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UNA FOTOGRAFÍA ACTUAL DEL MOVIMIENTO ASOCIATIVO Índice: 1. El pasado reciente del movimiento asociativo de acción social en España. Fotografiando el pasado. 2. El fenómeno asociativo en la actualidad. a. Dimensiones y tipologías asociativas b. Situación y posibles factores explicativos de nuestros niveles de asociacionismo. c. El voluntariado como protagonista del movimiento asociativo. Perfiles y ambivalencias 3. Un breve retrato del asociacionismo y el voluntariado en el País Vasco. 4. Retos para el futuro. Vicente Marbán Gallego Departamento de Fundamentos de Economía e Historia Económica. Área de Sociología Universidad de Alcalá Madrid, 9 de diciembre de 2005

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UNA FOTOGRAFÍA ACTUAL DEL MOVIMIENTO ASOCIATIVO

Índice:

1. El pasado reciente del movimiento asociativo de acción social en España.

Fotografiando el pasado.

2. El fenómeno asociativo en la actualidad.

a. Dimensiones y tipologías asociativas

b. Situación y posibles factores explicativos de nuestros niveles de

asociacionismo.

c. El voluntariado como protagonista del movimiento asociativo. Perfiles y

ambivalencias

3. Un breve retrato del asociacionismo y el voluntariado en el País Vasco.

4. Retos para el futuro.

Vicente Marbán Gallego

Departamento de Fundamentos de Economía

e Historia Económica. Área de Sociología

Universidad de Alcalá

Madrid, 9 de diciembre de 2005

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Introducción:

La capacidad participativa de los individuos ha sido expresada a lo largo de la historia a través

de cauces muy diversos entre los que asociaciones voluntarias han adquirido un protagonismo

especial como estructuras mediadoras entre los individuos y los gobiernos. Entre los

movimientos asociativos los que tradicionalmente han gozado de un mayor reconocimiento y

visibilidad social han sido precisamente los de acción social, a los cuales prestaremos especial

atención en este texto. No obstante, conviene aclarar, y así lo haremos cuando tratemos sobre

las tipologías asociativas, que estos no son los únicos, también lo es el asociacionismo

comunitario (asociaciones vecinales, deportivas…), el profesional, el cultural, medio

ambiental, del ámbito de la salud o la vivienda, el religioso, el educativo, de derechos

humanos...

En adelante, enfocaremos este análisis del movimiento asociativo de acción social en España

empezando por su pasado más reciente. Saber de donde venimos es importante para saber

donde estamos y en el campo del asociacionismo es especialmente significativo en la medida

en la que las inercias históricas pasadas son determinantes en los comportamientos asociativos

presentes, máxime en un país de democratización tardía como el nuestro.

Tras fotografiar el pasado nos centraremos en el fenómeno asociativo actual empezando por

precisar su riqueza y heterogeneidad funcional y de tipologías, y continuando por su situación

en el panorama participativo español atendiendo a los posibles factores explicativos, pasados

y presentes, de nuestros niveles de asociacionismo, sin olvidar una mención expresa al

voluntariado como protagonista del movimiento asociativo. Para concluir, nos detendremos

brevemente en el asociacionismo y el voluntariado en el País Vasco y en los retos de futuro

del asociacionismo en España.

1. El pasado reciente del movimiento asociativo de acción social en España.

Fotografiando el pasado.

Ciertamente, los movimientos asociativos no son un fenómeno nuevo sino una realidad

histórica que se ha ido conformando y madurando en viejo odres hasta su actual

institucionalización. Quizás lo realmente nuevo sea su progresiva institucionalización en las

últimas tres décadas como un sector relativamente cohesionado en un esquema de órdenes

sociales tradicionalmente dominado por el Estado y el mercado.

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Es probable que la dificultad de acceder a fuentes documentales primarias pueda limitar el

análisis de los antecedentes más remotos del movimiento asociativo en España al tener que

acudir en muchos casos a pequeños bosquejos o a desarrollos minuciosos de formas

asociativas concretas. Algunas muestras de la riqueza histórica del asociacionismo voluntario

las podemos encontrar en nuestro entorno y en nuestra bibliografía. Basta con pasear por la

magnífica calle Mayor de la ciudad complutense de Alcalá de Henares y pararse en el bello

patio castellano del Hospital de Antezana, fundado en 1483 con el fin de atender a enfermos

sin recursos y que ha funcionado ininterrumpidamente hasta nuestros días, entre otras cosas,

gracias a que los Cofrades del Cabildo de Caballeros de la Fundación de Antezana decidieron

mantenerlo abierto a pesar de ser desamortizados sus bienes fundacionales.

Remitiéndonos igualmente a la literatura, autores como Casado (1999) nos ofrecen referencias

detalladas sobre la historia del asociacionismo. Sirvan de ejemplo, aparte de Fundaciones

como la mencionada anteriormente, buena parte de la cofradías o hermandades religiosas

orientadas a cultivar el espíritu, las necesidades de sus miembros y la caridad exterior como la

Cofradía del Santísimo Sacramento, fundada con anterioridad a 1624. Igualmente interesantes

fueron las asociaciones de intervención bélica en favor de la Cristiandad que paralelamente

protegían a los peregrinos y enfermos como la Orden de San Juan de Jerusalén y la de

Santiago, o las asociaciones orientadas a objetivos económicos como la Sociedad Económica

Matritense de Amigos del País, creada en 1775 y que abarcaba igualmente cuestiones

educativas y sociales. Otro ejemplo de nuestra histórica riqueza asociativa fue la gran labor

desempeñada por los Montes de Piedad en la concesión de préstamos con intereses bajos a los

más pobres a la vez que desarrollaban una importante labor social.

Más próximos a nuestros días y de manera muy sintética, de lo que hay mayor constancia es

del ordenamiento jurídico de corte liberal ortodoxo de la España decimonónica, donde la

“cuestión social” fue relegada a un segundo plano hasta que, a partir de 1903, la creciente

conflictividad social hiciera necesaria la intervención del Estado en materia laboral, en una

época donde los elevados índices de pobreza dificultaron enormemente el desarrollo del

asociacionismo asistencial (Vinyes, 1996). Paralelamente, ante las reticencias y falta de

sensibilidad de los gobernantes liberal-conservadores en aceptar las asociaciones obreras en

situaciones de capitalismo descontrolado, se va configurando un nuevo orden asociativo

centrado en la necesidad de crear instituciones asociativas concretas próximas a la cuestión

social, tipo sindicatos, ateneos, asociaciones recreativas, partidos o cooperativas, que fueron

arraigándose en las convicciones populares, participando en la transformación de la cultura

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dominante del país procurando mayor dignidad a los trabajadores, y constituyendo su tejido

democrático (Sarasa y Obrador, 1999).

No obstante, la complejidad y entropía del movimiento asociativo que hoy conocemos, no

podemos justificarla desde un punto de vista histórico únicamente por la dificultad de acceder

a fuentes documentales primarias sobre sus antecedentes más remotos. Tal complejidad

también podemos arraigarla en su antecedente histórico más reciente fruto de movimientos

sociales muy heterogéneos y a veces contrapuestos como el movimiento obrero, la Iglesia

Católica y los movimientos de las clases medias urbanas de principios de los 70 (asociaciones

de vecinos, de estudiantes…) y en funciones muy polivalentes y cambiantes con el tiempo.

Estas funciones, en especial cuando nos referimos al asociacionismo de acción social, han ido

evolucionando desde la democracia pasando por una serie de etapas que van desde el carácter

reivindicativo y movilizador propio de los años setenta (característicos de una sociedad con

unos derechos sociales aún no garantizados plenamente), una progresiva profesionalización en

la década siguiente, hasta consolidarse institucionalmente en los 90, considerada una década

de asociacionismo de carácter que todavía llega a nuestros días que integra elevadas dosis de

movilización y profesionalización con la realización de programas de tipo social a través de

entidades prestadoras de servicios .

