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Los Cuadernos de Leratura UNA RECTIFICACION A EDGAR ALLAN POE. LA NOCHE 1002 DE SHEREZADA José Tono Maínez T odos sabemos que el libro más maravi- lloso de todos los tiempos es el relato anónimo que mezcla diversas tradiciones indias, persas, árabes y egipcias y que ha llegado hasta nosotros con el título de Las Mil y Una Noches. En cierto origen persa parece que se habla de Las Mil Aventuras y como tal circuló en la corte Nazarita de Granada. «Digno de figu- rar en el libro de Las Mil Aventuras» se decía -si hemos de hacer caso a Pedro Antonio de Alarcón- cuando un suceso extraordinario acometía la ciu- dad. Contra lo que se suele pensar las citas y re- rencias al libro son muy anteriores a la recopila- ción de los textos en sí (S. XIV-XV) de tal rma que los reinos y emiratos orientales, pródigos en bulaciones, competían en la posesión de aquel libro ntástico que podía durar mil noches. Para los multiplicados sultanes, emires, cadíes, al- guíes y demás notables, nombrar entre sus pose- siones semejante libro, junto a los más bellos es- clavos y esclavas, junto a zafiros rmidables y montañas de dinares de oro, era un motivo de máximo halago. Esto no significaba que el libro existiese como tal pues su ma era ya muy anti- gua. En el mismo Egipto, pero casi 2.500 años antes de las chas del primer intento serio de recopilación, del que ahora hablaremos, esto es, en pleno Imperio Nuevo (l.000 a. J. C.), ya en- contramos una rerencia a las «mil mentiras» que tuvo que realizar y soportar noche tras noche un sacerdote de Amón. Por lo visto había intentado practicar latio con un joven príncipe llecido, en la misma sala de embalsamadores y por en- cargo, nada menos, que de Horus. El magnánimo raón condenó al impío sacerdote al suplicio de la estaca pero antes, como castigo a tan descomunal engaño, debería inventar cada noche una nueva mentira hasta el número de mil. ¡ Ejemplar tortura! Para contrastar este relato puede leerse «El viaje de Unamún, de Tebas», publicado en Revista de Occidente, 1944, con prólogo de Ortega y Gasset. El texto procede del papiro de Moscú, descubierto por Golesnischeff. · La memoria, pues, de las mil mentiras o .de los mil cuentos, que viene a ser lo mismo, es muy antigua. Otra cosa es que el libro existiese. Sin embargo, las noticias de tal libro o de varios libros con el mismo nombre se pueden rastrear a lo largo de la historia. Cuando a finales del siglo XIV Manuel II es asediado en Constantinopla por las tropas turcas del sultán Bayaceto I, el emperador 37 paleólogo se ve obligado a oecer un tributo para levantar el sitio de la ciudad. Entre diversos pre- sentes oecidos aparece mencionado un libro que promete mil mentiras que servirían para entrete- ner los ocios del turco. Bayaceto lo rechaza -era cuestión de prestigi� aduciendo que él ya poseía tres libros que contenían cada uno mil mentiras diferentes, regalo que había recibido de su amigo el Sultán de Delhi. Tenemos, entonces, si damos crédito a los historiadores griegos de la época, noticias de cuatro libros de mil mentiras cada uno. Tantas mentiras juntas parecen una gran mentira. En cualquier caso las de Bayaceto se debieron esmar cuando e derrotado y capturado por el mongol Timur en 1402, en la batalla de Angora. De las del erudito Manuel Paleólogo no sabemos hoy nada. ¿ Cómo pasaron las mil mentiras a ser mil y una? Según Eduardo Lane, uno de los primeros traduc- tores del libro en su versión ya clásica, se añaduna noche más debido al temor oriental hacia las cias pares. Opinión absurda pues tal temor, que no se había manistado entre dichos orientales durante siglos, no tenía por qué manistarse des- pués. Me parece más certero, por ser vivido, lo que cuenta Ibn Battuta en su moso Rihla a tra- vés del Islam. En 1326, cuando llega a El Cairo, gobierna el sultán Al-Malik An-Nasir. Este había encargado a su emir Buktumur una medición car- tográfica del reino. Después de arduos trabajos y cuantiosos gastos el sultán e inrmado que sus dominios tenían una extensión máxima de 1.001 pasarangas. Acto seguido, An-Nasir, después de premiar generosamente a sus agrimensores, con- cibió la idea de hacer un viaje interminable a tra- vés de sus territorios deteniéndose cada vez que era recorrida una pasaranga. En cada estación yacería con una virgen, daría un convite y «allí le sería relatada una bella historia». Para preparar las 1.001 vírgenes y las 1.001 historias convocó de nuevo al emir y a varios sabios de la corte, entre ellos a Sams ad-Din al-Isbahani, metafísico, y a Mayd al-Aksarai, poeta. En la mente de todos puede que estuviera el libro de las Mil Mentiras pero a lo que parece la comisión encargada del asunto apenas llegó a la transcripción de 180 men- tiras o historias. El propio emir Buktumur e después castigado y envenenado cuando el sultán descubrió que el número de vírgenes reunidas -iban apenas 6� no crecía más porque el propio emir se encargaba, impaciente, de rnicar con ellas en acto de erza con un poderoso miembro que, al decir de las malas lenguas citadas por el Tangerico, medía más de dos palmos. El proyecto acasó pero cuando un siglo después otro sultán culminó la versión de todos conocida el número de 1.001 ya e considerado como necesario, en recuerdo tal vez del malogrado intento de Al-Ma- lik An-Nasir. Antes de examinar la parte del presente estudio que concierne a Edgar Allan Poe debe quedar sentada la existencia canónica de un relato de sólo

