Un Paseo por Manhattan

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Un paseo por Manhattan Por El Ogro del Sí Salí del JFK con la clara intención de conseguir un taxi y no complicarme demasiado con la tarifa. Quería arreglarla desde el principio para que no me timaran, pero la verdad es que no iba a ser capaz de oponer demasiada resistencia, tal era mi cansancio. Tenía los tobillos hinchados, las piernas pesadas y la cabeza como un bombo. Lo último que me apetecía era bregar con trenes y estaciones de metro o autobuses, así que opté por la opción más cabal. El taxista resultó ser un afgano que accedió a llevarme por el justo precio de 28$. No regateé. Metimos mi equipaje en el maletero y me lancé al asiento de atrás, derrengado. Le di la dirección que tenía apuntada en un papel y me preparé para mi primera inmersión neoyorquina. Intenté entablar conversación con el taxista, de nombre Abdel Khalif, según decía su licencia. Como parecía no entenderme modulé mi acento pretendiendo hacerlo un poco más new yorker: -So, how long have you been working as a cab driver, buddy? -me salió, en lo que yo creía que era el colmo de la expresión yankee. Como no hubiera respuesta tras varios intentos, decidí que el tipo sabía mucho menos inglés que yo, y que probablemente llevaría allí pocas semanas. En media hora, y tras minutos interminables consultando su guía, el buen hombre me depositó en una calle que resultó ser Manhattan Ave. y en su inglés rudimentario me dijo que estaba muy cerca: -112th, very short, very short.

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Un paseo por Manhattan

Por El Ogro del Sí

Salí del JFK con la clara intención de conseguir un taxi y no

complicarme demasiado con la tarifa. Quería arreglarla desde el

principio para que no me timaran, pero la verdad es que no iba a ser

capaz de oponer demasiada resistencia, tal era mi cansancio. Tenía los

tobillos hinchados, las piernas pesadas y la cabeza como un bombo. Lo

último que me apetecía era bregar con trenes y estaciones de metro o

autobuses, así que opté por la opción más cabal. El taxista resultó ser un

afgano que accedió a llevarme por el justo precio de 28$. No regateé.

Metimos mi equipaje en el maletero y me lancé al asiento de atrás,

derrengado. Le di la dirección que tenía apuntada en un papel y me

preparé para mi primera inmersión neoyorquina. Intenté entablar

conversación con el taxista, de nombre Abdel Khalif, según decía su

licencia. Como parecía no entenderme modulé mi acento pretendiendo

hacerlo un poco más new yorker:

-So, how long have you been working as a cab driver, buddy? -me salió,

en lo que yo creía que era el colmo de la expresión yankee.

Como no hubiera respuesta tras varios intentos, decidí que el tipo sabía

mucho menos inglés que yo, y que probablemente llevaría allí pocas

semanas. En media hora, y tras minutos interminables consultando su

guía, el buen hombre me depositó en una calle que resultó ser

Manhattan Ave. y en su inglés rudimentario me dijo que estaba muy

cerca:

-112th, very short, very short.

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Estuve a punto de decirle que yo le había pagado para que me llevara a

la puerta, pero de qué me iba a servir si el tipo no entendía nada en

absoluto. Como tampoco tenía muchas ganas de discutir en dialectos

desconocidos me bajé del taxi y le di el dinero.

-27 bucks. Keep the change. -Al ver la cara que se le quedó al pobre

taxista me arrepentí de mi mezquindad e imaginé toda una prole afgana

abriendo sus bocas como polluelos en el nido.

