Allende y Aldama

74

El

h

Canción de Apodaca

Señor virrey Apodaca,

ya no da leche la vaca,

porque toda la que había

Calleja se la llevó;

ahora ya no hay más que pollos,

y estos son para los criollos.

La tiranía de Apodaca,

nos causa gran malestar,

más valiera que el virrey

se fuera pronto a pelear,

pues no tenemos empacho

en llamarle buen borracho.

Pasquín de 1813

Me cago en la obstinación

de todos los gachupines;

me cago en los criollos ruines

que obran contra su nación;

me cago en todo sermón

que no inspire piedad

(digo, caridad),

me cago en la autoridad

que contra el clero se extiende

y me cago en quien ofende

nuestra patria y libertad.

Definición del chaqueta

¿Quieres Fabio saber quién es chaqueta?

Todo rival del suelo americano,

el que contra su patria es inhumano

y sus mismos derechos no respeta.

Quien a la antigua España se sujeta,

dominada de extraño soberano,

quien ama al extranjero y no al paisano

y el que a puño cerrado cree en Gaceta.

Lo es también el egoísta, el ignorante,

el que ve quebrantar sus justos fueros

y mantiene sereno su semblante.

Quien se ve sin sustento y anda en cueros

y al gobierno reputa por amante,

siendo causa de males tan severos

¿Podría haberse ofendido alguien

si se volvieran a publicar oficialmente

estos versos, que aparte de ser diver-

tidos, descubren el odio que se tenía al

gachupín, al chaqueta (“partidario de los

españoles”, según Santamaría), o las

ganas que tenían de acabar con los

explotadores (españoles entonces y

españoles ahora (pero banqueros, em-

presarios o consejeros presidenciales,

mexicanizados por cierto) o tal vez les

habría molestado a algunos el sentirse

cagados por la vox pópuli, incluidos uno

que otro medio, de radio teve o prensa?

¿O será que alguien se habría sentido

virrey Apodaca?

¿Matrimonio gay?

Que un palurdo diputado del PAN, Ser-

gio Eguren Cornejo, se refiera despecti-

vamente a la legalización de la unión

entre dos personas del mismo sexo y

que asegure que de aprobarse en el DF,

se convertiría la capital del país en “la

jaula de las locas”, no debe sorprender

a nadie.

Pero que gente que presume de

culta y que navega con bandera de inte-

lectual incida en el error tan común en

los medios de referirse a estos enlaces

como “matrimonio gay”, llama la aten-

ción porque se supone que Carlos

Monsiváis y Marta Lamas debieran sa-

ber que la palabra matrimonio procede

del latín matrimonium, que implica la

idea de la maternidad, la posibilidad de

que una mujer quiera ser madre y por

lo tanto dé a su matriz esa condición

creadora o procreadora, pues se nece-

sitan por lo menos dos de diferente

sexo para hacer un hijo.

Los homosexuales masculinos es-

tán imposibilitados biológicamente

para embarazarse y las mujeres del mis-

mo sexo y preferencia lésbica de segu-

ro no querrán tener trato carnal con

hombres. ¿Cómo podrá consumarse el

matrimonio, entonces?

¿Por qué no hablar de unión, de

enlace, de casamiento, de boda, de es-

ponsales incluso y que le dejen a los

incultos comunicadores de medios elec-

trónicos e impresos, desde luego, que

exhiban su ignorancia y que los legisla-

dores silvestres muestren a qué se

deben sus fobias sexuales y su rechazo

a gastar el presupuesto en cultura y

educación?

Las obras que se citan sin leerlas

No nada más hay autores clásicos de

los que se habla sin haberlos leído.

Abundan igualmente las obras de

las que se habla, también sin haberse

tomado el trabajo de leerlas o de las cua-

les se conoció una versión resumida o

–lo peor– la versión de Walt Disney.