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Los Cuadernos de Literatura

UNA RECTIFICACION

A EDGAR ALLAN POE.

LA NOCHE 1002 DE

SHEREZADA

José Tono Martínez

Todos sabemos que el libro más maravi­lloso de todos los tiempos es el relato anónimo que mezcla diversas tradiciones indias, persas, árabes y egipcias y que

ha llegado hasta nosotros con el título de Las Mil y Una Noches. En cierto origen persa parece que se habla de Las Mil A venturas y como tal circuló en la corte Nazarita de Granada. «Digno de figu­rar en el libro de Las Mil Aventuras» se decía -si hemos de hacer caso a Pedro Antonio de Alarcón­cuando un suceso extraordinario acometía la ciu­dad.

Contra lo que se suele pensar las citas y refe­rencias al libro son muy anteriores a la recopila­ción de los textos en sí (S. XIV-XV) de tal forma que los reinos y emiratos orientales, pródigos en fabulaciones, competían en la posesión de aquel libro fantástico que podía durar mil noches. Para los multiplicados sultanes, emires, cadíes, alfa­guíes y demás notables, nombrar entre sus pose­siones semejante libro, junto a los más bellos es­clavos y esclavas, junto a zafiros formidables y montañas de dinares de oro, era un motivo de máximo halago. Esto no significaba que el libro existiese como tal pues su fama era ya muy anti­gua. En el mismo Egipto, pero casi 2.500 años antes de las fechas del primer intento serio de recopilación, del que ahora hablaremos, esto es, en pleno Imperio Nuevo (l.000 a. J. C.), ya en­contramos una referencia a las «mil mentiras» que tuvo que realizar y soportar noche tras noche un sacerdote de Amón. Por lo visto había intentado practicar felatio con un joven príncipe fallecido, en la misma sala de embalsamadores y por en­cargo, nada menos, que de Horus. El magnánimo faraón condenó al impío sacerdote al suplicio de la estaca pero antes, como castigo a tan descomunal engaño, debería inventar cada noche una nueva mentira hasta el número de mil. ¡ Ejemplar tortura! Para contrastar este relato puede leerse «El viaje de Unamún, de Tebas», publicado en Revista de Occidente, 1944, con prólogo de Ortega y Gas set. El texto procede del papiro de Moscú, descubierto por Golesnischeff.

