TRES CASTILLOS PLENOS DE AÑOS DE HISTORIA

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Cargada de años y muy buena historia, ante mí esa pequeña y corta publicación de largo título —«Relación cirscuntanciada de la defensa de Santa Cruz de Te- nerife, invadida por una escua- dra inglesa, al mando del contra- almirante Horacio Nelson, la madrugada del 25 de julio de 1797»— que narra, con prosa pre- cisa y preciosa, los aconteci- mientos de la lucha en el muelle y calles de la zona portuaria de la ciudad. Editada en Madrid un año des- pués de los sucesos narrados, la centenaria publicación manchada por la pátina del Tiempo que roe, pule y mata— lleva en la contraportada, estam- pada con caligrafía perfecta, bre- ve leyenda: «Pertenece al Bene- ficiado Yáñez». En dicha publicación —en este trozo de historia impresa— está parte de un pasado glorioso de la ciudad, de la Isla toda. Pero, ¿qué nos queda de aquella ciu- dad, de aquella Santa Cruz de Tenerife que tan bien defendió su españolidad? En un recio sillar de la entra- da del Muelle Sur, la clara señal de impacto artillero plasmada en el basalto y, testigos mudos, tres de los baluartes que —con el ronco tronar de los cañones de la guerra— bien supieron defen- der la ciudad ambicionada. Esta, años antes había dado claras muestras de su españolismo ante las fuerzas de Blake primero Ge- nings más tarde. Años de 1657, 1706 y 1797. Tres años que son hitos en la his- toria de Santa Cruz y señalan, con claridad, otras tantas victo- rias contra los marinos que, bajo pirámides de lonas abiertas a la brisa y al sol, soñaban con do- minar los mares y conquistar la Isla. Esta, situada estratégica- mente, estaba llamada a ser, caso de lograr sus propósitos, bases de apoyo de las para ellos vita- les rutas de navegación hacia las Indias Orientales y Occidentales. Tres veces trataron de apode- rarse de la isla del Teide. Tres ve- ces Tenerife dio el buen ejemplo de sus habitantes todos aprestán- dose a la lucha y, tres veces tam- bién, el de otras tantas victorias que fueron motivo, justo, para conceder las tres cabezas de leo- La centenaria y guerrera estampa de Riso Alto se alza a la orilla de la mar ¡SANTA CRUZ DE AYER Y DE Tres castillos plenos de años e historia (I) pardo que, con orgullo legítimo, luce en su escudo de armas. Paso Alto ya se cita con oca- sión del ataque de Blake cuando, el 30 de abril de 1657, pretendió desembarcar para apoderarse de la flota que —fondeada en aguas de Santa Cruz— mandaba don Diego de Egues Viamont. «La fortaleza de Paso Alto recibió el mayor daño y lo hizo a la guar- nición, por que las balas que da- ban en el risco, desencajaban muchas piezas». Años vinieron y décadas pasa- ron» La antigua y pétrea fortale- za, frente a la mar y bajo el ris- co de La Altura, continuó su vi- gilancia, siempre mirando a la lámina azul de infinito por la que, en alas de la brisa, navega- ban fragatas blancas de velas abiertas. Hoy, el castillo continúa mirando a la mar de siempre —su mar—, de la que le separa el brazo de piedra del Muelle Sur. Anacrónica, cargada de años e historia, la vieja y guerrera es- tampa de Paso Alto se alza a la orilla de la mar que canta y baña las rocas con el acompasado abrir y cerrar de sus olas. Rodeado de ciudad y silencio, el centenario bastión se adorme- ce y cae en sueño de siglos. Ya no es el centinela que alerta es- taba al acecho de un aletear de velas blancas en el horizonte le- jano; pero conserva gallardía, prestancia y orgullo legítimo, pues en los recios paredones pa- recen resuenan aún los truenos terribles con los que el bronce ornamentado —belicosidad y be- lleza extrañamente hermana- dos— batía al marino invasor. Troneras y aspilleras, nacidas en la época de más gallardía en las