Un pedazo de historia' cubana POR QUE L JE CITO …...Un pedazo de historia' cubana POR QUE NO DE O...

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... . .... Un pedazo de historia ' cubana POR QUE NO DE O L O JE CITO a CASTRO por el coronel PEDRO A. BARRERAPEREZ, MMNP Según se lo narró a Roclolfo Roclriguez Zaldivar Fofos de 8ARCALA y ARCHIVO ARTICULO TERCERO Conspiración del 10 de Marzo. Derrocamiento del gobierno de Prío Socarrós. - Reestructuración de las Fuerzas Armadas. - Designación de los ministros. - Primera defraudación sufrida pOJ:' , los integrantes de la Junta Militar. Jamás ha sido tarea fácil logrM dentro de un ejército el triunfo 'de un movimiento conspirativo, Muchos factores están tan fuer- temente enlazados para desbaratar, desde sus mismos inicios, cualquier tentativa encamina- da a trastrocar o subvertir el sistema de férrea ' disciplina que 'rige la vida castrense, que prácticamente se lucha contra algo que pa- rece y casi siempre es imposible. Bien sabíamos los oficiales que, al calor de los comentarios sobre la ca6tica situa- ción cubana,' albergábamos el propósito de encontrarle una solución rápida, el riesgo a que nos estábamos exponiendo; a tal extre- mo que nuestra carrera y hasta nuestra vida estaban a merced de la buena fe que tenía- mos entre todos y, principalmente, por la seguridad de que cualquier cosa que se hi- ciera habría de redundar en beneficio de la patria, a la cual habíamos hecho un jura- mento de honor. 'En ' un principio calorizamos la idea de llevar como jefe , de la Junta Militar que ha- bría formarse al coronel Ramón Bar- quín, a quien todos reconocíamos su capa- cidad, su amor por la disciplina y su repudio a todo cuanto menoscabase el prestigio de lAS Fuerzas Armadas. No era extraña esta actitud nuestra, porque el coronel Barquín reunía una serie de condiciones que" a pues- tro juicio, en aquel momento, ,lo hacían el hombre idóneo para esa trascendental mi- sión. Oficial de academia, inteligente y enér- gico, se había caracterizado por una ta intachable a través de su vida militar, sien- do por tanto, el hombre más indicad'o para liderear un movimiento que tendría como base fundamental el respaldo de los Cuer- pos Armados; , Surgieton en el transcurso de los 'días dis- tintos acontecimientos que variaron por com- pleto los planes que estábamos madurando. Una tarde, en el recorrido que diariamente hacía a la unidad a que pertenecía, la Ter- cera Compañía del 1 de Infantería, del Regimiento ubicado en la Ciudad Mili- tar, se me acercó el capitán Juan Rojas Gon- zález, mi jefe inmediato, hablándome de que se fraguaba una conspiraci6n que tenía como líder al general Batista y me invitó a que participara en dicho movimiento sub- versivo. Sorprendido ante la oferta y hasta pen- sando que pudiera ser una estratagema, le pedí que me concediera dos días para darle mi respuesta. C\.Iando nos reunimos los oficiales que ya estábamos de acuerdo en la !lecesidad de terminar con aquel estado de cosas, informé del planteamiento que me había hecho el capitán Rojas y lo sometí a la consideración de mis compañeros. Fue entonces cuando se establecieron com- paraciones entre las ventajas que podría te- ner la selección del general Batista o la del Barquín. En Barquín todos recono- cíamos, como dije antes, capacidad, presti- gio y honestidad; sin embargo teníamos la duda C1e que pudiera controlar la inevitable reacci6n pública ante un hecho de aquella naturaleza, en que se desplazarían de sus posiciones desde el presidente de la Repúbli- ca hasta el último concejal. Cuando anali- zamos la posibilidad de sumarnos al movi- miento que estaba gestando Batista llegamos a la conclusión de que resultaba mucho más en el empeño,' puesto que este reuma una serie de factores que de en- trada resultaban decisivos. Un rápido análisis de la situación nos lle- a un a,cnerdo unánime. A ello contribuyó el criterio que todos sustentábamos de que por su experiencia pública, podría realizar sin derramamiento de sangre el gol- pe proyectado. Por otra parte, era un moti- vo de especial significaci6n, a nuestro modo de ver, el hecho de que el general Batista, desde la modesfu posición ,de sargento había llegado a presidente de la República; en- cauzando la nación que; a la caída de Ma- chado, estaba sumetgida en un .verdadero caos, hacia un país de orden y regido por una Constitución que podía presentarse co- mo ejemplo de progreso ante los pueblos más avanzados de! mundo, No era tampoco un argumento débil su conducta en las últi- mas elecciones generales, en las que desde el Poder y con dnco partidos políticos de in- discutibles recursos económicos y maquina- ria bien organizada, acat6 el triunfo del can- didato de la oposición, su más enconado ri- val, el doctor Grau San' Martín, en tanto que había dado órdenes estrictas a las Fuer- zas Armadas de que se mantuvieran al mar- gen del proceso comicial. Estos hechos, co- necidos de todo el pueblo cubano, y otras consideraciones, como la de que no le mo- verían apetitos de riqueza porque ya contaba con medios para vivir holgada- mente el resto de su vida, inclinaron nues- tra decisión en favor del general Batista. Cuando volví a ver al capitán Rojas le manifesté que el grupo de oficiales al que yo pertenecía estaba de acuerdo con partici- par en la' conspiración, pero que queríamos cambiar impresiones personalmente con el general Batista, Se concertó poco después una reunión en la residencia del capitán retirado Roberto Fernández Miranda, en la, que estaban pre- a "El asesinato alevoso del líder político Ale- jo Cossío del Pino provocó unánime reac- ción de la opinión pública contra el gobier- no y agudizó.1a desmoralización entre los jefes superiores y oficiales de las Fuerzás Armadas". sentes el general Batista, el doctor Nicolás (Colacho) el ex-general Fran- cisco TabernilJa Dolz, el ex-capitán de na- vío José Rodríguez Calderón, los capitanes Luis Robaina, Jorge Garda Tuñón, y Juan Rojas González, los tenientes Artemio Pé- rez Díaz, Ignacio Leonard Castell, Armando Echemendía Leyva, el teniente retirado Fran- 'cisco Tabernilla Palmero y yo, que era te- niente, en activo. > En esa reunión el general Batista nos in- formó cuáles eran sus proyecciones y en qué' consistían sus planes para rescatar el princi- pio de autoridad y acabar, definitivamente, con el caos reinante en aque! instante. . Recuerdo, casi textualmente, sus palabras. Nes dijo que íbamos a dar un golpe incruen- to, que más' que golpe militar' sería un golpe de mano, es decir, cambiar las principales autoridades de la República sin necesidad de una lucha sangrienta. Nos prometió solem- nemente que él no aspiraba a la presidencia de la República y dijo que a él le gustaría situar en la primera magistratura a una fi- gura ilustre, mencionando entre otros al doctor Carlos Saladrigas, que había sido el candidato oficial de la Coalición Socialista Democrática en las elecciones contra el doc- tor Grau San Martín. ' Fijando, con m4s detalles, cuál habría de ser su posici6n, el general Batista manifestó su intenci6n de participar en el movimiento con el único y j1atriótico propósito de supe-

