ULTIMOS DIAS Y MUERTE DE SANTA TERESA

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ULTIMOS DIAS Y MUERTE DE SANTA TERESA Las páginas que siguen intentan documentar con la mayor exac- titud histórica posible los hechos relativos a los últimos días y muerte de santa Teresa de Jesús. Disponemos para ello de cierto número de documentos historiales que permiten su reconstrucción más o menos detallada'. Una vez presentados los documentos más fidedignos, corresponde al historiador el atento examen de su contenido con el fin de descu- brir los posibles influjos e interdependencias que a través del tiempo pudieron darse entre ellos, lo cual permitirá emitir un juicio de valor sobre tales documentos. Es la finalidad que persiguen las páginas de la primera parte de este estudio. En la segunda parte se intenta la reconstrucción de los hechos relativos al tema. Ia P arte : FUENTES HISTÓRICAS I. - V arios tipos de fuentes Si prescindimos de una información documental de carácter tardío y queremos atenernos solamente a las fuentes que mayores garantías ofrecen —sea por su antigüedad como por los testigos 1 En conmemoración del IV Centenario de la muerte de santa Teresa, el Instituto Histórico Teresiano (Roma) acaba de publicar un volumen intitu- lado Fuentes históricas sobre la muerte y el cuerpo de santa Teresa de Jesús (1582- 1596). Corresponde al sexto volumen de Monumenta Histórica Carmeli Teresiani (= MHCT 6). Se citará siempre dicho volumen indicando solamente el número del documento y la página correspondiente. — He aquí otras siglas empleadas en este estudio: BMC = Biblioteca Mística Carmelitana, vol. 18-20: Procesos de beatificación y canonización de Sta. Teresa de Jesús, ed. de Silverio de S. Tere- sa (Burgos 1934-1935). EphCarm = Ephemerides Carmeliticae, Roma. — Escolias = Jerónimo Gracián, Escolias a la Vida de santa Teresa compuesta por Teresianum 33 (1982/1-2) 7-69

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U LTIM O S D IA S Y M U E R T E D E S A N T A T E R E S A

Las páginas que siguen in tentan docum entar con la m ayor exac­titud histórica posible los hechos relativos a los últim os días y m uerte de santa Teresa de Jesús. Disponemos para ello de cierto núm ero de docum entos historiales que perm iten su reconstrucción más o menos d e ta llad a '.

Una vez presentados los docum entos más fidedignos, corresponde al h istoriador el atento examen de su contenido con el fin de descu­b rir los posibles influjos e interdependencias que a través del tiem po pudieron darse entre ellos, lo cual perm itirá em itir un juicio de valor sobre tales documentos. Es la finalidad que persiguen las páginas de la prim era parte de este estudio. En la segunda parte se in tenta la reconstrucción de los hechos relativos al tema.

I a P a r t e : FUENTES HISTÓRICAS

I . - V a r i o s t i p o s d e f u e n t e s

Si prescindim os de una inform ación docum ental de carácter tardío y querem os atenernos solam ente a las fuentes que mayores garantías ofrecen —sea por su antigüedad como por los testigos

1 En conmemoración del IV Centenario de la muerte de santa Teresa, el Instituto Histórico Teresiano (Roma) acaba de publicar un volumen intitu­lado Fuentes históricas sobre la muerte y el cuerpo de santa Teresa de Jesús (1582- 1596). Corresponde al sexto volumen de Monumenta Histórica Carmeli Teresiani (= MHCT 6). Se citará siempre dicho volumen indicando solamente el número del documento y la página correspondiente. — He aquí otras siglas empleadas en este estudio: BMC = Biblioteca Mística Carmelitana, vol. 18-20: Procesos de beatificación y canonización de Sta. Teresa de Jesús, ed. de Silverio de S. Tere­sa (Burgos 1934-1935). — EphCarm = Ephemerides Carmeliticae, Roma. — Escolias = Jerónimo Gracián, Escolias a la Vida de santa Teresa com puesta por

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dignos de toda excepción—, los docum entos o fuentes de que dispo­nemos para la reconstrucción de los últim os días y m uerte de santa Teresa pueden reducirse a tres géneros o categorías.

1. - En prim er lugar, para los días inm ediatam ente precedentes a la llegada de la Santa a Alba de Tormes, lugar de su m uerte, contam os sobre todo con la fuente siem pre fresca del Epistolario teresiano.

2. - Se conservan, además, otros escritos que podrían denomi­narse Fuentes narrativas. Tales escritos, los m ás prim itivos y redac­tados en form a narrativa, se deben a tres personajes: al P. Jerónim o Gracián de la M adre de Dios, quien ejercía el cargo de Provincial en el m om ento en que los redactó; a la herm ana Ana de san Bartolom é, com pañera y enferm era de la Santa en sus últim os años; y al P. Francisco de R ibera de la Compañía de Jesús, devoto adm irador de la m adre Teresa.

— El P. Gracián redactó a principios del año 1583, es decir, a los tres o cuatro meses tan sólo desde la m uerte de la Santa Madre, un breve escrito de 28 páginas, intitu lado De lo que sucedió en el dichosísimo tránsito y últim a jornada de Angela2. A ñnes de 1584 concluía otro escrito sobre la m ism a m ateria, habiendo prece­dentem ente tenido ocasión de recoger num erosas noticias referentes a la m uerte de la Santa Madre, especialm ente durante los días que como Provincial transcurrió en tre las religiosas de Alba de Tormes. Este libro se in titu la Diálogos del tránsito de la M. Teresa de Je sú s2.

el P. Ribera, ed. de Juan Luis Astigarraga, en EphCarm 32 (1981) 343-430. — Peregrinación = Jerónimo (Gracián) de la M. de Dios, Peregrinación de Anasta­sio, ed. de Silverio de S. Teresa, en Biblioteca Mística Carmelitana t. 17, pp. 73-255.

2 Cf. doc. 2. Precedente a este escrito del Tránsito, existe otro del mismo P. Gracián, intitulado Diálogo de Angela y Elíseo (cf. doc. 1). Lo redactó « desde 22 de octubre del año de 1582 », al tener noticia de la defunción de la Santa y bajo la dolorosa impresión recibida, cuando apenas habían pasado ocho días desde el triste acontecimiento en Alba de Tormes. No hay en él noticias históricas relativas al tránsito de la M. Teresa; se centra en la im­presión producida en el autor por la noticia y en los recuerdos íntimos del pasado; por ello, no lo usamos aquí como fuente narrativa. — En cuanto al nombre de « Angela », que se repite en los títulos de ambos escritos, se trata del nombre cifrado de « T eresa» por el que se entendían ambos (cf. ibid. Introducción).

3 Cf. doc. 3. Fue editado por vez primera por el P. Silverio de santa Tere­sa (Burgos 1913) bajo el título de Diálogos sobre la muerte de la M. Teresa de Jesús. La edición deja bastante que desear en cuanto a la lectura correcta del manuscrito. — Sobre la relación de este escrito de Gracián con los dos

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— Ana de san Bartolom é, por su parte , redactó por los años 1585-1586, por m andato de los Superiores, una relación sobre los Ultimos años de la M. Teresa de Jesús. Al fin del escrito traza en b re­ves líneas lo referente al últim o viaje hacia Alba y su m u e r te 4.

— Por estos m ismos años se ocupaba el P. R ibera de recoger el m aterial que le había de servir para la publicación de la prim era biografía de la Santa: la Vida de la M. Teresa de Je sú s5.

3. - El tercer género de fuente histórica para recabar el m aterial sobre el tem a del que nos ocupamos podría denom inarse: Respuestas a un interrogatorio. Tales respuestas se deben a una serie de in terro ­gatorios a que fueron sometidos num erosos testigos en ocasiones diversas y fechas diferentes. A esta categoría pertenecen: a) el Pleito en tre Avila y Alba (1587), b) el Proceso inform ativo de Salamanca y Alba (1592), c) el Proceso hecho en diversas poblaciones por orden del Nuncio (1595-1597). Digamos dos palabras sobre cada una de estas fuentes inform ativas.

a. - Pleito. Sabido es que en 1587 sostuvo el convento de San José de Avila contra el P rior de San Juan y Duque de Alba un pleito por la posesión del cuerpo de la S a n ta 6. Como en todo pleito, las partes

anteriores, cf. J.L. A stigarraga, Cartas de santa Teresa a Jerónimo Gracián. Va­lor textual de la Antología de María de san José (Dantisco) en EphCarm 29 (1978) 103-105. — Téngase en cuenta que casi todo el cap. 14 de la Historia de las fundaciones del P. Gracián (cf. MHCT 3, doc. 423, pp. 641-646) está tomado de los Diálogos aquí citados: inserta allí Gracián al pie de la letra, salvo peque­ñas variantes, parte de lo correspondiente a los diálogos 2° y 3o. Por esta razón, tampoco lo inserido en la Historia de las fundaciones ha de considerarse como otra fuente narrativa.

4 Cf. doc. 4; véanse allí las diversas ediciones con títulos diferentes. Adop­tamos el título indicado en el texto por ser el que le ha asignado su último editor, Julián U r k iz a , en el volumen de las Obras com pletas de la beata Ana de san Bartolomé, vol. I (MHCT 5) en edición crítica.

5 La Vida de la Madre Teresa de Jesús, fundadora de las Descaigas y Descal­cos, compuesta por el Doctor Francisco de Ribera, de la Compañía de Jesús, y re­partida en cinco libros (Salamanca, Pedro Lasso, 1590). Nacido en Villacastín (Se- govia) en 1537; murió en Salamanca el 24.XI.1391; escriturista y director de espí­ritu. Ingresó en la Compañía en' 1570; durante 16 años fue profesor de Escritu­ra en Salamanca; trató íntimamente con santa Teresa. Declaró también en el Proceso informativo de Salamanca poco antes de morir, el 19.X.1591 (su decla­ración es toda autógrafa), remitiéndose en casi todo a los cinco libros de la Vida y milagros de la M. Teresa de Jesús; asegura que los escribió « averi­guando en ellos la verdad de todas las cosas que en ellos están en cuanto le fue posible, e informándose de todo muy enteramente de muchas personas gra­ves y dignas de todo crédito que la trataron muchos años y supieron muy bien su v id a » (BMC 18, p. 12).

6 El vol. 6 de MHCT contiene todo este Pleito (doc. 27-121). Las numerosas citas que tomamos de él, remiten a dicha ed., modernizando tan sólo la ortogra-

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contendientes, con el objeto de p robar la propia justic ia en el liti­gio, presentaron ante los jueces designados unos interrogatorios y unos testigos que respondiesen a ellos. La p arte contraria, insatis­fecha del modo de preguntar del adversario, presen taba unas repre­guntas por las que tam bién debían de ser examinados los testigos. Todo ello se encom endaba a un Provisor o Receptor, el cual, acom­pañado de un Notario, se encargaba de tom ar las declaraciones de los testigos judicialm ente.

Este pleito entre Avila y Alba constituye, por tanto, o tra de las fuentes de inform ación de la que se pueden recabar num erosos datos referentes al tema. E sta fue la p rim era ocasión en que las religio­sas de Alba fueron interpeladas oficialmente sobre algunas cuestio­nes relativas a los últim os días y m uerte de la M. Teresa. No se ha de olvidar el dato cronológico en que se realizó dicho pleito, año 1587, cinco años después de la m uerte de la Santa y casi otros cinco años antes de incoarse el p rim er Proceso inform ativo por p arte del Obispo de Salamanca.

b. - Proceso inform ativo de Salamanca-Alba (1592). Lo abrió el 15 de octubre de 1591 el Obispo de Salam anca D. Jerónim o M anri­que. El m otivo por el que se iniciaba era el siguiente: « Por cuanto en la villa de Alba de esta diócesis está el cuerpo de la M. Teresa de Jesús, prim era fundadora de la dicha Orden, el cual, por razón de no se haber corrom pido y por o tras cosas que Dios nuestro Señor ha obrado maravillosas en él, y que m ientras vivió en esta vida la dicha M. Teresa hizo santa y ejem plar vida, es reputado y tenido... por cuerpo santo y con él hay particu lar devoción: portanto... » m anda el Obispo recib ir inform ación « ex officio » 7.

Las deposiciones que a nuestro propósito casi exclusivamente in teresan son las de las m onjas Carm elitas de Alba, testigos presen­ciales de los hechos8. El examen de los testigos de Alba duró p ro ­

fía. — Los papeles originales del Pleito se hallan en el Archivo Histórico Na­cional de Madrid, sección Códices, 168 B, y ocupan 232 folios. Gran parte dedicho Pleito fue publicado en 1916 por José G ó m e z C e n t u r ió n bajo el título deRelaciones biográficas inéditas de Santa Teresa de Jesús con autógrafos de autenticidad en documentación indubitada. Se insertaron durante el año 1916 en el « Boletín de la Real Academia de la Historia », t. 68.

y Cf. doc. 122 y 123.8 El original de este Proceso informativo se encuentra en el Archivo de los

PP. Carmelitas Descalzos de Salamanca (signatura A-l). Diecinueve personas de­ponen en Alba de Tormes, diez de las cuales son monjas Carmelitas (cf. doc. 134-143) y nueve personas de fuera del convento (doc. 144-150); el licenciado Juan Casquer, notario del Proceso, cierra la información declarando haberse hecho todo en su presencia (doc. 151). Adviértase que en la ed. de MHCT 6 se

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bablem ente varios días, pero a todas las declaraciones o dichos se les añadió en un segundo m om ento una única fecha: prim ero de abril de 1592.

c. - Proceso en diversas poblaciones de España hecho por orden del nuncio D. Camilo Caetano (1595-1597). Lo abrió el Nuncio el 19 de mayo de 1595. El motivo que se daba para su incoación era simi­la r al aducido por el Obispo sa lm an tino9. Las declaraciones que de este segundo proceso recogeremos se reducen a pocas personas y siem pre a testigos presenciales de los hechos: en Avila, Ana de san Bartolom é y Teresa de Jesús (Ahumada), sobrina de la Santa; en Medina del Campo, M aría de san Francisco (Baraona) por haberse hallado en Alba duran te el tiem po en que enferm ó y m urió la Santa; en Sevilla, el P. Agustín de los Reyes. Sólo excepcionalm ente y para algún dato com plem entario se recu rrirrá a otros declarantes.

* -k *

He aquí presentados brevem ente los escritos y declaraciones que han de servir para una reconstrucción lo m ás aproxim ada po­sible a la realidad de los hechos. E sta será la base docum ental a la que nos hem os de atener. Alguien observará sorprendido que no se ha hecho mención de las deposiciones de los Procesos de beatifica­ción llevados a cabo en 1610. Se ha evitado aquí deliberadam ente su uso. Además de que consideram os lo suficientemente com pleta la inform ación prim itiva que ha llegado hasta nosotros, a nadie se le oculta la dificultad de discernir debidam ente la fuente originaria de ciertas noticias procedentes de tales deposiciones tardías.

Pero antes de iniciar nuestro camino acom pañando a la M. Te­resa en sus últim os días, es necesario dar respuesta a una im portante cuestión. Se refiere al valor histórico de los docum entos que acaba­mos de presentar.

publican sólo las respuestas correspondientes a los últimos días y muerte de la Santa. — En cuanto al paradero de los manuscritos originales y copias de los diversos Procesos, véase la Introducción de S il v e r io de S. T eresa (p. vii-xxviii) a los Procesos de beatificación y canonización de Santa Teresa de Jesús, (BMC 18, 19, 20). Cf. también H ip ó l it o de la S. F a m il i a , Los procesos de beatificación y canonización de Santa Teresa, en El Monte Carmelo 78 (1970) 85-130.

9 Cf. doc. 152; también BMC 18, p. 153.

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II. - C r í t i c a d e l a s f u e n t e s

E ntre quienes se interesan del tem a de los últim os días y trá n ­sito de Santa Teresa, se da con frecuencia cierta postu ra de partida que falsea la perspectiva de una visión objetiva del valor de las fuentes. Por una parte , se acepta incondicionalm ente cuanto decla­ran las Descalzas de Alba; por otra, se observa cierta prevención hacia las narraciones de Gracián y Ribera. Aquéllas —se dice— fue­ron testigos de vista de cuanto declararon; éstos no lo fueron de las narraciones que escribieron. Tal postu ra puede conducir a un cri­terio poco ecuánime, tan to en los autores que sobre esta m ateria escriben, como en los lectores: por un lado, fe casi absoluta por cuanto declaran las Descalzas de Alba, y p o r o tro lado, cierta incon- fesada sospecha sobre la veracidad de cuanto escriben Gracián y Ribera. Y sin embargo, si se considera con la debida atención el arranque histórico de los escritos que nos dejaron Gracián y Ribera, se concluye que una buena p arte de la aceptación incondicional que ante m uchos ojos se m erecen las declaraciones de las religiosas de Alba, se m erecen tam bién las narraciones de am bos escritores.

Otro elem ento que nunca se debería de olvidar es el factor tiempo. Nadie desconoce el papel prim ordial del factor cronológico en la historia. Es evidente que a una declaración hecha a distancia de casi tre in ta años de m uerta la Santa, no se le debería atribu ir, de por sí, el m ismo valor que a o tra hecha a los cinco o a los diez años, puesto que en tre las noticias originarias que poseían los testi­gos pudieron haberse mezclado a través del tiem po m uchos influjos y elementos externos que desconocían en un principio. Y así, se dan casos de declarantes que en un principio sabían bien poco, y años m ás tarde parecen estar enterados de todo. De aquí la necesidad de un severo criterio para d iscernir el valor de tales declaraciones tard ías y no tom ar como oro molido cuanto afirman, aun cuando se tra te de testigos que dicen haber presenciado los hechos.

A este propósito —y m e refiero únicam ente al tem a que nos ocupa— no parece laudable el criterio de quienes se llegan a la m asa de deposiciones de los Procesos de beatificación de la M. Teresa con el único afán de hallar detalles curiosos y únicos, vengan de donde vengan y sean del año que fueren. Al contrario, es claro que una declaración adquiere m ayor valor cuanto con más frecuencia viene refrendado por la m ayoría de los testigos.

* * *

Tras estas breves prem isas, pasem os a tra ta r más en concreto la cuestión de la valoración histórica de las fuentes arriba presentadas.

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La experiencia enseña que en tre unas personas interesadas a un hecho histórico y deseosas de narrarlo a o tras existe la posibilidad de una m utua interdependencia. Nos preguntam os si, en nuestro caso concreto, las narraciones de Gracián, Ana y R ibera son independientes en tre sí, o existen influjos m utuos. Y en cuanto a las declaraciones de los testigos en los interrogatorios, si éstos han tenido ocasión de influenciarse m utuam ente, ofreciendo después como testim onio personal lo que oyeron o leyeron. Es cuanto vamos a tra ta r de esclarecer.

1. - En cuanto al Epistolario de la Santa M adre no hay nada que objetar: podem os servirnos de él sin prejuicio alguno, en cuanto constituye una fuente directa de los sentim ientos, planes y proyec­tos de sus últim os días.

2. - En cuanto al origen de las narraciones que nos han dejado Gracián, Ana y Ribera, una pregunta surge espontánea antes de ocu­parnos de cada una de ellas en particu lar. ¿ Existió por p arte de las m onjas de Alba o de los Superiores una com unicación oficial enviada a toda la Orden con la narración de los hechos acaecidos en los últim os días y tránsito de la M. Teresa ?

La respuesta a este in terrogante es que no parece que las reli­giosas de Alba tom aran la iniciativa de redactar, im prim ir y enviar a todos los conventos tal narración. E n todo caso, dicha com unica­ción oficial, dada su im portancia, no se hubiera hecho sin la in ter­vención del P. Jerónim o Gracián, Provincial, o de su Vicario en Castilla, P. Antonio de Jesús. No consta que tam poco ellos lo hicie­ran. Sin embargo, fue seguram ente al P. Gracián a quien en prim er lugar las m onjas de Alba se apresuraron a com unicar la noticia. T ranscurridos apenas ocho días desde el tris te acontecim iento en Alba, el P. Gracián recibió el 22 de octubre la nueva de su m uerte m ientras visitaba la com unidad de Descalzas de Beas de Segura (Ja én )10. No se conserva esta carta, pero debióse de tra ta r de la noticia escueta de su enferm edad y m uerte, sin detalles precisos; por ello, ni él m ismo los da en su prim er escrito intitulado Diálogo de Angela y Elíseo, redactado a m odo de diario. Es muy probable que unos días más tarde los pidiera y se le enviaran; tales detalles

10 « Estando, pues, el P. Gracián —narra él mismo—- visitando el convento de Beas, vino la nueva de haberse ido al cielo la santa M. Teresa de Jesús; y al tiempo que le dieron la carta, estaba allá dentro de la clausura, por estár- seles muriendo la Priora del convento llamada Catalina de Jesú s» (doc. 5, p. 188-189).

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serían los consignados en su segundo escrito sobre el tránsito y ú ltim a jo rnada de « Angela ».

E n tre las demás comunidades religiosas de la Orden la noticia de la m uerte de la Santa se difundió rápidam ente gracias al con­tacto epistolar que norm alm ente m antenían unas con otras. En efecto, dos de las religiosas de Salam anca confiesan haber tenido noticia de los hechos « por haberlo oído decir... y haberlo leído por escrito de las m onjas de Alba » u, « y lo demás sabe p o r cartas de las m onjas de Alba » 12. Otro tanto declara M aría de san José (Dan- tisco), quien por entonces se hallaba en Valladolid: « Y escribieron al m onasterio donde esta testigo estaba en Valladolid, cómo había m uerto el dicho d í a » 13. Existe, por tanto, com unicación epistolar sobre esta m ateria en tre las m onjas de Alba con algunas com uni­dades, pero no parece haber existido una narración oficial, única e idéntica, enviada a toda la Orden.

Dado que no existe vestigio alguno de esta narración oficial, ¿ de dónde tom aron sus noticias Gracián, Ana y Ribera, a quienes con­sideram os como autores de las prim eras fuentes narrativas ?

