Try me - Diane Alberts

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Al Sargento Jeremy Addison, le tomó solo una noche salvaje para darse cuenta de que, ¿Las Vegas? fue una mala idea. Sangriento. Magullado. Deshidratado. Abandonado en el desierto, y dejado tirado en el camino. La única forma en que este permiso podría empeorar era si su salvadora fuera la hermana de su ex- mejor amigo... y la chica que había amado desde la infancia. La última persona que Erica esperaba encontrar en el borde de la carretera era a su amor platónico de preparatoria. No había visto a Jeremy en siete años, desde la noche que dijo que la amaba, y ella se escapó. Perderlo entonces había sido un error, pero desearlo ahora podría ser catastrófico si descubría el secreto que perseguía a todos los otros hombres de su vida. Pero con un alto, tatuado Marine decidido a demostrar que siempre ha sido fiel, puede Erica resistir a sus avances... ¿o se rendirá y dará una probada al amor?

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En Try Me los lectores de Diane Alberts, aprenderán que lo que pasa

en Las Vegas... puede conducir al romance.

l Sargento Jeremy Addison, le tomó solo una noche salvaje

para darse cuenta de que, ¿Las Vegas? fue una mala idea.

Sangriento. Magullado. Deshidratado. Abandonado

en el desierto, y dejado tirado en el camino. La única forma en que este

permiso podría empeorar era si su salvadora fuera la hermana de su ex-

mejor amigo... y la chica que había amado desde la infancia.

La última persona que Erica esperaba encontrar en el borde de la

carretera era a su amor platónico de preparatoria. No había visto a Jeremy

en siete años, desde la noche que dijo que la amaba, y ella se escapó.

Perderlo entonces había sido un error, pero desearlo ahora podría ser

catastrófico si descubría el secreto que perseguía a todos los otros hombres

de su vida. Pero con un alto, tatuado Marine decidido a demostrar que

siempre ha sido fiel, puede Erica resistir a sus avances... ¿o se rendirá y dará

una probada al amor?

A

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Sinopsis

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Epilogo

Love Me

Diane Alberts

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Traducido por Lizzie Wasserstein, Vicky & Itorres

Corregido por beatrix85

eremy tropezó a lo largo de una carretera desierta en las

afueras de Las Vegas. Al menos... pensó que estaba en las

afueras de Las Vegas. La ola de calor-resplandor de la

oscuridad en el horizonte podría ser Pittsburgh. Reno. Aliens. Dependía de si

se trataba de deshidratación o una mala resaca. Con el sol de abril

cayendo sobre su cabeza, Jeremy se inclinaba por la deshidratación. Se

sentía como un huevo en una sartén, crepitante y roto.

A pesar de que estaba bastante seguro que la luz del sol no tenía la

culpa de cómo había llegado hasta allí.

Había ido a Las Vegas por un poco de diversión. De eso se trataba

el permiso, ¿no? Tiempos rápidos, alcohol barato, un montón de juegos de

azar. Estaba bastante seguro de que la gente no terminaba con moretones

y varados en medio de la nada en las películas. Culpaba al maldito

fanfarrón por su propia recreación personal de The Hangover. Jeremy había

mantenido la calma hasta que el marinero le había llamado un cobarde y

un marinero de agua dulce.

Entonces lo había perdido.

Deseó poder culpar al alcohol, pero había estado sobrio en ese

punto. No fue sino hasta después de la pelea, el ojo negro y el labio

hinchado, que había atendido su orgullo herido con una visita de Johnny

Walker. Su propio carácter, construido a lo largo de los meses de un

despliegue de alta tensión, lo había metido en este lío. El licor acababa de

hacer que sus heridas dolieran un poco menos.

J

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Aunque había estado seguro que deseaba saber lo que pasaba

entre el fondo de la botella y el costado de la carretera.

Se tocó la división en el labio inferior y dejó escapar una risa amarga.

Idiota. A los veintisiete años, debería saber mejor no beber hasta caer. Él

nunca perdía el control de esa manera. Nunca se lo permitía. No después

de lo que su padre le había hecho a su madre. Su padre había culpado a

la botella, también.

Sí. Correcto. Incluso sobrio, su padre era un imbécil.

Jeremy no se permitiría seguir los pasos de su padre: un perdedor tras

las rejas, sin esperanza de un futuro y nadie que lo amara lo suficiente como

para molestarse en visitarlo. Jeremy era un Marine. Hizo su propia vida, hizo

todo lo posible para cuidar de las personas.

Y si golpeó a un fanfarrón en permiso, bueno... Jeremy no había

lanzado el primer golpe. Claro, que había perdido la pelea y terminado en

la desértica carretera asesina, pero al menos podía reclamar defensa

propia.

Con un bufido, agachó la cabeza contra la luz del sol y caminó a lo

largo de la carretera. Por lo menos conseguiría trabajar en su bronceado.

Ese bronceado se estaba convirtiendo en el comienzo de una

quemadura solar antes de que finalmente escuchara un motor de automóvil

retumbando detrás de él. Era la primera señal de vida que había visto desde

que salió a trompicones del desierto. Finalmente. Había empezado a pensar

que había dormido a través del fin del mundo. Zombis opcionales.

Se volvió caminando hacia atrás, hacia el vacilante resplandor

plateado que corría hacia él. Su boca estaba demasiado seca para tratar

siquiera de gritar, la lengua hinchada. Agitó los brazos sobre su cabeza

como un loco y salió a la carretera. El sol del atardecer se reflejaba en el

capó, cegándolo.

Por favor, no me atropelles.

No es que no fuera a ser un final perfecto para este día infernal.

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Frenos chillaron y Jeremy tropezó fuera de la carretera y cayó sobre

su culo en la arena. La arena picó su piel enrojecida. Un cactus decidió

joderlo un poco más y alcanzó su espalda. Hijo de puta. Se frotó los ojos;

imágenes oscuras como negativos nadaron contra la parte interna de sus

párpados.

Una puerta de auto se abrió con un crujido. Pasos golpearon el

pavimento, su ruido acercándose. Jeremy hizo crujir sus párpados

abriéndolos lo suficiente para entrecerrar los ojos en el conductor. Pequeña.

Mujer. Eso era todo lo que podía ver.

Se dejó caer de rodillas a su lado.

—¿Estás bien?

Su voz era suave. Dulce. Melodiosa. Familiar. Pensó en las noches de

verano en la piscina, mirando las estrellas.

Con la hermana de su mejor amigo a su lado.

Oh, diablos.

—¿... Erica? —Por favor, Dios, no. Cualquier persona excepto Erica.

Se frotó los ojos y la miró parpadeando. El mismo cabello castaño. Los

mismos ojos marrones. La misma cara suave, dulce. Era Erica, todo era

correcto.

Mierda.

—¿Te conozco... ? —Lo miró con cautela, con los ojos vacíos de

reconocimiento.

En cualquier momento lo recordaría. Jeremy Addison. El tonto que

había confesado su amor por ella. El idiota que la había apartado con su

estúpida boca. Ella había huido antes de que hubiera siquiera terminado el

ti en estoy enamorado de ti. Habían pasado años, pero ella lo recordaría.

Y todo iría cuesta abajo desde allí.

Y cinco... cuatro... tres... dos...

—¿... Jeremy? ¿Eres tú?

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—Sip —dijo con voz ronca. La única forma en que este día podría

empeorar era si su hermano estaba en el auto. Tommy. Su ex-mejor amigo.

Eso mandaría todo cuesta abajo directo a la gran mierda bastante rápido.

Jeremy se aclaró la garganta y trató de obligarse a sacar algo

parecido a una voz humana de sus labios.

—Uh. ¿Cómo estás?

—¿Cómo estoy? —Sus ojos se abrieron—. ¿Cómo estás tú? ¿Qué

diablos pasó? Te ves como un prisionero de guerra.

Sus manos suaves y frescas presionaron sus hombros, luego se

deslizaron sobre él. Sabía que ella solo estaba comprobando por lesiones,

pero su corazón tropezó, no obstante. Tal vez si su piel no se sintiera como un

perro caliente demasiado cocido, realmente disfrutaría su toque.

—No recuerdo —murmuró.

Lo que en realidad quería decir era bebí hasta emborracharme. Y

creo que ahora me iré a hacerlo de nuevo, gracias. Sigue adelante y huye

ahora. Esta vez, no voy a culparte. Y esta vez, pensó, probaría con tequila.

Cualquier cosa para borrar el recuerdo de humillarse delante de la chica de

la que había estado enamorado desde el primer grado.

Suspiró.

—Lo último que recuerdo es que estaba paseando alrededor del

Bellagio. Ni siquiera había resquebrajado mi primera cerveza... Algún idiota

de la Marina me llamó afuera. Escogió una lucha con diez de sus

compañeros. Lo siguiente que sé, es que estoy despierto con la boca llena

de arena.

—¿Cuánto tiempo has estado aquí? —Ella le tocó la frente. Podría

haberle dicho sin comprobarlo; estaba corriendo en algún lugar entre

cocinándose a fuego lento y caliente como el infierno.

Apretó los dientes.

—No tengo idea.

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—Vamos. —Pasó un brazo por debajo de él y le dio su hombro—.

Entremos al auto. Probablemente estás deshidratado. Tengo un poco de

agua embotellada.

Se habría reído si no le doliera tanto. Jeremy era treinta centímetros

o más, más alto que Erica. Ella había estado en el metro cincuenta y seis

cuando tenían once, y no había crecido un centímetro desde entonces.

Aún la recordaba marcando su altura en el marco de la puerta de la

antigua casa de madera de su familia, y finalmente renunciando después

de que no cambió durante seis meses consecutivos. Triste que todavía

recordara eso; sus bonitos, delgados dedos curvándose alrededor de la

marca, la forma en que ella hizo un mohín.

Pero él siempre recordaba cosas como esas. La historia de su vida.

Era más obstinación que fuerza lo que le consiguió ponerse de pie.

Ella envolvió su brazo alrededor de sus caderas, como si tuviera siquiera la

más mínima oportunidad de sostenerlo. Su corazón dio un vuelco doloroso,

y sus entrañas se tensaron. Él lo ignoró. Su cuerpo y su corazón nunca podrían

ser objetivos en lo que concernía a Erica.

Ella solo le estaba ayudando, se dijo. Teniendo compasión de él

después de encontrarlo en un montón patético en el costado de la

carretera. Ella no se preocupaba por él. No lo hizo entonces. No lo hacía

ahora. Era una buena persona... y para ella, él era prácticamente un

desconocido. Demasiados años habían pasado, y mucho había cambiado.

Incluyendo a Jeremy.

Un paso agotador a la vez, se arrastró de vuelta a su plateado

Porsche Cayenne. Por supuesto que tenía un auto con clase. Siempre había

tenido el mejor gusto en... bueno, todo. Probablemente por eso nunca

había salido con él, incluso después de su confesión. Ella nunca caería tan

bajo con el hijo de un delincuente, sin dinero, un criminal bueno para nada.

No podía culparla. Se merecía un príncipe, no un estúpido Marine pedazo

de mierda.

Todavía recordaba la expresión de su rostro cuando se lo dijo. Se

tornó fantasmalmente pálida, y su pequeña y bonita boca se tensó.

Entonces, huyó. Solo así, se alejó de él como si estuviera enfermo. Nunca fue

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capaz de enfrentarla después de eso. Ni a ella ni a su hermano, las cosas se

volvieron agrias entre ellos. Tal vez estaba mejor de esa manera, pero su

orgullo no estaba de acuerdo.

Y su orgullo tampoco estaba contento de verla ahora. Lucía como

un maldito vagabundo y estaba manchando de arena su elegante traje de

chaqueta.

Brillante, Jeremy. Absolutamente Brillante. La próxima puedes vomitar

en sus zapatos.

Pensando en eso, hizo algo como eso anoche, en algún momento

entre la pelea y la segunda botella de licor. Eso explicaría el par de manchas

que había en su pecho cuando despertó.

Erica lo ayudó a acomodarse en el asiento del pasajero, lo estabilizó,

luego fue al asiento del conductor y le pasó una gran botella de agua. La

condensación en los costados casi le congela las manos, y tuvo que

esforzarse para no mojarse todo su cuerpo con esa maldita cosa. Estaba

tentado, pero los bonitos ojos marrones de ella lo detuvieron, la

preocupación escrita en todo su rostro.

—Dios, Jeremy, te ves como la mierda.

—Lo sé —contestó, girando la tapa de la botella y dando un gran

trago. El líquido le alivió el ardor de la garganta y dejó salir un pesado

suspiro—. Gracias.

Ella puso en marcha el auto y encendió el aire acondicionado. Una

ráfaga de frío le golpeó en la cara y él cerró los ojos y se hundió en el asiento.

Gracias a Dios. La última vez que había sentido ese calor, había estado

estacionado en Afganistán, acampando en el desierto infernal y tratando

de sobrevivir.

Todavía más cómodo que estar sentado aquí con Erica sudando la

tapicería de su auto.

—¿Estás de permiso? —le preguntó.

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La miró de reojo. ¿Cómo sabía que estaba en el ejército? Él había

sabido todo de su vida desde siempre, ¿pero la suya le importaba lo

suficiente a la chica como para seguirla?

Sus ojos caen en la placa de identificación actualmente ardiendo

en su pecho como marcas de hierro y sintió su rostro calentarse. No. Por

supuesto que no. Necesitaba mantener sus obstinados sentimientos bajo

control.

Se encogió de hombros y le dio otro trago a la botella.

—Sí, tomé un mes. Pensé que me vendría bien relajarme.

—¿Relajarte? —Ella alzó una ceja—. ¿Esto es a lo que llamas

relajarte?

Él se tensó. Claro que lo miraría así. Como el perdedor que era.

Quería decirle que no tenía ningún derecho a juzgarla, que había

renunciado a todo su poder sobre él hacía tiempo, pero estaría mintiendo.

Una mirada y él se seguía sintiendo así de desesperado, agonizantemente

vacío, el hueco conocimiento de saber que la amaba, y que ella nunca lo

amó. Ni siquiera para considerarlo. Esta de ahora era una diferente Erica, sin

embargo, siete años mayor.

Pero seguía siendo indigno de ella, y ninguna cantidad de elogios o

medallas cambiarían eso.

La mano de Jeremy se tensó sobre la botella hasta que se obligó a

soltarla.

—Eso fue extremadamente relajante. Hasta que un puño se alzó y se

lo tomó demasiado personal con mi rostro.

Ella resopló.

—Suena como que te lo merecías,

Erica bajó la velocidad, cambió la marcha y entró a la carretera.

Había un silencio incomodo entre ellos. Jeremy se relajó contra su asiento y

trató de concentrarse en el aire y el agua fresca, y no en la mujer a su lado.

Incluso intentó olvidar su propio nombre. Estuvo agradecido cuando ella se

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puso las gafas de sol, ocultando sus ojos oscuros e ilegibles detrás de una

barrera igual de impenetrable.

Ella luchó contra la palanca de cambios.

—¿Cuál es tu MO1?

—¿Desde cuándo sabes toda la jerga militar? —preguntó—. Soy un

mortero2.

—Oh. —Sus cejas se contrajeron—. Entonces tú disparas. No estás en

un barco en algún lugar. O a salvo en la base.

—La seguridad es relativa en Afganistán. Pero si, disparo.

Sus nudillos se emblanquecieron contra la palanca de cambios. Sus

emociones estaban tensas cuando cambió la marcha.

—Oh —dijo.

—No te preocupes. Soy demasiado rudo como para que alguien me

dé.

Sus labios hicieron una mueca y luego lo miró.

—Alguien te dio bastante fuerte anoche.

—Graciosa. Sabes lo que quiero decir. —En broma, hizo un saludo

militar—. Sargento Jeremy Addison, a tu servicio. Demasiado orgulloso y

determinado para recibir un disparo.

Ella se rio.

—Querrás decir terco y tonto.

—Patrañas, patrañas.

Ella sonrió y se quedaron en silencio. Jeremy puso su atención en la

ventana. Un tiempo después pasaron as primeras señales de civilización,

seguidas por hermosos jardines y casas exuberantes que parecían más

1 MOS: Modus operandi 2 Mortero: Una posición militar. El mortero es un arma que dispara generalmente proyectiles

explosivos o incendiarios

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grandes en cada bloque. Elegancia. Lujo. Un lugar a dónde él no

pertenecía. Él nunca tendría una casa como esa o una esposa como Erica.

Ambas estaban tan fuera de su alcance como las estrellas, e igual de

intocables.

—¿Dónde te estás quedando? —Ella se mordió el labio inferior—.

Puedo llevarte, o puedes venir a casa. Vivo a cinco minutos.

Por supuesto que lo hacía.

—Depende. Sigo en Las Vegas, ¿cierto? Tengo un recuerdo un poco

vago de eso.

Ella frunció sus labios. A través de sus gafas, él notó que lo miraba de

reojo.

—Sigues en Las Vegas. No has caminado tan lejos en tu estado de

estupor.

—He estado peor.

No, no lo había estado. Pero una perversa y dolida parte de él quería

decepcionarla. Si iba a mirarlo de esa manera, bien podría tener una buena

razón para hacerlo.

—Además —dijo él—. Lo último que escuché es que estabas en

California.

—Han pasado siete años. Me mudé. ¿Cómo supiste que estaba en

California?

Genial. Ahora piensas que soy un escalofriante acosador.

—Viejos compañeros de clase —contestó a tientas. Tomó agua un

poco demasiado rápido; el repentino frío lo mareó, jadeó y dejó caer la

botella vacía en él posavasos—. Entonces. Sip ¿Podríamos ir a tu casa?

Podría usar una ducha más temprano que tarde.

—Seguro —Sus manos se tensaron contra el volante y se removió en

su asiento—. Entonces… Además de emborracharte, pelearte a golpes y

casi morir… ¿Cómo está tu vida?

Él rio, seco y sin humor.

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—Cuando lo pones de esa manera, bastante de mierda. Pero aparte

de eso, no mal. Disfrutando de estar de regreso en los Estados Unidos.

Ella le regaló una pequeña sonrisa. El hoyuelo en su mejilla derecha

lo hizo querer besarlo. Ella solo tenía uno, pero él lo amaba.

—Quizás las cosas mejoren después de anoche.

—Posiblemente no se podrían poner peor —comentó jugando con

su placa—. Siento que me tuvieras que encontrar de esta manera.

—Está bien. —Ella le apretó la rodilla. Sus muslos se tensaron—. Me

alegra que lo hiciera. ¿Quién sabe cuándo nos volveríamos a ver? Te ves

como un muerto. Eres afortunado de que sea solo Abril. En Julio estarías

muerto.

—¿En lugar de solo un poco seco y crujiente?

—Gracias. Ahora quiero pollo frito.

Estaba en sus labios invitarla a cenar. Tal vez saciar otros antojos

además de comida. Él cerró los ojos, tomó una respiración profunda y dijo:

—Uh, ¿cómo está Tommy?

—Está bien —contestó, entonces tragó—. Divorciado.