· La memoria, pues, de las mil mentiras o .de losmil cuentos, que viene a ser lo mismo, es muy antigua. Otra cosa es que el libro existiese. Sin embargo, las noticias de tal libro o de varios libros con el mismo nombre se pueden rastrear a lo largo de la historia. Cuando a finales del siglo XIV Manuel II es asediado en Constantinopla por las tropas turcas del sultán Bayaceto I, el emperador

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paleólogo se ve obligado a ofrecer un tributo para levantar el sitio de la ciudad. Entre diversos pre­sentes ofrecidos aparece mencionado un libro que promete mil mentiras que servirían para entrete­ner los ocios del turco. Bayaceto lo rechaza -era cuestión de prestigi� aduciendo que él ya poseía tres libros que contenían cada uno mil mentiras diferentes, regalo que había recibido de su amigo el Sultán de Delhi. Tenemos, entonces, si damos crédito a los historiadores griegos de la época, noticias de cuatro libros de mil mentiras cada uno. Tantas mentiras juntas parecen una gran mentira. En cualquier caso las de Bayaceto se debieron esfumar cuando fue derrotado y capturado por el mongol Timur en 1402, en la batalla de Angora. De las del erudito Manuel Paleólogo no sabemos hoy nada.

¿ Cómo pasaron las mil mentiras a ser mil y una? Según Eduardo Lane, uno de los primeros traduc­tores del libro en su versión ya clásica, se añadió una noche más debido al temor oriental hacia las cifras pares. Opinión absurda pues tal temor, que no se había manifestado entre dichos orientales durante siglos, no tenía por qué manifestarse des­pués. Me parece más certero, por ser vivido, lo que cuenta Ibn Battuta en su famoso Rihla a tra­vés del Islam. En 1326, cuando llega a El Cairo, gobierna el sultán Al-Malik An-Nasir. Este había encargado a su emir Buktumur una medición car­tográfica del reino. Después de arduos trabajos y cuantiosos gastos el sultán fue informado que sus dominios tenían una extensión máxima de 1.001 pasarangas. Acto seguido, An-Nasir, después de premiar generosamente a sus agrimensores, con­cibió la idea de hacer un viaje interminable a tra­vés de sus territorios deteniéndose cada vez que fuera recorrida una pasaranga. En cada estación yacería con una virgen, daría un convite y «allí le sería relatada una bella historia». Para preparar las 1.001 vírgenes y las 1.001 historias convocó de nuevo al emir y a varios sabios de la corte, entre ellos a Sams ad-Din al-Isbahani, metafísico, y a Mayd al-Aksarai, poeta. En la mente de todos puede que estuviera el libro de las Mil Mentiras pero a lo que parece la comisión encargada del asunto apenas llegó a la transcripción de 180 men­tiras o historias. El propio emir Buktumur fue después castigado y envenenado cuando el sultán descubrió que el número de vírgenes reunidas -iban apenas 6� no crecía más porque el propioemir se encargaba, impaciente, de fornicar conellas en acto de fuerza con un poderoso miembroque, al decir de las malas lenguas citadas por elTangerico, medía más de dos palmos. El proyectofracasó pero cuando un siglo después otro sultánculminó la versión de todos conocida el númerode 1.001 ya fue considerado como necesario, enrecuerdo tal vez del malogrado intento de Al-Ma­lik An-N asir.

Antes de examinar la parte del presente estudio que concierne a Edgar Allan Poe debe quedar sentada la existencia canónica de un relato de sólo

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Edgar Alfan Poe.

1.001 noches o, en otro caso, una presencia en la tradición de 1.001 noches o mentiras, pero nunca de 1.002. Presentemos, entonces, el problema.