In form es de Gracián, Ana y Ribera

a. - Comencemos por despejar el problem a por la persona menos conflictiva en este caso, Ana de san Bartolom é. Ana no necesitó buscar inform ación para com poner su escrito. Había sido la compa­ñera del últim o viaje de la Santa y la enferm era que cuidó de ella hasta su m uerte, testigo de valor excepcional de los hechos que en su relación narra. Se ha de aceptar, pues, cuanto testifique, a no ser que en algún caso se contradiga o no esté de acuerdo con lo que la m ayoría de los demás testigos presenciales declaran. Este mismo criterio puede seguirse en lo referente a las citas que se tom en de su Autobiografía, aunque, por haber sido escrito unos cuarenta años más tarde (1621-1624), hab rá de tom arse con cierta cautela.

b. - Respecto a las fuentes inform ativas del P. Jerónim o Gra­cián, p rim er escritor sobre la m ateria, se ha aludido ya a los con­tactos epistolares que necesariam ente hubo de m antener con las religiosas de Alba para cuando escribió a principios de 1583 el Trán­sito y últim a jornada de Angela.

11 Dicho de Ana de la Trinidad (BMC 18, p. 47).12 Dicho de Isabel de la Cruz (BMC 18, p. 32).

BMC 18, p. 322.

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Más tarde, sin embargo, no contento con la inform ación episto­lar, acudió personalm ente al lugar mismo donde sucedieron los hechos. Celebrado el Capítulo interm edio de su provincialato en Almodóvar del Campo, se presentó en Alba de Tormes con su com­pañero Cristóbal de san Alberto. Iniciaba el m es de julio; nueve meses tan sólo habían transcurrido desde la m uerte de la M. Teresa. Im portunado por los ruegos de las religiosas, abrió por vez prim era el a taúd que encerraba su cuerpo: e ra el 4 de julio de 1583. No se sabe si perm aneció allí otros m uchos días; lo cierto es que el día 21del mismo mes lo hallam os todavía en Alba bendiciendo la iglesiade las Descalzas 14. D urante los días que allí perm aneció, tuvo tiempo m ás que suficiente para com pletar sus conocim ientos sobre todos los detalles de lo ocurrido durante las dos sem anas de estancia de la Santa en Alba y de la m anera en que m urió. El P. Gracián fue tom ando directam ente sus apuntes de boca de las testigos m ás cua­lificadas, poniendo orden en cuanto le iban contando.

Por aquellas m ism as fechas tuvo tam bién ocasión de ponerse en contacto con la herm ana Ana de san Bartolom é, que se encon­trab a en el convento de San José de Avila. En m ás de una ocasión había recorrido Gracián las doce leguas de camino que separaban am bas poblaciones 15. E sta vez fue al m onasterio abulense con una m isión particular: la de depositar en San José una insigne reliquia del cuerpo apenas exhum ado de la Santa: su m ano izq u ie rd a16. Apro­vechó sin duda esta coyuntura para recabar tam bién de la herm ana Ana la noticias que sobre la Santa M adre le interesaban, si es que todavía necesitaba de algún detalle m ás para com pletar su n arra ­ción. Y no se contentó con sólo esto, sino que ordenó a Ana que tam bién ella contara por escrito sus recuerdos sobre la M. Teresa 17.

Estas fueron las fuentes germinas de las que bebió el P. Gra­cián. El resultado de todo ello lo dejó consignado en los Diálogos

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14 Así consta del testimonio notarial que del dicho acto ha quedado (Cf. Archivo MM. Carmelitas de Alba de Tormes: estante A, sobre 4, n. 16).

15 « Este testigo — declara— anduvo el dicho camino de Alba a Avila muchas veces visitando sus conventos » (doc. 92, p. 416).

w « Cuando la primera vez descubrieron el P. Provincial fr. Gerónimo Gra­cián de la Madre de Dios juntamente con su compañero fr. Cristóbal de S. Al­berto el santo cuerpo para ponelle bien concertado, cortáronle la mano izquierda, la cual se llevó a Avila metida en una arquita muy cerrada y cubierta, sin declarar a las religiosas lo que allí había, con designio de que, si se llevase el santo cuerpo a Avila, traerse la mano consigo, y si no, que tuviesen las religiosas de Avila aquella reliquia en lugar del santo cuerpo...» (MHCT 3, 648).

17 Al frente de su relación —escrita la mayor parte, a mi parecer, por los años 1584-85— dice la Beata: « Yo no tengo de hacer más de dar esta relación que nuestro P. Provincial me ha mandado » (MHCT 5, p. 13).

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sobre el tránsito de la M. Teresa de Jesús 18, narración sobria pero magnífica de cuanto día tras día fue sucediendo en aquellas m em o­rables fechas.

c. - El P. Ribera, protobiógrafo de la M. Teresa de Jesús, des­pués de haber investigado diligentem ente durante varios años sobre cuanto se refería a ella, publicó en 1590 su fam osa Vida de la M. Teresa, biografía que tan poderosam ente contribuyó a propagar no sólo por España sino por toda E uropa el conocim iento de la per­sona y ob ra de la Santa M adre 19. Ya p o r los años 1587-1588 debió de tener casi concluida su obra:

« Como no ha cuando esto escribo más de cinco años que la San­ta m urió, y hay tan tas personas que la conocieron y tra ta ro n m uchos años, ni me puede fa lta r de quien m e inform e muy bien en lo que fuere dudoso, ni quien lo manifieste y me reprehenda cuando yo faltase en la verdad de la h istoria » 20.

Consciente de la rectitud con que había procedido en la averi­guación de la verdad histórica, p ro testa el P. R ibera en el prólogo de su obra:

« Porque [...] m e parece cosa m uy ajena y muy indigna de hom bre cuardo afirm ar lo dudoso por cierto, dejaré todo lo que no fuere cierto, y lo que dijere lo será; y por eso pongo nom bres de personas particulares y bajo a cosas m enudas, para que se vea con cuánta diligencia se ha hecho la averiguación de la ver­dad, aun en cosas que no im portaban mucho. Así que siem pre llevaré los ojos puestos en la verdad de la h istoria » 21.

Procedió, pues, el P. R ibera en su labor guiándose según los principios y criterios de una historiografía m oderna, sin dejarse llevar de la tendencia tan com ún en aquella época, la de la m era « edificación ».

— Dada la evidencia de que una de las fuentes que Ribera em plea para constru ir su narración de los últim os días y m uerte

18 Cf. nota 3.19 Cf. nota 5. — Además de las varias ediciones que se hicieron del texto

original (1602, 1863, 1908), fue traducido al francés (1601, 1607, 1616, 1620-21, 1628, 1632, 1645, 1868), al italiano (1599 —tres capítulos— , 1603, 1876), al flamenco (1609), al latín (1620), al alemán (1621) y al inglés a mediados del siglo pasado; algunas de estas traducciones han sido reimpresas.

20 Prólogo a la Vida, p. 7 de la ed. príncipe de 1590.21 Ibid. p. 6. Cf. también arriba nota 5.

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de santa Teresa fue el P. Gracián, es preciso tra ta r brevem ente del influjo que éste ejerció en Ribera. Desconocemos hasta qué punto llegaba la am istad y tra to entre ambos, pero debió de ser grande; el lazo de la am istad que les unía lo constituía la persona de la M. Teresa.

Uno de los escritos m ás deliciosos de Gracián sobre la Santa es sin duda el que compuso precisam ente a raíz de la publicación de la Vida del insigne Jesuíta; se in titu la Escolias y adiciones al libro de la Vida de la M. Teresa de Jesús, com puesto por el P. Dr. Ribera n . Para com prender la génesis de este escrito de Gracián, es sum am ente esclarecedora la carta que éste envió desde Portugal a R ibera ju n ta ­m ente con las E scolias23. Más de cinco años habían transcurrido desde que Gracián había pasado a Portugal, y sabiendo el P. Ri­bera el conocimiento único que aquél tenía de las cosas de la M. Te­resa, intentó en m ás de una ocasión, m ientras iba jun tando el m ate­rial para su obra, ponerse en contacto epistolar con él. Le supli­caba le enviase una larga relación sobre la Santa. Pero en vano: Gracián se hallaba m etido en mil ocupaciones y negocios que le im ­pedían cum plir con la petición de Ribera. Lo hizo al fin, pero dem a­siado tarde, cuando ya las prensas habían dado a luz la obra del Jesuíta. Gracián leyó con avidez y complacencia el libro, y a me­dida que afloraban sus recuerdos m ientras proseguía su lectura, iba tom ando nota de las cosas que recordaba, com pletando así la n a rra ­ción del P. Francisco. Este fue el origen de los apuntes que le envió.

E ntre las disculpas que Gracián daba por no haber cum plido a tiem po con la petición de Ribera, una era « que yo había escrito de esto mismo en un libro que tengo hecho de las Fundaciones de los Descalzos y en otros Diálogos del tránsito de la Santa M a d re». ¿ Quiso decirle con ello que podía haber tom ado de am bos escritos io que le pudiera haber interesado ? Pero con toda probabilidad Ribera no pudo conseguir el m anuscrito del p rim er escrito citado por Gracián.

Sin embargo —aunque ni R ibera en su libro ni Gracián en su carta aludan a ello— es evidente que en la obra de R ibera se hace uso de los Diálogos del tránsito de la Santa Madre. Para com pro­barlo, basta verificar varios pasajes de Ribera, en los cuales no sólo sigue el mismo esquem a trazado por Gracián en su narración, sino que emplea a veces las m ismas frases y palabras. Pondré aquí sólo un ejemplo, el del párrafo dedicado por am bos a la fragancia del

22 Cf. nota 1.23 Cf. EphCarm 32 (1981) 358-359.

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Í8 jÚÁN LUÍS ASTTGARRAGA

cuerpo de la Santa M adre después que expiró; es, sin duda, el más significativo:

G r a c i á n : « El cual [olor] quedó R i b e r a : « Y quedó entonces esteolor

en todas sus vestiduras y ropas en sus vestidos y ropay en las demás cosas y en las cosasque sirvieron en su enferm edad, que sirvieron en su enferm edad, en tanto extrem o, en tan to extrem o,que de ahí a muchos meses que de ahí a m uchos díasuna herm ana lega, oliendo con- una herm ana, oliendo siem pre

tinoaquel olor en la cocina aquel olor en la cocinay buscando de dónde salía, y buscando de dónde salía,

halló debajo de un arca halló debajo de un arcauna salserita de sal una salserita de salcon los dedos señalados en ella, con los dedos señalados en ella,que le llevaban cuando estaba en- que la llevaban cuando estaba

ferm a, enferm a,y de allí salía aquel olor » 24. y de allí salía aquel olor » 25

La conclusión que se desprende es, pues, evidente. Habiendo el P. Gracián term inado de escribir sus Diálogos a finales de 1584 —an­teriores, por tanto, cronológicam ente a la Vida de Ribera—, la n arra­ción que este últim o nos dejó de los últim os días y m uerte de Santa Teresa está en parte influenciada por la de Gracián.

— ¿ Puede afirm arse o tro tanto respecto al influjo de Ana de san Bartolom é sobre el P. R ibera ? También en este caso la res­puesta es afirmativa. Preciso de nuevo que siem pre me refiero al tem a que nos ocupa, del cual escribió Ana en su relación de los Ultimos a ñ o s26. El influjo de Ana sobre R ibera es tam bién inne­gable en lo referente al últim o viaje de la Santa desde Medina a Alba y en el pasaje sobre su enterram iento; basta com parar los textos. La contribución de R ibera consiste sólo en m ejorar el estilo de Ana y en añadir algún detalle. Compárense estos dos fragm entos:

A n a d e s a n B a r t o l o m é : « Fuimos de aquí [M edina] en una ca­rroza, que llevó el camino con tan gran trabajo , que cuando lle­gamos a un lugarito cerca de Peñaranda, iba la san ta M adre con tantos dolores y flaqueza, que la dio allí un desmayo, que a todos

2-t Doc. 3, p. 70.25 Doc. 6, p. 205.26 Cf. nota 4.

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ÜLTÍMOS DIAS Y MUERTE DE SANTA TERESA Í 9

nos hizo h arta lástim a verla; y para esto no llevábamos cosa que la poder dar, si no eran unos higos, y con eso se quedó aquella noche, porque ni aun un huevo no se pudo hallar en todo el lugar. Y congojándom e yo de verla con tan ta necesidad y no tener con qué la socorrer, consolábam e ella diciendo que no tuviese pena, que dem asiados de buenos eran aquellos higos, que m uchos pobres no tem ían tanto regalo » 27.

R i b e r a : « Pusiéronla en una carroza, en que fue harto traba jada y indispuesta; y llegando a un lugar cerca de Peñaranda iba con tantos dolores y flaqueza, que la dio allí un desmayo, que a todos hizo gran lástim a verla; y con esta r así, no tra ían o tra cosa para darla sino unos higos, ni en el lugar se pudo hallar un huevo. La herm ana Ana de san Bartolom é congojábase de verla en tan ta necesidad y no tener con qué regalarla, m as la M adre la con­solaba diciendo: ' No tenga pena, m i hija, que muy buenos son estos higos; m uchos pobres no ternán tan to regalo ’ » 28.

Si, como el mismo R ibera afirma en el prólogo de su obra, hizo sus averiguaciones « inform ándose de todo m uy enteram ente de m uchas personas... que la tra ta ron m uchos años y supieron bien su vida », no dejaría de ir a Alba —tan cercano a Salam anca donde él vivía—• y luego a Avila a consultarse con Ana de san Bartolom é. Y es claro que en este últim o caso no se tra tó sólo de pedir inform a­ción de palabra, sino que, según parece, Ana le prestó el escrito que para entonces tenía ya concluido, del cual tom ó el P. R ibera apun­tes de los pasajes que le interesaban. Es lo que parece deducirse de la com paración textual en tre ambos.

El círculo de los contactos de Ribera, en el caso específico, se circunscribe, pues, a las fuentes m ás puras y cercanas a los hechos: a las testigos oculares y a Gracián, el cual, a su vez, había procedido anteriorm ente de la m ism a m anera. Pocos años más tarde se dará un fenómeno interesante: cuando las testigos se vean solicitadas ofi­cialm ente a declarar ante los jueces, sus dichos parecerán esta r cal­cados en la narración del libro de R ibera ya editado, narración cuya fuente prim igenia fueron ellas m ismas. Volveremos a tocar el tem a algo m ás abajo.

27 Doc. 4, p. 185-186.2» Doc. 6, p. 201-202.

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2 0 JUAN LUIS ÁSTIGARRAGA

In flu jos y dependencias de los testigos

En el elenco arriba presentado como o tro tipo de fuente histó­rica, se ha hecho m ención de los diversos interrogatorios a que los testigos fueron sometidos: prim ero, con ocasión del Pleito sobre la posesión del cuerpo de la Santa, y más tarde con ocasión de los di­versos Procesos inform ativos sobre su vida y virtudes. A todo este conjunto de preguntas y respuestas hemos denom inado Respuestas a un interrogatorio. Se tra ta ahora de valorar históricam ente estas fuentes, examinando la posibilidad de influjos externos en el conoci­miento original que de los hechos tuvieron los testigos.

Dado el gran núm ero de testigos que tom an p arte en tales in­terrogatorios, habrem os de lim itarnos aquí a unas consideraciones generales, ya que si se hubiera de exam inar la aportación de cada testigo en particular, se requeriría un estudio particularizado de cada uno, precisando la originalidad de su declaración, o detectando posibles influjos en ella.

— Que estos m utuos influjos existieran desde el principio, es obvio. Tomemos por ejem plo la com unidad de Alba, sede de la m ayor p arte de los testigos de vista. Es natu ra l pensar —y así suce­dería sin duda— que entre las religiosas de un m onasterio cerrado y reducido en núm ero como el de Alba, se com entaran mil veces los sucesos acaecidos durante la perm anencia de la Santa M adre entre ellas y en su m uerte. Otro tan to sucedería cuando algunas personas, sobre todo de la Orden, se acercaban a la re ja del locutorio con­ventual. Por consiguiente, es muy probable que los elem entos n arra ­tivos fueran poco a poco limando sus contornos, y que, a m edida que el tiempo pasaba, las narraciones referentes a tales hechos se fueran estereotipando. Así, antes todavía de que a los testigos se les im pusiera un interrogatorio al cual responder, fueron influyéndose m utuam ente. Lo cual no quiere decir que con ello se falsearan los hechos, sino que quienes fueron testigos de vista, con la m utua con­versación, tuvieron ocasión de llegar a constru ir una narración más o menos típica.

Proviene seguram ente de aquí la casi uniform idad que se ob­serva en sus declaraciones. Ello no fue consecuencia de un proce­dim iento poco escrupuloso en el m odo de in terrogar a los testigos. Lo decimos porque —dada esta casi uniform idad— alguien quizá pu­diera pensar que tal conform idad pudo proceder del sistem a em plea­do al in terrogar los testigos, im aginando, p o r ejemplo, que el in terro ­gatorio tenía lugar en una sala com ún donde pudieran escucharse unos a otros. No hay tal. Consta que cada testigo declaraba secreta

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ULTIMOS PIAS Y: MUERTE DE .SANTA TERESA 2 1

y ap a rtad am en te29. Se le encargaba, además, bajo pena de excomu­nión, el secreto de su declaración hasta que fuese publicado; esta es la cláusula con que acaban todas las declaraciones tom adas en M adrid con ocasión del P le ito 30, y no hay por qué pensar que en las tom adas en Avila y Alba se siguiera diverso procedim iento.

-— Otra especie de influjo y fuente de inform ación de los testi­gos —aunque a prim era vista parezca extraño— pudo constituirlo el interrogatorio mismo a que fueron som etidos. Sería in teresante saber quiénes y a base de qué elem entos se form ularon tales in terroga­torios, tan to los referentes al Pleito como a los de los Procesos; es un extremo que ignoramos. En cuanto a las preguntas hechas en el Pleito, vienen a m enudo form uladas tendenciosam ente, según- la conveniencia de la parte que las presenta, reducidas, además, en su contenido a los intereses lim itados del mismo. A pesar de estos in­convenientes y limitaciones) la docum entación proveniente del Pleito adquiere relieve y valor especial por haber tenido lugar a los cinco años de m uerta la Santa.

El valor histórico de las declaraciones de los testigos tantoen el Pleito como en los Procesos— viene en cierta m anera .m er­m ado en cuanto que las preguntas de los interrogatorio ofrecen a veces parte de la respuesta con sólo responder a ellas afirm ativa­mente. Por ejemplo, si a un testigo que apenas está enterado de -las cosas se le pregunta si sabe « que habiendo elegido a la dicha M. Te­resa de Jesús en el dicho m onasterio de San José p o r P rio ra de él, como hija profesa de aquella casa, y siendo actualm ente Priora en ella, salió a fundar el convento de m onjas Descalzas de su Orden de la ciudad de Burgos, y que habiendo fundado el dicho m onaste­rio [...] y queriéndose volver a su propio m onasterio, que era San José de Avila, vino por la villa de M edina del Campo a cosas que se ofrecieron allí tocantes a su Orden, adonde estuvo de paso y con ánimo de irse con la m ayor brevedad que pudiese al dicho su mo­nasterio de San José de Avila... » 31, claro está que se le ofrecen va­rios elementos que tal vez ignorara, y que es muy fácil que responda que lo sabe «com o en la pregunta se contiene », o repitiendo con más o menos fiorituras lo contenido en ella. -- .. u ; : •

29 En las probanzas hechas en Avila durante el Pleito, tras la presentación y juramento de los testigos, al frente de sus declaraciones se dice: « E lo que los dichos testigos e cada uno dellos de por sí secreta y apartadamente dixo e depuso e declaró... es lo siguiente» (doc. 65, III, p. 323).

30 « Fuéle encargado el secreto deste su dicho e declaración hasta la publi­cación, so pena de escomunión » (doc. 109.116). ..........

31 Doc. 51, p. 293. .........

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2 2 JUAN LUIS ASTIGARRAGA

Otro tanto puede suceder con alguna de las preguntas del Pro­ceso inform ativo, por ejemplo: « Si saben que siendo la dicha M adre de sesenta y ocho años poco más o menos, m urió en el m onasterio de la Encarnación de la villa de Alba un día del glorioso S. Fran­cisco, cuatro de octubre de mil y quinientos y ochenta y dos años, y allí fue enterrada, y al cabo de tres años poco más o m enos [síc/] hallaron su cuerpo entero sin ser corrom pido, del cual salía y dicen que sale un suavísimo olor jun tam ente con cierto óleo o bálsam o que pasa y cala los paños que llegan a su cuerpo... » 32.

— Los dos tipos de influjos que acabam os de m encionar — es decir, la m utua interdependencia que con sus conversaciones ali­m entaron los testigos, y el influjo que sobre ellos pudo e jercer el modo con que se form ularon las preguntas de los interrogatorios — con ser im portantes, fueron, con todo, algo secundario si se com­paran con la enorm e influencia que ejerció la biografía teresiana publicada por el P. Ribera.

Por fortuna, las respuestas de los testigos que declararon en el Pleito escapan a la esfera de su influjo por no haberse editado toda­vía el libro cuando las partes, Avila y Alba, se contendían la pose­sión del cuerpo de la Santa. Digo « por fo rtuna » no por considerar que el contacto que los declarantes pudieran haber tenido con la biografía com puesta por R ibera les pudiera desviar de la verdad histórica, como si aquélla contuviera inexactitudes inadm isibles, sino porque el hallarse con unos testigos im m unes de su influjo facilita la labor del h istoriador. En el caso del Pleito queda, por tanto, excluido todo influjo de Ribera.

No puede decirse o tro tan to de los Procesos de beatificación de la Santa Madre. Sabido es que ya para cuando se iniciaron los p ri­m eros Procesos inform ativos po r p arte del Obispo de Salam anca en 1592, la Vida del P. R ibera circulaba librem ente por las m anos de todos. Es un dato histórico que no debería olvidarse.

Las personas sobre todo cercanas a la Santa procuraron hacerse cuanto antes con el libro, y no es de ex trañar que m uchas de ellas — exceptuando las pertenecientes a la comu­nidad de A lba33 — se en teraran m ediante su lectura de ciertos datos que anteriorm ente desconocían. Varios de en tre estos lectores de

32 Doc. 123, p. 498.33 Cuando hago referencia a la comunidad de las Carmelitas de Alba, incluyo

como si pertenecieran a ella a otras tres religiosas que estuvieron presentes a los hechos: Ana de san Bartolomé, Teresa de Jesús (Ahumada) y María de san Francisco (Baraona).