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Un pedazo de historia' cubana

POR QUE NO DE O

L O

JE CITO a CASTRO

por el coronel PEDRO A. BARRERAPEREZ, MMNP Según se lo narró a

Roclolfo Roclriguez Zaldivar Fofos de 8ARCALA y ARCHIVO

ARTICULO TERCERO

Conspiración del 10 de Marzo. Derrocamiento del gobierno de Prío Socarrós. - Reestructuración de las Fuerzas Armadas. -

Designación de los ministros. - Primera defraudación sufrida pOJ:', los integrantes de la Junta Militar.

Jamás ha sido tarea fácil logrM dentro de un ejército el triunfo 'de un movimiento conspirativo, Muchos factores están tan fuer­temente enlazados para desbaratar, desde sus mismos inicios, cualquier tentativa encamina­da a trastrocar o subvertir el sistema de férrea ' disciplina que 'rige la vida castrense, que prácticamente se lucha contra algo que pa­rece y casi siempre es imposible.

Bien sabíamos los oficiales que, al calor de los comentarios sobre la ca6tica situa­ción cubana,' albergábamos el propósito de encontrarle una solución rápida, el riesgo a que nos estábamos exponiendo; a tal extre­mo que nuestra carrera y hasta nuestra vida estaban a merced de la buena fe que tenía­mos entre todos y, principalmente, por la seguridad de que cualquier cosa que se hi­ciera habría de redundar en beneficio de la patria, a la cual habíamos hecho un jura­mento de honor.

'En ' un principio calorizamos la idea de llevar como jefe , de la Junta Militar que ha­bría d~ formarse al coronel Ramón Bar­quín, a quien todos reconocíamos su capa­cidad, su amor por la disciplina y su repudio a todo cuanto menoscabase el prestigio de lAS Fuerzas Armadas. No era extraña esta actitud nuestra, porque el coronel Barquín reunía una serie de condiciones que" a pues­tro juicio, en aquel momento, ,lo hacían el hombre idóneo para esa trascendental mi­sión. Oficial de academia, inteligente y enér­gico, se había caracterizado por una ~onduc­ta intachable a través de su vida militar, sien­do por tanto, el hombre más indicad'o para liderear un movimiento que tendría como base fundamental el respaldo de los Cuer-pos Armados; ,

Surgieton en el transcurso de los 'días dis­tintos acontecimientos que variaron por com­pleto los planes que estábamos madurando. Una tarde, en el recorrido que diariamente hacía a la unidad a que pertenecía, la Ter­cera Compañía del ~atallón 1 de Infantería, del Regimiento ubicado en la Ciudad Mili­tar, se me acercó el capitán Juan Rojas Gon­zález, mi jefe inmediato, hablándome de que se fraguaba una conspiraci6n que tenía como líder al general Batista y me invitó a que participara en dicho movimiento sub­versivo.

