Unidad II Movimiento de Independencia

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Reformas Borbonicas

Las 'Reformas Borbónicas' fueron los cambios introducidos por los

monarcas de la dinastía borbónica de la Corona Española: Felipe V,

Fernando VI y, especialmente Carlos III; durante el siglo XVIII, en materias

económicas, políticas y administrativas, aplicadas en el territorio peninsular

y en sus posesiones ultramarinas en América y las Filipinas.

Estas reformas de la dinastía borbónica estaban inspiradas en la Ilustración

y, sobre todo, se enmarcan dentro del nuevo poder de las elites locales y

aumentar el control directo de la burocracia imperial sobre la vida

económica.

Una de las principales instituciones afectadas por el despotismo ilustrado

español fue la Iglesia Católica, ya que la Corona pretendió afirmar el poder

secular sobre el religioso. Esto incluía la restricción de los privilegios y

exoneraciones fiscales que gozaban las órdenes religiosas. Fueron los

jesuitas los que más se opusieron al proyecto centralizador de los borbones,

por lo que fueron expulsados de España y sus posesiones ultramarinas en

1767.

En este año, Carlos III decretó la expulsión de la Compañía de Jesús. Las

reformas borbónicas llegaron del exterior, concretamente de la corte

imperial de Madrid; llegaron de fuera como llegó la conquista en el siglo

XVI. Afectaron todo el imperio, pues no eran sólo para la Nueva España y

menos privativas del noroeste. El objetivo último de los monarcas de

Borbón era la sujeción de las colonias para beneficio económico de la

metrópolis: corregir las fugas fiscales y promover la producción para

aumentar así la recaudación de impuestos.

Antes de tomar medidas para la Nueva España, el gobierno español

decidió, primero que nada, organizar una inspección militar (1769) y una

visita general a las oficinas virreinales (1765), aunque estas dos medidas

provocaron una división entre las autoridades coloniales. Con la llegada de

José de Gálvez, con carácter de visitador general las tensiones aumentaron,

hasta que sale en 1771 de la Nueva España. De su visita resultó la nueva

división política del territorio en intendencias y comandancias de provincias

internas, el aumento al triple de las rentas públicas, la reducción de

restricciones al comercio, la fundación del obispado de Sonora y la

Academia de Bellas Artes.

El visitador inicia una segunda reorganización del ejército e intenta

establecer una nueva modalidad en las milicias provinciales. Toma

medidas intrascendentes que fracasan y sólo hacen perder dinero. La

economía de la Nueva España es cargada con los cuantiosos gastos que

provocaban los preparativos militares para el conflicto en América del

Norte. La recuperación de La Habana (1763) y las medidas para

modernizar sus defensas se transformarían en la insaciable boca que

engulle Nueva España no se basta para producir: dinero, hombres, pólvora,

carne, maíz, arroz, habas y harina. En Veracruz enfermaban los cientos de

reos que esperaban para ser llevados a trabajar en la isla. Se calcula que

las obras de fortificación de la isla requirieron del envío de más de 5 mil

trabajadores novohispanos.

La quiebra del erario se fue agudizando debido al aumento de los gastos,

provocados por el mantenimiento de las tropas y trabajadores en La

Habana. Ante esto, las tensiones sociales aumentan y comienza a

organizarse la oposición. El Gobierno de Carlos III recibe desde 1766 noticias,

las que considera sin fundamento, sobre el supuesto espíritu de rebeldía

existente en la nueva España, y sobre un plan de insurgencia que contaba

con el apoyo de Inglaterra.