En efecto, durante la dictadura franquista la práctica asociativa fue reprimida, susceptible de

desconfianza y, en algunos casos, de riesgo, hasta que con el sistema democrático se

revitalizara un marco político y económico adecuado para el desarrollo de un asociacionismo

que, a medida que crecía el sector público, iría reorientando tímidamente su matiz defensivo y

reivindicativo hacia objetivos de control de la gestión pública municipal y gubernamental. Un

contexto en el que las amplias expectativas de cambio generadas favorecieron el desarrollo de

organizaciones y movimientos reivindicativos, sobre todo vecinales y sociales, que abogaban

por la extensión de unos derechos sociales aún no garantizados plenamente.

En la primera fase de la transición política (1976- 1982) el desarrollo del asociacionismo fue

cualitativamente muy importante pero cuantitativamente discreto por varias razones. En

primer lugar, porque las prioridades ciudadanas apuntaban hacia el Estado como precursor de

una protección social de carácter público y de amplia cobertura y no hacia los movimientos

asociativos. A ello habría que añadir que las formas de participación giraban en torno a los

partidos políticos y a las elecciones dejando un margen muy limitado a otras vías de

participación (Subirats, 1999). Por último, sucedió que los líderes de los movimientos

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ciudadanos se dispersaron entre la Administración Pública y los partidos políticos dejando

huérfanos de liderazgo a los movimientos asociativos.

No sería hasta bien entrados los años 80 cuando los movimientos asociativos empiezan a

crecer significativamente a la vez que se va profesionalizando progresivamente. A mediados

de esa década, una vez sentadas las bases de la política social, empezaron a aflorar las

dificultades del Estado de Bienestar para alcanzar unas crecientes demandas ciudadanas

asentadas sobre unas expectativas aún por cubrir. En este contexto, se plantea la necesidad de

un mayor pluralismo en la política social en el que las entidades no lucrativas tienen cada vez

más que aportar. Pluralismo que va adquiriendo cada vez mayor resonancia a medida que se

avanza en la década de los 90 favorecido por una etapa de “consolidación relativa y crítica del

sistema de servicios sociales” (Rodríguez Cabrero, 2004). Este clima social favorable hacia

una mayor responsabilidad de la sociedad civil en la provisión del bienestar no es casual que

coincida con unos movimientos asociativos de acción social en expansión cuya estructura y

filosofía organizativa es cada vez más prestacional y menos reivindicativa.

En la actualidad el asociacionismo de acción social, parece haber alcanzado una relativa

madurez en la que siguen predominando las funciones prestacionales aunque con un poso

reivindicativo que aflora en situaciones puntuales.

Dicha madurez viene a coincidir con la que podría considerarse cuarta etapa de los servicios

sociales caracterizada por una universalización selectiva de determinadas prestaciones

sociales básicas” (Rodríguez Cabrero, 2004) y con el desarrollo de nuevas leyes autonómicas

de servicios sociales (Madrid, Asturias) que reconocen, lo que hoy día es una realidad, es

decir, una mayor participación de los movimientos asociativos en la provisión de servicios

sociales.

Cuantitativamente, parece que el crecimiento de los movimientos asociativos más

prestacionales se ha estabilizado como resultado, entre otros, de dos condicionantes:

En primer lugar, por el abordaje de la actividad mercantil en espacios de acción social hasta

ahora circunscritos a las entidades voluntarias y cuya viabilidad económica en muchos casos

ya ha sido explorada por éstas. En este contexto, las entidades voluntarias están reaccionando

en dos direcciones : imitando al sector mercantil con prácticas que rayan lo lucrativo (las que

podríamos denominar ONG “euroconversas”) o bien reaccionando y compitiendo con éste

mejorando sus estructuras de gestión. De este último escenario se derivan a su vez dos

reacciones: alianzas corporativas entre ONG afines para ganar peso procurando además

mantener una idiosincrasia propia que muchas veces, dicho sea de paso también tiende a ser

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imitada por el sector mercantil (por ejemplo creando sus propias fundaciones), o bien, en

casos extremos, competencia entre ellas mismas llevadas por una lógica competitiva que les

acaba superando.

El segundo condicionante tiene que ver con la dinámica propia de un sistema mixto de

bienestar donde las asociaciones están sometidas a un mayor control administrativo en su

colaboración con las Administraciones Públicas por el que tienden a desaparecer las entidades

con estructuras administrativas más informales. Todo ello agravado por la creciente, aunque

todavía incipiente, tendencia a sustituir la subvención y el convenio por fórmulas más

competitivas y abiertas a la iniciativa mercantil como el contrato público o un sistema de

“cheques servicio”, están contagiando a las entidades de acción social de una lógica

competitiva que puede acabar acentuando el ya habitual recelo interasociativo entre las

propias entidades del Tercer Sector.

No obstante, a pesar de su creciente protagonismo en la provisión de servicios sociales y de

jugar un papel más activo en la interlocución social junto a los sindicatos y patronal, la

integración de los movimientos asociativos en las políticas públicas todavía es muy débil y se

limita a una colaboración financiera, a una contenida cooperación institucional y a una

insignificante colaboración programática

2. El fenómeno asociativo en la actualidad.

a. Dimensiones y tipologías asociativas

Antes de abordar la situación del movimiento asociativo en España conviene detenerse

brevemente en su riqueza y heterogeneidad funcional y de tipologías a fin de evitar

reduccionismos innecesarios. Ya hemos apuntado como los movimientos asociativos de

acción social aunque suelen ser los más visibles no necesariamente son los únicos. Aunque en

este texto nos centremos preferentemente en estos no conviene olvidar la importancia del

asociacionismo comunitario (asociaciones vecinales, deportivas…), el profesional, el cultural,

medio ambiental, del ámbito de la salud o la vivienda, el religioso, el educativo, de derechos

humanos...

Esta diversidad del movimiento asociativo además del ámbito de actuación responde a su vez

a dimensiones asociativas y a funciones muy diversas, las cuales pueden convivir dentro de

una organización. En síntesis, siguiendo a Rodríguez Cabrero y Ortí (1996) podríamos

generalizar cinco dimensiones asociativas potenciales como son:

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-La dimensión reivindicativa: reclamando la función movilizadora necesaria en este

tipo de entidades y muy vinculada a la dimensión representativa, se centraría en la

agrupación de individuos para constatar su número y así poder impresionar y

convencer a la mayoría sobre la materia objeto de su reivindicación. Tal puede ser el

caso, por ejemplo, de asociaciones de feministas.

-Simbólica: que reclama fundamentalmente la dignidad asociativa y el asociacionismo

de calidad.

-Representativa: fuertemente vinculada a la democracia participativa y cuyo fin es

representar a un colectivo o colectivos infrarepresentados , en un contexto donde el

asociacionismo tiene mucho que decir y algunas necesidades que cubrir.

-Organizativa: aludiendo específicamente a las necesidades de organización que las

entidades deben tener en aras de lograr la máxima eficacia de sus propios fines.

-Económica: que evoca la eficiencia en la gestión de unos recursos que, sin perseguir

el lucro, no por menos deben ser gestionados correctamente.

Estas dimensiones pueden agruparse en cinco movimientos representativos de campos bien

diferenciados, más o menos próximos a la acción pública o privada que Rodríguez Cabrero

(1996) describe de la siguiente manera en el cuadro I:

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Cuadro I: Tipologías Asociativas TIPOLOGÍA FUNCIONES RELACIÓN

INSTITUCIONAL CON ESTADO Y MERCADO

CAMPO DE ACCIÓN

ASOCIACIONISMO ORGANIZATIVO

(culturales, educativas… )

Gestión de servicios

Autónoma y complementaria del Estado

ORGANIZATIVO

ASOCIACIONISMO COMUNITARIO

(Vecinales, deportivas, culturales, educativas…)

Ideológicas

Sociales

Políticas

Autónoma y complementaria del Estado

SIMBÓLICO

ASOCIACIONISMO ASISTENCIAL

(De acción social, medio ambiente…)

Reivindicativas

Gestión de servicios

Promoción

Autónoma y complementaria del Estado

REPRESENTATIVO

ASOCIACIONISMO REIVINDICATIVO

(De acción social, medio ambiente…)

Crítica Denegación del Estado REIVINDICATIVO

ASOCIACIONISMO BUROCRÁTICO O MERCANTILISTA

(asociaciones profesionales)

Privatización

Rentabilidad económica

Orientación al mercado EFICIENCIA

Fuente: Rodríguez Cabrero (1996).