Sorprendido ante la oferta y hasta pen­sando que pudiera ser una estratagema, le pedí que me concediera dos días para darle mi respuesta.

C\.Iando nos reunimos los oficiales que ya estábamos de acuerdo en la !lecesidad de terminar con aquel estado de cosas, informé del planteamiento que me había hecho el

capitán Rojas y lo sometí a la consideración de mis compañeros.

Fue entonces cuando se establecieron com­paraciones entre las ventajas que podría te­ner la selección del general Batista o la del coro~el Barquín. En Barquín todos recono­cíamos, como dije antes, capacidad, presti­gio y honestidad; sin embargo teníamos la duda C1e que pudiera controlar la inevitable reacci6n pública ante un hecho de aquella naturaleza, en que se desplazarían de sus posiciones desde el presidente de la Repúbli­ca hasta el último concejal. Cuando anali­zamos la posibilidad de sumarnos al movi­miento que estaba gestando Batista llegamos a la conclusión de que resultaba mucho más ~actible t~iunfar en el empeño,' puesto que este reuma una serie de factores que de en­trada resultaban decisivos.

Un rápido análisis de la situación nos lle­vó a un a,cnerdo unánime. A ello contribuyó el criterio que todos sustentábamos de que Bati~ta, por su experiencia pública, podría realizar sin derramamiento de sangre el gol­pe proyectado. Por otra parte, era un moti­vo de especial significaci6n, a nuestro modo de ver, el hecho de que el general Batista, desde la modesfu posición ,de sargento había llegado a presidente de la República; en­cauzando la nación que; a la caída de Ma­chado, estaba sumetgida en un .verdadero caos, hacia un país de orden y regido por una Constitución que podía presentarse co­mo ejemplo de progreso ante los pueblos más avanzados de! mundo, No era tampoco un argumento débil su conducta en las últi­mas elecciones generales, en las que desde el Poder y con dnco partidos políticos de in­discutibles recursos económicos y maquina­ria bien organizada, acat6 el triunfo del can­didato de la oposición, su más enconado ri­val, el doctor Grau San' Martín, en tanto que había dado órdenes estrictas a las Fuer­zas Armadas de que se mantuvieran al mar­gen del proceso comicial. Estos hechos, co­necidos de todo el pueblo cubano, y otras consideraciones, como la de que no le mo­verían apetitos de riqueza porque ya contaba con medios ~bundantes para vivir holgada­mente el resto de su vida, inclinaron nues­tra decisión en favor del general Batista.

Cuando volví a ver al capitán Rojas le manifesté que el grupo de oficiales al que yo pertenecía estaba de acuerdo con partici­par en la' conspiración, pero que queríamos cambiar impresiones personalmente con el general Batista,

Se concertó poco después una reunión en la residencia del capitán retirado Roberto Fernández Miranda, en la , que estaban pre-

a

"El asesinato alevoso del líder político Ale­jo Cossío del Pino provocó unánime reac­ción de la opinión pública contra el gobier­no y agudizó.1a desmoralización entre los jefes superiores y oficiales de las Fuerzás

Armadas".

sentes el general Batista, el doctor Nicolás (Colacho) Hernánd~z, el ex-general Fran­cisco TabernilJa Dolz, el ex-capitán de na­vío José Rodríguez Calderón, los capitanes Luis Robaina, Jorge Garda Tuñón, y Juan Rojas González, los tenientes Artemio Pé­rez Díaz, Ignacio Leonard Castell, Armando Echemendía Leyva, el teniente retirado Fran­'cisco Tabernilla Palmero y yo, que era te­niente, en activo. >

En esa reunión el general Batista nos in­formó cuáles eran sus proyecciones y en qué' consistían sus planes para rescatar el princi­pio de autoridad y acabar, definitivamente, con el caos reinante en aque! instante. . Recuerdo, casi textualmente, sus palabras. Nes dijo que íbamos a dar un golpe incruen­to, que más' que golpe militar ' sería un golpe de mano, es decir, cambiar las principales autoridades de la República sin necesidad de una lucha sangrienta. Nos prometió solem­nemente que él no aspiraba a la presidencia de la República y dijo que a él le gustaría situar en la primera magistratura a una fi­gura ilustre, mencionando entre otros al doctor Carlos Saladrigas, que había sido el candidato oficial de la Coalición Socialista Democrática en las elecciones contra el doc­tor Grau San Martín.

' Fijando, con m4s detalles, cuál habría de ser su posici6n, el general Batista manifestó su intenci6n de participar en el movimiento con el único y j1atriótico propósito de supe-

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·"""- "." rar la crisis porque atravesaba el país, al ex­tremo de comprometerse a desempeñar las funciones de Primer Ministro, secundando al' presidente que en definitiva fuese seleccio­nado, 'para propiciar unas elecciones genera­-les a corto plazo, que dieran a Cuba un ré­gimen constitucional, retrotrayéndola al . or­demimiento jurídico en que él la había de-jado en 1944. .