estampas veleras, ponen hoy su extrañado mirar en el desfile constante que ante ellas pasa. Ya no hay altivos navios de tres puentes en la mar; ya no nave- gan los «wooden walls» que lan- zaban al cielo las flechas de sus palos machos, masteleros y mas- telerillos, y se dejaban llevar por el viento —el largo látigo del viento libre de la mar alta— y la luz que relucía en las blancas lo- nas, en aquellas velas tensas y abombadas. En 1683, al parecer se trató de su demolición, pero, años más tarde —en 1782, concretamen- te— fue reconstruido con moti- vo de la guerra que España, alia- da de Francia, mantenía con In- glaterra. Al respecto, una lápida lucía la siguiente inscripción: «Rek nando Carlos III, mandando es- tas islas el Excmo. Sr. Don Joa- quín Ibáñez Cuevas, Marqués de la Cañada, Teniente General de los Reales Ejércitos, se conclu- la reparación de este castillo, mejorando su batería alta con bó- veda a prueba, de que carecía. La Plaza de Armas que le cierra, Batería de entrada de su inme- diación, la de San Rafael, cues- ta, parapetos y defensa de los ba- rrancos, aumentándose en toda la línea hasta el Barranco hondo con motivo de la guerra. Año 1782». Hoy, las negras, amenazadoras bocas de la artillería, son como fantasmas de un tiempo ido para siempre. Cañones del tiempo del romanticismo y de la retórica, hoy sonríen bonachonamente y toman aire condescendiente, de sencilla humildad, de domestica- da importancia. Pero, en lo hon- do del bronce bien fundido late el orgullo, todo un símbolo de lo que la isla fue, es y siempre será. Frente al antiguo castillo de larga y buena historia, proas audaces y rápidas que muerden la mar, como poseídas de esa ex- traña prisa de vivir que domina al mundo actual. Tras ellas, como rúbricas de su paso, el leve aliento de los motores impregna la mar con su característico aro- ma, tan opuesto al del alquitrán marinero —o chapapote— de los años idos. Bien intervino Paso Alto cuan- do, en julio de 1797, Santa Cruz de Tenerife fue atacada por las fuerzas de Horacio Nelson. Allí, en la enfilación del baluarte, hace años que, casualmente, el petrolero «Plutón» —de la Ma- rina de Guerra española— resca- el ancla que, nelsoniana sin lu- gar a duda, hoy reposa ante la Comandancia Militar de Marina. Fue de las que, al rolar el vien- to, picaron rápidamente los na- vios ingleses para volver a la mar y arrumbar al Sur; allí, cerca del antiguo fuerte de Almeida, es homenaje sencillo a los marinos españoles, a los tinerfeños que bien defendieron su Isla. En la obra del capitán Amador García Arguelles —«Historia de la Artillería en Tenerife»— bien se dice que fue «foco de resisten- cia en 1797, sirvió de prisión du- rante el siglo XIX. En 1881 se re- formó abriéndose nuevas trone- ras y martillándolo con piezas de 500 libras; posteriormente su mi- sión militar pasó a Almeida, conservándose la batería anexa de Paso Alto. Fue vendido en 1950 a la Junta de Obras del Puerto, restaurado y usado para manifestaciones de carácter cul- tural». Con la batería anexa, el fuer- te de San Miguel y la del atrin- cheramiento de La Altura, Paso Alto era un elemento más en el despliegue artillero pero, como bien escribió el capitán García Arguelles, «esta batería estaba considerada como inútil para la defensa debido a lo anticuado de su material, todavía de avancar- ga, así como a su corto alcance, 3.000 metros». Con la estampa del viejo cas- tillo, muchos recordamos la ci- tada batería anexa que, con»sus cuatro piezas de 150 milímetros —sistema Ordóñez y modelo 1885— se alzaba cerca de los muros que señalaban dónde ha- bía estado la batería de San Mi- guel. Las cuatro piezas, todas a barbeta, en los años de la Segun- da Guerra Mundial intervinieron en algún ejercicio de tiro y, con