Una (Re) Visión de La Sociedad Chilena a Través de La Música

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Taller: Una (re) visión de la sociedad chilena a través de la música. Nueva canción Chilena: Origen Hojas de medio pliego con versos octosílabos, ilustradas con grabados de alto contraste que mostraban figuras humanas y seres tenebrosos —delineados con trazos toscos pero de gran expresividad—, comenzaron a circular a mediados del siglo XIX en mercados, estaciones de ferrocarrilles y otros grandes espacios públicos de las zonas urbanas de Chile. Los vendían sus propios autores, poetas populares interesados en dejar registro de una suerte de crónica de su entorno. En palabras sencillas, muchas de sus décimas dejaban en evidencia conflictos habituales de su alrededor, nacidos de las distancias entre clases: explotación laboral y trato con los patrones; abuso de poder y enfrentamiento con la autoridad; asesinatos y condenas a muerte que parecían ensañarse sólo con los más pobres. La así llamada Lira Popular nunca fue tímida para denunciar injusticias, lamentar malos tratos ni reprocharle a algún poderoso la insensibilidad de su criterio. Nadie separaba entonces una poesía política como corriente de escritura, pero la crítica social era impulso natural de la expresión literaria espontánea y vehemente de chilenos apenas educados aunque dispuestos a versificar su mundo cercano, y que así dejaron registro de las desventuras de quienes —entonces y ahora— carecían de voz pública. Rock Chileno El rock chileno fue muchas cosas antes de ser político. O, si se quiere, fue político sin proponérselo. Ya el gesto de armar una banda, electrificarla, dejarse crecer el pelo y disponer todo ello a los embates de un orden conservador como el local constituía tal esfuerzo en los años sesenta, que en muchos casos hizo innecesario sumarle un compromiso ideológico para evidenciar su vocación subversiva. Aunque los rockeros locales definieron desde un principio propuestas distintivas en sonido e imagen, hubo que tenerles paciencia para que encontraran el sendero de la canción con contenido. En el mejor de los casos, su disposición inicial fue hacia la búsqueda introspectiva y a la confesión personal. Sólo el tiempo les permitió tomar conciencia de sus ventajas comparativas para la observación social ácida y sintética.

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Una (Re) Visión de La Sociedad Chilena a Través de La Música (Canción Valiente, M. García)

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Taller: Una (re) visión de la sociedad chilena a través de la música.

Nueva canción Chilena: Origen

Hojas de medio pliego con versos octosílabos, ilustradas con grabados de alto contraste que mostraban figuras

humanas y seres tenebrosos —delineados con trazos toscos pero de gran expresividad—, comenzaron a circular

a mediados del siglo XIX en mercados, estaciones de ferrocarrilles y otros grandes espacios públicos de las zonas

urbanas de Chile. Los vendían sus propios autores, poetas populares interesados en dejar registro de una suerte

de crónica de su entorno. En palabras sencillas, muchas de sus décimas dejaban en evidencia conflictos

habituales de su alrededor, nacidos de las distancias entre clases: explotación laboral y trato con los patrones;

abuso de poder y enfrentamiento con la autoridad; asesinatos y condenas a muerte que parecían ensañarse sólo

con los más pobres. La así llamada Lira Popular nunca fue tímida para denunciar injusticias, lamentar malos

tratos ni reprocharle a algún poderoso la insensibilidad de su criterio.

Nadie separaba entonces una poesía política como corriente de escritura, pero la crítica social era impulso

natural de la expresión literaria espontánea y vehemente de chilenos apenas educados aunque dispuestos a

versificar su mundo cercano, y que así dejaron registro de las desventuras de quienes —entonces y ahora—

carecían de voz pública.

Rock Chileno

El rock chileno fue muchas cosas antes de ser político. O, si se quiere, fue político sin proponérselo. Ya el gesto

de armar una banda, electrificarla, dejarse crecer el pelo y disponer todo ello a los embates de un orden

conservador como el local constituía tal esfuerzo en los años sesenta, que en muchos casos hizo innecesario

sumarle un compromiso ideológico para evidenciar su vocación subversiva.

