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Transformaciones del espíritu 0. En los discursos de Zaratas, la transformación del espíritu no efectúa un movimiento de reconocimiento. Porque no se afirma a sí misma mediante duplicaciones. En todo caso, se verá que ello son fantasmagorías o ficciones (que más vale olvidar). 1. En ese sentido, el camello no está buscando “un cargador”, sino que le carguen. Tampoco el león “reniega de”, sino que “roba la libertad”. Y el niño no toma ningún mundo (ya sea el de las ilusiones de un “cargador” o de un “gran dragón”), sino que crea su mundo a voluntad. 2. El aniñamiento no es un deber-hacer, ni una finalidad por necesidad, o un proyecto a seguir (que en definitiva se condiciona por un universal). Mucho menos es una superación (aufhebung) o un último movimiento. Todo lo contrario. El niño es crear el primer movimiento, junto con el olvido de las ficciones y de los animales. Tampoco es un hacer-nada, sino un hacer nuevos valores, sí desde el retornar de la eternidad “niño”. 3. Porque el hacer del espíritu no es un hacer duplicado. El espíritu camello, león, niño no se hace con el hacer del otro: es el camello solitario en el desierto, el león que roba la libertad, el niño que crea su mundo. Mientras que en la Fenomenología…, la “unidad espiritual” es desdoblada y presentada de modo duplicado para su reconocimiento (como autoconciencia, certeza de sí verdadera). Y Sartre concede, aunque reprocha: ya que, acepta la conciencia irreflexiva de ser objeto para otro (la mirada que me cosifica, que por la vergüenza reconoce un yo para-otro), nada más que esa conciencia (del otro que me aliena), nunca me es dada. Para el hacer del espíritu camello, león, niño no es una búsqueda de transformarse en esta serie de posiciones, determinaciones, como un proyecto. Sino que en el hacer de sí mismo se lleva a cabo tales transformaciones (que no son garantías de un pasaje, o una búsqueda).

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Nietzsche

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Transformaciones del espíritu

0. En los discursos de Zaratas, la transformación del espíritu no efectúa un movimiento de reconocimiento. Porque no se afirma a sí misma mediante duplicaciones. En todo caso, se verá que ello son fantasmagorías o ficciones (que más vale olvidar).

1. En ese sentido, el camello no está buscando “un cargador”, sino que le carguen. Tampoco el león “reniega de”, sino que “roba la libertad”. Y el niño no toma ningún mundo (ya sea el de las ilusiones de un “cargador” o de un “gran dragón”), sino que crea su mundo a voluntad.

2. El aniñamiento no es un deber-hacer, ni una finalidad por necesidad, o un proyecto a seguir (que en definitiva se condiciona por un universal). Mucho menos es una superación (aufhebung) o un último movimiento. Todo lo contrario. El niño es crear el primer movimiento, junto con el olvido de las ficciones y de los animales. Tampoco es un hacer-nada, sino un hacer nuevos valores, sí desde el retornar de la eternidad “niño”.

3. Porque el hacer del espíritu no es un hacer duplicado. El espíritu camello, león, niño no se hace con el hacer del otro: es el camello solitario en el desierto, el león que roba la libertad, el niño que crea su mundo. Mientras que en la Fenomenología…, la “unidad espiritual” es desdoblada y presentada de modo duplicado para su reconocimiento (como autoconciencia, certeza de sí verdadera). Y Sartre concede, aunque reprocha: ya que, acepta la conciencia irreflexiva de ser objeto para otro (la mirada que me cosifica, que por la vergüenza reconoce un yo para-otro), nada más que esa conciencia (del otro que me aliena), nunca me es dada. Para el hacer del espíritu camello, león, niño no es una búsqueda de transformarse en esta serie de posiciones, determinaciones, como un proyecto. Sino que en el hacer de sí mismo se lleva a cabo tales transformaciones (que no son garantías de un pasaje, o una búsqueda).