Confieso que tanto a mí como. a los ofi­ciales de mi grupo, aquellas palabras nos llegaron a lo hondo. Volvíamos a ver ~n Batista al hombre preocupado por el destino de la patria ,¡ al que sometÍa, en un acto que considerábamos heroico, su propio pres­tigio. No se nos ocultaba que si aQ,uella conspiraci6n fracasaba era él quien más te­nía que perder. Eso nos alentó a dar los pa­sos que habrían de culminar en el aconte­cimiento histórico que c!,-mbiaría el curso de la historia patria.

Desde aquelmomen'to en adelante se su­cedieron con frecuencia las reuniones con Batista. Cada vez se iban. perfilando con ma­yor precisi6n los detalles inherentes al mo­vimiento proyectado. En los grupos suma­dos a la conspiraci6n el optimismo crecía por momeritos. No era una ilusión ni un es­pejismo. Nunca se podrla contar en esos pla­nes, tan peligrosos, con aqüello que no. estu-

"Un grupo de dficiales y civiles nos reuni­mos con el general Batista en la residencia del ex-capitán y. después general Roberto Femández Miranda, acordando los planes para dar un golpe de Estado que impusiera

el orden en aquel caos".

viese realmente comprobado. Y para los que asumíamos aquella responsabilidad, de rom­per un ritmo constitucional en aras de lo que considerábamos un deber superior a lo establecido por los Códigos, cuanto hiciera posible el logro de nuestros propósitos esta­ba más que justificado.

A nuestro conocimiento 'llegó la noticia de los diferentes contactos que se habían ,hecho con altos oficiales de las Fuerzas Ar­madas, que compardan las mismas inquie­tudes que nosotros, Tan convencidos está­bamos de la bondad de nuestra causa que nos extrañaba que aquello no· fuera un mo­vimiento en el que participaran por igual jefes y subalternos en los distintos Cuerpos Armados.

Por eso no constituyó motivo de extra­ñeza conocer que se habían iniciado conver­saciones con el propio general Rupeno Ca­brera y otros generales del Ejército, con el propósito de sumarlos a nuestraconspira~ ción. Y . aunque éstos no aceptaron respaldar el movimiento, no lo denunciaron ni toma­ron medida alguna en contra del mismo, al extremo de que el coronel Lázaro Landeira, alarmado por las peligrosas proporciones de la casi pública conspiración, solicitó y ob-

"El general Fran~isco Tabemilla Dolz se responsabiliz6 con tomar la fortaleza de La Cabaña y asumió después la jefatura del

Ejército".

tuvo una entrevista con el presidente doctor Carlos Prío, a quien le dio ' cuenta del mo­vimiento subversivo en gestación. . El presidente Prío, lógicamente, no podía basarse en ·10 que le dijera o afirmara un oficial de las Fuerzas Armadas, a menos que éste ostentara un cargo responsable otorgado directamente por el Poder Ejecutivo. No obs­t¡mte, era de tal envergadura lo que le había dicho el coronel Landeira, .que inmediata­mente cit6 al general Ruperto Cabrera a su despacho, a fin de interrogarle sobrl:; la si­tuación imperante en las filas del Cuerpo a su mando.

El generai' Cabrerl!-, ya en presencia del presidente doctor Prío, "q¡Jiso restarle im­portancia a lo manifestado por Landeira y prometió que haría una minuciosa investiga­ción, COIl ·el resultado de la cual informa­ría a la mayor brevedad.

Tal vez preocupado por otras causas aje­nas al normal devenir de las rutinarias tra­mitaciones militares, el general Cabrera in­formaba después al doctor Prío que la nor­malidad en las fuerzas a su mando era ab­soluta y que todos los miembros del EJérci­to se mantenían leales al gobierno legalmen­te constituido.

En los últimos días de febrero de 1951 el general Batista nos convocó a una re­unión, nuevamente. en la casa del ex-capitán Roberto Fernández Miranda, para tratar de lo que él 'calificaba de asuntos urgentes. y de vital importancia para el país.

Cuando nos personamos, sinceramente im­presionados por los motivos de aquella con­vocatoria imprevista, y a la que' asistieron otros personajes que antes no habíamos vis­to en las precedentes reuniones, fales como el teniente Rafael Salas Cañizares, el capitán Dámaso Sogo, el ex-capitán Ramón Cruz Vidal y el ex-capitán Martín Díaz Tamayo, el general Batista nos comunicó que él tenía noticias de que el presidente P río había te-

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nido una reu'ni6n con los altos. jefes milita­res , a los que les había manifestado su te­mor ante las repercusiones del trilinfo evi­dente del Partido Ortodoxo y las consecuen­cias que esto traería lógicamente tanto en la;; esferas civiles como en las militares. A creer las afirmaciones del general Batista, el doctor Prío proyectaba simular un:. golpe de Estado a su propio gobierno, a fin de escamotear el Poder a los Ortodoxos y elu­di J:' las responsabilidades que ya venían se­ñalándose a los personeros responsables de su gobierno. .