—Hablando de tiempos malditos —gruñó Jeremy, entonces tomó

otra respiración. Y otra. Y otra, hasta que el calor bañado de ira comenzó a

enfriarse. Esa perra mentirosa había destruido la única amistad en la vida

que le había importado a Jeremy… y había destruido a Tommy por mucho

más que eso. El hermano de Erica se merecía algo mejor, pero no había

querido escucharlo cuando Jeremy se lo dijo. Y entonces cuando Nicole…

Forzó a los pensamientos a alejarse. No tenía sentido revivir el

pasado. Especialmente no cuando podría sentir a Erica observándolo luego

de su pequeño estallido.

—Trató de encontrarte —le dio—. Una vez que volvió a sus sentidos.

Cuando se dio cuenta que Nicole estaba mintiendo, se quiso disculpar. Tú

realmente no te acostaste con ella, ¿no?

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—Por supuesto que no. Ella no era mi tipo. —Tú lo eres—. Y nunca

haría eso. Ni a Tommy ni a nadie.

—Ah —exclamó suavemente—. Entonces fue solo un juego, para

ella.

—Algo así. —Jeremy volvió su mirada hacia la ventana, en vez de a

ella. Observarla no hacía nada por su paz mental—. Les dije a ambos que

no lo hice. No miento. Odiaba a Nicole. Y tú de todas las personas…

… deberías haber sabido a quién amaba.

Él cerró la boca. Esa noche se cernía entre ellos, grande y sofocante.

Había puesto su corazón en sus manos, y ella lo había tirado a la basura.

—Jeremy, lo siento. —Esta vez el volante chirrió bajo su apretado

agarre. Movió un poco una mano y la pasó atrás a través de su cabello—.

No era mi intención hacerte daño. Yo solo…

—¿Podemos no hablar de esto? —Él cruzo sus brazos

incómodamente sobre su pecho—. Han pasado siete años. Los dos hemos

seguido adelante.

—Por supuesto —dijo con un gesto brusco—. ¿Así que estás...

casado? ¿Niños?

¿Casado? ¿Él? Sí, claro. Como si alguna vez fuera a encontrar a

alguien que pudiera siquiera compararse con su recuerdo.

No es que fuera alguna vez a decírselo de nuevo.

—No soy del tipo de matrimonio —dijo con una sonrisa que le dejaba

la boca con sabor amargo. Especialmente cuando un horrible pensamiento

lo golpeó—. ¿Y tú?

—No. —La voz de ella fue plana—. Estuve comprometida una vez. Ya

no lo estoy.

Todo en su tono de voz le advirtió no preguntar. No presionar. Se

aclaró la garganta.

—Lo siento. Tal vez el tipo correcto llegará pronto.

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Nuevamente ese aleteo marrón, un poco más allá de las gafas de

sol. Creyó ver... él no sabía lo que vio. Estaba allí, entonces se fue de nuevo.

Algo así como anhelo. Arrepentimiento. Tristeza. Él conocía el sentimiento. Y

probablemente estaba proyectando sus sentimientos en ella, al igual que

cualquier otro hombre idiota que no sabía cuándo dejarlo ir.

—Tal vez —dijo. Su voz se quebró, luego se estabilizó de nuevo—. Tal

vez no. No estoy muy concentrada en eso ahora mismo. Es difícil casarse

cuando no tienes siquiera un novio.

Así que estaba soltera. La esperanza quemó, luego murió. No

importaba. Ella quería a alguien. Él podía decir eso. Ella era tan miserable

que cada palabra suya lo hacía sufrir. Pero sola no significaba lo

suficientemente desesperada como para querer a Jeremy.

—Se me hace difícil creer que no puedas tener una cita —dijo.

Lanzó otra mirada hacia él y preocupada mordió su labio inferior de

nuevo. Ella siempre hacía eso cuando estaba nerviosa.

—Te sorprenderías.

—Quizás estabas buscando en los lugares equivocados.

Ella no dijo nada, y se maldijo a sí mismo por tonto.

Apretó la mandíbula y miró sus manos. Estaban cubiertas de tierra y

sangre. Sus nudillos estaban divididos. No habían estado en la primera pelea.

Al parecer, había luchado cuando había sido dejado en el desierto para

morir. Bueno. Él era un Marine, y los Marines siempre se defendían. Luchaban

por lo que creían. Luchaban por lo que era suyo.

Echó un vistazo a Erica desde la esquina de su ojo. Como si fuera a

luchar por ti.

El auto frenó y giró. Jeremy arrastró su mirada de la de ella y a la

curva conduciendo a una casa enorme. Era elegante, perfecta, del tipo de

adobe adosada con estructura abierta y puertas con arcos. Elegante. De

buen gusto. Totalmente fuera de su liga. Gran sorpresa.

—Bonito lugar —murmuró—. Supongo que ser abogada está dando

sus frutos.

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Ella se quitó sus gafas de sol y las dejó caer en el segundo portavasos.

—¿Acaso antiguos compañeros de clase te dijeron que soy

abogada, también?

—Uh. —Mierda. Demasiado para la indiferencia—. Yo. Uh. Lo vi en

alguna parte. Olvidé dónde.

—Correcto. —Levantó una ceja. Sus labios se curvaron en las

esquinas—. Bueno, vamos adentro.

Ella se deslizó desde el auto con gracia y aplomo. Jeremy, no tanto,

pero se las arregló para salir por su propio pie, que era más de lo que había

sido capaz de gestionar antes del agua. Caminaba como un hombre de

noventa años, pero estaba caminando.

Ella cerró la puerta del auto y lo miró. Él enderezó sus hombros.

—Estoy bien. Ya me siento mejor. —Sonrió, e inmediatamente se

arrepintió cuando su dividido labio inferior picó. Sintió algo húmedo y un

cálido hilo por su barbilla. Genio.

Ella hizo una mueca.

—Lo creeré cuando no estés sangrando.

Lo guio por el camino y al interior. La pesada puerta de roble tallada

se abrió a los pisos de madera. Una araña de cristal colgaba del techo

arqueado de la amplia sala de entrada. Pinturas caras se alineaban en las

paredes. Jeremy se mantuvo lejos de ellas. No quería correr el riesgo de

tocar nada, y ensuciar o dañar irreparablemente. Ya era bastante malo que

él estuviera dejando arena en su lustrado piso.

Se alisó la camisa y trató de enderezarla, luego frotó una mancha en

su manga. Inútil. Si esto fuera un restaurante, estaría fuera sobre su culo.

—Tal vez debería ir a mi hotel después de todo. Voy a dejar suciedad

en toda la casa.

—Por favor. No me preocupo por eso.

Apoyó una mano suavemente en el pecho de él. Su toque le

atravesó como un disparo e irradió por todo su cuerpo. Tragó saliva.

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—Si tú lo dices.

Ella lo miró. Era imposible saber lo que estaba pensando. Era lo que

la hacía tan buena abogada, pensó, y lo que lo volvía loco. Ella podría estar

al borde de las lágrimas, y nunca lo mostraría. Debería estar agradecido,

pensó. Por lo menos cuando ella le había rechazado, había suprimido su

disgusto.

Ella se apartó bruscamente, bajó la mirada, y arrojó su bolso sobre

una mesa un poco más allá de la puerta.

—Vamos arriba. Te voy a mostrar dónde está el baño.

—Mierda. No tengo nada de ropa. Soy un idiota. Tal vez deberíamos

volver al…

—Si no te conociera mejor, pensaría que estabas tratando de huir

—suspiró—. Tengo un poco de ropa de Tommy aquí. Deja de preocuparte,

¿de acuerdo? Siempre te preocupaste demasiado.

Se dio la vuelta y se dirigió hacia las escaleras curvadas, sus tacones

en el piso de madera golpeando con fuerza. Jeremy la siguió, pero se

detuvo al pie de la escalera, curvando la mano en la barandilla del fresco

hierro forjado. No debería usar la ropa de Tommy. Ya no eran amigos. No

después de que Tommy había creído la mentira de Nicole sobre Jeremy

seduciéndola. No después de que Tommy había pateado su culo y

escupiera al mismo tiempo que, para Jeremy, había sido como de la familia.

La única familia que había tenido, y la única razón por la que había

dejado que Tommy lo golpeara sangrientamente y sin ni una sola vez

defenderse. Nada podría haberlo lastimado más que lo que había perdido

esa noche.

Tragó saliva.

—No lo sé.

—A él realmente no le importará.

—Pero a mí sí. —Él encontró sus placas de identificación y las sostuvo

fuerte, su presión una comodidad familiar contra su palma—. Tomó su

palabra sobre la mía. Él debería haberlo sabido mejor.

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Se puso rígida.

—Sé que estás molesto, pero no se trata de eso. Se trata de que

consigas una ducha y ropa limpia. Nada más. Así que, que se joda.

—¿Qué se joda? —Subió las escaleras hasta que se paró a su lado,

mirándola—. ¿De verdad solo me dijiste que se joda?

Sus ojos se estrecharon. Ella sacudió la cabeza y levantó la barbilla.

—Sí. Lo hice.

—Te das cuenta de que soy un Marine, ¿verdad?

—¿Cómo si eso significara algo? Nunca me harías daño. Sé eso. Te

conozco.

—¿Lo haces?

Los ojos de ellas se encontraron con los de él, sin pestañar.

—Mejor de lo que piensas. Aunque he tratado de olvidar.

Dio un paso más cerca. Lo bastante cerca para tocarla, lo

suficientemente cerca como para envolverla en sus brazos y besarla hasta

que se aferrara a él. Todo lo que había soñado hacer desde hace años, y

más. Todo el calor de su cuerpo le rogaba que lo hiciera, burlándose de él

con su cercanía.

—¿Por qué quieres olvidarme, Erica?

Se mordió el labio. Ese delicioso labio inferior, ese pequeño tic que la

delataba como diciéndole a un jugador de póquer que no importaba cuán

estable podría ser su voz.

—Tú no tienes que preguntarme eso, Jeremy. —Se dio la vuelta, su

espalda rígida—. Vamos. El baño está en ésta dirección.

Ella subió las escaleras rápidamente, sus talones en un golpeteo

fuerte y casi acusatorio. Con un suspiro, Jeremy la siguió. Él y su gran bocota.

Jodido idiota.

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Traducido por Jadasa Youngblood, vanehz y Celemg

Corregido por Gabba

rica se escapó a la habitación de invitados, generalmente

reservada para Tommy durante sus cada vez más frecuentes

viajes de negocios. Probablemente era afortunada de que su

compañía, en está ocasión lo había puesto en un lujoso hotel, para

mantenerlo cerca de sus clientes internacionales durante alguna

conferencia de mercadotecnia u otra. Si Tommy hubiera visto a Jeremy, las

cosas habrían ido terriblemente al sur.

Como si ya no lo estuvieran.

¿Cómo había terminado en esta situación? ¿Y con Jeremy, de todas

las personas? Dios, se veía aún más guapo de lo que recordaba, con o sin

los golpes y la suciedad. Aquellos ojos azules, ese abundante cabello negro,

a través del cual ella ansiaba pasar sus dedos… ¿y cuándo se tonificó tanto?

El cuerpo endurecido de ese soldado la hacía querer tocarlo. Para descubrir

todas las maneras en que había cambiado con los años, hasta el mínimo

detalle.

Sacudió su cabeza y tiró de la puerta abierta del clóset. No lo trajo

aquí para... eso. O por cualquier razón que no fuera ayudarlo. ¿Cuáles eran

las probabilidades de que sería ella la única que lo encontrara a un costado

de la carretera?

¿Era el destino dándole una segunda oportunidad?

No. Eso era una tontería. Poco práctico. Suspirando, agarró una

camiseta y un par de jeans, luego se dirigió de nuevo hacia el pasillo. Podía

ir sin ropa interior o usar la suya sudorosa. No iba a revisar la ropa interior de

su hermano. La pequeña hermana malcriada bajo la mujer sofisticada en

que se había convertido aún insistía con que la ropa interior de Tommy tenía

piojos.

E

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1

Y no quería pensar en Jeremy de la misma forma que en su hermano.

Camada. Respiró. Cerró sus ojos y se apoyó contra la puerta del

baño. Jeremy había resucitado demasiados recuerdos. La mayoría de ellos

dulces, pero algunos de ellos muy amargos. Siempre tuvo una cosa por el

niño tonto que un día Tommy arrastró a casa de la escuela. La manera en

que sonreía, la forma en que sus ojos se arrugaban hacia arriba en las

esquinas, la manera relajada en la que se movía... podía hacerla olvidar

respirar, incluso en aquel entonces. Lo escondió lo mejor que pudo. Había

sido la molesta hermana pequeña; un estorbo. Indeseada. Molesta.

O eso es lo que había pensado, hasta esa noche.

Se negaba a reproducirlo de nuevo. No otra vez. No por millonésima

vez. Eso fue hace mucho tiempo. Las cosas eran diferentes, y ellos siguieron

adelante. Él había dicho eso. No iba a avergonzarse a sí misma diciéndole

que era el único que realmente siguió adelante.

Se enderezó, golpeo la puerta y esperó. Podía escuchar el agua

corriendo, pero no tuvo respuesta. Entreabrió la puerta.

—¿Jeremy?

Él se tropezó y agarró una toalla, pero no antes de que ella

vislumbrara los músculos tensos y firmes de su trasero.

—Oh Dios. —Cerró sus ojos e intento ahuyentar la imagen. En lugar

de eso, saltó a la claridad híper concentrada, junto con el tenso fluir de su

espalda y la amplia flexión de sus hombros. Maldición.

Escuchó arrastrar la cortina de la ducha en un movimiento ligero de

plástico y un roce de anillos contra la varilla.

—¿Erica? —dijo en voz alta—. ¿Estabas mirando mi trasero?

—¡No estaba mirando!

—Pero me acabas de ver desnudo.

—No. Quiero decir sí. Quiero decir… —Suspiró. En este momento, sería

bueno huir—. Uhm. Un poco. Quizás.

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Un gemido ahogado fue su única respuesta. Sus mejillas estaban

ardiendo.

—Lo siento —lo intentó―— Si te hace sentir mejor, ¿te veías genial?

¡Espera! No. Uhm. No, no lo hacías. —Mierda, maldición, carajo, hijo de p…

»No… miré, realmente no vi nada, ¿está bien?

Su risa resonó contra el azulejo de la ducha. Espío y se asomó por la

rendija de la puerta. Se inclinó para mirarla más allá de la cortina de la

ducha, su ceja arqueada y sus ojos se arrugaron con su risa justo de esa

manera que recordaba. Sintió su garganta oprimida.

—¿Cuál es? —preguntó—. ¿Me veo bien, mal, o invisible?

No podía responder. Solo podía ver sus hombros más allá de la

cortina, pero fue suficiente. El agua arrastrando caminos resbaladizos sobre

sus tendones bronceados, cada giro y contracción de los músculos

relucientes. Su boca se estremeció. Quería lamer, saborear, perseguir el

sabor fresco del agua dulce sobre el calor de su piel. Sus dedos se

retorcieron, y de nuevo cerró sus ojos.

—Me voy a ir ahora. —Dios, sonaba como una adolescente. No

como alguien que regularmente presenta conclusiones ante jurados

escépticos. Metió un brazo en el baño, dejó caer la ropa sobre el tocador,

y retrocedió—. Disfruta de tu… quiero decir… oh, mierda. Me iré antes de

hacerme aún más idiota. ¿Qué tal si soy quién se vuelve invisible?

—¿Por qué? —bromeó. Su voz ronca le hacía cosas terribles—. ¿Así

puedes quedarte a ver?

—Gracioso. Realmente.

Erica abrió sus ojos, le lanzó una mirada asesina, y huyó. Su risa la

persiguió, excitación en deliciosas olas atravesó su cuerpo profundamente.

No se detuvo hasta que estuvo abajo y se acurrucó en un rincón del

sofá, abrazando un almohadón contra su pecho. Gimió y hundió su cara en

la fresca seda. Imbécil. Debería haber corrido antes de comenzar a

balbucear. Probablemente pensó que lo espiaba. Ella no estaba del todo

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segura de que no lo había hecho. Dios, ese cuerpo. Ningún hombre que se

veía así debería cubrirlo.

Era oficial. Ella era patética.

¿Babeando por un chico con quién había crecido? Por favor.

Entonces le había dicho que la amaba. Eso fue hace mucho tiempo, en una

tierra muy lejana, donde las adolescentes estúpidas creían cualquier cosa

que decían los chicos guapos con sonrisas peligrosas. ¿Por qué se había

aferrado a eso durante todos estos años? ¿Especialmente cuando él

claramente se encontraba ofendido con ella por cómo lo había manejado?

De hecho, dejó caer esa bomba sobre ella después de que Tommy

golpeó a Jeremy dándole una paliza por dormir con su esposa. Apareció en

su puerta sangrando y herido, al igual que esta noche. Tommy había sido un

idiota. Fue un idiota por haberse casado con Nicole al salir de la

preparatoria, fue un idiota por creer sus mentiras, y fue un idiota por

desquitarse con Jeremy.

Y Erica no era mejor.

En ese momento, no le quiso creer. No cuando su lealtad por su

hermano era tan fuerte, no cuando Jeremy había estado borracho. Tommy

le hizo jurar que dejaría el alcohol de por vida, después de que su padre se

había convertido en un monstruo borracho. Si rompía una promesa así,

¿cómo podía hablar en serio cuando le dijo a Erica que la amaba?

Entonces, no lo comprendió. No comprendió cuán profundamente

herido se encontraba, y lo mucho que la necesitaba. No comprendió que

intentaba llegar a ella. Suplicándole que no le diera la espalda. Suplicándole

que no lo juzgara como lo veían tantas personas, como un matón.

Pero de todos modos lo hizo, y para el momento que fue lo

suficientemente madura como para darse cuenta de su error, ambos

habían seguido con sus vidas.

Siempre se preguntó si realmente lo quiso decir. Siempre se pateaba

a sí misma por arruinar esa oportunidad, y por lastimarlo de esa manera

cuando incluso a los dieciocho años, lo amaba tanto. Nadie nunca le sonrió

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del modo en que Jeremy lo hacía. Ni siquiera su prometido. Nathan había

encajado en su vida perfecta como abogada corporativa...

... pero no era Jeremy.

¿Por qué era importante? Habían pasado siete años. Cualquier amor

adolescente que él sintió, ya había desaparecido. Y si no lo hizo,

desaparecería. No era el tipo de mujer a la cual un hombre podría amar.

Nathan se lo demostró. Así lo haría Jeremy, si la conocía. Realmente la

conocía, como era ahora. De eso, estaba segura.

Escuchó que la puerta del baño de arriba se abría. Levantó su

mirada mientras él bajaba las escaleras. La humedad dejó su cabello en

punta, el negro brillando en un tono oscuro. La camisa de Tommy era

demasiado pequeña para la complexión muscular de Jeremy, aferrándose

a su pecho y abdomen deslizándose como una capa y dejando

terriblemente claro cada cresta tocable, y cada músculo bien tallado.

Forzó una sonrisa y sacudió su mirada de su pecho a su cara.

—Te ves mejor.

Él se frotó su nuca. Las comisuras de sus labios se estiraron. Cada

movimiento se burlaba de ella. Se movía con desenvoltura y una cierta

fuerza contenida. Salvaje. Así fue como siempre pensó en él, incluso cuando

era más joven. Salvaje, bajo su estricto control. Esperando para liberarse.