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ULTIMOS DIAS Y MUERTE DE SANTA TERESA 2 3

Ribera serán poco tiem po después llamados a declarar ante el juez lo que saben acerca de la M. Teresa. Algunos de ellos confesarán abiertam ente haber leído el libro im preso, y d irán que — sobre todo lo referente a los milagros obrados por m ediación de la Santa — está allí bien declarado, y se rem itirán sin más a él.

Tan sólo en el p rim er Proceso inform ativo de Salam anca y Alba, el núm ero de personas que en sus declaraciones citan explícita­m ente el libro de R ibera pasan de d iez34. O tras hay que no lo m en­cionan, y sin em bargo es evidente que sus declaraciones están cal­cadas casi al pie de la le tra en dicho libro, de m anera que parecen haberse aprendido de m em oria cuanto en él se contiene. Tal es el caso, por ejemplo, de Constancia de los Angeles, carm elita de Alba: en los pasajes referentes a los últim os días y m uerte de la Santa Madre em plea los mismos térm inos y frases del J e su íta 35. Más cla­ram ente aún que en ella se observa esto en la declaración del doc­to r Diego de Polanco en los procesos de M edina del Campo (1596): es innegable la copia de R ib e ra36.

34 1. Ribera mismo deja de responder a la 6a pregunta del interrogatorio, diciendo que « se remite a lo que tiene escrito en el libro quinto de su Vida, en los tres primeros capítulos » (BMC 18, p. 13). — 2. María de los Santos (Salamanca): « Y también lo sabe por lo que ha leído en los libros de la dicha Madre y en el que compuso el padre doctor Francisco de Ribera, que en él está esto bien declarado » (BMC 18, p. 36). — 3. Damiana de Jesús (Salaman­ca) : «Y al libro que anda impreso, que escribió el padre Francisco de Ribera, de la Compañía de Jesús, adonde trata de esto [de los milagros], se remite esta testigo» (BMC 18, p. 72-73). — 4. Catalina Bautista (Alba): «Y de otros muchos milagros ha oído decir esta testigo y que está un libro impreso del doctor Ribera da la Compañía de Jesús, que a él se remite » (BMC 18, p. 97). —5. Beatriz de Jesús (Alba): «D e otros muchos milagros de que tiene noticia sabe que están escritos en el libro que escribió el Padre doctor Francisco de Ribera, de la Compañía de Jesús, que se remite a é l » (BMC 18, p. 119). —6. Pedro de Vallejo: « Y porque todos los [milagros] que este declarante ha oído decir los ha leído y visto escritos en el libro arriba dicho que imprimió el doctor Ribera, no los declara ni especifica aquí, remitiéndose a lo que allí está escrito» (BMC 18, p. 124). — 7. Juan de Ovalle (Alba): «Pudiera decir muchos milagros... y que se remite al doctor Ribera, de la Compañía, en un libro que de ella hizo» (BMC 18, p. 130). — 8. Mayor Mejía (Alba): «H a oído decir otros muchos milagros, que entiende andan recopilados en el libro que imprimió el Padre doctor Ribera, que se remite a é l» (BMC 18, p. 132). — 9. Francisca de Fonseca (Alba) « Y otros muchos milagros que pudiera decir se remite a el libro que tiene impreso de ellos el doctor Francisco de Ribera » (BMC 18, p. 138). — 10. Martín Arias (Alba): [milagros] «que están impresos en un libro que imprimió el Padre doctor Francisco de Ribera, de la Com­pañía de Jesús, que se remite a é l» (BMC 18, p. 145). — 11. Pedro de Villa- rreal (Alba): [milagros] « se remite a un libro que está impreso del Padre doctor Ribera » (BMC 18, p. 149). — Lo mismo dice Antonio de Zamora, capellán de las Carmelitas de Alba, en su declaración no editada.

33 Cf. doc. 141, p. 542-546.3« Cf. BMC 19, 58-59.

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2 4 ■JUAN LUIS ASTIGARRAGA

En casos sem ejantes a éstos parece superfluo aducir su testi­monio; al tra ta rse prácticam ente de una copia, tales declaraciones carecen en sí de valor particular, salvo cuando este fenómeno se da en una persona como Constancia de los Angeles; lo que entonces adquiere relieve no es cuanto declara, sino m ás bien la to tal apro­bación que la narración de Ribera se m erece ante una testigo de los hechos como ella.

En conexión con este problem a real del influjo de Ribera, una pregunta se presenta desafiante, y es la siguiente: habiendo tenido lugar los Procesos inform ativos después de la publicación de la bio­grafía teresiana de Ribera, ¿ las declaraciones de los testigos quedan m enoscabadas por sólo este hecho ? Al responder a este interrogante, creo que habría que distinguir en tre los testigos presenciales como las religiosas de Alba, y entre quienes no lo fueron.

No cabe duda que entre estos últim os la lectura de Ribera ejerció un grande influjo: tantos elem entos que sobre los últim os días de la Santa desconocían, los hallaron allí y volvieron a repe­tirlos como propios; lo contenido en el libro venía a ser ya «público y notorio, pública voz y fam a ». El valor o estim ación de cuanto declaran queda, pues, por sólo este hecho, considerablem ente rebajado.

El libro im preso andaba tam bién en m anos de las m onjas de Alba. Pero este caso es diferente del anterior: no puede hablarse del influjo de R ibera sobre ellas, ya que su lectura no modificó el cono­cim iento personal que precedentem ente tenían de los hechos. Habían sido ellas las que vieron con sus ojos cuanto sucedió, ellas las que luego contaron los hechos tanto a Gracián como a Ribera, quienes los consignaron en sus escritos respectivos. Habiendo sido, pues, ellas mismas la fuente prim igenia de tales escritos, en ellos vieron reflejado fielmente cuanto acaeció y habían contado. Podemos decir que estaban en su derecho si se apropiaban de sus narraciones como dueñas de un bien que les pertenecía, sin que por eso perdiese valor objetivo su declaración.

Una m irada retrospectiva al arranque histórico de la narración de Ribera nos confirm ará en lo dicho. El ite r de los diversos influjos que sobre la docum entación de los últim os días y m uerte de la Santa intervienen hasta la elaboración últim a de R ibera y su difu­sión, podría más o m enos describirse en este térm inos:

a. - En el principio existieron los hechos, los cuales fueron ob­servados por una serie de personas, b. - Dada la im portancia del sujeto a quien se referían, la Santa, y las m anifestaciones extraor­dinarias que los acom pañaron, se com entaron infinidad de veces

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entre ellas; así, sus diversas aportaciones fueron fundiéndose en una narración verbal más o menos típica (no queda vestigio de ningún escrito), c. - Interviene el P. Gracián, quien, tras haberse inform ado enteram ente de ellas mismas, escribe una narración sobria pero bastan te detallada. Ana de san Bartolom é añade algunos porm eno­res más. d. - Llega entonces el P. R ibera recogiendo el m aterial para su biografía teresiana; se sirve para ello de los escritos de Gracián y de Ana, y acude tam bién al lugar de los hechos y a las personas que fueron testigos, e. - R ibera publica en 1 5 9 0 la Vida de la M. Te­resa, la cual viene a p ara r a manos de las m ism as personas de quie­nes había procedido en su origen; queda así cerrado el círculo. Luego serán llamadas a declarar. Nadie las acusará de plagio si usan del libro con entera libertad, como si se tra ta ra de cosa propia. Lo era de hecho, al haber sido ellas, únicas testigos presenciales, quie­nes habían sum inistrado todos los porm enores de cuanto hallaron desptiés escrito.

2 a P a r t e : RECONSTRUCCION DE LOS HECHOS

Apoyado únicam ente en las fuentes históricas arriba presen ta­das, tra ta ré ahora de reconstru ir lo más fielmente posible los suce­sos acaecidos en torno a la persona de la M adre Teresa de Jesús en sus últim os días terrenos. Sus sentim ientos e intensa vida inte­rior, si bien nosotros los podem os suponer, en realidad sólo Dios los conocía. No es, pues, mi propósito « hacer lite ra tu ra » en ese sentido; los docum entos m ismos harán discreta alusión a ellos y será suficiente.

El título dado al presente estudio es el de « Ultimos días y m uerte de Santa Teresa ». Con decir « últim os días » no he querido ceñirm e únicam ente a los catorce días escasos de su estancia en Alba; en ellos se habrá de concentrar nuestra atención con m ayor detenim iento, pero comenzaremos a acom pañarla en su últim o iti­nerario ya desde Valladolid, poco menos de. un mes antes de su llegada a Alba.

D e c a m i n o p a r a A v i l a

Como sum a y síntesis de todo el año 1 5 8 2 , quiero iniciar esta relación con dos textos prim itivos que a mi parecer resum en m ejor el doble aspecto, físico y m oral, de la Santa en el año de su m uerte:

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« Este año [1582] — escribe el P. Gracián — por el mes de enero, partió de Avila para la fundación del convento de Burgos, habiendo enviado m onjas que fundasen el de Granada. Padeció trabajos en el camino y en la fundación. Y llegando a Burgos, dióle una enferm edad en la garganta, demás de las m uchas que tenía, que ya no podía com er sino con muy gran trabajo . Aca­bada la fundación, vínose por Palencia y Valladolid y Medina con intento de llegar a Alba y allí hacer elección de priora, y acabar ciertos negocios de Salam anca y volver a Avila a la p ro ­fesión de su sobrina que llevaba consigo » 37.

« Si se hubiera de explicar aquí — cuenta su enferm era Ana de san Bartolom é — los trabajos y denuestos que padeció y con la paciencia que lo llevaba y principalm ente en este camino postrero de Burgos, desde que salió de aquí de Avila hasta que volvió a Alba donde Dios la llevó, porque fue todo un prolijo m artirio... Diré una palabra que la oí, que para su gran ánimo y espíritu fue m ucho decirla: Que por m uchos trabajos que había pasado en todo el discurso de su vida, dijo que nunca se había visto tan apretada y afligida como en este tiem po » 38.

Como si no le hubieran bastado los trabajos y sufrim ientos que le costó su ú ltim a fundación en B urgos39, el viaje de vuelta hacia su convento de San José de Avila — si se exceptúa el m es escaso que transcurrió en Palencia — se vio cargado de mil preocupaciones y malos ratos. La m ejor ilustración de todo ello la hallam os en su epistolario; basta ab rir al azar las páginas de sus últim as cartas para hallarnos con m ultitud de situaciones desagradables, de las cuales ella, ya cansada aunque no rendida, hubiera deseado de buena gana reposar. He aquí algunos ejemplos:

La com unidad de Alba, —< adonde tras mes y medio le conduci­rían circunstancias ajenas a su voluntad — se encuentra enredada en inquietudes, niñerías y asim ientos que reprueba enérgicam ente. Desde Palencia escribe el 6 de agosto a su fundadora doña Teresa de Láiz:

« No sé qué me diga de esas m onjas; tem o que no ha de durar ahí priora, porque todas huyen. A v.m. suplico m ire que es su casa y que con la inquietud no se puede servir Dios, y ansí conviene mucho que v.m. no les dé favor para nada, que si ellas son las que han de ser, ¿ qué les puede hacer ninguna p rio ra ? Sino que son niñerías y asim ientos bien fuera de lo que han de tener las Descalzas ni de lo que tienen en ningunas de esto tras

si Doc. 2, p. 13.38 Doc. 4, p. 188.39 Cf. Sta. Teresa, Fundaciones cap. 31; Ana de san Bartolomé, Ultimos años

(MHCT 5, p. 14-22); Escolias p. 411 y 418-421.

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casas; y poco más a menos yo atino en las que son las que in­quietan a las otras, y si Dios me da salud, procuraré ir allá en pudiendo a saber estas marañas... ». «Yo le digo que si yo hu­biera sabido algunas cosas que ahora me han dicho, que antes se hubiera remediado, y que ahora he de hacer todo lo posible p ara ello ». « ...No deben pensar que es nada enquietar un mo- nesterio y tra ta r con los de fuera cosas tan perjudiciales a las que el m undo tiene ahora puestos los ojos por buenas ».

Su estancia en Valladolid se ve llena de preocupaciones y traba­jos que no le dan tregua. El 26 de agosto escribe a Ana de los Angeles:

« De mi ida ahora por allá [Toledo] no sé cómo pueda ser, por­que se espantarían los trabajos que por acá tengo y negocios que m e m atan ».

Otro tan to refiere al día siguiente a Tom asina Bautista, que había quedado por priora de Burgos:

« Le hago saber que estoy harto llena de trabajos de mil m aneras ».

Cinco días más tarde, el 1 de septiem bre, da cuenta al P. Gra- cían de una serie de contrariedades:

« Aquí he pasado harto con la suegra de D. Francisco, que es ex­traña y estaba m uy puesta en poner pleito para que no valga el testam ento, y, aunque no tiene justicia, tiene m ucho favor y algunos la dicen que sí [...] H arto podrida me ha tenido y tiene, aunque Teresa ha andado bien ». « En el negocio de Salam anca hay bien que decir. Yo digo a V.R. que me ha dado malos ratos, y plega a Dios se acabe de rem ediar. Por esta profesión de Te­resa no ha sido posible ir allá, porque llevarla conmigo no se sufre, y dejarla, menos; y es m enester más tiem po para ir allá y a Alba y to rn ar a Avila... ».

La m ayor parte de la carta está dedicada al incom prensible desa­tino de la priora de Salam anca en su empeño por la com pra de la nueva casa. Vuelve la Santa al día siguiente a hacer alusión a ello:

«Tengo para mí que podré estar poco allí [en Avila], porque habré de ir a Salamanca, que andan arrebujadas con la com pra de la casa. H arto necesario es mi ida a l lá ».

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A todos estos contratiem pos ha de sum arse otro m ás íntim o en el corazón de la M adre: la ausencia a este tiem po de un ser tan querido como el P. Gracián. Juntos habían salido desde Avila al principio del año a la fundación de Burgos, y jun tos habían pasado ratos bien malos en e lla 40. Llegada la Cuaresma, se vio obligado Gracián — « con disgusto m ucho mío » dice é l 41 — a acudir a Valla­dolid a predicarla. Tras dos meses de ausencia, vuelve a Burgos a fines de abril, donde el 29 del m ism o mes preside las elecciones del nuevo m onasterio42. Una sem ana más en com pañía de la Madre, y el 7 de mayo sale con dirección a Soria acom pañado de fr. Pedro de la Purificación. Ya no volverían a verse más. C ircunstancias ajerias a su voluntad le conducirían, como Provincial, a reco rrer diversos conventos de las dos Castillas y luego a A ndalucía43.

La últim a carta de la M. Teresa a Gracián, del 1 de septiem bre, se llena de expresiones de dolencia arrancadas p o r su lejanía:

« No basta el escribirm e a m enudo para quitarm e la pena ». « Las causas de determ inarse a ir no me parecieron bastantes... ». «Yo no sé la causa, m as de m anera he sentido esta ausencia a tal tiempo, que se me quitó el deseo de escrib ir a V uestra Pater­nidad » « Crea que todo lo que estuviere por allá he yo de estar bien deshecha. Y no sé a qué propósito se ha de esta r tanto V.R. en Sevilla — que me han dicho que no verná hasta el Ca­pítulo —, que acrecentó mi pena aún m ás que si tornase a Gra­nada ». — Otras expresiones hay en la m ism a carta que reflejan ciertas m urm uraciones de los frailes de Valladolid: « Después que vine aquí me han dicho que notan a V.R. que no gusta de trae r consigo persona de tom o ». Le avisa tam bién de ciertos puntos para su gobierno como Superior.

De tales advertencias, que parecen reproches en boca de ía M adre, no pocos — usando de un criterio ciertam ente superficial

40 « Los que nos conocían murmuraban diciendo que era gran liviandad haber traído ocho monjas a fundar en el aire, sin licencia del Arzobispo ni fundamento de monasterio. No hallábamos casa a propósito ni persona que favoreciese; el Arzobispo cada día más riguroso en no_ dar la licencia, A mí me imputaban los frailes que me detenía én acompañar a la Madre y no acu­día al gobierno de la Provincia. Dejarla sola hacíaseme gran crueldad, porque ni tenían ni tuvieran quien les dijera misa ni les acudiera a los negocios. Tor­narlas a traer era gran trabajo, gasto y liviandad. Acordábaseme lo que había dicho a la Madre antes de salir de Avila, dándole con ello en rostro dicién- dole que si me creyera no nos viéramos en aquellas afrentas» (Escolias p. 420).

41 Cf. Peregrinación (BMC 17, 203).« Cf. BMC 6, 370.43 Cf. Escolias p. 423-425.

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en la exégesis de la carta — se sirven para ensom brecer la figura de Gracián en estos m om entos. Parece ser este el destino del P. Gra­cián, tan to entonces como en nuestros días: alabanza p o r aquí y latigazo por allá. No es de creer, sin em bargo, que el corazón de la Santa M adre cambiase de rum bo en sus sentim ientos por Gracián al últim o momento. También en estas circunstancias podría firm ar lo que en otro tiem po le había escrito: « Bien puede estar sin pena, que el Casam entero fue tal y dio el nudo tan apretado, que sólo la vida le quitará, y aun después de m uerta estará m ás firme » 44. La m ejor prueba de este apretado nudo son sus ú ltim as apenadas expresiones, las más finas de aquella entrañable predilección por su « sanctasanctórum ».

* * *

En este últim o viaje de vuelta a su casa de Avila, venía la M. Teresa acom pañada de su enferm era Ana de san Bartolom é y de su sobrina Teresita, m uchacha que aún no había cum plido los dieciséis a ñ o s45. Con ellas había salido de Avila al principio del año y conellas volvía a su convento de San José, de donde la M adre era a lasazón Priora. Le faltaban aún dos años po r cum plir su p r io ra to 46; apenas había podido ejercerlo, ya que a los cuatro meses escasos de su elección había tenido que abandonar Avila dejando en su lugar una presidenta.

Uno de los problem as que la tra ía con cuidado era su sobrinaTeresita. La había sacado del convento de Avila y llevado consigo aBurgos para evitar que sus parientes, por apropiarse de la herencia del convento de Avila en favor de Francisco de Cepeda, la indujesen a dejar el hábito antes de su p ro fesión47. Consultado el problem a antes de su viaje a Burgos, decidió llevársela consigo. A este propó­sito testifica el M aestro Daza:

44 Carta de 9.1.1577.45 Nació en Quito (Perú) el 27.X.1566. Cf. HCD 8, 641-643.46 Había sido elegida el 10.IX.1581 (cf. MHCT 2, doc. 253).47 Sobre la herencia dejada por el hermano de la Santa, D. Lorenzo de

Cepeda, dice Ana de san Bartolomé en su Autobiografía: « Vino [la Santa] a Valladolid, donde se le ofreció otro [trabajo] sobre el testamento de un her­mano suyo que había mandado que su hacienda viniese al monasterio de Avila después de sus días si sus hijos no tuviesen herederos. Sus parientes no querían que valiese el testamento...» (MHCT 6, Apéndice 2, p. 586). Véase sobre esta cuestión M.M. P o l it , La familia de Santa Teresa en América, Friburgo 1905; BMC 8, 504-515; Carta de la Santa del 4.xii.l581.

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« Cuando la dicha Teresa de Jesús salió a la fundación que se hizo de Burgos, tra tó con este testigo si sería bien llevar consigo una sobrina suya, h ija de Lorencio de Cepeda, su her­mano, porque en esta ciudad no pretendiesen sus deudos sacarla del m onasterio, porque su padre era m uerto. Y este testigo la aconsejó que se la llevase consigo hasta en tanto que volviese a S. José y en él la diese la profesión » 48.

La fecha de la profesión de Teresita se acerca y la Santa no ve la hora de verse en Avila; se da cuenta que no conviene « trae r más de un cabo a otro esta m uchacha » 49.

E staba asimismo de por medio la orden que le había dejado el P. Gracián: « Después de fundar el convento de Burgos, este testigo, como Provincial, m andó a la dicha M. Teresa de Jesús que se vol­viese a su convento de Avila a e jerc itar el dicho oficio de P riora » 50. Sin embargo, cuando el Provincial se entera de los problem as en que se hallan envueltas las com unidades de Salam anca y Alba, ruega a la M adre que, si le es posible, pase por aquellos dos conventos. « N uestro Padre — escribe a Tom asina B autista — me ha escrito desde Almodóvar [...] Díceme que querría fuese a Alba y a Sala­m anca antes que a Avila » 51. Mas viendo que le era im posible por entonces acceder al deseo del P. Provincial, le responde: « Por esta profesión de Teresa no ha sido posible ir allá [a Salam anca], por­que llevarla conmigo no se sufre, y dejarla, menos; y es m enester m ás tiem po para ir allá y a Alba y to rn ar a Avila » 52.

El program a de su viaje de vuelta a Avila lo tiene ya planeado con un mes de antelación; lo m anifiesta la posdata de la carta escrita en Valladolid el 26 de agosto: « E staré aquí hasta pasada N uestra Señora de septiem bre [8 sept.], y luego lo que falta del mes, en Me­dina ». A fines de septiem bre quiere hallarse de todas m aneras en Avila: « Con el favor de Dios, estarem os en Avila al fin de este mes »; así se lo dice al P. Gracián el 1 de septiem bre, y al día siguiente vuelve a escribir a la p rio ra de Toledo: « Yo estoy razonable, y creo me iré el lunes después de N uestra Señora. E staré de paso en Me­dina, por llegar a tiem po a Avila, y tengo para mí que podré estar poco allí, [en Avila], porque habré de ir a Salamanca... ».

Hay varios textos en el epistolario de la Santa que manifiestan

48 Doc. 66, p. 326.49 Carta de 1.IX.1582.50 Doc. 92, p. 415.si Carta de 9.VIII.1582.52 Carta de 1.IX.1582.

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SUs deseos de ir a Salam anca y Alba, pero han de entenderse como propósitos de llegarse allí después de haber ido a Avila: « He escrito a Alba que quizá estaré allí este invierno, como podrá ser » (9.VIII). « Escreví a Cristóbal Juárez que le suplicava no se tra tase m ás de ello hasta que yo fuese, que sería en fin de octubre ». « En Alba les ha hecho m ucho al caso escribirles yo cuán enojada estoy y que cierto iré a llá» (l.IX). «Yo iré por allá [Alba] p resto » (5.IX). «Yo estaré poco en Avila, porque no puede dejar de ir a Salam anca » (15.IX). Lo cual está confirmando por la p rio ra de Alba, Juana del E sp íritu Santo: « Iba... al m onasterio de San José de Avila a dar la profesión a una sobrina suya, y, en dándosela, iba con intención de volverse m uy despacio a esta casa, y así lo escribió la M. Teresa de Jesús a esta testigo por carta suya » 53.

