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C uenta el Antiguo Testamento que, en tiempos prediluvia- nos, la tierra estuvo habitada por hombres gigantescos. “Por aquel entonces, había gigan- tes en la tierra, y también los hubo des- pués de que los hijos de Dios se unieran a las hijas de los hombres y ellas les die- ran hijos: éstos fueron los héroes de la Antigüedad, hombres famosos”, señala el pasaje 6:4 del Génesis. La gran acep- tación popular de esta teoría le sirvió al empresario George Hull para crear uno de los fraudes más sonados de todos los tiempos, el del gigante de Cardiff, un su- puesto humano fosilizado de medidas descomunales encontrado en el pueblo estadounidense de Cardiff en 1869. Todo empezó un año antes, cuando Hull, un fanfarrón tabaquero de Binghamton (Nueva York), se encontraba de visita en casa de su hermana, en Ackley (Iowa). Allí se enzarzó en una discusión con un predicador sobre el célebre pasaje bíblico y la existencia de los gigantes. Dicen que aquella noche no pegó ojo. En su cabeza se estaba gestando una idea brillante. Un engaño con cómplices En una cantera cercana a Fort Dodge (Io- wa), Hull se hizo con un bloque de yeso macizo de 3,65 m de largo por 1,20 de ancho y 55 cm de profundidad y más de dos toneladas. El pretexto era que quería construir un monumento conmemorati- vo de Abraham Lincoln, el presidente norteamericano muerto pocos años atrás. Debido al tamaño y peso de la pieza, el traslado a Chicago fue de lo más acciden- tado, con varios vagones de tren destro- zados y puentes dañados a su paso. Ya en su destino, el escultor alemán Edward Burghardt fue el encargado de dar vida al gigante durante dos meses. Burghardt distorsionó la figura como si hubiera muerto agónico, simuló venas humanas con rayas oscuras en el yeso, martilleó toda la superficie con agujas de acero cla- vadas en bloques de madera para formar lo que parecían ser poros de la piel y, por último, la roció con ácidos para darle un aspecto más amarillento y antiguo. Hull colocó la pieza en una caja y la transportó en tren hasta la granja de su primo, William Newell, en Cardiff (Nue- TRAS JURAR MANTENER EL SECRETO, DIERON SEPULTURA AL GIGANTE Y LO DEJARON ALLÍ DURANTE CASI UN AÑO va York). A “Stubby” (“botellín de cer- veza”) hacía tiempo que las cosas no le iban demasiado bien, así que el show que preparaba su primo era una oportu- nidad única para conseguir unos dóla- res, en el caso de que el engaño diera los frutos esperados. Con ayuda de dos hombres, que juraron mantener el se- creto, enterraron el gigante detrás del establo, en una sepultura poco profun- da, y lo dejaron allí durante casi un año 22 HISTORIA Y VIDA HISTORIA Y VIDA 23 EL GIGANTE DE CARDIFF ARQUEOLOGÍA A mediados del siglo XIX un tabaquero estadounidense engañó a todo el mundo al simular el yacimiento de un coloso petrificado. Ni siquiera los expertos se libraron de la estafa. ANABEL HERRERA, PERIODISTA UN FRAUDE MONUMENTAL EL DATO LA SEGUNDA ESTAFA. Ocho años después del fraude del gigante de Cardiff, George Hull construyó una segunda estatua, mucho más per- feccionada. Esta vez mandó esculpir una figura a partir de piedra molida, arcilla, huesos, sangre y carne, que luego se coció en un horno. Su cóm- plice fue William Conant, quien, jun- to con su hijo, halló el cuerpo petrifi- cado en un pueblo de Colorado. “Las circunstancias del descubrimiento son tales que descartan que sea una repetición del fraude chapucero del gigante de Cardiff”, rezaba un diario de la época. La estafa salió a la luz cinco meses más tarde, cuando la pieza ya se exhibía en Nueva York. EL GIGANTE DE CARDIFF, un supuesto humano fosilizado hallado en Cardiff (EE UU) en 1869.

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Cuenta el Antiguo Testamento que, en tiempos prediluvia­nos, la tierra estuvo habitada por hombres gigantescos. “Por aquel entonces, había gigan­

tes en la tierra, y también los hubo des­pués de que los hijos de Dios se unieran a las hijas de los hombres y ellas les die­ran hijos: éstos fueron los héroes de la Antigüedad, hombres famosos”, señala el pasaje 6:4 del Génesis. La gran acep­tación popular de esta teoría le sirvió al empresario George Hull para crear uno de los fraudes más sonados de todos los tiempos, el del gigante de Cardiff, un su­puesto humano fosilizado de medidas descomunales encontrado en el pueblo estadounidense de Cardiff en 1869.Todo empezó un año antes, cuando Hull, un fanfarrón tabaquero de Binghamton (Nueva York), se encontraba de visita en casa de su hermana, en Ackley (Iowa). Allí se enzarzó en una discusión con un predicador sobre el célebre pasaje bíblico y la existencia de los gigantes. Dicen que aquella noche no pegó ojo. En su cabeza se estaba gestando una idea brillante.