De ellas, seguramente la más

calumniada es Pinocho, que en la ver-

sión de don What Bussines es un sim-

ple cuento que habla de un muñeco de

madera construido por Gepetto, que

toma vida y se caracteriza porque a

cada mentira que pronuncia se le agran-

da la nariz. La moraleja subyacente es

que no se debe mentir para que no se

convierta uno –a la manera queve-

diana– en “un hombre a una nariz pe-

gado”.

Pero el libro de Carlo Collodi es

algo más que un cuentito moralizante:

se trata de una divertida novela, de

corte picaresco, en la que Pinocho vive

mil y una aventuras, las más de ellas

divertidas y sin prédica aleccionadora,

que merece ser leída en su totalidad,

para que entre otras se descubra que

el famoso grillito consejero muere a las

arca

de

noé

75

primeras de cambio y no tiene el des-

agradable papel de ser la conciencia

del pillastre Pinocho.

De otro gran libro del mordaz Jo-

nathan Swift, Los viajes de Gulliver, se

tiene igualmente una idea errónea,

porque en primer lugar no estuvo pla-

neado para divertir niños, sino para

criticar sardónicamente al imperio in-

glés. El viaje de Gulliver al país de

Liliput, es el tercero que narra Swift,

en el que aparte la fantasiosa existen-

cia de los enanitos de 14 centímetros,

le sirve al autor para criticar acerba-

mente a los gobernantes incapaces de

oír a sus gobernados y de no tomarlos

en cuenta y también para mostrar que

humanizados los reyes pueden tener

una buena relación con sus súbditos.

Prueba de que no han leído mu-

chos la obra completa es que ignoran

que el nombre de un conocido busca-

dor de internet, Yahoo, deriva de los

caballos así llamados, que figuran en

el cuarto viaje, al país de los houy-

hnhnms.

No son las únicas obras leídas

superficialmente, pero si los lectores

de esta sección quieren adentrarse en

los libros no leídos pero muy citados,

inscríbanse en el taller de nuestro he-

terónimo Héctor Anaya, en el que se

escudriña y clarifica a los grandes au-

tores y a las obras maestras, para ci-

tarlas acertadamente y no suponerles

otras intenciones y otros alcances

En el taller Abrapalabra pue-

den descubrir porqué la lectura es una

for ma no sexualizada de la felicidad,

por la vía sencilla de ENTENDER PARA

QUE LEER SEA UN PLACER. En www.abra-

palabra.com.mx les aguarda más in-

formación sobre un curso de lectura.

O hablen al 5553-2525.

¿A quien le creería?

¿A un Premio Nobel de Economía, con

un gran currículum, autor de varios

libros –entre ellos El malestar en

la globalización– en que cuestiona la

labor del FMI, que ha arruinado a

muchos gobiernos o a un empleado

del Fondo Monetario Internacional, que

vino a México a imponer las recetas de

ese mismo organismo financiero?

¿A un egresado del MIT, donde

alcanzó el doctorado, obtuvo la ambi-

cionado beca Fulbright de investi-

gación, dio clases en el MIT y en la

Universidad de Yale y en la actualidad

es profesor titular en la Universidad de

Columbia o a un egresado del ITAM

que cursó estudios de maestría y doc-

torado en Chicago, para convertirse en

uno de los Chicago Boys e ingresar

como alto empleado del Fondo Mo-

netario Internacional, sin ningún reco-

nocimiento internacional ni produc-

ción de libros?

¿Creería usted que es un buen

economista y un eficiente Secretario

de Hacienda, quien preparó un presu-

puesto para el 2009, sin tomar en

cuenta la caída de los precios del pe-

tróleo, ni considerar que la producción

petrolera mexicana estaba descen-

diendo y que por tanto se encontró a

la mitad del año que había un “bo-

quete” en el presupuesto por cientos

de miles de millones de pesos?