* * *

El 25 de agosto había salido la Santa de Palencia, y la tarde del mismo día había llegado a Valladolid. Veinte días habían transcu­rrido ya desde entonces, m etida en trabajos de mil m aneras que la tenían « harto podrida ». Había pasado ya N uestra Señora de septiem ­bre y todavía no acababa de ponerse en camino hacia Medina según sus planes. Pero llegado el 15 de septiem bre, no puede d ila tar más la partida, y escribe ese mismo día: « Estam os de camino para Medina ».

Un trago bien am argo le tenía reservado el Señor antes de su p artida de Valladolid. Se tra tab a de la herencia a la que arriba hem os aludido. La causa del disgusto eran sus parientes, quienes —como refiere su enferm era Ana— « no querían que valiese el testa­m ento, y pensáronla ganar a la Santa; y ella no era fácil en cosas que no fuese bien segura ser de Dios. Y como no vino en lo que la pedían, uno de los abogados fue tan descortés, que vino al m onaste­rio y la tra tó mal de palabras, como que no parecía ella buena y que muchos seglares daban m ejor ejem plo de v irtud que ella. Y díjole con su gran paciencia: ' Dios se lo pague a v.m. la que me h a c e ' » 54.

E ntre los parientes se hallaba tam bién la M. M aría Bautista, sobrina de la Santa y p rio ra de Valladolid; e ra en este caso una decidida adversaria del parecer de la Santa. D isgustada de no poder salir con lo que pretendía, se lo dio bien a entender cuando llegó

53 Doc. 90, p. 408.54 Autobiografía (de Amberes), MHCT 6, Apéndice 2, p. 586-587.

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la hora de la despedida. Ana de san Bartolom é recoge esta escena que nunca pudo olvidar:

« La Priora de este m onasterio estaba bien ganada de esta gente; y con ser una que la Santa quería mucho, en esta ocasión no la tuvo ella respeto, y nos dijo que nos fuésemos con Dios de su casa. Y al salir de ella, m e arrem pujó a la puerta y me dijo:' ¡ Váyanse ya y no vengan m ás a c á ! ’ cosa que la Santa sintió m ucho por ser de sus hijas [y] parecerle que le debía tener másrespeto que los seglares y que le tenía m ás a los seglares quea ella »

Con todo, esta dolorosa escena tuvo lugar tan sólo en el reducido círculo de las protagonistas; el resto de la com unidad ni tuvo parte ni se halló presente a ella. Al contrario, todas quedaron adm iradas del insólito modo con que esta vez se despedía de ellas. Sabían queno gustaba de m ultiplicar ternuras en su paso de un m onasterio aotro, pero esta vez fue ella m ism a quien se p restaba a los abrazos. Así recuerda la escena M aría de san José, la herm ana del P. Gracián, conventual a la sazón en la com unidad vallisoletana:

« Y entiende... que supo el tiem po de su m uerte porque pasando por el convento de Valladolid, donde esta testigo estaba enton­ces, veinte días antes que m uriese se despidió de las m onjas con muy diferente modo del que usaba o tras veces, abrazán­dolas y acariciándolas con m ucho am or y dando lugar a que se le llegasen, de m anera que a todas les hizo novedad. Y al tiem po de salir por la portería , se volvió a ellas y dijo estas palabras: .< E spantada estoy de lo que Dios ha obrado en esta Religión. Mire cada una no caiga por ella. No hagan las cosas por sola costum bre, sino haciendo actos heroicos de m ayor virtud. Dense a tener grandes deseos, que aunque no los puedan poner por obra, se saca m ucho aprovechamiento. Muy consolada voy de la pobreza que tienen y la caridad que guardan unas con otras; p ro­curen que siem pre sea así » 56.

Este fue el testam ento de la M adre para sus hijas de Valladolid; se lo encomendó veinte días antes de m orir, el 15 de septiem bre, el m ismo día en que escribía: « Estam os de camino para Medina ».

55 Ibid.56 Conozco cuatro versiones diferentes de la descripción de la despedida de

la Santa en Valladolid, todas ellas con ligeras variantes en las palabras atribuí-

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M e d i n a d e l C a m p o : O r d e n d e t o r c e r e l c a m i n o

Apenas llegaron a Medina —probablem ente el día 17— añadió la Santa una posdata a la carta an terio r que tra ía consigo: « Ya esta­mos en Medina, y tan ocupada que no puedo decir m ás de que veni­mos bien ». En ella no hace alusión alguna al cam bio de ru ta a que se vió obligada57.

El p lan de la Santa Madre, como queda dicho, era el de que­darse unos diez días en M edina para reem prender luego su viaje hacia Avila, donde quería hallarse a fines del mes; en Medina se encontraba sólo de paso. Allí fue a buscarla el P. Antonio de Jesús (H ered ia)58, el cual ejercía el cargo de Vicario provincial del d istrito

das a la Santa. Una es de Guiomar del Sacramento (cf. BMC 18,79), y tres de María de san José (Dantisco), de las cuales una sola ha sido editada, la corres­pondiente a su declaración en el Proceso para la beatificación de la M. Teresa hecho en Madrid en 1595 (cf. BMC 18, 321); es la que se suele citar normal­mente. Las otras dos se hallan autógrafas en el Archivo de las MM. Carmelitas de Consuegra (Toledo): la primera de ellas corresponde a su declaración hecha el 3.11.1610 para el mismo efecto respondiendo al art. 94 del interrogatorio; es la que ofrezco en el texto con el fin de darlo a conocer (Signatura; Carpeta n. 1,12). Otra versión de lo mismo se halla en el quinto cuaderno de un ms. cuya descripción ofrecí en EphCarm 29 (1978) 100-176.

Dice así: « Quando nuestra Sta. Me se despedía de sus conventos, como las monjas mostraban sentimiento y pena de berla yr, ella se lo reprehendía y hechava de sí, diziendo que no tuviesen aquellos sentimientos y lágrimas, que eran cosas de mugeres, y que sus yjas no lo avían de ser en nada. La última bez que se despidió del convento de Valladolid, que fue 20 días o poco menos antes de su muerte, fue con diferente modo del que solía, porque no sólo no las apartava de sí, mas antes las allegava y abrazava mostrándoles mucha cari- zia y ternura como si supiera claro no las avía de tornar a ber, que no poca nobedad se nos yzo y lo advertimos todas. Y al tiempo que yba a salir por la puerta, se volvió a las religiosas que estavan allí y dijo estas palabras: ' Espan­tada estoy de lo que Dios obra en esta Religión. Mire cada una no cayga por ella. Dense a tener grandes deseos, que aunque no los puedan poner por obra, se saca mucho aprovechamiento. Muy consolada boy desta casa, de la pobreza y caridad que guardan unas con otras. Procuren que sea sienpre así ’, y otras palabras semejantes a éstas ».

57 De lo cual parece deducirse que el P. Antonio no había llegado todavía a Medina con la orden de hacer cambiar de ruta a la Santa hacia Alba. Dada la pesadumbre que dicha orden produjo en la Madre, de haberla ya recibido, hubiera sin duda hecho mención de ello en la posdata de esta carta.

58 « Cuando fue el Vicario [P. Antonio] de esta casa para traerla, la halló en Medina del Campo — declara María de san Francisco — , y que ella tenía intención de ir a Avila, según dijo cuando vino aquí » (doc. 88, p. 404). Según Ana de san Bartolomé, « halló allí [en Medina] al Padre Vicario provincial, fray Antonio de Jesús, que la estaba esperando para mandarla que fuese a Alba» (doc. 4, p. 185). Ribera dice lo mismo que Ana (cf. doc. 6, p. 201). Véase nota anterior.

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de Castilla. Ordenaban las Constituciones del Capítulo de Alcalá (1581) que cuando el Provincial tuviera que ausentarse a Andalucía —era el caso de Gracián entonces—, dejara un Vicario que hiciera sus veces, en todo o en parte , en el d istrito de Castilla; y al revés: cuando viniere a las partes de Castilla, dejara un Vicario en A ndalucía59.

El P. Antonio vino decidido a hacer cam biar de ru ta a la M adre Fundadora, y le ordenó irse con él a Alba. ¿ Cuál fue el motivo de sem ejante orden ? Cuantos hoy día tocan este punto dicen que se lo m andó porque se hallase al parto de doña M aría Enríquez de Toledo y Colonna, nuera de la Duquesa « vieja » (que tam bién se llam aba M aría Enríquez de Toledo). Este sería el motivo, según la opinión común, del m andato del P. Antonio. ¿ Qué fundam ento histórico halla esta afirmación ?

Para aclarar la cuestión, com enzaré p o r dos datos ciertos y docu­m entados: 1. El parto tuvo lugar a la m edianoche del miércoles, día 19 de septiem bre: « Miércoles en la noche, en tre once y doce de la noche, nació don Fernando Alvarez de Toledo, hijo del señor don Fadrique de Toledo y de la señora doña M aría de T o ledo» 60.2. El nacim iento del infante fue prem aturo , a los ocho meses de gestación61.

Apoyándome ahora en am bos datos ciertos, me pregunto: si el m andato del P. Antonio tuvo algo que ver con el parto de la joven Duquesa, ¿ lo dio antes de que el niño naciera, o después ? Si antes, ¿ cómo es posible que le m andara ir a Alba con un mes de ante­lación a la fecha prevista en una gestación norm al ? ¿ Por qué hacer esperar allí a la Santa durante todo un mes ? Por o tra parte, es evi­dente que no pudo dar el P. Antonio esta orden después de nacido el niño. Habiendo nacido el 19 a m edianoche —que es casi como

59 « Ordinamus quod cum Provintialis se contulerit Bethicam... relinquat Vi- carium cui suas vices committat in totum vel in partem in partibus Castellae. Et converse, cum venerit in partes Castellae, relinquat Vicarium in Bethica ». F o r t u n a t u s -B eda, Constitutiones Carmelitarum Discalceatorum 1567-1600 (Romae 1968) p. 123.

60 A lb a d e T o r m e s , Santa María de Serranos, Libro 2° de Bautizos f. 44.61 « Estando Su Excelencia en Alba en el octavo mes de su preñez... se an­

ticipó el nacimiento de Fernando Alvarez, su hijo, y aunque nació muy sano el niño, no esperaban viviese, porque la excelentísima señora Duquesa, su abuela, y todas las personas experimentadas en aquella cuenta, la hacían y faltaban días para entrar en el nono mes » (Declaración de doña María de Toledo en 1610, BMC 20, 349). Ya a los tres meses de preñez de la joven Duquesa, la M. Teresa escribía al futuro padre, D. Fadrique, dándole la enhorabuena: « Del contento de V.-S.a me ha cabido tanta parte, que he querido que V.-S.a lo entienda, porque cierto ha sido mucha mi alegría. Plega a Nuestro Señor me la dé del todo con alumbrar a mi señora la Duquesa... » (Carta de 18.IV.1582).

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decir el día 20— no le fue posible al P. Antonio cub rir el camino de ida y vuelta en tre Alba y Medina en un solo día; el recorrido nor­mal en una sola dirección llevaba ya una jo rn ad a y media. Además es un dato cierto que la comitiva llegó a Alba, a lo m ás tardar, el 21 por la tarde.

Si de los datos arriba citados y del ajuste de fechas y distancias se concluye que poco o nada tuvo que ver el parto de la joven Du­quesa para que el P. Antonio diera el m andato que dio a la M. Te­resa, tam poco la docum entación prim itiva apoya esta com ún opi­nión. Ninguno de los declarantes prim itivos m enciona el parto de la Duquesa al re ferir el motivo que indujo al P. Antonio al obligar ala Santa a to rcer el camino para Alba. La única excepción es elP. Gracián, el cual dice: « El P. fray Antonio de Jesús... po r respeto de haber entonces parido la Duquesa de Alba y porque se había de hacer elección de p rio ra en el convento de la Encarnación de Alba, la m andó que desde Medina del Campo fuese a Alba prim ero que a la ciudad de Avila para hacer aquella elección » 62. Los demás, o no m encionan motivo alguno o dicen que el P. Antonio lo hizo por dar gusto a la Duqtiesa « vieja » de Alba, quien así lo deseaba y se lo había pedido encarecidam ente al P. A ntonio63. De hecho, será ésta quien m ostrará interés por la enferm a e irá a v isitarla al convento, pero del infante recién nacido de los Duques no se hará ya m ención alguna. Hay que esperar hasta los Procesos de beatificación de 1610 para en terarse que el motivo principal del m andato del P. Antonio fue el p arto de la joven D uquesa64; es el que ha prevalecido desde enton­ces en la opinión corriente.

Aunque no todos los testigos saben el motivo o motivos que indujeron al P. Antonio a dar su m andato, todos ellos saben que lo dio; la m ayoría de ellos testifica que a la Santa M adre se le hizo fuerza, que fue muy contra su voluntad, y hacen hincapié en lo que le costó cum plir esta obediencia65. Perm aneció muy poco tiem po

62 Doc. 92, p. 145.63 Ana de san Bartolomé dice que la Santa lo « sintió por parecerle que a

petición de la Duquesa la hacían ir allá » (doc. 4, p. 185); otro tanto dice en 1595: « la mandó fuese a Alba porque la Duquesa lo pedía» (doc. 153, p. 571). Ana de la Encarnación: « por ver la Duquesa, porque a él se lo había pedido muy encarecidamente» (doc. 80, p. 377). Isabel de Jesús: «porque viese a la Duquesa y la encomendase a Dios (doc. 81, 382). Ana de Jesús (Lobera): «por dar gusto a la Duquesa de Alba que era, que se lo había pedido al dicho fray Antonio» (doc. 109, p. 456). Ribera: «porque la Duquesa doña María Enríquez se lo había pedido» (doc. 6, p. 201).

64 Véanse las declaraciones de 1610 de doña María de Toledo (BMC 20, p. 349), Inés de Jesús Pecellín (ibid. p. 186-187) y María de san Francisco Ramírez (ibid. p. 227).

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en Medina; su estancia se redujo probablem ente a un par de días.Además de la costosa obediencia a la orden del Vicario provin­

cial, tuvo tam bién que su frir un choque con la priora de la comuni­dad, Alberta B au tis ta66. Recuerda Ana de san Bartolom é: «...tuvo alguna cosa que advertir a la P riora que no iba bien; tomó la Priora con disgusto. Y la Santa, de ver que se le descomponían así sus hijas el demonio, habiéndole sido tan obedientes, le dio muy gran pena, y se re tiró a un aposento y la P riora a otro. Y la Santa estaba de esta novedad tan afligida, que no comió ni durm ió sueño en toda la noche. Y a la m añana nos partim os sin llevar ninguna cosa para el camino... » 67.

65 En tres ocasiones diversas habla Ana de san Bartolomé de la dificultad de esta obediencia: primero en su relación de los Ultimos años, luego en sus declaraciones del Pleito y de los Procesos informativos. He aquí sus palabras: « Con haberla Dios hecho tanta merced en esta virtud de la obediencia, fue tanto lo que ésta sintió... que nunca la vi sentir tanto cosa que los perlados la mandasen como ésta» (doc. 4, p. 158). «Estando en Medina del Campo y queriendo venir de paso y muy aprisa al dicho monasterio de San José de Avila a dar el velo a una sobrina suya, la fue mandado que fuese a la villa de Alba y para ello fue forzada, la cual dijo a este testigo que ninguna cosa había en el mundo sentido tanto como era haberla mandado que fuese a Alba » (doc. 72, p. 356). «Y viniendo, como ella pensaba venía, a San José de Avila, de donde era priora a la sazón, el Prelado... la mandó fuese a Alba porque la Duquesa lo pedía; lo cual la Madre llevó con mucha paciencia y obedeció, diciendo que ninguna cosa en toda su vida se la había mandado más grave que el man­darle fuese a Alba..., pero que ella había de obedecer como siempre lo había hecho» (doc. 153, p. 571).Gaspar Daza: «H a oído decir este testigo que venía muy apriesa, y que desde Medina quisiera venirse derecha a Avila, sino que fray Antonio de Jesús la hizo fuerza, que era perlado suyo entonces, viniese por Alba, y que fue muy contra su voluntad » (doc. 66, p. 326). Julián de Avila: « El estar en Alba... fue porque fue forzada a ello por su Superior, y fue de paso, la cual estuvo muy contra su voluntad» (doc. 67, p. 332). Pedro de las Cuevas: « Forzada a ello fue al dicho monasterio de Alba... Fue forzada en el camino que fuese a la villa de Alba, donde fue muy contra su voluntad » (doc. 69, p. 343 y 345). Jerónimo Gracián: « Y después este testigo oyó decir a las monjas de Alba, que la dicha Teresa de Jesús había dicho que ninguna cosa de obediencia había hecho en su vida con pesadumbre sino aquella obediencia del P. fray Antonio de Jesús» (doc. 92, p. 415). Ana de Jesús (Lobera): «Y el P. fray Antonio de Jesús... hizo y procuró con ella hiciese el camino por Alba, aunque fuese rodeando, por dar gusto a la Duquesa de Alba que era, que se lo había pedido al dicho fray Antonio. Y esto sabe esta testigo porque la dicha M. Teresa de Jesús escribió al P. Provincial [Gracián] que residía en Granada, y a esta testigo, que había sentido repugnancia y dificultad de la obediencia en ir por Alba, porque tenía mucha necesidad y deseo de llegar presto a Avila» (doc. 109, p. 456).

66 Alberta Bautista (Mencía Ponce) natural de Medina del Campo, hizo su profesión el 6.ÍX.1569. Había sido elegida Priora el 14.X.1581 (8 votos de 9 vo­tantes). Según una larga nota biográfica escrita por el P. Gracián bajo el acta de su profesión, murió el 26.viii.1583.

67 Autobiografía, MHCT 6, Apéndice 2, p. 587.

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La carroza de la Duquesa les esperaba a la puerta; quince leguas las separaban de Alba, un camino de jo rnada y media. Unos pocos higos secos llevaban consigo, esperando hallar algo de com er durante el trayecto, pero « todo este día —dice su enferm era— por el camino no pude hallar ninguna cosa para darla de com er ». Dejemos que la m ism a Ana nos cuente este viaje:

« Fuimos de aquí [M edina] en una carroza, que llevó el camino con tan gran trabajo , que cuando llegamos a un lugarito cerca de P eñ aran d a68, iba la Santa M adre con tantos dolores y fla­queza, que la dio allí un desmayo, que a todos nos hizo h arta lástim a verla; y para esto no llevábamos cosa que la poder dar si no eran unos higos, y con eso se quedó aquella noche m, por­que ni aun un huevo se pudo hallar en todo el lugar. Y con­gojándom e yo de verla con tan ta necesidad y no tener con qué la socorrer, consolábame ella diciendo que no tuviese pena, que dem asiados de buenos eran aquellos higos, que m uchos pobres no tendrían tanto regalo70. Esto decía por consolarme; m as como yo ya conocía la gran paciencia y sufrim iento que tenía y el gozo que le era padecer, creía ser más su trabajo del que signi­ficaba. Y para rem ediarse esta necesidad, fuimos otro día a otro lugar; y lo que hallam os para com er fue unas berzas cocidas con harta cebolla, de las cuales comió, aunque era m uy contra­rio para su mal. Este día llegamos a Alba... que era víspera de San Mateo » 71.

68 Se supone que este lugarillo fue Aldeaseca de la Frontera.69 Los subrayados de este texto son míos.70 El texto paralelo a éste en Autobiografía (MHCT 6, Apéndice 2) es el

siguiente: « Y en una noche estando en un pobre lugarillo, no se halló cosa que comer, y ella se halló con gran flaqueza y díjome: ' Hija, deme si tiene algo, que me desmayo y no tenía cosa sino unos higos secos, y ella estaba con calentura. Yo di cuatro reales, que me buscasen dos huevos, costasen lo que costasen. Yo, cuando vi que por dinero no se hallaba cosa y que me lo volvían, no podía mirar a la Santa sin llorar, que tenía el rostro medio muerto. La aflicción que yo tuve en esta ocasión no la podré encarecer, que me parecía se me partía el corazón, y no hacía sino llorar de verme en tal aprieto, que la veía morir y no hallase cosa para acudiría. Y ella me dijo con una paciencia de un ángel: ' No llores, hija, esto quiere Dios ahora ’ ».

71 Doc. 4, p. 186. En cuanto al uso que hizo Ribera en su biografía teresia- na de este texto de Ana, cf. arriba pp. 18-19.

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3 8 JUAN LUIS ASTIGARRAGA

Diario en Alba de Tormes (21 Sept.-5 = 15 Octubre)

2 1 V i e r n e s (San Mateo)

Llegada al monasterio

El prim er escollo con que uno tropieza al querer iniciar un dia­rio desde el m om ento en que la M. Teresa en tra en Alba, es el de la fecha de su llegada. No puede afirm arse que es unánim e la aseve­ración de que llegó « víspera de San Mateo », ni tam poco se han de tilda r de descuidados los testigos que afirm an haber llegado « día de San M ateo ». Es, pues, necesario tra ta r brevem ente de esta cuestión.

Ana de san Bartolomé, com pañera de viaje de la Santa, dice que llegaron « víspera de San Mateo », 20 de septiem bre. La sobrina de la Santa, Teresita, que tam bién venía con ellas, afirma otro tanto en su declaración de 1596 72. El P. Ribera, al describir en su libro el últim o viaje de la Santa hacia Alba, lo hace apoyándose en los datos ofrecidos por Ana, a la cual sigue tam bién en lo de « víspera de San Mateo » 73. En cuanto a la declaración de Constancia de los Angeles, m onja de Alba, repite lo mismo, pero basándose a su vez en Ribera, de quien prácticam ente tom a su d ich o 74.