En 1845, Edgar Allan Poe se encuentra en la cumbre de su carrera pero también en el inicio de su ocaso. La publicación de El Cuervo le ha dado la esperada fama pero no la tranquilidad moral. Al contrario. La enfermedad de su esposa, sus exce­sos, el alcohol y el laúdano están acabando con su vida. Y todos sabemos que la vida se desmorona cuando una noche, por fin, atisbamos el final del callejón. Poe tiene treinta y seis años y ya lo ha visto. En situación económica desesperada acepta una petición de Geoffrey T. Falcons para que es­criba una versión deformada del mito de Shere­zada con destino al Godey's Lady's Book. El tal Geoffrey Falcons había protagonizado diversos escándalos debido a su pederastia contumaz y por alguna razón extraña profesaba un odio vertigi­noso al universo femenino. La idea de hacer fra­casar a Sherezada en una hipotética noche 1.002 y

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de provocarle retrospectivamente una muerte ruin le induce a solicitar de Poe tal trabajo, destinado precisamente a una revista femenina. Poe, a cam­bio de 100 dólares y para satisfacer el apetito sádico y revanchista de su fortuito editor, acepta el encargo; en su delirio afirmará que sus conclu­siones eruditas son correctas y que su formación histórica es más sólida que la literaria. Es extraño que estos malentendidos -que yo sepa- no hayan sido corregidos hasta ahora.

Me consta que Poe debió escribir este relato histórico con un desconocimiento absoluto, con una perfidia no menos absoluta o, al menos, en un estado de alucinación permanente. En las primeras páginas del mismo hace un repaso del mito de Sherezada cometiendo errores sin fin al citar pá­rrafos de las Mil y una Noches. Todo ello muy bien acompañado de notas misóginas -al gusto de Mr. Falcons- en las que deplora que el Sultán no haya estrangulado a Sherezada. En la supuesta primera noche Sherezada narra una historia refe-

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rente a un gato negro y a una rata azul. La se­gunda noche del relato versa sobre un caballo color rosa provisto de alas verdes. El desatino es completo. No sé si Poe leyó alguna vez el enton­ces libro raro de Las Mil y una Noches pero lo que, es seguro, es la absoluta carencia de rigor que en febrero de 1845 afectaba al poeta, víctima de delirios que indefectiblemente llevaba a las pá­ginas de todo lo que hacía.

Queda asentada, espero, la tradición de sola­mente 1.001 noches ajenas al desafuero con que Poe aborda la cuestión. ¿Dónde se fragua enton­ces la noche mil y dos, la noche destinada por Poe-Falcons para ejecutar la venganza sobre She­rezada? Poe afirma haber manejado el Isitsoomot, libro anónimo de leyendas árabes, tan antiguo o más que las Mil y Una Noches. Según Poe allí se dice que en la noche mil y dos Sherezada narró unos capítulos del relato de Simbad el marino que había olvidado en su momento. Los tales capítulos resultan ser tan fantásticos y extravagantes (Sim­bad viaja a bordo de un submarino-pez cono­ciendo tierras y continentes prodigiosos) que el Sultán Shariar, cansado y aburrido de tanto sin­sentido gratuito, manda estrangular a Sherezada. No sólo el final de las Mil y una Noches difiere punto por punto de este desenlace sino que abunda en detalles acerca de lo sucedido en el resto de las vidas de aquella dichosa familia real. Poe dice que consultó el Isitsoomot, libro que increíblemente permanece aún hoy, en 1984, iné­dito en castellano. (Creo que el arabista Guillermo Tonsky está en trance de acometer su traducción). Bien, dudo mucho que Poe consultara un libro que por entonces, aunque su existencia era conocida en círculos eruditos (Poe no lo era), no estaba ni siquiera traducido al inglés. Poe ignoraba el árabe luego lo más lógico es que se limitara a utilizar el prestigio del libro en esos círculos eruditos para afianzar el valor de su tesis.