Un engaño con cómplices En una cantera cercana a Fort Dodge (Io­wa), Hull se hizo con un bloque de yeso macizo de 3,65 m de largo por 1,20 de

ancho y 55 cm de profundidad y más de dos toneladas. El pretexto era que quería construir un monumento conmemorati­vo de Abraham Lincoln, el presidente norteamericano muerto pocos años atrás. Debido al tamaño y peso de la pieza, el traslado a Chicago fue de lo más acciden­tado, con varios vagones de tren destro­zados y puentes dañados a su paso. Ya en su destino, el escultor alemán Edward Burghardt fue el encargado de dar vida

al gigante durante dos meses. Burghardt distorsionó la figura como si hubiera muerto agónico, simuló venas humanas con rayas oscuras en el yeso, martilleó toda la superficie con agujas de acero cla­vadas en bloques de madera para formar lo que parecían ser poros de la piel y, por último, la roció con ácidos para darle un aspecto más amarillento y antiguo.Hull colocó la pieza en una caja y la transportó en tren hasta la granja de su primo, William Newell, en Cardiff (Nue­

tras jurar mantener el secreto, dieron sepultura al gigante y lo dejaron allí durante casi un año

va York). A “Stubby” (“botellín de cer­veza”) hacía tiempo que las cosas no le iban demasiado bien, así que el show que preparaba su primo era una oportu­nidad única para conseguir unos dóla­res, en el caso de que el engaño diera los frutos esperados. Con ayuda de dos hombres, que juraron mantener el se­creto, enterraron el gigante detrás del establo, en una sepultura poco profun­da, y lo dejaron allí durante casi un año

22 h i s t o r i a y v i d a h i s t o r i a y v i d a 23

el gigante de cardiffarqueología

a mediados del siglo xix un tabaquero estadounidense engañó a todo el mundo al simular el yacimiento de un coloso petrificado. Ni siquiera los expertos se libraron de la estafa.anabel herrera, periodista

un fraude monumental

EL DATOla segunda estafa. Ocho años después del fraude del gigante de Cardiff, George Hull construyó una segunda estatua, mucho más per-feccionada. Esta vez mandó esculpir una figura a partir de piedra molida, arcilla, huesos, sangre y carne, que luego se coció en un horno. Su cóm-plice fue William Conant, quien, jun-to con su hijo, halló el cuerpo petrifi-cado en un pueblo de Colorado. “Las circunstancias del descubrimiento son tales que descartan que sea una repetición del fraude chapucero del gigante de Cardiff”, rezaba un diario de la época. La estafa salió a la luz cinco meses más tarde, cuando la pieza ya se exhibía en Nueva York.

el gigante de cardiff, un supuesto humano fosilizado hallado en Cardiff (ee uu) en 1869.

los fraudes se multipliCaN1868 al tabaqUero esta-

doUnidense george hull se le ocurre construir un gigante de yeso tras discutir con un predica-dor. el tema de debate era un pasaje de la biblia sobre la existencia de hombres de tamaño descomunal.

1869 el 15 de octUbre, unos trabajadores que cavan un

pozo en la granja de William newell, primo de hull, en cardiff (nueva york), encuentran la estatua. cerca de allí se habían hallado poco antes unos fósiles.

1870 el 2 de febrero, tanto el gigante de cardiff como

la imitación del showman phineas t. barnum (abajo) se revelan como fal-sos en un tribunal.

1877 HUll constrUye una segunda figura más realis-

ta y la entierra en colorado. cinco me-ses después se descubre el fraude.

1901 el gigante de cardiff se exhibe en la exposición

panamericana de búfalo (en nueva york) junto con el hombre de cobre, un minero petrificado.

1948 la figUra se trasla-da al museo de los granje-

ros, en cooperstown, donde permanece en una sepultura a día de hoy.

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arqueología

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el gigante de cardiff

por el 75% de las acciones del negocio. “Stubby” aceptó de inmediato. Los em­presarios levantaron al gigante de su fosa original y empezaron a exhibirlo por diferentes lugares del país.La gran pregunta es: ¿nadie se había cuestionado la autenticidad del “Goliat petrificado”? A estas alturas, la opinión pública se hallaba dividida entre los que creían que se trataba de uno de los fa­mosos gigantes de los que hablaba la Biblia y los que no. Los científicos, por su parte, discutían sobre si era una es­tatua antigua o un humano fosilizado. Para Otheniel C. Marsh, un prestigioso paleontólogo de la Universidad de Yale, el gigante no era más que “un simple muñeco de yeso” torpemente trabajado, según revelaban las marcas que aún conservaba de su tallado. El geólogo J. F. Boynton, de la Universidad de Pensil­vania, por su parte, dijo que era “absur­do considerar que se tratara de un hom­bre fósil”. Por fin, el Dr. Oliver Wendell Colmes, un eminente anatomista de Boston, se atrevió a hacer algo que a na­die se le había ocurrido. Taladró un agu­jero detrás de la oreja del gigante y vio

que no había ningún rastro de cerebro fosilizado, solo piedra maciza. Ya nadie lo consideraba un fósil, pero sí una es­tatua de gran antigüedad. Fue la pren­sa la que siguió con detalle las pistas hasta llegar al origen de la historia, cuando Hull compró el bloque de yeso en Chicago. Al tabaquero no le quedó más remedio que dar la cara, pero hay que decir que se rió bastante de la in­genuidad de sus víctimas.