se permitió ampliar los negocios entre ciertas colonias (Trinidad, Margarita,

Cuba, Puerto Rico). La medida que mayores desajustes provocó en la

Nueva España fue la real cédula de 1804 sobre la enajenación de bienes

raíces de las corporaciones eclesiásticas, que desató reacciones violentas

en contra del gobierno español. Esto se debió a que, con excepción de

los comerciantes más ricos, aquella disposición afectó a los principales

sectores productivos del virreinato (agricultura, minería, manufacturas y

pequeño comercio), y en particular a los agricultores, pues la mayoría de

los ranchos y haciendas estaban gravados con hipotecas y censos

eclesiásticos, que los propietarios se vieron obligados a cubrir en un plazo

corto, a fin de que ese capital fuera enviado a España

Invasion napoleonica a españa

Guerra Peninsular (1808-1814) fue un enfrentamiento militar entre España

y el Primer Imperio Francés, parte de las Guerras Napoleónicas,

provocado por la pretensión de Napoleón de instalar en el trono

español a su hermano José Bonaparte, tras las Abdicaciones de

Bayona, motivadas por la querella entre Carlos IV de España y su hijo y

heredero Fernando VII, orquestada por los franceses, que se inició con el

Proceso de El Escorial y culminó con el Motín de Aranjuez.

La Guerra de Independencia se solapa y confunde con lo que la

historiografía anglosajona llama Guerra Peninsular (Peninsular

War), iniciada en 1807 al declararle Francia y España la guerra a

Portugal, tradicional aliado del Reino Unido. También tuvo un importante

componente de guerra civil a nivel nacional entre afrancesados y

patriotas. El conflicto se desarrolló en plena crisis del Antiguo Régimen y

sobre un complejo trasfondo de profundos cambios sociales y políticos

impulsados por el surgimiento de la identidad nacional española y la

influencia en el campo de los «patriotas» de algunos de los ideales nacidos

de la Ilustración y la Revolución francesa, paradójicamente difundidos por

la élite de los afrancesados.

Según el tratado de Fontainebleau (27 de octubre de 1807), el primer

Ministro Manuel Godoy preveía, de cara a una nueva invasión

hispanofrancesa de Portugal, el apoyo logístico necesario al tránsito de las

tropas imperiales. Sin embargo, los planes de Napoléon iban más allá, y

sus tropas fueron tomando posiciones en importantes ciudades y plazas

fuertes con objeto de derrocar a la Casa de Borbón y suplantarla por su

propia dinastía, convencido de contar con el apoyo popular.

El resentimiento de la población por las exigencias de manutención de

las tropas extranjeras, que resultó en numerosos incidentes y episodios

de violencia, junto con la fuerte inestabilidad política surgida tras el

episodio del motín de Aranjuez y el ascenso al poder de Fernando VII,

precipitó los acontecimientos que desembocaron en los primeros

levantamientos en el norte de España y la Jornada del 2 de mayo de

1808 en Madrid.

La difusión de las noticias de la brutal represión, inmortalizadas en las obras

de Francisco de Goya, y de las abdicaciones de Bayona del 5 y 9 de

mayo, que extendieron por la geografía española los llamamientos

iniciados en Móstoles al enfrentamiento con las tropas imperiales,

decidieron la guerra por la vía de la presión popular a pesar de la actitud

contraria de la Junta de Gobierno designada por Fernando VII.

En el terreno socioeconómico, la guerra costó en España una pérdida neta

de población de 215.000 a 375.000 habitantes, por causa directa de la

violencia y las hambrunas de 1812, y que se añadió a la crisis arrastrada

desde las epidemias de enfermedades y la hambruna de 1808, resultando

en un balance de descenso demográfico de 560.000 a 885.000

personas, que afectó especialmente a Cataluña, Extremadura y

Andalucía. A la alteración social y la destrucción de

infraestructuras, industria y agricultura se sumó la bancarrota del Estado y la

pérdida de una parte importante del patrimonio cultural.

A la devastación humana y material se sumó la debilidad internacional del

país, privado de su poderío naval y excluido de los grandes temas tratados

en el Congreso de Viena, donde se dibujó el posterior panorama

geopolítico de Europa. Al otro lado del Atlántico, la América Española

obtendría su independencia tras la Guerra de Independencia

Hispanoamericana.

En el plano político interno, el conflicto fraguó la identidad nacional

española y abrió las puertas al constitucionalismo, concretado en las

primeras constituciones del país, el Estatuto bonapartista de Bayona y la

Constitución de Cádiz. Sin embargo, también dio inicio a una una era de

luchas civiles entre los partidarios del absolutismo y los del Liberalismo, que

se extenderían a todo el siglo XIX y que marcarían el devenir del país.