Una tipologías que, en síntesis, nos describen un asociacionismo organizativo orientado a la

función de gestionar servicios y regido por unos principios de eficacia, especialización y

división funcional, diferentes a los del asociacionismo comunitario, más de corte simbólico al

cubrir funciones de tipo ideológico (solidaridad), social (cubrir lagunas en las políticas

sociales) y político (democracia participativa) y con el que comparte rasgos de autonomía y

complementariedad con el Estado. Un tercer tipo de asociacionismo es el asistencial,

representativo de funciones representativas y de gestión de servicios, que, al igual que los dos

anteriores, complementa la acción estatal. Por otra parte, desde una perspectiva denegativa del

Estado, el asociacionismo reivindicativo considera que la función asociativa debe ser crítica y

protegida de intervencionismo público, función que no es compartida por un asociacionismo

burocrático, defensor de un modelo de asociación de tipo empresarial que, siguiendo

principios mercantiles, deniega la práctica asociativa reivindicativa dado su carácter no

instrumental.

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La relación institucional de estas tipologías asociativas con el mercado, el Estado y con la

sociedad civil puede observarse en el cuadro II donde se refleja como es la sociedad civil la

que aglutina y da origen a todas ellas, especialmente al asociacionismo reivindicativo, pero

compartiendo, según los casos, un espacio muy permeable con otros órdenes sociales como el

mercado (asociacionismo burocrático) y el Estado (asociacionismo organizativo, comunitario

y asistencial).

Cuadro II: El espacio institucional del asociacionismo en un esquema de órdenes sociales Sociedad Civil- Estado- Mercado. ESTADO Gobierno central Autoridades locales Sindicatos Partidos políticos Empresas

MERCADO

SOCIEDAD CIVIL

ASOCIACIONISMO ORGANIZATIVO

ASOCIACIONISMO COMUNITARIO

ASOCIACIONISMO ASISTENCIAL ASOCIACIONISMO BUROCRÁTICO

(Org. Profesionales…) ASOCIACIONISMO REIVINDICATIVO

En cuanto a las funciones asociativas, podrían concretarse, siguiendo a Jarre (1991), en las

siguientes:

-Aportar innovaciones mejorando, dentro de lo posible, las actitudes de la gente.

-Prestar servicios: diversificando la oferta y satisfaciendo carencias o ausencias de

servicios estatales.

-Actuar como defensor contra actitudes insolidarias.

-Garantizar valores de participación, voluntariado, protección de las minorías más

débiles etc.

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- Estructura mediadora:

-Entre el individuo y el Estado como pasarela de comunicación entre ambas.

-Entre una serie de contradicciones a las que nos enfrentamos en la actualidad

y donde las asociaciones surgen como respuesta (Alberich, 1996):

Contradicción Aspectos enfrentados

1- Ecológica Humanidad-Naturaleza

2- Sexual Hombres- mujeres

3- Generacional Infantil-adultos-tercera edad

4- Racial Negros-blancos-morenos-amarillos

5- Económica Oligarquía-clases medias-insolventes

6- Cultural y religiosa Tolerancia-intolerancia

Libertad-fundamentalismo

Democracia-autoritarismo

Integrismo-integrismo

7- Territorial Estado-Estado/ CC.AA /CC.LL.

8- Vital Salud (vida)-enfermedad (muerte)

b. Situación y posibles factores explicativos de nuestros niveles de

asociacionismo.

El fenómeno asociativo en la actualidad, y en especial el de acción social, ha alcanzado un

nivel de madurez suficiente (incluso algunos autores hablan de un asociacionismo de segunda

generación) como para extenderse prácticamente por igual por toda la geografía española en

la que apenas existen diferencias significativas sobre los niveles de afiliación asociativa (Ruiz

Olabuénaga, coord, 2002). Tal madurez conlleva a su vez un mayor nivel de exigencia y de

legitimidad social por parte de la ciudadanía la cual es cada vez más recelosa de los déficit

crónicos que siguen arrastrando algunas organizaciones tales como su limitada

profesionalización o la insuficiente horizontalidad en cuanto a la participación dentro de las

asociaciones.

Lo cierto es que la indudable contribución de las entidades voluntarias al fortalecimiento de la

participación ciudadana viene respaldada por un reconocimiento social atribuible, entre otras

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razones, a su aparente novedad, a ser considerada la expresión “más pura e inteligible de la

solidaridad altruista” y a la mayor publicidad otorgada a éstas para “halagarlas y motivarlas”

(Casado, 1999, pp.93-94). Sucede que la elevada valoración social del voluntariado y de

asociacionismo no se traduce en unos niveles de asociacionismo y voluntariado tan elevados

como cabría esperar, sino más bien todo lo contrario (Callejo, 1999). Sirva de ejemplo como

el 78% de los jóvenes entre 15 y 29 años considera que las asociaciones son un buen medio

para actuar, incluso un 50% estaría dispuesto a dedicar parte de su tiempo a participar en

asociaciones (CIS 2576) pero en realidad tan solo lo hace en torno al 5% y una media del 90%

de los encuestados, con excepción de las de carácter deportivo, nunca ha pertenecido a una

asociación.

Aunque mas adelante nos centraremos en los factores explicativos de nuestros niveles de

asociacionismo, detengámonos a analizar con mayor detalle nuestros niveles de

asociacionismo y voluntariado. A este respecto un indicador muy útil para analizar las

preferencias asociativas y su evolución son las encuestas y barómetros de opinión realizados

en los últimos años por el Centro de Investigaciones Sociológicas.

Empezando con un análisis por colectivos, los resultados de las distintas encuestas del CIS

para las personas mayores de 65 años nos revelan que su afiliación está muy concentrada en

organizaciones afines a su entorno generacional como las asociaciones de jubilados (21%),

seguidas a gran distancia de asociaciones de corte más “clásico” como las religiosas o las

vecinales (CIS 2279: Soledad en personas mayores, 1998).

En el caso de las encuestas realizadas entre los jóvenes entre 15 y 24 años muestran una

mayor diversificación y dispersión en sus prácticas asociativas que no se traducen en una

cultura asociativa del todo satisfactoria ya que en torno a un 5% pertenece a alguna asociación

u organización y, a excepción de las asociaciones deportivas (54%), una media del 90% de los

encuestados, nunca ha pertenecido a las asociaciones u organizaciones mencionadas (CIS

2370) (tabla 1). En cuanto a sus preferencias participativas destacan las organizaciones

denominadas como “ociosas” (deportivas, sociedades locales-regionales, artísticas y

culturales, juveniles) y las religiosas en detrimento de las de bienestar social (de ayuda a los

demás, ecologistas, derechos humanos pacifistas y feministas). Esta ordenación de

preferencias en cuanto a niveles de pertenencia, y salvando las diferencias metodológicas, no

ha cambiado sustancialmente entre las encuestas de 1994, 1998 y la del año 2000 a pesar del

retroceso de dos puntos porcentuales experimentado en las asociaciones religiosas, juveniles y

locales –regionales.

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Tabla 1: De cada una de las siguientes asociaciones y organizaciones, ¿puedes decirme si perteneces actualmente a alguna/s de ellas, si has pertenecido, pero ya no perteneces o si no has pertenecido nunca? (jóvenes 15-24 años)

Fuente: Elaboración propia a partir de CIS 2105: Valores y dinámica intergeneracional .jóvenes 15-24 años (1994), CIS 2302: Juventud y calidad de vida 1998; CIS 2370: Informe sobre la juventud española 2000.

