UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO...

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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO FACULTAD DE ESTUDIOS SUPERIORES ARAGÓN CENTRO DE INVESTIGACIÓN MULTIDISCIPLINARIA ARAGÓN “VII ENCUENTRO MULTIDISCIPLINARIO DE INVESTIGACIÓNTítulo de la ponencia: México, la transición interrumpida Autor: José René Rivas Ontiveros 1 Eje temático : 4 : La investigación en las ciencias sociales Otoño,2010 1 Licenciado en Derecho por la Facultad de Derecho, UNAM. Maestría en Arquitectura (Área Urbanismo) por la Facultad de Arquitectura, UNAM. Doctor en Ciencia Política por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM. Profesor Titular “C” de Tiempo Completo Definiti vo, adscrito a la licenciatura de Comunicación y Periodismo de la FES Aragón, UNAM. PRIDE Nivel “C”. Autor y coautor de una decena de libros. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores.

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UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO

FACULTAD DE ESTUDIOS SUPERIORES ARAGÓN CENTRO DE INVESTIGACIÓN MULTIDISCIPLINARIA ARAGÓN

“VII ENCUENTRO MULTIDISCIPLINARIO DE INVESTIGACIÓN”

Título de la ponencia: México, la transición interrumpida

Autor: José René Rivas Ontiveros1

Eje temático : 4 : La investigación en las ciencias sociales

Otoño,2010

1 Licenciado en Derecho por la Facultad de Derecho, UNAM. Maestría en Arquitectura (Área Urbanismo) por

la Facultad de Arquitectura, UNAM. Doctor en Ciencia Política por la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, UNAM. Profesor Titular “C” de Tiempo Completo Definitivo, adscrito a la licenciatura de Comunicación y Periodismo de la FES Aragón, UNAM. PRIDE Nivel “C”. Autor y coautor de una decena de libros. Miembro del Sistema Nacional de Investigadores.

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Resumen

Desde finales de la década de los veinte, tras la aparición del Partido Nacional

Revolucionario (PNR), México vivió inmerso en un profundo autoritarismo en el

cual dicho agrupamiento monopolizó todos los ámbitos de poder en el país.

Sin embargo, luego de la protesta juvenil de 1968, la cual concluyó con la

masacre de Tlatelolco, el otrora régimen priista quedó seriamente deteriorado y

deslegitimado. Ante esta situación y con el único afán de relegitimarse desde

finales de la década de los setenta, el régimen priista llevó a cabo la denominada

Reforma Política enfocada fundamentalmente al ámbito político electoral. De esta

manera, se inició en el país un paulatino proceso de democratización gracias al

cual la otrora, débil y marginal oposición de izquierda y derecha fue

posesionándose en algunos espacios de la vida pública nacional al grado de

acceder incluso a la presidencia de la República.

Pero no obstante la alternancia en el poder ejecutivo federal y de haber

transcurrido ya más de 30 años del inicio el que se consideró un proceso

transicional, lo cierto es que hasta el momento en el seno del sistema político

mexicano persisten muchos nudos que se hicieron en el transcurso del viejo

régimen priista autoritario, corporativo y corrupto. Por tal situación, muy bien

podría decirse que en México el salto de un régimen autoritario a uno democrático

todavía no se ha dado. En otras palabras, la transición democrática está detenida,

o, mejor dicho, interrumpida.

Palabras clave:

Democracia- Transición- México- Partido- Alternancia- Régimen- Derecha-

Izquierda.

Metodología:

Para la realización de este trabajo se utilizaron indistintamente tanto fuentes directas o

investigación de campo, como las indirectas o de gabinete. Para el primer caso, es

importante destacar que una parte de nuestro trabajo proviene de la observación directa y

cotidiana del comportamiento político y electoral que el panismo ha observado,

principalmente a partir de finales de los años setenta a la fecha; mientras que para el

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segundo de los casos hicimos uso de una amplia cantidad de trabajos académicos y

empíricos publicados en libros, revistas académicas y comerciales, y por supuesto en la

prensa diaria. Serán precisamente estas últimas fuentes en donde este trabajo encontró

su mayor grado de sustentación.

Método:

Para la elaboración de este trabajo de investigación nos apoyamos de manera

fundamental en el método materialista dialéctico, auxiliado por los métodos inductivo-

deductivo, así como por el método cronológico.

Síntesis Curricular del autor:

Nombre: José René Rivas Ontiveros

Grado académico: Doctor en Ciencia Política por la FCPyS, UNAM

Estudios realizados: Licenciado en Derecho por la Facultad de

Derecho, UNAM

Maestría en Arquitectura (Urbanismo),

Facultad de Arquitectura, UNAM

Doctorado en Ciencia Política, Facultad de

Ciencias Políticas y Sociales, UNAM

Desempeño laboral actual: Profesor Titular “C” Tiempo completo Definitivo

en la Facultad de Estudios Superiores

“Aragón”, UNAM

Tres trabajos en los últimos años: 1) La izquierda estudiantil en la UNAM.

Organizaciones, movilizaciones y liderazgos

(1958-1972), Miguel Ángel Porrúa/UNAM,

México, 2007, 913 pp.

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I. LOS REFERENTES TEÓRICOS DE LA TRANSICÍON DEMOCRÁTICA

No obstante llevar ya varias décadas en boga, hoy en día la transición democrática sigue siendo un concepto relativamente novedoso dentro del campo de las ciencias sociales y ante todo en el de la ciencia política. Así, para el político y politólogo ecuatoriano Rodrigo Borja, luego de definir a la transición en su sentido más amplio como aquel proceso del transcurrir de una etapa a otra pero con características muy diferentes, también se aboca a la transición en su sentido estricto o restrictivo, respecto de la cual dice que es la sustitución de un régimen autoritario, implantado y ejercido al margen de la ley, por uno nuevo de carácter democrático, en una secuencia carente de traumas y rupturas.2 Por su parte, Guillermo O’Donnell y Philippe C.Schitter, dos de los principales teóricos en la materia, en el tomo dedicado a las conclusiones de su ya clásica obra sobre las transiciones desde un gobierno autoritario, definen a la transición como el “intervalo que se extiende entre un régimen político y otro”.3En tanto que para Julián Santamaría la transición es “un proceso de cambio mediante el cual un régimen preexistente, político o económico, es remplazado por otro, lo que conlleva la sustitución de valores, normas, reglas del juego e instituciones asociadas a éste por otros diferentes”.4 La transición democrática siempre será un proceso relativamente largo que se materializará paulatinamente sin sobresaltos de ninguna índole y por medio de un acuerdo previamente consensuado entre las diferentes fuerzas políticas que confluyen en un determinado sistema político. En efecto, los cambios por transición del régimen autoritario a la democracia o viceversa, resultan totalmente ajenos a cualesquier tipo de ruptura violenta independientemente de la fase en la que ésta se presente. Así por ejemplo, la sustitución del gobierno del general Porfirio Díaz que tuvo lugar en México durante el mes de mayo de 1911 o el cambio del régimen de Fulgencio Batista por el revolucionario en Cuba, en el mes de enero de 1959, en ningún momento constituyeron transiciones sino sustituciones por medio de movimientos revolucionarios armados. En consecuencia, siempre debe tenerse mucho cuidado en no confundir a un proceso de transición con un movimiento revolucionario o, bien, a una acción revolucionaria violenta con un proceso de transición. Por lo demás y abonando en este proceso de cambios paulatinos y no bruscos, habría que destacar que el estado natural de todo sistema político es el de la transición, para no decir que el de la evolución. Efectivamente, siempre éstos viven en medio de dos momentos: el que está en crisis o en el ocaso y el que se

2 Rodrigo Borja, Enciclopedia de la política, 2ª. ed., T.II, Fondo de Cultura Económica, México, 1998, p.1403.

3Guillermo O’Donnell y Philippe C.Schmitter, Transiciones desde un gobierno autoritario. Conclusiones

tentativas sobre las democracias inciertas, vol.4, Paidos, Buenos Aires, 1994, p.19. 4 Julián Santamaría, “Transición controlada y dificultades de consolidación: el ejemplo español”, en

J.Santamaría (Comp.), Transición a la democracia en el sur de Europa y América Latina, Centro de Investigaciones Sociales, Madrid, 1982, p.372.