4. “Y aunque el miedo al señor es el comienzo de la sabiduría”, se podría creer que es el pasaje del camello (temor en la lucha del esclavo) al león (la “sabiduría leonina”, de la que habla Zaratas). No hay que dejar de lado que el camello “le tiende la mano a un fantasma”, dado que no existe tal amo (tal conciencia de otro, o mejor, tal figura necesaria para realizarse a sí mismo). Por ello, el hacer-esclavo (el “tender la mano”), o la praxis del camello que es sólo para el goce y satisfacción del señor fantasmal, lo deja solitario en el desierto. Así, solo en sí mismo, se muestra que en realidad no

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es un esclavo (en sentido fenomenológico), con el en-sí aniquilado por el temor.

5. Repito, el camello no pierde/anula su sí mismo por temor, sino que en el hacer para un fantasma-cargador (que intenta asustarlo –y en esos casos se le tiende la mano), quedó solo en el desierto. El estudiante-camello es el inicio de la sabiduría leonina, que se queda solo en la erudición como en su desierto. Ahí se transforma en león. Pero nunca perdió su sí mismo bajo el apetito de la carga, de la paciencia de sí en el arrodillarse.

6. Entonces, no hay necesidad de un docente, de fantasmas-cargadores o de ficticios-dragones, sino de que en el espíritu haya un león para el camello: un no santo a la conciencia judaica que cargó por el desierto (con el riguroso Yahvé), y ahora quiere desventurarlo bajo el “tú debes”. El león no niega al camello, sino que reclama para sí su desierto. Es más, reclama también la carga como propia. Porque su sí mismo no se angustia bajo la pesadez cargada, sino que desea tomarla para sí. Allí donde el fantasma del cargador aparece como gran dragón ficticio, se entabla la eterna enemistad, la gran guerra.

7. Porque si se tiene que maldecir una realización en el espíritu, no es por la ilusión de un otro (docente). El camello está solo con la carga, pero no por obra de ningún cargador, sino por paciencia propia y hacer-tendiendo la mano a sus miedos y fantasmas. Nunca se necesitó de un docente, por ello hay que olvidarse de tales inventos imaginarios: es algo que no llega a ser otro-espíritu, porque apenas aparece fantasmagóricamente. No es necesario el reconocimiento de otro para un fin moral (bueno-malo), o una mediación religiosa para otra vida (como las ficciones del cargador y del dragón); sino que tales inventos son efectos del espíritu (llámese camello, león, niño). Producciones (hacer) que el niño debe olvidar.

8. Y no hay que confundir la soledad del niño con una mala suerte de autismo o solipsismo: el retirarse del mundo es una expresión de singularidad del filósofo. No busca que el aula o el ambiente educativo den lugar a su voz; sino que crea su aula/mundo. Es la vieja lengua metafísica, pero maldicha (mal-dictum, maldita), que crea valores invirtiéndolos.

9. Ni solipsista ni individualista: niño-guerrero. No busca amigos (la serpiente y el águila ya son sus amigos), sino afirmarse en la diferencia. Tampoco busca un ejército de soldados uniformes e iguales, que concilien en el aula o el mundo. En todo caso, estar con guerreros que busquen siempre un enemigo. ¿Para qué reconocer al otro como igual, haciendo a un lado toda diferencia? Se detesta la

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confederación de las almas bellas que aceptan convivir en la pluralidad. ¡Qué sólo “vuestro mismo mandar sea un obedecer”! Ya que no es un juego, sino una guerra: donde ni todos, ni nadie, son niños o amigos.

10. Justamente, la afirmación filosófica no es pacífica, sino intempestiva: no es un hacer-nada en el mundo, sino la creación que retorna eternamente. Esta agresividad tiene una distancia y un enojo con la pauta universal que busca dar crédito por reconocimiento a la libertad creadora. Porque este reconocimiento dialéctico es el principio obturador de todo hacer creativo.

Tajo en el agua