Sin embargo, D. Juan Carrillo, tesorero y canónigo de la santa iglesia de Avila, apoyándose precisam ente en Ana, declara lo siguien­te: « Llegó al m onasterio de Alba la dicha Teresa de Jesús (según este testigo oyó a la com pañera que traía, que se dice Ana de san Bartolom é, y es público y notorio, y por haberlo oído a ella y o tras personas fidedignas) el día de San Mateo » 75. El P. Jerónim o Gra- cián, a los pocos meses de m uerta la Santa, y de nuevo a distancia de dos años, afirma categóricam ente: « Llegó a Alba día de San Ma­teo », « Llegó la santa M adre de Jesús a la casa de Alba día de San Mateo apóstol » 76. Otro tanto declara Catalina de san Angelo, m onja de Alba: « E n tró en este m onasterio día de San Mateo, y esto lo vio esta testigo por esta r en esta casa y m onasterio como m onja de él » 77. Juan de Ovalle, cuñado de la Santa, alega tam bién que « estu­

72 Cf. doc. 4, p. 186 y doc. 154, p. 575 respectivamente.73 Cf. doc. 6, p. 202.74 Cf. doc. 141, p. 542.73 Doc. 68, p. 336.76 Doc. 2, p. 13, y doc. 3, p. 51.77 Doc. 84, p. 393.

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ULTIMOS DIAS Y MUERTE DE SANTA TERESA 3 9

vo desde el día de San Mateo que vino, hasta el día de San Fran­cisco que m urió. Y esto declara y lo sabe por lo ver y estar residente en esta villa » 78.

En conclusión, considerados los testim onios arriba señalados, la balanza parece inclinarse más bien a la parte que señala el « día de San Mateo » como fecha más probable de la llegada de la Santa a Alba. A ello, por tanto, me atendré aquí.

« / Válame Dios, qué cansada m e siento ! »

Cedo sin m ás la palabra a las fuentes narrativas de Gracián, Ana y Ribera. Escribe el P. Gracián:

« Llegó la santa M adre Teresa de Jesús al m onasterio de Alba día de San Mateo apóstol a las seis de la tarde del año de 1582. Recibiéronla las H erm anas con la reverencia y devo­ción que solían, tom ando su bendición y besándole la mano, la cual ella la daba con m ucha alegría y apacibilidad, que lo solía hacer pocas veces, diciéndoles palabras muy am orosas. Venía muy cansada del camino y fatigada de m uchos dolores; y así, se acostó luego im portunada de sus hijas, diciéndoles: « ¡ Oh, vála­me Dios, hijas, y qué cansada m e siento y qué de años ha que no me acosté tan tem prano! Bendito sea Dios que he caído m ala entre ellas » 79.

78 Doc. 87, p. 402.79 Doc. 3, p. 51. —i Eran 17, al menos, las religiosas que componían la comu­

nidad de Alba al tiempo que llegó allí la Santa Madre. Helas aquí según el orden de su profesión religiosa; añádese el lugar de donde eran naturales y la edad que contaban cuando llegó la M. Teresa a Alba. 1. María del Sacramento (Xuárez), prof. de la Encarnación de Avila, renunció a la mitigación en 1572, enferma y anciana de más de 70 años. 2. Juana del Espíritu Santo (Yera) priora: n. de Avila, prof. de la Encarnación de Avila, renunció a la mitigación en 1572, 40 años de edad. 3. María de san Francisco (Baraona) n. de Valladolid, prof. de Medina en enero 1571, 35 años. 4. María de san Francisco (Ramírez) n. de To­ledo (dice haber profesado en Salamanca, pero allí no consta su profesión), 33 años. 5. Mariana de la Encarnación (Velázquez) n. de Alba, prof. 1572, 30 años. 6. Inés de Jesús (Pecellín) n. de Alba, prof. 1572, 30 años. 7. Catalina Bau­tista (Hernández) lega, n. de Piedrahita, prof. 1573, 29 años. 8. María de san Alberto (Saucelle) n. de Alba, prof. 1573. 9. Inés de la Cruz (Arias) n. de Fonti- veros, prof. 1573. 10. Catalina de san Angelo (Mejía) n. de Villacastín, prof. 1575, 32 años. 11. Catalina de la Concepción (Pamo Arias) n. de Fontiveros, prof. 1577 (murió en 1583) 22 años. 12. Constancia de los Angeles (Centeno) n. de Ciudad Rodrigo, prof. 1578, 21 años. 13. Teresa de san Andrés (Aponte) n. de Salamanca, prof. 1578. 14 Isabel de la Cruz (Morales) n. de Ciudad Rodrigo, prof. 1579, 39 años. 15. Ana de san Jerónimo (Solano) lega, n. de Villacastín, prof. 1581. 16. Isabel de san José (Aponte) n. de Aldeanueva, prof. XII.1582. 17. Juana de san Pedro (Cornejo) n. de Diego Alvaro, prof. XII.1585. — Añá­

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4 0 JUAN LUIS ASTIGARRAGA

Ana de san Bartolom é recuerda:

« ...llegamos a Alba, y tan m ala nuestra Madre, que no estuvo para entre tenerse con sus m onjas. Dijo que se sentía tan quebran­tada, que a su parecer no tenía hueso sano » 80.

Ribera describe así la escena:

« Llegó muy cansada y congojada con la enferm edad que traía; y luego la Priora, que era entonces la m adre Juana del E spíritu Santo, y las m onjas, la pidieron m ucho que se acostase, y ella lo hizo diciendo: « ¡ Válame Dios, y qué cansada m e siento ! Más ha de veinte años que nunca me acosté tem prano, sino ahora » 81.

22 S á b a d o (y d í a s s i g u i e n t e s )

« Cayendo y levantándose »

A decir verdad, no son m uchos los testim onios que nos quedan respecto a los prim eros ocho días de su estancia en Alba. A pesar de su enferm edad, la Santa se resistía a dejarse vencer por ella. Se acostaba, se levantaba, comulgaba todos los días y hasta rezaba el Oficio divino; volvía a guardar cama, pero aún sacaba fuerzas para acudir al locutorio a recibir alguna visita y atender ciertos negocios. Día tras día aguardaba a sentirse algo m ejor para ponerse en cami­no hacia su m eta, Avila. Pero no lo consiguió: el día 29 se acostó para no levantarse más.

He aquí le resum en que los tres cronistas hacen de estos prim e­ros días:

Gracián: « Anduvo ocho días levantada, y rezaba el Oficio divino aunque andaba muy mala. Y era tan ta su flaqueza, que no dejaba en tender a los médicos la calentura que tenía » 82.

Ana: Desde que llegó « anduvo en pie con todo su trabajo hasta el día de San Miguel » 83.

danse a éstas las dos huéspedas Ana y Teresita. Ana de san Bartolomé (Gan cía) n. de Almendral (Toledo), prof. de San José de Avila en viii-1572, 32-33 años. Teresa de Jesús (Ahumada) n. de Quito (Ecuador), profesó poco después en San José de Avila (5.XÍ.1582), casi 16 años.

80 Doc. 4, p. 186.81 Doc. 6, p. 202.82 Doc. 3, p. 51.85 Doc. 4, p. 186.

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Ribera: « A la m añana se levantó y anduvo m irando la casa, y fuésea misa y comulgó con m ucho espíritu y devoción; y de esta m anera anduvo cayendo y levantando, pero comulgando cada día con su acostum brada devoción, hasta el día de San Miguel » 84.

En cuanto al contacto que la Santa m antuvo aquellos días con algunas personas de fuera del convento acudiendo a la re ja del locu­torio, hay una declaración del capellán de las m onjas que está en desacuerdo con lo que éstas declaran. D. Pedro Sánchez dice saber, en cuanto capellán de la dicha casa, que durante el tiem po que estuvo en Alba « siem pre estuvo en clausura, y no la veía ningún lego sino el médico, y los frailes que la en traban a confesar y ayudar a m orir » 85.

No debió de ser así, sino que, como declara Juana del E spíritu Santo, p rio ra del convento en aquellos prim eros días, « duran te la dicha enfermedad... todavía se levantaba e iba a negociar a la red los negocios que le sucedían de la Orden; y así, podía hablar con legos y clérigos, porque cuando se vino a echar en la cama era a lo postrero » 86. Lo cual viene confirmado por M aría de san Francisco, a quien « le parece que... estaría m ala como ocho o diez días, y que con todo eso, venía a la red a negociar y al torno, y así podían hablar con e l la » 87. Catalina de san Angelo, religiosa tam bién en Alba, ignora « si algún seglar la habló en el tiem po de su enferm e­dad m ás de la Duquesa de Alba y Teresa de Láiz... y algún Padre de la Orden y el confesor » 88. Sobre la visita de la Duquesa hare­mos mención en su lugar, así como de la asistencia espiritual del P. Antonio de Jesús.

Un día de éstos habló, pues, con doña Teresa de Láiz, la señora que dejó la renta para la fundación de Alba. Es de suponer que tra ta ría con ella sobre todo de la situación nada halagüeña de aquella casa: en el convento había inquietudes y asim ientos, alim en­tados tal vez por la m isma Teresa de Láiz, que a la Santa le hacían muy poca gracia. Se lo había escrito con toda franqueza en la carta

84 Doc. 6, p. 202.85 Doc. 105, p. 448. Una vecina de Alba, Antonia Várez de Mercado, declara

lo mismo por habérselo oído decir a las mismas monjas: « Dijo que a las monjas del dicho monesterio... oyó esta testigo decir cuando la dicha M. Teresa de Jesús estaba enferma, que estaba en clausura y que ninguna persona seglar la podía hablar» (doc. 102, p. 440).

86 Doc. 97, p. 430.87 Doc. 98, p. 432.88 Doc. 96, p. 428.

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4 2 JUAN LUIS ASTIGARRAGA

del 6 de agosto, hacía tan sólo mes y medio. Se acercaba tam bién la fecha de las elecciones conventuales: elección de priora, supriora y tres clavarias. Aunque de hecho —como en su lugar se verá— no quiso la M. Teresa inm iscuirse en la elección de la nueva p rio ra y se desentendió com pletam ente de ello, es muy probable que con doña Teresa tocara tam bién este punto. Bien recordaba ésta lo que la Santa le escribía en la citada carta:

« Si vuestra m erced la tiene [pena] de pensar ha de quedar por priora la m adre Juana del E sp íritu Santo, no la tenga, por­que ella m e ha escrito que por cosa de la vida no to rnará a tom ar ese oficio. No sé qué m e diga de esas m onjas; tem o que no ha de d u ra r ahí priora, porque todas huyen ».

Con la m ism a franqueza le hablaría, sin duda, cuando se encontraron.

2 7 J u e v e s

Visita del P. Agustín de los Reyes

La tarde de este d ía tuvo una visita de negocios en el locutorio con el Rector del Colegio carm elitano de San Lázaro de Salamanca, P. Agustín de los Reyes. Se tra tab a de arreg lar el engorroso proble­m a de la casa recién com prada por la P riora de Salamanca, Ana de la Encarnación, contra el parecer de la S a n ta 89. El P. Agustín había escrito a la M adre sobre ello. E lla les había respondido que no les estaba bien casa en aquel sitio, porque era de mucho ruido para su quietud y oración. A pesar de todo, y por ciertas obligaciones adquiridas, la com pra se efectuó.

« Y este testigo —declara el P. Agustín— fue a in terceder con la dicha M adre que las perdonase, que no habían podido hacer o tra cosa, que la necesidad les había forzado. Estuvo sobre esto m ás de tres horas con la dicha Madre, y no hubo orden de aca­b a r con ella de decir o tra cosa sino que no habían hecho bien en efectuar aquella com pra; que no les estaba bien, como se lo había dicho, para su quietud y recogimiento y oración que profesaron. Finalmente, no teniendo este testigo m ás que ale­garle, le dijo: « Ahora, Madre, yo digo que todo eso es así, pero ya está hecho. A cosas hechas ¿ qué remedio hay ? Y pues no

89 Cf. Carta del 1.IX.1582.

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le hay, V.R. consuele a sus hijas y no las aflija ». Respondióle con estas formales palabras: « ¿ E stá hecho, hijo ? Pues no está hecho ni se hará, ni pondrán pie en la casa, porque no es volun­tad de N uestro Señor ni les es tá bien ».« Fue negocio m aravilloso —continúa en su deposición el P. Agus­tín—, porque otro jueves, a cabo de ocho días, m urió la dicha Santa Madre, y a cabo de otros ocho días estaba el negocio tan deshecho como si jam ás de él se hubiera tratado..., y habían tratado de él cuatro o cinco años... Y lo que adm ira es, que nunca m ás nadie abrió la boca sobre ello, ni en traron en la casa ni pusieron pie en ella » 90.

2 8 V i e r n e s

Visita de doña Juana de Ahumada [?]

O tra visita fam iliar, íntim a, recibió la Santa antes de verse im ­posibilitada del todo para acercarse al locutorio: la de su herm ana Juana de Ahumada, casada y residente en Alba. Hay un dato cierto que refiere la m ism a doña Juana, y es que « nunca la vio, el tiem po que estuvo en esta villa, si no fue una vez » 91.

En cuanto a la fecha de esta única visita, Ana de san Bartolom é dice lo siguiente: « Estando enferm a la dicha Teresa de Jesús... la fue a ver un herm ana suya que está casada en Alba tres días antes que m uriese » 92. Difícilmente puede sostenerse tal fecha, si —como afirma la m ism a Ana y otros testigos— se acostó el día 29 para no levantarse m á s 93. En todo caso, si la fue a ver tres días antes de su m uerte, tuvo que ser dentro de la clausura. Sin embargo, ni la m ism a doña Juana ni nadie señala este detalle, al contrario de lo que sucedió con la visita de la Duquesa de Alba. Creo, por tanto, que hay que anticipar la fecha de esta visita por lo menos al día ante­rio r a San Miguel.

De lo que pudieron tra ta r aquellas dos alm as que tan bien se entendían, puede cada uno dar rienda suelta a la propia im agina­ción. Lo cierto es cuanto la m ism a doña Juana declara sobre la conversación que tuvieron:

« Dijo ella m ism a a esta testigo, que la habían hecho venir por esta villa muy contra su voluntad... y que... pensaba de pasar de

99 Doc. 155, p. 579-580.91 Doc. 86, p. 399, n. 12.92 Doc. 72, p. 357.93 Cf. nota 101.

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4 4 JUAN LUIS ASTIGARRAGA

aquí al m onasterio de San José de Avila a dar la profesión a Teresa de Jesús, su sobrina » 94.

A propósito del tem a de conversación en tre las dos herm anas, Ana de san Bartolom é afirma lo siguiente:

« Y tratando de cosas, dijo la dicha M. Teresa de Jesús hablan­do con la dicha su herm ana: « Herm ana, no tengáis pena, que en estando yo un poco m ejor, nos irem os todos a Avila, que allá nos hemos de ir a en terrar todos a aquella mi casa de San José ». Y daba m ucha priesa porque la tru jesen al dicho mo­nasterio de San José de Avila » 9S.

Sin embargo, el único tem a de conversación que doña Juana excluye haber tenido con su herm ana es el del lugar de su en terra­miento. Declara que en aquella ocasión « no tra tó de este particu ­la r », aunque confiesa que sí hablaron de ello cuando iba a hacer la fundación de Burgos, dándole a entender que tenía intención de en terrarse en Avila96.

En el contexto de esta declaración de doña Juana de Ahumada —« pensaba de pasar de aquí al m onasterio de San José de Avila »— habría que situar quizá varias declaraciones referentes a una rela­tiva m ejoría en la salud de la Santa M adre y a sus deseos de llegar cuanto antes a Avila. Los ruegos de la Santa a su enferm era de que en cuanto la viese capaz la llevase a su casa de Avila, se repe­tían seguram ente en medio de su relativa actividad, antes de su caída definitiva en el lecho de m uerte.

Ana de san Bartolom é lo testifica en más de una ocasión:

« En el tiem po que estuvo en Alba daba m ucha priesa p o r venir a Avila, y se lo decía a esta testigo, que en estando m ejor se había de ir a su m onasterio » 97.« Siem pre y muy de ordinario decía a este testigo, como a su compañera... que la daba gran pena el no venir a Avila, y que en estando un poco m ejor la buscase una litera en que viniese a su m onasterio de San José de Avila por venir echada, que estaba m uy mala, que decía que no se hacía en otra p arte y que la daba m ucha pena las cosas del m onasterio de San José que serían necesarias y no las podía venir a proveer; y en aquella sazón m urió sin poderse poner en camino » 98.

« Doc. 86, p. 349, n. 10.95 Doc. 72, p. 357.96 Cf. doc. 86, p. 399, n. 12.99 Doc. 72, p. 356, n. 10.98 Doc. 72, p. 354.

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Este tem a de la vuelta a Avila debió de ser casi obsesivo en la m ente de la Santa durante algunos días y el asunto ordinario de sus conversaciones, no sólo con su enferm era sino tam bién con otras religiosas ".

29 S á b a d o (San Miguel)

Se acuesta para no levantarse más

El día de San Miguel tuvo todavía fuerzas para ir a comulgar.

« Viniendo de hacerlo —escribe su enferm era— se echó luego en la cama, porque no venía para o tra cosa, que le dio un flujo de sangre, de lo cual se entiende que m urió » l0ü.

La m ism a Ana declara en otro lugar:

« Estuvo enferm a desde el día de San Miguel en la cama, por­que antes andaba mala, pero aquel día comulgó y cayó en la cama y nunca más se levantó » 101.

Teresa de Jesús, la sobrina de la Santa, testifica otro tanto:

« El día de San Miguel, habiendo como las demás comulgado, cayó del todo en la cama, y allí con gran paciencia y afabilidad padecía su mal, y del quebrantam iento del camino echó m ucha sangre » 102.

El P. R ibera copia casi al pie de la le tra del escrito de Ana y dice:

« ...el día de San Miguel, que habiendo oído m isa y comulgado, se echó en la cama, porque no venía para o tra cosa, que la dio un flujo de sangre de que se entiende que m urió ».

99 Vuelve de nuevo a insistir Ana de san Bartolomé: « Decía que no la daba nada pena sino su monesterio de Avila y el no estar para poderse poner en camino para irse a él, y decía tener mucha pena dello y lo daba mucho a entender» (doc. 72, p. 355). Juan Carrillo: «Oyó decir a las religiosas que estuvieron presentes, que... trataba y decía que le daba pena la provisión de pan y cosas necesarias de su casa de Avila y venía con cuidado de la provi­sión d ella» (doc. 68, p. 337). Ana de Encarnación: «Estando en la villa de Alba se había sentido un poco mejor, y había dado muestra de haber gana que la llevasen al monesterio de San José de la dicha ciudad de Avila » (doc. 80, p. 377). Jerónima de Jesús: « Oyó decir que, sintiéndose algo mejor, daba prisa para que la llevasen a Avila» (doc. 82, p. 385). Juana del Espíritu Santo: « Decía... que tenía gran deseo de ir a Avila a dar la profesión a una sobrina suya, y así se lo oyó esta testigo » (doc. 90, p. 408).

ido Doc. 4, p. 186.101 Doc. 73, p. 355.102 Doc. 154, p. 575.

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4 6 JUAN LUIS ASTIGARRAGA

Constancia de los Angeles parece copiar a su vez la frase de Ri­bera, y repite:

« ...el día de San Miguel, que, después de haber oído misa y comulgado, se echó en la cama » 103.

A los pocos meses de m uerta la M. Teresa, el P. Gracián alude tam bién al flujo de sangre, indicando que sucedió « ocho días antes que m uriese ». Parece sin em bargo m ás ajustado a la realidad situar este hecho en el mismo día en que lo señalan los demás. Dice así: « Ocho días antes que m uriese dióle un flujo de sangre, pero ni ella ni los médicos ni nadie conoció q u e era m uerte » 104. A este mismo día de San Miguel parece se ha de a tribu ir lo que el mismo Gracián refiere en o tra parte: « Pidió que la sangrasen, por el quebran ta­m iento que traía. Hiciéronlo, y m andaron que se estuviese en la cama, porque eran grandes las congojas y dolores que padecía » 10S.

30 D o m i n g o

E n la enfermería alta

La única referencia a este día la hallam os en el P. Gracián:

« Pidió la subiesen a una enferm ería alta que tiene una re ja que sale al a ltar m ayor para ver m isa, de donde la vio, y todo un día estuvo em bebida en oración. Estuvo en esta enferm ería dos días y una noche, y desde esta oración nunca más hizo caso de lo que los médicos decían de su vida » 106.

E sta enferm ería alta se halla todavía hoy en el fondo de la igle­sia, con sus rejas a m odo de tribuna o coro alto, frontero al a ltar mayor. El motivo que tuvo la Santa para pedir la subiesen allí fue quizá el de su deseo de no d ejar pasa r el día del Señor sin oir misa. El efecto que le produjo fue un em bebecim iento que le duró todo un día. E ntretanto , las m onjas de Alba se disponían a elegir su nueva priora.

103 Doc. 6, p. 202 y doc. 141, p. 543 respectivamente.104 Doc. 2, p. 14.ios Doc. 3, p. 51-52.i“ Doc. 3, p. 52.

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ULTIMOS DIAS Y MUERTE DE SANTA TERESA 4 7

1 Oct., Lu n e s

Elección de Priora en Alba

E ntre quienes tra tan del argum ento de los últim os días de la Santa en Alba, hay quien ignora com pletam ente el hecho de la elección, y quien la supone haberse realizado con varios días de antelación a esta fecha, dando además a entender que la Santa Madre presidió en ella. En realidad no fue así.

Para situar la fecha precisa de dicho acontecim iento no es po­sible servirse del Libro de elecciones conventuales de Alba: faltan las actas de las elecciones prim itivas. Pero es posible recabarlo indi­rectam ente. Para ello hay que trasladarse a una escena que tuvo lugar el 3 de octubre, al m om ento en que tras habérsele adm inistrado la extrem aunción, se le p regunta a la M adre dónde quiere ser enterrada- Una de las protagonistas del breve diálogo que entonces tuvo lugar con la Santa es Juana del E spíritu Santo. Tres de las testigos p re­senciales de la escena dejan caer como por descuido el inciso que nos interesa. Una de ellas es Catalina de san Angelo, quien dice refi­riéndose a la M. Juana del E spíritu Santo: « que había tres días que acababa de ser priora », y de nuevo algo m ás abajo sin precisión de fecha: « que había salido de p rio ra » w . El significado del verbo « sa­lir », en este caso, no es el de ser elegida, sino, al contrario , el de d ejar el oficio. M ariana de la Encarnación refiriéndose a la m ism a M. Juana, dice: « que había salido de p rio ra poco había » I08, y Ma­ría de san Francisco, con m ás precisión, declara: « Y que la priora que había salido dos o tres días había, le había respondido... » 109.