ellas, las nuevas de San Andrés y las de Los Moriscos; en los ejercicios nocturnos con proyec- tores, barría la mar con su pu- ñal de luz el instalado en la la- dera de La Altura mientras, con fuego real, los antiaéreos insta- lados en la explanada de Bufade- ro disparaban contra los aviones aliados que, casi todos los días, reconocían —volando a baja altura— el puerto de Santa Cruz. Han pasado los años y los si- glos y, firmemente asentado en la costa —como sediento de brisas-— el castillo de Paso Alto se mira en la lámina azul que, siempre pintada de barcos, es el regalo diario del Atlántico a la ciudad. Juan A. Padrón Albornoz E n nuestro último artículo hemos podido comprobar que las harimaguadas par- ticipaban en dos tipos de ritos procesionales celebrados en Gran Canaria para impetrar la lluvia: uno en las alturas, cerca de las nubes; otro a la orilla del mar, al borde del océano. Tam- bién ha quedado claro que estos tipos de rogativas no son exclu- sivos de dicha isla, pues tenemos testimonios fidedignos de que también se celebraban cultos si- milares en las restantes y en el África beréber, si bien las mo- dalidades varían y las harima- guadas estaban ausentes, por la sencilla razón de que no existían. Esta falta de antecedentes de dichas harimaguadas en el área beréber, geográficamente próxi- ma, hizo que el laborioso y eru- dito investigador de nuestro pa- sado, don Buenaventura Bonnet, fuera a buscar, por los años treinta, afinidades con nuestras vírgenes canarias, nada menos que en el país de los sumerios y de los acadios, en la Babilonia caldea, pues ni siquiera la pros- titución sagrada de los templos egipcios y chipriotas, de la que nos habla Frazer, podía servirle de antecedente. Y este prodigio- so salto en el tiempo y el espa- cio, sólo pudo conducirle a unas analogías de mera apareciencia, en primer lugar lingüísticas. Escribe Bonnet (Rev. de Hist. 1930): «Sabemos que en Caldea llevaban el nombre de Harimate las principales vírgenes consa- gradas a la divinidad» (Delapor- te, pág. 106/7). «Estas vírgenes residían en el «gagún», templo o convento». De estas dos voces se formó la palabra «Harimate ga- gún» =«mujeres o vírgenes del templo». Tal etimología no ha vuelto a ser tomada en conside- ración, que sepamos, por quie- De etnología canaria Las harimaguadas y el culto (71 nes han seguido estudiando nuestra lengua indígena, Nada más fácil, ni menos engañoso, que encontrar similitudes foné- ticas con lenguas extrañas, y aunque nosotros no somos lin- güistas, tenemos que desconfiar de toda apariencia con voces ho- mófonas entre lenguas tan distan- tes, cuando no existe un paren- tesco sintático o gramatical, don- de radica el alma del lenguaje. Pero, además, Bonnet parte de una idea falsa, común a todos los investigadores de su tiempo y que todavía persiste: que las ha- rimaguadas eran sacerdotisas, vírgenes consagradas a la divi- nidad. Y trata de justificar el que salieran para casarse, aduciendo que también en Caldea algunas «harimates» podían contraer ma- trimonio legalmente, según el código de Hamurabí. Lo que no distingue Bonnet es que el ma- trimonio para las harimaguadas no era una posibilidad o una per- misivilidad, sino un destino. Las harimaguadas no es que pudie- ran casarse, es que entraban para casarse, estaban destinadas a eso, se preparaban para la maternidad y el matrimonio. Era, insistimos, una institución de «pasaje», de tránsito, y su participación en los ritos de fertilidad es una mera consecuencia de su condición fe- menina y de futuras madres. Por otra parte, hemos de pen- sar que las rogativas procesiona- les no eran una actividad que se produjese de forma constante a lo largo de todo el año, pues los mismos textos históricos nos di- cen que sólo