Una montaña que se mueve

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alta montaña una montaña Boletín #1 · Diciembre / 2014 que se mueve

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Como no podíamos decidirnos por un lugar, decidimos zona entera: será en los diferentes corregimientos de la Alta Montaña de los Montes de María donde la Fundación Semana seguirá avanzando por la construcción de paz. Siga y conózcala.

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Boletín #1 · Diciembre / 2014

que se mueve

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Elena Mesa

Junta Directiva Fundación SemanaMaría López

Alfonso Gómez Roberto Pizarro Felipe Vegalara

Rosario Córdoba Mario Pacheco Soraya Montoya

Alejandro Santos

Equipo Fundación Semana Bogotá

Claudia García - Directora ejecutivaAlejandro Bernal - Gerente administrativo y financieroIndira Mercado - Asistente administrativa y financieraDiana Páez - Asistente administrativa y financieraMaría Alejandra Cabal - Gerente de ProyectosMaría Luisa Montalvo - Área de ProyectosLuisa Fernanda Trujillo - Área de ProyectosPaola Rodríguez - Área de ProyectosJoaquín Salgado - Área de ProyectosMargarita Rosa Agudelo - Asistente Fundación Semana Rosario Arias - Coordinadora de Comunicaciones e InvestigaciónJuan Alfonso Aguilera - Diseñador, Área de ComunicacionesIliana Gutiérrez - Área de ComunicacionesDaniel Montoya - Área de ComunicacionesReynaldo Urueta - Área de ComunicacionesMaribel Román - Apoyo oficina

Equipo Fundación Alta Montaña

Humberto Vanegas - Director técnico Carmen García - Coordinadora de EquipoFreddy Muñoz - Área de Desarrollo EconómicoWilson Quintero - Área de Desarrollo EconómicoAbner Segundo Correa - Área de Desarrollo EconómicoAdriana Bonfante - Área de Desarrollo Comunitario

Fundación Semana

Cra. 11A No. 93-67, oficina 201, BogotáTeléfono 6468400. Extensión 7501

Coordinación Editorial

César Molinares Dueñas

Información y Textos

Marta RuízCésar Molinares DueñasRosario AriasDaniel MontoyaKellys OliveraGabriela Gómez

Fotos

César Molinares DueñasCarlos Julio MartínezLaura AlhachÁlvaro SierraKristian Sanabria

Diseño Juan Alfonso Aguilera

Corrección de Estilo Luis Silva

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la montañamágica

Alguien decía recientemente que la Alta Montaña es el secreto mejor guardado de los Montes de María. Luego de años de violencia, de distanciamiento y enemistades entre las comunidades, de descon-

fianza y de miedo, los habitantes de la montaña se han reen-contrado, se están reconciliando y luchando hombro a hombro para conseguir un mejor vivir. Especialmente para superar la crisis del aguacate que ha sido tan dura para la economía de las familias campesinas. Y son un ejemplo para la región por su capacidad de organizarse, por la persistencia, pero, sobre todo, por su autonomía para tomar decisiones que afectan su desarrollo.

El impacto de la crisis del aguacate y su difícil susti-tución, no ha menguado la capacidad productiva de la Alta Montaña. Basta amanecer en El 28, esa cuadra de El Carmen

donde todo lo que se produce lomas arriba, ñame, yuca, maíz y frutas, se vende al mejor postor.

La capacidad productiva, el apego al territorio y el tesón de la gente, contrastan con las inmensas dificultades que tienen los campesinos para comercializar, diversificar, enfren-tar los rigores de la naturaleza como el cambio climático, o tener asistencia técnica.

Si en alguna región de los Montes de María se pueden ver los estragos que dejó la guerra, es en la Alta Montaña. Las escuelas que otrora estaban completas y dotadas, hoy luchan por sobrevivir; los centros de salud y ambulancias de algunos corregimientos, sencillamente, se perdieron. Las viviendas sufrieron un deterioro visible. Aún así los campesinos se han ido recuperando de a poco y con el regreso de la institucionali-dad se están viviendo nuevos aires: la transversal de los Montes

Basta con atravesar esta región de los Montes de María para descubrir el tesón de sus gentes y el valor de sus tierras, que buscan recuperar de la

violencia y los rigores de la naturaleza.

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de María parece ser cada vez más una realidad y aunque de manera lenta y a veces traumática, se han ido resolviendo pro-blemas acuciantes para la gente.

No obstante, lo más importante de este territorio es recuperar la capacidad productiva, que redunda de manera directa en los ingresos de las familias, afectadas gravemente

de manera grave por la cri-sis agraria. La Fundación Semana está brindado su apoyo con proyectos como el BID-FOMIN que busca generar desarrollo local a partir de una economía de mercado; de la mano del Incoder solucionando los problemas de titulación y apoyando proyectos pro-ductivos, y de otras enti-dades y aliados, que se han interesado en la cultura y la educación.

Por tanto, la reconciliación es parte sustantiva de ese proceso de desarrollo económico y social. El intercambio comercial, la asociativi-dad, el tejido de redes, la creación de economías de escalas y clúster solo

son posibles con una buena comunicación, con un clima de confianza, con una organización fuerte y democrática. La Alta Montaña está en el camino de consolidar esos valores, que comparte la Fundación Semana, y que estamos seguros, nos llevarán por el camino de la superación de la pobreza extrema, así como el de un futuro más equitativo y justo.

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La reconciliación de dos viejos enemigos fue la semi-lla que hizo posible que surgiera el ‘movimiento’ de la Alta Montaña de los Montes de María. Así lo recuerda Deiber Canoles, quien motivó a su primo

Haroldo Canoles, un temperamental líder de Macayepo, a que hiciera las paces con Jorge Montes, dirigente comunal de Hua-manga, otra vereda de El Carmen de Bolívar. “No se conocían, pero no podían estar en la misma habitación”, cuenta Deiber.

El resentimiento no era extraño entre los habitantes de esta zona de los Montes de María, cuyas raíces de odio sembra-ron guerrilleros y paramilitares. Se trataba de una línea divisoria entre los habitantes de la Alta y la Baja Montaña y que les tocó borrar a ellos mismos, empezando por la enemistad que existía entre Haroldo y Jorge.

La decisión la tomaron en 2005 cuando varias familias decidieron retornar, unas con el acompañamiento del Estado como ocurrió con Mampuján y otras por cuenta propia. Con este regreso, nuevos y viejos líderes se dieron cuenta de que

La historia de una enemistad que la venció el trabajo por la comunidad y se convirtió en la semilla del movimiento social que hoy defiende los derechos

de los campesinos de la Alta Montaña.

tenían una dirigencia dividida, pero muchas necesidades en común. Una de ellas era enfrentar la muerte de 6 mil hectáreas de aguacate a causa de un hongo, la principal fuente de ingresos y manutención de cientos de familias de la Alta Montaña.

Eran conscientes de que necesitaban unirse para pedir ayuda del Estado ya que su región, devastada por el conflicto armado, también padecía de miseria y des-empleo. “Hay una deuda con las 4 mil familias de la región. Incluso, la zona de la Alta Montaña ni siquiera estaba como sujeto colectivo de reparación”, explica Haroldo, refi-riéndose a que siendo víctimas de la violencia, no habían consolidado un proceso para reclamar por sus dere-chos.

Haroldo y Jorge sellaron el fin de esa enemistad en uno de los muchos arroyos que atra-viesan la región. Se empezaron a conocer y a hacer un frente común por miles de familias que intentaban recuperar sus vidas. También los unió la persecución de la que fueron víctimas cien-tos de ellos, capturados y judicializados entre 2005 y 2006 por informes de inteligencia que aseguraban que eran guerrilleros. Esto ocurrió durante la implementación de la zona de rehabi-litación de los Montes de María durante el gobierno de Álvaro Uribe Vélez (2002-2010), pero finalmente fueron absueltos porque la justicia comprobó su inocencia.

Después empezó el Plan de Consolidación Territorial, también en el gobierno de Uribe, quien consideró que la inter-vención en la región debía hacerla con un fuerte componente militar acompañando a las instituciones y este vio la reorgani-zación de las juntas de acción comunal como un resurgimiento de la guerrilla.

Este movimiento social comenzó con 25 veredas, pero luego se extendió a 60, un crecimiento que las autorida-

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des calificaron de sospechoso. Según varios de ellos, la fuerza pública intentó dividirlos pro-moviendo liderazgos que como antes lo hicieron las guerrillas y los paramilitares, seguían repro-duciendo el resentimiento en las comunidades. “Es la secuela más grande que ha dejado el conflicto, además de lo econó-mico”, dice Miladys Vásquez, esposa de Jorge Montes y líder de la Junta de Acción Comu-nal de Huamanga. “Esta perse-cución nos hizo desconfiar de todo el mundo”.

La tensión aumentó cuando varios panfletos señala-ban a Montes de ser guerrillero por lo que fue detenido por primera vez en 2007 y liberado meses después. También apare-cieron amenazas y señalamientos contra otros líderes del movi-miento de la Alta Montaña, que en vez de dispersarlos los unió aún más. “Frente a la crisis del aguacate y la falta de empleo se vieron obligados a unirse y fue interesante porque ese proceso de reconciliación permitió que regresaran definitivamente a sus tierras”, explica el pastor menonita Ricardo Esquivia, quien a través de su organización Sembrando Paz, acompaña el pro-ceso de reparación colectiva y el retorno de las comunidades de Mampuján, Pichilín y Libertad.