La miró, pasando la franja de largas pestañas que siempre la habían

puesto celosa.

—Uh, gracias. Realmente aprecio que me salvaras.

—No hay problema.

Se mordió su labio y se obligó a alejar la mirada, antes de que no

pudiera. No podía tenerlo. Algunas cosas era mejor dejarlas en el pasado. Él

la recordaba como una joven, ingenua y hermosa.

Mejor mantenerla así en su memoria, en vez de conocer la realidad.

Ella se aclaró la garganta.

—¿Necesitas más agua? ¿Loción para las quemaduras?

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—Agua estaría genial. No creo que necesite la loción. Estoy un poco

sensible, pero no tan quemado como pensaba. —Metió las manos en sus

bolsillos—. Si esto es Abril en Las Vegas… que se joda Julio. Estoy pidiendo

que me transfieran a la Antártida.

Rio y lo condujo a la cocina para tomar otra botella de Aquafina del

refrigerador. Cuando cerró la puerta del refrigerador y se dio la vuelta, él

estaba allí, tan cerca… lo suficientemente como para tropezar y saltar sobre

sus pies. La estabilizó, sosteniéndola por sus hombros desnudos con un agarre

seguro, firme, con sus manos grandes y toscas por el trabajo. Su piel quemó

donde él la tocaba. Su estómago se retorció.

—Lo siento —murmuró ella—. De nuevo.

Sus orejas se sintieron como pequeñas antorchas ardiendo a ambos

lados de su rostro. Él no dijo nada. Tampoco la dejó ir. Con un tosco sonido

ella se dio vuelta alejándose, alisando su blusa, levantándola un poco sobre

su pecho. Él no lo vio. No podría haber visto. Su camiseta sin mangas no tenía

un corte tan bajo.

—Erica.

Ella sacudió su cabeza y lanzó la botella hacia sus manos.

—Erica, realmente, está bien. No te preocupes por ello. Me tropiezo

todo el tiempo. Soy el torpe del equipo.

Ella tomó una respiración profunda. Estaba haciendo algo de la

nada. Siempre había tenido algo por él, tomaba todo lo que le decía de

corazón. Justo ahora no era Erica Jones, Abogada. Era la pequeña y torpe

hermana de Tommy, tratando de no quedar como idiota frente a su amor

platónico.

Contrólate. Enderezó su columna y presionó sus labios juntos.

—¿Tú? ¿Torpe? Difícil de creer.

Él señaló su rostro.

—¿Esto? —dijo, sin expresión—. Me hice esto. Tropecé con un zapato.

Historia real.

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Ella estalló en risas y se relajó. Él siempre había sido capaz de hacer

eso… relajar situaciones tensas con humor. En cualquier momento en que

Tommy la hubiera molestado, escapaba a su lugar favorito junto a la piscina.

Jeremy siempre la encontraría, haciéndola reír… y ayudándola en su

complot de venganza contra su hermano. Había sido más que su amor

platónico. Había sido su mejor amigo.

Y eso era todo lo que podrían ser, se recordaba a sí misma.

—Así que, ¿un zapato te puso el ojo negro?

—La mayor parte de esto es cera de zapatos. —Él sonrió, entonces

hizo una mueca y tocó sus labios—. Ay. No más hacerme sonreír.

—Haré mi mejor esfuerzo para ser sombría y aburrida. —Ella arrugó su

nariz—. No debería ser demasiado difícil. Soy abogada. Es mi trabajo aburrir

a todos hasta la muerte. Se declaran culpables solo para callarme.

Sus labios se retorcieron y sus ojos se entrecerraron.

—No estás ayudando.

Ella sonrió y se ocupó de descargar el lavavajillas. Cualquier cosa

para mantener sus manos ocupadas, y no ansiando tocarlo. Él apoyó su

cadera contra la encimera, tomando su agua, y observándola, sus ojos

oscuros con la curiosidad.

—Entonces, además de trabajar ¿qué has estado haciendo?

Ella vaciló.

—¿Honestamente? No he hecho mucho. —Ella eligió sus palabras

cuidadosamente—. Comprometerme. Romper. Terminar la universidad.

Conseguir un trabajo. Comprar esta casa, y eso es prácticamente todo.

Trabajo 70 horas a la semana durante una semana buena. No deja mucho

tiempo para algo más.

Él estudió su rostro, sus ojos demasiado intensos. Ella se removió,

bajando su cabeza y sacando una taza del lavavajillas tan rápido que casi

la dejó caer.

—¿Nada más? —preguntó—. Como… ¿relaciones? ¿Una vida?

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—No. Realmente no. —Cerró el lavavajillas, lanzando la puerta un

poquito demasiado fuerte. Maldición—. ¿Qué hay de ti? ¿Una novia en

cada ciudad, esperando tu regreso?

Él se burló.

—Sí, claro. No puedo siquiera hacerme cargo de una, no digamos

una docena.

Así que probablemente estaba soltero. Maldijo mentalmente en

cada idioma que podía recordar y algunos que recordaba solo para la

ocasión. No necesitaba saber eso. No quería que la esperanza que se

enroscaba en su interior, o el nerviosismo, sacaran a flote las fantasías que

años atrás había enterrado.

Secó sus manos en su falda.

—Entonces… ¿no tienes una novia?

—No, estoy soltero. —Sus ojos recorriéndola, prolongadamente—.

¿Tratas de ligar conmigo?

—¡No!

Él estalló en risas, entonces silbó y puso una mano sobre sus labios.

Bien. Lo tenía bien merecido por burlarse de ella de esa manera. Ella plantó

sus manos en sus caderas.

—Idiota. Debería haber sabido que me harías pasar un momento

difícil. Algunas cosas nunca cambian, ¿verdad?

Él se quedó quieto. La risa se desvaneció de sus ojos, dejándolos

oscuros.

—No. Supongo que no. Quizás algunas cosas no puedan cambiar.

—Puso su botella vacía en la encimera y pasó una mano sobre su cabello

húmedo—. Debería irme. No quiero interrumpirte. Gracias nuevamente por

rescatarme.

Erica tragó fuertemente y miró por la ventana. Casi atardecía.

Jugueteó con el borde de su falda y aclaró su garganta.

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—Uhm. Si lo deseas, puedes quedarte. De todos modos ya es tarde.

Podría ser agradable ponernos al día. Puedes quedarte en la habitación de

invitados. A menos que tengas planes, quiero decir.

Di que sí, pensó. Si se iba ahora, probablemente no lo vería otra vez.

La última vez fue hace siete años. Había sido su error. Ahora no dejaría que

fuera su error que él se fuera demasiado pronto. Incluso si podía solo tener

su compañía, lo tomaría. Siete años eran demasiado tiempo sin su sonrisa,

sin su risa.

Siete años era demasiado tiempo para no aclarar todo lo que había

ido mal.

Él frotó su mandíbula y la estudió, sus cejas juntas.

—¿Estás segura de que me quieres por aquí? Han sido años. Por lo

que sabes, soy un convicto que ha escapado y finge ser un Marine.

—Por favor. —Puso sus ojos en blanco—. Crecimos juntos. Acabo de

verte desnudo. Creo que ya pasamos la conversación del “extraño

peligroso”.

Él farfulló, entonces se perdió en una risa sofocante. Ella sonrió. No

era frecuente que lograra hacerlo reír a cambio.

—Bien, si lo pones de esa forma… —murmuro. Sus miradas se

encontraron. Algo indefinido pasó a través de ellos, dejándolos lo

suficientemente calientes para enviar un golpe de anhelo directamente a

través de ella, su corazón empezando a golpetear y cantar a través de su

sangre—. ¿Cómo podría negarme?

Tomó una tranquilizadora respiración y se forzó a sonreír. Sintió

aligerarse su cabeza.

—Bien —dijo, y esperaba que Erica Jones, la Abogada, pudiera

continuar el acto esta noche. Porque Erica la-chica-de-al-lado, ahora

mismo, deseaba tanto a Jeremy que podría saborearlo, y él nunca podría

saberlo.

—¿Bien? —dijo, levantando las cejas.

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—¿Qué más quieres, una fiesta? Vamos. Ordenaremos pizza. Incluso

te pediré una con esos horribles champiñones.

Rio.

—Me conoces demasiado bien.

No tan bien como me gustaría, pensó ella, y escapó a la sala de estar

antes de que pudiera verla sonrojarse.

Jeremy descansaba contra los almohadones del sofá y no paraba

de moverse. Erica estaba en la cocina; había salido corriendo después de

murmurar algo sobre bebidas, después de que él hubiera hecho otra broma

ridículamente estúpida sobre coquetear. Había estado tropezando consigo

mismo toda la noche, caminando sobre cáscaras de huevo. Esparcidas

sobre un lago cubierto de hielo en medio de un punto de presión caliente.

Uno pensaría, que después de siete años separados, habría

aprendido a mantenerse tranquilo delante de ella. Uno estaría

completamente equivocado, y solo podría merecer un golpe en la

mandíbula. Jeremy no podía ni siquiera manejar una conversación sin

querer atraerla a sus brazos. No podía observar sus hilos de queso de su

rebanada a su plato, sus labios brillando de la rapidez de su lengua, sin

esperar hacer más que eso. Cuando él la atrapó en su agarre en la cocina,

eso había tomado toda su voluntad y solo... la dejó ir.

Dejarla ir, y no besarla hasta que aquellos oscuros y adorables ojos

finalmente le mostraran algo. Deseo. Anhelo. Lo que sea. Lo que sea,

mientras que él supiera lo que ella sentía por él.

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No. Ya sabía lo que sentía por él, y necesitaba irse antes de hacer el

ridículo.

Una vez más.

Se paró. Haría alguna excusa y se largaría como el infierno. Caminó

alrededor de la esquina de la cocina… chocó con toda su fuerzo con Erica.

Erica y dos vasos llenos de agua. Ella chilló y cayó justo sobre su trasero. El

agua salpicó su cara y le cayó en cascada por su cara, garganta y pecho.

Su boca se curvó en una perfecta y adorable, asustada O.

Ella parpadeó quitando el agua de sus ojos y pasando su mano sobre

su cara. Él se puso de rodillas y sacó los vasos de su regazo. Antes de ponerlos

en el suelo, se quitó su camisa y le secó su cara.

—Lo siento tanto Erica. No te oí venir.

Secó la humedad de sus mejillas, luego le acarició su cuello seco. Su

suave piel bajo sus manos hizo temblar sus dedos. Casi había olvidado cómo

respirar, e hizo hincapié en atrapar cada huella de agua brillando en su

delicada y suave piel.

Ella agarró sus antebrazos.

—Está bien. No tienes que hacerlo.

Se detuvo… aunque ella no lo estaba deteniendo. La única cosa que

dejó sin secar fue su pecho. Sus ojos cayeron, pasando más allá de su

escote, en una sola gota de agua de con forma de diamante contra la

suave curva de sus pechos. Su respiración hacía que ellos se elevaran. Calor

sonrojó sus mejillas, y él sonrío ante su mirada.

Ella lo contempló, círculos rojizos floreciendo en sus mejillas. Algo en

su mirada lo atraía. Tentándolo. Instándolo a hacer algo que él jamás

hubiera pensado que tendría el coraje de intentar. No era simple deseo. Era

una obligación, tan profundamente enterrada que no podía resistirse.

Se inclinó. Ninguno habló; su sangre bombeaba, su pulso acelerado

entre ellos. Sus labios se separaron, e hizo una pausa en un simple aliento.

Esperando. Dándole la oportunidad de rechazarlo, y rechazar la única cosa

que él había querido durante más de la mitad de su vida.

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Ella.

Sin embargo sus ojos se cerraron, y la leve inclinación de su mentón

fue la única respuesta que él necesitó. Presionó sus labios sobre los suyos,

gentil y sumamente cuidadoso, acunó la curva de su mejilla con su mano.

Ella suspiró contra sus labios. Él la observó intensamente hipnotizado

mientras adoraba su boca; ella se sonrojó oscuramente, sus pestañas

rozaron sus mejillas, mientras la provocaba para que abriera sus labios para

él, tentándolo a explorar, a presionar profundamente, para tomarlos como

suyos.

Su lengua tocó la suya, y él gimió. Simplemente inclinando su

cabeza, por un poco más de placer, sus labios encajaron perfectamente. Él

curvó sus manos contra su cintura… pero tan pronto como sus dedos

tocaron la curva de sus caderas, se puso rígida y se alejó.

Inhalando con fuerza, ella se sacudió hacia atrás. Alejándose de él.

El dolor resbaló dentro de él. Por supuesto. Quizás, por un momento ella

había olvidado a quien estaba besando. Ahora, sin duda estaba horrorizada

de ella misma. Asqueada.

Nunca debió haberla besado.

Él se paró y alcanzándola la puso de pie. La dejó ir tan pronto como

se mantuvo estable, metiendo sus manos en sus bolsillos, y murmurando:

—Deberías cambiarte.

Sus labios estaban deliciosamente hinchados. Él se mantuvo en

ellos… especialmente cuando ella evitó sus ojos. Genial. Ni siquiera le podía

mantener la mirada. ¿Estaba avergonzada por besar a alguien que era

escoria comparado con ella?

—Mmm, sí. —Su voz sonaba vacía—. Bien. Ya regreso. —Tomó una

respiración temblorosa y finalmente lo miró, su mirada cautelosa—. Lo siento.

No debí besarte.

—¿Lo sientes? Yo no.

Él se acercó y rozó su mejilla. Ella tembló. Él sonrió con una sombría

satisfacción, aunque sintiera más ganas de gritar. No importaba que

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estuviera avergonzada, lo quería. Estaba en cada estremecimiento de sus

labios, incluso si su mirada seguía siendo totalmente cerrada para él. Incluso

con la sospechosa humedad en sus ojos, sus sentimientos permanecían

enmascarados.

—Te deseo, Erica —dijo él—. Siempre lo hice. Nada ha cambiado

para mí.

Ella se abrazó a su camisa empapada en el pecho y mordió su labio

inferior, como si pudiera con su estremecimiento ocultar su tristeza de él.

—Yo… nosotros no podemos. Yo no… yo… es simplemente imposible.

—Es muy posible —dijo él—. Y si esperas que me sienta apenado por

robarte finalmente un beso, olvídalo. Quiero más que un beso. Mucho más.

Ella dejó escapar su respiración entrecortada y se giró alejándose.

—Ya apenas nos conocemos, no tendré sexo de una noche.

—¿Eso es lo que crees que quiero? —La ira lo envalentonó—. Te

conozco. Sé lo que has hecho y lo que no. Sé que quiero mucho más de ti…

tanto que ese beso me hizo necesitar mucho más de ti, aun si no sé si me

odias o simplemente quieres saber cómo soy en la cama. Dios, aquí estoy

con estrellas en los ojos… y crees que quiero sexo de una noche. —Su

mandíbula se apretó—. Quizás eres tú la que no me conoce tan bien como

creía.

Sus dientes se hundieron en sus labios con tanta fuerza que pensó

que se le abriría la piel.

—Eso no es justo.

—La vida no es justa —dijo él. Si la vida fuera justa, él no estaría aún

en esta posición “un maldito logro” esperando que la princesa bajara la vista

de su torre de marfil y lo notara—. Acostúmbrate a ello.

—Estás siendo infantil —dijo ella apretando la mandíbula.

Él retrocedió.

—Quizás lo soy.

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Ella soltó el aliento para hablar, haciendo a su pecho jadear. Sus ojos

cayeron a la mojada camiseta sin mangas. Su camiseta blanca. Su mirada

se quedó en sus pechos, y en el claramente visible sostén rosa que los

acunaba. Rápidamente olvidó su ira. Necesitaba tomarlos en su lugar.

Necesitaba tomarla en sus brazos, llevarla escaleras arribas...

—Suficiente —espetó ella. Él volvió la mirada a su cara, donde

permaneció. Sus ojos estaban muy abiertos, sus mejillas tan rojas que

parecían magulladas—. Esta discusión terminó. Iré a limpiarme. Quédate

aquí.

Él saludó.

—Sí, señora.

—No —dijo ella y se alejó con una sacudida de cabello—. No hagas

esto peor por lanzarte. Quiero que seamos amigos, Jeremy.

Ella se apresuró por las escaleras. Él apretó sus puños. La frustración

rasgando a través de él.

—Seguro —espetó—. Amigos.

La miró hasta que desapareció. Amigos. Qué mierda de broma.

Tommy y Erica eran los únicos amigos que había tenido. Los únicos amigos

que jamás vieron a través de sus actitudes de chico malo, entendían que él

no era su padre y no repetiría sus errores. Las únicas personas que lo

perdonaron por sus metidas de pata. Las únicas personas que lo dejaron ser

normal, un ser humano con defectos.

Y aun así no era lo suficientemente bueno ni siquiera para ellos. No lo

suficientemente bueno para confiar, y no lo suficientemente bueno para

amar.

Eso dolía más que cualquier pelea, cualquier herida de bala,

cualquier pérdida. Erica había perdido la fe en él hace siete años. ¿Entonces

por qué lo había besado? ¿Pena? ¿Ella nunca deseó regresar a esa noche

y que todo hubiera sido diferente? Dios, él esperaba que lo hiciera.

Porque condenadamente, él no podía pensar en nada más.

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Traducido por liebemale, Pidge y âmenoire90

Corregido por veroonoel

rica se despertó con la luz del sol por la mañana, los ojos con

lagañas, y un infierno de dolor de cabeza. Probablemente el

menos notable fenómeno en Las Vegas. Al menos otras

personas podían afirmar que era de una noche loca de alcohol y sexo.

Erica se había ido a la cama sola. Sola, y dolorosamente sobria.

¿De verdad había besado a Jeremy anoche? Estúpida. Estúpida,

estúpida, estúpida. No tenía nada que ofrecerle. Nada que él quisiera, de

todas formas. No era la misma chica que había idolatrado. No, no

idolatrado. Idealizado.

Estaba tan lejos de cualquier ideal de alguien como una mujer podía

estar.

Y él era un Marine. Se iría pronto, enviado a Dios sabía dónde, y

estaría sola cuando se fuera. Incluso si intentaban algo, estaba condenado

al fracaso. Las relaciones a larga distancia nunca funcionaban. ¿Cómo

podría la suya?

Por no hablar de que sería un desastre mientras él estaba fuera,

preguntándose quién estaría disparándole hoy, si llegaría a casa sin una

pierna pero con un poco de exceso de metralla, si nunca llegaría a casa en

absoluto.

Se dio la vuelta y hundió la cara en la almohada. Se estaba

adelantando. Jeremy estaba fuera de los límites. Se merecía algo mejor.

Merecía más. Ella no era más que una concha rota y llena de cicatrices de

la Erica que él había amado. Se reía y bromeaba con él, pero solo porque

él traía viejos recuerdos. Recuerdos felices. Nunca habría largas noches

solitarias, preguntándose si su amante estaba bajo el fuego enemigo,

esperando y rezando para que vuelva a casa a salvo.

E

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Aunque eso no le impediría preocuparse de todos modos.