Pertenece actualmente No pertenece pero ha pertenecido

Nunca ha pertenecido

% CIS 2105

(1994)

CIS 2302

(1998)

CIS 2370

(2000)

CIS 2105

(1994)

CIS 2302

(1998)

CIS 2370

(2000)

CIS 2105

(1994)

CIS 2302

(1998)

CIS 2370

(2000) Asociaciones y grupos deportivos:

18 19.8 17.8 21.6 29.6 28.1 50.6 50 53.9

Sociedades locales o regionales: peñas de fiestas, cofradías, etc.

14.1 10.6 12.1 11.1 18.6 10.7 65.1 70 77

Asociaciones de tipo religioso

7.2 5.3 5.1 10.4 18 8 72.6 76 86.6

Asociaciones y grupos educativos, artísticos y culturales

7.4 7.1 8 15 19.3 13.9 67.8 72.5 77.9

Organizaciones y grupos juveniles (scouts, guías, clubes juveniles

6.7 5.2 4.7 17.3 22 15.7 66.1 72 79.4

Asociaciones de carácter benéfico social, de ayuda a los demás

4.8 4.5 3.9 6.5 15.5 6.1 79.0 79.2 89.7

Asociaciones y grupos ecologístas

2.3 2.2 1.6 4.1 12.1 2.3 83.8 84.9 95.8

Sindicatos 1.6 1.8 2.4 1 11.4 1.2 87.5 86 96.2 Partidos políticos 1.3 1.1 1.5 1.1 11.7 0.9 87.9 86.4 97.3 Organizaciones interesadas por los derechos humanos

1.4 2.2 1.8 2.2 12.4 1.9 86.6 84.6 96.1

Movimientos pacifistas 1 1.2 0.7 1.4 11.6 0.8 87.6 86.4 98.2 Grupos relacionados con las mujeres: feministas

0.5 0.8 0.4 1 11.2 0.7 88.6 87.3 98.3

Lo cierto es que las preferencias de los distintos colectivos van cambiando con la edad como

no podía ser de otra forma. Si comparamos las prácticas asociativas de los jóvenes entre 15 y

24 años con las de los adultos que superan los 25 años parece constatarse que las diferencias

son congruentes con el paso de la edad y con nuestra creciente vinculación y dependencia del

mercado laboral. Así, la pertenencia de los mayores de 25 años reflejada en distintas encuesta

tiende a ser sustancialmente menor en las asociaciones relacionadas con un ocio que requiere

más actividad física (deportivas, peñas de fiestas y cofradías y grupos juveniles), muy similar

en las religiosas, educativas, artísticas y culturales y en las relacionadas con cuestiones

intergeneracionales tan puntuales como la ecología, los derechos humanos y el pacifismo, y

superior en las de ayuda a los demás, en los sindicatos y en los partidos políticos.

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De hecho, cuando nos referimos en general a los españoles mayores de edad la distribución

por ámbitos asociativos varía sustancialmente, no así los porcentajes globales de pertenencia a

asociaciones, ya que según el último de los barómetros de CIS que se ha dedicado

específicamente al asociacionismo y el voluntariado (CIS nº 2419, año 2001), vemos como

una media del 87% nunca han pertenecido a asociaciones y organizaciones de voluntariado

frente al 6,5 que ha pertenecido o al 5,4 que pertenece actualmente, mientras que sólo el 6%

ha trabajado sin remuneración en las ONG durante el último año. Concretamente, al tratarse

de la población en general, las preferencias se decantan por las asociaciones de ocio

(sociedades locales o regionales: peñas de fiestas, cofradías, etc.) (11,2%), las asociaciones

deportivas (9,4%), las culturales (9,1%) y las benéfico-sociales (tabla 2).

Tabla 2: De cada una de las siguientes asociaciones y organizaciones, ¿puedes decirme si perteneces actualmente a alguna/s de ellas, si has pertenecido, pero ya no perteneces o si no has pertenecido nunca? (2001) (mayores de 18 años) Pertenece

actualmente No

pertenece pero ha

pertenecido

Nunca ha pertenecido

Asociaciones y grupos deportivos: 9.4 19.2 71 Sociedades locales o regionales: peñas de fiestas, cofradías, etc.

11.2 11.5 76.9

Asociaciones y grupos educativos, artísticos y culturales 9.1 10.1 80.4 Organizaciones y grupos juveniles (scouts, guías, clubes juveniles

1.6 10 87.9

Asociaciones de carácter benéfico social, de ayuda a los demás

9 6.2 83.9

Asociaciones y grupos ecologístas 1.5 1.5 96.1 Sindicatos 6.7 6.5 86 Partidos políticos 2.2 2.5 94.3 Organizaciones interesadas por los derechos humanos 3.1 2.1 93.9 Grupos relacionados con las mujeres: feministas 1.2 0.6 97.4 Fuente: Elaboración propia a partir de CIS 2419: Actitudes y posición de la población española hacia las prácticas solidarias (2001)

Actitudes y valores explicativos de los niveles participativos de la sociedad civil española

En el apartado precedente se ha apuntado como la valoración positiva del voluntariado y la

elevada disposición a participar en asociaciones manifestada en las encuestas no se está

reflejando en unos niveles de participación tan elevados como cabría esperar. Tal desajuste, a

priori, podría atribuirse en parte al método de recogida de la información ya que esa

valoración positiva es medida a través de métodos cuantitativos como las encuestas donde

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tienden a “recogerse más las opciones que están socialmente legitimadas que la real

vinculación de los encuestados con las respuestas” (Callejo, 1999, p. 53), que deberían ser

completadas con análisis cualitativos en los que la visión del voluntariado no suele ser tan

optimista. No obstante, sin descartar este factor, podríamos apuntar otras causas de los

moderados niveles asociativos de nuestra sociedad civil, algunas de las cuales también

explicarían nuestro diferente ritmo asociativo con respecto a los países mencionados.

Concretamente, tales causas interactúan constantemente entre sí y guardarían relación (1) con

las características del mercado laboral español, (2) nuestra menor tradición asociativa y la

arraigada pertenencia al “asociacionismo familiar”, y (3) la responsabilidad atribuida al

Estado en la procura de nuestro bienestar.

1- En primer lugar, las características de nuestro mercado laboral, en especial sus

desequilibrios (inestabilidad, elevadas tasas de paro juvenil…) a la vez que han propiciado un

incremento del voluntariado al considerarlo como una vía de entrada a un trabajo estable y

una escuela de aprendizaje, también han decantado las preferencias de los que buscan empleo

a destinar mayor tiempo a encontrar un trabajo que a ser voluntario, lo cual no significa que

no quieran serlo algún día. Este factor limitativo tiene su importancia ya que si el voluntariado

fuese básicamente una plataforma de lanzamiento laboral nuestra mayor tasa de paro entre los

jóvenes menores de 25 años (24,9%, Noviembre 2001, Eurostat) con respecto a otros países

desarrollados (UE15: 15,7%) se habría traducido en mayores porcentajes de voluntariado y

eso no ocurre en la realidad. De ahí que sea necesario matizar que, si bien, el primer factor

(voluntariado como vía de empleo) podría justificar una parte del crecimiento de nuestra vida

asociativa y voluntaria en los últimos años, el segundo (sacrificar tiempo de participación

asociativa para dedicarlo a la búsqueda de empleo), parece justificar, junto a otras causas, que

estos porcentajes no acaben de despegar. Al menos esto es lo que podemos atrevernos a

interpretar de los resultados de las encuestas analizadas si cruzamos las respuestas de los

individuos que pertenecen a una asociación, o que son voluntarios, con su situación

sociolaboral.

Concretamente, con respecto al primer factor (la participación asociativa como vía de

empleo), un seguimiento de las Encuestas de Valores Mundiales y Europeos durante los 90

para el caso español confirma que hemos pasado de que sólo un 2,8% de los desempleados

encuestados estén afiliados en las organizaciones de asistencia social a principios de los 90 a

que a finales de esa década lo haga el 11,6.