Hoy, Haroldo es quizás uno de los más férreos defensores de Jorge, en parte porque emprendió con él y otros líderes como Luis Canoles, William Jaraba, Jairo Barreto, Zenen Arias y Dayro Caro, la movi-lización pacífica de 1.500 campesinos de la Alta Montaña en abril de 2013. Juntos pidie-ron una intervención urgente por la muerte de más de seis mil hectáreas de aguacate y también para que se haga efectiva la repara-ción colectiva.

Entre los frutos de esta moviliza-ción está una larga lista de compromisos por parte de las auto-ridades regionales y nacionales. Pero la mejor lección que les quedó a estos campesinos que hoy lideran la Alta Montaña, es que superando una larga enemistad lograron unificar y conso-lidar un proceso social. En palabras de Haroldo: “Somos cons-cientes de lo que pasó y de los errores que cometimos, que nos sirven para apostar por el desarrollo y la convivencia”.

Quienes forman parte de este movimiento de la Alta

Montaña siguen discutiendo con vehemencia, pero como dice Haroldo Canoles, otro de sus líderes: “Ahora el problema no es que somos guerrilleros o paramilitares, sino que combatimos por una sola Colombia y que después de cada reunión termina-mos con un abrazo”. Además ya no hablan de divisiones sino de cómo presionar al Estado para que haya salud, vías y educación, así como una reparación que recupere el tejido social y garantice

los derechos sociales y económicos de una región que hoy respira otros aires.

De esos compromisos firmados en abril de 2013, los líderes de la Alta Montaña aseguran que han sido lentos los avances. En sectores como salud, educación y vías, se han realizado inversiones, pero no en su totalidad, y señalan que aún continúan sin resolver los problemas por los que salieron a marchar. Por ejemplo, el Departamento para la Prosperidad Social (DPS), ha aten-dido a 727 familias y ellos reclaman que sea con todas las 4500 desplazadas de la Alta Montaña.

También que viven en zozobra por-que siguen siendo estigmatizados. “En nuestras comunidades hay temor porque ya se han visto personas extrañas armadas, y eso podría provocar otras acciones que ponen en riesgo nuestra integridad”, explicó Ciro Canoles.

El gobernador de Bolívar, Juan Carlos Gossaín Rog-nini, se pronunció sobre los acuerdos, y aseguró que la mayo-ría ya se encuentran en desarrollo, como la construcción de la Transversal de los Montes de María.

“A JORGE LO METIERON PRESO PORQUE QUIEREN ACABAR CON TODO ESTE PROCESO. PERO EN-TRE MÁS DAÑO NOS HAGAN MÁS FUERZA VAMOS A TENER PARA SEGUIR LUCHANDO POR NUES-TROS DERECHOS, Y PARA OBTE-NER DEL ESTADO LA REPARA-CIÓN INTEGRAL QUE ELLOS NOS ADEUDAN COMO VÍCTIMAS DE UN CONFLICTO QUE NOSOTROS NI CREAMOS Y TAMPOCO PEDIMOS VIVIR”, DICE CIRO CANOLES.

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Aunque Ricardo Esquivia es cartagenero, desde los últimos 25 años ha estado vinculado con los Montes de María, en donde acompaña y ayuda a fortalecer el movimiento campesino. También forma parte del

proceso de reconciliación que se vive en la zona. Conoce, como nadie, la dura lucha que han emprendido los campesinos des-plazados de la región y cree que ahora, luego de superar resenti-mientos, divisiones y la estigmatización, la población de la Alta Montaña está preparada para construir su futuro. Esto fue lo que nos contó.

¿Por qué se involucró en el proceso social de la Alta Montaña?

Nací en Cartagena, pero viví con mi familia en San Jacinto, donde tuvimos una finca que nos dio el Banco Gana-dero. Allí comenzamos un trabajo con los campesinos de la región, sobre todo con la ANUC (Asociación Nacional de Usua-rios Campesinos). La idea era demostrar que era posible hacer política sin violencia, trabajar sin involucrarse en el conflicto armado. Intentamos incluir a unas personas en las primeras elec-ciones para la Alcaldía, pero eso nos trajo problemas, caímos en

las manos de unos guerrilleros, mata-ron a algunos compañeros y fuimos desplazados.

A pesar de todo, seguí con la idea de trabajar en los Montes de María y en 1996, con el Ministerio de Gobierno, iniciamos un programa que llamamos Construcción de la Infraestructura de Paz para garanti-zar que los acuerdos a los que llegara el Estado con la guerrilla tuvieran una base social que se pudiera hacer realidad. Desde entonces, trabajo por la región. Luego decidí quedarme en Sincelejo, donde llevo 12 años y desde acá sigo colaborando.

Usted estuvo en la pasada zona de distensión de San Vicente del Caguán junto con otros líde-res cristianos tratando de frenar el asesinato de pastores en los Lla-nos Orientales. ¿Qué tanto se ase-

meja ese trabajo a lo que hoy hace con las víctimas en los Montes de María?

Lo que nos llevó a crear esa comisión fue el gran sufri-miento y la afectación que estaban pasando los pastores, los líde-res y las poblaciones locales al ser víctimas del conflicto armado. Además, estaba la idea de encontrar espacios para que la iglesia les diera la mano a los desplazados, a las víctimas y a la gente que estaba sufriendo. Para mí, lo de los Montes de María es una extensión de ese trabajo, seguimos haciendo lo mismo.

¿Qué es Sembrando Paz?La idea inicial era construir una red de personas en

los 15 municipios de los Montes de María que pudiera ser una infraestructura para la paz. Trabajamos con cada uno de los municipios y cuando regresaron los desplazados conseguimos apoyarlos en el antes y el después del retorno.

Antes de que se conformara este proyecto, acompaña-mos a la comunidad desplazada de Mampuján, afectada también por una masacre, la única que tiene una sentencia de la Corte Suprema de Justicia a favor de la reparación. Ellos no conse-guían que el Gobierno les pusiera atención, entonces organiza-

sembrando pazEl pastor menonita Ricardo Esquivia es ficha clave en el proceso de reconciliación en los Montes de María. Hoy cree que el terreno está

allanado para que la región despegue. Entrevista.

Foto: Mennonite Central Committee

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ron una marcha desde María La Baja hasta Cartagena a la que fueron 600 personas. Nosotros apoyamos ese proceso y fue exi-toso porque el Gobierno por fin los escuchó.

Cuando los de la Alta Montaña empezaron a retornar, lo hicieron sin el apoyo del Estado con la idea de que podían vivir del aguacate. Pero se encontraron con que una plaga había acabado con más de seis mil hectáreas, así que decidieron hacer lo mismo que Mampuján: un movimiento pacífico. Nosotros los apoyamos, pero los habitantes de la Alta y los de la Baja Mon-taña estaban enfrentados. Unos decían que eran guerrilleros y otros que paramilitares, se tenían recelo y durante los 10 años que duró el conflicto armado no se cruzaron palabra. Aún así, frente a la crisis del aguacate se vieron obligados a unirse y fue interesante porque ese proceso de reconciliación permitió que regresaran.

¿Por qué es tan difícil la reconciliación?Esta es una región en donde el movimiento campesino

era muy fuerte y en donde todas las veredas estaban organizadas, tenían comités y visión política, luchaban por recuperar su tierra. Lo ante-rior hizo que los diferentes grupos armados que llegaron se pusieran en contra de los campesinos y les impi-dieran defender su trabajo.

Cuando el Gobierno de Uribe comenzó con las zonas de rehabilitación (la de Arauca y Montes de María), hizo una operación ‘tenaza’, negoció con los paramilitares y con la guerrilla y terminó matando a Martín Caballero, el líder en esta zona. Después se creó el Plan Nacional de Consolidación en cuatro municipios: El Carmen de Bolívar, San Jacinto, San Onofre y Ovejas. El Estado llegó con la visión de que la zona era peligrosa y que solo se podía trabajar con la Armada. Crearon sus propios liderazgos y redes, paralelos a los que ya estaban en la región, lo que derivó en enfrentamientos.

Los campesinos de la Alta Montaña que no participaron en los proyectos que hizo la Armada se unieron para reclamar por la crisis del aguacate, pero los líderes de la Armada sospe-charon y dijeron que era el regreso de la guerrilla. Vinieron las amenazas y los panfletos y tildaron al coordinador general, Jorge Montes, de guerrillero, hoy está en prisión. Sin embargo, eso no los debilitó, los fortaleció. Estos campesinos se lograron unir y se acercaron al gobierno y crecieron. Comenzaron con 25 vere-das y ahora son 60.

¿Cómo ha dado ese proceso organizativo?La necesidad fue la que hizo que algunos líderes que

tenían miedo, que estaban opacados por las amenazas, salieran para protegerse a sí mismos y a sus familias. Poco a poco se enfrentaron a la estigmatización. En ese contacto real con los nuevos líderes se dio la posibilidad de dialogar y de aclarar las

cosas, porque muchos son familiares. Surgieron espacios para crear cosas, acercarse y al hacerlo descubrieron que era posible tener una fuerza política. El mayor ejemplo es la cadena humana que hubo hace unos meses, ¿usted sabe lo que es tener 1.500 campesinos sobre la troncal del Caribe, por donde pasan 5.000 carros diarios, sin haber tenido un solo enfrentamiento?