¿Creería en la sabiduría de

quien ante la crisis mundial que se

veía venir, aseguró que “cuando Es-

tados Unidos tiene neumonía, México

sólo tiene un catarrito”? ¿Y pensaría

que es un responsable manejador de

finanzas, cuando la realidad demues-

tra que el catarrito es norteamericano

y la pulmonía mexicana y al ser cues-

tionado, huye de los medios con el

torpor de un hipopótamo y una de-

claración desafortunada: “Yo no voy a

hablar en términos médicos, soy un

doctor en economía, no en medicina”?

¿O le creería al Premio Nobel de

Economía, que con base en cifras ofi-

ciales del gobierno mexicano y de or-

ganismos internacionales, manifiesta

con precisión que la economía mexi-

cana está muy mal manejada por el

gobierno de Calderón?

El Nobel de Economía y autor de

reconocidos libros es el Dr. Joseph E.

Stiglitz y el que se autodefine como

“doctor en Economía, no en Medicina,

el que no ha escrito libros de la mate-

ria, carece de distinciones internacio-

nales y es responsable de baches eco-

nómicas y de falta de planes reales

para que el país salga de la postración

económica, es el Secretario de Hacien-

da, Dr. Agustín Carstens.

Hagan sus apuestas: ¿quién ten-

drá la razón, en quién confiar, a quién

irle?

Epístola a una pareja

Aunque destinada originalmente a una

pareja de amigos, el heterónimo de

esta sección, Héctor Anaya, quiere pro-

poner la Epístola que a continuación

figura, para que quienes se vayan a

casar la utilicen en vez de la ridícula e

hipócrita de Melchor Ocampo, quien

nunca se casó, tuvo tres hijas con di-

ferentes mujeres y él mismo fue pro-

ducto de una unión al margen del ma-

76

El

h

trimonio, lo que no le impidió lanzarle

loas a la institución, que llegó a consi-

derar la mejor vía para proteger a la

familia.

Ya no es obligatoria que se las lea

el empleado del Registro Civil, pero

como algunos insisten, lo mejor es

estar preparados con un documento

alterno. Si éste les parece bien, úsen-

lo, sólo denle crédito al autor, que no

cobrará regalías.

Epístola a una pareja: José de Je-

sús y Vanessa

Más allá del convenio, más allá de

la convención social, civil, legal, en un

territorio inventado; regidos por leyes

propias, animados por hábitos y ritos

sólo válidos para ustedes, puesto que

el amor es religión de dos, viven uste-

des, son, constituyen, José de Jesús y

Vanessa: La Pareja.

La Pareja, la condición ideal del

ser humano, la que da sentido social a

la existencia, razón a la emoción y sen-

timiento a la racionalidad.

Tan propia del ser viviente, que

parece antigua y eterna, la pareja es,

sin embargo, una conquista de nues-

tros días, cuando por primera vez la

unión hombre-mujer expresa la volun-

tad de darle sentido a la única libertad

nacida en el siglo XX: la de decidir a

quién se ama.

Porque desde el siglo pasado y

cada vez para más personas, amar es

un derecho y no un convenio. Hoy es

posible decidir a quién amar, casarse

por amor, unirse por voluntad. Uno y

dos quedar unidos, sin que la unión

implique la muerte de uno ni el fin de

los dos.

Lograr esto no es fácil, claro, ya

que con frecuencia unión significa

unción, dependencia, y nada hay más

ajeno a la verdadera relación de pare-

ja que la desigualdad. Porque el amor

es sobre todo unión de iguales, ayun-

tamiento de voluntades, convicción

mutua de haber hallado en el otro lo

mejor que de nosotros mismos an-

dábamos buscando: esa persona par,

ese ser singular que nos lleva a renun-

ciar a la identidad del yo para hacer de

nuestra voluntad una ofrenda: Tuyo.

Tú yo.