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anuncia con el nuevo amanecer. En este sentido, pues, la crisis y la transición son conceptos que van estrechamente relacionados porque la crisis rompe con la tranquila continuidad de un sistema.5 Esta nueva situación nos plantea la necesidad de conceptualizar el término crisis. Al respecto, existen por lo menos dos caracterizaciones por demás ilustrativas. Una, la del líder y pensador marxista italiano Antonio Gramsci (1891-1937), quien señaló que, “la crisis surge cuando lo que tiene que morir no muere y lo que tiene que nacer no nace”6, mientras que el pensador español José ortega y Gasset (1883-1955), la caracterizó como “el caducar de un sistema de creencias básicas que no han sido remplazadas”. De esta manera, para complementar su afirmación destacó que un hombre, un grupo o una época se encuentran en crisis mientras viven entre dos creencias al mismo tiempo, pero sin sentirse instalados en ninguna de ellas.7 En síntesis, como en una de las leyes de la dialéctica hegeliana la de la de unidad y lucha de contrarios en la que se señala que las cosas y fenómenos se afirman y se niegan al mismo tiempo, la crisis y la transición van dando pauta a una progresiva desintegración de las instituciones tradicionales y normas que rigen en la organización social para dar origen a nuevas fórmulas de convivencia social. Las rutas de la transición democrática Se entiende por rutas como los caminos, las guías o itinerarios que pueden presentarse en un proceso de transición de un régimen a otro y más particularmente del autoritario al democrático. Hoy en día, en el campo de la literatura política existen una serie de modelos teóricos sobre los procesos transicionales. Algunos de éstos sirvieron de fundamento teórico en la concreción de ciertos procesos transicionales, mientras que otros se han inspirado y elaborado en base a determinadas experiencias de este tipo vividas en tiempo relativamente recientes como es el caso por ejemplo de la transición española. En este caso se encuentra por ejemplo la propuesta de modelo teórico presentada por el profesor español Ramón Cotarelo, quien elaboró dicho planteamiento a principios de los noventa, con base tanto en los aportes teóricos que ya hemos visto anteriormente , como en la experiencia, producto de los resultados que en materia de transición democrática se habían observado en su país a tres lustros de iniciada ésta, así como los procesos transicionales observados a finales de los años ochenta y a principios de los noventa en los países de Europa del Este. Al respecto, el esquema elaborado por Cotarelo denominado de los tres consensos, se divide en las siguientes seis etapas.

5 Rodrigo Borja, Enciclopedia…Op.cit., p.1404.

6 Antonio Gramsci, Passato e presente, Giulio Einaudi, Turín, 1954, p.224.

7 José Ortega y Gasset, El tema de nuestro tiempo, Calpe, Madrid, 1923, p.89.

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1. Existencia de un elemento desencadenante que configura que configura una crisis de régimen.

2. Cambio de paradigma de legitimidad y de sus complejas relaciones con la legalidad.

3. Eliminación del personal político anterior y de su simbología legitimadora. 4. Primer consenso: acuerdo acerca del pasado. 5. Segundo consenso: establecimiento de normas provisionales para debatir

en libertad la última etapa. 6. Tercer consenso: determinación definitiva de las reglas del juego del nuevo

régimen.8 Los principales rasgos definitorios de cada una de las seis etapas son según Cotarelo, las siguientes:

1.Elemento desencadenante. La crisis. Los fenómenos que desencadenan la crisis pueden ser de carácter endógeno o exógeno. Sin embargo, dada la inmensa cantidad de formas en que éstos se presentan resulta imposible encajonar al elemento desencadenante de la crisis en un fenómeno en particular.9

2.El cambio de legitimidad y la legalidad. Implica transformar el fundamento legitimatario del régimen. De la misma forma, la ruptura de la legalidad, provocada por el cambio de la legitimidad, debe quedar reducida a aquellas normas de contenido político, antes de dar paso a la etapa siguiente.10

3.Eliminación del personal anterior y de su simbología. No obstante que aún se mantengan incólumes las estructuras políticas del régimen anterior, será necesario sustituir a su personal político y a su simbología. Esta situación resulta necesaria no sólo por la falta de credibilidad de la clase política anterior.11

4. Primer consenso: el acuerdo sobre el pasado. Todo régimen autoritario que haya tenido una determinada duración, siempre genera resentimientos y rencores a consecuencia de sus arbitrariedades, injusticias y violaciones puras y simples de los derechos humanos, de tal forma que todo aquel miembro de la coalición gobernante del pasado que haya cometido alguna arbitrariedad debe ser castigado, independientemente de que ésta se haya realizado en nombre de la raza superior, la clase revolucionaria, la gloria de Dios, la patria o los intereses de unos u otros. Lo cierto es que ninguna transición dará feliz principio de no haber abordado este difícil problema de llegar a un acuerdo respecto al pasado. De no hacerse así, la transición surgirá con un considerable déficit de legitimidad.12

8 Ramón Cotarelo, “La transición…”, en Op.cit.,p.11.

9 Ibid.

10 Ibid, pp.11-12.

11 Ibid, pp.12-13.

12Ibid, p.13.

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5. Segundo consenso: establecimiento de normas provisionales para debatir las definitivas en un ambiente de libertad. Luego de haberse producido un acuerdo con respecto al pasado (de ser posible una reconciliación), esta nueva etapa es indispensable para lograr la transición democrática. Para ello, el pueblo que quiere lograr la transición, trata de establecer un multílogo entre todos los sectores con opiniones definidas acerca de las reglas del juego político que hayan de aplicarse.13

6. Tercer consenso: determinación definitiva de las reglas de juego del nuevo régimen. En esta última etapa con la que habrá de finiquitarse el proceso transicional normalmente se establece la fórmula compromiso como Ramón Cotarelo denomina al pacto suscrito por las distintas partes. Se trata de una fórmula compromiso en la que “los sectores que negocian su elaboración habrán de ponerse de acuerdo respecto a la existencia de posibilidades razonables de convertirse en mayoría y ese acuerdo sólo puede ser un compromiso por el que la mayoría en un momento dado renuncia a garantizar esa mayoría mediante trucos técnicos o minucias legales y acepta dar las garantías necesarias a la minoría de que podrá ser mayoría.”14