Con vista a estos hechos, que todos acep­tábamos como exp~sión cabal de la reali­dad, nos comprometimos a una próxima re­unión, quedando juramentados para cumplir al pie de la letra el plan final que se con-feccionaría en horas posteriores. .

En la noche de1.8 de marzo de 1952 vol­víamos a reunirnos con el general Batista, para dar los toques finales a los planes. Allí se acordó que el teniente Rafael Salas Cañi­zares se haría cargo de la Policía Nacional; J osé Rodríguez Calderón de la Marina de Guerra y el general retirado Francisco Ta­bernilla Dolz' ocuparía el mando de la For­taleza de La Cabaña y pasarla después a ocupar el cargo de jefe de Estado Mayor General del Ejército. Allí también se desig­nó al capitán Jorge Garda Tuñón como je­fe del Regimiento de Infantería de Colum­bia; al teniente Pedro Rodríguez Avila pa­ra hacerse cargo de la comPáñla de tanques; al capitán Leopoldo Pérez Coujill, como jefe del Tercio Táctico de Caballería; al capitán Juan Rojas GonzáIez, jefe del Batallón 1 de Infantería; al teniente Ignacio Leonard Castell auxiliar del capitán Rojas; al capitán Víctor M. Dueñas y el teniente Armando Echemendía Leyva como jefe y segundo. en man~o del Batallón 2 de Infantllría; al te· niente Artemio Pérez Dlaz y el sargento Carlos Besada Valdés, jefe y auxiliar del Ba­tallón 3 de Infantería; a mí me confió el mando del Batallón Mixto de Tanques y la Batería de Artillería de Montaña.

A.l día siguiente, ep horas de la mañana, fui citado por el .capitán Garela Tuñón pa" ra una entrevista en su residencia particular. Al llegar me · encontré al teniente Eche­mendía. Conjuntamente con el capitán Gar­dli Tuñón nos dirigimos en un automóvil Buick, propiedad de su suegro, a recoger al capitán Víctor M. Dueñas, quien había sido citado por Garda Tuñón para una· esquina céntrica de La Habana.

Cuando el capitán Dueñas subió al auto­móvil y apenas cambiamos las primeras pa­labras, comprendí que no sabía absoluta­mente nada del movimiento que estaba a punto de producirse. El capitán García Tu­ñón, a quien se le había confiado .la misión de sumarlo al complot, habla esperado has­ta ese minuto para informarle de lo pro­yectado. De más está decir la sorpresa y reacción de Dueñas ante los pronunciamien­tos que escuchaba por primera. vez. No obstante, al conocer lo que se proyectaba y los motivos que aconsejaban aquel paso, aceptó la responsabilidad que se le confe­ría de asumir el mando del Batallón 2 de Infantería. .

Ya puestos de acuerdo sobre lo más trascendente, nos dirigimos en el auto a la playa de Marianao, donde nos esperaban el doctor Nicolás (Colacho) Hernández y el capitán Martín Díaz 'ramayo, · para de alH continuar rumbo a Kukine donde nos espe-raba el general Batista. .

Eran aproximadamente las once de la noche cuando llegamos al retiro campestre del entonces senador Batista. Tuvimos que esperar hasta que Batista terminara de des­pachar con unos aviadores, a los que daba las últimas instrucciones sobre la misión que les había asignado.

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"La Marina de Guerra quedaba bajo ia' ac­ción del después ascendido a contraalmi­rante José Rodríguez Calderón, que tomó

la jefatura de Estado Mayor".

Pasamos a la biblioteca, donde estuvimos recibiendo los detalles finales para la sincro­nización del golpe. Por primera vez nos habló de· lo que sería calificado como la "Hora Cero", esto es, que a las 2 y 40 .de la ma­drugada debían estar acoplados todos los movimientos del plan, sin fallos posibles.

Mientras pasaban los ininutos hasta que llegara el momento de partir hacia Colum­bia, Batista dió muestras de una ecuanimi­dad completa. Inclusive, en ocasiones, relató acontecimientos que nada te,nían que ver con lo que allí nos reunía. Poco antes de que iniciáramos la partida, nos informó que cerca de Columbia estarían esperándonos varios carros de la Policía y el capitán Luis Robaina en su automóvil particular, cuyo auto iba a ser utilizado por él para entrar en Columbia, puesto que el suyo era muy conocido.

Yo manejaba: e! automóvil de García Tu­ñón, en 'el que íbamos el propio capitán, el 'también capitán Dueñas y el teniente Echemendía. y como iba a ser el primero en la caravana de autos encaminada a Co­lumbia, Batista me "recomendó que mantu­viera una velocidad moderada para evitar' sospechas por parte de la Policía.

A paso dis:reto todoli los autos salieron de Kukine y tomaron la carretera central, rumbo a Milrianao y al Campamento de Columbia. Unas cuadras antes de llegar a nuestro destino, el general Batista abandonó su automóvil particular y se pasó al del capitán Robaina.