Durante la profunda crisis creada por la guerra, la Junta Central Suprema,

que se creó tras la derrota francesa en la Batalla de Bailén, ordenó

mediante decreto del 22 de mayo de 1809 la celebración de Cortes

Extraordinarias y Constituyentes, rompiendo con el protocolo tradicional

pues sólo el rey tenía la potestad de convocarlas y presidirlas. Las Cortes,

previstas para 1810, por el avance napoleónico, tuvieron que reunirse

primero en San Fernando, entonces Isla de León, y después en Cádiz, que

entonces estaban sitiadas por las fuerzas francesas.

Cortes de Cádiz

La Junta Suprema Central decidió disolverse el 29 de enero de 1810 para

formar el Consejo de Regencia de España e Indias con cinco de sus

miembros. El propósito de este nuevo órgano era convocar a las Cortes de

Cádiz. Sólo un americano formó parte de la Regencia, el tlaxcalteca Miguel

de Lardizábal y Uribe; el resto de los integrantes de la Junta fue relevado de

sus obligaciones, incluyendo los representantes americanos que ni siquiera

habían llegado de ultramar.[67]

En tanto, después de conocer sobre el asedio de Cádiz y el avance de los

franceses en España, se establecieron en América nuevas juntas

autónomas, en abril se formó la Junta de Caracas; en mayo, la de Buenos

Aires; en julio, la de Bogotá; y en septiembre, la de Chile. Por esos días, la

Audiencia de México solicitó a la Regencia la destitución del virrey Lizana.

El ejercicio del gobierno novohispano recayó en la Audiencia desde mayo

de 1810 hasta la llegada de Francisco Xavier Venegas, nuevo virrey.[72]

En consonancia con los sucesos en otras partes de América, una nueva

conspiración estaba en marcha en Nueva España.Aunque en todo el

reino se efectuaban las elecciones de los diputados que habrían de

asistir a las Cortes de Cádiz, los criollos novohispanos estaban resentidos

por el derrocamiento de Iturrigaray que habían planeado los españoles

peninsulares o gachupines.

Precursores de la independencia

La etapa de inicio de la Guerra de Independencia de México

corresponde al levantamiento popular encabezado por Miguel Hidalgo y

Costilla. Descubiertos por los españoles, los conspiradores de Querétaro no

tuvieron otra alternativa que ir a las armas en una fecha anticipada a la

que planeada originalmente. Los miembros de la conspiración se hallaban

sin una base de apoyo en ese momento, por lo que Hidalgo tuvo que

convocar al pueblo de Dolores a sublevarse en contra de las autoridades

españolas el 16 de septiembre de 1810.

Los insurgentes avanzaron rápidamente hacia las principales ciudades del

Bajío y luego hacia la capital de Nueva España, pero en las

inmediaciones de la Ciudad de México retrocedieron por orden de

Hidalgo. Los siguientes encuentros entre los insurgentes y el ejército

español —llamado realista— fueron casi todos ganados por estos últimos.

Los desencuentros entre Hidalgo e Ignacio Allende, que estaban a la

cabeza de la insurgencia, aumentaron después de las derrotas.

Los sublevados tuvieron que huir hacia el norte, donde esperaban

encontrar el apoyo de las provincias de esa región que también se

habían lanzado a las armas. Los líderes de la insurgencia fueron

capturados en Acatita de Baján (Coahuila). Una vez arrestados fueron

conducidos a Chihuahua. En esta ciudad fueron fusilados Hidalgo,

Jiménez, Allende y Aldama, cuyas cabezas fueron enviadas a

Guanajuato para que fueran expuestas en las esquinas de la alhóndiga

de Granaditas.

La conspiración fue denunciada el 9 de septiembre por José Mariano

Galván. Otras denuncias llegaron a oídos del comandante Ignacio García

Rebolledo, que dispuso el cateo a la casa y la aprehensión de los

hermanos González. Josefa Ortiz envió como mensajero Ignacio Pérez

para avisar a los conspiradores en San Miguel el Grande, después fue

presa en compañía de su marido y otros conspiradores.