II. LOS COMPONENTES BÁSICOS DEL SISTEMA POLÍTICO MEXICANO

EN EL ANTIGUO RÉGIMEN El sistema político mexicano que, aunque muy minado, perdura hasta el presente, se conformó luego de un largo y sangriento movimiento revolucionario tras el cual la coalición de fuerzas políticas victoriosas le dieron al país un giro radicalmente diferente al que había tenido anteriormente durante los años de la dictadura del general Porfirio Díaz. De esta forma, entre 1917 y 1940 --(años en los que respectivamente se promulgó la nueva Constitución General de la República y en que finalizó el sexenio presidencial del general Lázaro Cárdenas)-- tuvo lugar la fase de formación del nuevo sistema político mexicano. Efectivamente, no fue antes ni después, sino justamente en esos casi cinco lustros cuando dicho sistema quedó perfectamente configurado de manera corporativa por el ensamble de dos componentes básicos e imprescindibles uno del otro. De un lado, una presidencia de la República fuerte, sin contrapesos de ninguna especie, aunque sin reelección y, del otro lado, por un gran partido de Estado. Ambas cuestiones habrían de ser, como acertadamente lo señala el maestro Luis Javier Garrido, “las dos caras de una misma moneda”.15

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Ibid, pp.13-14. 14

Ibid, p.14. 15

Luis Javier Garrido, “La transición a la democracia en México: Los esfuerzos frustrados (1986-1992)”, en Manuel Alcántara y Antonia Martínez (Comps.), México frente al umbral del siglo XXI, Siglo XXI de España, Madrid, 1992, p.152.

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La figura presidencial Al igual que lo acontecido con la inmensa mayoría de los países de América Latina que durante el siglo XIX obtuvieron su independencia de España o Portugal, desde 1824, año en que se promulgó la primera constitución general y ya como República federal, México ha adoptado el sistema presidencialista inspirado en el modelo que desde el siglo XVIII había sido creado y desarrollado en los Estados Unidos de Norteamérica en contraposición de los sistemas monárquico y parlamentario tan en boga en los países europeos de entonces. El sistema presidencialista mexicano se conforma en dos ideas básicas: la división de poderes y el federalismo. De esta manera, el presidente de la república actúa estrechamente combinado con un Congreso integrado bicamaralmente por una Cámara Baja o de diputados y una Cámara Alta o de senadores. Tanto uno como otro son electos por voto universal y directo de los ciudadanos mexicanos y por lo consiguiente ni el primero puede ser destituido por el segundo ni tampoco éste último puede ser disuelto por el presidente. Por su parte, la Suprema Corte de Justicia de la Nación, que es electa en forma muy distinta a la de los otros dos poderes, vela por la constitucionalidad de las leyes y de los actos de gobierno. Finalmente, el principio federal de organización se traduce en una forma complementaria de la división de poderes. Por lo demás, en un sistema presidencialista, el titular del Ejecutivo reúne al mismo tiempo dos características: la de ser jefe de Estado y jefe del gobierno, independientemente del Congreso y también de los ciudadanos. Esta situación ha dado pauta para que en Latinoamérica en lo general y en México en lo particular, la presidencia de la república, históricamente haya estado de hecho y de derecho muy por encima de los otros dos poderes, al grado de convertirse, según lo escrito por el extinto historiador mexicano, Daniel Cosío Villegas, en una especie de “monarquía absoluta, sexenal y hereditaria en línea transversal”16 o, en “una dictadura constitucional (con) facultades casi omnímodas para legislar (…) transformándolo en árbitro supremo del país” 17, o en una “congregación de facultades omnímodas y la posibilidad de usarlas con plenitud; (…) el don autocrático de nombrar al próximo presidente y (…) la fantasía de regir detalladamente a una burocracia cada vez más autónoma; (…) la decisión unipersonal de endeudar a la nación y es la impotencia ante el agravamiento de los problemas centrales”.18 Tal y como lo señalan estos tres autores, hasta por lo menos el año de 1997 lo que realmente existió en México fue una verdadera superpresidencia que mantenía un poder prácticamente omnímodo de hecho y de derecho sobre todos los demás factores reales y formales del sistema político mexicano como era el

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Daniel Cosío Villegas, El sistema político mexicano, Joaquín Mortiz, México, 1979, p.31. 17

Juan Felipe Leal, La burguesía y el Estado mexicano, El Caballito, México, 1974, p.177. 18

Carlos Monsiváis, “En virtud de las facultades que me han sido otorgadas… Notas sobre el presidencialismo a partir de 1968”, en Ilán Semo (presentación), La transición interrumpida. México 1968-1988, Universidad Iberoamericana/Nueva Imagen México, 1993, p.133.

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caso ser el jefe de facto del partido de Estado, cuyos órganos formales estaban totalmente supeditados a él, del Poder Judicial, las cámaras de diputados y senadores, el Ejército y los gobernantes de las 32 entidades federativas de la República.19 Así, en el caso de la Suprema Corte de Justicia, la totalidad de los ministros de la misma estaban totalmente supeditados al presidente de la República en turno. De una u otra manera, éste era quien proponía y avalaba la estancia de los ministros en el cargo. Por su parte, en lo referente al Congreso de la Unión es importante destacar que hasta mediados de los años sesenta la Cámara Baja estuvo integrada casi unánimemente por miembros del partido de Estado, la excepción la constituían algunos diputados de oposición que de vez en cuando lograban ganar algún distrito electoral por mayoría.20 Aunque a decir verdad, la presencia de éstos en la mencionada Cámara era meramente simbólica. Sin embargo, con la puesta en práctica de los denominados “diputados de partido” esta instancia adquirió un simbólico rasgo de pluralidad con la llegada de legisladores del Partido Acción Nacional (PAN), Partido Popular Socialista (PPS) y Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM). Empero, en donde no se detectó la más mínima apertura democrática fue en el seno de la Cámara Alta que para entonces estaba conformada por 64 miembros. A razón de dos senadores por cada una de las entidades federativas del país. Por esto, desde 1917 en que concluyó la lucha armada entre las diferentes facciones revolucionarias y hasta 1988,21 el cien por ciento de los escaños de dicho órgano fueron ocupados por los miembros de la coalición triunfante-gobernante. Una situación totalmente similar a la de los senadores es la que se observó desde aquella misma fecha y hasta 1989 con los gobernadores de los estados. En este caso, el presidente de la República era la única persona que tenía el derecho de decidir los nombres de las personas que deberían de gobernar determinada entidad federativa. En esta tesitura, cuando el nombre de un candidato estaba decidido por el presidente no había absolutamente nadie en el mundo que pudiese oponerse a su determinación: ni el partido y mucho menos los electores que se manifestaban en las urnas. Una vez “destapado” y hecho público el nombre del candidato, de inmediato era ratificado por el partido el cual ---y como una mera formalidad--- debería de organizarle la respectiva campaña

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Lorenzo Meyer, La segunda muerte de la Revolución Mexicana, Octava edición, Cal y Arena, México, 1992. 20

Por ejemplo, durante los comicios federales de 1946, justamente cuando entró en vigor la nueva Ley Electoral, la oposición ganó y logró que se le reconocieran cinco escaños en la Cámara de Diputados: cuatro del Partido Acción Nacional y uno del Partido Fuerza Popular (PFP—brazo electoral de la Unión Nacional Sinarquista—UNS), que aún contaba con registro. Cfr. Véase a Carlos Sirvent, “Reformas y participación electoral en México, 1910- 2003”, en Octavio Rodríguez Araujo y Carlos Sirvent, Instituciones electorales y partidos políticos en México, Jorale Editores, México, 2005, pp.89-90.(Colección Política y Sociedad). 21

Efectivamente, fue hasta 1988 cuando por primera vez durante todo el siglo XX una organización opositora ganó escaños en el Senado a través de las urnas. Se trató de los cuatro senadores correspondientes al Distrito Federal y al estado de Michoacán que fueron ganados por el otrora Frente Democrático Nacional (FDN), del que pocos meses después surgió el Partido de la Revolución Democrática. Los nombres de estos senadores fueron Porfirio Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez, Cristóbal Arias y Roberto Robles Garnica.