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En relación al segundo factor (sacrificar tiempo de participación asociativa para dedicarlo a la

búsqueda de empleo), en las asociaciones y organizaciones de asistencia social parece

cumplirse ya que los menores porcentajes de pertenencia se dan entre aquellos que están

parados y buscan su primer empleo y tan solo un 10% del total de asociados son parados que

ya han trabajado antes (CIS 2107).

2- Otra de las causas tratadas repetidamente como justificación de nuestra fragilidad

participativa y como signo del “déficit crónico de nuestra sociedad civil” (Subirats, 2001) es

una débil tradición asociativa que se ha ido trasmitiendo generacionalmente como

consecuencia del mantenimiento de una serie de valores y actitudes que obstaculizan el

asociacionismo. Concretamente, en nuestros días todavía permanece latente en el recuerdo de

la población más madura una especie de “paternalismo autoritario” propio de la dictadura

franquista que creó pasividad y recelos de que todo lo público era a la vez coercitivo y

protector/paternal, que el mercado era ineficaz y que lo asociativo era ilegal. Paralelamente,

tal ilegalidad fue pretendidamente compensada por la promoción de un tipo de

“asociacionismo familiar” asentado sobre un espacio de convivencia familiar considerado

como prioritario frente a la inconveniencia del asociacionismo extrafamiliar no religioso. Así,

muchos de aquellos que acabaron acostumbrándose a este contexto, consciente o

inconscientemente, han trasmitido esas inercias actitudinales poco activas a sus descendientes

sin llegar a ser los precursores de base que éstos necesitan para desarrollar valores más

participativos más allá del seno familiar. Quienes no lo aceptaron reaccionaron frente a ello

encabezando una serie de movimientos reivindicativos que con la democracia acabaron

encaminando a través de los partidos políticos, fomentando otro tipo de paternalismo, este de

carácter político. Tal “paternalismo político” dotaba a los partidos políticos de un preeminente

protagonismo como vehículos de expresión participativa relegando a un segundo plano a otras

formas de participación social (Subirats, 2001). Paralelamente, tales movimientos

reivindicativos fueron transformándose en organizaciones prestadoras de servicios con una

base social políticamente contenida y socialmente cooperativa con el Estado (Marbán y

Rodríguez Cabrero, 2001). En parte como consecuencia de ello, nuestros niveles

participativos todavía se encuentran a la cola de los países europeos más próximos a pesar de

que tales déficit participativos parecen estar siendo superados muy lentamente a medida que

las inercias mencionadas se van puliendo generación tras generación. La previsión de que

lleguemos a alcanzar unos niveles superiores en el ranking participativo europeo todavía es

una incógnita máxime cuando aún permanece latente el sentimiento, o la necesidad, de

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priorizar la solidaridad proxémica sobre la solidaridad altruista (ésta ultima suele ser la que

aparece realmente en las estadísticas comparativas) máxime en un contexto como el nuestro

donde determinados servicios sociales públicos (guarderías, cuidados de ancianos, etc.) son

insuficientes para complementar la acción familiar y permitir que la solidaridad de ésta pueda

canalizarse igualmente hacia terceras personas.

3- Precisamente en este sentido, cabe analizar cual es la relevancia que el propio Estado de

Bienestar tiene en la participación social, bien como motor de su desarrollo, bien como factor

restrictivo, o como ambos a la vez, con especial énfasis en el grado de responsabilidad

atribuida al Estado como responsable principal de nuestro bienestar y en la extensión de

los servicios sociales públicos. Es sobradamente conocido el argumento de que el desarrollo

del Estado de bienestar obstaculiza el pleno desarrollo de la sociedad civil, como también lo

es que ese mismo desarrollo supone para determinados comportamientos pasivos una excusa

más factible para descargar en los gobiernos una responsabilidad no proxémica que no debe

serles ajena, incluso cuando éstos están programando un distanciamiento de la acción social

favoreciendo con todos su esfuerzos la participación ciudadana. A priori y al margen de que

suponga o no un obstáculo parece cierto que la responsabilidad atribuida al Estado en la

procura de nuestro bienestar es muy significativa en España si tenemos en cuenta que tan sólo

el 9% de los jóvenes (CIS 2105) y el 4,3 % de los adultos (CIS 2107) cree que el Estado no

puede resolver ningún problema o que solo el 15% de los mayores de edad piensa

probablemente o con toda seguridad que el gobierno no debería ser responsable de reducir las

diferencias entre ricos y pobres (CIS 2301).

Cuando se trata de dirimir responsabilidades entre los gobiernos y los propios individuos para

proporcionarse los medios de vida también observamos una mayor predisposición hacia

escalas de opinión más próximas al Estado de bienestar, sin diferencias trascendentes entre

jóvenes y adultos mayores de 25 años (tabla 3) (el alto porcentaje de los que no saben o no

contestan entre los adultos nos hacen ser cautelosos sobre si éstos son menos favorables hacia

esta opción que los jóvenes).

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Tabla 3: ¿Dónde situarías tus opiniones en esta escala?

Escala CIS 2105 Jóvenes (15-25 años)

CIS 2107 Adultos (> 25)

Opinión: Las personas deberían asumir individualmente

más responsabilidades para proveerse de medios de vida para sí mismos

1

3.8

4

2 3.9 3.6 3 8.8 4.4 4 10.1 6.8 5 13.6

Porcentaje acumulado

escala 1 a 5=

40%

16.9

Porcentaje acumulado

escala 1 a 5=

35.5 %

6 9.9 10.3 7 11.6 10.2 8 14.1 11.3 9 10.5 6.8

El Estado debería asumir más responsabilidades en cuanto a asegurarse de proporcionar medios de

vida a todo el mundo

10 12

Porcentaje acumulado

escala 6 a 10=

58.1 11.3

Porcentaje acumulado

escala 6 a 10=

50%

NS/NC NS/NC 1.9 1.9 14.5 14.5 Fuente: Elaboración propia a partir de CIS 2105: Valores y dinámica intergeneracional; CIS 2107: Valores y dinámica intergeneracional.

Donde si se observan diferencias en este sentido, es con la mayor parte de los países europeos

situándonos en el doble de la media europea de la escala más “estatalista” (12%) y en menos

de la mitad de la media en la más “societaria” (6%). Esto nos coloca a principios de los 90 en

las primeras posiciones en la asignación al Estado de la responsabilidad de “proporcionar

medios de vida a todo el mundo” y en las últimas para los individuos, aumentando los % a

favor del Estado a medida que nos adentramos en los 90 (tabla 4). De esta manera, si

agrupamos las escalas de 1 a 5 y de 6 a 10, según se hace en la tabla 5 para diferenciar las

posiciones más próximas a la asignación de la responsabilidad a las personas y a los Estados

respectivamente, veríamos que los ciudadanos españoles son los que más se decantan por la

última opción con un 53 % de respuestas favorables en el periodo 1990-93 y un 64% en 1995-

97.