Me encontré frente al parque. Central Park, me dije. Leli me había dicho

que vivía a siete minutos de allí, así que no me preocupé mucho. Tiré de

mi maleta y me puse en camino en dirección opuesta al parque ya que

allí se acababa la calle 112. Pensé que tenía mucha suerte de no haber

llegado de noche porque el vecindario tampoco me daba mucha

confianza, acostumbrado a los relatos peliculeros de la gran manzana. A

mi derecha había un edificio en obras y un poco más adelante me

encontré con la típica cancha de baloncesto enrejada en la que había

unos cuantos chavales de color -ya intentaba acostumbrarme a no decir

negros, pues eso parecía no estar muy bien visto según me habían

contado- corriendo y sudando la camiseta. Me sorprendió encontrar uno

de esos vehículos paramédicos, una caravana de una empresa que se

hacía llamar Atlantic Paratrans. Crucé el semáforo de la 7th Avenue en

rojo y me encontré con un parking abarrotado de coches y una

enigmática señal de tráfico que rezaba RAISE PLOW. Seguí el camino

cavilando qué querría decir eso. Plow significa arado en español, así que

debía significar "alzar el arado", bastante impropio para una señal de

ciudad. Intenté buscar su correlación pero no encontré nada que

pareciera justo. Así cavilando vislumbré a lo lejos lo que parecía una

tintorería: Perfecto, me dije. Así podré dejar directamente el traje para

la ceremonia de entrega de premios de excelencia de alumnos de

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Columbia, que para eso había venido, y limpiarlo, ya que dos días antes

de aquello había estado en Madrid en una entrega de premios, esta vez

literarios, en la que Marta Polbín había sido seleccionada, y la noche

había acabado con vomitera en la solapa de la chaqueta. Maldije mis

expectativas porque en ese momento pude apreciar a corta distancia que

el cartel verde de K-CLEANERS no había sido limpiado en años, y que el

local al que daba sombra estaba cerrado. Mejor, así llego antes, me

consolé. Pero en la puerta de al lado me detuve junto a GEOS, una

verdulería con delivery en la que compré un Chicken Tika Massala de no

muy buen aspecto. En seguida me di cuenta de mi error, ya que en la

esquina con St. Nicholas Ave. había otro delivery de mucha mejor

apariencia. Fue justo en ese cruce que presencié un curioso accidente

entre un Buick gris metalizado y un Chevrolet familiar. Fue curioso

porque ambos se bajaron y ni tan siquiera se gritaron, sino que se

pusieron a rellenar partes como si ya lo hubieran pactado todo de

antemano. Yo ni tan siquiera me quedé a mirar el espectáculo. Los rodeé

inmediatamente, lo que puede dar cuenta de la celeridad con la que

dieron solución al asunto. América, me dije. El paso de peatones de

Lenox Avenue se me hizo interminable. Empezaba a caerme de golpe

todo el cansancio de las horas viajadas. No podía aguantar más, sobre

todo viendo que no cruzaba el campus de Columbia, que Leli me había

dicho tenía que atravesar para llegar hasta su casa. Crucé una

urbanización en la que me encontré a un señor bastante obeso que me

preguntó por Lexington Ave. Ni idea, le dije. ¿Y usted no sabrá dónde

queda Broadway? Sí, más abajo, me dijo. Así que seguí bajando casi con

los ojos ya cerrados. Tal vez por eso estuve a punto de ser atropellado

por un carrito de bebé conducido por un padre despistado. Seguro que

iba borracho. Al llegar a la 5ª Avenida busqué el Bloody Bucket pero se

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confirmaron mis dudas que me indicaban que la 4ª con la 5ª jamás se

podrían cruzar. Licencias poéticas de los saineteros, qué se le va a hacer.

Sí que vi un grupito de afroamericanas (supuse) bastante guapas en su

conjunto, y estuve a punto de preguntarles, pero al final, no sé si por

vergüenza o cansancio, acabé no haciéndolo. Un Lincoln blanco pasó

junto a mí y tocó el claxon. Miré esperanzado, pensando que podría

encontrar una cara conocida, pero no, se habría confundido. La

interminable Madison Avenue me estremeció. Confundía su final con la

línea del horizonte. Me encontré a mí mismo buscando la Torre Agbar al

final de la avenida. O comenzaba a alucinar o tal vez se hubiera

levantado una nube de polvo huracanado. La verdad es que casi no me

sostenía en pie y tenía la lengua como un zapato. Maldita sea, me dije

hastiado, ¿es que no me podía haber dado Leli el maldito número del

edificio? No, es muy fácil. Te será más difícil encontrar el número. Joder,

al menos me habría dado orientación ¿Y por qué fui tan estúpido como

para no insistirle? Perdido en Brooklin y con menos fuerzas que un

dingo en el desierto, genial. La situación comenzaba a ser desesperante.

No podía tirar ya de las maletas. Me dolía hasta el último centímetro de

mi cuerpo, músculos, huesos y terminaciones nerviosas. Pasé bajo un

puente por Park Avenue. Me imaginé que ese puente llevaba a Central

Park. Esto me desconcertó por completo: ¿Era posible que a pesar de

haber andado en línea recta hubiera hecha el camino en círculos?