¿También ayudó la reparación colectiva?Sí, la Unidad de Víctimas ha apoyado al movimiento

y entendido que cuando se movilizan no es en su contra, sino que están haciendo un buen trabajo porque la comunidad se está independizando y tomando conciencia. Además, han dia-logado con los gobiernos nacional y local y esto le ha generado confianza al mismo movimiento. No han logrado recibir todo lo que necesitan, pero los pequeños pasos los han fortalecido, demostrándoles que sí se puede.

¿Han empezado a visibilizar la importancia de la restitución de tierras?

El Gobierno no está haciendo una reforma agraria y tam-poco quiere hablar de eso. Nosotros hemos trabajado en varios corregi-mientos de Montes de María y por lo menos el 80 por ciento de la gente no tiene tierra ni títulos, entonces qué les van a restituir. Y los que tie-

nen, no tienen el título. Todos esos ingredientes han hecho muy difícil la restitución en la región.

¿Cuál es la mejor ruta para que no haya un nuevo conflicto por la tierra en los Montes de María?

Algo que favorece la no repetición de esa situación es el surgimiento de los nuevos liderazgos, porque son el comienzo del cambio de la cultura política. Los campesinos aprenden a apreciar su tierra y su territorio y eso ayuda a que la gente no se aproveche de ellos. Por ejemplo, con megaproyectos como los de la palma. Existen quienes presionan por la tierra y ya no es por la violencia sino por la necesidad del trabajo.

¿Qué hace falta para que se respeten los derechos de las víctimas y de los habitantes de los Montes de María?

Los únicos que pueden hacer respetar sus derechos son los mismos campesinos. Cuando cambien su cultura política, sean conscientes de su propia realidad y los nuevos líderes se impongan y sean elegidos para administrar las corporaciones públicas, es cuando se van a respetar los derechos de las vícti-mas y la región va a cambiar. Si el campesino sigue apoyando a los corruptos nada va a evolucionar. Pueden poner el dinero y la ayuda que quieran, pero mientras el campesino no sea cons-ciente de su realidad y la defienda, va a ser muy difícil. Estamos en el camino y tengo la esperanza de que se está avanzando.

“HAY QUE ABRIR ESPACIOS QUE GENEREN CON-FIANZA, ESPACIOS DE TRANSFORMACIÓN CREATIVA DONDE LA GENTE SE ACERQUE SIN TEMORES A DIALOGAR, A EXPONER SUS IDEAS Y NECESIDADES, A CAPACITARSE Y DONDE SE PUEDA VER AL OTRO COMO UN VECINO”.

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el vacío de

Jorge Montes es uno de los líderes que ha sido clave en la reconciliación de la Alta Montaña. En la región se pide que se aclare su caso.

jorge montes

A Jorge Montes, sus compañeros del Movimiento Pacífico de la Alta Montaña lo ven como el líder de mayor proyección de la región. Nació en Hon-dible y desde joven se destacó por su compromiso

y liderazgo. Como promotor de salud, recorrió cada una de las 50 veredas de esta zona de los Montes de María. También fue maestro y brigadista de la Cruz Roja en Sincelejo. Pero, sin duda, quienes lo conocen coinciden en que su gran motivación es trabajar por la reconciliación de la región.

Ese liderazgo le permitió ser electo al Concejo de El Carmen de Bolívar en 2007, un cargo que le costó su tranqui-lidad y la de su familia. “Cuando se lanzó en 2006 al concejo

de El Carmen por la Alta Montaña, salieron panfletos diciendo que era el concejal de la guerrilla, toda una contradicción”, dice su esposa Miladys Vásquez quien lo conoció en 2005 cuando retornó a Guamanga. Ambos formaron parte en una misión humanitaria que realizó una ONG y la Defensoría del Pueblo a Hondible, y participaron en la elaboración del libro Reconcilia-ción en Montes de María, Canal del Dique y Cartagena. Memo-rias de un proceso, que lanzó la Unidad de Víctimas en 2013.

Cuando se conocieron, la región estaba en medio del Plan de Consolidación Territorial emprendido por el gobierno de Álvaro Uribe, una época en que si bien llegó la instituciona-lidad, también prolongó la estigmatización de los líderes socia-

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les. Un ejemplo de ello es que en 2006 la Fiscalía capturó a un centenar de personas en la Alta Montaña con información de inteligencia de las Fuerzas Militares. En ese grupo estaba un hermano de crianza de Jorge, al que señalaban de ser explo-sivista de las Farc y al que luego exoneraron y liberaron. Lo mismo sucedió con la mayoría de capturados que hoy tienen demandado al Estado.

Ese mismo año, la Fiscalía capturó a Jorge y lo acusó de rebelión, algo que no impidió que fuera elegido concejal de El Carmen y que tomara posesión de su cargo custodiado por el Inpec. Pero como ocurrió con su hermano, también fue libe-rado y retomó su puesto en el Concejo.

Al terminar su periodo, fue uno de los artífices del Movimiento Pacífico de la Alta Montaña que hoy agrupa a 50 veredas de la región. Con su liderazgo logró movilizar en abril de 2013 a más de mil campesinos que pedían ayuda al Estado para enfrentar la muerte de 6.000 hectáreas de aguacate, la repa-ración colectiva y la reivindicación de sus derechos. Pero con la movilización, los señalamientos regresaron. Miladys asegura que después de la marcha aparecieron panfletos que lo tildaban de guerrillero y desde entonces “se orquestó la persecución en su contra”.

En septiembre de 2013, la Fiscalía emitió una nueva orden de captura contra Jorge, esta vez señalado de varios ase-sinatos cometidos en Chengue por la guerrilla. Los que lo cono-cen, como Jorge Barreto, líder de Chengue, creen que detrás de su detención hay intereses políticos. “Jorge se perfilaba como el líder que podía llegar incluso a la alcaldía de El Carmen. Esta es una región de caciques políticos y el que emerge lo quieren sacar del camino”.

Pero la nueva detención de Jorge, lejos de desanimar a la comunidad, ha unido mucho más a las organizaciones que forman parte del Movimiento Pacífico de la Alta Montaña, las cuales piden que lo liberen porque afirman que no ha tenido garantías para un proceso justo. Haroldo Cano-les, con quien estuvo distanciado por décadas por cuenta del con-flicto armado y con quien se reconcilió, coincide con Barreto en que su detención no ayuda a la reconciliación de los Montes de María, ya que perpetúa la estig-matización.

Jorge sigue detenido en la cárcel de máxima seguridad de Valledupar, en donde los domin-gos se ve con su hija de 6 años y su esposa. Tras las rejas le sigue

apostando a la paz de la región. “Ya que la violencia solo nos dejó desgracias y muchas víctimas que aún hoy, como en mi caso, nos sigue revictimizando... por hacer defensa de nuestros derechos”, dijo en una carta que se hizo pública en junio de 2014. A sus amigos les pidió “no dejar caer el proceso”.

Miladys Vásquez, esposa de Jorge Montes. Foto: Kristian Sanabria

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una herida que se empieza a cerrar¿Cómo hacer para que estas dos comunidades, con vínculos centenarios,

dejen de lado los viejos rencores?

María López Chamorro, de 64 años, recuerda con nostalgia las tardes en las que su madre le enseñó a doblar tabaco en Chengue. Des-pués de terminar lo vendían en Macayepo y de

paso aprovechaban para entrar a los almacenes y aprovisionarse de todo lo necesario. Para Josefa Barreto, de 50, a quien todos conocen como Chepa, eran inolvidables los 25 de enero, por-que ese día los chengueros bautizaban a sus hijos en la fiesta patronal de Macayepo. “Había gallos, toros, y carreras de caba-llos. A todos mis hijos los bauticé allá”, dice.

En la otra orilla, en Macayepo, Ciro Canoles recuerda los partidos de fútbol que protagonizó contra oncenos de Chengue. También cuenta que los dos corregimientos se pelea-ban a las figuras que vivían en la frontera. “Había jugadores en El Tesoro –una vereda que pertenece a Chengue– que termina-ron jugando con nosotros”, agrega. Los macayeperos también eran asiduos a las fiestas que sus vecinos realizaban todos los 24 de junio.

La lista de anécdotas que une a estas dos poblaciones es larga. Más que ser vecinos y comerciantes entre sí, tenían vín-culos familiares y de amistad. Entre idas y venidas, chengueros y macayeperos se conocieron, ennoviaron y casaron. Sus hijos

hicieron lo mismo durante décadas y reprodujeron esos lazos. “Los Meriño de Chengue emparentaron con los Villegas de Macayepo. Tam-bién los Mercado con los Meriño”, dice Jairo Barreto, líder de los des-plazados de Chengue, citando algu-nas de las muchas uniones que se dieron durante décadas entre estos dos pueblos.

Hoy, a su modo, todos extrañan esas épocas. Sin embargo, en medio de la nostalgia también se cuelan las heridas de la guerra, que, así como los recuerdos gratos, tampoco se olvidan. Por la violen-cia, tanto de los paramilitares como de la guerrilla, estas familias –que antes eran unidas– se distanciaron. La guerra impuso una línea ima-ginaria que muy pocos se atrevían

a pasar. Se acabaron las fiestas, los bautizos, el comercio y la camaradería.

Los pobladores de La Sierra y Jojancito, por ejemplo, en la parte alta de la Alta Montaña, evitaban ir a Macayepo a pesar de que les quedaba más cerca, por temor a que los mata-ran. “Nadie decía: no entre, pero igual había miedo”, explica Luis Meriño de 77 años. Lo mismo ocurrió con los macayepe-ros, que nunca volvieron a pisar las tierras de Chengue.