Una vez precisada la fecha de la elección, veamos si de hecho la Santa asistió o tomó parte en ella.

E ntre los motivos que el P. Gracián dice tuvo el P. Antonio p ara hacerla cam biar de ru ta obligándola a venir a Alba, fue « por­que se había de hacer elección de p rio ra en el convento » y por eso « la m andó que desde M edina del Campo fuese a Alba prim ero que a la ciudad de Avila para hacer aquella elección » 110. Sin embargo, la Santa no participó en ella. Aparte de hallarse tan enferm a el día en que se celebró, parece que no quiso tom ar parte en dicha elección. Así lo declara su enferm era:

i»? Cf. doc. 96, p. 428.ios Doc. 100, p. 435.iw Doc. 98, p. 432. no Doc. 92, p. 415.

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4 8 JÜAN LUÍS ASÍ’IGARRAGA

« Y estando en el dicho m onasterio de Alba... se nom braron muchos oficios de él y hubo m uchos negocios de calidad, y nunca se quiso entrem eter en cosa ninguna » ul.

Aún con más claridad que Ana testifica esto mismo D. Juan Carrillo:

« Oyó decir a las religiosas que estuvieron presentes, que aun­que hicieron p rio ra en aquellos días que allí estuvo, que debie­ron de ser doce o trece días, no tra tó ni habló palabra en la dicha elección ni en cosas de ella ni de la casa m ás que si no estuviera a l l í» m .

También el M aestro Daza está enterado de ello, y declara:

« Y quien venía con ella dijo a este testigo que nunca pudieron las m onjas de Alba acabar con ella que entendiese en cosas tocantes al dicho m onasterio los pocos días que estuvo en Alba..., con haber elección de p rio ra en aquella sazón » 1U.

El P. Gracián da el nom bre de la nueva priora: Inés de Jesús (Pecellín); lo sabe porque « le escribieron después las dichas m onjas como a Prelado » m .

Visita ele la Duquesa « v i e j a» de Alba

Después de que la Duquesa se enteró de la gravedad de la M. Te­resa, vino a verla. Quizá la v isitara en más de una ocasión, pero si nos ceñimos a las declaraciones m ás prim itivas al respecto, que son las de 1587, solam ente se hallan tres declarantes, las cuales apenas saben decir o tra cosa sino que la visitó estando la Santa en la cama. Una de ellas es la recién elegida priora, Inés de Jesús.

« E sta testigo vio que estando m ala la dicha M. Teresa de Jesús, la Duquesa vieja de Alba la visitó en su celda estando ella en la cama, pero lo que tra tó con ella esta testigo no lo sabe » 115.

Si la M. Inés no sabe lo que trataron , M aría de san Francisco (Ramírez) se acuerda de algún detalle escuchado a la m ism a Duquesa:

ni Doc. 72, p. 354-355.»2 Doc. 68, p. 337.113 Doc. 66, p. 326. ni Doc. 92, p. 415, n. 10. ns Doc. 99, p. 433.

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ULTIMOS DIAS Y MUERTE DE SANTA TERESA 4 9

« Se acuerda esta testigo que la dicha Duquesa vieja les envió a decir o dijo que la dicha M. Teresa de Jesús le había dado palabra y prom etido de se venir a la dicha casa de la E ncar­nación de esta dicha villa de asiento » U6.

La declaración de Juana del E spíritu Santo es concisa en extremo:

« La Duquesa de Alba, la vieja, la visitó en la cam a » U7.

2 M a r t e s

Ultima confesión y recrudecimiento de la enferm edad

Los datos referentes a este día pueden resum irse así: Pasa gran parte de la noche en oración, se confiesa por la m añana con el P. An­tonio y conversa con él sobre su inm inente partida; se agrava la enferm edad de tal m anera que se le produce un desvanecimiento casi m ortal; la asisten los médicos, quienes ordenan deje la enfer­m ería alta.

He aquí la narración del P. Gracián:

« Salió de ella [de la oración] pidiendo que el P. fr. Antonio de Jesús, vicario provincial, que estaba allí, la entrase a confesar. E ntró luego, diciéndole que no nos dejase, sino que pidiese a Dios m uchos años de vida, pues era tan necesaria. Respondió que no era ya necesaria su vida, que no se cansasen en esto, que ya tenía cerca su partida.

»6 Doc. 98, p. 431.ni Doc. 97, p. 429. — Aunque el testimonio de Maria de san Francisco (Ba-

raona) sea tardío, por corresponder al Proceso hecho en Medina en 1610, lo ofrezco aquí a causa de su singularidad. Dice esta testigo que la Duquesa « vieja » doña María « venía muy a menudo a visitarla y darle la comida de su m an o». Narra luego lo que sucedió en una de estas visitas: « Mandaron los médicos se le echase una melecina de aceites de la botica, todos de malí­simo olor; y al tiempo de recibirla, se derramó toda por la cama de la Santa, y en este punto acertó a llamar Ja señora Duquesa. Congojóse mucho la Santa por ver que venía a tan mal tiempo. La testigo le dijo: ' No tenga pena, Madre, que antes huele como si hubiera rociado agua de ángeles ’. Y era así, que olía con gran fragancia. Y la Santa respondió: ' Alabado sea Dios, hija. Cubra, cubra, porque no huela mal y ofenda a la Duquesa, que harto me holgara que acá no viniera ’. En entrando la Duquesa, se sentó luego y co­menzó a abrazar a la Madre y juntarle la ropa. Y ella la dijo: ' No hagaV.E. eso, que huele muy mal con unos remedios que aquí me han hecho ’. Respondió la Duquesa: ' No huele sino muy bien, y antes me pesa que lehayan echado aquí olor, que no parece sino que se ha derramado aquí agua de ángeles y le puede hacer mal ’ » (Bibl. Nac. de Madrid, ms. 12763, p. 121- 122). Cita tomada de E f r é n -S t eg g in k , Tiempo y vida de S. Teresa (Madrid 1977, 2a ed.) p. 981.

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5 0 J u a n Lu i s a s t ig a r r a g a

E stando en estas pláticas, le dio una gran congoja, de m anera que se le comenzó a levantar el pecho I18. Vinieron los médicos con gran priesa y m andáronla b a ja r donde antes estaba, por estar fría la enferm ería. Dábanse priesa a aplicarle medicinas; ella sonreíase, haciendo un adem án con la mano, diciendo: « Quítense de ahí, que lo que no es no es ». Dióle perlesía en la lengua, que con dificultad hablaba. E sto fue el m artes » 119.

La pérdida del conocimiento y de la sensibilidad causadas por una suspensión m om entánea de la acción cardíaca, que el P. Gracián llam a congoja o paroxism o y dice haber durado dos horas, debió de dejarla extenuadísim a. Uno de los resultados fue la parálisis de la lengua.

El P. Ribera n arra la escena sin hacer alusión a estas congojas de m uerte:

« Tres días antes del día en que m urió, estuvo casi toda la noche en gran oración, y a la m añana dijo que la viniese a confesar el Padre fray Antonio de Jesús. Y entendióse que la había Nuestro Señor revelado su m uerte, porque unas herm anas oyeron decir al Padre fray Antonio, en acabándola de confesar, que suplicase a N uestro Señor no la llevase ahora ni les dejase tan presto; y la M adre respondía que ya ella no era m enester en este m undo » 12°.

Añade a continuación Ribera, que « desde entonces comenzó a decir a sus m onjas m uchos consejos santos, y aunque siem pre los decía, entonces, como quien estaba de partida, con m ás veras y con mayores m uestras de am or ». Lo cual se contradice, en cierta m a­nera, con lo que el P. Gracián cuenta de la « perlesía en la lengua, que con dificultad hablaba ».

Desde este m om ento, Ana, la fiel enferm era de la Santa, inten­sifica todavía más sus cuidados para con la Madre, sin abandonarla un instante. También a ella le confiesa la cercanía de su tránsito:

« Dos días antes que m uriese, me dijo estando a solas: ' Hija, ya es llegada la hora de mi m uerte ’. Eso me atravesó más y más

118 Dice en otra parte que « le dio un paraxismo que duró dos horas » (cf. doc. 2, p. 14).

lis Doc. 3, p. 52.ito Doc. 6, p. 202. El dicho de Constancia de los Angeles está calcado en

el libro de Ribera: « Estuvo una noche gran parte de ella en oración, y a la mañana dijo que llamasen al P. fray Antonio de Jesús... que quería confesarse. Y después de haberla confesado, diciendo el dicho Padre que pidiese a Nuestro Señor que la diese vida para que no dejase tan presto a sus hijas, respondió: Ya yo, Padre, no soy menester» (doc. 141, p. 543).

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U l t im o s d ía s y M u e r t e d é s a n t a t e r é s A S i

el corazón. No me apartaba un m em ento de ella; pedía a las m onjas me trajesen lo que había m enester, [y] yo se lo daba, porque en estarm e allí la daba consuelo » m .

3 M i é r c o l e s

E sta día, víspera de su m uerte, es el m ás abundante en detalles h is tó rico sm . Por la m añana se le aplican ciertos remedios. Por la tarde recibe el viático y al anochecer la extrem aunción, a la que sigue un breve diálogo sobre su enterram iento. La noche que sigue la pasa entre m uchos y grandes dolores.

Ventosas sajadas

Los médicos del pueblo, doctor Francisco Ramírez y licenciado M artín Arias m, m andan a Jerónim o Hernández, cirujano y barbero de 28 años, vaya a aplicar en el cuerpo de la enferm a unas ventosas. Se tra tab a de practicarle unas incisiones superficiales que facilitasen la salida de ciertos líquidos o hum ores. E ra un remedio doloroso. El mismo cirujano testificará años m ás tarde:

« En la enferm edad que tuvo, fue llam ado este testigo para que la sangrase y echase unas ventosas, como lo hizo por m andado y orden de los médicos que la curaban; y este testigo, cuando la fue a hacer la dicha sangría y echar las dichas ventosas, vio a la dicha Santa muy m ala y fatigada de la enferm edad que m urió » 124.

El P. Gracián n arra el hecho de esta m anera:

« El miércoles por la m añana la echaron unas ventosas sajadas, que adm itió de buena gana por ser m edicina penosa. Y desde esta hora comenzó a decir con mucho espíritu y repitiendo m u­chas veces estos versos: Cor contritum et hum iliatum , Deus,

121 Autobiografía de Amberes (cf. Apéndice 2, p. 589).122 Ante la imposibilidad de ofrecer en el texto — dado su gran número —

todas las declaraciones de los testigos presenciales desde este momento delviático hasta el de su enterramiento, habré de limitarme a dos o tres narra­ciones. Las más completas son las de Gracián y Ribera, quienes — como se ha dicho — aunque no fueron testigos presenciales de los hechos, recogieron escrupulosamente de labios de quienes lo fueron lo que sucedió en aquellos mo­mentos. Las declaraciones de las testigos conducen al mismo resultado: al de una narración casi idéntica a la que ellos nos dejaron.

123 Véanse sus respectivas declaraciones en doc. 146 y 147.124 Proceso en Alba, 1610 (cód. de Roma, f. 108).

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5 2 JUAN LUIS ASTIGARRAGA

non despides, y Cor m undum crea in me, Deus, y Ne proiicias me a facie tua, et spiritum sanctum tuum ne auferas a me » >25.

V i á t i c o , e x t r e m a u n c i ó n y ú l t i m a s p a l a b r a s

Viático

Pasado ya el m ediodía, la Santa M adre se sentía exhausta de fuerzas; había perdido m uchísim a sangre. Aunque había comulgado todos los días, pidió a la M. Juana avisase al P. Antonio le llevase el Santísim o Sacram ento. Ambos, ella y el P. Antonio, fueron del parecer que se podía d ilatar el viático hasta la m añana siguiente, pero la Santa no fue del mismo parecer y no lo consintió.

Declara la M. Juana: « Habiendo pedido con m uchas veras a esta testigo que hiciese que le llevasen el Smo. Sacram ento, y di- ciéndole esta testigo que a la m añana se le darían, nunca lo per­m itió » m . Otro tan to dice Isabel de la Cruz, pero refiriéndose al P. Antonio: « Pidió al dicho P. Vicario provincial... que... le diese el Smo. Sacram ento; y aunque quería el dicho Padre d ilatar el dársele para la mañana, nunca lo consintió » 127.

— La recepción de los dos sacram entos, viático y unción, están caracterizados en la Santa M adre por una serie de breves desahogos espirituales de índole diversa, que denotan sus últim os sentim ientos y preocupaciones.

Poniendo un poco de orden en las diversas y algo confusas decla­raciones de las testigos, se desprenden bien claros tres m om entos y tipos de sentim ientos de la Santa en este acto solemne: a) Estando esperando el Smo.: « H ijas m ías y señoras mías... ». b) Cuando en­tra el Smo.: « ¡ Oh Señor y Esposo mío... ! » c) Después de recibido el Smo.: « En fin, Señor, soy h ija de la Iglesia », y los versículos del M iserere « Cor contritum » etc. — Al anochecer, tras haber recibido la unción, se repiten los apartados a) y c).

a. - Estando esperando al Santísimo:

Gracián: « Este mismo día en la tarde pidió el SSmo. Sacram ento.Estándole esperando, decía a las H erm anas con palabras am orosas y con m ucha eficacia y lágrimas: « Herm anas,

>25 Doc. 3, p. 52.>26 Doc. 138, p. 534.>27 Doc. 142, p. 548.

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hijas y señoras mías. Perdónenm e el m al ejem plo que les he dado, y no deprendan de mí, que he sido la m ayor peca­dora del mundo y la que m ás m al ha guardado la Regla y Constituciones. Pídolas por am or de Dios, mis hijas, que las guarden con m ucha perfección y obedezcan a sus su­periores ». Esto repetía ella m uchas veces con gran fervor de espíritu » m .

Ribera: « Víspera de san Francisco, a las cinco de la tarde, pidióel Santísim o Sacram ento, estando ya tan mala, que en la cama no se podía m enear ni volver de una lado a o tro si no la volvían. Y entre tan to que se le traían , comenzó a decir a las m onjas, las m anos puestas: « H ijas mías y seño­ras mías, por am or de Dios las pido tengan gran cuenta con la guarda de la Regla y Constituciones; y no m iren el mal ejem plo que esta m ala m onja las ha dado, y per­dónenmele » 129.

b. - Cuando en tra el Santísimo.

Gracián: « E staba a este tiem po tan caída y m ortal, que no se podía levantar de la cama sin m ucha ayuda de las Herm anas, mas así como entró el SSmo. Sacram ento, se sentó con m ucha ligereza y grande fervor, y se le puso el rostro tan encen­dido y grave, que no se dejaba m irar; estaba venerable y hermosa, no como de la edad que tenía, sino como si fuera mucho más moza. E ran de tal m anera sus ím petus, que parecía querer saltar de la cama a recib ir a Su divina M ajestad, con el cual hablaba palabras de m ucho amor, como es diciendo: « ¡ Oh Señor y Esposo mío, ya es llegada la hora que salgamos de este destierro, y mi alma goce en uno contigo de lo que tanto he deseado ! » 13°.

128 Doc. 3, p. 52-53.129 Doc. 6, p. 203. Catalina de san Angelo declara: « La vio esta testigo

estar al tiempo de su enfermedad y cuando se quiso morir, estar con gran fer­vor y espíritu hablando con gran amor y ternura a las monjas, llamándolas hermanas y señoras mías, pidiéndoles muy encarecidamente la guarda de sus Reglas y Constituciones, animándolas a la pobreza» (doc. 140, p. 540).

130 Doc. 3, p. 52-53. — He aquí una serie de declaraciones de las testigos presenciales sobre la recepción del viático y las palabras que pronunció la Santa en aquella ocasión. Ana de san Bartolomé: « Dos días antes [de su muerte] pidió que le diesen el Santísimo Sacramento, porque entendía ya que se moría. Cuando vio que se le llevaban, enhestóse en la cama con gran ímpetu de espí­ritu, de manera que fue menester tenerla porque parecía que se quería echar de la cama. Decía con gran alegría: ' Señor mío, ya es tiempo de caminar. Sea muy enhorabuena y cúmplase vuestra voluntad ’ » (doc. 4, p. 186). Dice la misma en otra parte: « Vio esta testigo que... trayendo el Santísimo Sacramento para que le recibiera, fue tan excesivo el regocijo y alegría que recibió en sí en

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5 4 JUAN LUIS ASTIGARRAGA

Ribera: « Cuando le traían y vio en tra r por la puerta de la celdaaquel Señor a quien tanto am aba, con estar antes tan caída y con una pesadum bre m ortal y que no se podía revolver, se levantó en la cama sin ayuda de nadie, que parecía se quería echar de ella, y fue m enester tenerla. Púsosele un rostro m uy herm oso y encendido, y muy diferente del que antes tenía, y muy m ás venerable, no de la edad que ella era, sino de m ucho menos. Y puestas las manos, con gran­dísimo espíritu y llena de alegría... decía...: « ¡ Oh Señor mío y Esposo mío, ya es llegada la hora deseada ! ¡ Tiempo es ya que nos veamos, Señor mío ! Ya es tiem po de cami­nar; sea muy enhorabuena, y cúm plase vuestra voluntad, i Ya es llegada la hora en que yo salga de este destierro y mi alma goce, en uno con Vos, de lo que tanto ha deseado ! » 131.

verle, que se les iba a echar de la cama si no la detuvieran, con ansias fervo­rosas que parecía se la iba el alma tras Su Majestad d ivina» (doc. 153, p. 572). — Mariana de Jesús: «Y la vio esta testigo que... cuando le llevaron elSmo. Sacramento, habiéndolo pedido con mucha instancia y que no se lodilatasen, a el entrar por la celda se sentó en la cama con gran ligereza ella sola, habiendo menester antes ayuda de dos personas para rodealla, y sesentó en la dicha cama con un rostro que parecía más de hombre muy vene­rable que de mujer, y empezó a hablar con el Smo. Sacramento con palabras tan tiernas y suaves, que parecía se regalaba grandemente con ellas, diciendo:' ¡ Oh, Señor y Esposo mío ! Ya es llegada la hora de mi tan deseada. Hora es ya, Dios mío, que nos juntemos ’ y dando muchas gracias a Dios que le había hecho hija de la Iglesia, y repetíalo muchas veces» (doc. 134, p. 520). — María de san Francisco: « Y estando antes muy caída, así por la gravedadde la enfermedad como por su grande edad y ser muy cansada, no se podíarevolver en la cama;y llevándole el Smo. Sacramento, sin ayuda de nadie se sentó en la cama y no parecía sino que se había vestido de una nueva mujer y ánimo, con un rostro muy encendido, que causó admiración en todas, y le recibió con grande espíritu, diciendo: ' ¡ Oh, muy dulce Esposo de mi alma,que ya es tiempo que nos veam os! ’, y haciéndole muy particulares graciasporque la había hecho hija de la Iglesia. Repetía muchas veces aquel verso:' Ne proiicias me a facie tua ’ y otros versos muy para aquel tiempo, que esta testigo no tiene en la memoria » (doc. 135, p. 524). — Mariana de la Encarna­ción: « La vio que estando muy caída en la cama, sin poderse rodear por lagravedad de la enfermedad, y que siendo menester particular ayuda para revol­verse, cuando el Smo. Sacramento entró para que le recibiese, con extraordina­ria ligereza se sentó en la cama por sí, a solas, y con un semblante muy grave, como de varón venerable, muy encendida, que ponía y causaba admiración el mirarla, y comenzó a hablar al Smo. Sacramento con palabras muy tiernas y amorosas, diciendo: ' Señor mío y Esposo mío, tiempo es ya que nos veamos juntos ’, y otras palabras a este modo que a esta testigo no se le acuerdan » (doc. 136, p. 527).

