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grafía, viene a coincidir con el concepto de ecosistema, de tradi- ción más biológica ( González Bernáldez,1981, p. 19). Pero incluso en su propio dominio la ecología terrestre suele funcionar, al igual que la acuática, de forma insolidaria. Las comunidades vegetales y animales se estudian por separado, y én estas últimas domina el enfoque poblacional, que se conforma además como una rama teórica diferenciada en el seno de la eco- logía generál. Esta última, la ecología general o de síntesis (Mar- galef, 1974), cuyo mejor vehículo es el concepto de ecosistema, no adquiere ni mucho menos una formulación clara y universal durante el periodo considerado. Por ello, al referirnos a la ecolo- gía del último tercio del siglo pasado y primer tercio del presente, es necesario tratarla como algo incipiente y disperso primero, y complejo y a veces múltiple después. UNA COMUNIDAD CIENTIFICA EN CONSTRUCCION, LOS NATURALISTAS EN ESPAÑA Tal como acaba de verse, desde finales del pasado siglo se están realizando en Europa y Estados Unidos contribuciones científicas importantes para el desarrollo de la ecología. ^Hasta qué punto la situación de la comunidad de investigadores espa- ñoles permitía en ese momento generar o simplemente asimilar este tipo de innovaciones científicas? Evidentemente las condi- ciones no eran muy favorables en el último tercio del siglo XIX, aun ciñéndose a Madrid, donde en ese momento se encuentra sin duda la comunidad científica más importante y estructurada. El muy bajo nivel de institucionalización, el atraso metodológico y teórico acumulado, la carencia de medios materiales, tanto ins- trumentales como bibliográficos, y la deficiente enseñanza de las ciencias en todos los niveles de una estructura educativa que nunca acababa de ser reformada eficazmente, lastraban grave- mente las posibilidades científicas de los naturalistas, que en su mayoría se dedicaron a una labor descriptiva y taxonómica esca- samente innovadora. Por otro lado, parte de los grupos más dinámicos en la labor de modernización de la ciencia y la educación, como la Institu- 28

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grafía, viene a coincidir con el concepto de ecosistema, de tradi-ción más biológica (González Bernáldez,1981, p. 19).

Pero incluso en su propio dominio la ecología terrestre suelefuncionar, al igual que la acuática, de forma insolidaria. Lascomunidades vegetales y animales se estudian por separado, y énestas últimas domina el enfoque poblacional, que se conformaademás como una rama teórica diferenciada en el seno de la eco-logía generál. Esta última, la ecología general o de síntesis (Mar-galef, 1974), cuyo mejor vehículo es el concepto de ecosistema,no adquiere ni mucho menos una formulación clara y universaldurante el periodo considerado. Por ello, al referirnos a la ecolo-gía del último tercio del siglo pasado y primer tercio del presente,es necesario tratarla como algo incipiente y disperso primero, ycomplejo y a veces múltiple después.

UNA COMUNIDAD CIENTIFICA EN CONSTRUCCION,LOS NATURALISTAS EN ESPAÑA

Tal como acaba de verse, desde finales del pasado siglo seestán realizando en Europa y Estados Unidos contribucionescientíficas importantes para el desarrollo de la ecología. ^Hastaqué punto la situación de la comunidad de investigadores espa-ñoles permitía en ese momento generar o simplemente asimilareste tipo de innovaciones científicas? Evidentemente las condi-ciones no eran muy favorables en el último tercio del siglo XIX,aun ciñéndose a Madrid, donde en ese momento se encuentra sinduda la comunidad científica más importante y estructurada. Elmuy bajo nivel de institucionalización, el atraso metodológico yteórico acumulado, la carencia de medios materiales, tanto ins-trumentales como bibliográficos, y la deficiente enseñanza de lasciencias en todos los niveles de una estructura educativa quenunca acababa de ser reformada eficazmente, lastraban grave-mente las posibilidades científicas de los naturalistas, que en sumayoría se dedicaron a una labor descriptiva y taxonómica esca-

samente innovadora.Por otro lado, parte de los grupos más dinámicos en la labor

de modernización de la ciencia y la educación, como la Institu-

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ción Libre de Enseñanza, que tuvo un papel decisivo comonúcleo difusor y agente inspirador de reformas organizativas ypedagógicas, adolecieron en su producción científica de ciertasinconsistencias teóricas. Por ejemplo, algunos científicos cerca-nos a la Institución realizaron una labor valiosa y entusiasta deinvestigación original que, sin embargo, se resintió en sus elabo-raciones teóricas de su vinculación a la filosofía krausista. Enconcreto, los científicos afines al krausismo intentaron aproximara sus posturas filosóficas idealistas un darwinismo despojado desus presupuestos materialistas y teóricamente mal asimilado.Posteriormente la aceptación de posturas positivistas (NúñezRuiz, 1975) facilitó la integración de los niveles empírico y teó-rico en la producción científica de los investigadores vinculados ala Institución.

Pero, en conjunto, el último tercio del siglo XIX es para lasciencias naturales en España una etapa de actualización y recu-peración del nivel de investigación. Se corresponde este periodocon la llamada "generación de los sabios", que, entre los natura-listas, tiene sus representantes característicos en figuras comoIgnacio Bolívar o Salvador Calderón (Laín Entralgo, 1975). Cajaly sus investigaciones histológicas, que representan la máximacontribución científica de esta generación, no son pues un casoaislado en un desierto científico, pero tampoco definen el nivelde la investigación en España, donde, antes de estar en situaciónde realizar contribuciones en los frentes más innovadores de lasciencias naturales del momento, se requería aún una importanterenovación metodológica y técnica, una reforma pedagógica y, enel caso de la historia natural, una ingente tarea de reconoci-miento de la gea, la flora y la fauna hispanas. Esta es la impor-tante labor que realizan naturalistas como José Macpherson yFrancisco Quiroga, introductores de la microscopía petrográficaen España, Salvador Calderón, que estudió los minerales de laPenínsula y contribuyó a la implantación de las posturas actualis-tas en geología, o Ignacio Bolívar, que desarrolló de forma espec-tacular la entomología española. Muchos de los naturalistas másimportantes de esta época, y en concreto los cuatro que se aca-ban de citar, estuvieron vinculados al proyecto cultural de la Ins-titución Libre de Enseñanza. En el caso de Bolívar hay que seña-

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lar además que tuvo un papel personal decisivo en la organiza-ción y el impulso institucionales de la investigación científica enEspaña (Gomis Blanco, 1988).