Aunque los grupos armados eran foráneos, el recluta-miento de nativos fue una práctica común. Muchos utilizaron a los muchachos para que les hicieran mandados y desde enton-ces las familias quedaron ‘marcadas’. Incluso, a los que querían salirse del círculo de la guerra, los obligaban a desplazarse. Ahí nació la estigmatización de lado y lado: si una persona decía que era de Macayepo lo relacionaban con paramilitares y si hacía lo propio de Chengue, entonces lo etiquetaban de guerrillero.

Lo que no perdonan, tanto chengueros como maca-yeperos, es que algunos muchachos terminaron involucrados en los peores crímenes, como la masacre que cometieron en Chengue los paramilitares en la que asesinaron a 35 personas en 2001, o los crímenes y el desplazamiento de Macayepo en 2002, provocados por los enfrentamientos entre paras y guerrilla.

chengue y macayepo,

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A pesar de que ambos pueblos fueron partícipes del conflicto armado y sufrieron en carne propia el desplaza-miento forzado, ha sido casi imposible borrar las huellas de la guerra. Aunque al comienzo fueron reacios, los líderes de Macayepo dieron el primer gran paso para la reconciliación. “Con el tiempo lograron crear vínculos con algunos chengueros que vivían más cerca de Macayepo”, dice un habitante.

Uno de esos tantos intentos fue el que sellaron ciertos macayeperos, lide-rados por Ciro Canoles, con pobladores de la vereda El Tesoro de Chengue, en septiembre de 2008, cuando juntos abrie-ron la vieja trocha que antes los comuni-caba y que se había perdido por culpa de la violencia.

Así lo contó Marta Ruiz, en su crónica Dos pueblos heridos, publicada en la revista Semana. “Los dos grupos ini-ciaron al mismo tiempo la limpieza del camino, convencidos de que después del mediodía se encontrarían en la mitad. Era el primer gesto de reconciliación de dos pueblos a los que la violencia no solo había dejado vacíos, sino que los había separado”.

También limaron asperezas con un campeonato de fút-bol regional en 2013, en el que participaron equipos de la Alta Montaña y uno de Chengue. Desde entonces, todos los fines de semana, con el apoyo de Iderbol, se ha vuelto común que los jóvenes se reúnan en torno del deporte. Este año compitieron 34 equipos de vere-das y corregimientos de El Carmen de Bolívar y San Jacinto.

Aún así, sigue una deuda pen-diente entre las dos comunidades, como sincerarse y reconocer que ambas sufrie-ron por la violencia. Las dos partes se deben perdonar para así recuperar algo de todo lo perdido o “comenzar de cero a tejer un nuevo futuro”, dice Jairo Barreto.

La cruzada de reconciliar a Chen-gue y Macayepo la han liderado la ONG local Sembrando Paz y los nuevos líde-res que surgieron del proceso social de los Montes de María, encabezados por el propio Barreto y Ciro y Haroldo Canoles. Ellos coinciden en que las dos poblacio-nes comparten las mismas necesidades de recuperar sus territorios marcados por la violencia, la pobreza y el subdesarrollo.

Por ahora están empeñados en rescatar la vía que antes comunicaba a Chengue y Macayepo, para que no solo renazca el intercambio comercial, agrícola, cultural y deportivo que tenían en antaño, sino que también se vuelvan a ver las caras con confianza y sin estigmatizaciones. En definitiva, volverse a casar entre ellos y tener hijos, como lo hicieron sus padres y abuelos antes de que la violencia los dividiera.

Haroldo Canoles.

Jairo Barreto.

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los acuerdos agrarios,

Hace casi dos años que los campesinos de la Alta Montaña y el Estado firmaron acuerdos de reparación por la violencia y la crisis que causó la pérdida de 6 mil

hectáreas de aguacate. Aunque se ha avanzado, la comunidad pide celeridad.

En abril de 2013, miles de habitantes de la Alta Mon-taña se movilizaron pacíficamente porque las dificul-tades económicas que llevaban a cuestas no daban espera. Después de varios días de estar concentrados

en El Carmen de Bolívar lograron que el Gobierno nacional se comprometiera con 96 acuerdos que incluían proyectos pro-ductivos y de seguridad alimentaria, acceso y mejoramiento de la salud y la educación, reparación a las víctimas del conflicto y la adecuación de la Transversal de los Montes de María, entre otros puntos.

El que Estado y campesinos se sentaran a la mesa, con-versaran, intercambiaran opiniones y visiones del campo, y al final estructuraran un proyecto conjunto es uno de los mayores logros tanto de la institucionalidad como del movimiento pací-fico, que podría ser ejemplo en el país, si se compara con otras regiones en donde hubo paros de labriegos y no ha habido este nivel de entendimiento. Para hacerle frente a la crisis del aguacate, el ministerio de Agricultura ha realizado una serie de acciones entre las que se encuentran la formulación de un proyecto de 234 hectáreas de aguacate y plátano que se espera beneficie a 600 familias; la apertura de un centro de investiga-ción y la gestión y ejecución de los proyectos del programa de

Alianzas Productivas y de acciones que permitieron encontrar aliados comerciales.

Poco antes de salir de su cargo, el director de Regiones de la Presidencia de la República, Fai-han Alfayez, sostuvo que a pesar de que aún quedan cosas por afi-nar para que se puedan implemen-tar todos los puntos de los acuer-dos agrarios, el gobierno nacional y regional han tenido la voluntad política para sacar adelante la agenda para la Alta Montaña y destaca que por encima de todo lo más importante que se ha conse-guido ha sido la construcción de un nuevo liderazgo a través del

movimiento pacífico.Sin embargo, el entendimiento que inicialmente se dio

entre campesinos y autoridades deja un balance sobre la imple-mentación agridulce.

Uno de los grandes problemas es que si bien hay mesas en donde participan labriegos y representantes del Estado, no se ponen de acuerdo para acelerar la implementación. Se suma, que no existe colaboración entre las diferentes entidades del orden nacional, regional y local. La falta de articulación se evi-dencia en temas tan complejos como la titulación de tierras, fundamental para que las ayudas lleguen a los campesinos y sus familias. Eso ha pasado, por ejemplo, con algunas escuelas y puestos de salud. Como no tienen títulos, las entidades estatales no han podido desembolsar recursos o empezar obras para su mejoramiento.

Aunque ya ha empezado la implementación de progra-mas del Departamento para la Prosperidad Social como Fami-lias en su tierra y del Incoder, como el IPDR (Implementa-ción de Programas de Desarrollo Rural) y patios productivos, la expectativa y el cubrimiento esperado por la comunidad es mayor al que se está dando actualmente. Por ejemplo, si bien estas ayudas ya son efectivas para las familias que poseen títu-

¿una deuda pendiente?

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los, no han sido posibles para las que aún no los tienen o les falta algún documento.

En cuanto a la educación esta fue retomada por la Secre-taría departamental, que a su vez nombró en propiedad a pro-fesores para primaria y secundaria que aunque no cubren todas las necesidades de la comunidad, por primera vez, en muchas décadas, comenzaron las clases a tiempo. Los más beneficiados fueron los estudiantes de primaria porque los jóvenes, por falta de oportunidades, se siguen yendo de los Montes de María. A Macayepo ya ingresaron varios programas del SENA, pero aún no han llegado a todos los corregimientos de la Alta Montaña. Tampoco se han hecho efectivos los cupos, becas o ayudas eco-nómicas que el Gobierno está obligado a proporcionarles a las víctimas de la violencia.

Igualmente se han presentado dificultades en el mejo-ramiento de la prestación del servicio de salud. En Macayepo, por ejemplo, enviaron una ambulancia y personal médico para atender a la comunidad, pero meses después la Empresa de Salud del Estado, que depende de la administración de El Car-men de Bolívar, anunció que no contaba con los recursos nece-sarios para su sostenimiento.

Por tanto, la Fundación Semana ha hecho un segui-miento a la agenda de los acuerdos y, sin duda, reconoce el esfuerzo de las instituciones, pero también comprende la expec-tativa que ha generado entre los campesinos que se cumplan en su totalidad. Por eso es que en septiembre y durante dos días, muchos de ellos hicieron una cadena humana para protestar

por el incumplimiento. También solicitaron que se libere a su compañero Jorge Montes, detenido desde septiembre de 2013.

La comunidad reconoce que ha habido avances como el inicio de la construcción de la Transversal de los Montes de María, que se calcula estará lista a mediados de 2015. Así como el programa de ayuda a los aguacateros que comenzó Corpoica. Se construyeron dos viveros en Lázaro y San Juan Nepomu-ceno que ya tienen árboles resistentes a la plaga, los cuales son entregados a los campesinos para que los sustituyan por los ya estériles. Sin embargo, los labriegos reclaman que los progra-mas aún no lleguen a toda la población y exigen respuestas más ágiles e inmediatas por parte del Estado.

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prometidaLa construcción de la Transversal de los Montes de María es la obra más esperada

e importante para los pobladores de la Alta Montaña.

la ruta

A pesar de que ya comenzó la construcción de la Trans-versal, el mal estado de las vías lo siguen padeciendo a diario los campesinos de la Alta Montaña. Buena parte de las ganancias que llegan con las cosechas

se van en pagar el transporte. Las pérdidas también incluyen el tiempo que tardan en recorrer cerca de 500 kilómetros de tro-chas que atraviesan la zona y los 48 kilómetros que comunican a

El Carmen de Bolívar con Chinulito, en Sucre, corazón de la región.