el negocio de la estafaMientras, le había salido un duro com­petidor. Phineas T. Barnum, un conoci­do hombre del espectáculo de Broad­way, se apresuró a encargar una fiel reproducción del gigante de Cardiff pa­ra mostrarla en su propio museo. El plan resultó perfecto: la gente pagaba tanto para ver su gigante como el otro, a pesar de que ambos coincidieron ex­puestos en la ciudad de Nueva York, se­parados solo por unas pocas calles. Bar­num tuvo la desfachatez de proclamar que el suyo era el auténtico gigante de Cardiff. Hull le denunció y el asunto, como era de esperar, acabó en los tribu­

para no levantar sospechas. En ese tiem­po ocurrió algo insólito. Un granjero que araba la tierra a menos de 1 km de dis­tancia desenterró algunos huesos que científicos de la Universidad de Cornell atestiguaron como fósiles auténticos. ¿Qué más se podía pedir?

sin levantar sospechasTal como habían acordado, en octubre de 1869 Newell llevó a unos trabajado­res a su granja para cavar un pozo. Al po­co de empezar, las palas chocaron con algo. Los hombres siguieron excavando hasta que quedó al descubierto la enor­me silueta de lo que parecía ser un hom­bre petrificado de tres metros de largo, un metro de ancho de hombro a hombro y 53 centímetros de pie. La noticia corrió como la pólvora. Todos los diarios de la época hablaban del hallazgo. “Cuando uno lo miraba, no podía evitar sentir que estaba en presencia de un ser grande y superior. La multitud que se reunía a su alrededor parecía casi embelesada. No había levedad”, escribió un reportero.La gente venía de todas partes para cu­riosear. Newell, ni corto ni perezoso,

tramitó una licencia para exhibir al “Goliat petrificado de Cardiff”, como se apodó al supuesto gigante, y montó una especie de carpa a su alrededor. Aquello parecía una feria: servicios de carruaje, un local de comidas, un puesto donde se servía sidra fría. Los dueños de los únicos dos hoteles del pueblo no ha­bían tenido tantos huéspedes en su vida. Los 50 centavos que costaba la entrada para ver la estatua pronto se duplicaron. Era un negocio redondo: en los prime­ros veinte días de exhibición, la recau­dación rondaba los 7.000 dólares. Ne­well cambió su atuendo de granjero por un elegante chaqué y empezó a dar con­ferencias sobre el descubrimiento. El éxito social y comercial tentó a un grupo de empresarios de la vecina Sira­cusa, que le ofrecieron 30.000 dólares

ensayoinner, Brian. Fraudes, estafas y falsifica-ciones. Toda la verdad sobre los engaños más grandes de la historia. Madrid: Editorial Libsa, 2008.

internetMuseo de los Granjeros. En inglés.www.farmersmuseum.org

Para saber más

nales. Al final el juez dictaminó que no se podía inculpar a nadie por la falsifi­cación de una falsificación.“Old Hoaxey” (“engaño viejo”) fue el nombre que los periodistas dieron al gi­gante de Cardiff tras revelar su verdade­ra historia. La estatua siguió apareciendo año tras año en ferias y carnavales, has­ta que la Asociación Histórica del Estado de Nueva York la adquirió en 1948 para exponerla en el Museo de los Granjeros, en Cooperstown, Nueva York, recreando el entorno en el que fue hallada. Aunque resulte curioso, cada año, miles de visi­tantes siguen pagando entrada para ver de cerca al protagonista de una de las mayores estafas de la historia.

un shoWman de broadWay encargó una copia del gigante y la mostró como real en su museo

¿ExisTEn LOs gigAnTEs?LA cLAvE EsTá En cOmpArAr La teoría de la existencia de una raza de gigantes se ha alimentado, además de la Biblia, del descubrimiento de numerosos huesos, cráneos y restos petrificados de enormes dimensiones en todas partes del planeta. En España se habla de hallazgos en Soria, Lleida, León, Cantabria, las Islas Ba-leares…, aunque no se conservan restos en ningún museo. Gracias a la anatomía com-parada sabemos que fósiles anteriormente atribuidos a humanos podrían, en realidad, pertenecer a animales de gran tamaño.

LOs hAy DE vErDAD Por su parte, la ciencia ha dado una expli-cación al gigantismo: se trata de una enfer-medad causada por la excesiva secreción de la hormona del crecimiento (GH) durante la infancia. Hoy la persona más alta del mundo, según el libro Guinness World Records, es el turco Sultan Kosen (en la imagen), que, con 27 años, alcanza los 2,47 m.traslado del gigante de cardiff tras

su hallazgo en 1869. ilustración de la época.