El aceptable nivel científico alcanzado a finales del XIX esmantenido en líneas generales por las generaciones de investiga-dores que se incorporan sucesivamente durante el primer terciodel siglo XX, consolidando los logros alcanzados y reforzando laformación de escuelas y grupos de investigación. Escuelas y gru-pos que sustituyen en parte el previo protagonismo de las figurasindividuales, al compás de una creciente organización institucio-nal de la investigación y la enseñanza. Desde 1907 será la Juntapara Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, orga-nismo oficial que recogía los planteamientos de la Institución, elagente fundamental del proceso de modernización e instituciona-

lización.Este panorama de crecimiento científico no es sin embargo

uniforme. Dejando aparte la continuidad de la escuela histoló-gica, que con Achúcarro y Río-Hortega entre otros se mantieneen una posición destacada respecto al resto de las ciencias natu-rales, y restringiendo el análisis al campo de la historia natural, seobserva que no todas las especialidades alcanzaron el mismodesarrollo. Es el caso de la botánica, que en el ámbito madrileñoapenas se benefició del movimiento modernizador, debido alinmovilismo de algunos de sus dirigentes oficiales, que impidie-ron la renovación del Jardín Botánico hasta bien entrado estesiglo XX (Castroviejo, 1983). De ello es significativo el hecho deque en 1921 se nombrara Director del Jardín Botánico a Bolívar,con más de setenta años y zoólogo por su dedicación investiga-dora, para que reorganizara la actividad científica de este centro,sumido en un considerable retraso (González Bueno y Gallardo,1989). Por contra, los botánicos catalanes, más "montaraces" ymenos "académicos" (Camarasa, 1989b, p. 188), mantuvieron unelevado nivel científico en sus estudios florísticos y taxonómicos,creando una auténtica escuela botánica catalana que se consolidaen la década de 1920 en torno a la figura de Pius Font i Quer.

En otros casos se detecta la escasa o nula presencia de espe-cialidades que estaban experimentando desarrollos importantesen el panorama científico internacional, pero que en España,

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donde subsistían lagunas importantes en algunos temas, carecie-ron de una tradición científica en la que insertarse, o no encon-traron apoyo institucional y tuvieron que atravesar una primera ydifícil etapa extraoficial. En concreto, eso fue lo que ocurrió condiferentes disciplinas ecológicas, tal como se verá con detalle encapítulos posteriores, pero también con otros tipos de estudios,que quedaron vacíos o casi vacíos en el espectro científico espa-ñol de esta época, con una comunidad de investigadores aún muyreducida, a pesar de su constante expansión, e incapaz de cubrirtodos los frentes. Un ejemplo muy ilustrativo de la persistenciade este tipo de huecos dentro del ámbito de la historia natural loproporcionan los estudios de morfología glaciar, que se habíanmantenido prácticamente inéditos entre los geólogos españoles,no obstante ser uno de los grupos más activos y numerosos entrelos naturalistas. Bastará que en 1914 se establezca en España elpaleontólogo y prehistoriador alemán Hugo Obermaier, forzadopor la guerra europea, para que, a través de sus trabajos y sumagisterio, este tema se ponga rápidamente al día. Otros ejem-plos similares podrían citarse de diferentes especialidades ymetodologías naturalistas, poco o nada desarrolladas en Españacuando ya habían alcanzado una considerable sofisticación enotras comunidades científicas.

En todo caso, y aun con carencias e irregularidades como lascitadas, lo cierto es que desde principios de siglo hasta 1936 seproduce una normalización de la práctica científica en España.Esta etapa se beneficia sin duda de los esfuerzos desarrolladospor algunos grupos en el periodo inmediatamente anterior, perose diferencia por la consolidación de un clima de relativo apoyosocial a la ciencia y la educación, en el que pierde protagonismoel debate ideológico que, desconectado a menudo de la laborinvestigadora, tan importante había sido a finales del XIX. Tho-mas F. Glick se ha referido en este sentido a la existencia de un"discurso civil" en la sociedad española, un consenso en el apoyoal desarrollo científico aceptado como objetivo común porencima de las diferencias entre facciones ideológicas (Glick,1986). En el caso de las ciencias naturales el factor de enfrenta-miento más claro había estado en las disputas sobre el evolucio-nismo. De acuerdo con un estudio bibliométrico de José Sala, la

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aceptación del "paradigma" evolucionista, tal como lo caracte-rizó este autor, es dominante entre los naturalistas españoles apartir de 1909 (Sala Catalá, 1984b). Además de lo que supone encuanto a modernización de la investigación biológica y geológica,ello indica una normalización del ámbito científico, que logra uncierto aislamiento de tensiones debidas a confrontaciones ideoló-gicas y sociales. Tal aislamiento es por supuesto relativo, y, así,puede detectarse una prolongación del conflicto evolucionista enla división y a veces hostilidad entre la comunidad naturalistacatalana, más conservadora en este punto, y la centralizada enMadrid, división en la que evidentemente había además otrascausas de tipo político y cultural.

Una vez expuesto a grandes rasgos el proceso histórico decrecimiento y modernización de las ciencias naturales en Españaen el cambio de siglo, veamos ahora, con algo más de detalle, porun lado, cuál fue el contexto político e ideológico que enmarcó sudesarrollo, y, a continuación, cuáles fueron las realizaciones insti-tucionales concretas en la enseñanza y la investigación científi-cas.

