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Tú cuando ores…

Matta el Meskin

Ícono del Cristo Orante - Capilla del Eremitorio, Monasterio del Cristo Orante

Cierra la puerta

Cuando Dios te pide cerrar la puerta antes de orar, quiere recordarte la

necesidad de separar la actividad externa a tu habitación de la

actividad interna. Y esto es dicho con respecto al corazón, a los sentidos

y a las personas.

Respecto al corazón, es necesario que tú eches fuera absolutamente

todas las preocupaciones, los pesos, las ansiedades y los temores en el

momento en el cual te pones frente a Dios, de modo que te sea posible

entrar en la paz verdadera que sobrepasa toda comprensión. En este

sentido cerrar la puerta significa consolidar al propio corazón a salvo

detrás de la separación que se interpone entre el mundo carnal y el

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mundo espiritual, separación que equivale a una muerte. En otros

términos, cuando cierras la puerta detrás de ti, debes considerarte

como muerto al mundo carnal y puesto frente a Dios, para beneficiarte

de su providencia y para invocar su misericordia.

Respecto a los sentidos, generalmente estás asediado por pensamientos

que se han fijado en tu mente, por imágenes que han golpeado tu

fantasía, por palabras que has memorizado y también por otras

experiencias que se han impreso en ti a través de los sentidos. Además,

todo esto comporta modelos despreciables hacia los cuales tu

conciencia puede haberse sentido atraída: luego los sentidos les han

retenido y la mente les ha aferrado. Estos modelos de comportamiento

a veces reviven deliberadamente, otras veces llaman furtivamente y

contra tu misma voluntad, otras veces también te ves obligado a

invocarlos sin ningún motivo particular e independientemente de la

voluntad y de la conciencia: vienen así a crearte un amargo conflicto

interior. Es por esto extremadamente oportuno, cada vez que entras en

tu habitación, que tú actúes anticipadamente y expulses de la

conciencia estos pensamientos, pidiendo perdón a Dios con contrición

y arrepentimiento, firmemente decidido a transformar esos recuerdos en

una ocasión de horror y de rechazo.

Cerrar la puerta de tu habitación significa poner entre el espíritu y los

sentidos de la carne a Cristo crucificado, es decir, mortificar los

miembros del cuerpo que pertenecen a la tierra: “¿quién los ha

seducido a ustedes, ante quienes fue presentada la imagen de

Jesucristo crucificado?” (Gal 3,1); “Mortificad aquellas partes de

vosotros que pertenecen a la tierra” (Col 3,5).

Si, en cambio, no renuncias a estas experiencias, a estas cosas vistas y

escuchadas, si no las confiesas como culpas, aborreciéndolas cada vez

que entres en tu habitación, entonces éstas no sólo te privaran de la

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capacidad de orar y de estar frente a Dios, sino que te arriesgas incluso

a transformar tu habitación en un lugar impuro.

Respecto a las personas, a ti te sucede como a todos de encontrarte

siempre y constantemente relacionado a otros. Te puede suceder

entonces de encontrarte emotivamente turbado por el amor hacia una

persona, que te lleva a buscar una cercanía física que te priva de tu

independencia y de tu libertad interior, que son el fundamento de la

oración, del amor por Dios y del crecimiento espiritual. O bien, puedes

estar preocupado por las situaciones de las personas que te son

queridas, por su salud o su futuro, hasta el punto de no cuidar más de tu

crecimiento espiritual y de tu salvación; o bien, puedes estar sacudido

por la hostilidad, la oposición, el rencor, el desacuerdo y el odio en las

relaciones con los otros, a tal punto que la amargura te invada

completamente y te impida liberarte de los pensamientos malvados y

de deseos de venganza; o bien puedes sentirte atraído hacia los otros

sin darte cuenta, terminando por ir a derecha e izquierda, únicamente

para poner a la vista tu capacidad, tu agudeza espiritual, tu habilidad y

encontrar así en los otros admiradores que alimentan tu

autocomplacimiento.

En estos casos, cerrar la puerta de tu habitación significa cortar

cualquier relación mortífera que te une a alguien y que provoca la

destrucción de tu alma: “¿qué ventaja en efecto tendrá el hombre si

gana el mundo entero y luego pierde la propia alma”? (Mt 16,26).

Esto no significa que debes cortar las relaciones con cuantos tienen

necesidad de ti o con los que tú tienes necesidad de ellos, ni que debes

desvincularte de los otros hombres. Se trata en cambio de purificar tus

relaciones con los otros, de modo que todo concurra con la armonía de

tu crecimiento espiritual. Debes entonces dejar de dispersarte en vanas

preocupaciones por los otros – actitud que no sirve para nada ni para

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nadie-, debes poner freno a la maldad y morir al deseo de ser

glorificado por los hombres.