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Tabla 4: ¿Dónde situarías tus opiniones en esta escala? Elige entre “Las personas deberían asumir individualmente más responsabilidades para proveerse de medios de vida para sí mismas” o “El Estado debería asumir más responsabilidades en cuanto a asegurarse de proporcionar medios de vida a todo el mundo”

Principios de los 90 Responsabilidad

Porcentajes

Las personas 2 3 4 5 6 7 8 9 El gobierno NS/NC

6 (14º)

6.8 (13º)

10 (12º)

8.7 (13º)

15.5 (7º)

8.4 (5º)

11.2 (1º)

13.5 (1º)

8.1 (2º)

12 (2º)

- España (escalas agrupadas) 47 53

15.6 14.8 15.4 12.9 17.6 4.9 5.6 7.2 2.3 3.7 - Francia 76

24

11.2 8.6 9.9 9.5 12.3 9.2 7.6 10.9 8.8 12.1 - Italia 51.5

48.5

17.1 6.6 9.6 9 19.7 9.1 4.9 7.6 5.3 11 - Portugal 62

38

26.9 15.4 20.9 11.1 11.2 3.8 4.4 3.6 1.6 1.3 - Suecia 85.5

14.5 -

14 9.9 14.3 12.5 20.4 7.7 6.3 7.1 2.9 4.8 - Noruega 71

29

14.2 15.1 20.4 10.8 14.7 5 7.1 5.3 3.9 3.5 - Finlandia 75.2

24.8

Alemania Occidental

18 14.2 16.9 10.6 12 6.2 6.2 7.7 3.8 4.4 -

Alemania Oriental

25.5 12.8 14.2 7.6 13 4.5 4.4 6.4 2.7 9 -

Gran Bretaña 10.1 7.5 11.8 11 14.5 10.1 9.7 12.1 5.5 7.6 - Dinamarca 16.6 9.7 16.2 11.4 22.2 7.8 5.6 5.8 1.7 3.2 - Holanda 7.7 10.4 14.6 14.3 20.4 10.3 9.8 8.5 1.9 2.1 - Bélgica 15 9.5 14.4 9.9 16 6.7 6.8 9.3 5 7.4 - Austria 28 17.8 15.6 9.8 11 3.7 3.7 4.4 2.2 3.7 - Media 14.4 11.4 14.6 10.6 14.9 7 6.6 7.8 4 6.1

Finales de los 90 España 3.2

(5º) 4.6 (4º)

8.7 (5º)

7 (5º)

8.6 (5º)

14.5(3º)

9.1 (5º)

13.4(2º)

9.2 (2º)

17.7 (2º)

4

32 64 16.3 13 22.9 14.7 13.9 6 6.8 4.1 0.8 1.1 0.5 Suecia

80

19.5

6.3 3.9 12.3 14.7 12.2 20.3 10.8 8.3 4.8 5.9 0.4 Noruega 49.5

50.1

5.9 5.3 15.2 14.8 11 15.5 9.4 9.8 3.5 8.3 1.2 Finlandia 52

46.8

Alemania Occidental

5.2 6.6 15.1 14.3 11.8 13 10.6 10.2 4.9 7.8 0.5

Alemania Oriental

2.4 2.9 6.6 6.5 8.6 12.3 10.3 13.6 12.6 23.5 0.7

Media 6.5 6 13.4 12 11 13.6 9.5 9.9 6 7.6 1.2 Fuente : Elaboración propia a partir de Inglehart , R et al (2000):World Values Surveys and European Values Surveys, 1990-1993, 1995-1997, Institute for Social Research, University of Michigan

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Las razones de que los ciudadanos españoles consideren que el Estado es el principal

responsable de nuestro bienestar son muy variopintas y pasarían por ser entendidas

como una inercia o una costumbre arraigada en nuestro modo de entender la cosa

pública desde el Estado paternalista y autoritario de la Dictadura, como una justificación

de que el pago de impuestos sirve precisamente para cargarle con tal responsabilidad, o

simplemente como una excusa para delegar en el Estado lo que nuestra débil tradición

asociativa no alcanza a asumir en cuanto a responsabilidades sociales.

No obstante, más allá de la subjetividad de estas razones para justificar los resultados

obtenidos en las encuestas, es preciso matizar que el desarrollo del Estado de Bienestar

no debilita necesariamente la vertiente solidaria de la sociedad civil ya que su relación

no es sistemáticamente incompatible, entre otras cosas porque el Estado de Bienestar ha

dependido y depende de ella tanto en su origen como en su posterior crisis. También

porque interactúa con la sociedad civil amortiguando las desigualdades en situaciones

de mayor fragilidad, alimentando el pacto social entre agentes contrapuestos e

institucionalizando la procura (García Roca, 2001) aportándola la seguridad suficiente

para que actúe con la confianza de que si fracasa la cohesión social no se verá

perjudicada.

A este respecto, es fácil constatar como en Estados de Bienestar maximalistas como los

de los países nórdicos (Suecia, Finlandia y Noruega principalmente), la participación

asociativa es de las más altas de Europa lo que cabría hacernos pensar que el Estado de

bienestar cuanto menos no obstaculiza el desarrollo de la sociedad civil afianzando las

bases de confianza y seguridad necesarias en la población para que ésta compatibilice el

bienestar del entorno familiar con la solidaridad hacia entornos menos próximos o

familiares. De hecho, en sentido contrario, tampoco es de extrañar que en Estados de

bienestar no tan maximalistas como el italiano o el español en los que están poco

extendidos los servicios sociales de atención a ancianos y a la infancia, la descarga de la

responsabilidad que hacen estos Estados de bienestar en las familias tienda a verse

contrapesada por la mayor demanda de responsabilidades que los ciudadanos de estos

países hacen sobre sus Estados para velar del bienestar de aquellos otros ciudadanos que

no están próximos a su entorno ya que sus energías se han agotado fruto de la primera

situación. De ahí que en España la administración pública, lejos de pretender frenar la

participación asociativa, pretenda fomentarla a través del voluntariado organizado.

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c. El voluntariado como protagonista del movimiento asociativo.

Perfiles y ambivalencias.

Aunque el protagonismo del movimiento asociativo corresponde por igual a las

entidades, los socios y los voluntarios, nos gustaría detenernos brevemente en los

últimos en cuanto que representan el principal valor añadido de las organizaciones de

acción social.

Su contribución a la cohesión social es indudable en la medida en la que contribuyen a

humanizar el mercado suavizando las fricciones del sistema capitalista y fomentando la

cercanía y la responsabilidad social hacia los más desfavorecidos, sentando las bases de

un altruismo transversal que contagia todos los órdenes de la esfera social.

Igualmente, el voluntariado podría suponer una rampa de lanzamiento de un buen

número de “ciudadanos precarios” (Moreno, 2000) (emigrantes, gitanos, drogadictos,

reclusos, etc.) que inicialmente son los beneficiarios de sus acciones altruistas y que

posteriormente se integran en la organización como voluntarios como primer paso hacia

su integración social.

En definitiva, el voluntariado, y las entidades donde está presente, están protagonizando

un relevante papel como última “red de seguridad” para los colectivos más afectados

por situaciones de exclusión social.

No obstante, tampoco debemos caer en el error de hiperidealizar o mitificar la figura del

voluntariado o confundir la imagen ideal y preconsciente del voluntariado con su

realidad concreta.

En cuanto a la realidad concreta a la que me refiero, según Luís Aranguren, hay que

distinguir entre la realidad incuestionable del fenómeno del voluntariado, entendido

como una realidad en alza cuantitativa y cualitativamente hablando y a la que me

referiré posteriormente, de la realidad de la cultura del voluntariado.

En lo que respecta al fenómeno del voluntariado es una realidad en alza, cuantitativa y

cualitativamente hablando, que podría explicarse atendiendo a distintas investigaciones

orientadas a conocer cuántos y sobre todo cómo son los voluntarios.

La investigación dirigida por García Delgado (2004) cifra en 27.000 las organizaciones

de acción social con unas estimaciones de voluntarios de 965.000 (equivalentes a

111.000 empleos remunerados). Por otra parte, en el reciente trabajo coordinado por

Pérez Díaz y López Novo (2003) se estimaron para algo más de 15.400 organizaciones

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de acción social en torno a 734.000 voluntarios quienes, según este trabajo, son

mayoritariamente mujeres (58%) y menores de 35 años (66%), cuya dedicación más

habitual es la que no supera las 5 horas a la semana. En lo que se refiere al nivel de

estudios, Pérez Díaz y López Novo confirman que los voluntarios españoles tienen un

nivel educativo superior a la media nacional, ya que en esta investigación el 28% cuenta

con estudios universitarios frente al 12% de universitarios que refleja la Encuesta de

Población Activa para el conjunto de la población mayor de 16 años.

Tabla 5 El asociacionismo de acción social en España: Recursos humanos Fuente bibliográfica Año de

referenciaNº / tipo de organizaciones

Voluntarios

PÉREZ DÍAZ Y LÓPEZ NOVO (2003)

1999

15.400 entidades de acción social

734.000

GARCÍA DELGADO (DIR)(2004)

2001

27.000 entidades de acción social

965.000 (equivalentes a 111.000 empleos

remunerados)

En cuanto a la cultura del voluntariado es mucho más heterogénea y abierta al debate.