se hacían «cuando faltaban los temporales» y es ló- gico suponer que los canarios, por pura experiencia empírica, tuviesen bien claro la existencia en nuestras latitudes de una tem- porada seca, en el verano, y otra invernal lluviosa. Y que la falta de lluvia sólo se acusara cuando sufrían retraso en la temporada correspondiente. De lo contrario, poco éxito iban a obtener con ro- gativas de lluvias estivales y es- casa fe iban a conservar ante tan reiterados y persistentes fraca- sos. Es por ello que nosotros he- mos afirmado que esa actividad de las harimaguadas no era su función más importante, ni las define, ni le es fundamental: no se justifica mantener encerradas a unas doncellas todo el año para que cuando llega la época plu- vial, si las lluvias se retrasan, salgan en rogativas y sólo como parte de un cortejo en que parti- cipaba el pueblo entero. Además de que su participa- ción en tales cortejos procesio- nales no era exclusiva, tampoco era rectora ni por iniciativa pro- pia, ya que según todas las fuen- tes eran convocados y organiza- dos por el Faicán. Así leemos en la Crónica Anónima (Ovet. 166, lac. 223, matr. 252) que cuando había esterilidad el faicán «jun- taba a la jente y la llevaba en pro- cesión a la orilla del mar con va- ras y rramos en las manos.., cla- mando en altas boces en su len- gua y mirando hacia el sielo, pidiendo a Dios agua»... Y Gó- mez Escudero añade que excla- maban, como una letanía, «Al- mene Coran¡» (Válgame Dios¡), En cuanto al ceremonial de montaña ya hemos visto que no trasladaban el ganado a las cum- bres, como en Tenerife, sino sus productos: leche y manteca. Y el R Abreu hace portador de los mismos a las harimaguadas, quienes los derraman sobre los riscos sagrados, al mismo tiem- po que cantan, bailan y entonan tristes endechas. Viera reelabo- ra literariamente la versión de Abreu y afirma que bailaban «el canario». Y ya autores más mo- dernos, como Verneau (Cinq an- nées de sejours...», pág. 84) re- copila y sintetiza todas las ma- nifestaciones rituales dichas por los historiadores anteriores, rea- les o supuestas, y las atribuye con exclusividad y manifiesta exageración e inexactitud a las harimaguadas: «Se pasaban el tiempo orando, haciendo mil contorsiones, con los ojos, la ca- beza, el cuerpo, los miembros y repitiendo a coro ¡Almene Co- ran!, ¡Dios mío ayúdame!». Tampoco el que las casas o moradas de éstas muchachas vír- genes gozaran de grandes pree- minencias y que los malhecho- res que se acogían a las mismas no ftieran castigados, es decir, que gozaran de una especie de derecho de asilo, como nos dice Abreu, confiere a las mismas la categoría de templos, cuya exis- tencia niega el propio autor, aun- que sí es probable que sirviesen de silos para almacenar las co- sechas y estuviesen protegidas por un tabú de asilo, de lo que conocemos precedente en el mis- mo mundo beréber. En un próximo artículo vere- mos cómo los ritos de pubertad de estas harimaguadas se culmi- nan con su iniciación sexual y que estas jóvenes ni tenían voca ción de vírgenes, ni ofrecían su virginidad a ningún Dios si- guiendo el ejemplo de las vesta- les romanas (P Sosa), ya que su meta era el matrimonio y la ma- ternidad.. Francisco Pérez Saavedra MERCATENERIFE, S.A. CONCURSO DEL NEGOCIO DE BAR NAVE I MAYORISTAS A partir del día 2 de julio de 1986, conforme anuncio pu- blicado en el Boletín Oficial de la Provincia, en las Oficinas de Mercatenerife, S.A., Urbanización el Mayorazgo, Sector 2, de 10a 13 horas en días laborables, excepto sábados, podrá reti- rarse por los interesados los Pliegos de Condiciones a regir en el concurso. La presentación de proposiciones finalizará a las 13 horas del día 15 de julio de 1986. Santa Gruz de Tenerife, a 27 de junio de 1986.