Marco político e ideológico

La quiebra del proyecto ilustrado y, en particular, del pro-yecto científico de finales del siglo XVIII, así como las convulsio-nes políticas que caracterizan todo el periodo central del sigloXIX, configuran un panorama desalentador para el desarrollo dela ciencia. Este trasfondo de lucha política e ideológica tan pocopropicio no sólo se reduce a la dicotomía rutinariamente acep-tada entre absolutistas y liberales sino que comprende multitudde confrontaciones entre distintas posturas doctrinaristas y anti-doctrinaristas de variado signo (Pérez de la Dehesa, 1966), lamayoría de las cuales, cuando accedieron al poder, carecieron devoluntad o de acierto para fomentar el desarrollo científico. JoséMaría López Piñero ha propuesto un esquema de periodizaciónque recoge muy adecuadamente el desarrollo de la actividadcientífica en la España del XIX en función de su contexto socio-político (López Piñero, 1982, 1992). Siguiendo este esquema,

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puede decirse que tras el periodo de "catástrofe" que para lavida intelectual y cultural supusieron en España la guerra de laIndependencia y el posterior reinado de Fernando VII, con sucorolario de represión y exilio, se construye una lenta recupera-ción en el terreno científico durante el periodo de la regencia eisabelino, desde 1833 a 1868, gracias a la labor de unas "genera-ciones intermedias" de científicos que son importantes paraexplicar la etapa de florecimiento cultural y científico que tienelugar posteriormente, durante el cambio de siglo. En efecto, laliberación ideológica que sigue a la revolución de 1868 y las con-diciones de relativa estabilidad sociopolítica que establece la res-tauración desde 1875 consolidan la recuperación científica, quese plasma en una notable mejoría del nivel de la enseñanza y lainvestigación, protagonizada por la llamada "generación de lossabios". Sin embargo, es indudable que el retraso acumuladodurante los dos primeros tercios del XIX condicionará decisiva-mente las posibilidades del resurgimiento científico posterior,que quedará nuevamente interrumpido por la guerra Civil de1936.

Volviendo ahora al periodo crucial que sigue a la revoluciónde 1868, puede observarse cómo el triunfo liberal y progresistaque se produjo con La Gloriosa, si bien parcial y pasajero, seacompaña de un movimiento de renovación intelectual en el queaparecen toda una serie de asociaciones científicas, efímerasunas, llamadas otras a ejercer una acción duradera. Destacaentre estas últimas la Sociedad Española de Historia Natural,fundada en 1871, que el año siguiente edita el primer volumen desus Anales de la Sociedad Española de Historia Natural, mar-cando un importante cambio cualitativo y cuantitativo en la pro-ducción científica del momento. Tras el inicial impulso revolucio-nario y el posterior reflujo de entusiasmos que se produce alacabar el sexenio democrático, la tranquilidad y la prosperidadrelativas que se instauran desde 1875 en la sociedad española dela restauración favorecen el asentamiento, en un clima más cal-mado, de una creciente actividad científica.

No obstante, las actitudes intolerantes no dejan de reapareceren la nueva monarquía de Alfonso XII. Como consecuencia de larepresión de la libertad de enseñanza desencadenada en 1875 por

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el primer Gobierno de la restauración, con Orovio como Minis-tro de Fomento, pero fruto también del desengaño del ánteriorperiodo revolucionario, surge en Madrid en 1876 la InstituciónLibre de Enseñanza, impulsada por el grupo intelectual krausistay concretamente por varios de los catedráticos universitarios queacababan de ser depurados por el Gobierno (Jiménez-LandiMartínez, 1973). Su principal animador fue hasta su muerte Fran-cisco Giner de los Ríos, y es digno de mención el que los doscatedráticos cuyas protestas originaron en primera instancia larepresión de aquella segunda cuestión universitaria, llamada asípor haberse producido poco antes de la revolución de 1868 unaprimera de similares características, y también con Orovio comoMinistro de Fomento, fueran dos científicos amigos de Giner, elquímico Laureano Calderón, hermano del geólogo Salvador Cal-derón, y el naturalista Augusto González de Linares.

La Institución pretendía ser inicialmente una universidadlibre, pero la inviabilidad de este proyecto recondujo su funciona-miento hacia la enseñanza primaria y secundaria (Cacho Viu,1962). Sin embargo su significado histórico trasciende con mucho,como es bien conocido, su función educativa inmediata para pro-yectarse en un programa, "la búsqueda de la moral pública -dela que España andaba más bien escasa- a través del cultivo de laciencia" (Cacho Viu, 1989, p. 6), y en una aspiración renovadorade la sociedad española en todos sus niveles. Aunque derivadasen origen del grupo filosófico krausista, estas ideas extenderán suinfluencia a amplios sectores políticos e intelectuales, incluyendoa numerosos científicos y entre ellos a no pocos naturalistas delperiodo aquí estudiado. Es por ello que, aun siendo, como es evi-dente y como su nombre indica, una institución, se menciona aquía la Institución Libre de Enseñanza y no en el siguiente apartadodedicado al marco institucional de la ciencia. En efecto, más quela labor científica concreta que pudiera desarrollarse en sus aulasy laboratorios, la importancia de la Institución en la historia de laciencia en España radica en su papel inspirador de proyectos derenovación educativa y científica, presente de manera muy desta-cada en los "orígenes culturales de la Junta para Ampliación deEstudios" (Laporta, Ruiz Miguel, Zapatero y Solana, 1987), de laque se habla más adelante.

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Pero no sólo los cambios políticos condicionan el desarrollocientífico. EI desenvolvimiento interno de las ciencias naturalesdecimonónicas, con sus decisivos avances plasmados en nuevosdescubrimientos y teorías, fundamentalmente la teoría celular yla teoría de la evolución en lo que a la biología se refiere, pro-duce importantes cambios científicos, que Ilevan aparejados con-flictos ideológicos de no menor importancia. El carácter ideológi-camente conflictivo de estas controversias científicas se agudizaaun más en su repercusión y reproducción en España, al produ-cirse en una comunidad científica raquítica e inmersa en unasociedad en la que perviven grandes sectores de tradicionalismoideológico que ejercen su influencia intransigente. Más allá delenfrentamiento entre ciencia y religión, que se produce una vezmás en España, las nuevas doctrinas científicas se convierten enarma ideológica de los grupos políticos y sociales en conflicto.Especialmente importante en este sentido es la recepción deldarwinismo en España (Núñez, 1977, Glick, 1982), recepción quese enmarca en el proceso más general de introducción del positi-vismo científico y, más ampliamente, de la "mentalidad positiva"(Núñez Ruiz, 1975). El culto a la ciencia positiva pasó a formarparte del ideario de muchos sectores progresistas españoles delúltimo tercio del XIX. En cuanto a la actividad científica en sí, esindudable que la progresiva aceptación del evolucionismo consti-tuye un rasgo importante, e incluso determinante (Sala Catalá,1982, 1984b), del desarrollo histórico de las ciencias naturales enEspaña.