Concretamente, conviene aclarar que el voluntariado puro y altruista no es

necesariamente el perfil dominante ya que la realidad voluntaria es mucho más

heterogénea, y las motivaciones más ambivalentes, de lo que a priori conformamos en

nuestras conciencias. Concretamente, observamos como, por una parte, el voluntariado

está actuando como red de seguridad frente a la sociedad del riesgo y como contrapeso

de los valores socioeconómicos dominantes (de competitividad, búsqueda del éxito

inmediato o consumismo). Pero por otra parte, hemos observado a través de prácticas

cualitativas como los grupos de discusión, que en el voluntariado no predomina la

actitud de transformación o de cambio social, salvo en excepciones como el

voluntariado ambiental. En los últimos años se ha producido un desplazamiento de la

acción ideológica por la asistencial, el voluntariado está cada vez más desideologizado y

profesionalizado, lo que parece estar dando lugar a un voluntariado más preocupado por

remediar el problema en el efecto en vez de en la causa

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A la pregunta de ¿cómo son los voluntarios? hemos pretendido darla respuesta en el

reciente trabajo de la Fundación Foessa y la Universidad de Alcalá en el que se ha

analizado la estructura motivacional del voluntariado mediante 30 entrevistas en

profundidad y cinco grupos de discusión entre voluntarios, ex voluntarios, gestores y

técnicos de la administración. En dicha investigación se pone de manifiesto como en el

voluntariado aparecen, en la mayoría de los casos, y de forma simultánea, diversas

orientaciones motivacionales. Tales orientaciones, estarían guiadas por las necesidades,

carencias o intereses personales expresivos o instrumentales que tiene el propio

voluntario (orientación individualista), por la intención de satisfacer las necesidades

ajenas (orientación moral) o por la voluntad de transformar la sociedad (orientación

social). Unas orientaciones que son complementarias entre sí, orientaciones que la

mayoría de los voluntarios incorporan en su proceso motivacional aunque en una

proporción variable de manera que en la mayoría de los casos suele haber un eje

motivacional dominante pero no único. Orientaciones que, finalmente son dinámicas en

la medida en la que cambian con el tiempo y dentro de cada individuo.

Partiendo de estas orientaciones y del análisis de los discursos reflejados en las

entrevistas en profundidad y en los grupos de discusión realizados en el trabajo de

Fundación Foessa y la Universidad de Alcalá, uno de los investigadores de este trabajo,

Ángel Zurdo, ha elaborado una tipología de voluntariado que se resume básicamente en

cuatro perfiles:

Un primer perfil sería el denominado como Voluntario individualista expresivo y moral,

con fuerte presencia de las orientaciones moral y expresiva y que contempla dos

variantes: El denominado como Voluntariado Tradicional, de fuerte orientación moral,

de carácter religioso, que concibe la actividad voluntaria como un deber que implica

sacrificio y reciprocidad, donde hay que devolver lo recibido y que, aunque se muestra

en claro retroceso, presenta un alto grado de fidelidad e identidad con la organización. Y

por otra parte, el Voluntariado Renovado, donde la orientación expresiva predomina

sobre la moral y que actúa por responsabilidad y realización personal, a modo de re-

socialización.

En segundo lugar, el voluntariado individualista complejo, que actúa por realización

personal y para adquirir experiencia pero que presenta problemas para delimitar en su

discurso cual de las dos vertientes es la predominante. No se encuentran cómodos con la

“entrega vital ilimitada” a los demás ni con “la rentabilización a ultranza" del

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voluntariado. En palabras del propio Angel Zurdo “no pretenden cambiar el mundo, no

porque no quieran, sino porque creen que no se puede”.

En tercer lugar, el voluntariado individualista instrumental o voluntariado

profesionista. Junto con el voluntariado individualista complejo es el perfil más

característico de voluntario aunque posiblemente no el más numeroso. Estrechamente

vinculado a la situación del mercado laboral, es un voluntario “mercenario” que actúa

conscientemente como voluntario para integrarse en el mercado laboral y que en los

casos extremos parte del convencimiento de que el voluntariado supone un recurso

sustitutivo del personal profesional.

Finalmente, el voluntariado grupalista, junto al primer tipo (el voluntario individualista

expresivo y moral tradicional) es el grupo más debilitado en los últimos años. Tiene una

fuerte presencia de la orientación social transformadora. Su actividad está dirigida a

promover el cambio social y muestra un fuerte sentimiento de pertenencia a la

organización.

3. Un breve retrato del asociacionismo y el voluntariado en el País Vasco.

Al igual que en el resto de España, en el País Vasco el asociacionismo ha dejado de ser

un fenómeno marginal y minoritario y cuenta con un intenso reconocimiento social.

De ello dan buena cuenta diversas investigaciones y publicaciones que han analizado la

realidad asociativa vasca entre las cuales me referiré fundamentalmente a dos: El trabajo

coordinado por Ruiz Olabuénaga (2002) y el estudio sobre voluntariado en Bizkaia

2004 realizado por Bolunta, la Agencia para el Voluntariado y las Asociaciones.

Según Ruiz Olabuénaga (2002), el perfil general del asociacionismo vasco, en especial

el de acción social, no se alejaría significativamente del caso español en lo que se refiere

a la heterogeneidad de objetivos y oferta de servicios, la transversalidad de ámbitos de

actuación y la disparidad en el tamaño y antigüedad de las organizaciones, como

tampoco difieren en sus principales funciones (aportar innovaciones, prestar servicios,

actuar como defensor, garantizar valores y como estructura mediadora) y en sus

limitaciones (falta de transparencia financiera, particularismo social, recelos

interasociativos, déficit de democracia interna…).

Esta proximidad, según el citado autor, incluso haría factible la extrapolación al País

Vasco de los datos de la situación española. De dicha extrapolación se desprende en este

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trabajo que en el conjunto del Tercer Sector vasco habría aproximadamente 20.000

entidades no lucrativas de las cuales 1600 lo serían de acción social.

En lo que respecta al número de voluntarios, en el conjunto del sector no lucrativo para

el año 2000 se cifrarían unos 50.000 voluntarios en sentido estricto (es decir que

dedican al menos 4 horas de voluntariado a la semana) y 220.000 en sentido amplio

(que dedican al menos 1 hora al mes). Cuando se trata específicamente de los de acción

social se situarían en 13.000 y 58.000 respectivamente.

En cuanto a las preferencias asociativas los ciudadanos vascos se decantan por las de

carácter deportivo, cultural y de ayuda social, cifrándose en estas últimas

aproximadamente unos 180.000 socios, lo que representaría el 10,5% de la población

mayor de 18 años residente en el País Vasco en el año 2000.

El personal remunerado en el conjunto del asociacionismo vasco representa

aproximadamente 55.000 empleos a jornada completa, es decir, el 6,8% de la oferta

total de empleo del PV mientras que en las de acción social supondrían unos 15.500

empleos a jornada completa (1,9 % del empleo en el PV).