Habría intentado buscar otro taxi de no ser porque me había gastado los

últimos dólares que me había prestado Pere Rovira en aquel asqueroso

pollo. "Toma 50" me dijo, "Con eso es más que suficiente para llegar. Ya

sacarás más dinero allí que al cambio es más barato". Maldije a todos los

demonios del infierno por mi mala suerte: Damm it!, me decía haciendo

un esfuerzo por integrarme. Un poco más adelante vi una cabina de un

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trailer roja averno que me hizo pensar en El Diablo Sobre Ruedas, aquel

primer film de Spielberg. Al menos el paseo turístico era entretenido.

Curiosamente me encontré de bruces con la calle que buscaba el gordo.

Un School Bus de esos típicos amarillos cruzaba la avenida y entonces

me di cuenta de qué me sonaba esa calle: Going to Lexington... decía

Lou Reed en Waiting for my man, la canción de la Velvet. Así que el

gordito lo que quería era pillar mercancía. Aunque no me alivió mucho

la idea, me hizo sonreír por un segundo. Junto al edificio de la esquina,

afeado con una lona azul para andamios, una pareja de amas de casa

discutían, pensé que sobre el precio de las cebollas que ambas llevaban

en bolsas de plástico azul transparente -Sí, de plástico. Yo también

pensaba que aquí todas las bolsas serían de papel reciclable. Seguí esa

lona azul horrible pensando que debían estar haciendo trabajos en el

jardín y descartándolo al comprobar lo viejo de la tela y la verja. Todo

esto le daba a la ciudad un aspecto humano y familiar que me hacía no

perder el ánimo del todo. Además vi en un segundo piso lo que me

pareció la bandera cubana. Aunque después caí en la cuenta de que era

la de Puerto Rico -la diferencia entre franjas azules o rojas no debe ser

fácil para un daltónico- y esto me hizo sonreír de nuevo porque me

recordó al barman del Bloody Bucket. En una esquina de la 3ª Avenida

me encontré con el típico puesto de Hot Dogs que me pareció una vez

más mucho más sabroso que mi triste pollo. Más adelante había un

parque de juegos con otra cancha de baloncesto, esta vez desierta. Los

jugadores ausentes me miraron con compasión. Resultó ser el patio de

la escuela católica de Our Lady Queen of Angels. Al ver desde la puerta

su imagen tan piadosa me dije que allí debían acogerme. Así que me

introduje en el edificio y, como no viera guardia alguno, entré

directamente en la capilla a descansar en sus bancos al fresco. Por suerte

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estaba también desierta. Nadie me preguntaría. Yo sí que le pregunté a

Our Lady si alguna vez llegaría a mi destino. Entonces vi que la iglesia

tenía un reloj y que daban las cinco. Aquello me pareció una señal, por

lo que, más descansado, salí de nuevo a la calle dispuesto a preguntarle

al primero que pasara. Pero no, no pasaba nadie, ni un sólo coche, en

ese momento. Pasé por lo que me pareció un edificio de viviendas de

protección oficial más allá de la 2nd Ave. Entre los edificios había un

espacio para los contenedores de basura, y en las esquinas, había unas

cámaras de vigilancia que no me hicieron sentirme más amparado. Así

fue cómo llegué a la 1ª Avenida, dándome cuenta de que siendo la

primera, allí empezaba, y no había más camino que recorrer al este de la

calle 112. Por un lado el parque, y por el otro la primera avenida. Había

atravesado toda la calle y no había dado con Columbia, ni rastro de Leli.

Me tiré en el suelo destrozado. Estaba muerto, realmente muerto.

Entonces vi en el cielo un ángel, una paloma se posó sobre una señal que

decía East con una flecha, West en la otra dirección. Y caí en la cuenta.

Le pregunté a la paloma y ella me lo contó todo. Cruza el parque, me

dijo. Y después se cagó en mi cabeza y marchó volando alegremente.*

*Si queréis llegar al nuevo hogar de Leli recordad que está cruzando el

parque, siempre en dirección Oeste. Es muy fácil. Ni tan siquiera

necesitáis el número del edificio

Colectivo Autobombo