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Artículo de Juan Antonio Padrón Albornoz, periódico El Día, sección "Santa Cruz de ayer y hoy", 1986/07/06

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Cargada de años y muy buenahistoria, ante mí esa pequeña ycorta publicación de largo título—«Relación cirscuntanciada dela defensa de Santa Cruz de Te-nerife, invadida por una escua-dra inglesa, al mando del contra-almirante Horacio Nelson, lamadrugada del 25 de julio de1797»— que narra, con prosa pre-cisa y preciosa, los aconteci-mientos de la lucha en el muelley calles de la zona portuaria dela ciudad.

Editada en Madrid un año des-pués de los sucesos narrados, lacentenaria publicación —manchada por la pátina delTiempo que roe, pule y mata—lleva en la contraportada, estam-pada con caligrafía perfecta, bre-ve leyenda: «Pertenece al Bene-ficiado Yáñez».

En dicha publicación —en estetrozo de historia impresa— estáparte de un pasado glorioso dela ciudad, de la Isla toda. Pero,¿qué nos queda de aquella ciu-dad, de aquella Santa Cruz deTenerife que tan bien defendió suespañolidad?

En un recio sillar de la entra-da del Muelle Sur, la clara señalde impacto artillero plasmada enel basalto y, testigos mudos, tresde los baluartes que —con elronco tronar de los cañones dela guerra— bien supieron defen-der la ciudad ambicionada. Esta,años antes había dado clarasmuestras de su españolismo antelas fuerzas de Blake primero Ge-nings más tarde.

Años de 1657, 1706 y 1797.Tres años que son hitos en la his-toria de Santa Cruz y señalan,con claridad, otras tantas victo-rias contra los marinos que, bajopirámides de lonas abiertas a labrisa y al sol, soñaban con do-minar los mares y conquistar laIsla. Esta, situada estratégica-mente, estaba llamada a ser, casode lograr sus propósitos, basesde apoyo de las para ellos vita-les rutas de navegación hacia lasIndias Orientales y Occidentales.

Tres veces trataron de apode-rarse de la isla del Teide. Tres ve-ces Tenerife dio el buen ejemplode sus habitantes todos aprestán-dose a la lucha y, tres veces tam-bién, el de otras tantas victoriasque fueron motivo, justo, paraconceder las tres cabezas de leo-

La centenaria y guerrera estampa de Riso Alto se alza a la orilla de la mar

¡SANTA CRUZ DE AYER Y DE

Tres castillos plenos de años e historia (I)pardo que, con orgullo legítimo,luce en su escudo de armas.

Paso Alto ya se cita con oca-sión del ataque de Blake cuando,el 30 de abril de 1657, pretendiódesembarcar para apoderarse dela flota que —fondeada en aguasde Santa Cruz— mandaba donDiego de Egues Viamont. «Lafortaleza de Paso Alto recibió elmayor daño y lo hizo a la guar-nición, por que las balas que da-ban en el risco, desencajabanmuchas piezas».

Años vinieron y décadas pasa-ron» La antigua y pétrea fortale-za, frente a la mar y bajo el ris-co de La Altura, continuó su vi-gilancia, siempre mirando a lalámina azul de infinito por laque, en alas de la brisa, navega-ban fragatas blancas de velasabiertas. Hoy, el castillo continúamirando a la mar de siempre—su mar—, de la que le separael brazo de piedra del MuelleSur.

Anacrónica, cargada de añose historia, la vieja y guerrera es-tampa de Paso Alto se alza a laorilla de la mar que canta y bañalas rocas con el acompasadoabrir y cerrar de sus olas.

Rodeado de ciudad y silencio,el centenario bastión se adorme-ce y cae en sueño de siglos. Yano es el centinela que alerta es-taba al acecho de un aletear develas blancas en el horizonte le-jano; pero conserva gallardía,prestancia y orgullo legítimo,pues en los recios paredones pa-recen resuenan aún los truenosterribles con los que el bronceornamentado —belicosidad y be-lleza extrañamente hermana-dos— batía al marino invasor.