En otro orden de cosas, la voluntad de promocionar la activi-dad científica aparece ligada a preocupaciones patrióticas ynacionalistas más amplias. El desastre colonial de 1898, con lapérdida de las últimas posesiones ultramarinas de importancia, seha considerado habitualmente como el revulsivo que hace crista-lizar una sensibilidad intelectual preocupada por la regeneraciónde la patria, el regeneracionismo. Pero, en realidad, este es unfenómeno cultural y político que, tomado en un sentido amplio,puede considerarse ya presente en la sociedad española desdemucho antes, como fruto de una tradición intelectual intermi-tente que arranca de la ilustración y que tiene como denomina-dor común su fe en el conocimiento científico como factor de

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cambio regenerador. Krausismo, positivismo y regeneracionismoprolongarán su influencia y sus relaciones mutuas hasta lasegunda República. En este contexto intelectual la preocupación.por los recursos naturales del territorio español y por su ade-cuado conocimiento científico para su mejor utilización, tambiénheredada en cierta medida de los ilustrados, es un rasgo recu-rrente de las mentalidades reformistas, que buscan el progresomaterial de la nación como base para su resurgimiento político ymoral. Las conexiones que establece el pensamiento regeneracio-nista, o al menos algunos de sus representantes, entre la esfera delo natural y la de lo moral, aplicadas al caso español, van inclusomás allá, introduciéndose en el resbaladizo terreno del determi-nismo geográfico o ambiental. Pero lo que interesa destacar aquíes que la cuestión hidraúlica, la cuestión forestal o el fomento delconocimiento geográfico de España son temas característicos dealgunos de los más conspicuos regeneracionistas (Gómez Men-doza y Ortega Cantero, 1988), como Ricardo Macías Picavea oJoaquín Costa, y que entre los que se consideran como más típi-cos representantes de la mentalidad regeneracionista hay inclusonaturalistas profesionales, como Lucas Mallada. En su famosa einfluyente obra Los males de la Patria y la futura revolución espa-ñola, publicada en 1890, Mallada incide ampliamente en estáscuestiones. Hay por todo ello una importante dimensión patrió-tica o nacionalista, entendida aquí esta palabra libre de su habi-tual asociación en España al tradicionalismo político, en la confi-guración de la investigación científica naturalista y en suresurgimiento en el cambio de siglo.

Durante el primer tercio del siglo veinte la Junta paraAmpliación de Estudios e Investigaciones Científicas, de la quese habla con más detalle a continuación, parece representar laculminación de un proceso de florecimiento cultural en torno auna serie de centros, publicaciones y personalidades que alcan-zan un nivel antes no conocido en la actividad científica enEspaña. A caballo de las generaciones de 1898 y 1914, como unfruto o herencia espiritual de la Institución Libre de Enseñanza(Moreno y Sánchez Ron [1987], Cacho Viu, 1989), la Juntasobrevive a los cambios políticos que se suceden durante estosaños y llega fortalecida a la década de 1930 y a la República.

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Aunque las posturas del régimen republicano y de la Junta nofueron siempre coincidentes (Castillejo, 1937), no cabe duda deque la constitución de la que fue llamada república de profesoressupuso un nuevo impulso político al fomento de la ciencia y laeducación que venía siendo reclamado por diversos sectores dela sociedad española. Ese compromiso de numerosos intelectua-les y científicos con la causa republicana hizo que la guerra Civilde 1936, y la desaforada represión política que siguió a su tér-mino, supusieran el exilio para muchos investigadores y la ejecu-ción, el encarcelamiento, la destitución de sus cargos o la imposi-ción de sanciones a no pocos más de entre los quepermanecieron en España. Por todo ello no cabe duda de que laguerra Civil marca una separación entre etapas de la actividadcientífica en España, cuyas consecuencias deben valorarse encualquier análisis histórico de la ciencia de este periodo.

Marco institucional y educativo

La enseñanza de la historia natural había estado ligada desdemediados del siglo XVIII a las instituciones científicas creadaspor los monarcas en la corte madrileña, concretamente al RealGabinete de Historia Natural y al Real Jardín Botánico. Esta tra-dición se mantuvo tras el traslado a Madrid en 1836 de la Univer-sidad de Alcalá, convertida en Universidad Central. Las discipli-nas historiconaturales continuaron impartiéndose en lostradicionales centros científicos y, de hecho, con el plan Pidal de1845, estos pasaron a tener la consideración de centros depen-dientes de la Universidad Central (Barreiro, 1944). Con este planse estableció por primera vez la posibilidad de obtener la licen-ciatura y el doctorado en Ciencias, integrados en la Facultad deFilosofía de la Central. Con la reforma de 1847 aparece ya la Sec-ción de Ciencias Naturales, que abarcaba la historia natural y laseparaba de la física, la química y las matemáticas, siempre den-tro de la Facultad de Filosofía. Desde el punto de vista de lainvestigación, sin embargo, la subordinación del Real Gabinete y

el Real Jardín, unificados administrativamente desde 1815 en elReal Museo de Ciencias Naturales, resultó negativa para estos

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centros, tal como denunciaron posteriormente algunos de losnaturalistas que trabajaron en el Museo.

Con la entrada en vigor en 1857 de la Ley de InstrucciónPública conocida como plan Moyano, por el Ministro que la ins-tauró, se creó por primera vez en España una Facultad de Cien-cias, siempre en la Universidad Central, en la que lógicamentepasó a integrarse la Sección de Ciencias Naturales y con ella elMuseo. Antes de realizar su reforma general de la enseñanza elMinistro Moyano había reorganizado el Museo de CienciasNaturales mediante Real Decreto de^ 7 de enero de 1857(Barreiro, 1944). Junto a otros cambios administrativos y organi-zativos se reformaban también las enseñanzas universitariasimpartidas en el Museo con una orientación muy significativa encuanto a la organización y la mejora de calidad de estos estudios.

A diferencia de Madrid, en Barcelona existieron en la pri-mera mitad de siglo iniciativas extrauniversitarias para impartirenseñanzas historiconaturales especializadas (Camarasa, 1989b).La Cátedra de Botánica y Agricultura fundada por la Junta deComercio de Barcelona funcionó en dicha institución desde 1815a 1851. También hubo enseñanzas de zoología en la década de1830 promovidas por la Real Academia de Ciencias y Artes deBarcelona.