Aunque los rockeros locales definieron desde un principio propuestas distintivas en sonido e imagen, hubo que

tenerles paciencia para que encontraran el sendero de la canción con contenido. En el mejor de los casos, su

disposición inicial fue hacia la búsqueda introspectiva y a la confesión personal. Sólo el tiempo les permitió

tomar conciencia de sus ventajas comparativas para la observación social ácida y sintética.

Si se busca un rock político previo al Golpe de Estado debe hacerse con la disposición para interpretar mensajes

oblicuos, ajenos a la retórica impuesta al grueso de expresiones creativas de esa época. Al lado de las proclamas

muchas veces taxativas escuchadas en torno a 1970 por parte de los músicos de la Nueva Canción Chilena, no

deja de ser interesante conocer este otro canto político, electrificado y lleno de mensajes entre líneas.

Nueva Canción Chilena

No existe en nuestra historia musical otro movimiento tan estudiado, analizado y debatido como la Nueva

Canción Chilena. En el país y en el extranjero son incontables las tesis académicas, reportajes, entrevistas y

notas dedicados a los años de auge de nuestro canto comprometido, un período creativo brillante que aunó

talentos y miradas en un mismo cauce expresivo, profundo y torrentoso.

Fue tan amplio su aporte y tan señero su legado, que su análisis se desborda hacia áreas que exceden la canción:

gráficas, políticas, sociales. Este capítulo sólo observa la estricta relación entre las composiciones que

engrosaron el movimiento y las ideas de reforma impulsadas en Chile en los últimos años del gobierno de Frei

Montalva y la proyección socialista emprendida por la Unidad Popular. La Nueva Canción no fue puramente

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allendista, pero estuvo vinculada —como ningún otro movimiento musical lo ha estado antes ni después con

otra administración— al ideario, las promesas y la sensibilidad de ese gobierno en específico.

A través de la conciencia política de la Nueva Canción la música chilena se aventuró en terrenos antes

inexplorados, cuyo descubrimiento aún determina a muchos creadores que buscan dotar a su obra de un

contenido social. Con ella, la cantautoría local comenzó a acoger como algo natural la denuncia («Señoras y

señores, venimos a contar / aquello que la historia no quiere recordar»), la impugnación personal («usted debe

responder, / señor Pérez Zujovic, / por qué al pueblo indefenso contestaron con fusil»), la indignación ante

nuestra atávica desigualdad («hay pocos que roban mucho, / hay muchos que comen poco. / Los muchos que

comen poco / son muchos, trabajan mucho»); o el sarcasmo hacia los poderosos («solo en mi cuarto, en un

rincón / recordando mi fundo y mi mansión. / ¿Cuántas horas me paso sin nada más / que preparando un paro

total?»), los ostentosos («viene Misia Toti Rerricagoitía / paseando por las avenidas de El Golf / con su hermoso

perrito pekinés / […] de uno para otro es alma y corazón: / toda ternura y célibe pasión»)

Canción de exilio

Constreñida por definición a ser apenas un lastimero canto de añoranza, la canción de exilio terminó, sin

embargo, engrosando un cauce de asombrosa riqueza musical y poética. Más amplio, diverso e influyente de lo

que suele creerse, el cancionero chileno del destierro revisó el legado de canto político acumulado hasta 1973, y

replanteó su misión de acuerdo a los nuevos requerimientos suscitados por la forzada vida a distancia. Le cantó

al extrañamiento, sí, pero también demostró una insospechada capacidad para defender la memoria colectiva

amenazada, denunciar abusos silenciados, jugar con nuevos referentes sonoros descubiertos en el extranjero y

hasta ensayar la crónica sociopolítica. Su registro constituye hoy una reveladora fuente de consulta sobre el

ánimo de miles de chilenos luego del Golpe de Estado, y su diversidad da cuenta, también, de las divergentes

experiencias de extrañamiento vividas por muchos.