Y es que por el deterioro de las carreteras, son pocos los vehí-culos en su mayoría camperos y en mal estado, que suben y bajan con personas y productos de las fincas. Esa precariedad en las vías y en el transporte la terminan pagando los campesinos. Por ejemplo, a una per-sona subir en moto del Carmen de Bolívar a Macayepo le cuesta 20 mil pesos. Y si lo hace desde Chinulito, por el lado de Sucre, vale 15 mil. Más caro que ir a Cartagena que está a 123 kilómetros. Pero lo más crítico es que para sacar los cultivos al mer-cado, los campesinos deben pagar por un bulto de cualquier producto entre 3 mil y 6 mil pesos.

Con el retorno de los des-plazados a la Alta Montaña y la lle-gada de programas como la Conso-lidación Territorial, los campesinos consiguieron a través del entonces coronel Rafael Colón que ingenie-ros militares recuperaran esa y otras trochas, ya que los campesinos se demoraban horas, y a veces días, en sacar sus productos al mercado a lomo de burro. Entre 2008 y 2010, el Ejército adecuó el tramo entre El Carmen y La Cansona, y después, el que va desde La Cansona a Cacique,

que terminó en 2013. Sin embargo el crudo invierno y el tráfico la han deteriorado, y algunos trechos ya tienen grietas.

El mal estado de esas y otras carreteras fue uno de los reclamos que hicieron cerca de mil campesinos en abril de 2013. La protesta tuvo alcances ya que los gobiernos nacional y departamental se comprometieron a construir la Transversal, una obra que coincide con la necesidad de conectar la Ruta del

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Sol con la zona costera de Toluviejo y Coveñas. El trazado de esta carretera se hizo hace décadas, pero

nunca se pavimentó. Según cuentan en la región, la mayoría de las vías de la Alta Montaña fueron abiertas por políticos para valorizar sus predios, pero tras el desplazamiento y los invier-nos cada año terminaban desapareciendo.

La construcción de la primera fase de 7,7 kilómetros, por 9,200 millones de pesos, fue adjudicada por la Goberna-ción de Bolívar, con dineros del Invías, a mediados de 2014 al consorcio Unión Temporal Vía Transversal conformado por las empresas Montecarlo Vial SAS y el Conglomerado Técnico Colombiano, TECSA. La segunda fase también fue adjudicada por la Gobernación el 4 de noviembre a la Unión Temporal

Montes de María, que hará otros 20 kilómetros por 40 mil millones de pesos.. Y falta un último contrato por 8 kilómetros que deberán otorgar Invías.

Aunque las obras ya se ini-ciaron y se encuentran en etapa de drenaje, se había programado que los primeros 7 kilometros fueran entre-gados en diciembre de 2014, pero por retrasos la Gobernación les dio una prórroga hasta abril de 2015. Para los otros 20 kilómetros -que ya fueron adjudicados- se espera que las obras terminen en noviembre de 2015.

Haroldo Canoles, líder de Macayepo, reconoce que, si bien se inició la construcción de la Transver-sal, la lentitud con la que la hacen es evidente. Para Ciro Canoles, además de esta obra, hay que mejorar las vías de acceso a las 50 veredas de la Alta

Montaña. “Existen 14 corregimientos y 484 kilómetros en vías ramales que están en pésimo estado y eso impacta en la econo-mía de los campesinos”, anotó Ciro.

El problema, según Dora Carmona, secretaria de Obras Públicas de Bolívar, es que este proyecto solamente avanza en la parte de su departamento y en algunos tramos hasta el Aguacate, cerca de Chinulito, Sucre. Además se está a la espera de saber qué va a pasar con la parte que le corresponde a la Gobernación de Sucre, de solo 12 kilómetros.

De momento, Juan José Merlano, secretario de Infraes-tructura de la Gobernación de Sucre, explicó que se están ade-lantando estudios para abrir la licitación de la carretera entre El Aguacate y Chinulito, pasando por La Ceiba, que forma parte de un paquete de 13 proyectos de 50 kilómetros de vías secun-darias y terciarias, los cuales costarían 9 mil millones de pesos y serían financiados con dineros de regalías. Por su parte, la comunidad de la Alta Montaña espera que estos anuncios se conviertan en realidad.

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los montes de maríael 28, el mercado agrícola de

El 28 es una calle larga a las afueras de El Carmen de Bolívar. A lado y lado de la vía, desde las 8 de la mañana, un enjambre de más de 100 compradores están prestos para saltar sobre los 50 camperos que bajan a diario de

la Alta Montaña. Desde muy temprano y a cualquier hora llegan camiones de todos los tamaños para recoger pedidos de tiendas de cadena y mercados de abastos de diferentes ciudades en la Costa Caribe, e incluso del interior del país.

Aunque hoy El 28 sigue siendo el principal punto para la compra y venta de la cosecha campesina de los Montes de María, es apenas la sombra de lo que fue en la década de los años 80 y 90, cuando se llegaron a transar más de 50 mil toneladas de aguacate al año. Hoy, según cálculos de Zenén Arias, presidente de la Aso-ciación de Aguacateros de la región, la cifra no supera las 15 mil toneladas anuales. Pese a lo anterior, destaca que aquí se compran y venden productos que hoy son exportados a Estados Unidos y las islas del Caribe.

Este es el primer peldaño de productos que muchos colombianos terminan comprando en almacenes de cadena como Éxito, Carulla y Olímpica. Arnulfo Torres, quien lleva más de 18 años trabajando como intermediario, cuenta que llegó tratando de probar suerte y se quedó. “Acá no hay nada organizado, cualquiera puede entrar y quedarse”, dice.

La cadena del negocio comienza en las fincas. En algunas ocasiones, los comerciantes contratan personas de la comunidad para que les compren las cosechas a los campesinos en la misma puerta de sus ranchos. “Uno puede comprar por encargo y no importa a cuánto lo venda. Pero si lo hace en compañía de otra persona, entonces sí le interesa a cuánto se vende”, explica Arnulfo.

La clave es estar sintonizado con los precios que imponen las grandes plazas como Barranquilla, Cartagena y Medellín. “Uno llama en la mañana a Barranquilla y le dicen que están comprando la carga de ñame a 80 mil pesos, entonces yo la ofrezco a 70 mil para que me queden 10 mil por cada carga”, dice el comprador.

Las cargas que cientos de campesinos de la región se han demorado meses en producir, se compran y venden en pocos minutos a precios

que están lejos de ser justos. Así funciona.

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Como Arnulfo es un viejo-conocido, los campesinos le traen sin falta sus cosechas. “Algunos en la Alta Montaña lo hacen direc-tamente y no tienen que estar caminando en busca de un mejor precio. Yo lo pacto con ellos y en cada carga puedo ganar entre 20 y 30 mil pesos”, cuenta.

Todo esto muestra que los precios en El 28 tienen mucho que ver con lo que entra “por los ojos”. También por el peso. “Si se tiene un bulto de aguacate de 40 kilos y viene otro tipo con uno de 50 kilos, eso sí marca la diferencia”, dice otro intermediario.

Zenén Arias explica que en la región existen varias asociaciones de productores de aguacate y ñame, de campesinos sin tierras y de comercializadores de productos agrícolas, que se dedican a la gestión de proyectos, pero no son tan fuertes como para incidir en los precios que mane-jan los intermediarios como Arnulfo. Por eso, los campesinos que bajan a El 28 a vender sus productos están expuestos a precios que no suelen tener en cuenta el costo de la producción.

Es común para estos pequeños productores, encontrarse con caminos inaccesibles que les impiden movilizarse. “Cuando las vías están en buen estado los carros pueden venir 3 o 4 veces. Pero cuando llueve, es una lotería si logran traer una carga, porque la mayoría se queda atascada”, dice José Suárez, un labriego que posee una finca de cinco hectáreas en la región.

A esto hay que sumarle el costo del transporte. Un cam-pero puede cobrar entre 3 y 7 mil pesos por cada bulto. Gene-ralmente, cada carga tiene dos bultos. Cuando se efectuó este informe, una carga de ñame espino, plátano y maíz la pagaban a 60 mil pesos, la bolsa de 35 kilos de yuca a 12 mil pesos y el aguacate oscilaba entre los 80 y 100 mil pesos. Sin embargo, en cuestión de minutos el comprador lo revendía por el doble a un supermercado de cadena, que, por supuesto, también le sube el precio.

En toda la transacción impera la ley del rebusque. Están los conductores de los camperos y los mototaxistas que viven de transportar la cosecha, los coteros que cargan y descargan la mer-cancía, los viajeros que acuden a las fincas en busca de los pro-ductos y los ‘pagadiario’ que son los que les prestan dinero a los intermediarios.

También existen otros factores que influyen en que los precios suban o bajen. Por ejemplo, si las vías están en mal estado el campesino prefiere no arriesgarse y esto hace que su producto escasee. También ocurre que por preservar costumbres ancestrales como la de no recoger la cosecha cuando hay luna nueva, los mis-mos campesinos provocan el desabastecimiento y, por ende, los precios tienden a subir.