La estructura establecida por la ley Moyano mantuvo unaconsiderable estabilidad, antes no conocida, a pesar de las diver-sas reformas educativas que se sucedieron en la segunda mitaddel siglo XIX. El periodo revolucionario de 1868 instauró lalibertad de cátedra pero no modificó los planes de estudio, yaque un proyecto de 1873, inspirado por Francisco Giner de losRíos, en el que se planteaba la creación de facultades separadasde matemáticas, física, química e historia natural, no llegó a pros-perar en la efímera e inestable primera República (Baratas Díazy Fernández Pérez, 1992). Las ideas sobre la organización de laenseñanza universitaria de Giner y los krausistas tampoco pudie-ron realizarse en la Institución Libre de Enseñanza que ellos fun-daron en 1876, dado que su proyecto de universidad privada ape-nas llegó a funcionar. Sin embargo, como centro privado deenseñanza primaria y secundaria la Institución incorporó múlti-ples innovaciones pedagógicas, y entre ellas fomentó una ense-

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ñanza experimental y moderna de las ciencias naturales en la quecolaboraron muy destacados naturalistas.

Además, indirectamente la Institución colaboró en la crea-ción de la que fue una de las más tempranas e importantes reali-zaciones institucionales de los naturalistas de la restauración, la.Estación de Biología Marítima de Santander. Aunque hay algu-nos precedentes más antiguos, fue en la década de 1870 cuandose fundan los laboratorios costeros más importantes en distintospaíses europeos, y concretamente la famosa Stazione Zoologicade Nápoles, a imitación de la cual se ideó la de Santander, quefue creada por el Ministerio de Fomento en fecha tan tempranapara España como 1886, tras gestiones realizadas entre otros porGiner (Cazurro, 1921, p. 67). El verdadero artífice de la Estaciónde Biología Marítima fue en todo caso el naturalista montañésAugusto González de Linares, colaborador de la Institución ydiscípulo predilecto de Giner, que la dirigió hasta su muerte en1904.

En 1900, con el cambio de siglo, se crea el Ministerio de Ins-trucción Pública y Bellas Artes, desgajando las competenciaseducativas del Ministerio de Fomento. Antonio García Alix fueel primer responsable del Ministerio y bajo su mandato se apro-baron ya en 1900 una serie de reformas de la Facultad de Cien-cias y el Museo de Ciencias Naturales. Estas medidas estuvieroninspiradas por Ignacio Bolívar, máximo representante delimpulso tomado en los años anteriores por la historia natural, ysignificaron la independencia del Museo respecto a la Universi-dad Central, medida que Bolívar consideraba requisito indispen-sable para reactivar el Museo como centro de investigación(Bolívar y Urrutia, 1915, Cazurro, 1921). Además, Bolívar pudoponer en práctica directamente sus ideas para lograr esa reactiva-ción, ya que fue nombrado Director del Museo poco después, en1901. La reforma contribuyó a la modernización general de lasciencias naturales en España, por el efecto multiplicador delMuseo a través de su papel como centro de formación. Bolívartambién influyó favorablemente en la creación de la que fue lasegunda Sección de Ciencias Naturales exístente en España, esta-blecida en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Barce-lona en 1910 (Cazurro,1921, p. 96).

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Tras varios años de sucesivas reformas normativas y organiza-tivas del Museo de Ciencias Naturales, incluyendo la separaciónen 1903 del Jardín Botánico y en 1910 de la parte antropológicapara formar un nuevo Museo Antropológico, en 1910 se produjoel traslado del Museo a la sede que todavía ocupa en el edificiollamado inicialmente Palacio de las Artes y las Industrias. Conello se paliaron notablemente las dificultades que para la investi-gación y la enseñanza habían significado las estrecheces de susanteriores emplazamientos junto a la Real Academia de BellasArtes de San Fernando, en el edificio que esta todavía ocupa enla calle de Alcalá, y luego en los sótanos del Palacio de Bibliote-cas y Museos, que actualmente alberga a la Biblioteca Nacional y

el Museo Arqueológico Nacional.Aún después de independizarse de la Universidad Central

con la reforma de 1900, el Museo y el Jardín siguieron mante-niendo las cátedras de diversas asignaturas de la Facultad deCiencias, pero su papel como centros básicamente dedicados a lainvestigación quedó réforzado con esta y otras reformas quesiguieron en la etapa inmediatamente posterior. Una de lasmodificaciones, acaso irrelevante en apariencia, fue el cambio dedenominación, como Museo Nacional de Ciencias Naturalesdesde 1913, que sancionó el carácter nacional del centro antesvinculado a una universidad en definitiva local, por muy centralque fuese, satisfaciéndose así a Bolívar en lo que era una viejaaspiración suya (Bolívar y Urrutia, 1915). Como antecedentecabe reseñar que un Real Decreto de 1837 (Barreiro, 1992, pp.397-399), ya se refería al centro como "museo nacional de cien-cias naturales", título que por ejemplo usa Graells en esos años(Graells, 1846). Pero, en realidad, lo que había culminado laindependización del Museo de la estructura universitaria habíasido la constitución del Instituto Nacional de Ciencias Físico-Naturales en 1910, al cual se incorporó (Cazurro, 1921). El Insti-tuto de Ciencias Físico-Naturales junto con el Centro de Estu-dios Históricos eran a su vez las principales creacionesinstitucionales de la Junta para Ampliación de Estudios e Inves-tigaciones Científicas, que, aunque había sido creada en 1907,sólo desde 1910 logró vencer las suspicacias gubernamentales ycomenzó a desarrollar una labor independiente y eficaz.

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Como indica su nombre, la labor de la Junta para Ampliaciónde Estudios e Investigaciones Científicas se desarrolló funda-mentalmente en dos frentes, la concesión de becas, llamadasentonces pensiones, y otras facilidades para la ampliación deestudios en el extranjero, y el fomento de las investigacionescientíficas en España proporcionando apoyo y cobertura institu-cional a los investigadores. Una tercera faceta de importancia nodespreciable fue su participación en diferentes iniciativas derenovación educativa, de las cuales las más significativas fueronla Residencia de Estudiantes y el Instituto-Escuela. En lo que serefiere a la historia natural hubo un notable impulso con la crea-ción del mencionado Instituto Nacional de Ciencias Físico-Natu-rales, en el que se integraron como centros ya existentes elMuseo de Ciencias Naturales y el Jardín Botánico. Otras estruc-turas institucionales fueron creadas en el seno del nuevo Insti-tuto, como la Comisión de Investigaciones Paleontológicas yPrehistóricas, que comenzó su funcionamiento en 1912 y que setransformaría en 1934 en la Comisión de Investigaciones Geográ-ficas, Geológicas y Prehistóricas. Todo este conjunto de activida-des, que desde hace algunos años viene siendo estudiado y valo-rado con creciente detalle (Laporta, Ruiz Miguel, Zapatero ySolana, 1987, Sánchez Ron, 1989b), hizo que la Junta tuviera unaindudable repercusión en el aumento, la renovación y la mejoradel nivel de la investigación científica en España, y que fuera, endefinitiva, un componente decisivo de ese periodo de floreci-miento cultural en España que ha dado en llamarse la "Edad dePlata" (Sánchez Ron, 1989a).