Asociación perfecta, complicidad

lograda, la pareja es el estado perfecto

de la materia, la dimensión más capri-

chosa del espíritu y, en todos sentidos,

la más creativa perspectiva humana, a

condición de que sea fiel a su destino

y a su significación: ser par, pareja,

igual, con un campo propio para flore-

cer cada quien, pero con una mutua li-

bertad compartida. Ser así es la mejor

manera de ser: Sean.

HÉCTOR ANAYA

Luis Argudín

arca

de

noé

77

CARLOS BRACHO

TRANCO I

ues como siempre, el maestro Carlos Bracho nos

lleva como quien dice, de la mano por los veri-

cuetos, sendas, caminos de su imaginación, y, bue-

no es decirlo, siempre los recorremos con agrado unas

veces, otras con alegría, y otras más con ese coraje pegajo-

so que sus escritos nos producen a todos los H. Miembros

de este siete veces H. Consejo Editorial. Esta vez nuestro

ínclito autor lanza por los aires sus ideas, sus pensamien-

tos, mismos que a nosotros, simples mortales, nos produ-

cen efectos específicos, efectos que son naturales en todo

aquél o aquélla que se precie de ser lector consuetudinario.

Y como siempre sucede, los honorables miembros de este

H. Consejo, no emitimos juicios calificadores u opiniones

que pretendan tener un examen mínimo o exhaustivo de su

obra, no, no, de ninguna manera, nosotros los miembros

de esta junta, una vez leídos los artículos o colaboracio-

nes de nuestros escritores, determinamos la sección que

han de ocupar en nuestra revista. Nada más y nada menos.

No somos censores ni torquemadas ni políticos panistas ni

tenemos vocación para esos oficios repugnantes. Aunque

claro, más de alguno de nosotros puede decir o comentar

algo al respecto de los asuntos tratados en el escrito reci-

bido, pero ese comentario, vertido en una cantina o en el

bar cercano no tiene otra intención que la de expresar un

sentimiento personal, que no influye ni hace desviar la aten-

ción fundamental de lo expuesto por los maestros. Bien, aho-

ra, amigas insumisas, es tiempo de pasar a leer lo que esta

vez el maestro Bracho nos envía. Va:

Esa vez, después de besar y de acariciar a Mónica,

cuando ya el conticinio llegaba silencioso a nuestro estu-

dio, ya que la tormenta, a lo lejos, rugía y desesperada lan-

zaba chorros de agua a las montañas sedientas, esa vez,

digo, Mónica y yo nos preparábamos para establecer el

antiguo diálogo de las pieles desnudas, mismas que hablan

el idioma de los gnomos, que charlan con animación digna

de las mariposas nocturnas que vuelan en círculos concén-

tricos una vez y otra, hasta el cansancio, hasta que los bi-

chos, extenuados, se posan en el ardiente foco y perecen

fulminados. La ventana abierta nos permitía observar el

lento movimiento de la luna, seguir el cadencioso caminar

de las estrellas, y así, observando el infinito, tomados de la

mano, los cuerpos desnudos, nuestras alma al descubierto,

nuestro espíritu liberado de ataduras, decíamos cosas que

iban en relación directa con las maravillas siderales. En el

buró estaban los restos de dos botellas de vino tinto de la

región de Bordeaux, mi puro habano había sido consumi-

do por mi boca voraz. Mónica, con su cabeza reposada so-

bre mi pecho, escuchaba el ronquido que de mí salía y que

la hacían entrar en un ensueño parecido al ángel de la no-

che del huerto de naranjos en donde habíamos corrido,

reído, y bajo la sombra de alguno de ellos nos había gana-

do la urgencia de abrazarnos, de acariciarnos, de juntar

nuestros labios, y que con tanta pasión lo hicimos que las

huellas se habían plasmado en nuestro rostro, en nuestra

cara, en nuestro cuerpo, en nuestros labios. Sí, tarde de

aquelarre en la que nuestros cuerpos bailaron las danzas

lúdicas de la tal Afrodita. Aquella tarde de julio pasó todo

lo que les debía de pasar a dos amantes vivos, dos aman-

tes que bebieron el néctar destinado a los habitantes del

Olimpo y cuyo efecto es el de viajar como suspendidos en

el espacio de las caricias, como desplazarse por los labe-

rintos de los brazos, como ir flotando en el éter de las mira-

das, como deambular por los tersos andurriales de los mus-

los, como estar suspendidos en el vapor de los poros de los

pechos. Tarde aquella en la que Mónica se olvidó de todo lo

que la rodea y agobia en la vida diaria, tarde en la que tiró

por la borda imaginaria todos los nudos, todas las cuerdas,

todos los candados que la pudieran sujetar a algo o a al-

guien. Allí estaba ella, “plena y pura mejilla arrebolada de

la aurora” –como diría Neruda de su amante novia noctur-

na–, allí, tendida, Mónica parecía que sólo esperaba el pin-

cel de Boticelli para emerger de la espuma y sonreírle luego

al mundo. Allí la tenía yo, allí me tenía ella. Nos abrazamos

hasta la salida de la luna, nos abrazamos hasta que nues-

P

tras manos se dieron por vencidas, nos abrazamos hasta

que perdimos la noción del tiempo, nos abrazamos has-

ta que el mismo Cronos nos dijo que lo noche había llega-

do y que era el tiempo de recluirse en sitio protegido. Ya

recluidos en nuestra habitación, y como arriba digo, con

la ventana que mira al cielo abierta, con nuestros cuerpos

cansados, reponíamos las fuerzas gastadas en las lides

frondosas de la concupiscencia que dignifica y le da salud

a los espíritus burlones. Recuerdo cuando por la ventana

pasó aquél venado de grandes ojos, preludio de las navida-

des, Mónica dijo que ella quería, para gozar de los futuros

fríos de los días de diciembre, para disfrutar de las nieves y

hielos de las navidades, pasar otra vez a este huerto de

naranjas perfumadas, y tendernos en este mismo lugar y

beber el vino para consagrar nuestros amores, y también

lanzar la ropa hacia el infinito y volver a comulgar con las

aves y con los búhos y con las alondras que nos acompa-

ñaron aquella tarde de julio, y cantar al unísono de las aves

canoras y charlar con el destello de la estrella más lejana y

cobijarnos con el hálito que Afrodita nos prodigaría. Yo le

dije que sí, que ese tiempo venidero, muy a pesar del frío,

yo calentaría su cuerpo con el mío, y que los dos nos pasa-

ríamos el calor que produce el roce de dos pieles dispues-

tas a recibir el último rayo del sol que se había ocultado en

el horizonte. Mónica parecía que había entrado en un pro-

fundo sueño. Cerré la ventana, cesó el canto de las cigarras,

se callaron los astros, se acabó el ruido de las rutas de los

soles, se dejaron de escuchar los cantos siderales y no vol-

vieron a nuestra alcoba los ruidos del choque de los come-

tas. Besé la frente de Mónica, besé su boca. Me recosté

junto a ella, muy junto, tan junto que de lejos se podría pen-

sar que Mónica y yo éramos un sólo esqueleto, un sólo

cuerpo. Pensé en el futuro, pensé en el mes de diciembre.

Pensé en eso, y mi rostro se llenó de alegría, imaginé la

noche en la que ella y yo, Mónica y yo, disfrutaríamos otra

vez, como si nunca lo hubiéramos hecho, de nuestras bo-

cas, de nuestras manos, de nuestros dedos, de nuestras

piernas, de nuestros pechos, de nuestras lenguas. Caí luego

en profundo sueño. Al despertar Mónica había salido. Tomé

mi ropa y me encaminé hacia el río que corre montaña

abajo. Allí estaría ella, y allí con el ruido del río, y con el rui-

do de las ramas de los árboles haríamos lo que hombre y

mujer han hecho desde que los tiempos estaban oscuros

y desde que la tierra era un cúmulo de bestias y de aire y de

fuego y de lava…

www.carlosbracho.com

78

El

h

Carlos Bracho

arca

de

noé

79

MIGUEL BAUTISTA por su papel fiscalizador, controlador, por su em-

blemático papel de razón crítica, razón pensante,

ordenador de las cosas del Estado desde la palabra

y el discurso.