La otra cara de la moneda es cuando hay demasiada pro-ducción y los precios se van al piso o no hay a quién venderle los productos. “Entonces decimos que hay chicha. Es decir, estar

encartado sin tener a quién venderle. Nos toca ir a otras ciudades porque como son productos perecederos corremos el riesgo de que se descompongan”, dice Jaime, otro intermediario.

“Los campesinos nunca se devuelven con el producto, ellos caminan, pero lo venden, cualquiera lo compra, hasta menu-deado lo comercian”, agrega este comprador que reconoce que, así sea a pérdida, los intermediarios tampoco se quedan con el producto en las manos.

En El 28 también se ven las dificultades por la mala cali-dad de la producción, lo que trae bajos precios. Algunos interme-diarios aseguran que a veces los campesinos no cuidan sus cultivos como debieran o recogen a destiempo. “La gente está acostum-brada a sacarle a los palitos y no les echan nada. A la agricultura hay que meterle, si usted tiene una ñamera y la mantiene bien raspada, bien empalada, va a sacar un producto superbueno. La finca debe estar limpia”, recomienda Arnulfo.

Pero para Zenén, estos problemas son producto de las dificultades que enfrentan los campesinos que retornaron a unas tierras que cargan con las heridas de dos décadas de conflicto armado. “Hay una baja producción porque los desplazados que han vuelto no tienen capacidad de producir y apenas están inten-tando habilitar la tierra para volver a comenzar, pero sin recursos. No hay apalancamiento, los créditos del Banco Agrario no llegan cuando se necesitan”.

A lo anterior se suman los problemas que ha traído el cambio climático. “Desde el 2010 hemos sufrido la inclemencia del fenómeno de La Niña y luego de El Niño, que mató cultivos y dejó a muchos productores en la ruina”, afirmó este líder campesino.

Esta experiencia le ayuda a la Fundación Semana, en el marco del proyecto BID-Fomin, que primordialmente se les debe prestar asistencia técnica a los campesinos para mejorar las calidad del cultivo y las condiciones de sus productos, y también apoyarlos en optimizar la forma en la que los comercializan.

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Lo que le ha ocurrido a los Montes de María, y especial-mente a su Alta Montaña, es una gran lección que el país debe aprender por la dimensión de las pérdidas y del abandono, pero al tiempo, por la gran riqueza que

guarda y la organización de sus gentes. Algunos informes indican que la Alta Montaña es una

de las regiones con mayor riqueza en el continente. Esta subre-gión del Caribe colombiano está ubicada en la parte central de los departamentos de Bolívar y Sucre, en lo que se conoce como la Serranía de San Jacinto. La mayor parte son montañas que sobrepasan los mil metros de altura. Sobresalen los cerros de La Pita, La Cansona y Maco, que hoy son usados para la ubica-ción de torres de radio-comunicaciones y que en sus alrededores poseen características climatológicas y físicas propias.

Esta subregión de los Montes de María tiene territorios en Bolívar y Sucre, pero depende de El Carmen de Bolívar. Posee ecosistemas que albergan una diversidad de especies, incluyendo un santuario de monos colorados, así como una extensa flora y diferentes microclimas que permite tener una variedad de culti-

La región se ha sobrepuesto a un pasado marcado por la violencia y ahora vislumbra un futuro atado a la recuperación del agro y la reconciliación de sus habitantes.

la alta montaña:

vos de pancoger, además de frutales, aguacate, cacao y tabaco.

A pesar de esa riqueza, los Montes de María padeció a lo largo de su historia reciente procesos de transformación modernizadora que no trajo desarrollo. El conflicto armado impuso una dinámica que cambió el contenido del término “pueblo”, en sus mentalidades y su entorno social, sus formas de vida y de trabajo. La guerra llevó la división entre sus pobladores, no obstante sus luchas y necesida-des en común. Pero en lo que más perdieron sus habitantes fue en la fractura de esa tradi-ción de convivencia que tenían a lo largo de pueblos, corregimientos y veredas.

La violencia, que llegó a finales de lde la década de los años 80, provocó a comienzos de 2000 el desplazamiento de miles de familias que engrosaron los grandes márgenes de mise-ria en todas las ciudades de la costa Caribe y poblaciones aledañas.

En la Alta Montaña de los Montes de María, a cambio de la yuca y el aguacate, se

sembraron campos minados, laboratorios, capturas y se intimidó con las armas a la población. Por sus caminos pasaron carga-mentos de droga y se posesionaron grupos paramilitares, guerri-lleros y narcotraficantes que hicieron más compleja la situación.

Aunque más de una década después, poco a poco más de 4.500 familias han regresado a la región, son muchos los retos que enfrentan, en una región en donde las huellas de la guerra son evidentes, sin escuelas o puestos de salud, con unas trochas a punto de desaparecer y unos campesinos que insisten en que su futuro está en el campo y no en las ciudades.

Hoy se puede decir que esos labriegos y sus familias están allí tratando de sobreponerse a la violencia, la confron-tación, el empobrecimiento, la escasa presencia del Estado, con una tenacidad que es digna de admirar. Ellos persisten en una zona extensa que atraviesa aún una crisis humanitaria que frac-tura el tejido social, lesiona la democracia y limita la participa-ción, pero que poco a poco se ha ido recuperando y hoy muestra una solidez a través de un movimiento pacífico que reivindica la reparación, el desarrollo y el respeto por los derechos humanos.

un mundo de posibilidades

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ALTA MONTAÑA

potenciales de la alta montañaEl desplazamiento forzado, el abandono de tierras y

el despojo, son tres de los aspectos que configuran el contexto actual de la Alta Montaña Montes de María, territorio en donde continúan evidenciándose los riesgos a los que se encuentran expuestas las comunidades de campesinos desplazados, o retor-nados de hecho, ante la reclamación de los bienes despojados, y en términos generales frente a cualquier pretensión orientada a exigir su derecho a la reparación integral; en una región, en la que –pese a la declaratoria de consolidación del territorio– con-tinúan haciendo presencia actores armados ilegales, conforma-dos por los mismos victimarios perpetradores del despojo y del desplazamiento forzado de años recientes.

La mayoría de los habitantes de los Montes de María lo saben: la riqueza de toda la región está en su Alta montaña.

En ella hay tantos recursos que se podría convertir en despensa agrícola del norte de Colombia, su vecindad con casi todos los departamentos de la costa podría dinamizar un corre-dor agrícola en el que ya han pensado algunos emporios indus-triales. La historia de la Alta Montaña de los Montes de María está llena de intentos de progresos fallidos, pero aún está por escribirse. Su potencial agrícola es evidente; con solo llegar a las cabeceras municipales cualquier consumidor encontraría a buen precio todo tipo de alimentos y de abastecimiento.

Sus habitantes son pujantes, perseverantes, trabajado-res, resistentes, e incluso talentosos artistas, en cualquier finca se hallan decimeros naturales o los ya famosos, Gaiteros de San Jacinto, agrupación que lleva varias generaciones de músicos,

además han hecho giras por Europa y Estados Unidos y son excelentes cultores del arte, por citar algunos ejemplos.

En definitiva, los estragos del conflicto armado han llevado a los habitantes a ejercer resistencia pacífica, pero con vehemencia. Así las comunidades han reforzado su tejido social estimulando el hecho de afrontar las dificultades con solidari-dad, logrando que la institucionalidad y el Estado vuelquen sus ojos hacia la región.

Aún así la Alta Montaña, plagada de una flora y fauna diversas, se halla libre de contaminantes, en ella nacen nume-rosos arroyos y riachuelos que se han aprovechado para la construcción de pequeños distritos de riego e inclusive para la generación eléctrica a pequeña escala. Un ejemplo de ello es la represa de Matuya que surte el distrito de riego de María La Baja con varios miles de hectáreas sembradas de arroz.

Igualmente, esta región está irrigada por diversas fuen-tes de aguas puras y sitios que recientemente se han constituido en turísticos, como es el caso del Santuario de Los Monos Colo-rados, en donde todavía el visitante puede escuchar los gritos selváticos de miles de estos animales anunciando la llegada del visitante. Pero lo cierto es que son muchos los rincones, quebra-das, arroyos y paisajes por descubrir y que al corto plazo le darán un gran potencial turístico a este rincón de Colombia.

desarrollo y regiónLa Alta Montaña de los Montes de María es un territorio

de contrastes. Durante la colonia fue refugio de esclavos fuga-dos que encontraron allí su libertad. En la república del siglo

XIX atrajo a empresarios nacio-nales y extranjeros que desarrolla-ron negocios agrícolas y ganade-ros. A principio del siglo XX fue emblemática en reformas agrarias y luego en las últimas décadas del mismo siglo fue afectada por la presencia desalmada de grupos guerrilleros y paramilitares.

La Alta Montaña es conocida como la despensa de los Montes de María y de la región. Durante siglos fue enclave eco-nómico del Caribe colombiano e insular de tal manera que toda esta zona jalonó el desarrollo en las distintas etapas de la República.

Aún no se sabe a cien-cia cierta la influencia del tabaco de El Carmen, pero lo cierto es que comerciantes de Alemania llegaban a El Carmen de Bolívar a comercializar dicho producto. También que a finales de 1800,

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fueron importadas semillas de Java que se robustecieron en el clima de los Montes de María y al ser combinadas con el cubano resultó ser un excelente producto, que se volvió indispensable en Europa porque empezó a ser usado como capa de tabacos finos.