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político-electoral que poco después concluiría con su “contundente triunfo” en las urnas. Era el último acto de formalización de la voluntad presidencial. Por todas estas razones, más que a los votantes o a su partido, los gobernadores quedaban eternamente agradecidos y por lo consiguiente supeditados con el todopoderoso “Señor Presidente de la República”. Igualmente, el hecho de que por alguna razón un gobernador cayera de la gracia del Presidente, podía ser motivo de un cese fulminante y hasta del fin de la carrera política en por lo menos el tiempo restante del respectivo sexenio. Paralelamente a la total supeditación de las instancias formales al Presidente, el régimen encabezado por éste también mantenía una estrecha alianza con los más importantes elementos que históricamente han constituido el poder real en México, hoy en día conocidos como los poderes fácticos, tal era el caso de la Iglesia católica, los agrupamientos empresariales, el grueso de los directores de los diarios y revistas de circulación nacional, y los concesionarios de las radiodifusoras y televisoras. Así, en lo referente a la Iglesia católica hay que destacar que luego de la llamada Guerra cristera que se suscitó en el país entre los años de 1926 y 1929 y que enfrentó a los católicos con el Estado, ambos adversarios suscribieron un “pacto de no agresión” con el que provisionalmente y de facto se puso fin a una larga y desgastante disputa histórica entre ambos poderes que se había iniciado casi un siglo antes, cuando el presidente Benito Juárez expidió Las leyes de Reforma y separó a la Iglesia y el Estado. Asimismo, pocos años después de haberse suscrito el pacto con el que concluyó aquella guerra, el general Manuel Ávila Camacho, siendo Presidente de la República, se autodefinió creyente católico. Tal confesión, sin lugar a dudas, fue considerada como un verdadero espaldarazo del gobierno mexicano a la Iglesia. A partir de ese entonces, la Iglesia católica actuaría todavía con mucho más libertad de la que ya de por sí venía gozando. Todo esto, aún cuando muchas de sus prácticas cotidianas fueran desarrolladas violentando abierta y flagrantemente la Constitución general de la República. El otro de los poderes fácticos importantes era el sector empresarial. Desde entonces y como hasta ahora los empresarios se encontraban corporativamente aglutinados en distintas organizaciones tal y como era el caso de la poderosa Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex), la Confederación de Cámaras Industriales (Concamin) y la Cámara Nacional de la Industria de la Transformación (Canacintra), entre algunas otras.22 Al respecto hay que decir, que aunque varias de estas organizaciones no ocultaban su antipatía con muchas de las políticas económicas y sociales del Estado y su partido, casi siempre terminaban allanándose a la política gubernamental. En correspondencia, el régimen les otorgaba un conjunto de concesiones y por supuesto los consultaba en todas las ocasiones en que se pensaba tomar alguna determinación política, económica y social que tenía que ver con su campo de acción. Al igual

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Para tener una mayor información sobre el comportamiento del sector empresarial durante el periodo analizado se recomiendan las siguientes lecturas: Julio Labastida, El pensamiento empresarial mexicano, Alianza Editorial/Instituto de Investigaciones Sociales, UNAM, México, 1990 y Carlos Arriola, Las organizaciones patronales, El Colegio de México, México, 1980 (Colección Jornadas, 19).

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que lo sucedido con la Iglesia católica, también existía un pacto de convivencia y de respeto mutuo entre el Estado y el sector empresarial. Por otro lado, en lo referente a los medios de comunicación masiva impresos habría que decir que con la excepción de algunos órganos periodísticos de carácter totalmente marginal editados por organizaciones políticas tanto de izquierda como de derecha, tal y como eran por ejemplo la revista La Nación23 y el periódico La Voz de México24, así como por las revistas Siempre!, Política y Sucesos, la inmensa mayoría, por no decir que la totalidad de los medios de este género que conformaban la denominada “gran prensa comercial”, vivían prácticamente supeditados al régimen y por lo consiguiente, salvo contadísimas excepciones, sus páginas estaban totalmente cerradas para las opiniones críticas o independientes del gobierno y su partido. En este sentido, no sólo se practicaba continuamente la censura por parte del gobierno, sino también la autocensura de los propios directores de diarios y revistas, debido al temor siempre latente de que en represalia no se les otorgara publicidad gubernamental o que se les negara la venta de papel que el Estado controlaba a través de la empresa paraestatal Productora e Importadora de Papel, S.A. (PIPSA), fundada durante el régimen cardenista con un fin no solamente comercial, sino también político.25 Una situación muy similar a la de los medios impresos es la que vivían los concesionarios de las radiodifusoras y televisoras privadas, históricamente monopolizadas por un reducido grupo de empresarios de la comunicación dentro del cual han destacado las familias Azcárraga (Milmo y Vidaurréta), O’Farril, Serna, Aguirre, Alemán, etcétera; aunque en gran medida y dado el carácter conservador y hasta reaccionario que en México siempre han tenido la mayor parte de éstas, dicha supeditación era más bien producto de una plena convicción política e ideológica de éstos que de una imposición gubernamental. Para entonces, tanto era el control ejercido por el Presidente de la República sobre el grueso de los elementos reales y formales del sistema que daba la pauta para que éstos siempre estuvieran dispuestos a cerrar filas en torno a éste. En México y por muchas décadas, esta fue una de las prácticas más recurrentes cuando tenía lugar alguna movilización o expresión social fuera de de los cánones o del control corporativo del régimen, aún y cuando ésta se desarrollara dentro de los marcos de la legalidad y el orden.

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Órgano oficial del Partido Acción Nacional. 24

Órgano oficial del Partido Comunista Mexicano que había sustituido al histórico periódico El Machete, el que a su vez a partir de 1970 se transformó en la revista quincenal Oposición que después se convirtió en periódico semanal. 25

Silvia González Marín, Prensa y poder político. La elección presidencial de 1940 en la prensa mexicana, Siglo XX1/UNAM, México, 2006, pp.121-125.