De nuevo siguió el desfile de autos hacia la Posta 4 de la Ciudad Militar y al llegar a la misma, el centinela de guardia, extra­ñado de que a tan intempestiva hora se pre­sentara tal número ' de vehículos con e! propó­sito de penetrar a los predios del Campa­mento, trató de evitarlo. El capitán Garda Tuñón, que iba conmigo en el primer auto­móvil, se bajó rápidamente del auto y orde­nó al soldado que abriera la entrada al Cam­pamento, pues el capitán Dámaso Sogo, que era el Oficial de Día en esa fecha y que estaba comprometido a esperar la caravana de autos en la posta, por circunstancias que

"El teniente Rafael Salas Cañizares contro­ló la Policía Nacional, de la que ' asumió el mando con el grado de brigadiet. general".

desconozco, no había llegado a tiempo a su puesto, al que llegó momentos después, cuando ya todos los autos estaban dentro del Campamento.

Una vez dentro del Campamento, los au­tos de ,la carav,ana, conjuntamente con los de la Policía· que se habían sumado a la misma al cambiar el general Batista de su automóvil para el del capitán Robaina y en los que se encontraban otros oficiales reti­rados de los Cuerpos Armados, adictos a Batista, yo fuí directamente a cumplir la misión que se me asignó y que consistía, primeramente, en dejar al capitán García Tu­ñón en la jefatura del Regimiento, donde iba a trabajar en combinación con el gene­r~l Batista y el capitán Robaina; después avisarle al capitán Juan Rojas, en e! Bata­llón 1, que ya Batista se había hecho cargo del mando en Columbia; después dejar al capitán Dueñas y al teniente Echemend!a en el Batallón 2, avisarle al teniente Artemio Pérez Díaz y al sargento Besada en el Ba­tallón 3 y, por último, hacerme cargo del mando del Batallón Mixto de Tanques y la Batería de Artíllería de Montaña.

El segundo automóvil, o sea, en el que viajaba el general Batista, se detuvo frente a la jefatura del Regimiento, apeándose del mismo el general Batista acompañado de Orlando Piedra, "Silito" Tabernilla, Rober­eo Fernández Miranda y ei capitán Luis Robaina Piedra, que era chofer y dueño de'! vehículo.

Los demás automóviles, carros patrulle­ros de la Polida proporcionados por e! te­niente Rafa,el Salas Cañizares, segundo jefe en aquel, entonceS de la Sección Motoriza­da, siguieron su itinerario previamente fi­jado hacia las residencias de los distintos jefes de mandos que vivían en la propia Ciudad Militar.

Al comandante retirado' Aquilino Guerra le tocó la misión de arrestar al general Ruperto Cabrera, jde de! Ejército, en su propia residencia. Por cierto que sobre el arresto del general Cabrera contaba e! des­pués corone! Aquilino Guerra que al tocar en las puertas de su dormitorio y comuni­carle al general Cabrera que estaba arres-

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tado, escucharon la voz de la esposa del ge­neral, que lo increpaba, instándolo a pelear por el mantenimiento de su autoridad. Se­gún el coronel Guerra, Cabrera, con voz impersonal, ripostó: - ¡Chica! Cu~do ellos han llegado hasta aquí es que todo está perdido.

También formaban parte del grupo des­tinado a arrestar los altos jefes de los Cuer­pos Armados residentes en Colúmbia, el capitán retirado Pilar García 'y el capitán retirado de la Policía Hernando Hernández.

Mientras esto sucedía ' en la Ciudad Mi­litar de Columbia, el ex-general retirado Francisco Tabernílla Dolz, entraba a la For­taleza de La Ca'baña, acompañado de los te­nientes José de la Campa, Pablo Miranda y el ex-teniente Manuel Ugalde Carrillo.

Al llegar a La Cabaña eran esperados por el capitán Ramos Avila, que era el Oficial del Día y estaba comprometido en el movimiento, así como los sargentos Ca­ridad Fernández y Alberto Valdés. La pri­mera unidad tomada fue la Compañía Me­canizada, que era la más importante y es­taba al mando del capitán Sánchez Gómez, que se sumó al movimiento en ese mismo momento y después colaboró eficientemen­te con el general Taberni!la en el control de las tropas acantonadas en esa fortaleza.

En esos precisos instantes el teniente Ra­fae! Salas Cañizares, conjuntamente con los tenientes Negret, que fue muerto horas más tarde al intentar la rendici6n de la guar­nición del Palacio Presidencial y MartÍn Pé­rez se hacía cargo de la jefatura de la Po­licía Nacional, tomando las medidas para controlar el mando, tanto en La Habana co­mo en el territorio nacional.

La muerte de! tenient~ Negret fue el úni­co hecho de sangre octlrrido durante todo e! proceso revolucionario del 10 de marzo.