El aviso de la Corregidora llegó a Juan Aldama, y fue él quien lo llevó

hasta Dolores el 16 de septiembre. Con ayuda de presos que liberaron de

la cárcel, los insurgentes capturaron al delegado Rincón y se dirigieron al

atrio de la iglesia. En ese lugar, Hidalgo convocó a los asistentes a

levantarse contra el mal gobierno, en un acto que es conocido como

Grito de Dolores y se considera el inicio de la guerra por la independencia

mexicana. Al paso de los días algunos de los presos de Querétaro fueron

puestos en libertad, aunque otros sufrieron el destierro.

En Atotonilco tomaron el estandarte de la Virgen de Guadalupe, que es

considerado emblema del movimiento.

En las poblaciones del oriente de Guanajuato se unieron al contingente

mineros y peones de haciendas aledañas, mal armados y entrenados.

Cuando llegaron a Celaya el 21 de septiembre de 1810, los insurgentes

podrían haber sumado veinte mil hombres. Celaya fue saqueada por los

insurgentes, aunque Aldama y otros soldados de carrera intentaron

inútilmente contener a la masa. Tras este episodio, Hidalgo fue proclamado

"Capitán General de América" por encima de Allende, que tuvo el rango

de teniente general

Después de apoderarse de Salamanca, Irapuato y Silao; el ejército

insurgente llegó a Guanajuato el 28 de septiembre.[84] A pesar de las

simpatías que despertó inicialmente, el movimiento de Hidalgo fue mal

visto por las clases medias y altas, pues los líderes eran incapaces de

contener a su tropa. Por el mismo motivo comenzaron a hacerse más

visibles las diferencias entre Allende e Hidalgo.

En respuesta al avance de los insurgentes, el virrey Venegas publicó un

bando ofreciendo una recompensa de diez mil pesos por las cabezas de los

líderes de la insurrección. Félix María Calleja y Roque Abarca se pusieron en

marcha para cercar la rebelión. Por su parte, el obispo de Michoacán

Manuel Abad y Queipo publicó un edicto de excomunión contra Hidalgo y

sus seguidores. El 13 de octubre de 1810 Bernardo de Prado y Obejero

ratificó la excomunión y la hizo extensiva a todo aquel que aprobase la

sedición, recibiese proclamas, ayudase a los insurgentes o que mantuviese

comunicación con ellos.

Los insurgentes avanzaron hacia el valle de México. Para hacer frente a la

rebelión, el destacamento de Torcuato Trujillo realizó reconocimientos en el

área de Ixtlahuaca, pero ante el avance del numeroso ejército de Hidalgo,

decidió reforzar a Mendívil en Lerma y el puente de Atengo. Los rebeldes

avanzaron por Santiago Tianguistenco. El 30 de octubre de 1810 los

insurgentes derrotaron a los españoles en el monte de las Cruces, gracias a

la estrategia de Abasolo, Jiménez y Allende. Al terminar la batalla, los

insurgentes se apoderaron de armas y municiones del ejército realista, cuyos

remanentes —incluyendo a Iturbide— huyeron a la ciudad de México

los insurgentes se dividieron en dos contingentes, Allende marchó con la

mayoría a Guanajuato y el resto siguió a Hidalgo hacia Valladolid.

Teniendo en cuenta la situación, los insurgentes se dividieron y el grueso

de las tropas se volvió —con Allende a la cabeza— rumbo a Guanajuato;

mientras apenas un puñado regresó con Hidalgo a Valladolid. Allí, el

Generalísimo obtuvo el apoyo financiero de la Iglesia y nuevas

adhesiones.

Los otros líderes y el resto de la tropa siguió el camino hacia el norte, y

en su paso por Monclova se encontrarion por primera vez con Ignacio

Elizondo, que había sido simpatizante de la insurgencia. Como resultado

fue capturado de Pedro de Aranda. El 21 de marzo de 1811 fueron

presos en Acatita de Baján (Coahuila) Hidalgo, Allende, Aldama y

Jiménez junto con otros miembros más de la insugencia. Los presos

fueron fusilados en Monclova, y Chihuahua. Las cabezas de Hidalgo,

Aldama, Allende y Jiménez fueron colgadas en las cuatro esquinas de

la alhóndiga de Granaditas, permaneciendo a la vista de los habitantes

hasta 1821.