Como nota discordante respecto al papel integrador en lo ins-titucional de la Junta cabe señalar la existencia de una rama dife-rente en el caso de la biología marina, cuyo proceso instituciona-lizador fue dirigido, tras la muerte de González de Linares, porOdón de Buen. En 1914 Buen consigue la creación del InstitutoEspañol de Oceanografía, que es puesto bajo su dirección y alque se adscriben los centros costeros ya existentes, incluyendo enconcreto la Estación de Biología Marítima de Santander, queestaba vinculada al Museo Nacional de Ciencias Naturales, y portanto a la Junta. Ello provocó una fuerte resistencia por parte delMuseo, originándose un importante conflicto personal e institu-

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cional entre ambos organismos y sus responsables. Es importanteseñalar la orientación aplicada a cuestiones pesqueras que tuvoel Instituto desde su inicio (Buen, 1914), y que en cierto modoposibilitó su mismo origen, al diferenciar su función de los cen-tros de investigación ya existentes.

Por otra parte, una de las principales deficiencias o limitacio-nes de la Junta, su marcado carácter centralista, que, al menos enel campo institucional, le hizo concentrar sus realizaciones enMadrid, tuvo su compensación gracias al esfuerzo de institucio-nalización científica que se realizó paralelamente durante esosaños en Cataluña, y que se concentró en este caso en Barcelona.El principal logro en este sentido de un movimiento catalanistaque evidentemente tenía una dimensión social, cultural y políticamucho más amplia fue la creación por la Diputació de Barcelonadel Institut d'Estudis Catalans en 1907, el mismo año en que sefundó la Junta, si bien la Secció de Ciéncies del Institut no se cre-aría hasta 1911. Previamente, en 1906, el Ajuntament de Barce-lona había constituido una Junta Municipal de Ciéncies Naturalsque supuso un primer apoyo institucional a la investigación natu-ralista en Barcelona. El origen remoto de esta Junta estuvo en elmuseo creado en 1878 con el legado y las colecciones particularesde Francesc Martorell y Peña, el Museu Martorell (Senent-Josa,1979). Convertido en Museo de Ciencias Naturales municipal,este centro dio origen a una Junta Técnica del Museo de CienciasNaturales y Jardines Zoológico y Botánico, creada en el seno delAyuntamiento barcelonés en 1893, que daría lugar posterior-mente a la mencionada Junta Municipal de Ciéncies Naturals, lacual, a su vez, pasaría a llamarse Junta de Ciéncies Naturals deBarcelona desde 1916 (Cuello, 1991).

Es necesario hacer también referencia a algunos organismosde investigación con fines aplicados, que mantuvieron un carác-

ter mixto, técnico y científico, y establecieron importantes inte-racciones con la investigación naturalista. Así, vinculada alCuerpo de Ingenieros de Minas, la Comisión del Mapa Geoló-gico de España se origina en una comisión de nombre algo dis-tinto que inició sus trabajos en 1849 con el encargo preliminar delevantar la carta geológica de Madrid, que luego se haría exten-sivo al resto del reino (Solé Sabarís, 1983). En ese empeño esta-

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bleció un fecundo intercambio con los geólogos universitarios, esdecir, los provenientes de las facultades de Ciencias, en el conoci-miento geológico de la península Ibérica (Mallada y Pueyo,1897). En 1910 pasaría a ser el Instituto Geológico de España.

Un origen similar tiene la institucionalización científica delCuerpo de Ingenieros de Montes, a uno de cuyos más destacadosrepresentantes de su primera etapa, Máximo Laguna, se enco-mendó la jefatura de la Comisión de la Flora Forestal Españolaen 1867 (Artigas y Teixidor, 1902). Aunque este proyecto notuvo después continuidad, su enfoque se proyecta en diferentesorganismos de investigación forestal. En 1907 se creó el InstitutoCentral de Experimentación Técnico-Forestal, que no incluíaapenas los aspectos naturalistas de la investigación forestal. Estosaspectos sí estuvieron presentes en el Laboratorio de la FaunaForestal Española, fundado por Manuel Aulló en 1918. En 1926los centros técnicos y científicos de los Ingenieros Agrónomos ylos Ingenieros de Montes quedaron reunidos, al menos adminis-trativamente, en un organismo conjunto denominado InstitutoNacional de Investigaciones y Experiencias Agronómicas yForestales. A finales de 1928 se separaron las com ^etencias deagricultura del Ministerio de Fomento, donde ha^ ían estadohasta entonces junto a las de montes y pesca, para incluirlas en elMinisterio de Economía Nacional. Esto rompió la estructura delInstituto conjunto, creando una situación provisional y confusaque se acentuó con la anulación de tales disposiciones tras lacaida de la dictadura de Primo de Rivera en enero de 1930. Laparte forestal, que había quedado como Instituto Forestal deInvestigaciones y Experiencias, se configuró definitivamentecomo organismo centralizado de la investigación de los Ingenie-ros de Montes con la llegada de la República y sendas reorgani-zaciones en 1931 y 1932.