Por otra parte, el ex-capitán de navío Jo­sé Rodríguez Calderón, acompañado del ca­pitán retirado Arias y e! teniente Pedro M. de la Concepción, se hizo cargo de la jefatura de la Marina de Guerra Nacional, penetrando en el Castillo de la Punta, don­de radicaba el mando supremo de ese. cuer­po, sin obstáculo alguno, reportando horas

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después que tenía el control absoluto de todos, los componentes de la Marina de Guerra.

Una vez conocida la consolidación del movimiento, el general Batista se reunió en los salones gimnásticos del Círculo Militar y Naval, ubicado en el Campamento de Co-1umbia, y allí désignó los, distintos jefes de los mand03 en los tres cuerpos armados. En el Ejército quedó como jefe el ' general Fran­cisco Tabernill¡l Dolz, con el rango de ma­yor general; ~yudante general el capitán Martín Díaz Tamayo, con el grado de ge­neral de brigada; cuartel maestre general, el capitán Luis RobainS: Piedra, con el grado de general de brigada; jefe de la Ciudad Militar, el capitán Jorge García Tuñón, as­cendido a general de brigada; jefe de la fortaleza militar de La Cabaña, el capitán Juan Rojas González, con el grado de, ge­neral de brigada. , También procedió el general Batista a designar los jefes de regimientos de la Guar­dia Rural, nombrando al capitán Alberto del Río Chaviano coronel jefe del regimiento 1 "Maceo", de la provincia de Oriente; al ca­pitán Aquilino Guerra, como coronel jefe del Regimien~o 2 "Agramonte" de Cama­güey; al capitán Víctor M. Dueñas, coro­nel jefe del Regimiento 3 "Leoncio Vidal" de Las Villas; al capitán Leopoldo Pérez Coujil, coronel jefe del Regimiento 4 "Plá­cido", Matanzas; al capitán Dámaso Sogo Hernández, coronel jefe del Regimiento 5 "Martí", de' la provincia de La Habana; y el coronel José Fernández Rey, por ser amigo del general Tabernilla, lo ratificó en su gra­do y lo nombró jefe del Regimiento 8 "Rius Rivera", de Pinar del Río. .

Al mismo tiempo fue nombrado el te­niente Rafael Salas Cañizares, brigadier ge­neral jefe de la Policía Nacional, quien fue autorizado para reestructurar olos cuadros de oficiales policiacos.

En lo referente a la Marina de Guerra, el general Batista nombró al ex-capitán de na­vío José Rodríguez Calderón jefe de ese cuerpo, con el grado, de contra-almirante y fue designado jefe de Dirección el teniente Pedro M. de la Concepción, con el g-rado de comOdoro; al capitán Juan Casanova, Jefe de Inspección, con el grado de comodoro; jefe del Departamento de Administración, al ca­pitán retirado Antonio Arias, con el grado de comodoro; al capitán Cartaya coronel je­fe del Distrito Naval Norte; al capitán Va­rela Canosa, jefe del Distrito Naval de Cien­fuegos, con el grado de coronel y al capitán Rubio Baró, jefe del Distrito Naval de Ocien' te, con el grado de coroneL

En los mandos militares completó el ge­neral Batista la reestructuración, nombrando al capitán retirado Manuel Larrubia Pane­que, coronel jefe del Cuerpo de Aviación y al ex-capitán Ramón Cruz Vidal, jefe del Servicio de Inteligencia Militar, con el gra­do de coronel.

En el Regimiento de Artillería,' ubicado en La Cabaña y ya al mando del general Juan Rojas, se nombró Inspector Territorial y segundo jefe del Regimiento al capitán Sánchez Gómez, con el grado de teniente coronel y a los tenientes José de lir. Campa, Manuel Ugalde Carrillo y Pablo 'Miranda, se les ascendió primeramente a comandantes y poco después a tenientes coroneles, asignán­doseles las jefaturas de los batallones 1, 2 y 3 del propio Regimiento de Artillería.

Se reestructuró el Regimiento de Infante­ría destacado en el Campamento Militar de Columbia, nombrándose al capitán Pedro Rodríguez Avila Inspector Territorial y se­gundo jefe del Regimiento, con el grado de coronel; a los tenientes Ignacio Leonard Cas­tell Armando Echemendla Leyva, Artemio Pér~z Diaz y Pedro A. Barrera Pérez, o sea a mí, ,jefes de los' batallones 1, 2, 3, y 4 de Infanterla, con el grado de comandante pri-

mero y ascendidos poco después a tenientes coroneles. '

El capitán Pedro Garda Tuñón fue nom­brado jefe del Tercio Táctico de ,Caballería. con el grado de comandante y posteriormen­te ascendido a teniente coronel. En la Sec­ción de Sanidad, destacada en el Regimien­to, se nombró jefe al teniente médico Már­quez, con el grado de comandante y después con el de teniente coronel. .

"A ~í se me confió la ocupación y el man­do del Batallón Mixto de Tanques y la Ba­tería de Artillería de Montaña, siendo as-

cendido a comandante"

El teniente coronel Ramón Barquín que fungía como agregado militar a la Emba­jada de Cuba en Washington fue ratificado en su cargo y ascendido al grado de coronel. . Pocos días después el Regimiento Militar

de Infantería de Columbia fue reorganizado para convertirlo en la División General ~e Infantería, constituyéndose por. la jefatura de la División y dos regimientos: el número 1 de Infantería "4 de Septiembre" y el Re­gimiento Mixto de Tanques.