En la Alta Montaña, entre tanto, se sembraba café y de su mano los campesinos lo hicieron con el aguacate para darle sombra, pero al cabo de los años terminó sustituyendo al mismo grano. El boom de ese producto trajo prosperidad a miles de familias que se asentaron en la región logrando construir prósperas fincas. Además se consolidó la ganadería y cultivos de yuca, ñame, maíz, arroz y plátano. Recientemente se han desa-rrollado sembrados de palma de aceite, cacao y ají.

A pesar de la violencia, la Alta Montaña nunca dejó de producir alimentos para la región y el país.

Luego de la desarticulación del frente 35 de las Farc, el batallón de Ingenieros del Ejército construyó una carretera por las cúspides que durante dos décadas fueron santuario de la guerrilla. La idea era que esta vía fuera la salida del aguacate, que fue llamado “el fruto de la promesa” por algunos expertos y que no obstante lista la carretera, el producto se empezó a deterio-rar atacado por una plaga, problema que aún no ha tenido una solución a largo plazo.

Sin embargo, la nobleza de la región es tal, que existen áreas de bosques naturales densos, del sistema nacional de par-ques o rondas de ríos, que se pueden dedicar para la conserva-ción y preservación de los recursos hidrobiológicos, la flora y la fauna. Existe una gran franja paralela al borde del río Magdalena, el Canal del Dique y la franja costera, la cual se identificó de alta importancia para la conservación de recursos hidrobiológicos.

También existen zonas de amortiguación, en las cua-les el proceso de uso y aprovechamiento se debe controlar de manera paulatina y progresiva, bajo parámetros establecidos por la autoridad ambiental, de tal manera que se garantice así la pro-tección de las áreas de mayor valor ecológico.

No obstante, muchas investigaciones recientes de la economía de la región muestran un bajo desarrollo económico derivado de la violencia e inseguridad, la alta concentración de la tierra y los altos niveles de pobreza extrema. Pero es sabido por todos que los Montes de María poseen un potencial económico por desarrollar como los cultivos agroindustriales y forestales, así como el turístico.

Sin embargo, la productividad no es la óptima por los sistemas tradicionales utilizados.

Para aumentar la producción los pequeños producto-res deben aplicar nuevas tecnologías, introducir otras variedades que tengan rendimientos y que sean apetecibles en los mercados nacionales e internacionales, aprovechando el apoyo de institu-ciones de investigación como el CIAT, Corpoica y las universi-dades. A su vez, las asociaciones, gremios o el Gobierno deben contratar los técnicos para que implanten las nuevas tecnologías para el campo, las difundan entre los pequeños agricultores y les presten asesorías hasta que ellos las hayan afianzado.

Es importante que continúen promoviendo la integra-ción entre la pequeña, mediana y gran empresa, con encadena-mientos productivos que permitan el trabajo conjunto y la mayor productividad, estableciendo alianzas comerciales directas con las compañías industriales, aprovechando las asociaciones de productores de la zona y eliminando los intermediarios de las cadenas productivas. Además, darles mayor valor agregado a las materias primas transformándolas en productos terminados para el consumo o como materias primas procesadas para las industrias de alimentos, farmacéutica, cosmética, entre otras.

Para el mayor desarrollo de las actividades agropecuarias y de turismo se necesita que el Estado haga inversiones en vías, sistemas de riegos, investigación agrícola, capacitación para el trabajo incrementando la educación técnica y tecnológica acorde con la dinámica productiva de la zona. Así mismo, es necesario seguir con la formalización y restitución de tierras y mejorar la seguridad social.

Montes de María, junto con Catatumbo, Oriente Antio-queño, Magdalena Medio y Sur de Bolívar, son las regiones que constituyen históricamente mayor profundización del con-flicto armado en el país. Especialmente los Montes de María, las dinámicas del conflicto signadas por los actores armados presentes: guerrillas, paramilitares y fuerza pública, han confi-gurado durante décadas un escenario de confrontación por la lucha y consolidación del territorio, el cual se puede considerar como emblemático, no solo por su intensidad en la disputa por la región, sino también por la masiva y sistemática violación a los Derechos Humanos (DDHH) y al Derecho Internacional Humanitario (DIH) perpetrados en contra de las comunida-des campesinas, indígenas y afrocolombianas que la habitan. Se espera entonces que el posconflicto sea una realidad y una magnífica oportunidad para que una subregión como esta se empiece a convertir en piloto de programas y proyectos.

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ALTA MONTAÑA

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la alta montaña, el nuevo reto de la

Con la experiencia y las lecciones aprendidas en El Salado y Palenque, comenzamos una nueva etapa en esta región de los Montes de María.

Desde la creación de la Fundación en 2009, la Alta Montaña se convirtió en uno de nuestros mayo-res desafíos. Por eso, cuando el Consejo Directivo del BID-Fomin decidió que había que elegir una

nueva zona en la que se enfocarían todos los esfuerzos, sabía-mos que la región reunía todas las condiciones. Primero por su proceso de reconciliación, su potencial productivo y las riquezas hídricas que posee, pero, sobre todo, porque tiene una organiza-ción comunitaria fuerte que permite intervenirla como zona de postconflicto.

La entrada de la Fundación, especialmente a Macayepo, comenzó a finales de 2013 y lo primero que le sorprendió a Car-men García, coordinadora de Desarrollo Comunitario de El Salado, fue encontrar líderes que han logrado unir a la comu-nidad en torno de la reconciliación. Ellos llevaban varios años trabajando en más de 50 veredas, lo que los motivó a movilizarse para solicitar la presencia del Estado.

Este proceso, claramente enfocado en los derechos humanos, es acompañado por la iglesia Menonita en los Montes de María, Sembrando Paz, que lidera el pastor y abogado Ricardo Esquivia, quien además nos facilitó la entrada a la región. Con su ayuda establecimos prioridades y nos comprometimos a que la Alta Montaña sería uno de los tres pilotos de recuperación del desarrollo económico local en regiones de postconflicto del BID-Fomin.

Por eso, desde enero de 2014 conformamos un equipo

fundación semana

liderado por Carmen, una trabajadora social de gran reconoci-miento en la región e integrado por otra líder social, un agró-nomo y dos técnicos agrícolas. Ellos se fueron a vivir a Maca-yepo para conocer los corregimientos y entender la complejidad y amplitud de la zona. También organizaron una asamblea a la que asistieron más de 200 pobladores quienes dieron a conocer sus necesidades más importantes.

Freddy Muñoz es el agrónomo del equipo, nació en Sin-celejo y ha trabajado la mayor parte de su vida en proyectos de desarrollo con campesinos de la región. Él es el responsable del área de desarrollo económico y resalta que convivir con la comu-nidad le ha permitido entender que las expectativas son muy altas ya que por años han padecido de “engaños, indiferencia, aban-dono, pobreza y violencia”. Para Freddy, nuestra presencia no implica sustituir al Estado y se debe ver como un aliado que suma esfuerzos para reducir las problemáticas sociales. “Se trata de vol-ver a dibujar, construir y cumplir sus sueños”, dice.

Adriana Bonfante es la otra trabajadora social del grupo. Nació en Cartagena y fue una de las primeras en llegar a la región. Ella es la encargada de acompañar a las familias en el desarrollo de los proyectos productivos, de fortalecer el componente orga-nizativo e identificar las necesidades de la comunidad. “Nunca antes había sentido el campo tan cerca, es muy satisfactorio encontrar una comunidad dispuesta a la reconciliación luego de haber vivido una experiencia tan profunda y traumática como el conflicto armado”, dice.

En el equipo también se encuentran Wilson Quintero y Abner Correa, técnicos agrónomos, el primero de Norte de San-tander, quien confiesa que nunca en su vida había visto un ñame y el segundo, de Magangué, pero criado en Bogotá. Abner reco-noce que esta experiencia se da en un momento importante para unir esfuerzos entre las instituciones sociales, públicas y privadas. Se trata, según dice, de reactivar cientos de proyectos de vida que fueron truncados por el conflicto. “Hay muchas cosas por hacer, están dadas las condiciones para iniciar la transformación de los Montes de María”, agrega entusiasmado.

El 2015 será de grandes retos para la Fundación y la región. Después de haber realizado el diagnóstico en la Alta Montaña iniciará formalmente el proyecto BID-Fomin con el acompañamiento técnico y social a las familias campesinas. Tras haber identificado las necesidades de cada comunidad, lo que sigue será el diseño de un plan de trabajo que genere alianzas con entidades públicas y privadas. Se trata, en últimas, de fortalecer los procesos de la comunidad.

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el dilema

William Jaraba y su familia no olvidan cuando, en la década de los años 90, a sus veredas Jojan-cito y La Sierra llegaron hombres encapucha-dos amenazando a la comunidad. Tampoco

cuando se vieron obligados a aceptar la ayuda de la guerrilla para defenderse, ni de cómo aumentaron los asesinatos selec-tivos por los enfrentamientos entre guerrilleros y paramilitares. Finalmente, la guerra no les dejó otro camino que desplazarse.

Primero llegó el EPL, después el ELN, seguidamente las Farc y, por último, los paramilitares. Luz Marina Martínez, que vive en Macayepo, tiene grabada la angustia de esos años. “No dormíamos bien y hasta los hijos preguntaban para dónde nos íbamos a ir”, dice. Cada vez que entraban los paras al pue-blo, venía la guerrilla a matar a los que llamaban “sapos”. Así comenzó la estigmatización: los macayeperos tenían fama de paras y los de las zonas rurales y otros corregimientos como Chengue, Loma Central y Canzona, de guerrilleros.