La canción de exilio tuvo una misma excusa pero inspiraciones diversas, y aunque podemos saber cuándo se

inició no es fácil acotar tan claramente su fecha de término. Algunos investigadores le niegan incluso su

condición de subgénero, y eligen verla, más bien, como la simple continuidad de la Nueva Canción Chilena en el

extranjero. Para nosotros resulta innegable que a fines de 1973 nació un tipo de composición desde el

desarraigo cuyos textos y nuevos giros sonoros merecen un análisis separado a los de la épica de la Unidad

Popular. En la discografía de las más grandes voces de la Nueva Canción, el exilio marca un hito que hizo girar el

trayecto avanzado por ellas hasta entonces, les introdujo una nueva carga dramática a sus textos, y amplió los

materiales de su canto. Incluso si se piensa en el autoexilio sin mayores traumas de, por ejemplo, Los Jaivas —

interrumpido varias veces con viajes del grupo a Chile— se constata un cambio definitorio para el rumbo de su

música, la cual reforzó a la distancia su trabajo con nuestras raíces.

Voz de los ochenta

Largas décadas se tomó el rock chileno para hacerse cargo de su entorno. Vimos en los capítulos previos la

excepción de grupos como Congreso y Los Vidrios Quebrados, pero, en general, el rock de los años sesenta y

setenta eligió manifestar su disidencia a través de la narración de mundos íntimos u oníricos, haciendo de esa

evasión una forma implícita de protesta al Chile en el que le tocaba crecer, aunque sin molestarse en increparlo

directamente.

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La dictadura vendría a cambiar todo eso, por supuesto. La homogeneidad en apariencias y opiniones, la

discriminación por origen, y el asfixiante concepto de orden social impuestos por los militares —por no decir

nada de la violencia de Estado— puso a hervir la rabia juvenil hasta que ésta estalló por fuera de los espacios de

metáfora y grisura en los que se ubicó el canto de protesta encauzado por el Canto Nuevo. Pese a estar

motivadas por una misma tensión urbana y, hasta cierto punto, una misma indignación, las canciones de uno y

otro movimiento son casi incomparables, y no hubo entre sus músicos lazos de unión personal, sino, más bien,

desconfianza y desdén. La protesta del pop y el rock de los años ochenta tuvo otros blancos, motivaciones y

formas que la de los cantautores de peñas. Su hastío con el orden cívico-militar excedía las circunstancias

particulares de la dictadura y se negaba a identificar un único enemigo, y es por ello que muchas de sus mejores

composiciones se escuchan hasta hoy como quejas plenamente vigentes hacia un país sostenido en la

desigualdad. Podría limitarse el análisis del período tan sólo al efecto que sobre la música y la sociedad de esta

década tuvieron las canciones de Los Prisioneros, la banda con letras sociales más exitosa de la historia de Chile.

Pero al alero de su ejemplo, o incluso por fuera de su particular y brillante mordacidad, se desarrollaron

suficientes canciones de justificada indignación con el Chile de Pinochet; y ya no sólo hacia su violencia, sino

también hacia su clasismo, su arribismo, su tedio. Fue un canto enérgico y adherente, que, vestido de punk o de

new wave, buscó conectarse con tendencias estéticas del Primer Mundo. Su público, sin vínculos con la antigua

épica de la Nueva Canción, agradeció la reformulación de su alegato cultural bajo formas cosmopolitas y poco

solemnes. Su vitalidad, gusto por el baile y ambición masiva permiten agrupar a estas bandas bajo la etiqueta de

«nuevo pop», con todas las salvedades de su diversidad y del estigma que para muchos aún pueda guardar ese

concepto.

La canción pop y rock de los años ochenta en Chile se fue definiendo, en parte, por descarte. Fue la expresión de

un grupo de jóvenes que miró a su alrededor y se sintió desesperado, no tanto por el temor como por el páramo

en el que veían avanzar los días. No había música local que los identificara, ni programas televisivos o cine que

llevara a la pantalla sus inquietudes.

En un principio, no hubo en ellos más definición conceptual que la necesidad de expresar su molestia, ni mayor

referente que músicos extranjeros cuya obra conocían a retazos. Su rasgo distintivo fue la decisión de no

parecerse ni remotamente a los chirriantes modelos culturales alrededor suyo. Sus letras se atrevieron, se

afirmaron y fueron, luego, diferenciándose entre sí. Para la escasa conciencia histórica con la que se

compusieron, el elocuente registro de época y la vigencia que muchas de estas canciones mantienen hasta hoy

es prueba de una asombrosa lucidez.