Con ese motivo se hicieron cambios fun­damentales, nombrándose al general Jorge Garda Tuñón jefe de la División, a mí jefe de Estado Mayor de la misma, al comandan­te Rafael Garela Casares jefe de Personal y Ayudante de' la División, con el grado de teniente coronel. Para las jefaturas de los regimientos se designó al teniente coronel Ignacio Leonard Castell, ascendido a coronel y al coronel Pedro Rodríguez Avila, ascen­dido a general de brigada.

El batallón 4 de Infanterfa que había si­do reorganizado para convertirlo en el ba­tallón mixto de tanques, fue puesto al man­do del teniente Manuel Varela Castro, con el grado de comandante primero 'y después de teniente coronel.

Ya puestos los distintos mandos militares, navales y policíacos en manos de hombres de su confianza más absoluta y reinando completa paz en todo el territorio nacional, el general Batista se Qio a la tarea de es­tructurar el gobierno civil.

11

A esos efectos se reunió en la jefatura de la División de Infantería con sus colabora­dores civiles del golpe del 10 de marzo, los doctores Nicolás (Colacho) Hernández. Ra­món O. Hermida y Pablo Catrera Júztiz, para seleccionar los hombres que integrarían el Gabinete y los que asumirían los demás car­gos importantes en la administración civil.

Es bueno señalar que el general Batista, en todas las reuniones celebradas durante el proceso conspirativo, recalcaba ¡on ir sten­da su único propósito de encauzar ~a Repú­blica por senderos de honestidad adminis­trativa, insistiendo en que se escogerían cu­banos ilustres de reconocida militancia civil. para desempeñar los cargos ministeriales, pues no quería que el pueblo fuese a cata­logar aquel movimiento como un ' cuartelazo más, destinado al enriquecimiento de sus autores. Por ello es qUe ninguno de los ofi­ciales que participó como elemento decisivo en la ejecución de ese movimiento, no ocupó posición relevante en los cuadros civiles. '

De aquella reunión en la División de In­fantería surgió el 'primer Gabinete que. si mal no recuerdo estaba integrado de la si­guiente forma:

Estado, doctor Miguel Angel Campa; De­fensa, ,doctor Nicolás Hernández (Colacho); Gobernación, doctor Ramón O. Hermida; Obras Públicas, Ing. MendigutÍa; Educación, Doctor Andrés Rivero Agüero; Agricultura, doctor Alfredo' Jacomino; Hacienda, doctor Marino López Blanco; Comunicaciones, doc­tor Pablo, Carrera Júztiz; Justicia, doctor Gastón Godoy; Salubridad y Asistencia So­cial, doctor Enrique Saladrigas; Trabajo, doc­tor Jesús Porto carrero; Comercio,' el perio­dista Raúl Lorenzo y Transportes, el doctor Rafael Díaz Balart.

Para 'secretario de la Presidencia y del Consejo de Ministros, fue designado el doc­tor Andrés Domingo y Morales del Castillo.

TlImbién se procedió por Batista a ratifi­car a su hermano Panchín como Gobernador de la Provincia de La Habana y a Francisco Orué como alcalde de Marianao, designando al señor Justo Luis "Pozo para el cargo de alcalde de La Habana.

Al dla siguiente, o sea el 12 de marzo de 1952, el general Batista decide trasladarse al Palacio Presidencial, sin haber todavía de­finido cuál habría de ser su posición oficial como jt:fe del movimiento, pues dudaba si ser primer ministro, jefe del. gobierno o pre­sidente. '

Fue días después que oPW por el cargo de presidente provisional.

Antes de seguir adelante es importante hacer constar que el mismo día 10 de marzo se dio a la publicidad un manifiesto suscrIto por casi todos los oficiales, que habíamos participado en el movimiento que derrocó el gobierno del doctor Prío, aclarando cuáles eran los propósitos que nos animaban y que no eran otros que los de encauzar la nación por senderos ,de honestidad administrativa, imponer el orden y propiciar unas eleccio­nes generales en el más breve tiempo po­sible.

Creíamos que el general Batista estaba dis­puesto a escuchar nuestras sugerencias, cuan­do alguno de sus colaboradores cometiese un error en sus funciones, porque suponía­mos que serían hombres de intachable con­ducta pública y de respeto amplio en la ciu­dadanía.

Cuando conocimos los nombres de algu­nos de los integrantes del primer Gabinete he de confesar q'ue nos sentimos defrauda­dos y al hacer unos comentarios entre noso­tros, el general García Tuñón, como vocero de los sentimientos del grupo allí reunido, nos prometió entrevistarse ' con el general Batista y explicarle el desagrado causado por la designación de esos señores. ampliamente conocidos V no precisamente cómo mirlos blancos. (CONTINUARA)