En cuanto al volumen total presupuestado por las entidades no lucrativas vascas supone,

según Ruiz Olabuénaga, aproximadamente el 6,8% del PIB del PV y las de acción

social el 1,4% (520 millones de euros- aprox. 86.500 millones de pesetas). Una buena

parte de los ingresos, concretamente más de la mitad proceden de fondos de las

administraciones públicas, un tercio de donaciones privadas y el resto de cuotas de

socios

Tabla 6: Recursos humanos y contribución al PIB del asociacionismo en el País Vasco

Voluntarios Empleos a jornada completa

% PIB

ASOCIACIONISMO NO LUCRATIVO VASCO

En sentido estricto (<4 horas/semana = 50.000 voluntarios

En sentido amplio (<1 hora/MES=220.000

55.000

6,8%

ASOCIACIONISMO VASCO DE ACCIÓN SOCIAL

En sentido estricto= 13.000 En sentido amplio= 58.000

15.500 1,4%

Fuente: Ruiz Olabuénaga, J.I. (coord, 2002): El Tercer Sector de acción social en la Comunidad Autónoma del País Vasco, EDEX, Bilbao

El estudio sobre voluntariado en Bizkaia 2004 realizado por Bolunta aporta mucha luz

al conocimiento de la realidad voluntaria vasca en un contexto de escasez de

investigaciones al respecto. Este estudio se circunscribe a seis grandes grupos de

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voluntariado: Voluntariado social, de cooperación al desarrollo, medioambiental,

comunitario, cultural y cívico y a tres segmentos de población: los voluntarios actuales,

los que lo fueron algún día y los que nunca lo han sido. Sin ánimo de ser exhaustivos,

en este trabajo se pone de manifiesto como el voluntariado en Bizkaia representa

aproximadamente el 11% de la población vizcaína mayor de 18 años (en torno a

106.000 personas) mientras que el 75,5% nunca ha sido voluntaria.

El perfil sociológico del voluntario actual se correspondería con mujeres de entre 23 y

39 años, asalariadas por cuenta ajena, con estudios superiores y cuya edad media de

inserción en el voluntariado rondaría los 30 años.

En cuanto a sus preferencias asociativas, aunque no hay una preferencia

contundentemente clara, al igual que vimos a nivel nacional se decantan por las

asociaciones deportivas, de ocio y cultura.

La mayoría de estos voluntarios han conocido su organización por el boca a boca y las

principales motivaciones son expresivas (realización personal, satisfacción por ayudar a

los demás y por sentirse útiles para la sociedad) más que instrumentales. Se encuentran

altamente satisfechos con ser voluntarios (lo califican por término medio con un 8 sobre

10) y están muy comprometidos con la organización (el 65% dedica más de tres horas

semanales al voluntariado) si bien su implicación tiende a disminuir con la edad.

Este nivel de satisfacción perdura entre el “voluntariado perdido”, es decir, las personas

que han sido voluntarias en alguna ocasión, ya que el abandono de la actividad de

voluntariado tienen más que ver con la falta de tiempo por razones laborales o de

estudios que con su insatisfacción con el voluntariado que realizaron (lo valoran con

una nota similar al voluntariado actual).

Lo cierto es que tal satisfacción del voluntariado vasco actual y el perdido no es garantía

de que en un futuro el voluntariado vaya en aumento o que sea más comprometido. El

análisis del voluntariado potencial sitúa, como afirman los mismos autores, en una

encrucijada el voluntariado vasco. Por una parte porque su compromiso e implicación

sería más ocasional dada la falta de tiempo para el voluntariado. Por otra parte, porque

el elevado interés en el voluntariado de los voluntarios potenciales (el 46% tiene interés

en ser voluntario y otro 40% tendría que pensarlo) dista mucho de las probabilidades

reales de serlo ya que sólo el 9% considera probable o muy probable llegar a ser

voluntario algún día.

4. Retos para el futuro

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Desde un punto de vista cuantitativo parece que en el futuro puede jugar a favor del

movimiento asociativo una mayor participación de grupos sociales tradicionalmente

menos participativos como las nuevas cohortes de personas mayores más formadas y

expertas, y las minorías étnicas, mientras que en contra podríamos tener la creciente

incorporación de la mujer al mercado laboral con su consiguiente reducción de tiempo

libre para el voluntariado.

En cualquier caso, el impacto neto de estos efectos y de muchos otros es difícil de

cuantificar si bien hay indicios de que el movimiento asociativo institucionalizado no

crecerá significativamente en los próximos años.

Sucede empero que, la fortaleza del movimiento asociativo en el futuro puede que no

dependa tanto de su número como de su legitimidad sociopolítica, de su visibilidad

social y de su viabilidad económica.

Su legitimidad social parece estar avalada por las encuestas ya que las denominadas

ONG son consideradas como realmente necesarias por el 63% de los encuestados

(barómetro CIS 2419, Alemán y Trinidad, 2001).

Su visibilidad social es cada vez mayor ya que son ampliamente conocidas tal y como

refleja dicho barómetro de mayo del 2001 en el que el 88% confirma que las conoce.

Una visibilidad social que contrasta con la escasa relevancia que los medios de

comunicación de masas dan a las entidades de acción social limitada en la mayor parte

de los casos a cuestiones puntuales como la intervención de ONG para el desarrollo en

catástrofes humanitarias, la protección de colectivos como la mujeres maltratadas, la

infancia y los inmigrantes y la promoción del voluntariado en Congresos o foros en los

que participan personalidades de prestigio como ponen de manifiesto Marbán,

Rodríguez Cabrero y Zurdo (2003) en un seguimiento observacional de las noticias

sobre ONG presentadas en la radio y en la televisión durante gran parte del año 2001 en

la investigación de la Fundación FOESSA.

En cuanto a la viabilidad económica, el movimiento asociativo de acción social sigue

dependiendo excesivamente del Estado donde más del 50% de sus ingresos dependen de

las subvenciones públicas (53% según investigación de FOESSA y 57% según la

dirigida por García Delgado, 2004). Una dependencia que a pesar de ser comúnmente

aceptada por un 67% de los ciudadanos (frente a aquellos que piensan que deben

financiarse solamente con fondos privados como donativos y cuotas, 20%) (CIS 2419)

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puede conllevar una merma en su capacidad reivindicativa convirtiéndolas en meras

cogestoras de los servicios sociales.

Esta complacencia con lo que dicen las encuestas puede llevarnos a hiperidealizar un

sector que no está exento de fragilidades ni de tensiones como consecuencia de su

institucionalización, afrontando una triple problemática subyacente al proceso

asociativo y concretada en la elección entre entidades reivindicativas y/o de servicios,

entre dependencia o independencia del Estado, incluso entre profesionalización y/o

voluntariado.

De las limitaciones de asociacionismo de acción social son conscientes los propios

expertos y directivos de las asociaciones de acción social tal y como han demostrado las

entrevistas realizadas en la investigación cualitativa de la Fundación Foessa para

quienes la contribución de los movimientos asociativos a la política social en los

próximos años dependerá de que se superen una serie de retos en varios niveles.

En su relación con la administración, el reto es, con sus propias palabras, desarrollar

una “cultura de colaboración pactada que garantice la independencia del sector

voluntario”. En las relaciones dentro del propio TS: fomentar “la cultura de la

colaboración entre las propias entidades, potenciar su visibilidad social y superar las

limitaciones que crónicamente siguen afectando a la estructura organizativa de las

entidades voluntarias. Entre estas limitaciones destacaríamos, entre otras:

• Falta de transparencia financiera, de una cultura de la auditoría, y de

evaluaciones externas.

• Problemas de particularismo social y exceso de recelos interasociativos. La

rápida y fragmentada universalización de los derechos sociales ha dado lugar a

un sector voluntario de crecimiento desigual, igualmente fragmentado donde

conviven entidades ya consolidadas que han sabido readaptar sus estructuras y

conservar un gran tamaño con entidades muy pequeñas y con entidades

“francotiradoras” que apuntan a necesidades muy concretas y desaparecen en un

corto plazo. Un sector cuya homogeneidad tiende a hiperidealizarse cuando el

asociacionismo de acción social en la realidad transita entre organizaciones

grandes y poderosas y entidades pequeñas y débiles.

• Problemas de democracia interna y de renovación de equipos directivos.

• Excesivo predominio de lo asistencial sobre lo reivindicativo.

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No superar estas limitaciones o seguir arrastrándolas puede poner en peligro la

consolidación de un sector y el fracaso y desaparición de un buen número de entidades

ante el abordaje de la actividad mercantil en espacios de acción social y el creciente

control administrativo de las entidades. Incluso puede llegar a constatarse lo que

apuntan Pérez Díaz y López Novo (2003), es decir, que de no superarse estas

limitaciones el asociacionismo no lucrativo pueda convertirse en un campo abonado

para la proliferación de organizaciones que fracasan permanentemente.

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