131 Doc. 6, p. 203. — Otras deposiciones al respecto: Catalina Bautista decla­ra: « Con estar la dicha Madre de su enfermedad tan afligida y fatigada, yque si no era con grandísimo trabajo no la podían menear de la cama dosreligiosas, en entrando el Smo. Sacramento por su celda, se levantó encima de la cama, sentada ella sola, y con un rostro tan encendido que parecía estaba

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c. - Después de la comunión:

Gracián: « Después de haberle recibido, no cesaba de dar gracias a N uestro Señor que la había hecho h ija de la Iglesia » ° 2. (En realidad, Gracián aplica esa frase al m om ento de la unción). « Confesándose siem pre por gran pecadora y pi­diendo perdón del mal ejem plo que había dado a las Her-

con mucha salud, y empezó a decir grandes ternuras y palabras de mucho amor a N. Señor, diciéndole: 'Y a es tiempo, Señor y Dios mío, que nos juntemos y veamos ’, y otras cosas a este tono. Y recibió el Smo. Sacramento con grandísima devoción y amor de Dios, y después le dieron la extremaunción; y el tiempo que le duró la habla estaba diciendo a sus monjas guardasen sus Reglas y encomendándose a N. Señor con algunos salmos que d ec ía » (doc. 137, p. 530). — Juana del Espíritu Santo: « Cuando la llevaron el Smo. Sacra­mento... al entrar por la celda se sentó en la cama con gran ligereza ella sola, siendo antes menester dos para rodearla, con un rostro que parecía más de hombre muy venerable que de mujer, y comenzó a decir unas palabras muy tiernas y amorosas: ' ¡ Oh, Señor y Esposo mío, ya es llegada la hora que yo tengo tanto deseada ! Hora es ya que nos juntemos ’, y dando muchas gracias a Dios que la había hecho hija de la Iglesia; repetíalo muchas veces » (doc. 138, p. 534). — Inés de Jesús (priora recién electa): « Esta testigo la vio cuando entró el Smo. Sacramento para que le recibiese, que se levantó con tanto ímpetu y ligereza, que parecía que quería saltar de la cama, estando antes tan pesada por su edad y enfermedad que no la podían rodear en la cama. Y a este tiempo vio esta testigo que se le había puesto un rostro tan grave y muy diferente de el que antes tenía, como si fuera de una persona muy venerable que se hacía respetar, diciendo palabras muy tiernas y amorosas, las cuales esta testigo no tiene en la memoria ni pudo oir como las Madres y Hermanas por estar entonces ocupada con su oficio y el trabajo que tenían de por medio » (doc.139, p. 537). — Catalina de san Angelo: «Y en particular mostró grande espí­ritu cuando entró el Smo. Sacramento para recibirle, que se sentó en la cama con grande esfuerzo y ánimo y vistiéndose como de otra nueva mujer y muy diferente de como antes estaba, con un rostro muy hermoso que se hacía respetar y ponía gran devoción mirarla. Y púsose a hablar con el Smó. Sacra­mento con palabras muy regaladas, diciéndole: ' ¡ Dulce Esposo de mi alma, ya es tiempo que nos veamos ! ’, haciéndole muy particulares gracias porque la había hecho hija de la Iglesia. Decía muchas veces aquel verso: ' Ne proii- cias me a facie tua ’ y otro verso: ‘ Cor mundum crea in me, Deus ' » (doc.140, p. 540). — Isabel de la Cruz: « ...a la entrada que entró el Smo. Sácrá- mento por su celda, que, estando muy caída por la gravedad de la enfermedad, que no la podían dos monjas levantar, se sentó sola en la cama con tanto fervor que parecía que se quería echar de ella, poniéndosele un rostro tan hermoso, que parecía había tomado nueva figura, pareciendo de muy menos edad que tenía. Comenzó a hablar con gran espíritu y regalo con él Smo. Sacra­mento, diciendo: ' Señor mío y Esposo mío, hora es ya que nos juntemos ’. Dábale muchas gracias porque la había hecho hija de la Iglesia. Y llamó a todas las monjas y hablólas con mucho espíritu y regalo, diciéndolas: ' Hijas y señoras mías, encomiéndoles mucho la guarda de su Regla. No miren a mi mal ejem plo’. Y decía otros versos con mucho espíritu» (doc. 142, p. 548). — Pueden verse también las declaraciones de Constancia de los Angeles (influen­ciada por el texto de Ribera) (doc. 141, p. 543) y de Teresa de Jesús, la sobrina de la Santa (doc. 154, p. 575-576).

Doc. 3, p. 53.

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m anas y que no m irasen a ella, m as que les pedía por las llagas de Jesucristo que guardasen las Constituciones. Y esto con gran fuerza de espíritu , confesándose por h ija ca­tólica de la Iglesia, dando gracias a Dios por sus sacra­m entos » I33.

Ana: « Daba m uchas gracias a Dios por verse h ija de la Iglesia y que m oría en ella, diciendo que por los m éritos de Cristo esperaba ser salva, y pedíanos a todas que lo suplicásemos a Dios que la perdonase sus pecados y que no m irase a ellos, sino a su m isericordia. Pedía perdón a todas con m ucha hum ildad, diciendo que no m irasen lo que ella había hecho y el mal ejem plo que las había dado » 134.

Ribera: « Dábale m uchas gracias porque la había hecho h ija de laIglesia y porque m oría en ella; y m uchas veces repetía esto: « En fin, Señor, soy hija de la Iglesia ». Pedía con m ucha devoción perdón a N uestro Señor de sus pecados, y decía que por los m erecim ientos de Jesucristo nuestro Señor es­peraba ser salva, y a las H erm anas las pedía rogasen esto a N uestro Señor, y con m ucha hum ildad las pedía perdón. Después, pidiéndola las H erm anas que las dijese algo, no las quiso decir más de que guardasen muy bien la Regla y Constituciones y obedeciesen siem pre a sus prelados; y esto decía algunas veces. En todo este tiem po repetía m uchas veces estos versos: « Sacrificium Deo spiritus con- tribulatus... Cor contritum ... Cor mundum... Y particu lar­m ente este medio verso « Cor contritum et hum iliatum , Deus, non despides » no se le cayó de la boca hasta que se le quitó la habla » 13S.

133 Doc. 2, p. 14.134 Doc. 4, p. 186.135 Doc. 6, p. 203. — Escribe su enfermera, Ana: « Como vieron las herma­

nas que se moría, pidiéronla mucho que les dijese algo para su aprovechamiento. Y lo que las dijo fue que por amor de Dios las pedía guardasen mucho su Regla y Constituciones; no les quiso decir otra cosa. Después de esto, todo lo que más habló fue repetir muchas veces aquel verso de David que dice:' Sacrificium Deo spiritus contribulatus. Cor contritum et humiliatum, Deus, non despicies ’, especialmente desde ' cor contritum ’. Esto era lo que decía, hasta que se le quitó el habla » (doc. 4, 186-187). — Mariana de la Encarnación declara: « Repetía muchas veces aquel verso: ' Cor mundum crea in me, Deus ’, y otro que decía muy a menudo: ' Ne proiicias me a facie tua ’ y ' Cor contri­tum et humiliatum ’, etc. Decía, puestas las manos, muchas veces: ' Bendito sea Dios, hijas mías, que soy hija de la Iglesia ’. Mirando con mucho amor lasmonjas que estaban rodeadas a ella hincadas las rodillas, y ella puestas lasmanos, sentada en la cama, como había quedado de cuando recibió el Smo. Sacramento, decía: ' Hijas y señoras mías, encomiándoles la guarda de la Regla y Constituciones. No miren a mí, que soy tan mala monja y dado tan mal ejemplo y esto algunas veces, con mucho encarecimiento » (doc. 136, p. 527-528).

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Extrem aunción

Gracián: « Y a las nueve de la noche pidió el óleo. Cuando se lo daban, ayudaba a decir los salmos y lo demás que allí se dice. Después de haberle recibido, no cesaba de dar gracias a Nuestro Señor que la había hecho h ija de la Iglesia » 136. •— « Ayudábase a olear y respondía a lo que decían; y si tuviera lengua dijera mil lindezas, m as quiso Dios que le dio la perlesía en la lengua, y así no hablaba sino muy poco, y esto con m ucha pena » 137.

Ana; « Antes que se le quitase [el habla] pidió la extrem aunción y recibióla con gran devoción » 13S.

Ribera; « Pidió la extrem aunción, y recibióla con gran reverencia a las nueve de la noche el mismo día, víspera de san F ran­cisco, y ayudaba a decir los salmos y respondía a las oraciones; y en recibiéndola, tornó a dar gracias a N uestro Señor porque la había hecho h ija de la Iglesia » 139.

« ¿ Y aquí no me darán un poco de tierra ?»

Al cabo de un ra to que la olearon, tuvo lugar un diálogo sobre el lugar de su enterram iento. Las palabras que en esta ocasión pro­nunció la Santa adquirieron un relieve especial en el Pleito que Avila y Alba m antuvieron cinco años más tarde sobre la posesión de su cuerpo. Este diálogo y la in terpretación que se le dio tienen un trasfondo histórico que tra ta ré de resum ir en breves palabras.

Como la M. Teresa fundaba m onasterios en diversas partes y

136 Doc. 3, p. 53.137 Doc. 2, p. 14.138 Doc. 4, p. 187.135 Doc. 6, p. 203-204. — He aquí unas declaraciones más sobre el momento

de la extremaunción. Dice Mariana de Jesús: « Después recibió la extremaun­ción y toda aquella noche, que fue una noche antes que muriese, repetía muchas veces aquellos versos: ' Cor contritum et humiliatum ’ etc., y ' Ne proiiciasme a facie tua ’ y ' Cor mundum crea in me ’ etc. Y encomendaba y encargaba con palabras muy regaladas a sus monjas la guarda de sus Constituciones y Regla, y les pedía que no mirasen a su mal ejemplo que como mala :les había dado» (doc. 134, p. 520). — Juana del Espíritu Santo: «Y después recibió la extremaunción, y toda aquella noche estuvo repitiendo aquellos versos ‘ Cor con­tritum et humiliatum ’ etc., y ' Ne proiicias me a facie tua ’ y ' Cor mundum crea in me, Deus ’, y encomendando con palabras muy regaladas a sus monjas a la guarda de su Regla y Constituciones, y pidiéndoles que no mirasen a su mal ejem plo» (doc. 138, p. 534). — Isabel de la Cruz: «Pidió la extremaunción y recibióla con grande espíritu, ayudando a los versos, y tornando a dar muchas gracias a Dios porque la había hecho hija de la Iglesia» (doc. 142, p. 548).

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cada uno de ellos la hubiera querido tener en el suyo, el P. Gracián, siendo Comisario apostólico, le había extendido una paten te con fecha del 3 de agosto de 1577 con el fin de excusar pesadum bres e inconvenientes que sobre esto pudieran surg ir en el futuro. Por dicha paten te se le asignaba a la M. Teresa la conventualidad de San José de Avila; se m andaba, además, que cuando m uriese, fuese en terrada en el mismo m onasterio 14°.

El P. Antonio estaba enterado sin duda de la existencia de esta patente. También lo estaban seguram ente las m onjas de Alba, al menos por medio de Ana de san Bartolom é. Surgió entonces el p ro­blema; había que darle solución inm ediata. Deseoso el Vicario p ro ­vincial de que la Santa quedara en Alba —¿ tam bién aquí por dar gusto a la Duquesa ?—, pensó quizá que si la cuestión no se solu­cionaba en aquel preciso m om ento, prevalecería lo dispuesto en la patente; y que, al contrario , con preguntárselo no se perdía nada.

La escena del diálogo se desarrolló de esta m anera. La M. Juana, ex-priora, estaba a la cabecera de la cama, abrazada a la Santa; parte de las religiosas estaban todavía presentes en la celda. En esto, se acercó el P. Antonio a la M adre y le preguntó: « Madre, si N uestro Señor fuere servido de... llevarla para sí, ¿ qué quiere que hagamos ? ¿ Si quiere ir a Avila, o es su voluntad de quedarse aquí ? »... Y ella respondió, volviendo el rostro a las m onjas que esta­ban allí, y dijo: « ¿ Y aquí no m e darán un poco de tie rra ? ». Y res­pondió esta testigo: « Sí, mi Madre, que pues N uestro Señor no tuvo

no Cf. doc. 27, p. 245. D. Juan Carrillo declara: « Y ha visto asimismo y tenido en su poder la cédula... sobre la sepultura de l a Madre... y que la dicha patente y cédula se dio a instancia del obispo don Alvaro de Mendoza y reli­giosas del dicho monasterio de San José de Avila, lo cual sabe por haberlo oído decir a los dichos Obispo y religiosas. Y el motivo que para esto entiende que hubo, por haberlo oído entonces platicar, fue que, como la dicha M. Tere­sa de Jesús fundaba monasterios en diversas partes y cada cual de ellas la quería tener en su monasterio, y la dicha Teresa de Jesús deseaba vivir y morir en el dicho monasterio de San José adonde era profesa, por excusar pesadum­bres e inconvenientes se tom ó aquel medio » (doc. 68, p. 338). — Gaspar Daza: « Fray Jerónimo Gracián... tenía ordenado y dispuesto que doquiera que mu­riese l a trujesen su cuerpo a enterrar a Avila, y a ella le era esto notorio; y así, no teníaque tratar en su muerte ni decir a do quería que la enterrase » (doc. 66, p. 325). — Ana de san Bartolomé: « ...a instancia y pedimiento de don Alvaro de Mendoza... y del convento de esta casa de San José... siendo viva l a dicha M. Te­resa y estando presente a ello, al dicho Padre fray Jerónimo dio una cédula y patente firmada de su nombre, en que en efecto mandaba que de cualquier parte que muriese la dicha Teresa de Jesús, fuese su cuerpo traído a enterrar al dicho monasterio de San José de Avila, y la dicha Teresa de Jesús dio a entender y mostró holgarse mucho y recibió mucho, contento de lo susodicho... Y este testigo vio escribir la dicha cédula y patente y llevó al papel, tinta y recaudo para ello y estuvo presente a todo ello y de ello tiene entera noticia» (doc. 72, p. 357).

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ULTIMOS DIAS Y MUERTE DE SANTA TERESA 5 9

casa en el mundo, no la ha V.R. de tener ». Y la dicha M. Teresa de Jesús tornó a responder: « ¡ Qué bien dice ! » 141.

Ana de san Bartolom é se da cuenta de la im portancia del mo­mento. La respuesta dada por la M adre parecía inclinar la balanza hacia la parte de Alba, e interviene advirtiéndole: « Mire V.R. que es Priora de Avila y que es aquél el p rim er convento que hizo y que es razón que la llevemos allá ». Y la M. Teresa de Jesús respondió dando una m angonada con el brazo: « ¡ Déjense de eso ! » 142. Esta intervención de la enferm era de la Santa tiene lugar, según otras declaraciones, tras la prim era respuesta de la Santa.

La in terpretación dada en el Pleito a las breves palabras de la Santa « Déjense de eso », fue totalm ente d iferente en Avila y en Alba. La parte de Alba creyó ver reflejada en ellas la propia volun­tad de la M adre de quedarse en terrada allí: « dando a entender que se quería en terrar en las Descalzas de Alba y no de Avila » 143. La parte de Avila entendió aquellas m ismas palabras como que no quiso tra ta r de ello, en cuanto que ya anteriorm ente estaba determ inado dónde había de ser enterrada: « dando a en tender que a la dispo­sición de los prelados lo dejaba » 144 y « que no tenía que tra ta r en

141 Doc. 97, p. 429430. Cf. la deposición de la misma Juana del Espíritu Santo en doc. 138, p. 534.

142 Doc. 100, p. 435. Hay varias religiosas de Alba, además de las citadas, que narran esta escena detalladamente. Véanse las declaraciones de Catalina de san Angelo (doc. 96, p. 428), María de san Francisco (doc. 98, p. 432), Inés de Jesús (doc. 99, p. 433-434), Mariana de Jesús (doc. 134, p. 520), Mariana de la Encarnación (doc. 136, p. 5281-529). De todas ellas se deduce que las dos cortas frases que la Santa pronunció en esta ocasión fueron « ¿ Y aquí no me darán un poco de tierra ? » y « Déjense de eso ».

143 Así dice Catalina de san Angelo (doc. 96, p. 428); las demás religiosas de Alba no dan interpretación alguna a tales palabras, ni en pro ni en contra. Pero sí la dan otras personas de Alba, por ejemplo Antonio de Zamora: « y que ella había respondido que no quería que la llevasen a Avila» (doc. 101, p. 437). Antonia Várez de Mercado: « oyó esta testigo decir... que era verdad que la dicha Madre Teresa de Jesús había querido enterrarse en el dicho monasterio... de Alba» (doc. 102, p. 439). Diego González: « y es público y notorio que había sido voluntad de la dicha Teresa de Jesús de se enterrar, como se enterró, en el dicho monasterio de la Encamación de A lba» (doc. 106, p. 450). A propalar que « así era la voluntad de la M. T eresa» fue sobre todo el P. Antonio de Jesús, como se deduce de varias declaraciones.

144 Esta es la conclusión que saca el P. Gracián, el cual declara en el Pleito: « Y que en cuanto al disponer dónde se había de enterrar, dijo que siempre conoció en la dicha M. Teresa de Jesús el voto y la virtud de obe­diencia y humildad en supremo grado, y que no teniendo el religioso voluntad propia en vida, menos la tiene en muerte, ni puede disponer de su hacienda ni cuerpo, sino como los prelados lo ordenaren. Y así oyó decir que preguntán­dole a la susodicha el Padre fray Antonio de Jesús dónde quería que la ente­rrasen, se enfadó y sintió como otras veces se sentía cuando los prelados dejaban algo a su voluntad, y así respondió1 que para qué le preguntaban a

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6 0 JUAN LUIS ASTIGARRAGA

lo que tocaba a su cuerpo » 145.La noche que siguió, del 3 al 4 de octubre, la pasó toda en

medio del sufrim iento físico. Gracián dedica una frase corta a toda ella: « En toda esta noche no dejó de padecer grandes dolores » 146. Lo confirma Ribera, quien alude a los versos del M iserere: « sa­liendo de cuando en cuando con sus versos acostum brados » 147.

4 Jueves

M uerte sosegada en oración

Amanecía en Alba un nuevo día, fiesta de san Francisco.

« A las siete de la mañana... —n arra el P. Gracián— se echó de un lado, el rostro sonrosado en la oración, en la cual estuvo con tan to sosiego y quietud, que no se maneó más hasta las nueve de la noche, que expiró » 148. En o tra p arte dice: « Expiró entre las nueve y las diez, y nunca perdió su sentido hasta lo último. Y como ocho horas antes que expirase, estuvo con un crucifijo en las manos en oración. Oyéronsele algunas palabras, aunque muy pocas, y esas [con] gran afecto, cuales fueron: « Cor mun- dum... Cor contritum ... Ne proiicias m e a facie tua... » 149.

« A las siete de la m añana —escribe el P. Ribera— se echó de un lado, de la m anera que p in tan a la Magdalena, y con un crucifijo en la mano, el cual tuvo hasta que se le qu itaron para

ella aquello, que si le había de faltar un poco de tierra donde la enterrasen, dando a entender que a la disposición de los prelados lo dejaba» (doc. 92, p. 420).

145 Así interpreta el Maestro Daza las palabras de la Santa: « Ha oído decir a quien se halló presente, que la dicha Teresa de Jesús no trató de adonde se había de enterrar su cuerpo; antes, preguntándoselo, se enfadó de que se lo preguntasen y dio muestras de ello, porque... entendió que no tenía que tratar en lo que tocaba a su cuerpo » (doc. 66, p. 325). Fue seguramente Ana de san Bartolomé quien le informó de lo sucedido, la cual, a su vez, declara:« No dejó mandado ni dicho mandado, ni dijo cosa alguna de adonde se había de enterrar; antes, allí se lo preguntaron, y ella sin hablar palabra dio muestras en el rostro darla mucha pena que se lo preguntasen, porque era tan religiosa que no quería hacer cosa de su voluntad más de lo que su Perlado la mandase; y así, dio a entender ella dejar aquello a voluntad de su Perlado y no querer más de lo que él quisiese; y porque también sabía que había patente para que, doquiera que muriese, fuese enterrada en el monasterio de San José de Avila; pero, como dicho tiene, no dijo ni declaró cosa alguna » (doc. 72, p. 353).

1« Doc. 3, p. 53.U7 Doc. 6, p. 204.us Doc. 3, p. 53.1« Doc. 2, p. 14.

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ULTIMOS DIAS Y MUERTE DE SANTA TERESA 61

enterrarla . El rostro tenía encendido, y así se estuvo en oración con grandísim o sosiego y quietud y sin m enearse más... hasta las nueve de la noche, en que dio su santa alm a a su Criador... ». « Su m uerte fue tan sosegada, que a las que m uchas veces la habían visto en oración no las parecía sino que se estaba toda­vía en ella » 150.

« Y así quedó todo el día de san Francisco —testifica Isabel de la Cruz—, estando sin habla y con gran serenidad, como si estu­viera en oración, hasta que m urió a las nueve de la noche » 1S1.

Tales son las descripciones generales del día de la partida defi­nitiva de la Madre. Algunos detalles m ás nos ofrece su enferm era, la herm ana Ana, la cual fue, sin duda, quien con m ás intensidad vivió aquellos últim os m om entos. Lo dem uestran tan to su continua dedi­cación como los profundísim os sentim ientos que la separación de quien tanto am aba le producían. « Y cuando m urió la Santa, esto sentía como si le co rtaran la vida, por el desam paro que le quedaba sin aquella compañía, y parecíam e que más sentía yo su m uerte que si yo m uriera » 152. No se apartaba un m om ento de su cabecera. Tan sólo con la m irada podía la Santa com unicar con ella, pues —como la m ism a Ana declara— « el día que m urió estuvo desde la m añana sin poder hablar » 153. Ese mismo da — dice — « la puse toda de limpio, tocas y mangas; y m irábase cómo estaba limpia, y m irán­dome a mí se rió, que por señas me lo agradecía » 154. Unas horas antes que m uriese, « a la tarde —recuerda la m ism a— m e dijo el Padre que estaba con ella [P. Antonio], que me fuese a com er algo. Y en yéndome, no sosegaba la Santa, sino m irando a un cabo y a otro. Y díjola el Padre si m e quería, y por señas dijo que sí, y llam áronm e. Y viniendo, que m e vio, se rió; y me m ostró tan ta gracia y am or, que me tomó con sus m anos y puso en mis brazos su cabeza; y allí la tuve abrazada hasta que expiró 155, estando yo m ás m uerta que la m ism a Santa, que ella estaba tan encendida en el am or de su Esposo, que parecía no veía la hora de salir del cuerpo para gozarle » 156.

E ran las nueve de la noche pasadas. Los vecinos de Alba oyeron

«o Doc. 6, p. 204.>51 Doc. 142, p. 548.152 Autobiografía (de Bolonia), MHCT 5, p. 448.>53 Autobiografía (de Amberes), MHCT 6, Apéndice 2, p. 589.154 Ibid. MHCT 5, p. 304.155 «Murió teniéndola en sus brazos esta declarante» (doc. 153, p. 571).156 MHCT 6, Apéndice 2, p. 589.

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la cam pana del convento tocar a m u e r to 157. Rodeaban su lecho de m uerte toda la com unidad de Alba, además de las dos huéspedas y dos religiosos carm elitas. « Vio que a su m uerte —dice Catalina de san Angelo— se hallaron todas las m onjas que a la sazón eran en este convento, y su com pañera Ana de san Bartolom é y su sobrina Teresa de Jesús... y el P. fray Antonio de Jesús... y su com pañero » [P. Tomás de la A sunción]158.

De cómo quedó su cuerpo, y la fragancia después que expiró

Gracián: « Quedó, en acabando de expirar, su rostro herm oso a m a­ravilla y blanco como de alabastro, y las m anos y pies con la m ism a blancura, que parecía que se transparentaban, y tan tratab les y agradables al tacto de los vivos como si estuviera viva, que suele ser bien extraordinario en los cuerpos m uertos 159.