Salió de la cama. Iría a despedirlo a su hotel, seguiría adelante con

su vida, y solo se permitiría preocuparse en esos momentos de tranquilidad

antes de dormir cuando ya no podía mentirse a sí misma. Había sido

divertido volver a verlo, pero eso era todo. Diversión.

Si se deshiciera de él ahora, no terminaría revelando impulsivamente

su secreto como la charlatana que había sido en la primaria. No tendría que

ver su cara oscurecerse por la repulsión. No tendrían que detenerse en ese

dulce beso… y cómo había reaccionado ella.

Aunque nunca olvidaría cómo la había mirado, en ese momento

antes de besarla. Como si la hubiera amado a través de los años, a través

de la distancia, y la amaría a través de cualquier cosa.

Pensamiento iluso.

Se puso una blusa y se la metió por dentro de un par de pantalones

cortos de color caqui antes de bajar las escaleras. Hora de soltarle la noticia

de que quería que se fuera. Con calma. Compuesta. No era como si se

enfrentara a un asesino en un juicio. Solo era Jeremy.

De alguna manera, eso era aún más aterrador.

Solo eran las siete, por lo que Jeremy probablemente todavía estaría

durmiendo en la habitación de invitados, o eso creía, hasta que dobló la

esquina y prácticamente chocó con el olor a huevos fritos y tocino. Su boca

se hizo agua. ¿Qué estaba haciendo este loco?

Se asomó a la cocina y encontró a Jeremy de pie en la cocina,

descalzo y volteando los huevos en una sartén. Estaba sin camisa, salvo por

sus placas de identificación. Cada vez que les daba la vuelta, se

balanceaban contra su pecho, atrayendo su ojo infalible al espacio entre

sus pectorales y el tenso tramo de músculo allí.

La cafetera sonó como si anunciara su llegada. Levantó la vista, la

miró a los ojos, y sonrió.

—Buenos días.

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Erica tartamudeó, congelada en su lugar. Se rio entre dientes y se

volvió hacia los huevos. Dio vuelta a la espátula, y sus bíceps se flexionaron

de manera alarmante. Ella cerró los ojos, apretó los dedos, y se recordó

respirar.

Su voz era irritantemente inestable cuando se las arregló para hablar.

—Grasa de tocino. Quiero decir, uhm, podrías quemarte. Con grasa

de tocino. Salpica.

Punto una para Capitán Obviedad.

Lanzó otra mirada hacia ella, esta vez burlona.

—Voy a estar bien.

—No dirías eso si terminaras con cicatrices por todas partes de

quemaduras de tercer grado —espetó—. No serías tan indiferente entonces.

—Jesús, no tienes que arrancarme la cabeza.

Dejó la espátula y se volvió para mirarla, con demasiado

discernimiento. Tragó saliva y trató de sonreír.

—Lo siento. Es solo que no quiero que te hagas daño. Voy a traerte

una camisa limpia, ¿de acuerdo?

Cruzó la cocina y rápidamente curvó su mano contra su codo, su

agarre cálido y suave.

—Erica, ¿estás bien?

Sus ojos sondearon los suyos. Miró hacia otro lado.

—Sí. Estoy bien. —No, no lo estoy.

Se liberó de su agarre, giró sobre sus talones, y casi salió corriendo de

la cocina. Tenía que escapar del encanto que se enrollaba a su alrededor

como una serpiente. Si se quedaba demasiado cerca, podría morder.

En la habitación de invitados, se tomó su tiempo excavando por otra

camisa. Para cuando regresó a la cocina, se sentía más en control, y le

entregó la camisa con una sonrisa compungida.

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—Aquí tienes.

Se puso la camisa, y ella suspiró cuando esos abdominales

perfectamente ondulados desaparecieron. Él arqueó una ceja, y ella tosió.

—El desayuno huele delicioso.

Y strike dos para Capitán Obviedad.

Deseaba que hubiera dicho algo. Cualquier cosa para hacerla sentir

menos torpe. Pasó junto a él y sacó dos tazas de un gabinete. Por el rabillo

del ojo, lo miró… y deseó no haberlo hecho. El hambre en sus ojos la hizo

temblar y apartar su mirada.

—No sabía que cocinabas —se obligó a decir.

Se encogió de hombros y se volvió hacia la cocina.

—He estado solo por mucho tiempo. Si yo no lo hago, nadie más lo

hará.

—Sí, lo entiendo. —Asintió con la cabeza y llenó dos tazas con café

humeante.

Con movimientos hábiles, deslizó los huevos, tocino y cubiertos en dos

platos, y se volvió para ofrecerle uno. Su hermoso rostro estaba un poco

menos hinchado esta mañana, un poco más definido, y su boca parecía un

poco menos alarmantemente roja. Se las arregló para sonreír sin pestañear,

una mejora con respecto a la noche anterior.

—¿Erica?

Ella se sacudió. Mierda, seguía sosteniendo el plato, y mirándola

como si hubiera comenzado a cantar el himno nacional en swahili.

—Uhm. Sí. Lo siento.

—¿Por qué?

—Nada. Solo… nada. —Tomó su plato y ambas tazas de café, y lo

dirigió al comedor—. Gracias por cocinar. Es muy dulce.

—No hay problema.

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8

Dejó una de las tazas en su lugar, otra en el de él, y se deslizó en su

asiento. Jeremy se dejó caer frente a ella y se zambulló en sus huevos. Erica

les dio un mordisco más cauteloso, luego cerró los ojos con un sonido gozoso.

No solo era hermoso, también cocinaba como una maldita estrella de rock.

No era justo.

—Guau. Realmente sabes cómo manejarte en la cocina. Pensé que

estabas presumiendo.

—¿Yo? ¿Presumir? Por favor. Soy tan naturalmente atractivo para los

miembros del sexo opuesto que solo parece que estoy presumiendo. Este

soy yo, nena.

—Llámame “nena” una vez más, idiota.

Sonrió.

—Cualquier cosa que quieras, nena.

Tomó un pedazo desmenuzado de tocino y se lo lanzó. Rio y levantó

las manos, protegiéndose. Odiaba admitirlo, pero había extrañado eso. Él

siempre había mostrado su lado juguetón a su alrededor, algo que nunca

había dejado que mucha gente viera. Siempre la había hecho sentirse

especial. Estúpido, pero cierto.

La miró a los ojos. Eran tan cálidos, ese pequeño pliegue en las

esquinas la hacía suspirar.

—Pensé que estaba fuera de la zona de combate activo —dijo.

—No lo creo, Addison. Esto es guerra.

—¿Qué hice para merecer esto? ¿Es por mi encanto de semental?

—Oh, Dios. —Dejó caer la cara en su palma—. ¿Qué encanto de

semental?

—Sabes que me deseas, nena.

—… ¿tomaste esa línea en Las Vegas?

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9

—No, solo pensé en llamarte “nena” una vez más para ver si

realmente intentarías patearme el culo. —La apuntó con el tenedor—.

Come. No me levanté al alba para cocinar para ti para que pudieras

ignorarlo.

Se echó a reír, pero obedientemente tomó su tenedor.

—Te haces sonar como mi esposa o algo así.

Se atragantó con un bocado de huevos, tragó, y tomó sus placas de

identificación.

—Uh. Sí. Supongo. Así que… ¿dormiste bien?

—¿Honestamente? En realidad no. —Arrugó su nariz y tomó un trozo

de tocino para morderlo—. Una noche dura.

Sí. Dura. Si se le puede decir dura a dar vueltas en la cama, mientras

se preguntaba si estaba despierto, también, y deseando que las cosas

pudieran ser diferentes entre ellos. Deseando que las cosas pudieran ser

como eran hace siete años, antes de que todo cambiara.

Suspiró.

—Yo también. No pude dormir en absoluto. No puedo dejar de

pensar en aquel beso.

Se puso rígida. Hasta aquí el acto casual.

—Podrías haberte detenido. Fue un error que nos besáramos.

—¿Por qué?

—Somos… amigos. Deberíamos seguir así. —Tiró de su camisa y miró

hacia otro lado—. Confía en mí, es mejor así.

—Déjame adivinar. Es por quién soy y de dónde vengo. ¿Cierto?

—Dejó su tenedor, se puso de pie, y apoyó las manos sobre la mesa, con los

ojos en llamas—. Estás avergonzada de dejar que alguien como yo te

besara. Admítelo.

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0

Se levantó, rodeó la mesa, y golpeó su brazo tan fuerte como pudo.

Lo cual no fue muy fuerte. Auch. Podría haberse lastimado los nudillos con

su bíceps.

—¿Alguien como tú? ¿Qué demonios se supone que significa eso?

Puso los ojos en blanco.

—No actúes recatada. Estás avergonzada porque no tengo una

carrera, o un título de maestría. Vengo de las calles, moriré en las calles, y

nunca seré lo suficientemente bueno para ti.

Su visión se volvió roja. Hizo una bola con los puños hasta que le

dolieron los dedos. ¿Pensaba que no era lo suficientemente bueno para

ella? ¿Que él no la merecía? Qué idiota. Le dio un puñetazo en el hombro.

No se movió tanto como un estremecimiento. Eso fue aún más exasperante,

y sacudió su mano dolorida, con el ceño fruncido.

—¿Cómo te atreves a decir eso de ti mismo? Eres mejor hombre que

cualquier persona que haya conocido, y ni se te ocurra decir lo contrario.

Eres un maldito Marine, imbécil. Un gran maldito héroe.

Sus fosas nasales se dilataron. La agarró por los brazos y la atrajo más.

—Si no es eso, ¿entonces qué es? Sé que me deseas tanto como yo

a ti. No soy ciego.

—Es… yo… ¡solo no va a funcionar! —¿Por qué no lo dejaba?

»Una relación entre nosotros está fuera de cuestión.

—No me di cuenta que te habías convertido en la señorita Cleo3

durante la noche. —La miró profundamente a los ojos. La comprensión se

extendió lentamente por su rostro. Tomó una lenta respiración—. Ni siquiera

vas a darnos una oportunidad. ¿Por qué? ¿De qué te estás escondiendo?

¿De qué tienes miedo?

Lo miró.

3 Señorita Cleo: Es una psíquica y supuesto chamán estadounidense.

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—¿Cuánto tiempo vas a estar en Las Vegas? ¿Un día? ¿Una

semana?

Se estremeció.

—Un par de días más.

—No es suficiente para empezar nada, y lo sabes.

—No es mucho —admitió. Su frente se arrugó—. Pero no me voy a ir

de nuevo por unos meses. —Soltó sus brazos, y se extendió hasta tomar un

mechón de su cabello. Sus nudillos rozaron su cuello, encendiendo cálidos

temblores. Sus ojos se suavizaron—. Erica…

—No. —Se armó de valor—. ¿Dónde estás destinado?

—Campamento Pendleton. En California.

—Así que… ¿a cinco horas? Más o menos.

—Más o menos. —Soltó su cabello y pasó un dedo por su mejilla—.

Algunos podrían llamarlo conducir a distancia.

—No la gente que trabaja setenta horas a la semana.

—Entonces podríamos volar. Encontrarnos a mitad de camino.

—Eso podría funcionar —se las arregló para decir—. Pero la mayoría

de la gente no puede hacer funcionar una relación a larga distancia como

esta. ¿Qué te hace pensar que podríamos hacerlo?

Dejó caer su mano.

—¿Qué te hace pensar que no podríamos hacerlo?

Se puso tensa. Esta era la parte en la que se suponía que debía

abrirse a él. Confiarle sus secretos, y creer que no huiría de ella con disgusto.

Abrió la boca, pero lo único que salió fue un sonido desesperado.

No podía. No lo haría. Negó con la cabeza.

—Tal vez debería llevarte de regreso al hotel. Podemos decir adiós

como amigos. Es mejor así.

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Sus ojos se estrecharon.

—¿Es eso lo que realmente quieres?

¿Qué quería? No esto. No esta lucha para mantenerlo a un brazo de

distancia. Pero tomar una oportunidad, permitirle entrar en su vida, le había

parecido una tontería anoche, y francamente una estupidez a la luz del día.

Tenía que seguir con el plan original. Seguir adelante y olvidarse de él. No

necesitaba a un hombre en su vida para ser feliz. No necesitaba a nadie. No

lo necesitaba a él.

Estaba bien por su cuenta.

Se encogió de hombros.

—Sí. Supongo. Nunca funcionaría. Eres amigo de mi hermano. Quiero

decir, míranos. Sería… raro.

Se echó hacia atrás como si lo hubiera abofeteado, y tragó con

dificultad.

—Bueno. Permíteme agarrar mi ropa, y llamaré a un taxi.

Déjalo ir, se dijo a sí misma, pero no se estaba escuchando muy bien.

La forma en que sus hombros se desinflaron, la forma en que se negó a

mirarla… le rompió el corazón en dos. Seguía pensando que no era lo

suficientemente bueno para ella. Estaba en cada línea de su cuerpo, su

rostro, sus ojos. ¿Cómo podía explicarlo? ¿Cómo podía hacerle entender

que no era porque ella no lo quisiera, sino porque él no la querría? No querría

a en la que se había convertido.

Y no querría el infierno que venía con fingir todavía amarla.

Trató de pasar a su lado. Lo agarró del brazo. Su mirada cayó a su

mano, luego se sacudió su cara. Sus ojos estaban ardiendo, llenos de humo

y calor.

—Jeremy. No es por ti. Es…

Se liberó de su agarre.

—Ahórrate la más famosa línea de ruptura en la historia. Nunca

estuvimos juntos. No la necesito.

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3

Maldita sea, no estaba lista para esto. Ahora no. No más de lo que

había estado hace siete años, cuando sus únicas razones habían sido su

propia ingenuidad y estupidez.

—¡No! Es cierto. Yo… yo no soy del tipo de relación. No puedo

comprometerme a esto. Contigo.

—Las palabras operativas son “contigo”. —La agarró por los hombros

y la sacudió suavemente—. Contigo. Di lo que realmente significa, Erica. No

puedes comprometerte con un chico que creció en las calles. Un chico

cuyo padre es un asesino. Un perdedor tatuado sin futuro fuera del ejército.

Nunca les gusté a tus padres. Nunca dejarían que salieras con alguien como

yo. Lo entiendo. Lo hago. Así que no tienes que mentir.

—¡No estoy mintiendo! —Sus ojos ardían—. Es solo que no quiero un

novio. ¿Es eso tan malo?

—No. No lo es. Lo que está mal es negártelo a ti misma solo porque

tienes miedo.

—No tengo miedo. —Sus mejillas se calentaron. ¿No estaba

asustada? Estaba aterrada. Todos tenían sus inseguridades, y él estaba

pisando demasiado cerca de la suyas—. No es tu asunto, pero no, no digo

que no por quien eres. Nunca me molestó antes. ¿Por qué habría de hacerlo

ahora?

—Entonces ayúdame a entender. Querías que te besara ayer por la

noche, Erica.

Tragó saliva.

—Lo quería. Pero no es así de simple.

Sus ojos se oscurecieron.

—¿Cómo no es así de simple?

—¿No puedes aceptar que cuando una mujer dice no, quiere decir

que no? —Apretó los labios—. No tengo que darte explicaciones.

Se veía afectado, pero asintió.

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—Tienes razón. No tienes que hacerlo. —Dejó caer sus manos y

retrocedió un paso—. Así que realmente quieres que me vaya. Ni siquiera

quieres tratar de hacer que algo entre nosotros funcione.

Maldita sea. Esa mirada en su rostro era la misma mirada de hace

todos esos años atrás, cuando lo había mirado y no había sido capaz de

decir nada. Como si hubiera arrancado su corazón y lo hubiera aplastado

en su puño. Era esa mirada que la había hecho huir antes. No había sido

capaz de soportar que ella le hubiera hecho daño al chico que tanto

amaba con su torpe confusión.

Y no podía soportar haber herido al hombre que anhelaba con sus

cuidadosas y defensivas medias verdades y mentiras.

Él se dio la vuelta.

—Jeremy —dijo y puso su mano en su brazo. Cuando se volvió, lo

alcanzó, capturó su rostro entre sus palmas, lo atrajo hacia abajo y lo besó.

Alcanzó a ver su feroz y atormentada mirada antes de que su boca

se apoderara de la suya y la besara con un hambre y calor que la marearon.

La noche anterior había sido todo acerca de tomarlo lento y fácil. Hoy,

jugaba con su lengua hasta que sus piernas se negaron a soportarla y sus

dedos se clavaron en sus hombros.

La hizo retroceder hasta que sus hombros golpearon la pared de

estuco. Sus manos estaban en todas partes: sus caderas, su cabello, su

cintura, acariciándola febrilmente. Cada ligera caricia, cada roce de su

cuerpo, la hicieron arder en calor. Tan desesperadamente. Desesperada

por él. Sus respiraciones se volvieron ásperas inhalaciones mientras enterraba

su rostro en la curva de su cuello.

No había sentido esta sensación en años. Esta dicha, esta

terminación, este conocimiento casi doloroso de que no podría seguir

adelante sin el hombre a su lado. Siete años. Siete años desde que se había

sentido tan bien con Jeremy en su vida. No se había dado cuenta de lo

mucho que lo había echado de menos hasta ahora. Estaba lista para darle

todo, justo aquí y ahora… hasta que agarró su blusa y la arrastró hacia

arriba.

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Un miedo glacial mojó su ardor. Se empujó fuera de sus brazos, se dio

la vuelta y tiró su blusa hacia abajo. Su visión se volvió borrosa. Se cubrió la

cara. No podía ser tan débil enfrente de él. Tendría lástima por ella más

tarde. No necesitaba su lástima.

No necesitaba nada de él en absoluto.

—Deberías irte —susurró, con su garganta apretada.

Apretó sus hombros y la giró hacia él tan rápido que tropezó. Su

mandíbula estaba dura, con los ojos aún más endurecidos

—Solo me estás alejando de nuevo porque tienes miedo. ¿Qué pasa

si me niego a irme? ¿Qué pasa si me niego a dejarte ganar esta vez?

—¡Entonces conseguiré una maldita orden de restricción! —Tragó

saliva fuertemente y obligó a sus labios a decir palabras que su corazón no

quería decir—. No quiero esto. No necesito esto en mi vida. Tienes que irte.

Ahora.

Por algunos momentos, la miró en silencio. Luego se volvió y caminó

fuera de la habitación, hacia el vestíbulo y salió por la puerta del frente, sin

siquiera mirar hacia atrás. La puerta se cerró de golpe, haciendo eco a

través de la casa vacía. Se estremeció.

Las lágrimas bajaron por su rostro. Frunció sus ojos fuertemente

cerrados. Podría estar enfadado ahora, pero le agradecería si supiera la

verdad. Los había salvado a ambos de ese momento incómodo cuando se

diera cuenta de lo que era y diera marcha atrás tan rápido que bien podría

estar en llamas. Nadie se quedaría una vez que la viera. Su estúpido

prometido había corrido también. El perfecto y estúpido Nathan con su

perfecta estúpida vida, y su no tan perfecta ahora futura ex-esposa.

No podía bajar la guardia de nuevo, aunque hubiera estado

tentada. Había estado tentada, y había resistido. Había sido fuerte. Tan

fuerte como tenía que ser.