Pero, si los procesos de institucionalización ligados a organis-mos públicos tuvieron una importancia clave en el aumento y lamejora de la actividad científica, también fueron muy importan-tes, sobre todo en el campo de la historia natural, las iniciativasprivadas de establecimiento de sociedades científicas. La apari-ción en 1871 de la Sociedad Española de Historia Natural suponeun hito decisivo a este respecto. Esta asociación fue la primera

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sociedad científica estable en España y a su labor corporativa sedebe buena parte del impulso tomado por las disciplinas natura-listas durante el último tercio del XIX. La Sociedad sirvió eficaz-mente como plataforma de apoyo y proyección a la investigaciónrealizada en las facultades de Ciencias y en el Museo de CienciasNaturales, y aglutinó la labor de multitud de naturalistas españo-les, muchos de ellos no profesionales, que hasta entonces tuvie-ron limitadísimas posibilidades de comunicación y divulgacióncientífica. En una segunda etapa, una vez en marcha la Juntapara Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas, elpapel de la Sociedad pasó a un lugar secundario, aunque man-tuvo siempre su actividad en un lugar destacado del panoramacientífico español.

Si bien el funcionamiento de la Sociedad Española de Histo-ria Natural, con sede en Madrid, tuvo también un marcado signocentralista, como lo muestra el que sus modificaciones reglamen-tarias hubieran de ser aprobadas al menos "por las dos terceraspartes de los socios residentes habitualmente en Madrid" (Socie-dad española de Historia Natural, 1872a), su actividad resultó,como queda dicho, bastante eficaz en la aglutinación de la laborcientífica de naturalistas de casi toda España. Como dato signifi-cativo cabe resaltar que ya desde 1880 fueron más los socios deotras provincias que los residentes en Madrid. Otro aspecto des-centralizador estuvo constituido por las secciones de la Sociedadque sucesivamente fueron creándose en otras ciudades, si bien escierto que la actividad de estas secciones fve muy irregular y casi

nunca logró consolidarse.Significativamente, de entre las secciones locales de la Socie-

dad Española de Historia Natural la de Barcelona fue una de lasque tuvo un funcionamiento menos continuado y productivo, yeste estuvo ligado sobre todo a profesores de la Universidad deBarcelona de origen no catalán. Ello se debe a que el movi-miento político y cultural catalanista desarrolló, al igual que en elcaso de los organismos públicos, sus propias iniciativas en el aso-ciacionismo científico. Nuevamente la historia natural adquiereel protagonismo con la fundación en 1899 de la Institució Cata-lana d'História Natural, que fue la primera sociedad científica enemplear habitualmente el catalán como lengua de comunicación

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y publicación (Camarasa, 1989b, p. 174). Por otra parte, el sectordel catalanismo que más directamente influyó en los proyectoscientíficos catalanes del cambio de siglo se caracterizaba ideoló-gicamente por un catolicismo conservador que, al menos en lahistoria natural, mantuvo largamente sus posiciones, especial-mente conspicuas en lo que se refiere al antievolucionismo. Porello la difusión del evolucionismo darwinista en Cataluña fuerealizada sobre todo por profesores universitarios no catalanesde ideología progresista (Margalef i Lopez, 1981), enfre los quedestacó sobremanera Odón de Buen (Arqués, 1984).

Otro caso similar de interacción entre aspectos ideológicos yprocesos de institucionalización se da en la tercera de las socieda-des científicas importantes dedicadas a la historia natural en elperiodo considerado, la Sociedad Aragonesa de Ciencias Natura-les, fundada en Zaragoza en 1902 por el jesuita de origen catalánLonginos Navás, representante ideológico entre los naturalistasdel neocatolicismo antiliberal e integrista (Sala Catalá, 1987). Lainiciativa de Navás coincide en el tiempo con un movimiento másamplio de institucionalización científica ligado a los sectorescatólicos y articulado en torno a los colegios jesuitas de forma-ción de profesorado, como los de Zaragoza, donde estaba el pro-pio Navás, Granada y, sobre todo, Tortosa. Junto a esta ciudadcatalana, próxima a la desembocadura del Ebro, los jesuitashabían creado un complejo científico iniciado en 1904 con elObservatorio del Ebro, al que se irían añadiendo el LaboratorioQuímico del Ebro y el Laboratorio Biológico del Ebro. Estos dosúltimos se trasladarán luego a Sarriá, sede de otro de los colegiosjesuitas.

En 1919 la Sociedad Aragonesa de Ciencias Naturales cam-biará su nombre por el de Sociedad Ibérica de Ciencias Natura-les, en clara duplicidad respecto a la Española, como solían lla-mar sus miembros a la Sociedad Española de Historia Natural.Este propósito de alternativa no se debía tanto a una posible res-puesta al españolismo o centralismo de la Sociedad Española deHistoria Natural sino más bien a un conflicto ideológico entre elliberalismo y la apertura científica predominantes en esta, a laque es preciso reconocer una total falta de sectarismo político 0religioso, y las posturas más regresivas en cuanto a la indepen-

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dencia de la ciencia respecto a la religión presentes en no pocoscientíficos católicos de la época. Entre estos últimos el padreNavás se había caracterizado por su gran capacidad de animacióny organización, primero en el seno de la propia Sociedad Espa-ñola de Historia Natural, de la que creó en Zaragoza una Sec-ción, que fue de las más activas y constantes de la Sociedad hastaque su artífice se concentró en un nuevo proyecto, la ya citadaSociedad Aragonesa de Ciencias Naturales, que marca una pri-mera divergencia. Las buenas relaciones entre la Sociedad Ara-gonesa de Ciencias Naturales y la Institució Catalana d'HistóriaNatural (Camarasa, 1989b, pp. 180-181) se explican en parte enese contexto de afinidades y diferencias ideológicas. Lo mismocreo que puede decirse del conflicto concreto surgido entreNavás y la Aragonesa por un lado y la Española por otro, a raízdel Primer Congreso de Naturalistas Españoles organizado enZaragoza en 1908, siendo seguramente un factor secundario lastensiones entre centralismo y catalanismo que se han apuntado apartir de las presiones que recibió Navás para no admitir trabajosen catalán en dicho congreso (Camarasa, 1989b, p. 182).