Troneras y aspilleras, nacidasen la época de más gallardía enlas estampas veleras, ponen hoysu extrañado mirar en el desfileconstante que ante ellas pasa. Yano hay altivos navios de trespuentes en la mar; ya no nave-gan los «wooden walls» que lan-zaban al cielo las flechas de suspalos machos, masteleros y mas-telerillos, y se dejaban llevar porel viento —el largo látigo delviento libre de la mar alta— y laluz que relucía en las blancas lo-nas, en aquellas velas tensas yabombadas.

En 1683, al parecer se trató desu demolición, pero, años más

tarde —en 1782, concretamen-te— fue reconstruido con moti-vo de la guerra que España, alia-da de Francia, mantenía con In-glaterra.

Al respecto, una lápida lucíala siguiente inscripción: «Reknando Carlos III, mandando es-tas islas el Excmo. Sr. Don Joa-quín Ibáñez Cuevas, Marqués dela Cañada, Teniente General delos Reales Ejércitos, se conclu-yó la reparación de este castillo,mejorando su batería alta con bó-veda a prueba, de que carecía.La Plaza de Armas que le cierra,Batería de entrada de su inme-diación, la de San Rafael, cues-ta, parapetos y defensa de los ba-rrancos, aumentándose en toda lalínea hasta el Barranco hondocon motivo de la guerra. Año1782».

Hoy, las negras, amenazadorasbocas de la artillería, son comofantasmas de un tiempo ido parasiempre. Cañones del tiempo delromanticismo y de la retórica,hoy sonríen bonachonamente ytoman aire condescendiente, desencilla humildad, de domestica-da importancia. Pero, en lo hon-do del bronce bien fundido late

el orgullo, todo un símbolo de loque la isla fue, es y siempre será.

Frente al antiguo castillo delarga y buena historia, proasaudaces y rápidas que muerdenla mar, como poseídas de esa ex-traña prisa de vivir que dominaal mundo actual. Tras ellas,como rúbricas de su paso, el levealiento de los motores impregnala mar con su característico aro-ma, tan opuesto al del alquitránmarinero —o chapapote— de losaños idos.

Bien intervino Paso Alto cuan-do, en julio de 1797, Santa Cruzde Tenerife fue atacada por lasfuerzas de Horacio Nelson. Allí,en la enfilación del baluarte,hace años que, casualmente, elpetrolero «Plutón» —de la Ma-rina de Guerra española— resca-tó el ancla que, nelsoniana sin lu-gar a duda, hoy reposa ante laComandancia Militar de Marina.Fue de las que, al rolar el vien-to, picaron rápidamente los na-vios ingleses para volver a la mary arrumbar al Sur; allí, cerca delantiguo fuerte de Almeida, eshomenaje sencillo a los marinosespañoles, a los tinerfeños quebien defendieron su Isla.

En la obra del capitán AmadorGarcía Arguelles —«Historia dela Artillería en Tenerife»— biense dice que fue «foco de resisten-cia en 1797, sirvió de prisión du-rante el siglo XIX. En 1881 se re-formó abriéndose nuevas trone-ras y martillándolo con piezas de500 libras; posteriormente su mi-sión militar pasó a Almeida,conservándose la batería anexade Paso Alto. Fue vendido en1950 a la Junta de Obras delPuerto, restaurado y usado paramanifestaciones de carácter cul-tural».

Con la batería anexa, el fuer-te de San Miguel y la del atrin-cheramiento de La Altura, PasoAlto era un elemento más en eldespliegue artillero pero, comobien escribió el capitán GarcíaArguelles, «esta batería estabaconsiderada como inútil para ladefensa debido a lo anticuado desu material, todavía de avancar-ga, así como a su corto alcance,3.000 metros».

Con la estampa del viejo cas-tillo, muchos recordamos la ci-tada batería anexa que, con»suscuatro piezas de 150 milímetros—sistema Ordóñez y modelo1885— se alzaba cerca de losmuros que señalaban dónde ha-bía estado la batería de San Mi-guel. Las cuatro piezas, todas abarbeta, en los años de la Segun-da Guerra Mundial intervinieronen algún ejercicio de tiro y, conellas, las nuevas de San Andrésy las de Los Moriscos; en losejercicios nocturnos con proyec-tores, barría la mar con su pu-ñal de luz el instalado en la la-dera de La Altura mientras, confuego real, los antiaéreos insta-lados en la explanada de Bufade-ro disparaban contra los avionesaliados que, casi todos los días,reconocían —volando a bajaaltura— el puerto de Santa Cruz.