Le dolía más de lo que quería admitir.

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6

Traducido por nikki leah y por âmenoire90

Corregido por Jut

eremy acechaba el Bellagio y se preguntó si tendría la fortaleza

de dejar de encargarse de otra pelea. Podría darle la

bienvenida en este momento. Unos pocos moretones más.

Algún estúpido marinero consiguiendo su trasero en manos de él. Jeremy

estaba demasiado entusiasmado para perder justo ahora, incluso si sabía

condenadamente bien que sería un idiota por entrar en una pelea de

nuevo. Por otra parte, él había sido un idiota más o menos desde que puso

un pie en Las Vegas. ¿Qué más era nuevo?

¿Por qué seguía haciendo el ridículo con esa mujer? ¿Estaba

actuando algo reprimido, necesidad auto-destructiva para demostrarse a sí

mismo, y a ella, qué siempre había sido y siempre sería un desastre sin

esperanza? Por supuesto que ella no lo querría. Era amable, exitosa y

hermosa. Él era una metedura de pata. La idea era ridícula.

Pero él condenadamente bien no tenía ganas de reír.

El clack constante de monedas y timbres de las máquinas traga

monedas aporreó a través de su cráneo palpitante, amplificando su dolor

de cabeza por diez. Hijo de puta. Tenía que largarse como el infierno fuera

de ahí y volver a la base. Esto en cuanto al sueño de vacaciones en Las

Vegas. Después de los últimos días, con gusto cambiaría el sexo salvaje y

licor barato por una habitación tranquila y una taza de té.

Tal vez tejería unas cuantas cubre teteras, también, o un par de

zapatitos. Podía meter sus bolas en ellos, ya que claramente no las

necesitaba más.

Se metió entre la multitud y hacia la barra. Necesitaba superar esto.

Había pasado por esto una vez antes, y no había necesidad de ir a través

de toda la condenada espiral abajo de nuevo. Había sabido que Erica no

lo amaba y nunca lo amaría. Había un montón de mujeres en Las Vegas

para llenar el vacío. Una extraña podría ser sin rostro, sin amor... pero le

J

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7

permitiría olvidar por unas horas, hasta que pudiera empezar a olvidar por el

resto de su vida.

Se deslizó sobre un taburete. Cuando la bonita camarera se acercó

y le dio una maliciosa mirada una vez más, él sonrió. Su corto cabello rubio

no podría estar nada más lejos del lujoso cabello marrón en el que, incluso

ahora, moría por enterrar en el los dedos. Perfecto.

—Señorita. ¿Cree que podría conseguir un whisky?

Ella lo estudió durante un largo momento, demorándose en sus

placas de identificación, antes de que su sonrisa amable se suavizara, se

calentara, volviéndose incitante.

—Claro que sí, soldado. —Ella se alejó con un seductor pequeño

balanceo de sus caderas y lo miró. Probablemente para ver si él estaba

mirando. Descarada.

Hace apenas unos días lo habría encontrado atractivamente

divertido. Se habría burlado de ella sobre eso, y si ella se reía, sabría que

había encontrado a su compañía para el fin de semana. Pero en este

momento, ni siquiera podía emocionarse hasta más de una chispa de

diversión irónica. Ni siquiera un atisbo de interés. Maldita sea. Ella no saldría

de su cabeza, incluso si ni siquiera podía soportar pensar en su maldito

nombre.

La camarera regresó con su medicación en una copa. Ella sonrió.

—Escucha, soy Erica. Si quieres reunirte para tomar una copa más

tarde…

Tan pronto como ella dijo que su nombre, él tiró su dinero en la barra

y se alejó. Su voz confusa lo siguió, pero la ignoró. Increíble. Estas vacaciones

posiblemente no podrían ponerse peor.

—¿Jeremy? ¿Eres tú?

Oh, mierda. Sí, podían.

Y acababan de hacerlo.

Jeremy se congeló y cerró los ojos. ¿Por qué él? ¿Qué había hecho

para merecer esto? ¿Fue el momento en que lanzó bolitas de papel

masticado en la parte posterior de la cabeza de Jenny Parkinson en el tercer

grado? ¿O tal vez cómo, cuando tenía catorce años, le había dicho al

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flechazo de Erica que ella lo odiaba y pensaba que olía mal? Alex Nelson

había olido mal, pero Erica todavía no había hablado con Jeremy por una

semana.

Y Tommy no había hablado con él durante años, pero ahí estaba.

Maldita sea.

Jeremy se hizo a si mismo girar, educación en su cara a lo que

esperaba fuera indiferencia y no una monstruosa máscara de payaso con

pánico.

—¿Tommy? —Como si no hubiera conocido esa voz

inmediatamente. Su ex mejor amigo, y el hombre que había roto su

confianza y destruido lo último de su fe en la humanidad—. ¿Eres tú?

Tommy tenía el mismo aspecto. Un poco más viejo, un poco más

sabio, pero él todavía tenía el mismo cabello de punta y profundos ojos

marrones, ojos que siempre le recordaban a Erica.

—Jesús, Jeremy. ¿Cómo estás?

Tommy miró por encima a Jeremy con ojos entrecerrados. Jeremy

hizo una mueca cada vez que su mirada se detenía en una de sus

magulladuras, y la ruptura en su labio. La boca de Tommy se arrugaba más

y más apretada, al igual que Erica hizo justo cuando ella estaba a punto de

arrancarle una nueva. Algunas cosas nunca cambiaban. Tommy siempre

era el correcto, tranquilo, el contenido, bien vestido y suave. Jeremy era

informal. Un desastre.

Un desastre.

—¿Qué demonios te pasó?

Jeremy se encogió de hombros. ¿Cómo se suponía que iba a actuar

en torno a Tommy? La última vez que se habían visto el uno al otro, Tommy

había usado sus puños para aplastar la cara de Jeremy, luego lo tiró en el

césped y le dijo que nunca mostrara su pellejo arrepentido de nuevo. Los

moretones se habían curado. Jeremy no.

Él optó por una sonrisa arrogante.

—Molesté a alguien. Soy bueno en eso. Me conoces. O pensé que lo

hacías.

Tommy se estremeció, pero se había ido tan rápido como llegó.

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—Sí. Te conozco. O lo hice. ¿Qué pasó?

¿Así que Tommy quería actuar como si nada? Dios, él y Erica

realmente eran exactamente iguales. Debe darse en la familia. Barrer todo

debajo de la alfombra. No pasó nada, vamos a ser amigos. Bien. Jeremy

podía jugar a ese juego.

—Nada, en realidad. La última chica se volvió un poco ruda. Ella

tomó el “jugando duro para llegar" un poco demasiado literalmente, si sabes

lo que quiero decir.

—¿Tu última chica? —La cara de Tommy enrojeció, y apretó los

puños—. ¿La chica con la que estabas anoche te hizo eso? ¿Una aventura

de una noche?

—Sip. —Jeremy se balanceó sobre los talones. ¿Cómo diablos se

supone que iba a poner fin a esta conversación? Ya había tenido suficientes

recordatorios incómodos de su pasado en las últimas veinticuatro horas para

durar toda una vida. Y Tommy no estaba en su actual lista de tareas

pendientes. Tampoco estaba perdonándolo—. Mira, me voy directo a mi

habitación ahora. No pude dormir mucho.

Jeremy hizo dos pasos antes de que Tommy preguntara:

—Esa chica de anoche no pasaría a ser mi hermana, ¿verdad?

Se puso tenso. ¿Erica había llamado a Tommy? ¿Le dijo que Jeremy

estaba en la ciudad? ¿Por qué habría hecho eso? Lo que se había roto entre

ellos no podría ser arreglado.

Jeremy tragó saliva y se volvió.

—¿Por qué piensas eso?

Tommy cruzó los brazos sobre el pecho.

—Debido a que estás usando mi ropa, idiota.

Hijo de puta.

Se había olvidado de que le había prestado ropa de Tommy. Lo que

es peor, necesitaría devolvérsela a Erica. Tendría que verla una vez más. Tal

vez él empaquetaría todo bien ya limpio y lo enviaría por correo. No requería

contacto humano. Sin recordatorios de no uno, sino dos rechazos en los que

había sido lo suficientemente estúpido como para ponerse a si mismo.

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Prefería precipitarse desarmado en territorio enemigo que verla de

nuevo. Él no era adecuado para ella. O ella estaba diciendo la verdad y,

no importa lo que ella podría desear físicamente, ella no estaba buscando

un novio y prefería centrarse en su carrera.

O ella le había mentido, y no quería herir sus sentimientos. No lo

quería, y punto.

De cualquier manera, él no iba a regresar para una tercera ración

de humillación.

Tommy se aclaró la garganta y se acercó más. Justo en el espacio

de Jeremy, y de repente Jeremy no se sentía como un veterano de guerra

que había pateado más que un pequeño culo insurgente. Él superaba a

Tommy en masa muscular, pero por la forma en que el hombre lo estaba

mirando ahora mismo, eso podría no hacer una diferencia.

—¿Me vas a contestar? —gruñó Tommy—, ¿o tengo que sacártelo a

golpes?

—Uh. —Jeremy levantó ambas manos—. Podría haberme topado

con Erica, pero fue solo por una noche. Nosotros no… yo no…

Tommy tomó con su puño su camisa y lo empujó hacia atrás, sus ojos

brillando.

—Tú, imbécil. Si le haces daño, te mataré aquí y ahora. —Empujó a

Jeremy de nuevo, gruñendo—. ¿O eres demasiado gallina para lidiar con

eso? Saliste huyendo una vez que viste sus cicatrices, ¿eh? Estúpido.

¡Debería haberte matado la última maldita vez!

Jeremy se quedó muy, muy quieto. Si no lo hacía, tendría que

golpear a Tommy justo en los dientes. ¿Seguirían siendo amigos si él lo

hiciera? Tommy probablemente merecía una oportunidad contra él, ya que

había dado a entender que había follado a su hermanita, como si el sexo

fuera un deporte sangriento y estuvieran peleando por el oro.

Espera. ¿Cicatrices?

—¿De qué estás hablando? ¿Qué cicatrices? Y ¿por qué habría sido

gallina?

—Sabes exactamente de lo que estoy hablando —Tommy silbó y

miró hacia un lado. Su agarre se aflojó—. Mierda. Cálmate un poco. No voy

a ir a la cárcel, aunque sea por el placer de patearte el culo.

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Jeremy siguió la mirada de Tommy. Un trío de guardias de seguridad

avanzaban a través de la multitud, con las manos en sus caderas y un poco

demasiado cerca de sus Teasers. Jeremy había sido electrocutado una vez

en un ejercicio de demostración durante el entrenamiento básico. No tenía

ningún deseo de experimentar los 31 sabores del dolor por electrochoques,

una segunda vez.

Se liberó del agarre de Tommy con el ceño fruncido.

—Vamos a terminar esto en otro lugar. Mi habitación. Vamos.

Juntos, trataron de eludir a los guardias de seguridad, pero los

hombres les bloquearon el paso.

—¿Todo bien aquí?

Jeremy intentó su mejor sonrisa de borracho.

—Está todo bien. Somos viejos amigos.

Tommy asintió, pero no dijo nada. Su mandíbula estaba apretada,

sus brazos tensos. Los guardias lucieron menos que convencidos, pero

dejaron que Jeremy y Tommy pasaran. Se colaron a través del casino lleno

y hacia el vestíbulo. Jeremy dirigió a Tommy hacia su habitación sin hablar.

Todo lo que tenían que decirse el uno al otro, no sería bonito. La privacidad

era lo mejor.

Una vez dentro, Jeremy cerró la puerta y se apoyó contra ella.

—Dime de qué demonios estás hablando. Ahora.

Tommy lo miró.

—¿Realmente no sabes sobre sus cicatrices?

—No sé de qué carajos me estás hablando. —Jeremy apretó los

dientes—. ¿Qué cicatrices?

—Lo sabrías si realmente hubieras dormido con ella. Así que ¿de

dónde vienen los moretones realmente?

Jeremy suspiró y se movió más adentro de la habitación para

hundirse en el sofá. O bien se estaba haciendo viejo o simplemente estaba

malditamente agotado, pero estaba muy cansado para tener esta

conversación.

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2

—No es de tu maldita incumbencia, ¿o no? Estoy bastante seguro de

que renunciaste a nuestra amistad la noche que me acusaste de acostarme

con tu esposa.

Tommy palideció.

—Mira, sé que me equivoqué. Yo también debí haberlo sabido

entonces…

—Sí. Debiste hacerlo. —Jeremy tocó sus placas de identificación y

miró por la ventana—. Tú, más que nadie, debiste haber sabido que yo no

haría eso. De todos los demás, lo esperaba. Yo sé que automáticamente

van a sacar la peor conclusión. ¿Pero tú?

—Lo sé. —Tommy suspiró—. Lo siento. No sé qué más decir.

—Pero justo lo acabas de hacer de nuevo.

—No me puedes culpar de eso. Prácticamente me dijiste que follaste

con mi hermana por todas partes. Es tu culpa. —Tommy intentó una sonrisa,

cansada y sin humor—. Mira, yo bien lo sabía. Sabía que no podrías haber

dormido con Nicole. Sabía que amabas a Erica, pero creí en las mentiras de

todas formas. Nicole prácticamente me tenía en la horca. Cuando se trata

de amor, el cerebro deja de funcionar. Lo siento.

Jeremy cerró sus ojos y se pasó la mano por la cara. Estaba

demasiado tentado a decirle a Tommy que tomara sus disculpas y se fuera

al infierno, pero desafortunadamente él lo entendía demasiado bien. El

amor hacía que las personas se comportaran como idiotas. Justo como él

que constantemente se arrojaba a Erica, a pesar de que sabía que no lo

quería.

Su mente sabía que estaba perdiendo su tiempo, pero su corazón se

negaba a escuchar.

—Yo sé que lo sientes —dijo Jeremy—. Y voy a tratar de aceptar eso,

pero no es fácil. Esa noche arruinó tanto para mí. Tanto para nosotros. Y

Erica...

—Lo sé. La amabas. Creo que te amaba también. Lloró todos los días

durante un mes después de que te fuiste. Después de que nunca regresaste.

—Los dedos de Tommy se cerraron en puños—. Después de que yo te

ahuyenté.

Jeremy parpadeó.

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3

—¿Lo hizo? ¿Por qué? No me amaba. Le dije...

Se resistió. Era difícil ser honesto con Tommy, después de tantos años

y tantas preguntas sin respuesta. ¿Qué había querido decir de las cicatrices

de Erica? ¿Fue por eso que ella lo había rechazado?

—... le dije que la amaba y huyó.

—Podrá haber huido —dijo Tommy—, pero se arrepintió. Pero ¿cómo

diablos acabaste con ella anoche?

Jeremy gimió y se frotó las sienes.

—Todo comenzó ayer...

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4

Traducido por IvanaTG y Debs

Corregido por Jane

rica se paró frente al espejo y trató de aceptar que la cosa que

le devolvía la mirada era realmente ella. Este era su realidad,

ahora. No era fea, se dijo. No debería odiarse. No fue su culpa.

Una noche, un negligente conductor de camión, y toda su vida

cambió para siempre. Odiaba lo que veía. Lo mismo hicieron todos los

hombres con los que había estado desde entonces. Había empezado con

Nathan. No se sorprendió cuando él la dejó. Demonios, había estado lista

para cancelar todo antes del accidente. Solamente podía tener tanta

perfección antes de que quisiera herirlo, solo para ver un poco de auténtica

emoción humana.

Pero él solo reafirmó lo que había temido cuando se despertó en su

cama de hospital, vendada y herida por todas partes. Nadie podía ver más

allá de las cicatrices en su estómago y su espalda. Nadie podría desearla

de nuevo, sin la lástima motivándolos. Pasaría su vida sola. Estaba de

acuerdo con eso. Incluso, lo aceptaba.

Hasta que Jeremy regresó.

Él se atrevió a hacer que quisiera más. Se atrevió a hacer que lo

deseara. Pero si la veía, a su verdadera ella, ¿qué haría? ¿Huir? ¿Dar

excusas? No. No podía soportar ser rechazada por el hombre al que había

amado desde su infancia. Estaba mejor sola. Más segura.

Pero no se sentía mejor.

Un golpe resonó desde el primer piso. Dejó caer su blusa y la alisó de

nuevo en su lugar. ¿Quién demonios estaba en su puerta a las nueve de la

noche? Tommy, probablemente. Bajó corriendo las escaleras, abrió un poco

la puerta, se asomó a través de ella, entrecerrando los ojos en la oscuridad.

La luz del porche estaba jodida de nuevo, y no retiraría la cadena de la

puerta hasta que estuviese segura de que era Tommy y no algún convicto

prófugo en busca de venganza.

E

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Peor aún. Era Jeremy, de pie en su puerta con flores en una mano, la

ropa de Tommy doblada precisamente en la otra.

Incluso doblaba las camisas mejor que ella. Quería simplemente

estampar un delantal sobre él y conservarlo.

Le ofreció el ramo.

—¿Puedo entrar?

Erica se tragó un gemido.

—¿Por qué? Creo que ya nos hemos dicho todo.

—No, no lo hicimos. —Sus ojos la atraparon y se negó a dejarla ir—.

Tenemos que hablar.

Su corazón se aceleró. Deseó poder agarrarlo y simplemente

apretarlo hasta que dejara de ser tan estúpido e ingenuo. ¿Por qué quería

hablar con ella? Lo que dijeran solo podría herirlo más cuando lo echara

otra vez. ¿Qué haría falta para darse cuenta de que no era suya, y nunca

lo sería? ¿Necesitaba darle a su corazón un buen apretón, muy apretado,

hasta romperlo?

—Tienes que irte. —Trató de cerrar la puerta. Él metió su pie en la

rendija.

—Vi a Tommy en mi hotel.

Ella contuvo la respiración y lo revisó por más moretones. Tenía el

mismo aspecto; maltratado, como que venció a la mierda y volvió, aún

hermoso, pero no peor que antes.

—¿Qué pasó?

Él levantó una ceja.

—Eso es un tema que es mejor hablarlo adentro.

—¿Vas a decirme si no te dejo entrar?

—No.

Suspiró y puso sus ojos en blanco.

—Entonces, por supuesto —dijo, desenganchando la cadena y

abriendo la puerta—. Entra.

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Campanas de advertencia gritaron en su cabeza. Cierra la puerta.

Ciérrala de golpe en su cara antes de que sea demasiado tarde. Las ignoró.

El temor la dejó temblando, temor y un pequeño destello de esperanza, de

que lo imposible podría suceder. Que le podía decir todo acerca de sus

cicatrices, y él la amaría de todas formas. La desearía de todos modos.

Ella realmente era una estúpida, idealista sin esperanza.

Cuando entró y le ofreció las flores, ella cerró los dedos alrededor de

la envoltura de papel, arrugándolo. Tulipanes. Siempre amó los tulipanes, y

no pudo evitar acercarlos para inhalar su fragancia.

—Gracias. ¿Recordaste que estos eran mis favoritos, o fue un golpe

de suerte?

—Recuerdo todo lo que alguna vez me dijiste —dijo, su voz áspera,

cada palabra casi acariciándola—. No podría olvidarlo aunque quisiera.