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El partido de Estado Luego de una turbulenta etapa pos-revolucionaria que se extendió desde 1917 hasta finales de los años veinte,26 en 1928, tras el asesinato del general Álvaro Obregón, la nueva coalición gobernante que se aglutinaba en torno al Presidente de la República y que se autodenominada con el pomposo nombre de la Familia Revolucionaria,27 decidió pasar del régimen de los caudillos al de las instituciones. Fue así como se formalizó la fundación de su órgano político electoral o partido de Estado al que se denominó Partido Nacional Revolucionario (PNR), aglutinando en su seno a todos aquellos mexicanos que estuvieron de acuerdo e hicieron suyos los postulados de la Revolución mexicana y quienes desde que concluyó la lucha armada de 1910-1917, venían actuando a través de diferentes agrupamientos regionales con distinta influencia y magnitud que se encontraban diseminados a lo largo y ancho de la República mexicana. Por eso, en sus inicios, más que una organización partidaria única y cohesionada, el PNR fue más bien un partido de partidos, una gran coalición de

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Los años que van de 1917 a 1928 históricamente se caracterizan en México no solamente por la gran cantidad de acciones implementadas por la coalición gobernante triunfante tendientes a la construcción del nuevo Estado nacional, sino que también por la continuación de los enfrentamientos armados entre las distintas facciones revolucionarias. Al respecto, la causa más recurrente de las disputas sería el poder presidencial. En esta tesitura, a principios de la década de los veinte cuando estaba por terminar el cuatrienio de Venustiano Carranza, tuvo lugar un enfrentamiento entre éste con Álvaro Obregón, quien había sido su más importante aliado durante la fase de la lucha armada entre facciones revolucionarias. Finalmente la contienda armada terminó con la muerte del primero. En 1923 tuvo lugar un nuevo conflicto entre caudillos revolucionarios una vez que el general Adolfo de la Huerta, prominente miembro del entonces hegemónico grupo Sonora, llevó a cabo la denominada “Rebelión delahuertista” que tuvo como fin disputarle la candidatura presidencial a su antiguo compañero de armas, el general Plutarco Elías Calles. La Rebelión, sin embargo, fue derrotada y éste último accedió a la silla presidencial. Cuatro años después, otro grupo de militares encabezados por los generales Francisco Serrano y Arnulfo R. Gómez hicieron exactamente lo mismo, pero ahora enfrentándose al general Obregón, quien pretendía reelegirse como Presidente de la República, tras haberse reformado la Constitución que la prohibía. Empero, al igual que Carranza y De la Huerta, el movimiento anti obregonista también fue aniquilado y sus principales protagonistas asesinados en el poblado de Huitzilac, estado de Morelos. Finalmente, en 1929, tuvo lugar la última rebelión militar por el poder, encabezada por el general José Gonzalo Escobar, misma que también fue derrotada. Además de las disputas armadas por la silla presidencial, durante este periodo tuvieron lugar muchos otros hechos violentos como fueron los casos de los asesinatos de Emiliano Zapata y Francisco Villa, en 1919 y 1923, respectivamente, así como la Guerra cristera que se inició en 1926 y concluyó tres años después. 27

El concepto de familia revolucionaria fue acuñado por el general Plutarco Elías Calles en vez del de coalición gobernante o revolucionaria. Lo adoptó la facción que resultó triunfante durante la segunda fase de la Revolución mexicana, producto de la alianza entre los sectores medios y grupos campesinos, luego de los enfrentamientos político-militares que tuvieron lugar en el país entre las diferentes facciones revolucionarias que inicialmente habían luchado para derrocar al dictador Porfirio Díaz y que poco después se volvieron a unificar para luchar en contra del general Victoriano Huerta, quien en el mes de febrero de 1913 usurpó la presidencia de la República, tras haber asesinado a Francisco I. Madero y José María Pino Suárez, presidente y vicepresidente de la República, respectivamente. Para profundizar en el estudio de estos conceptos se recomiendan los siguientes trabajos: Frank Brandenburg, The Making oo Modern Mexico, Prentice Hall, New Jersey, 1964 y Vincent Padgett, El Mexican Political System, Hougton Mifflin, Boston, 1966.

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caudillos revolucionarios políticamente controlada por su principal ideólogo y fundador, el general Plutarco Elías Calles, quien a su vez se hacía llamar el “Jefe máximo de la Revolución mexicana”. Paulatinamente el nuevo agrupamiento partidario fue estableciendo una férrea disciplina entre los numerosos y heterogéneos componentes del mismo.28 Pero independientemente de ello, desde un principio este nuevo órgano se convirtió de facto en un aparato político cuyo fin no sería la disputa electoral por el poder puesto que ya lo tenía, sino consolidarlo. En esta dirección, el nuevo aparato fue perfeccionando sus métodos y estrategias de cooptación y penetración política e ideológica hasta convertirse en un sólido y verdadero partido de Estado. Esto es, en un agrupamiento político con características muy similares a las que adoptaban los partidos de Estado fundados y promovidos desde la cúpula del poder, en regímenes tradicionalmente autoritarios existentes ya sea en países capitalistas con dictaduras militares o hasta en las repúblicas de carácter socialista como era el caso del célebre Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), entre muchos otros. Una vez fundado, dicho órgano sería objeto de dos operaciones fundamentales que trajeron aparejada tanto el cambio de nombre y siglas como la forma de hacer política en el seno de la sociedad mexicana en general. Así, durante la primera de estas transformaciones que tuvo lugar durante el sexenio del general Lázaro Cárdenas, el PNR pasó a ser el Partido de la Revolución Mexicana (PRM). En su nueva situación el partido de Estado dejó de ser ya la coalición de jefes militares y de caudillos regionales que controlaba el general Plutarco Elías Calles, para convertirse en lo sucesivo en un órgano dependiente directamente del Presidente de la República en turno. Igualmente, a partir de entonces dicho agrupamiento estaría conformado por grandes grupos sociales organizados corporativamente en cuatro sectores básicos: obrero, campesino, popular y militar. Esto es, por los sectores fundamentales de la sociedad mexicana de ese momento. En este tenor, desde un principio, se establecieron como pilares fundamentales en su respectivo sector a la Confederación de Trabajadores de México (CTM) y la Confederación Nacional Campesina (CNC). Poco tiempo después, pero cuando ya el PRM había desaparecido, el tercero de los sectores quedó conformado como la Confederación Nacional de organizaciones Populares (CNOP). Tras esta mutación y en forma muy diferente a lo que ocurrió después del periodo cardenista, los sectores gozaron de una relativa autonomía en cuanto a su relación con el gobierno. Gracias precisamente a ello, el PRM en lo general y las organizaciones obreras y campesinas en lo particular, pudieron desarrollar una intensa movilización en apoyo no solamente de de sus propias

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Lorenzo Meyer, Rafael Segovia y Alejandra Lajous, Historia de la Revolución Méxicana. Periodo 1928-1934. Los inicios de la institucionalización. La política del Maximato, El Colegio de México, México, 1978, pp.36 y ss.