La oración, obra fundamental en el camino espiritual

Como a ti te es indispensable trabajar constantemente y permanecer

vinculado a la tierra para poder vivir, trabajando con la mente y con el

cuerpo para obtener un pedazo de pan y un sorbo de agua, así para tu

ser interior es indispensable permanecer siempre en relación con Dios, a

fin de que el soplo de inmortalidad ponga la raíz en tu espíritu y lo haga

apto para la vida eterna.

La relación con Dios es lo que llamamos oración: en realidad se trata de

una acción. Debes por esto reconocer que sólo en virtud de un acto

espiritual tu espíritu es alimentado y recibe directamente de Dios las

energías para crecer. Aquello de lo cual debes estar convencido es de

que todo contacto con Dios es oración, pero no toda oración es un

contacto con Dios. Muchos en efecto oran sin estar preparados y sin

ningún deseo de comunicarse con Dios. Pero esto no es oración, porque

la oración es una obra realizada en colaboración entre el hombre y

Dios.

Si la “habitación” es entonces el “lugar” puesto a parte por Cristo para

la obra de la oración interior, se sigue que por todo el tiempo que allí

transcurras debes necesariamente perseverar en la obra de la oración.

Esto significa que debes siempre permanecer en contacto espiritual con

Dios.

Dios puede conceder a cada uno la oportunidad de permanecer por

mucho tiempo en la propia habitación, como es el caso del monje, que

es justamente considerado un cristiano que ha entrado en la habitación

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y que ha cerrado definitivamente la puerta detrás de sí: estos no quieren

tener más ninguna relación con la mundanidad y con sus vanas

preocupaciones. A otro puede darse que Dios conceda la posibilidad

de permanecer en la propia habitación sólo algunas horas al día; pero

a la mayor parte de la gente no le es posible permanecer si no por una

hora al día, y a veces incluso por un tiempo aún más breve. En todo

caso esta diferencia de tiempo disponible para permanecer y orar en la

propia habitación está compensada de otro modo por el Espíritu Santo

cuando uno es fiel y sincero en el propio camino espiritual. En efecto, en

la medida en el cual tú anhelas verdaderamente la oración, el Espíritu

te concede, incluso en poco tiempo, la gran oportunidad de

alegrarte y de sentirte colmado de la presencia de Dios.

No debes por tanto entristecerte por el escaso tiempo disponible para

apartarte en la habitación. Debes más bien asegurarte de estar pronto

y lleno de deseo de comunicarte con Dios. Entonces te darás cuenta

que los minutos pueden ser como días. En general, de cualquier modo,

el lamento por la escasez del tiempo disponible para la oración es sólo

una falsa escusa para justificar al “yo” en su negligencia, descuido e

indiferencia en el estar frente a Dios.

La efusión del Espíritu Santo en las palabras de la oración.

Cuando cierras la puerta en las tres direcciones enumeradas arriba – es

decir en las relaciones del corazón, de los sentidos y de las personas-

cuando te postras por tres veces en el nombre de la Santa Trinidad

como gesto indicativo de tu deseo de Dios, cuando elevas las manos,

los ojos y el corazón hacia el cielo, entonces el espíritu de la oración

desciende sobre ti. Y en ese momento toda actitud es transformada en

un contacto con Dios y tú vives, por pocas o muchas horas, en la

presencia de Dios.

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Si empiezas a orar animado por este espíritu (sobre todo si utilizas los

salmos), te darás cuenta que las palabras de tus labios no son las

habituales: poco a poco estas asumen para ti significados,

orientaciones y promesas nuevas. En efecto, incluso si las palabras

pronunciadas por la boca son idénticas a la contenida en el salmo, sin

embargo te aparecerá como pronunciada por Dios para darte una

respuesta satisfactoria, una ocasión de consuelo, una promesa de

ayuda y de salvación. Y esto es porque a pesar de que la oración

parece salir únicamente de ti: es el Espíritu Santo quien se inserta

secretamente en la oración y comienza a responderte con las mismas

palabras que has pronunciado. Esta es la clave que introduce en la vida

interior: sin la intervención del Espíritu Santo en la oración las palabras

son débiles y están privadas de un mensaje preciso y personal: “de igual

modo también el Espíritu viene en ayuda de nuestra debilidad, porque

ni siquiera sabemos qué nos es conveniente pedir, y el Espíritu mismo

intercede con insistencia por nosotros” (Rom 8, 26). Concretamente, el

Espíritu Santo no dejará jamás de guiarte, si mantienes el corazón dócil y

la mente abierta, y completará las palabras de la oración y de las

lecturas de una manera extremadamente sabia. Por consecuencia,

cualquier oración o lectura que tú hagas sin tener la mente abierta y la

intención de escuchar la voz del Espíritu, permanecerá extraña a una

sana vida espiritual, y practicándola no sacarás ninguna ventaja

tangible: “no todo el que me dice: Señor, Señor…entrará en el reino de

Dios” (Mt 7, 21); “Oraré con el Espíritu, y oraré también con la mente”

(1Cor 14,15).

Matta El Meskin,

Consigli per la preghiera.

Ed. Qiqajon. Comunità di Bose.

Publicado por esicasmo.it