—Tenía diez años cuando te lo dije. —Su respiración se dificultaba—.

¿Cómo puedes recordar eso?

—Recuerdo qué edad tenías, también. Recuerdo todo. —Sonrió—. Y

tú también.

Ella se sonrojó y sacudió la cabeza. ¿Cómo podía recordar un detalle

tan pequeño como su flor favorita? Eso fue hace dieciséis años.

Probablemente la estaba engañando, y fingiendo que recordaba.

—Está bien. ¿Cuál era mi banda favorita en ese entonces?

—Backstreet Boys. Especialmente Kevin. Te gustaban oscuros y

melancólicos. —Ni un momento de vacilación. Maldito—. No te gustaba

NSync, pero te gustaba Justin Timberlake. ¿Todavía te gusta?

—Eh. Sí. —Lo miró fijamente—. ¿Cómo te acuerdas de eso?

Él se rio y rozó un dedo por su mejilla. Su toque dejaba escalofríos a

su paso.

—Porque me lo dijiste.

—¿Color favorito?

—Púrpura. Ni siquiera estás haciendo preguntas difíciles.

—Maldito seas —murmuró.

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Ella se refugió en la cocina y puso los tulipanes en la encimera. Su risa

la siguió. ¿Cómo podría conocerla tan bien? Apenas recordaba que

maldito Backstreet Boy le había gustado más. ¿Por qué lo hacía él?

Abrió un armario y, con las manos temblorosas, sacó un jarrón.

Cuando se volvió a agarrar las flores, chocó con su pecho. Él se rio, la

estabilizó y no la soltó. Miró sus irresistibles ojos azules. ¿Por qué lo había

rechazado, otra vez?

Oh. Correcto. Sus cicatrices.

—Todavía no puedo caminar en línea recta para salvar tu vida.

Nunca pude. Pensé que se suponía que los abogados serían elegantemente

meticulosos. —Sus dedos acariciaron sus brazos—. Pero me gusta que eso no

cambió en ti. Me gusta todo de ti. Incluso si eres una insípida aburrida

abogada.

Ella trató de sonreír.

—No podría quitar lo "insípida" para salvar mi vida.

La tensión crepitó entre ellos. Su mirada trazó sus labios, hasta que

casi podía sentir las cosas pervertidas que esos ojos prometían hacer a su

boca. Ella se lamió sus labios. Él se acercó más, y ella reprimió un gemido.

—Me-mejor pongo las flores en agua —murmuró.

Él negó con la cabeza, la soltó, y se apoyó en la isla. Sus dedos

jugaban sobre sus placas de identificación. Siempre parecía hacer eso

cuando tenía algo en la cabeza. Se preguntó de qué se trataba ahora, y lo

lamentó cuando le preguntó:

—¿Algo más en lo que quieras ponerme a prueba? Soy un experto

de la trivia popular de Erica.

Pregunta número tres, por el premio: ¿Por qué no puedo sacarte de

mi cabeza?

—¿Quién me gustaba en décimo grado?

—Yo.

—Sé serio. —No podía resistir hacerle saber cuán cerca de la verdad

estaba. Ella frunció el ceño—. Vamos. Adivina otra vez.

—Está bien, está bien. Kenny. Ni idea de por qué. Él era un perdedor.

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—Es por eso. Estaba en una fase de chico malo. —Ella se rio y puso

las flores en el florero—. En algún punto, cada chica necesita al menos un

chico malo en su vida.

—¿Todavía estás en esa fase? —Se enderezó, sus movimientos lentos

y poderosos, tiró un mechón de su cabello—. Puedo jugar el papel a la

perfección. Incluso tengo antecedentes y tatuajes para demostrarlo. Y

vengo con referencias. Cuentan los policías, ¿verdad?

Ella se echó a reír.

—Lo siento. Superé eso hace mucho tiempo.

—Entonces me retracto de mi declaración anterior, y solicito que el

juez lo quite del registro. Soy un buen chico, lo juro. —Jeremy sonrió, tan

inocente como el lobo feroz en forma humana—. Soy inofensivo.

—Lo dudo.

No dijo nada, solo la observó con esos ojos intensos y continuó

jugando con ese mechón de su cabello. Si no dejaba de mirarla de esa

manera...

Se alejó de su alcance.

—Te ofrecería una copa, pero esta camiseta solo se limpia en seco.

Hizo una mueca, pero sus ojos se arrugaron en las esquinas.

—Ay. No es agradable.

—Lo merecías.

—Lo suelo hacer. —Sonrió—. ¿Traeré las copas si consigues el vino?

—Claro.

Se movieron por la cocina en un amigable silencio. Se sentía tan...

doméstico. Como si hubieran estado trabajando el uno al lado del otro

durante años. Erica lo vio verter el vino. No podía averiguar qué hacer con

él, o por qué estaba allí. ¿Por qué había aparecido con flores? Eso estaba

llevando el semper fi4 un poco lejos, especialmente cuando solo podía

rechazarlo sin importar cuán fielmente la persiguiera.

4 Semper fi: Siempre fiel.

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Se dirigieron a la sala de estar con las copas llenas en la mano. Se

acomodó en el sofá con las piernas metidas debajo de ella.

—Entonces, ¿qué pasó con Tommy?

—Me vio llevando su ropa y enloqueció.

—Mierda. —Tomó un sorbo de su vino. Tuvo la tentación de engullir

toda la maldita cosa—. ¿Qué le dijiste?

—Bueno... —Se aclaró la garganta. Empezó a jugar con las placas

de identificación de nuevo. A ella no le gustaría esto, ¿verdad?—. Hubiera

sido más fácil de explicar si no le hubiera dicho que los moretones vinieron,

de pasar la noche anterior con una mujer salvaje.

Se quedó sin aliento. Cada gota de sangre en su cuerpo corrió a su

cara.

—¡No lo hiciste!

—Lo hice —admitió tímidamente—. Pero en mi defensa, me olvidé

de que estaba usando su ropa, y me tomó por sorpresa. Traté de dar marcha

atrás, pero no me creyó.

Estaba muerta. Tommy nunca la dejaría vivir después de esto.

—¿Qué hizo?

Él bebió el resto de su vino y dejó la copa en la mesa de café.

Cuando la miró, todo rastro de burlas había desaparecido. Una alarma hizo

ponerse de punta el vello en su nuca.

—Me dijo que me mataría por verte, y a continuación, salió

corriendo. —La miró de manera constante—. ¿Por qué pensaría eso? ¿Por

qué lo haría?

Ella se atragantó con el vino. El miedo, hizo que su corazón cayera a

una velocidad imposible. Jeremy la miró fijamente, prácticamente para que

se atreviera a confesarlo todo. Pero, ¿cómo podría? Sus secretos eran suyos.

Tommy no tenía que decidir cuándo y dónde le diría ni a quién. Lo mataría.

Se desharía de Jeremy, luego iría con Tommy y lo mataría. Podría ser

pequeña, pero le daría una patada en el culo tan fuerte, que no sería capaz

de sentarse durante una semana.

Golpeó su copa sobre la mesa de café y se tambaleó sobre sus pies,

con las manos en las caderas.

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—Tienes que irte. Si no lo haces, no puedo garantizar tu seguridad. O

que no solo te daré un puñetazo en la cara.

—No serías la primera. —Estiró un brazo en el respaldo del sofá y se

puso cómodo—. Continua. Mi mejilla izquierda aún no está lastimada. Creo

que necesita un poco de color, ¿no crees?

—Jeremy —gruñó y pisoteó el piso—. Lo digo en serio. Tienes que irte.

—No. No huiré de nuevo. —Se puso de pie y agarró sus codos. Sus

ojos suplicantes—. Cada vez que nos acercamos a algo bueno, algo real, te

escapas. No esta vez. No te voy a dejar. Sé que tenemos algo. Sé que

podemos ser algo, si me lo permites. ¿Por qué no?

Su tranquilo control la enfureció. Se suponía que debía ser la

calmada. Se suponía que debía estar en control. ¿Cómo se atreve a estar

compuesto y racional, cuando ella estaba dispuesta a romper algo por

encima de su cabeza?

Tal vez empezaría con la copa de vino.

—No te dejo entrar porque no te deseo. No te deseo. —Pero su voz

se quebró en la última palabra, y no podía mirarlo a los ojos.

—Mentira. —Sus dedos se apretaron—. Sí, lo haces, me deseas. Pero

te niegas a admitirlo, al igual que te negaste a admitirlo hace siete años. Tu

acto puede haber funcionado en mí entonces, pero no lo hará ahora. No

me iré hasta que hablemos de esto como adultos.

Erica cerró los ojos y rezó por paciencia. La paciencia se mantuvo

llamativamente en silencio. Maldita sea. Ella siempre había sido la racional.

Era una abogada, por el amor de Dios. Si los abogados le gritaban al juez,

terminarían comerciando con cigarrillos en la prisión local. Nunca, nunca

había perdido su temperamento, pero su templanza, la había dejado en la

estacada justo cuando más la necesitaba.

Arrastró los ojos hacia él.

—Por favor. ¿No puedes aceptar que no quiero estar contigo, e irte?

—Solo si es la verdad. Luego me iré y puedes llevar a cabo esa orden

de restricción. O puedo pasar en Navidad y Acción de Gracias a saludar a

la gente y ponerme al día con viejos amigos. Lo que quieras... siempre y

cuando me estés diciendo la verdad. ¿Lo estás?

Ella abrió los labios para mentir, pero las palabras no salieron.

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—Habla conmigo —la coaccionó—. Dime lo que está mal.

Ella se soltó de su abrazo, le dio la espalda, y se alisó la blusa, con las

manos sudorosas.

—No tienes derecho a entrar aquí y exigir nada de mí después de

que no te haya visto en años.

—¿Te acuerdas de la última vez que nos vimos? —Su voz era tan

tranquila que casi no podía oírlo—. ¿Recuerdas lo que te dije?

¿Cómo iba a olvidarlo? Si al menos no hubiera tenido tanto miedo

de los sentimientos que despertaba en ella.

Si al menos no se hubiera escapado.

Se hundió en el sofá y juntó sus manos. No podía mirarlo, no podía

soportar ver sus ojos, tan cálidos y llenos de amor. El amor que ella quería

tanto que dolía. El amor que podría destruirla tan fácilmente.

—Claro que me acuerdo —susurró.

Se sentó junto a ella y juntó sus manos.

—Quise decir lo que dije. Te he amado toda mi vida. No podía dejar

de pensar en ti. Nunca he dejado de pensar en ti.

—¡Eso fue hace siete años! —le espetó. Mantente fuerte. No podía

dejarlo entrar. Tenía que mantenerse fuerte, maldita sea—. La gente

cambia. Ellos crecen y desean cosas diferentes.

Él negó con la cabeza.

—Yo no. Crecí, pero todavía te deseo.

—Basta. Ya basta. —Su corazón se retorció, destrozándose por la

presión del dominio que tenía sobre ella. Él la estaba matando. Cada

palabra estaba destruyendo su voluntad y haciéndola débil. Demasiado

débil. Ya no sabía absolutamente nada acerca de ella. Ni una sola de esas

bonitas palabras se aplicaba a lo que ella era ahora.

—No voy a parar. —Sus dedos envolvieron los de ella, tan cálido, tan

capaz, tan fuerte—. No hasta que admitas que todavía tienes sentimientos

por mí, también. Al igual que lo hiciste entonces.

Ella hizo un sonido estrangulado y quitó las manos de las suyas.

—¿Qué te hace pensar que me importabas? ¡Salí huyendo!

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—Y lloraste todos los días durante un mes. Tommy me lo dijo.

En este momento, las posibilidades de supervivencia de Tommy

estaban más bajas que un gran centro metropolitano en un holocausto

nuclear. Erica apretó los puños.

—Tommy no estará vivo mucho más tiempo, por lo que tendrás que

buscar otro informante. Tal vez uno de tus compañeros de clase, un poco

más convenientes. Espero que los dos hagan las paces antes de que lo

ponga en su tumba. Ahora sal.

—No me voy. ¿Cuántas veces tengo que decirlo antes de que lo

escuches? —Le agarró la barbilla con un toque suave y la levantó para

mirarlo a los ojos—. Te amo. Nunca he dejado de amarte. Nunca dejaré de

amarte, no importa lo que hagas o digas.

No se dio cuenta de que estaba llorando hasta que sintió el rastro

húmedo de lágrimas en sus mejillas, pero no podía detenerlas. Dudaba que

pararan nunca, después de esta noche.

—No tienes idea de lo que estás diciendo —susurró.

—Sí, lo creo. ¿Sabes cómo supe que eras una abogada? Traté de

mantenerme informado con respecto a ti. Dónde estabas. Lo que estabas

haciendo. Aunque intenté no cruzar el umbral de acosador. —Sonrió con

ironía—. Pero no podía dejarte ir entonces... y no puedo dejarte ir ahora.

Negó con la cabeza frenéticamente. Sus lágrimas la cegaron.

—Tienes que. No puedes amarme. No sabes sobre mis cicatri…

—¡Entonces háblame de ellas! —Ese autocontrol desapareció para

dejarlo de pie, gesticulando bruscamente—. ¿Qué podría ser tan malo que

tienes miedo de decirme? ¿Las conseguiste mientras matabas a alguien?

¿Robabas un banco?

—No seas un idiota melodramático. —Ella limpió bruscamente sus

mejillas y enderezó los hombros. Él quería saber la verdad. Ella quería que la

dejara en paz. Sabía de una manera rápida y fácil de hacerse cargo de

ambos. Se levantó, pavor se revolvió en el fondo de su estómago y se

arrastró por sus piernas para dejarlas entumecidas—. ¿Quieres verlas?

¿Quieres ver mis cicatrices?

—Sí. Unas marcas en tu piel no me van a asustar. Me vuelve loco que

pienses que lo harían.

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—Eso es porque eres un ingenuo, tonto idealista.

Ella abrió su blusa con las manos temblando. Los ojos de él siguieron

sus movimientos. Empujó su tonta esperanza de que aún pudiera quererla,

después de esto. Él hizo sus promesas ahora, pero no la había visto todavía.

—Hace dos años —dijo ella—, conducía a casa del trabajo. Era

tarde, y estaba cansada. Me acuerdo de la pizza en el asiento de al lado.

Recuerdo pensar en llegar a casa y comerla. Incluso recuerdo cómo olía el

pepperoni. El queso también. Era fabuloso. El recuerdo es tan fuerte que

puedo olerlo incluso ahora.

Las palabras salieron en un apuro. Habían estado dentro por tanto

tiempo que no podía contenerlas más. Quería que él supiera lo que le había

pasado, pero se aferró al borde de su blusa. Su manta de seguridad. Tal vez

por mucho tiempo, pero necesitaba algo que ocultar. Ahora más que

nunca.

—Ni siquiera vi venir el camión —susurró—. Todavía no recuerdo el

momento en que golpeó. Solo las luces, la bocina. Ni siquiera se registraron

hasta que era demasiado tarde.

El rostro de Jeremy palideció.

—¿Qué ocurrió?

—Se me cayó mi teléfono. Esperaba una llamada importante de un

cliente, y estaba en luz roja, así que pensé que lo agarraría muy rápido y

desabroché el cinturón de seguridad. Cuando me incliné para tomar mi

teléfono, tuvo una semi pérdida de control y tiró mi puerta del pasajero. Mi

último recuerdo es el de las luces. Pensé “Oh, bueno, veo mi teléfono”.

Entonces... nada.

Con un áspero sonido, la arrastró a sus brazos. Su alto y poderoso

cuerpo temblaba contra el suyo.

—Oh, Dios, mío. Lo siento mucho.

Se dejó descansar en su pecho en un momento desgarrador, luego

se apartó. No podía ponerse débil ahora. Esto no era ni siquiera la peor

parte.

—No he terminado.

Él buscó sus placas de identificación otra vez. Lo estaba poniendo

nervioso. Bueno. Debía estarlo.

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—Está bien —dijo—. Estoy escuchando.

Se obligó a mirarle a la cara. Se obligó a ver cada horrible emoción

allí, incluso si la rompía. El amor que ella anhelaba. La vacilación que temía.

La compasión que necesitaba, y la simpatía que ella nunca quiso.

—Mi blusa era de poliéster. Inflamable. No conseguí salir del auto lo

suficientemente rápido. Mi blusa se incendió, quemándome el estómago y

la espalda. Me dijeron que estuve en el fuego solo por un corto tiempo, pero

hizo más que suficiente daño.

—No tienes que mostrarme si no estás lista —dijo—. Sea lo que sea,

no me importa. Te amo.

Alargó la mano hacia ella de nuevo, pero ella se echó hacia atrás.

—¡No! Tienes que verlas. Entonces sabrás por qué tienes que irte.

—Erica, ¡no me importa si tiene cicatrices, maldita sea! Yo no te voy

a dejar.

—Déjame. Mi prometido me dejó por culpa de ellas. He vivido como

una monja desde el accidente. No seas condescendiente conmigo cuando

ni siquiera las has visto aún.

Ella levantó la barbilla y reunió coraje. Este era el momento en que

todo iba a cambiar. Todo el amor y el deseo en sus ojos cambiaban a asco

y lástima.

Quería cerrar los ojos y rechazarlo, pero no lo haría. Ella se negaba a

dar marcha atrás ahora. Si nada más, el horror en los ojos de Jeremy

reforzaría sus razones para no dejar que nadie se acercara otra vez.

Sus manos estaban congeladas, insensibles. Poco a poco,

moviéndose como una frágil muñeca, sacó su blusa y esperó, esperó a que

retrocediera y se apartara con disgusto.

Pero sus ojos se mantuvieron en su cara, la mandíbula apretada, con

los puños apretados.

—No tienes que hacer esto —dijo—. No debería haberte presionado.

Lamento molestar tanto. Baja la blusa.

Ella negó con la cabeza. Apenas podía ver a través de las lágrimas,

pero se mantuvo firme.

—No. Mira. O déjalo ahora. De cualquier manera, vas a irte.

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Su mirada cayó lentamente, agonizante centímetro a centímetro.

Ella supo el momento en que la realidad de su torcido cuerpo lo golpeó. Él

palideció y se dejó caer sobre el brazo del sofá, temblando. Sus ojos

fuertemente cerrados. Por supuesto que sí. Cerrándolos ante su fealdad. Su

repulsión. Él no era el primero en estar disgustado por ella, pero sería el

último, maldito fuera en el infierno.

Ella sabía cómo terminaría. Había tratado de evitarlo, pero no se

rendiría. La había hecho a sí misma exponerse, su vergüenza, su

desfiguración, e hizo que ella lo dejara entrar. ¿Por qué? ¿Qué había

ganado ella con esto, además de dolor y mortificación?

Dejó caer la blusa en su lugar. El sabor salado de las lágrimas la

asfixió. Él todavía no se había movido. Se quedó sentado como una estatua,

increíblemente perfecto, hermoso e intocable. No podía soportar mirarlo

ahora, tan guapo cuando ella era tan fea. El corazón le dio un vuelco. No

podía respirar.

¿Por qué lo dejó entrar?