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reivindicaciones sociales sino también de la política nacionalista, internacionalista y anti-imperialista practicada por el gobierno del general Lázaro Cárdenas29. Por su parte, la segunda y última transformación que tuvo lugar en el entonces partido oficial fue la que se llevó a cabo en 1946 cuando el PRM se convirtió en el Partido Revolucionario Institucional (PRI). En esta nueva fase, además del cambio de nombre, también se ratificó la eliminación que desde 1942 se había hecho del sector militar. Al respecto hay que señalar que mientras que los militares dejaban la política partidista y se replegaban para siempre en sus cuarteles, los civiles provenientes de los sectores medios conformados por una amplísima gama de grupos dentro de los que destacaban profesionistas, burócratas, universitarios, etcétera, empezaron a crecer significativamente y a ocupar los diferentes espacios de poder político tanto en el seno de la burocracia estatal como en la propia organización partidaria. Por lo demás, la emergencia y presencia de los sectores medios en la vida política nacional, no era casual sino que tenía su fundamento en el acelerado proceso de modernización que vivía el país a raíz de la industrialización y urbanización que empezó a repuntar en México desde los albores de la década de los cuarenta. En este nuevo contexto, los otrora hegemónicos y activos sectores obreros y campesinos con una posición mucho más clasista, empezaron a descender en actividad e influencia política, mientras que el otrora marginado sector popular poco a poco se fue apoderando del liderazgo del moderno partido de Estado reformado e institucionalizado. Con esta nueva transformación partidaria el otrora discurso radical de los años del cardenismo que aceptaba la existencia de explotados y explotadores y de ricos y pobres terminó definitivamente. De esta forma , la reforma agraria se convirtió en industrialización, la lucha de clases en “unidad nacional”, el socialismo en mexicanidad y la revolución en evolución. En otro orden de cosas es necesario manifestar que con la conformación del partido, el otrora inestable sistema político mexicano entró de lleno en un sólido proceso de institucionalización y estabilidad. De esta manera, arropado en la ideología del nacionalismo revolucionario, desde un principio el partido se erigió como el único heredero de las conquistas obtenidas por la Revolución mexicana plasmadas en la Constitución de 1917 como si éste hubiese sido el único que las logró. En tal dirección, se manifestaba como defensor, por lo menos declarativamente, de la educación pública, laica y nacionalista; del derecho al trabajo, la sindicalización, la contratación colectiva y la huelga; del derecho a la tierra tanto en su modalidad privada, ejidal y comunal. Simultáneamente, se pronunció por seguir manteniendo la separación entre la Iglesia y el Estado, así como el derecho de este último a intervenir en la economía. Por último, también se manifestaría por la independencia y soberanía nacional, la autodeterminación de los pueblos y la no intervención de ningún país en los asuntos internos de otro. Con este discurso que en no pocas ocasiones resultaba más retórica que realidad,

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Para el análisis de este importante periodo de la vida de México es muy recomendable la lectura del historiador inglés Alan Knight, “La última fase de la Revolución: Cárdenas”, en Timothy Anna, Historia de México, 2ª.ed., Crítica, Barcelona, 2003, pp.250-320.

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durante mucho tiempo el partido pudo lograr el reconocimiento de amplios sectores de la población. Concomitantemente a su discurso, por medio de sus sectores el partido de Estado ejercía un férreo control corporativo de la amplia gama de organizaciones obreras, campesinas y populares afiliadas a él. En este aspecto, actuaba exitosamente poniendo en práctica distintas modalidades de control, cooptación y manipulación como era el clientelismo político y el célebre charrismo sindical.30 Sin duda, una de las prácticas de corrupción, manipulación y control más comunes y socorridas del movimiento obrero mexicano. Inicialmente las prácticas charriles se implementaron en los sindicatos. Sin embargo, a medida en que aquéllas resultaron exitosas, un poco más tarde también se extendieron e institucionalizaron en el resto de las demás organizaciones sociales de carácter campesino, popular, urbano y hasta estudiantil. Todo esto, con la abierta complacencia y el apoyo tanto del gobierno como de su partido. A todo lo anterior habría que abonar el hecho de que en México no existían órganos electorales independientes puesto que el sistema electoral, a decir del investigador Ilán Semo, estaba totalmente cautivo administrativa y legalmente por el gobierno y su partido.31 Así, los comicios eran organizados por el propio Poder Ejecutivo a través de la Secretaría de Gobernación. En ese contexto, los procesos electorales resultaban ser una mera formalidad o parte de un ritual de legitimación de la voluntad unipersonal del Presidente de la República en turno o, cuando mucho, de los gobernadores de los estados. Debido a este control, desde su aparición formal como partido de Estado y hasta antes de los comicios federales de 1988, éste nunca tuvo una derrota electoral, por lo menos oficialmente reconocida, en lo correspondiente a la elección de senadores, gobernadores de los estados y con mucha mayor razón de Presidente de la República. Con todos estos antecedentes muy bien puede afirmarse que durante todo este periodo el país fue el reino de un partido prácticamente único que ocupaba y monopolizaba la totalidad de los espacios de poder político en México. Así, de costa a costa y de frontera a frontera y desde la más modesta y apartada regiduría y hasta la presidencia de la República, eran cotos de poder de este partido. Por ello, en su momento, Giovanni Sartori, no exageró cuando

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El concepto de charrismo sindical surgió, se desarrolló y consolidó en México durante el sexenio del presidente Miguel Alemán Valdés, quien gobernó al país entre 1946 y 1952. El prototipo que sirvió de inspiración y de donde nació el concepto fue el señor Jesús Díaz de León, líder del Sindicato de Trabajadores Ferrocarrileros de la República Mexicana, a quien apodaban con el El Charro porque siempre usaba un sombrero charro y además era muy afecto a los jaripeos . El liderazgo de Jesús Díaz de León se caracterizaba por efectuar todo tipo de prácticas de corrupción dentro del gremio que dirigía. Al respecto, no convocaba a asambleas a sus representados, mantenía acuerdos secretos con la administración ferrocarrilera que iban contra los intereses de los trabajadores, no daba cuenta de Las finanzas del sindicato, utilizaba grupos de choque o golpeadores para reprimir todo tipo de inconformidades y oposiciones de los sindicalizados, etcétera. 31

Ilán Semo, “Democracia de élites versus democracia societal: Los paradigmas de la pretransición mexicana”, en Ilán Semo (Coord.), La transición interrumpida. México 1968-1988, Universidad Iberoamericana/Nueva Imagen, México, 1993, p.202.

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caracterizó al PRI como un partido “hegemónico pragmático”32. Tampoco lo hizo el escritor peruano de tendencia conservadora, Mario Vargas Llosa, cuando a principio de los años noventa dijo que en México existía “una dictadura perfecta”. Se refería a la dictadura del PRI. La oposición ficticia y verdadera Históricamente se ha demostrado que independientemente del control que mantenga un régimen político de carácter autoritario, siempre requiere de un mínimo de legitimidad para seguirse sosteniendo. En cambio, cuando ésta falta, ese régimen es candidato idóneo a derrumbarse en cualesquier momento. Y aunque si bien es cierto que esto no acontecía en México puesto que el PRI mal o bien contaba con un significativo consenso entre amplios sectores de la población, también lo es el hecho de que requería de una mayor legitimación ante la opinión pública nacional e internacional. Esto es, necesitaba hacer creer que en México existía un clima democrático y un verdadero juego de partidos. Tendiente a cumplir con este objetivo, el régimen adoptó el pluralismo limitado y conformó un sistema de partidos totalmente a su modo, con supuestos canales de opinión para las distintas expresiones políticas e ideológicas de la derecha, el centro y la supuesta izquierda que se manifestaban en el seno de la sociedad mexicana. En otras palabras, constituyó y toleró a una seudo oposición u oposición leal a su antojo. En esta perspectiva, en el centro derecha consideró y toleró la existencia del Partido Acción Nacional. Se trataba de una organización que fue creada en septiembre de 1939; inspirada en gran medida en los principios económicos y políticos del liberalismo y de la doctrina social de la iglesia católica. Por lo consiguiente, esta organización se constituyó en una férrea defensora de la democracia burguesa y de la propiedad privada de los medios de producción.33 Por tales razones, la coyuntura más inmediata de la aparición del panismo fue su abierta oposición a la serie de reformas sociales implementadas durante el sexenio del general Lázaro Cárdenas arguyendo que eran de carácter socializante. De esta manera, desde un principio este agrupamiento estuvo en total desacuerdo con la reforma agraria y por ende con el ejido; de que la educación fuera laica, de carácter público y que la manejara el Estado; igualmente, rechazaba los sindicatos, el derecho de huelga y la contratación colectiva. También se oponía a que en México persistiera la separación entre la Iglesia y el Estado, entre muchas otras cuestiones. Concebido como un partido de cuadros, durante sus inicios en el PAN confluían una parte considerable de los sectores medios altos, ex latifundistas afectados y despechados por la política agraria de la Revolución mexicana y más particularmente la implementada a lo largo del sexenio cardenista.