Ribera: « Quedó su rostro herm osísim o, como m urió, y sin ruganinguna, aunque solía tener hartas; todo el cuerpo muy blanco y tam bién sin rugas, que parecía alabastro; y la carne tan blanda y tan tratab le como la suelen tener los niños de dos o tres años » 16°.

En cuanto al delicioso y suave olor que se extendió por toda la casa después que la Santa expiró, todos los testigos dicen m ara­villas. No es posible ofrecer en el texto todas las declaraciones que sobre ello hay; habré de ceñirm e tam bién en este caso a las n a rra ­ciones de Gracián y Ribera. Dice el prim ero:

« Fue tan grande la fragancia de olor que salía de su santo cuerpo al tiem po que la aderezaban, que trascendía en toda la

157 Sobre la hora de la muerte de la Santa, tan sólo Catalina Bautista dice que fue « entre las ocho y las nueve de la noche ». Seis de las testigos, Mariana de Jesús, Juana del Espíritu Santo, Catalina de san Angelo, Isabel de la Cruz, Ana de san Bartolomé y Teresa de Jesús, dicen haber sido « a las nueve de la noch e». Otras cuatro testigos, ambas María de san Francisco (Ramírez y Ba- raona), Mariana de la Encarnación e Inés de Jesús dicen que sucedió « entre las nueve y diez de la noche ». — Francisca de Fonseca, monja del monasterio de la Madre de Dios, recuerda (aunque no dice la hora) que « oyó doblar a la dicha hora en el monasterio de la Encarnación » (doc. 145, p. 555).

158 Doc. 140, p. 540. La presencia del P. Tomás de la Asunción, natural de Alba de Tormes y profeso de Mancera (9.viii.l573), se halla confirmada en diver­sas partes (Cf. doc. 128, 129, 130).

159 Doc. 3, p. 70.160 Doc. 6, p. 204.

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Ultimos días y muerte de santa teresa 6 3

casa, y [a] las herm anas que con ella estaban les fue necesario ab rir las ventanas por no poder su frir la fuerza y dem asía del olor, el cual quedó en todas sus vestiduras y ropa y en las demás cosas que sirvieron en su enfermedad... » 161.

R ibera cuenta así lo de la fragancia:

« De todo el cuerpo salía un olor muy suave, que nadie pudiera decir a qué olor se parecía, y de ra to a ra to venía más suave; y era tan fuerte, que hubieron m enester ab rir la ventana, porque dolía la cabeza a las que estaban allí. Esto e ra en una pieza baja que estaba en la claustra, que ahora sirve de capítulo, y a o tra que estaba encima pasaba aún m ucho olor, y por toda la casa andaba aquella noche y el día siguiente 162.

La causa clínica de su m uerte

Cierto religioso pudor fue tal vez el m otivo de la im precisión con que las religiosas de Alba com unicaron en un prim er m om ento

161 Doc. 3, p. 70. — Sobre la extraordinaria fragancia declaran varias reli­giosas lo siguiente: Mariana de Jesús: « Y después de muerta, esta testigo con otras hermanas estuvieron aquella noche con su cuerpo, y era tan grande la fragancia y buen olor que sentian, que no sabe a qué poderlo comparar, porque olía de muchas maneras » (doc. 134, p. 520). Catalina Bautista, la her­mana lega que carecía de olfato, dice: « La noche que murió oyó decir que había quedado en la celda donde murió un suavísimo olor por muchos días, y esta testigo no lo olió entonces porque andaba enferma de unos dolores de cabeza, mas que de a pocos días se le quitaron y empezó a sentir un suavísimo olor por toda la casa» (doc. 137, p. 531). Catalina de san Angelo: «Y vio esta testigo y las Madres y hermanas que estaban presentes y estuvieron acompa­ñando el cuerpo esa noche, que había en la celda un suavísimo olor, unos ratos más que otros y diferente unas veces de otras, sin poder saber a qué lo comparar, y tan intenso que no lo podían sufrir y tuvieron necesidad de abrir la ventana de la celda» (doc. 140, p. 540).

162 Doc. 6, p. 205. — He aquí otras tres declaraciones sobre la fragancia del cuerpo de la Santa Madre. Constancia de los Angeles: « Era cosa mara­villosa ver el olor que salía de él, diferente unas veces de otras, sin saber a qué compararle; y éste quedó por algunos días en casa, en particular en las celdas o partes adonde había algunas cosas que hubiesen servido en su enfer­medad » (doc. 141, p. 544). Isabel de la Cruz: «Quedó su cuerpo tan tratable como si estuviera viva, de tanto olor, que era cosa maravillosa; y fue tanto, que tuvieron necesidad de abrir la ventana y puerta donde la tenían; y era el buen olor unas veces más que otras, y diferente unas veces de otras, sin saber a qué lo poder comparar, diferente de los buenos olores que hay en el mundo. Y este olor dice esta testigo le quedó en las manos con que la trató cuando la amor­tajó, aunque se lavó...» (doc. 142, p. 548). Ana de san Bartolomé: «La cual luego expiró dejando grande olor y bueno en toda la pieza; lo cual sintieron todas las hermanas de Alba que se hallaron en la celda a su muerte, y el Padre fray Antonio de Jesús con otro compañero que allí tenía...» (doc. 153, p. 571).

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la causa de la m uerte de la Santa. Cuando el P. Gracián, provincial, recibió la noticia de parte de las m ismas m onjas de Alba, dice que « le escribieron que m urió de unas calenturas de quebrantam ien­to » 163. La p rio ra de Salamanca, Isabel de Jesús, dice haber sabido que « había m uerto de q u eb ran tad a» 164. Don Juan Carrillo, a su vez, declara que « la dio una enferm edad, dicen que de molida, por­que venía de un camino largo de Burgos... y que le sobrevino apre­társele el pecho » 163.

Corrió tam bién en tre las Descalzas la voz de una causa pu ra­m ente espiritual, de carácter maravilloso. La fuente prim era de tal in terpretación fue seguram ente la visión que tuvo la santa priora de Beas, Catalina de Jesús (Godínez) al tiem po que se m oría la Santa M adre en Alba. Díjole la Santa en la visión: « Hija, ya me voy al cielo. Di que no tengan pena de mi ausencia, que m ás ayu­daré a la Orden desde allá que desde acá, y no echen juicios sobre la causa de mi m uerte, que lo últim o con que se me salió el alm a fue un ím petu de oración » 166. En esta m ism a línea m ístico-espiritual ha de colocarse tam bién la declaración de Ana de san Bartolom é cuando en los Procesos de 1595 dice que « le parece que lo que más la acabó fue el encendido y fervoroso deseo y am or que tenía a Dios nuestro Señor y ansia por verse con El y gozar la que la debilitaba y enflaquecía » 167.

No puede negarse que la « m uerte de am or » es un fenómeno hum ano, aunque raro , confirmando por la experiencia. Quien de veras conoce el ardiente y enam orado corazón de Santa Teresa no se atreverá a negar que sus incontenibles ansias de ver a Dios in­fluyeran decididamente a acelerarle la m uerte. De hecho, esta opi­nión de que la M. Teresa m urió « de am or » será avalada definiti­vam ente por la voz de la Iglesia en la Bula de canonización de la Santa.

163 Doc. 92, p. 420.164 Doc. 81, p. 382.165 Doc. 68, p. 338.166 Doc. 5, p. 189. En otro lugar escribe el P. Gracián sobre lo mismo,

consignando las palabras de la visión de forma indirecta: « El mismo día de san Francisco que la Madre expiró, estando una sierva de Dios oyendo misa y para comulgar, vio visiblemente con los ojos del cuerpo a la M. Teresa de Jesús venir de hacia el altar con su manto blanco y velo, como de la manera que iba a comulgar, y le dijo que se iba a gozar de Dios; que no tuviese pena, que más ayudaría a la Orden desde la otra vida que en este mundo; y que en su muerte había tenido un grande ímpetu de oración con que se le salió el alma, que no se tuviese sospecha de que otras cosas habían sido ocasión de su muerte, como del quebrantamiento del camino que algunos pensaban » (doc. 3, p. 126).

167 Doc. 153, p. 572.

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Pero la verdadera causa clínica de su m uerte fue un inconte­nible flujo de sangre de m atriz. Debióse de m anifestar de m anera alarm ante desde la m añana del día 29 de septiem bre, y fue desan­grándose poco a poco durante los días sucesivos. Sobre la hem orra­gia ocurrida el día de San Miguel, he señalado ya arriba varios testi­monios. Al estudiar este caso, doctores com petentes han declarado que, según los síntom as, hubo de tra ta rse probablem ente de un carcinom a uterino. Dada la situación m édica de aquel tiempo, no pudieron hallarse otros remedios para contener tal hem orragia sino la aplicación de unos paños de lienzo o estam eña. Uno de estos paños —que. según su enferm era Ana, « se le había puesto para la efusión de sangre de que m urió » 168— se le halló a la Santa « cerca de las carnes », « pegado al cuerpo », tal como se le aplicó al mo­m ento del am ortajam iento. Se descubrió este lienzo la p rim era vez que se desenterró su cuerpo, a los nueve meses de su m uerte. La m aravilla de los testigos fue enorme, porque el paño estaba aún lleno de sangre tan fresca, que parecía recién salida de un cuerpo vivo lo9.

Amortajam iento y duelo

Tres religiosas fueron las encargadas de p repara r el cuerpo de la Santa para el entierro. Declara M aría de san Francisco (Ramírez):

« Y dice esta testigo que ella y la herm ana [Catalina de] san Angelo e Isabel de la Cruz la sacaron de la cama para ponerla el hábito para en terrarla y tra ta ro n su cuerpo, y le vieron con una blancura y ternu ra de carne como de un niño de dos o tres años y con una fragancia de olor tan grande, que se le quedó estam pado en el sentido por m ucho tiem po y en las manos » 17°.

Ibid.169 Refiriéndose parte de la sexta pregunta del Interrogatorio presentado

por el obispo salmantino, don Jerónimo Manrique, a indagar precisamente a « si cuando la desenterraron hallaron un paño de sangre fresca incorrupta... » (cf. doc. 123, p. 500), no hay prácticamente testigo que no responda a esta cuestión, dado lo extraordinario del hecho. Por lo cual remito sin más al lector a tales declaraciones.

170 Doc. 135, p. 524. Las aludidas en el texto lo confirman de sí mismas. Así dice Catalina de san Angelo: « Vk> cómo cuando le desenterraron hallaron un paño que esta testigo le puso cuando la amortajó, teñido en sangre tan viva y fresca como si poco antes hubiera salido... » (doc. 140, p. 539). Isabel de la Cruz declara a su vez: « ...la vio morir y ayudó a am ortajar» (doc. 142, p. 547), «Y esta testigo con otras hermanas la amortajaron» (ibid. p. 548).

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66 JÜAN LUIS ASTIGARRAGÁ

Tomó tam bién p arte en este m enester su enferm era A n a líl.Todas las religiosas de Alba pasaron la noche velando cariñosa­

m ente el santo cadáver « hasta las diez del día siguiente —dice Ri­bera— besándole m uchas veces los pies y las m anos ». Lo confirma, entre otras, Constancia de los Angeles: « Estuvim os esa noche acom ­pañando su cuerpo » m . Presentes al duelo se hallaban tam bién los Padres Antonio de Jesús y Tomás de la Asunción, quienes, según M aría de san Francisco, « estuvieron con el cuerpo toda la noche » m .

5 = 15 O c t ., V i e r n e s

¿ Depósito o entierro ?

En virtud de la enm ienda del calendario prom ulgada por Grego­rio XIII, precisam ente este día se corrigieron los tiem pos quitando diez días que andaban adelantados; y así, el día 5 se contaron 15 de octubre.

Ya desde las prim eras horas de la m añana surgió una discus- sión. El m otivo que la ocasionaba era el siguiente: el cuerpo de la M. Teresa ¿ debía de ser enterrado definitivam ente en Alba, o que­daría allí sólo en depósito, en espera de ser llevado a en terrar a Avila según lo dispuesto por la paten te del P. Gracián ? La respuesta dada por la Santa M adre al P. Antonio cuando éste se lo preguntó después de haberle adm inistrado la extrem aunción, no parecía haber dejado zanjada definitivam ente la cuestión. El P. Antonio y la fundadora del convento, doña Teresa de Láiz, estaban decididos a ganar esta batalla. De ahí las prisas y precipitación con que todo se llevó a cabo. M ientras el P. Antonio se disponía a presid ir los Oficios fúnebres, doña Teresa buscaba al cantero y carpintero dán­doles instrucciones sobre la m anera como había de ser sepultada.

Habiéndose enterado el cuñado de la Santa, Juan de Ovalle, de las intenciones de ambos, se presentó en la portería del m onasterio con el fin de convencer al Vicario provincial de que el cuerpo de la M adre tenía que ser llevado y enterrado en Avila. Se encontró con un P. Antonio bien determ inado a no ceder en su intento; la discu­sión debió de ser acalorada. M aría de san Francisco oyó cuanto decían sin ser vista, estando en el torno por la p arte de dentro m ientras se paseaban jun to a él:

171 Cuando después de más de tres años se trasladó el cuerpo de la Santa a Avila — Ana dice erróneamente « a cabo de nueve meses poco más o me­nos » — « le quitó los vestidos que esta testigo la puso y con que la amortajó en Alba » (doc. 153, p. 572).

172 Doc. 6, p. 206 y doc. 141, p. 544 respectivamente,i» Doc. 135, p. 524.

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Ultimos días y muerte de santa teresA 6 7

« Y después de m uchos dares y tom ares —dice la testigo—, el dicho Vicario provincial respondió enfadado: ¡ La M adre estará aquí in aeternum , y yo hablaré a su tiem po ! Por lo cual esta testigo coligió que el dicho Vicario provincial sabía que la vo­luntad de la dicha Teresa de Jesús era quedarse en terrada en el dicho m onasterio de la Encarnación » m .

Testigo presencial de esta m ism a discusión fue tam bién Simón de Galarza, vecino de Alba, quien pone en labios del P. Antonio esta respuesta:

« No os canséis, que no ha de ser depósito sino entierro, y aquí se quedará para siem pre jam ás » 175.

El responsable definitivo, si no el único, de que el cuerpo de la Santa se en terrara en Alba, fue el P. Antonio. Lo confirma la expriora de Alba, Juana del E spíritu Santo: « No estaba depositado en esta casa el cuerpo de la dicha Madre, sino enterrado... por lo haber dicho así el P. fray Antonio de Jesús, que era entonces Vi­cario p rov inc ia l» m . Pero ¿ tenía dicho Padre, como Vicario p ro ­vincial, los poderes requeridos para ordenarlo ? Creo que no. Las atribuciones concedidas p o r las Constituciones al Vicario para suplir « in totum vel in partem » 177 al Provincial ausente, no parece le autorizasen a ir arb itrariam ente contra lo determ inado en una paten te nunca revocada de su Superior. De hecho, cuando surgirá m ás tarde el pleito por la posesión del cuerpo de la Santa, la parte que defendía los derechos de Alba se guardará m uy bien de invocar el argum ento de los poderes del P. Antonio. Pero, en fin, en Alba fue enterrada. Y no se sabe cuándo y cómo el P. Antonio cumplió su prom esa de « y yo hablaré a su tiem po ». Si habló, halló a los Su­periores de la Orden contrarios a su m odo de obrar, como lo m ani­festaron ordenando la traslación del cuerpo a Avila 178.

m Cf. doc. 98, p. 432.U5 Cf. doc. 104, p. 445.176 Doc. 90, p. 409. Mariana de la Encarnación dice: « No se depositó en

este monasterio, sino se colocó y enterró como los demás que se entierran, sin memoria de que se había de llevar de este monasterio, porque si algún auto o escritura se hiciera, lo supiera o hubiera oído, por estar presente en este mo­nasterio » (doc. 85, p. 396). Otro tanto afirma María de san Francisco: « Sabe que no se depositó el cuerpo de la M. Teresa de Jesús en este monasterio, sino que en él se enterró y situó muy de asiento, y si otra cosa fuera, esta testigo lo supiera...» (doc. 88, p. 404).

U7 Cf. nota 59.178 Cf. doc. 28. Como testigo de excepción de todo lo sucedido en los últimos

días y tránsito de la M. Teresa de Jesús, hubieran podido ser sumamente inte­resantes las declaraciones del P. Antonio de Jesús. No se sabe por qué, a pesar de haber muerto nonagenario en Vélez-Málaga el 22.iv.1601 (cf. HCD 8, 316-322),no se nos ha transmitido nada suyo al respecto.

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68 JUAN LUIS ASTIGÁRRAGA

Exequias y sep u ltu ra179

M ientras se acercaba la hora de las honras fúnebres, las religio­sas habían dispuesto el cuerpo de la M adre en la parte in terna de la portería sobre unas andas. La iglesia estaba ya abarro tada de gentío. Acudió todo el cabildo y clerecía de la villa, los frailes fran­ciscos y una representación de las m onjas franciscanas del lugar. Asistió tam bién m ucha gente principal, como fueron condes y m ar­queses, en tre ellos el M arqués de Cerralvo y otros señores parientes de la casa de Alba; el concurso de tan ta gente noble se debía a que el día an terio r celebraron una gran fiesta por el bautizo del infante de los jóvenes Duques de Alba; la Duquesa vieja, doña M aría de To­ledo, y su nuera enviaron a decir se hiciese el entierro a su costa, m andando m ucha cera y paños de brocado para adorno de la iglesia. Acudió sobre todo m uchísim a gente del pueblo.

E ntre las diez y once sacaron el cuerpo de la M adre por la po rtería y lo pusieron en la iglesia m ientras se cantaban los Ofi­cios, y toda aquella m uchedum bre de gente se acercó a tocar con veneración su hábito y a besar sus pies como a cuerpo santo. « Desde el coro alto —recuerda Ana de san Bartolom é— estando el cuerpo en la iglesia, relucían las manos, con sum a admiración... de las m onjas, sus herm anas » 18°.

Acabados los oficios litúrgicos del funeral, apresuradam ente se procedió al sepelio. E ran las doce I81. Quince horas habían pasado tan sólo desde el últim o suspiro de la M adre y ya se disponían a ente­rrarla. Poco antes había decidido el P. Antonio, aconsejado por Simón de Galarza, cuál había de ser el lugar más indicado para la sepultura:

« Tratando con el dicho fr. Antonio de Jesús dónde se la haría su entierro, le preguntó este testigo que si había de quedar aquí perpetuo el dicho ctierpo, y el dicho fray Antonio de Jesús le respondió que sí, porque así era la voluntad de la dicha M. Te­resa de Jesús; y que este testigo le dijo que, pues si era así,

179 Son tan numerosos los testigos y tantos los pormenores que ofrecen en sus declaraciones sobre las exequias, lugar y manera en que el cuerpo de la Santa Madre quedó sepultada, que no es posible proponerlos todos, ni siquiera en nota. He optado en este caso por reconstruir una narración pro­pia, fundamentada en todos sus detalles en los dichos de los testigos. Quien desee comprobarlo, puede hacerlo consultando sobre todo las declaraciones correspondientes a las religiosas de Alba, tanto en el Pleito como, de manera especial, en los Procesos informativos (cf. MHCT 6).

iso Doc. 153 p. 572.i8i María de san Francisco es la única que consigna la hora: « Tuviéronla

por enterrar hasta las doce del día siguiente» (doc. 135, p. 524).

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que se le hiciese su sepultura en un arco del coro bajo, pegado a la capilla mayor, porque... la pudiesen m ejor com unicar y ver su sepulcro; el cual [al] dicho fray Antonio... le pareció bien, y así se hizo su entierro y se enterró allí, po r ser la p arte más decente y más al propósito para lo que de esta Santa se esperaba » 182.

El cantero Pedro B arajas y el carpin tero Nicolás Hernández, con­tratados por la fundadora Teresa de Láiz —estando presentes ella, el P. Antonio y las religiosas de Alba— pusieron m anos a la obra. En el en tretanto , de las andas en que hasta entonces había estado el cuerpo de la Santa, vestido ta n sólo del hábito de la Orden y el velo negro sobre el rostro, lo m etieron dentro de un ataúd de m a­dera. Se cerró luego el ataúd, sin echar dentro cosa ninguna de olores ni cal ni o tra cosa. Y porque no entrase polvo dentro de él, se envolvió el ataúd por de fuera con una paño de jerga, como el de las m antas que se usaban en el convento.

El lugar escogido para la sepultura se encontraba en el coro bajo del convento que daba a la iglesia. Había allí un arco de cal y canto con dos rejas. Debajo de este arco y en el hueco de la pared, en tre am bas rejas, se colocó el ataúd; no se puso, pues, debajo de tie rra 183. Pero los albañiles, que habían recibido la consiga de hacer una obra firme para que aunque quisiesen en otro tiem po trasla­darla no pudiesen hacerlo con facilidad, construyeron encima un paredón muy recio con m uchas piedras y cal, bien firme y macizado de propósito por todas partes, de m anera que quedó el cuerpo muy hundido y muy macizado por encima. La m ayor responsable de sem ejante sepultura fue Teresa de Láiz, pues a su instancia se p ro ­cedió así, « pareciéndole —dice R ibera— que así tern ía más seguro allí el cuerpo, sin que nadie bastase a estorbárselo » 184.

De esta m anera quedó aquel santo cuerpo por quien el E sp íritu Santo tantas m aravillas obró en su vida. Se abrió el a taúd a 4 de julio de 1583, nueve meses después del entierro... Pero ya las vicisi­tudes que sufrió el cuerpo incorrupto de la M. Teresa pertenecen a o tro capítulo.

J u a n L u is A stigarraga

182 Doc. 104, p. 445.183 A pesar de que María de san Francisco (Baraona) da a entender que

sí lo fue, al declarar que el ataúd « fue puesto entre las dos rejas en el coro bajo del dicho monasterio, haciendo una sepultura honda en la tierra, de un estado de hom bre» (doc. 156, p. 582), ningún otro testigo dice otro tanto. Al contrario, Juana del Espíritu Santo declara explícitamente que « no se puso el cuerpo de la M. Teresa de Jesús debajo de tierra, sino entre un arco de cal y canto... » (doc. 90, p. 409).

»t Doc. 6, p. 206,