Tenía que escapar. Incluso un segundo más con él era demasiado.

—Conoces la salida —dijo con voz entrecortada y, volviéndose,

subió corriendo las escaleras.

En la seguridad de su habitación, cerró la puerta, la bloqueó, y se

arrojó sobre la cama vacía. Doblándose en posición fetal, se agarró las

piernas firmemente a su pecho. Tal vez si ella se hiciera un bulto lo

suficientemente pequeño, podría exprimir todo el dolor en un pequeño

nudo que podía meter en la esquina más pequeña de ella. Tal vez entonces,

se sentiría mejor.

Y tal vez si apretujara los ojos cerrados y bloqueara el mundo, solo...

desaparecería, y se llevaría a Jeremy Addison con él.

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Traducido por Scarlet_danvers (SOS, roxywonderland y MaEx

Corregido por hermosaoscuridad

eremy abrió sus ojos a tiempo para verla huir. Pateó el sofá.

Jodido idiota. ¿Por qué no había dicho algo? ¿Por qué no había

oído hablar de esto? Si hubiera sabido, podría haber estado allí

para ella. Sostener su mano. Apoyarla a través de esto, y asegurarse de que

supiera cada día la hermosa e increíble mujer que ella era.

¿Había pensado que él estaría disgustado con ella? ¿Repugnado

por unas cuantas cicatrices?

Él era un Marine. Sus compañeros soldados, hombres y mujeres en los

que confiaba con su vida, la única familia que lo había acogido cuando

Tommy le había dado la espalda... todos habían sido balaceados,

quemados o destrozados por las lecciones de primera mano en la explosiva

guerra. La mitad estaban muertos. Él tenía un agujero de bala en su hombro,

recibido hace un año en una desagradable pelea en Fallujah.

Sabía de cicatrices. Él las veía todos los días. El hecho de que ella

aún estuviera viva era un milagro, no algo de lo que avergonzarse. Sus

cicatrices contaban la historia de su vida. De su fuerza. Había pasado por

un accidente, y vivido. Ella no se había dado por vencida. No había muerto.

Ella estaba aquí. Y maldita sea, ella era suya.

Había esperado demasiado tiempo para amarla como ella se

merecía. Él no estaba dispuesto a esperar un segundo más. El dolor en sus

ojos cuando ella se desnudó para él, la determinación cuando ella se había

negado a apartar la mirada de su escrutinio, solo lo hizo amarla más. Su

valentía y honestidad en la cara de lo que había pensado era cierta

repulsión y rechazo le impresionaron mucho más de lo que una piel perfecta

jamás podría.

J

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¿Acaso Erica realmente creía que era lo suficientemente superficial

para huir de ella? ¿Cómo su cobarde y patética excusa de ex prometido?

Cerró los puños. Ese bastardo. Le gustaría mostrarle a ese cobarde cómo se

sentía, después de que él la hubiera hecho sentir tan inferior. Pero Erica lo

necesitaba. Necesitaba más que su ira. Necesitaba su honestidad, su amor,

y él estaría condenado si no los diera a ella.

Las marcas en su cuerpo no importaban. Las marcas que había

dejado en su corazón eran más permanentes que las cicatrices, y

eternamente más vinculantes.

Tomó las escaleras de dos en dos y probó cada habitación de arriba

hasta que encontró una cerrada al final del pasillo. La suya, sin duda. Respiró

para calmarse y llamó.

—¿Erica? ¿Puedo entrar?

Oyó un ruido distante de arrastrar los pies. Su voz sonó tranquila y

apagada.

—¿Por qué no solo te vas?

—Porque te amo. —Contuvo el aliento. ¿Le creería? ¿Lo dejaría

entrar?—. No creo que tus cicatrices sean feas. Creo que son perfectas. Tú

eres perfecta.

El pomo de la puerta traqueteó. La puerta se abrió lo suficiente para

que un ojo mirara a través.

—No tienes que hacer esto. No me importara si te vas. No serías el

primero.

—De ninguna manera en el infierno. Yo no me voy. No puedes

obligarme. No ahora, ni nunca.

Ella abrió la puerta completamente y lo miró fijamente, con sus

hermosos ojos marrones abiertos, y por fin vio algo en ellos, algo crudo y

expuesto y vulnerable y hermoso.

Esperanza.

—¿Por qué? —preguntó.

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—Porque. Te. Amo. —Él lo diría hasta que ella lo creyera. Él la

acariciaría cada minuto de cada día, hasta que finalmente se diera cuenta

de la verdad—. Te amo, y quiero pasar el resto de mi vida haciéndote feliz.

Si me dejas, lo haré. Sobre todo porque estoy condenadamente seguro de

que me amas, también.

Ella se mordió el labio inferior. Dios, había estado volviéndolo loco

con eso desde el cuarto grado. Cada vez que lo hacía su boca se volvía

roja y suave, hasta que él quería lamer esa madura y reluciente llenura.

—Miraste mis cicatrices, ¿verdad? —Ella buscó su cara, tan

precavida, tan cuidadosa.

Él se echó a reír.

—Sí, señora. Y no podrían importarme menos. Solo estoy enojado de

que no estuviera allí para ayudarte a través del dolor y la agonía. Ojalá lo

hubiera sabido. He vuelto por ti.

Sus ojos se estrecharon.

—No es posible que desees estar conmigo ahora.

—¿Por qué no? El amor no es acerca de la perfección o la belleza.

No se trata de lo bien que te ves en un bikini, o cuan perfecta es tu piel. El

amor es acerca de... de... —Buscó las palabras—. Acerca de necesitar a esa

persona especial en tu vida, ese alguien que te hace sentir todo. Es ayudar

a la persona que amas cuando necesita una mano para mantenerse

erguida. El amor nunca se da por vencido con la persona que te importa.

Él cruzó el umbral. Ella se tambaleó hacia atrás, llevando su mano a

su pecho.

—Tú eres esa persona para mí, Erica —dijo—. No solo eres la mujer

más hermosa que he visto en mi vida, sino que eres tan guapa por dentro

como lo eres por fuera. Y te amo. Cada parte de ti.

—No veo cómo —dijo ella, su voz entrecortada por la

desesperación—. No te he visto en siete años.

Él ahuecó su mejilla.

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—¿Qué son siete años en toda una vida?

Las lágrimas rodaron por sus mejillas.

—No sé si puedo hacer esto. No sé si aún puedo intentarlo. Te vas

pronto.

—Voy a estar lo suficientemente cerca. —Él la tomó en sus brazos y

la estrechó con fuerza contra su pecho. Sus curvas se ajustaban a su cuerpo

en todos los lugares correctos, como si estuviera hecha para él—. Al menos

podemos intentarlo. ¿Podemos darle una oportunidad y ver cómo

funciona?

Ella se echó hacia atrás y buscó su cara. Contuvo la respiración y en

silencio le rogó que no lo rechazara de nuevo. Si ella decía que no esta vez,

sería porque realmente no lo quería. No había secretos ahora. Sin dudas. Él

conocía sus miedos. Había visto sus cicatrices. Pero si de verdad, de verdad

no lo amaba, no había nada que pudiera hacer.

Sus labios temblaron, y ella asintió con la cabeza.

—Bien. Si estás seguro de que realmente…

—Nunca he estado más seguro de nada en mi vida —dijo, y la besó.

Ella suspiró y se apoyó en él, y él la apretó cerca. Quería alzarla y

gritar su alegría al mundo. Él le mostraría. Él le mostraría lo perfectos que eran

el uno para el otro; con la forma en que sus labios se moldeaban y se

moldeaban a la forma en que sus lenguas se entrelazaban, de la forma en

que sus cuerpos se moldeaban al latir de sus corazones acelerados en

conjunto. Y mucho más, en el amor que tenía que darle. La vida que él tenía

para darle, que sería para siempre suya

Trazó su boca con la punta de su lengua, y ella gimió y se aferró a su

camisa. Nunca había estado tan cerca del cielo antes, y no quería volver a

estrellarse en la tierra. Cuando ella le quitó su camisa y arrastró sus manos

sobre su espalda, sus pechos se presionaron contra su pecho. Sus sentidos

ardieron. Sus dedos rozaron su cuerpo, y él ahogó un sonido. Demasiado.

Más de lo que podía manejar. Más de lo que podía resistir. Él apartó la boca

de la de ella.

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—Jeremy —protestó ella, y lo besó de nuevo.

Él la dejó salirse con la suya con él por unos instantes más y luego a

regañadientes se alejó a sí mismo de su agarre. Ella respiraba con dificultad,

sus manos apretadas ante ella. El deseo en sus ojos lo desgarró, comiéndolo

vivo.

—¿Qué es? ¿Qué pasa? —preguntó.

—No quiero presionarte.

Estaba temblando con tantos años de deseo reprimido, pero no

podía soportar presionarla. Cerró sus ojos. La había deseado; no,

necesitado, durante tanto tiempo, y por fin ella lo quería de vuelta. Pero

tenía que darle espacio. Tiempo. Él la había amado prácticamente toda su

vida. No había tal cosa como demasiado rápido para él, pero él no quería

forzarla a nada que podría lamentar más tarde.

Dejó escapar un profundo suspiro y abrió los ojos.

—Podemos… debemos tomarnos un tiempo.

Sus labios se curvaron en las esquinas, y ella inclinó la cabeza.

—Yo podría haber jurado que ya cubrimos este territorio con la

conversación de “los extraños peligrosos”.

Ella cerró la distancia entre ellos y tiró de su camisa. Se puso tenso.

—Erica…

—No lo hagas —dijo ella, y algo en el tono ronco de su voz lo

detuvo—. Por favor no me rechaces ahora.

Ella cayó de rodillas y deslizó sus manos sobre su estómago, luego

caminó con sus dedos hacia abajo. Cuando trazó la forma dura de su

erección, él gimió y cerró los ojos.

Aun nada podía eliminar la imagen de ella arrodillada delante de él

y acariciándolo. Todo su cuerpo se sacudió con cada gentil toque. Apretó

sus dientes. Capturando su mano, la puso de pie y acunó su rostro en sus

palmas, memorizando cada detalle. Cada curva y hueco de sus facciones.

Cada veta de un avellana tostado en sus ojos. Todo.

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—Erica, amor, estoy tratando fuertemente de ser bueno.

—Nadie te pidió que lo fueras.

Se puso de puntillas y presiono su boca con la suya. Ella lo devoro

avivadamente, con un calor y hambre que nunca había pensado que ella

poseyera debajo de esa delicada piel. Para el momento que se alejó, él ya

estaba jadeando, tenso, ardiendo y listo. Pero era la emoción en sus ojos lo

que lo puso en llamas, un calor que esperaba quizás fuera la primera chispa

de amor.

—No me arrepentiré —dijo—. Lo prometo.

Cuando lo besó nuevamente, se rindió con un torturado gemido. Las

últimas de sus restricciones se disolvieron, dejando nada salvo ella. Chocó

los labios de ella contra los suyos y la apretó contra su cuerpo. Su camiseta

rodo sobre sus pechos. Ella la alcanzo entre ellos para arrastrarla hacia

abajo, pero él atrapo sus muñecas.

—No tienes que esconderte de mí.

Lentamente, la hizo retroceder hacia la cama y la empujó hacia ella.

Sus piernas acunándolo mientras se estiraba sobre ella y bebía cada

centímetro de ella, tumbada tan hermosa debajo de él.

Inclinándose, mordisqueó el lóbulo de su oreja.

—Déjame amarte —susurró—. Todo de ti.

Dejó un rastro de besos por toda su mandíbula, hasta que finalmente

encontró su boca. Estaba lista para él, su lengua en duelo con la suya al

momento que sus bocas se encontraron. Ella arrastró sus dedos a través de

su cabello y se movió inquietamente debajo de él. Sus manos exploraron el

cuerpo de ella, descubriendo cada suave y etérea curva, cada sensible

lugar que la hacía estremecerse y retorcerse. Cuando acunó sus pechos,

gimió y arqueó su espalda. Su cuerpo estaba gritándole que se apresurara,

que tomara lo que ella ofrecía tan libremente. Desnudarla. Sumergirse en su

interior.

Nunca le había hecho el amor a una mujer antes. El sexo era una

cosa. Esto era diferente. Esta era la mujer que amaba, y quería hacer lo

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correcto. Él se liberó de su abrazo y arrancó su camiseta por sobre su

cabeza, luego deslizo fuera sus jeans. Ella lo miraba, ese condenadamente

sexy labio inferior atrapado entre sus dientes otra vez, sus ojos inundados en

deseo. Devoró sus labios entreabiertos, sus pupilas dilatadas, y los imprimió

en su memoria. Conservaría este momento consigo para siempre.

—Dios, eres perfecto —susurró ella, sus mejillas sonrojadas.

Su mano extendida invitándolo. Irresistible. Se quitó sus bóxers y

deslizó de regreso a la cama. Su cuerpo cubriendo el de ella, y descansó su

peso contra la suave fragilidad de ella mientras la besaba hasta que estuvo

jadeando, labios húmedos abiertos para él. Su ropa burlándose contra su

piel desnuda, totalmente exasperante. Quería arrancarla de su cuerpo y

dejar cada glorioso centímetro desnudo ante su toque, pero no aún. Sin

importar su impaciencia, no quería presionar demasiado fuerte, o

demasiado rápido.

Su erección rozó el interior de sus muslos, y sus caderas se sacudieron.

Anhelaba su calor apretado, pero se distrajo a sí mismo para adorar su

cuerpo. Sus labios reclamaron su garganta, y sus dientes marcaron cada

centímetro de ella mientras con sus gentiles y burlones mordiscos la dejaba

echando la cabeza hacia atrás, clamando en pequeños y agudos jadeos.

Sus dedos hicieron su recorrido sobre su estómago hasta su camiseta, y la

rozó para acunar nuevamente sus pechos. Sus pulgares burlándose de sus

pezones a través de la tela, y ella retorciéndose.

—Jeremy —gimió.

—No aún, amor —dijo, y la besó nuevamente. Más lento, más

profundo, amando su boca con obsesiva atención, explorando cada rincón

de ella mientras sus dedos deslizaban fuera su ropa. Ella arqueó sus caderas

mientras lanzaba fuera sus pantalones cortos y jalaba sus bragas hacía

abajo. Pero cuando fue por su camiseta, ella se congelo.

—Espera —dijo sin aliento, rígida debajo de él—. Apaga las luces.

—No. —Rozó su boca con la de ella y apretó su agarre en su

camiseta. Saboreó sus lágrimas. Sabía que la tenía difícil dejándose llevar,

pero si no le enseñaba ahora, nunca le creería—. Confía en mí. Eres

hermosa.

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—No. —Negó con su cabeza—. No, no lo soy.

Se encontró con su mirada.

—Lo eres. Eres la persona más hermosa que alguna vez he conocido.

Su sonrisa era borrosa a través de sus lágrimas.

—Cuando lo dices, casi lo creo.

Su corazón se apretó en su pecho. Trazó su pulgar sobre su labio

inferior y besó sus lágrimas, entonces agarró sus manos alejándolas del fuerte

agarre de su camiseta.

—Un día —dijo—, no necesitarás que te lo diga porque sabrás que es

verdad. Pero hasta entonces, te lo mostraré tantas veces como lo necesites.

—Deslizó su mano bajo la camiseta y la dejó reposando contra la desnuda

piel de su estómago; ella contuvo su aliento—. Si realmente no quieres que

haga esto, me detendré. Pero ver tus cicatrices no cambiará como me

siento con respecto a ti. No me hicieron irme antes, y no me harán irme

ahora.

Sus ojos fijos en los suyos. Sus dedos temblorosos tocaron su mejilla. La

combinación de miedo y adoración en sus ojos estuvo cerca de desgarrarlo.

—Está bien —dijo.

Más que miedo y adoración… se dio cuenta que había confianza

allí. Confianza en él. Confianza de que nunca la heriría. Confianza que nadie

más alguna vez le había dado. Él sonrió.

Le daría todo lo que pudiera como recompensa.

Deslizó su camiseta centímetro a centímetro. Sus labios siguieron la

tela, dejando besos en su estómago lleno de cicatrices. Esperaba que ella

cerrara sus ojos, pero ella miró su rostro sin acobardarse. Cada beso lo llevó

más cerca de uno de sus pechos, hasta que tomó el cálido pico de su pezón

en su boca y lo acarició con la punta de su lengua.

Ella chilló y enterró sus dedos en su cabello. Lágrimas derramándose

por su rostro, aun así se arqueó y gimió en placer mientras le enseñaba justo

cuanto amaba su cuerpo. La amó con sus labios, con su legua, con sus

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gentiles pellizcos y mordiscos, dejando nada sin ser tocado. No había parte

de ella que él no adorara y ninguna parte que no saboreara.

Tomó lo último de su despedazado autocontrol alejarse, jadeando,

el tiempo suficiente para ponerse un condón. Se agarró de sus caderas y

hundió sus uñas en su piel.

—Jeremy —suplicó, y tiró de él más cerca—. Ahora.

Tomó una profunda respiración y la besó. Mientras su lengua

acariciaba su boca, se hundió completamente dentro de ella. Lo envolvió

en su calor deslizándose lustrosamente, el húmedo calor de ella

acariciándolo hasta que gimió. No podían haber encajado más

perfectamente. Ella era asombrosa.

Ella era suya.

—No… No puedo ir lento —murmuró entre sus dientes. La necesidad

tenía su cuerpo tenso, y muy listo. Había planeado hacer el amor

relajadamente y sin apuros, pero no creía que pudiera aguantarlo por más

tiempo.

—Entonces no lo hagas —jadeó, se arqueó sobre él, arañando con

sus uñas su espalda.

Su mente dejó de funcionar. Su cuerpo, su deseo, su absorbente

deseo por ella tomó el control. Solo ella podría darle este placer. Se condujo

dentro de ella. Ella se levantó a su encuentro, desenfrenada y salvaje. La

encontró en todas sus demandas, salvaje por salvaje, alocado por alocado,

beso por beso, pasión por pasión.

El placer acumulándose en una creciente urgencia acompasó el

ritmo de su cuerpo hasta que ella se tensó. Con un gemido, un grito

estremecedor, alcanzó su punto máximo, apretándose a su alrededor en

olas convulsivas, su cuerpo temblando, Su piel reluciente con sudor. Su

suavidad vertiéndose sobre él, y la llenó una y otra vez hasta que la dicha

se extendió por todo su cuerpo y lo derritió.

Colapsó sobre ella, su corazón bombeando, y la sostuvo cerca.

Fueron unos largos minutos antes de que pudiera hablar, antes de que

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incluso pudiera moverse. Se impulsó hacia arriba apoyándose en sus

temblorosos brazos.

—Santo cielo —exhaló—. Eres asombrosa.

Se ruborizó. Una tímida sonrisa se deslizo a través de sus labios.

—Es mi secreto mejor guardado.

Rompió en risas. Dios, no podía imaginar el no tenerla más en su vida.

Nunca había planeado mucho para el futuro, pero ahora veía uno con ella.

Uno que le daría una razón para pelear, una razón para sobrevivir, así podía

volver a casa a sus brazos abiertos.