Durante mi larga estancia en El Cairo, por mo­tivos de negocios, he tenido oportunidad de ha­cerme traducir aquellos párrafos del Isitsoomot que aluden a la noche mil y dos. Lo que Poe cuenta que allí se dice nada tiene que ver con la realidad. Es cierto que Sherezada amplía las an­danzas de Simbad pero con gran regocijo del rey Shariar pues séría ridículo pensar que éste, habi­tuado a relatos extraños y maravillosos durante tres años, montara en cólera al escuchar ahora versiones más atrevidas. No hay, en definitiva, tal enfado ni tal represalia contra la bellísima Shere­zada. Hay, eso sí, tantos dislates en lo que Poe escribe que ocurrió aquella noche que sería prolijo y largo desmentirlos todos. Baste un ejemplo. Se­gún Simbad, en la versión Poe, al llegar a la tierra de los nigromantes tropieza con una especie de magos que poseían en sus venas sangre de sala­mandra y con otra que tenía una voz tan potente que se hacían oír de un extremo al otro del mundo. En la versión Isitsoomot auténtica estos primeros magos no poseían sangre porque, falleci-

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dos en una primera vida, eran ahora hombres re­sucitados. La voz de alguno de ellos (y no de todos) tenía la facultad de hacer obedecer a las fuerzas de la naturaleza pero en potencia, al con­trario, era muy reducida, como un susurro.

La diferencia entre las dos versiones es palpable y muestra que Poe sólo conocía el libro a través de terceras o cuartas manos. Poe «mintió» -en buena tradición- al afrontar el tema de la contro­vertida noche mil y dos. Es más que dudoso que tuviera fresca la memoria acerca del relato oficial de las Mil y una Noches y es, desde luego seguro, que influido y comprado por el ruin Geoffrey T. Falcons manipulara la información de un libro, el Isitsoomot, que apenas de oídas o a través de alguna reseña podía conocer. Pero «¿quién puede asegurar que la felicidad más oculta permanecerá siempre a cubierto de las acechanzas de los envi­diosos?» (Noch!! 1.001). Palabras proféticas. Mr. Falcons no dudó en apadrinar esta malversación de la historia con el propósito de hacer fracasar, aún a posteriori, una gratificante conclusión amo­rosa. Poe, deprimido y alcoholizado, encontró en el proyecto una forma sinuosa de ejercer venganza contra la dicha de un mundo en el que no creía. Ambos presentaron el texto como un gran ha­llazgo histórico y lo recitaron en aulas de confe­rencias y en tertulias. Es paradójico que los ene­migos del genial bostoniano -y los tenía a cientos­no· desmintieran entonces la trama urdida teniendo como tenían, en aquel texto, fácil camaza para acosar al desgraciado poeta. La dificultad para contrastar las fuentes influyó en esto último. Me alegro que así sucediera entonces para beneficio de Poe a pesar de la ira que me suscita el instiga­dor del barullo, el editor aficionado Geoffrey T. Falcons.

Pero la verdad es la verdad. Y si Sherezada afirma al principio de ese libro increíble que «que nada es duradero, que toda alegría se desvanece y toda pena se olvida», menos duradera que la ale­gría es sin duda la infamia. Y así fue cómo los redactores de las Mil y una Noches se encargaron de brindarnos un final más amable aún con la parquedad de los finales de las cosas que atañen a la vida. No hubo ningún crimen en la noche mil y dos. Durante años la felicidad creció sin límites en tomo al palacio del rey Shariar, en compañía de Sherezada, del hermano del rey, Shazamán y de la joven princesa Doniazada. Ambos hermanos al­ternaban cada día el poder del reino. Y así fue «hasta la llegada de la separadora de los amigos, la destructora de palacios y constructora de tum­bas, la inexorable e inevitable muerte». Con esta definición tan vital y formidable de la muerte fina­liza el copista el texto de las Mil y una Noches. La presencia de unos años de felicidad aún en vidas ajenas y remotas pueden redimirnos hoy en mo­mentos menos gratos. Espero haber eón- �tribuido en parte a restaurar una bella pá- •�gina de historia mancillada. �