La gente se empezó a ir de a poco, hasta que el des-plazamiento se intensificó durante la segunda mitad de los 90.

En el 2000, la guerrilla entró a Macayepo y mató a tres líderes adventistas. En 2001 los paramilitares masacraron a 23 cam-pesinos en Chengue. A su salida, sin que apareciera ninguna autoridad, se llevaron más de 25 camiones cargados de animales.

La desolación de apoderó de la Alta Montaña y solo se resistieron algu-nos viejos. Nury Curi fue una de las que tuvo que salir de Macayepo en 2001 y no ha regresado. “Los únicos que se queda-ron fueron los perros porque todos, sin excepción, nos vinimos”, dice. Desde entonces, con el rótulo de desplazados, cada uno empezó una historia marcada por las dificultades. Idalides Pérez cuenta que se hospedaron donde una hermana. “Los primeros días estuvimos pidiendo y ya después trabajábamos y nos fuimos sosteniendo”.

Así crecieron muchos de los que hoy son jóvenes. Algunos decidieron que-

darse en las ciudades porque tienen más oportunidades de estu-dio o trabajo y también por seguridad. Richard Martínez es uno de ellos. “Me trajeron cuando comenzó el conflicto. Mi papá se desplazó a Sincelejo por miedo. A un tío mío lo mataron allá, por eso lo mejor era irse”. Alfonso Rodríguez salió amenazado. “Yo no iría más a Macayepo porque me pueden matar, aunque si me devuelven mi tierra buscaría una solución. Ahora estoy recuperado y no quiero vivir más esa guerra porque aquí me siento tranquilo”.

la apuesta por recuperar macayepo

Regresar no es fácil. A las ventajas que ofrece la ciu-dad, se suma que muchos han perdido su tierra o en el mejor de los casos está tan enmontada que es imposible adecuarla para cultivar, sin un apoyo externo. Sin embargo, más de cuatro mil familias de la Alta de la Montaña le han apostado al retorno. Los macayeperos empezaron en 2003, cuando Ciro Canoles, que era vendedor, comenzó a planear el regreso con los que

Sobrevivir en medio del conflicto, huir, perder la tierra y luego vencer el miedo a regresar. Esta es la historia de la Alta Montaña.

de retornar

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vivían en Sincelejo. Las noticias de la zona llegaban con las cosechas que enviaban los abuelos. Sabían que todavía había guerrilla y que las familias seguían con el estigma de colaborar con los paras, por lo que decidieron pedir ayuda a la Infantería de Marina.

No obstante, que los desplazados de Macayepo regre-saran de la mano de la Armada generó desconfianza en los habitantes de los otros corregimientos. La guerrilla minaba los cultivos de aguacate y los macayeperos se vengaban siendo hostiles. Además, la Armada nombró a quienes retornaron como “defensores de la seguridad democrática”, lo que agu-dizó las reservas y fueron vistos como informantes. Así creció la fractura entre Macayepo y los demás corregimientos de la Alta Montaña. Los enfrentamientos entre la guerrilla y el Ejér-cito se recrudecieron entre 2004 y 2006 hasta que dieron de baja a Martín Caballero. Luego los macayeperos se alejaron de la Infantería y poco a poco se empezó a gestar la idea de la reconciliación entre estos pueblos que antes de la violencia eran hermanos.

el regreso

Los que vivían en la zona rural de Macayepo volvieron por su cuenta. Heredia Pérez, del Limón, quien ahora vive en la finca que fue de su papá, desaparecido en 1999 por cuenta de los paramilitares, dice que al comienzo estaban llenos de miedo,

pero que al ver que otros se mostraban valientes, se animaron. “Cuando llegamos solo había mosquito y plaga”, dice, refirién-dose a la enfermedad que le cayó al aguacate.

Macario Campo también regresó. Él vive con su esposa Denis Martínez en una casa deteriorada que no es propia, pero que aprovecha, como puede, para secar arroz. Regresó en 2006 luego de cuatro años de vivir desplazado en Sincelejo y se animó, según dice, porque sus amigos le mandaron semillas de arroz y ñame. “En los cuartos había árboles de guácimo y hobo. Lo que quedó en pie fue quemado, así que me tocó vol-ver a empezar”.

Los que le apostaron al retorno reconocen las dificul-tades, pero no cargan con la nostalgia de los que no han vuelto. “Macayepo es un paraíso. Recuerdo el arroyo que atraviesa el pueblo y a las personas que lavaban la ropa ahí, las señoras con las tablas y los señores bañando sus caballos, la pesca, el agua cristalina, los atardeceres…”, dice Alfonso Rodríguez. Y Flor Meza añade que “era bueno para vivir, bueno en todo, para la agricultura, para el comercio... A veces uno quisiera estar cerca del lugar donde nació”.

El principal obstáculo son las deterioradas vías. Cuando llueve, el recorrido a Macayepo puede tardar hasta cuatro horas. Nadie ha vuelto a reconstruir el colegio desde que lo destruyó la violencia y los pocos niños que hay en la zona necesitan retor-nar a las aulas.

Es indispensable que se recupere la infraestructura para garantizar el retorno.

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etos

REACTIVAR LA ECONOMÍALos habitantes de la Alta Montaña confían en que 2015 será el año de la recuperación económica, en el que podrán poner a producir una región que hace dos décadas era la despensa ali-mentaria de la Costa Caribe. Y no solo aguacate. También yuca, ñame, plátano, maíz, arroz, café, frutales y ganado. Una des-pensa que en el pasado les dio autonomía y que puede hacer que en el futuro dejen de depender de las ayudas del Estado.

MEJORES VÍAS TERCIARIASIngresar a una vereda de la Alta Montaña se puede convertir en un suplicio. No importa que sea invierno o verano. Aunque se espera que la construcción de la Transversal de los Montes de María mejore la movilidad y reduzca los precios y tiempos que tardan los campesinos en sacar sus productos. Igualmente hay

que arreglar las trochas que comunican la vía principal con las veredas. Muchos de estos caminos están casi perdidos por falta de mantenimiento.

INFRAESTRUCTURA DE AGUA POTABLELa Alta Montaña no sufre por escasez de agua como sí le ocurre a El Salado. Sin embargo, la región requiere de infraestructura como acueductos, plantas de potabilización y de tratamiento de

aguas residuales y alcantari-llados. Lo anterior, sin duda, mejorará la prestación del servicio, especialmente en los centros urbanos.

LA SALUD DEBE SALIR DE URGENCIAS Hoy la región cuenta con tres centros de salud que están en pésimas condiciones. Por esto, uno de los desafíos es lograr que esos puestos ten-gan personal médico capaci-tado y durante todo el año, así como la dotación básica para atender a la población.

EDUCACIÓN SUPERIORHace 13 años la violencia provocó el desplazamiento de toda la región. Muchas familias regresaron, pero no cuentan con ofertas educati-vas para sus hijos. Por tanto, los adolescentes parten hacia El Carmen de Bolívar, Since-lejo y Cartagena, en busca de carreras técnicas y profesio-

nales. Uno de los acuerdos pendientes que tiene el Gobierno con la Alta Montaña es la instalación de un centro del SENA que les ofrezca a estos jóvenes una capacitación acorde con las necesidades del campo. También se requiere que lleguen uni-versidades con carreras profesionales, porque los bachilleres de las veredas buscan la oportunidad de ser abogados, ingenieros, entre otras especialidades.

SEÑAL PARA EL CELULARPara un foráneo podría resultar extraño ver a un macayepero hablando por celular al lado de un potrero o un poste de la luz. Encontrar señal telefónica es toda una odisea en la Alta Mon-taña, de ahí que sus habitantes les soliciten a los operadores móviles instalar antenas para que la señal llegue a los más apar-tados rincones de la zona.

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Fundación CarvajalFundación Carvajal ha sido la gran cabeza detrás de los distintos proyectos que lidera la Fundación Semana.

Fundación Alpina Alpina ha sido el corazón de la reconstrucción y lidera el proyecto de granja agroecológica.

La W Radio Con Julio Sánchez a la cabeza, La W ha sido el gran promotor de las campañas por los Montes de María.

Caracol TVGran patrocinador de varias causas durante el proceso y cofinanciador del documental La masacre de El Salado: los años que siguieron.

Publicaciones SemanaPrincipal creador del proyecto y promotor del mismo a través de sus distintas publicaciones. Financia el equipo de trabajo de Fundación Semana.

Prieto CarrizosaApoya todas las actividades de Fundación Semana donando su asesoría legal.

IncoderApoyará a 150 familias de la Alta Montaña a través de la estrategia IPDR.

Gobernación de BolívarEs aliado estratégico del proyecto BID-FOMIN y apoyará las iniciativias de desarrollo en Macayepo durante 2015.

Fundación Saldarriaga ConchaHa apoyado desde el comienzo a la alianza que lidera la Fundación Semana, dedicando especial atención a la población de adultos mayores y discapacitados.

Fundación SemanaCoordina la alianza para la reconstrucción de El Salado y promueve el desarrollo económico local en la región de los Montes de María.

Sembrando PazAcompaña el proceso organizativo de la Alta Mon-taña desde hace más de diez años, en los temas de formación política, fortalecimiento organizativo y construcción de paz.

PNUDApoya a las comunidades de la Alta Montaña desde el proyecto Redes en su proceso de reconciliación.

LOS QUE SON Y LO QUE HACEN

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