Los intelectuales que lo son de veras tendrían

un papel bien claro: Apuntar líneas del horizonte

para la guía de los demás, del horizonte de la polí-

tica, de la cultura, del arte, de la educación, del lle-

gar a ser hombre en una sociedad capaz de regirse

políticamente y dialogar con todos sus miembros,

en buena lid, en lid abierta, en diálogo constante,

propagador del valor de la política y el bien común.

Por eso los intelectuales son un actor indispen-

sable de las sociedades post-modernas al señalar, al

guiar, al anotar y registrar los episodios y aconteci-

mientos de la vida pública, la seguridad, el progreso,

las finanzas, la política interior y exterior, el pe-

so de los ciudadanos como actores y pivotes de

la sociedad encaminada a lograr la felicidad de los

más, o del mayor número.

Con sus obras –libros, conferencias, posturas

públicas como guías– señalan rumbos, orientan, y a

veces se codean con el poder en un intento de cola-

borar con los poderes públicos cuando la ocasión

es propicia, es decir, el joven Estado o la sociedad

os intelectuales esas figuras del pensamien-

to moderno exactamente de la era de la

crítica al poder para atraer a los demás

ciudadanos precisamente como ciudadanos –partici-

pantes de la cosa pública y lectores o electores del

pensamiento crítico con el cual estimular la crítica

a los poderes fácticos. Son la inteligencia consa-

grada en las democracias como los clientes incó-

modos de la res pública, críticos, evaluativos de los

gobiernos, señalando aciertos y desaciertos…

Pero…

¿Cómo ubicarlos en el campo de la política,

cómo definirlos?

Escriben, dan cátedras, se exhiben como la cons-

ciencia más ansiosa o alerta. Nacieron con Voltaire,

con Rousseau, en un intento de configurar sociedad y

Estado, dos figuras que desempeñan y protagonizan

la vida de relación del hombre de hoy, se reflejan, se

asumen, para lograr la felicidad de los más y el inte-

lectual es el actor “político” que en este contexto

regula o critica los desempeños de gobernantes, ac-

tores políticos, líderes, en suma, el intelectual es el

convidado en discordia al banquete de la política

L

Los intelectuales

El

h

que madura requieren sus servicios, y les señalan un

papel de actores, que aceptan el compromiso de la res-

ponsabilidad y del quehacer público. Esto se ha visto en

nuestro país y hay algunos que pudieron ser gran-

des rectores de la vida política del país, como ingenios,

como inventores de etapas de desarrollo y colaboración

fecunda para crear conciencia desde el Estado, desarro-

llar planes y programas. En México se les ha visto actuar

como consejeros, funcionarios, maestros, educadores

sin renunciar al papel de conciencia crítica en un mo-

mento dado, como cuando un Octavio Paz renuncia a la

embajada en la India por los sucesos del 2 de octubre en

Tlatelolco.

Han estado al servicio de la Revolución y en la

trinchera opuesta, como oposición, son los “cléri-

gos” a los que se acusa de sumarse a ideologías recto-

ras, blandas o duras, sin ver que hay países como Mé-

xico que los reclaman de todas maneras, como prosis-

tas y como apuntadores señaladores del bien social y

político.

Finalmente los intelectuales son los vigías del

intelecto que con su praxis intelectual señalan las

veredas de la libertad, a la que persiguen y reivindi-

can infatigablemente. Por otro lado son los enemi-

gos naturales de la corrupción de cualquier régi-

men político y de cualquier servidor público, en su

papel de vigilantes de la sociedad aglutinan valores

a su alrededor.

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Magnolia Rivera