—Mocosa —murmuró, y se inclinó para besar la punta de su nariz,

luego finalmente, besó ese hoyuelo que lo estaba llamando por tanto

tiempo—. Mantenlo como un secreto. No quiero a nadie intentado robarte.

La ternura en sus ojos lo dejó sin aliento.

—No tienes que preocuparte acerca de eso. No eres el único con un

enamoramiento.

—¿Así que finalmente admites que tenía razón?

—Esta vez. Una vez. No te acostumbres a ello. No va a suceder de

nuevo. —Ella pasó un dedo por el brazo—. Todo el mundo sabe que siempre

tengo la razón.

Ese toque de luz era suficiente para despertarlo de nuevo. Si no tenía

cuidado, ella lo mataría. Se dejó caer contra ella y hundió el rostro en su

cuello, respirando el aroma de su piel caliente. El olor de su placer. El aroma

de los dos, juntos.

—¿Por qué huiste? —preguntó, rozando sus labios sobre su cuello—.

Cuando te lo dije, la primera vez.

Ella se echó a reír.

—¡Porque pensé que te habías acostado con la esposa de mi

hermano! ¿Qué pensaste que haría? Y estabas borracho. Y yo tenía miedo.

Te había amado durante tanto tiempo, y allí estabas, diciéndome que

también me amabas. No sabía si creerte o correr gritando.

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—Así que corriste gritando.

—Podría haber jurado que “Capitán Obviedad” era la descripción

de mi trabajo.

Él podría haberse pateado a sí mismo. Era un tonto. Por supuesto que

ella no se arrojaría en sus brazos tres minutos después de que le hubiera

dicho que Tommy había golpeado la mierda fuera de él por dormir con su

esposa. Tal vez Tommy no había golpeado lo suficiente a su yo más joven, sí

era tan idiota.

Entonces todo el significado de sus palabras lo golpeó.

—Espera. ¿Me amabas? ¿Eso no fue solo algo que dijo Tommy?

—¿Puede mi hermano guardar algo en secreto? —Ella cayó por

debajo de él—. Sí. Lo hacía. No creo que incluso haya dejado de hacerlo.

Ni siquiera me atreví a preocuparme cuando mi prometido se fue, porque

no eras tú. Pensé que lo amaba, pero... no pude. No como te amé.

Ella lo amaba. Ella realmente, honestamente, lo amaba. Jeremy

presionó su mejilla contra su cabello y la aplastó más cerca contra él.

Ella gimió.

—No. Puedo. Respirar.

Relajó su agarre una fracción y la besó en la sien.

—Si puedes hablar, puedes respirar, amor.

Ella lo fulminó con la mirada.

—Oh, cállate. —Entonces se ruborizó—. No, no lo hagas. Dilo otra vez.

—¿Si puedes hablar, puedes respirar?

—No. La otra parte. La parte en la que me llamaste...

—... amor —terminó, y sonrió cuando ella bajó los ojos, barriendo las

pestañas. Ella era tan dolorosamente, perfectamente hermosa. Cada

cicatriz. Cada pequeño gesto nervioso. Todo sobre ella, desde la forma en

que ella apretaba los labios cuando estaba enfadada a la forma en que sus

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uñas golpeaban en su espalda cuando ella gritaba su nombre en las alturas

de la pasión—. Mi amor. Ahora y siempre.

Ella escondió la cara en su hombro.

—Ahora me estás avergonzando. Cállate.

—No creo que te dé vergüenza. Creo que te gusta... amor.

Con un gruñido, ella lo empujó, luego, se montó a horcajadas sobre

él. Sus ojos brillaban. Su cabello enmarcaba su cara en un brillante enredo

de chocolate.

—Haré que te calles, si no vas a hacerlo por tu cuenta. Y créeme, no

serás capaz de manejar mis métodos.

—Pruébame —dijo, y rodó sus caderas contra ella.

Ella jadeó, luego se deslizó por su cuerpo y besó un camino hacia sus

caderas. Sus labios eran como seda sobre su piel. Sus dedos acariciaron su

erección, haciéndolo palpitar y robando su aliento.

—Lo haré —dijo—. Confía en mí, lo haré.

Se tragó un gemido.

—¿He mencionado lo mucho que te amo?

—Posiblemente. Y es muy posible que pudiera amarte también.

Luego sus labios se cerraron en torno a él, y perdió la capacidad de

hablar. Ella estaba en lo cierto. Sabía exactamente cómo hacerlo callar.

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Traducido por HeythereDelilah1007

Corregido por La BoHeMiK

rica se estiró y sonrió mirando al techo. Los últimos tres días

habían sido increíbles. Jeremy no se había separado de su lado

por más tiempo del que tomaba bañarse y comer. Todas las

noches la sostenía entre sus brazos, hablaban por horas; sobre todo de lo

que había pasado cuando ambos habían estado separados, de sus familias

y de la vida que querían crear juntos.

Y cada mañana, le decía lo hermosa que era, y le hacía el amor a

la luz del sol creciente.

Era absolutamente injusto que de pronto él tuviera que regresar a la

base, a horas de distancia; y no mucho después de eso, estaría de vuelta

en el puesto de despliegue. Le dolía pensar que no lo vería todos los días, o

sentiría su piel contra la de ella mientras dormía. Su sonrisa se desvaneció y

pasó su mano por el lugar vacío junto a ella en la cama. Si tan solo él se

pudiera mudar aquí, y quedarse con ella. Pero el ejército no funcionaba así.

Jeremy todavía tenía que cumplir tres años en este recorrido y él no tenía

ningún plan de dejar los Marines,

Era un soldado profesional, y estaba orgulloso de ello. Erica estaba

orgullosa de él, de todo por lo que peleaba. ¿Pero, que significaba para

ellos? Ella se iría con él en un instante, lo seguiría a donde tuviese que ir. Lo

amaba, lo había amado siempre. Pero era demasiado pronto. Demasiado

rápido.

Jeremy volvió tranquilamente a la habitación llevando dos tazas de

café.

—Por si te lo estabas preguntando, sí, también ofrezco servicios de

mesonero.

Ella se forzó a sonreír y se sentó. No podía dejarle saber que estaba

preocupada. No cuando a ambos les quedaba tan poco tiempo juntos.

—Gracias —dijo ella, agarrando una taza.

E

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Él recorrió su cara con la mirada.

—¿Qué está mal? Te ves alterada.

Ella suspiró. Maldita sea, el hombre la conocía tan bien,

descubriendo sus sonrisas falsas.

—No pasa nada. Solo estoy tan… feliz.

Él arqueó una ceja.

—¿Y eso te molesta…?

—Tú vas a irte. —Ella tragó con dificultad—. Y voy a extrañarte.

—También voy a extrañarte. —La besó en la frente y se sentó a su

lado—. Sin embargo, vamos a hacer que funcione. Mis fines de semana

siempre están libres.

Ella asintió.

—Puedo hacer que funcione con los míos.

—O… —Él entrecerró sus abrasadores ojos en ella—. Cuando estés

lista, podríamos tratar de arreglar que tú vengas conmigo.

—¿Cuándo yo esté lista? —respondió con una sonrisa inquieta—.

¿Qué hay de ti? ¿No tienes que estar listo también?

—He estado listo para pasar mi vida contigo durante años. —Dejó su

café a un lado, tomó el de ella y lo puso en la mesita de noche. Deslizando

su cuerpo sobre el de ella, la presionó en la cama con su delicioso y caliente

peso. Sus dedos se enredaron con los de Erica y los mantuvo sujetos a ambos

lados de sus hombros—. Estaba esperando que sintieras lo mismo. Cuando

estés lista, yo también lo estaré. Quiero tenerlo todo. Matrimonio, hijos y una

casa. —Él sonrió—. Quiero todo eso, pero solo contigo.

El lado abogado del cerebro de Erica le dijo que era demasiado, y

demasiado pronto. Los índices de divorcio eran ridículamente altos,

especialmente entre los matrimonios de militares. Pero su corazón no estaba

escuchando. Su corazón había esperado demasiado para sentirse así de

feliz.

Había esperado demasiado tiempo para tenerlo para ella sola.

Dejó que su corazón decidiera, por una vez.

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—Estoy lista para todo eso. Te amo. Donde sea que vivamos, aquí o

allá… Soy tuya.

Él capturó sus labios en un breve vertiginoso beso que se acercaba

a lo salvaje.

—Nunca serás capaz de deshacerte de mí.

Se movió para besarla de nuevo y ella presionó sus dedos en la boca

de él.

—Espera. Tengo algo que pedirte.

—Lo que sea.

—Cuando te envíen de vuelta a altamar, no dejes que te disparen.

Él sonrió.

—Amor, te lo dije, soy demasiado rudo. Solo soy vulnerable cuando

se trata de ti. Allí… estoy completamente indefenso.

Ella tocó las placas de identificación que colgaban entre ellos.

—Me gusta cómo suena eso.

—¿Planeas abusar de mi despiadadamente?

—Tal vez no despiadadamente.

Él sonrió y ella también lo hizo pasando sus dedos sobre sus labios.

Jeremy era tan increíble. Tan correcto para ella. La herida en su labio inferior

seguía curándose; ella la tocó gentilmente. Una estúpida noche en Las

Vegas, una pelea en la que él nunca debió meterse, lo habían lanzado al

desierto, y de vuelta a su vida.

No podía imaginarse como se las había arreglado sin él.

—Tú y yo —dijo ella—. Creo que podríamos encargarnos de cualquier

cosa.

—¿Juntos? —le preguntó.

—Juntos.

Jeremy presionó sus labios en los de ella y Erica envolvió los brazos

alrededor de él. Las cosas podrían ser inciertas. Ellos podían ser difíciles. Pero

justo ahora, ella nunca había estado más segura sobre algo en toda su vida.

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A donde quiera que él perteneciera, ella también.

Traducido por HeythereDelilah1007 y Jadasa Youngblood (SOS)

Corregido por Lizzie Wasserstein

rica se quedó parada entre la enorme multitud de mujeres y

niños, y miró nerviosamente por encima de sus hombros. En

cualquier minuto, el autobús se estacionaría y Jeremy saldría

caminando. Él había estado en altamar durante siete largos y dolorosos

meses. Su cuerpo zumbaba con anticipación. Ella movía nerviosamente y

apretaba su agarre sobre su cartel hecho a mano de BIENVENIDO A CASA,

hasta que sintió la madera romperse bajo su asfixiante agarre. Ella relajó sus

dedos y echó un vistazo rápido a su reloj.

Todavía seguían siendo las siete treinta. Maldición.

—Relájate —tranquilizó Tommy, y envolvió su brazo sobre los hombros

de ella—-. Él estará aquí pronto. En cualquier momento, él saldrá

pavoneándose.

—Me relajaré cuando pueda volver a verlo —disparó con rabio, y se

arrepintió inmediatamente.

Ella no podía evitarlo. Estaba grande como una casa y cascarrabias

como una serpiente cascabel, con una mordida el doble de toxica. La

pelea de esta mañana con el despachador en Pendleton no había

ayudado, pero alguien tenía que arreglar la plomería en su pequeño

bungaló de mierda en la base. Ella frotó su estómago hinchado e hizo una

mueca. El sol golpeaba sobre su cabeza, quemándola viva. ¿Siempre había

estado así de malditamente caliente en San Diego, o eran solamente sus

hormonas de embarazada tratando de quemarla viva?

E

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El frente de la multitud se agitó. Las voces se alzaron. Erica se quedó

parada derecha. Su corazón se movía fuera de sí. Las lágrimas picaban en

sus ojos. Por favor, Dios, que sea él. Esta montaña rusa la estaba matando.

—No puedo ver, Tommy. ¿Ellos están aquí?

Tommy estaba parado unos buenos treinta centímetros por encima

de ella, sobrepasando por mucho a la multitud de personas. Él había volado

para ayudarla con su embarazo durante los últimos exhaustivos meses, pero

en este momento, él no era suficiente. La gente se movía confusamente

frente a ella, atrás de ella, junto a ella. Todo el mundo estaba aquí menos la

persona que ella realmente quería.

—¡Tommy! —Ella estrelló su codo sobre sus costillas—. Di algo.

¿Puedes verlos?

—¡Auch! Estoy mirando, malcriada. —Él se estiró para ver—. Sí, creo

que puedo ver el autobús. Ellos se están bajando. Mierda, todos se ven

iguales en uniforme.

Ella observó cada cara y se movió a través de la multitud, cada

soldado deslizándose rápidamente a los brazos de madres, esposas,

hermanos, hijos. Ninguno era Jeremy. Varias de las mujeres a su alrededor

soltaban nombres llorando y luchaban contra la multitud para alcanzar a

sus hombres, pero Erica se quedó en silencio. Buscando. La emoción, tan

fuerte en el aire, no era nada comparada al caldero burbujeante de

frustración y soledad, a la ahogante necesidad, listos para hervir en su

interior.

Mientras la multitud disminuía sin alguna señal de él, Erica

prácticamente gritó:

—¿Dónde demonios está?

Un último rezagado salió del autobús. Todos los demás se

desvanecieron mientras los ojos de Erica se quedaban trabados en él. Su

mirada la encontró inmediatamente, y en el momento en que sus ojos se

vieron, su sonrisa casi estalla en su rostro, y sus ojos se desbordaron. Él

prácticamente saltó el último escalón del autobús y empezó a correr. Ella rio

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y luchó contra la multitud para encontrarlo, permitiendo que su pancita

tamaño casa guiara el camino. Su cartel cayó al piso. A ella no le importó.

Casi se estrellaron el uno contra el otro, la levantó en sus brazos y la

besó. Ansiosamente se encontró con sus labios. Le habían sido negados por

mucho tiempo. Un rayo de placer y amor la golpeó atravesándola. Sus

manos deambularon por su espalda, tirándola más cerca, hasta que su

vientre se puso en el camino. La soltó con un suspiro, pero cada promesa en

sus ojos, le dijo que una vez que estuvieran solos, iba a encontrar una

manera.

Sus manos temblaban mientras asombrada tocaba su cara. Se veía

muy moreno, tan delgado. Siete meses en el desierto harían eso, pero casi

estaba asustada de tocarlo, como si fuera un espejismo que se

desvanecería si se atrevía a presionarse demasiado cerca.

—Jeremy —susurró.

Descansó su frente contra la de ella, sus dedos apretados sobre sus

caderas.

—Jesús, Erica. Te extrañé.

Sonrió y limpió las lágrimas que no dejaban de caer.

—También te extrañé. ¿Lidiar sola con los antojos de embarazada?

De verdad apesta.

Dejó escapar una risa ahogada. Tommy se acercó y tiró a Jeremy en

un abrazo cariñoso.

—Estoy pensando que lo hizo a propósito. Dejándome solo con la

niña mimada ante su mal humor, y la mayoría de sus exigencias. —Tommy

soltó un bufido—. Me hizo salir a las 3 am por helado y galletitas con chispas

de chocolate. Tres veces. En una semana.

Erica se sonrojó y escondió su cara entre las ropas de trabajo de

Jeremy.

—…tenía hambre.

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—Estoy seguro de que el bebé lo aprecia. —Jeremy sonrió y apoyó

sus manos sobre su estómago. Como si el bebé lo sintiera, le dio una patada.

Justo en el riñón. Se estremeció. Jeremy observó su vientre, su rostro absorto,

cuestionante—: Santa mierda. Creo que lo hice justo a tiempo.

—Cuanto más pronto el pequeño monstruo deje de patearme,

mejor, pero no estamos teniendo un bebé esta noche. —Frunció su ceño—.

Tenemos otros planes.

Tommy arqueó una ceja.

—¿Tenemos?

Jeremy se rio y golpeó el hombro de Tommy.

—No tú. Nosotros. —Tiró a Erica más cerca de su costado—. Solo mi

esposa y yo.

Tommy hizo una mueca.

—Asqueroso. Ella está embarazada. Y es mi hermana.

—Embarazada o no, sigue siendo la chica más guapa que alguna

vez vi. Y ha pasado mucho, mucho tiempo desde que la vi.

Tommy gimió.

—Sí, sí. Vámonos. Los llevaré y desapareceré.

Erica besó a Jeremy, demorándose en su sabor como un adicto

ansía una dosis. Sus dedos encontraron el cuello de su uniforme y jugó con

sus placas de identificación, y el anillo que colgaba de la cadena. Ella los

sacó de su camisa y levantó una ceja.

—Ahora que estás en casa, ¿qué tal si nos ponemos de nuevo ese

anillo? Creo que ahora está a salvo del desierto incivilizado y salvaje.

Desabrochó el broche, deslizó el anillo de la cadena, y de nuevo

sobre su dedo.

—Ya está. Sanos y salvos, como lo prometí.

—Entonces esa son dos promesas que has mantenido.

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Lo besó, sellando su boca con la suya, tomando todo lo que perdió

en los más de siete largos meses. Gimió contra su boca. Sus manos apretaron

sus caderas, y mordisqueó bruscamente su labio inferior. Ella se estremeció.

—Te necesito —susurró.

Jeremy recogió sus maletas y tomó su mano, entrelazando sus dedos

en un agarre irrompible.

—Entonces sugiero que nos apresuremos.

Casi corrieron hacia el auto. Erica no podía creer que en solo dos

años, su vida fue de la sombría soledad a la absoluta alegría. Extrañar a

Jeremy había sido difícil, no había duda sobre eso. Tenía terror nocturno

mientras daba vueltas en la cama, el televisor pegado en CNN y su

imaginación corriendo salvajemente. Cada víctima era causa de un ataque

de pánico. Cada golpe en la puerta eran los militares que venían a decirle

que su esposo había muerto. No se encontraba segura de cómo sobrevivió

intacta, mucho menos en su sano juicio.

Pero, ¿aquí, ahora? Estaba en casa. A salvo. Con ella.

Justo donde pertenecía.

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homas Jones ha llegado a Las Vegas para ganar otra cuenta

para su compañía de mercadotecnia. Pero cuando él se sienta

al otro lado de la hermosa y sensual Brianna Faulk para entregar

su terreno de juego, su deseo de dejar Las Vegas tan pronto como sea

posible es sustituido por la necesidad de acercarse a ella. Sin embargo, ella

se resiste a su encanto.

Brianna sabe que una cita con Thomas podría poner en peligro su

puesto de trabajo, pero él es tan exasperante e insistente, que ella

encuentra difícil negarle solo una cita. Pero eso es todo lo que puede ser:

una cita. Porque ella tiene que proteger su trabajo y sus secretos, incluso si

eso significa renunciar a la oportunidad de una vida que nunca pensó que

tendría de nuevo.

T

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Es una autora de bestseller, que no solo escribe libros

contemporáneos, también escribe libros New Adult, bajo el nombre de Jen

McLaughlin; con los cuales se ha colocado en los primeros lugares de ventas

en Amazon.

Siempre ha sido una soñadora con una gran imaginación, pero no

fue sino hasta el 2011 que plasmo sus ideas en papel y desde entonces no

ha parado de escribir.

Actualmente vive en el Noreste de Pensylvania con su esposo, 4 hijos,

un perro y un gato.

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Moderado por:

Itorres Vicky.

Traducido por:

âmenoire90 HeythereDelilah1007 Lizzie Wasserstein Pidge

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