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Giovanni Sartori, Sistema de partidos 1, Alianza Editorial, México, 1980. p.281. 33

Octavio Rodríguez Araujo, La reforma política y los partidos en México, 5ª. edición, Siglo XXI, México, 1989, pp.125-141.

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Sin embargo, durante todo el periodo al que nos hemos estado refiriendo, el PAN fue un partido con una presencia político-electoral poco relevante ya que su influencia se circunscribía a zonas urbanas muy localizadas del norte, centro –occidente y sureste de la República, justamente en los ámbitos de mayor influencia de la Iglesia católica y en donde la rebelión cristera de finales de los años veinte resultó más activa y sangrienta. Por otro lado, para cubrir el centro, en 1954, el régimen alentó y apoyó a un grupo de veteranos del movimiento armado de 1910-1917 para que conformaran el denominado Partido Auténtico de la Revolución Mexicana, que no era otra cosa más que una caricatura de partido político sin la más mínima presencia e influencia política y electoral en el país. Finalmente, el flanco izquierdo fue ocupado por el Partido Popular (PP), fundado en 1948 por un grupo de marxistas encabezados por Vicente Lombardo Toledano, reconocido intelectual de izquierda, quien desde los años veinte, y sobre todo en la década de los treinta, había jugado un importantísimo papel tanto en el seno de la Universidad Nacional como en el movimiento obrero mexicano, puesto que fue el fundador y primer secretario general de la poderosa e influyente Confederación de Trabajadores de México (CTM), creada en 1937 en pleno cardenismo. Doce años después de haber sido fundado, el PP fue rebautizado con el nombre de Partido Popular Socialista (PPS), el que por su parte desde un principio dijo identificarse abiertamente con la línea política e ideológica de la otrora Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas (URSS) y por ende con el PCUS.

Pero independientemente de que tanto el PPS como el PARM se autodenominaban opositores, en la vida real actuaban como verdaderos partidos comparsa, satélites o paraestatales ya que siempre estuvieron dispuestos a validar incondicionalmente la política del régimen, legitimando un supuesto juego plural y democrático de partidos a todas luces inexistentes. Gracias a esto, ambos agrupamientos no solamente recibían el beneficio de ser oficialmente reconocidos y formar parte del sistema de partidos, sino también varios escaños en la Cámara de Diputados federal, aun sin tener derecho a ellos. Esta situación se hizo mucho más evidente luego de que en 1963 se reformó la ley electoral creándose la figura de “Diputados de partido” con el argumento discursivo de favorecer a las minorías que contaban con registro como entonces eran el PAN, PARM y PPS. En dicha reforma quedó establecido que aquel partido que obtuviese el 2.5 % de la votación total tendría derecho de principio a tener cinco curules en la Cámara de Diputados federal, más otro escaño por cada 0.5 % de la votación, hasta llegar a 20 el total de diputaciones que un partido podía tener por dicha vía. Sin embargo, en los comicios federales de 1964 el PPS sólo obtuvo el 1.37 % de la votación total, y el PARM el 0.71 %. Pese a esto ambos partidos recibieron 10 y 5 diputaciones, respectivamente, con base en “una interpretación flexible de

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la ley” que el PRI se sacó de la manga.34 Esta práctica fue la constante hasta por lo menos la legislatura que estuvo vigente entre 1976 y 1979, poco antes de que se pusiera en práctica la Reforma Política que coadyuvó a que los procesos electorales empezaran a ser más competitivos y por ende cuidados por los diferentes partidos contendientes y más particularmente los verdaderamente opositores. Muy al margen del sistema oficial de partidos por la negativa gubernamental de reconocerlos, se encontraban el PCM y la UNS caracterizados por el régimen como de extrema izquierda y extrema derecha, perspectivamente. De ambos agrupamientos el más representativo y significativo históricamente hablando, era el PCM del cual habría que decir que independientemente de que entonces era el partido más antiguo de México puesto que había surgido en 1919 y de mantener una significativa presencia entre algunos núcleos de maestros, intelectuales, periodistas, obreros, campesinos y estudiantes, era la organización más acosada del país. Así, en infinidad de ocasiones este partido sufrió el allanamiento policiaco de sus oficinas, la destrucción de sus imprentas, el robo de sus archivos y periódicos, y la persecución, encarcelamiento y asesinato de sus dirigentes y militantes. Ante tal situación, una gran parte de sus actividades, incluidos algunos de sus congresos, los tuvo que realizar en la más completa clandestinidad.

III. LA CRÍSIS DEL SISTEMA POLÍTICO MEXICANO

Para mediados del siglo XX México contaba con una economía muy estable y en franco proceso de crecimiento. Sin embargo, tal situación no era ninguna casualidad sino el resultado de la confluencia de una serie de factores de carácter nacional e internacional de índole económico, político y social, dentro de los que se inscribían entre algunos otros la puesta en práctica del nuevo modelo de acumulación de capital denominado sustitución de importaciones, la Segunda Guerra Mundial, el proceso de industrialización, el control corporativo de las organizaciones sociales y la férrea represión con la que se aplastó todo tipo de movilización social independiente. Fue a finales la década de los cincuenta cuando el otrora estable sistema político mexicano presentó sus primeros signos de agotamiento.Tal situación dio pauta para que en México se empezaran a gestar y desarrollar los que sin duda fueron los primeros signos serios de descontento político y social y de agudización de la lucha de clases, inicialmente protagonizados de manera fundamental por las clases medias y en menor medida por los sectores populares. Asimismo, es a partir de este momento cuando se inició en la República un largo y sinuoso proceso de transformación política que a medio siglo de haberse comenzado, aún no se ha consolidado.

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Octavio Rodríguez Araujo y Carlos Sirvent, Instituciones electorales y partidos políticos en México, Jorale Editores, México, 2005 (Colección Política y Sociedad), p. 93.