A finales de 1907 Navás propuso a la Real Sociedad Españolade Historia Natural la celebración del Primer Congreso de Natu-ralistas Españoles con ocasión de la celebración en 1908 del cen-tenario del sitio de Zaragoza, pero Luis Simarro, Presidenteentonces de la Sociedad, tomó la iniciativa de ampliar la pro-puesta para organizar una reunión de apoyo a la ciencia másamplia y general (Real Sociedad Española de Historia Naturat,1907, 1908). La oposición entre las orientaciones de Navás, cató-lico integrista, y Simarro, positivista, librepensador y masón,no puede ser más clara. No es difícil pues entender por quéNavás siguió adelante con su congreso, desvinculándose de la ini-ciativa de Simarro. Esta última dio lugar a la celebración enZaragoza ese mismo año de lo que fue el congreso fundacionalde la Asociación Española para el Progreso de las Ciencias, cre-ada a imitación de sociedades similares de otros países y que fuetambién una importante realización asociativa de la ciencia espa-ñola. La historia natural tuvo una presencia importante en laAsociación Española para el Progreso de las Ciencias, sobre cuyatrayectoria se dispone de estudios recientes (Ausejo, 1993), aun-

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que, curiosamente, sin tratar el significativo conflicto con elpadre Navás. Este, al frente de un grupo fiel de socios zaragoza-nos, organizó el Congreso de Naturalistas Españoles y se dió debaja ese mismo año de la Real Sociedad Española de HistoriaNatural, centrándose exclusivamente en su Sociedad Argonesa,que no mantuvo desde entonces buenas relaciones de coopera-ción con la primera. Evidentemente el hecho de que LonginosNavás, o Llongí Navás, fuera catalán abona el supuesto de sussimpatías por los sectores científicos comprometidos con las rei-vindicaciones de identidad ^cultural y lingiiística catalana, aunqueél no fuera catalanista (Josep Maria Camarasa, comunicaciónpersonal, 1993), y justifica en parte sus conflictos con las organi-zaciones científicas centralizadas en Madrid. Pero esto no hacesino reforzar la evidencia de que el catalanismo científico estuvofuertemente influido en el campo naturalista por un catolicismoconservador que contribuyó a su diferenciación respecto a lacomunidad de naturalistas del ámbito cultural castellano y limitóen algunos aspectos su producción científica. Todo ello muestraen suma la pervivencia bien entrado el siglo XX de ciertas com-ponentes de conflicto ideológico en el funcionamiento de lacomunidad científica española, lo que obliga a matizar interpre-taciones como la de Glick y su noción de "discurso civil" para larelación entre ciencia y sociedad en la España de estos años(Glick,1986).

Para completar el panorama del asociacionismo científico hayque hacer referencia a dos fenómenos propios de la etapa finaldel periodo considerado. Uno es la aparición de sociedades cien-tíficas más especializadas, representativas de una fase de mayorcrecimiento y madurez de la actividad científica, preparada porsociedades de ámbito más generalista como las ya descritas. Hayejemplos anteriores de sociedades especializadas, pero tuvieronpoca duración, como la Sociedad Botánica Barcelonesa, que fun-cionó de 1871 a 1875 (Camarasa, 1989b, pp. 151-152), o la Socie-dad Linneana Matritense, que lo hizo también efímeramentedesde 1878. En la segunda década del siglo XX reaparecen estasiniciativas con más vigor. Así, la Sociedad Entomológica deEspaña comenzó a funcionar en 1917 con sede en Zaragoza ynuevamente con el padre Navás como uno de sus promotores,

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siendo aquí también patente la caracterización ideológica de susmiembros. Aunque no estuvo aparejada a la creación de unasociedad, la aparición en 1928 en Barcelona de la revista botá-nica Cavanillesia, iniciativa de Pius Font i Quer, debe entenderseen el mismo contexto de crecimiento y especialización científica.El segundo fenómeno asociativo es la aparición de sociedadesexcursionistas, con sus publicaciones correspondientes, que proli-feran desde principios de siglo, y aun antes en Cataluña, y que,con un enfásis variable desde el arte y la arqueología hasta losdeportes de montaña, incluyen casi siempre una parte de conte-nido científico, y concretamente naturalista, entre sus diferentesactividades, dado el especial carácter que tenían tales asociacio-nes en su origen.

Finalmente, hay que mencionar un tipo de organizacionessimilares en parte a las sociedades científicas pero que se diferen-cian de estas por su carácter cerrado y su fuñcionamiento semio-ficial, las academias. De estas la más antigua entre las relaciona-das directamente con la historia natural es la Real Academia deCiencias y Artes de Barcelona, o Reial Académia de Ciéncies iArts de Barcelona, que tiene su origen en la Conferencia Físicade Barcelona creada en 1764 y aprobada por Carlos III en 1770,y que recibiría después distintas denominaciones. La Real Aca-demia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, con sede enMadrid, fue creada por Real Decreto de 25 de febrero de 1847,que la equiparaba con las Reales Academias Española, de la His-toria y de San Fernando, pero tiene su antecedente inmediato enuna Academia de Ciencias Naturales de Madrid que funcionódesde 1834 hasta la creación de aquella. Ya en el siglo XX, hayque hacer mención aun de una tercera academia científica, y nue-vamente aparece Zaragoza como sede de la institución y el padreNavás entre sus promotores. Se trata de la Academia de CienciasExactas, Físico-Químicas y Naturales de Zaragoza (Ausejo Mar-tínez, 1987), que se constituyó en 1916. En conjunto, la labor delas academias en la difusión y modernización de la historia natu-ral en España, refiriéndome sobre todo a las dos primeras de lascitadas, no puede equipararse a la que realizaron las sociedadescientíficas que aparecieron después, mucho más dinámicas yefectivas. Pero, mientras estas no existieron, las academias

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1868 1936Real Gadrlele 09 •

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i^^^^ 1815 Museo ae qerráas Naturates 19031755

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800 825 1850 1875 1900 1925

Figura 1. Distribución cronológica de instituciones relevantes para la activi-dad científica en historia natural entre 1800 y 1950. Puede observarse la diver-sificación del panorama institucional en el periodo de 1868 a 1936, especial-mente en lo que se refiere a las asociaciones científicas.

desempeñaron un papel no despreciable como uno de los escasosforos de comunicación científica, dotados entre otras cosas debibliotecas especializadas, además de ser prácticamente los úni-cos organismos con que contaban los naturalistas españoles parala publicación de sus trabajos científicos.

Un esquema cronológico de algunas de las instituciones quese han citado aquí como más importantes para la historia naturalen el periodo estudiado puede verse en la figura 1.

LA DIMENSION NACIONALISTA DE LA HISTORIANATURAL EN ESPAÑA

El desarrollo científico de la historia natural en España tieneque ver con proyectos colectivos de carácter nacional y concep-ción nacionalista. Estos proyectos impulsaron un aumento muynotable del conocimiento historiconatural de la Península, hasta

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