Han pasado los años y los si-glos y, firmemente asentado enla costa —como sediento debrisas-— el castillo de Paso Altose mira en la lámina azul que,siempre pintada de barcos, es elregalo diario del Atlántico a laciudad.

Juan A. PadrónAlbornoz

E n nuestro último artículohemos podido comprobarque las harimaguadas par-

ticipaban en dos tipos de ritosprocesionales celebrados enGran Canaria para impetrar lalluvia: uno en las alturas, cercade las nubes; otro a la orilla delmar, al borde del océano. Tam-bién ha quedado claro que estostipos de rogativas no son exclu-sivos de dicha isla, pues tenemos

testimonios fidedignos de quetambién se celebraban cultos si-milares en las restantes y en elÁfrica beréber, si bien las mo-dalidades varían y las harima-guadas estaban ausentes, por lasencilla razón de que no existían.

Esta falta de antecedentes dedichas harimaguadas en el áreaberéber, geográficamente próxi-ma, hizo que el laborioso y eru-dito investigador de nuestro pa-sado, don Buenaventura Bonnet,fuera a buscar, por los añostreinta, afinidades con nuestrasvírgenes canarias, nada menosque en el país de los sumerios yde los acadios, en la Babiloniacaldea, pues ni siquiera la pros-titución sagrada de los templosegipcios y chipriotas, de la quenos habla Frazer, podía servirlede antecedente. Y este prodigio-so salto en el tiempo y el espa-cio, sólo pudo conducirle a unasanalogías de mera apareciencia,en primer lugar lingüísticas.

Escribe Bonnet (Rev. de Hist.1930): «Sabemos que en Caldeallevaban el nombre de Harimatelas principales vírgenes consa-gradas a la divinidad» (Delapor-te, pág. 106/7). «Estas vírgenesresidían en el «gagún», templo oconvento». De estas dos voces seformó la palabra «Harimate ga-gún» = «mujeres o vírgenes deltemplo». Tal etimología no havuelto a ser tomada en conside-ración, que sepamos, por quie-

De etnología canaria

Las harimaguadas y el culto (71nes han seguido estudiandonuestra lengua indígena, Nadamás fácil, ni menos engañoso,que encontrar similitudes foné-ticas con lenguas extrañas, yaunque nosotros no somos lin-güistas, tenemos que desconfiarde toda apariencia con voces ho-mófonas entre lenguas tan distan-tes, cuando no existe un paren-tesco sintático o gramatical, don-de radica el alma del lenguaje.

Pero, además, Bonnet parte deuna idea falsa, común a todos losinvestigadores de su tiempo yque todavía persiste: que las ha-rimaguadas eran sacerdotisas,vírgenes consagradas a la divi-nidad. Y trata de justificar el quesalieran para casarse, aduciendoque también en Caldea algunas«harimates» podían contraer ma-trimonio legalmente, según elcódigo de Hamurabí. Lo que nodistingue Bonnet es que el ma-trimonio para las harimaguadasno era una posibilidad o una per-misivilidad, sino un destino. Lasharimaguadas no es que pudie-ran casarse, es que entraban paracasarse, estaban destinadas a eso,se preparaban para la maternidady el matrimonio. Era, insistimos,una institución de «pasaje», detránsito, y su participación en losritos de fertilidad es una meraconsecuencia de su condición fe-menina y de futuras madres.

Por otra parte, hemos de pen-sar que las rogativas procesiona-les no eran una actividad que seprodujese de forma constante alo largo de todo el año, pues losmismos textos históricos nos di-cen que sólo se hacían «cuandofaltaban los temporales» y es ló-

gico suponer que los canarios,por pura experiencia empírica,tuviesen bien claro la existenciaen nuestras latitudes de una tem-porada seca, en el verano, y otrainvernal lluviosa. Y que la faltade lluvia sólo se acusara cuandosufrían retraso en la temporadacorrespondiente. De lo contrario,poco éxito iban a obtener con ro-gativas de lluvias estivales y es-casa fe iban a conservar ante tanreiterados y persistentes fraca-sos. Es por ello que nosotros he-mos afirmado que esa actividadde las harimaguadas no era sufunción más importante, ni lasdefine, ni le es fundamental: nose justifica mantener encerradasa unas doncellas todo el año paraque cuando llega la época plu-vial, si las lluvias se retrasan,salgan en rogativas y sólo comoparte de un cortejo en que parti-cipaba el pueblo entero.

Además de que su participa-ción en tales cortejos procesio-nales no era exclusiva, tampocoera rectora ni por iniciativa pro-pia, ya que según todas las fuen-tes eran convocados y organiza-dos por el Faicán. Así leemos enla Crónica Anónima (Ovet. 166,lac. 223, matr. 252) que cuandohabía esterilidad el faicán «jun-taba a la jente y la llevaba en pro-cesión a la orilla del mar con va-ras y rramos en las manos.., cla-mando en altas boces en su len-gua y mirando hacia el sielo,pidiendo a Dios agua»... Y Gó-mez Escudero añade que excla-maban, como una letanía, «Al-mene Coran¡» (Válgame Dios¡),

En cuanto al ceremonial demontaña ya hemos visto que no

trasladaban el ganado a las cum-bres, como en Tenerife, sino susproductos: leche y manteca. Y elR Abreu hace portador de losmismos a las harimaguadas,quienes los derraman sobre losriscos sagrados, al mismo tiem-po que cantan, bailan y entonantristes endechas. Viera reelabo-ra literariamente la versión deAbreu y afirma que bailaban «elcanario». Y ya autores más mo-dernos, como Verneau (Cinq an-nées de sejours...», pág. 84) re-copila y sintetiza todas las ma-nifestaciones rituales dichas por

los historiadores anteriores, rea-les o supuestas, y las atribuyecon exclusividad y manifiestaexageración e inexactitud a lasharimaguadas: «Se pasaban eltiempo orando, haciendo milcontorsiones, con los ojos, la ca-beza, el cuerpo, los miembros yrepitiendo a coro ¡Almene Co-ran!, ¡Dios mío ayúdame!».

Tampoco el que las casas omoradas de éstas muchachas vír-genes gozaran de grandes pree-minencias y que los malhecho-res que se acogían a las mismasno ftieran castigados, es decir,

que gozaran de una especie dederecho de asilo, como nos diceAbreu, confiere a las mismas lacategoría de templos, cuya exis-tencia niega el propio autor, aun-que sí es probable que sirviesende silos para almacenar las co-sechas y estuviesen protegidaspor un tabú de asilo, de lo queconocemos precedente en el mis-mo mundo beréber.

En un próximo artículo vere-mos cómo los ritos de pubertadde estas harimaguadas se culmi-nan con su iniciación sexual yque estas jóvenes ni tenían vocación de vírgenes, ni ofrecían suvirginidad a ningún Dios si-guiendo el ejemplo de las vesta-les romanas (P Sosa), ya que sumeta era el matrimonio y la ma-ternidad..

Francisco Pérez Saavedra

MERCATENERIFE, S.A.CONCURSO DEL NEGOCIO DE BAR

NAVE I MAYORISTAS

A partir del día 2 de julio de 1986, conforme anuncio pu-blicado en el Boletín Oficial de la Provincia, en las Oficinas deMercatenerife, S.A., Urbanización el Mayorazgo, Sector 2, de10a 13 horas en días laborables, excepto sábados, podrá reti-rarse por los interesados los Pliegos de Condiciones a regir enel concurso.

La presentación de proposiciones finalizará a las 13 horasdel día 15 de julio de 1986.

Santa Gruz de Tenerife, a 27 de junio de 1986.