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Al respecto de este punto de inflexión, hay dos factores históricos a todas luces determinantes: a) El corolario de movimientos huelguísticos sindicales que tuvieron lugar en México en las postrimerías de los años cincuenta y, b) una activa movilización política estudiantil. La insurgencia social Entre 1958 y 1959, periodo de transición del Poder Ejecutivo Federal (último año del periodo presidencial de Adolfo Ruiz Cortines y el primero del Presidente Adolfo López Mateos) tuvieron lugar en el país una serie de movimientos huelguísticos protagonizados por diferentes núcleos de trabajadores cuyos servicios eran prestados en diversas dependencias gubernamentales o en órganos descentralizados del Estado mexicano como fue el caso del sector magisterial, los petroleros, los telegrafistas y, sobre todo, los ferrocarrileros quienes fueron los que protagonizaron las movilizaciones más emblemáticas de fines de esa década.35 Casi de manera simultáneamente al descontento de la clase obrera por cierto férreamente reprimida por el Estado, en las principales instituciones públicas de educación media y superior de la República mexicana también se inició una activa movilización política que poco a poco fue ascendiendo cualitativa y cuantitativamente a lo largo de toda la década de los sesenta hasta desembocar en el 68. De esta manera, coincidiendo con la ola de protestas estudiantiles que en 1968 se suscitaron en casi todo el mundo, así como con los preparativos de los XIX Juegos Olímpicos que tendrían lugar en México durante el otoño de ese año, en la última semana de julio se inició en la capital de la República la movilización social más importante e impactante del siglo XX en el país, después de la Revolución mexicana de 1910-1917. Protagonizada por los estudiantes de la UNAM, el IPN, la Escuela Nacional de Agricultura Chapingo y la Escuela Nacional de Maestros, esta protesta no surgió por generación espontánea, tampoco se trató de una réplica más de la rebelión estudiantil que quería cambiar el mundo y que en esos momentos tenía lugar en no pocas universidades norteamericanas y europeas, sino que se trató de una movilización cuyo objetivo era la conquista de las libertades democráticas en México.36 Por lo demás, si hubiera que evaluar esta movilización por los puntos de su pliego petitorio logrados y por la forma en que el gobierno enfrentó al conflicto, esto es, acosándolo y reprimiéndolo severamente, se podrá decir que dicha protesta fue rotundamente derrotada. Sin embargo, si se le observa por el lado de los efectos políticos y culturales que provocó a mediano y aún a largo plazo, la rebelión estudiantil de 1968 constituyó una contundente victoria para los movilizados, ya que si bien es cierto que la masacre del 2 de octubre logró su

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José René Rivas Ontiveros, La izquierda estudiantil en la UNAM. Organizaciones, movilizaciones y liderazgos (1958-1972), UNAM/Miguel Ángel Porrúa, México, 2007, pp.119-128. 36

Ibid., Véase el Capítulo 8 referido al análisis del 68 mexicano, pp.501-625.

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objetivo más inmediato como es el hecho de desarticular o al menos minar la protesta que tendía a extenderse entre otros núcleos de la población, lo es también que no pudo impedir el surgimiento “de una etapa de transición a una nueva cultura política que asumiría como centralidad la cuestión de la democracia como modo de vida del país”.37 En esta perspectiva, el derrotado fue para el viejo régimen priista que a partir de Tlatelolco quedaría todavía más deslegitimado de lo que ya antes estaba.

IV. LA NUEVA CULTURA POLÍTICA La nueva cultura política que surgió en México a partir de 1968 se daría totalmente fuera de los controles corporativos del gobierno y su partido, y desde un principio se encaminó directamente a cercenar al silencio, al conformismo, a la despolitización y la atomización que autoritariamente habían sido auspiciadas e impuestas durante décadas en todos los ámbitos de la sociedad mexicana. Sería una cultura radicalmente diferente que empezaría a desarrollarse dentro de los múltiples parámetros discursivos de la izquierda mexicana de ese entonces. Por lo demás, esta nueva cultura política habría de permear fundamentalmente en las organizaciones y movimientos sociales independientes, la guerrilla, los partidos políticos, la universidad y el periodismo. En lo que respecta a los movimientos sociales hay que decir que desde los albores de los setenta, además de las tradicionales acciones estudiantiles que se siguieron suscitando en diferentes partes de la república, también hicieron su aparición las primeras movilizaciones obreras independientes luego de un largo periodo de reflujo generado por la brutal represión con que se habían acallado otros movimientos del mismo sector. En esta dirección, los principales punteros que inauguraron la nueva gesta de protestas en aquel sector serían los trabajadores electricistas, seguidos de los empleados administrativos, docentes e investigadores de las instituciones públicas de educación superior quienes gestaron y le dieron vida al activo sindicalismo universitario de nuevo tipo. Tanto éstas como muchas otras movilizaciones obreras que tuvieron lugar durante las siguientes décadas, cuestionando severamente al charrismo sindical, dieron pauta a la conformación del sindicalismo independiente; referente cualitativa y cuantitativamente distinto al oficialista, cuya principal característica sería desarrollarse al margen de los controles corporativos del régimen. Po otra parte, también sería en los años setenta cuando los habitantes de las colonias populares de diversas ciudades constituyeron el movimiento urbano popular. En otras palabras, una inédita forma de organización social cuya finalidad inicial sería meramente reivindicativa, esto es, lograr de las diferentes instancias del poder la creación o mejora de los servicios urbanos más elementales que requiere una comunidad (vivienda, agua, luz, escuelas, pavimentación, seguridad, transporte, etcétera). Sin embargo, a medida en que esta formación social se fue

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Pedro López Díaz, “1988: la crisis de lo político”, en Ilán Semo (Presentación), La transición interrumpida. México 1968-1988, Universidad Iberoamericana/Nueva Imagen, México, 1993, p.173 y ss.

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ramificando y consolidando en distintas partes del país, se convirtió en un rico vivero que dotaría a las organizaciones políticas de izquierda de una buena parte de su base social. Así por ejemplo, el hecho que desde 1997 y hasta la fecha el Partido de la Revolución Democrática (PRD) mantenga el control político y electoral de la Ciudad de México, se debe en gran medida a la influencia que tiene entre diversas organizaciones sociales del movimiento urbano popular. En otro contexto, también después de Tlatelolco se fortaleció entre algunos núcleos la tesis que afirmaba que para lograr el cambio que México requería necesariamente debería pasarse por la total destrucción del Estado mexicano comprobadamente autoritario y represivo. Desde entonces, un significativo número de jóvenes influidos por las tendencias guerrilleras desarrolladas luego de la Revolución cubana en diversos países de América Latina, consideraron que la vía pacífica y de masas se había agotado totalmente y optaron por las armas y la clandestinidad. De esta manera, durante la primera mitad de los setenta aparecieron alrededor de una treintena de grupos guerrilleros, que paulatinamente fueron aniquilados a través de una intensa ofensiva policiaco-militar conocida como la guerra sucia que dejó un saldo aproximado de 1,500 guerrilleros y otro número nunca precisado de policías y militares muertos,38 así como cerca de medio millar de desaparecidos. Contrariamente a la lucha antisistémica, muchos otros grupos privilegiaron la vía de la democratización y la búsqueda del poder por medio de las organizaciones y los partidos políticos. En este nuevo contexto, el Partido Comunista Mexicano que había sido fundado en 1919 y severamente acosado la mayor parte de su historia, después de 1968 se vio cualitativa y cuantitativamente fortalecido con nuevos militantes que engrosaron a sus filas y propiciaron su crecimiento. Asimismo, otros sesentayocheros de tendencia leninista, trotskista, nacionalista revolucionaria, maoísta, etcétera, optaron por la fundación de nuevos referentes partidarios. Así surgieron, entre otros, los partidos Socialista de los Trabajadores (PST), Mexicano de los Trabajadores (PMT) y Revolucionario de los Trabajadores (PRT). Más tarde, todas estas organizaciones fueron desapareciendo paulatinamente para unificarse con otras. El resultado de esa serie de fusiones y disfunciones en el seno de la 1zquierda mexicana que tuvieron lugar entre los años setenta y ochenta lo constituye hoy en día el actual PRD. Como era obvio, la nueva cultura política también penetraría profundamente en los centros educativos superiores, precisamente en los ámbitos en donde se gestó y desarrolló el 68 mexicano. De esta forma, cuando los estudiantes regresaron de su protesta, se encontraron con una universidad muy distinta a la que habían dejado antes de que ésta se iniciara; ya había quedado totalmente divorciada del Estado; ya no existían las viejas organizaciones corporativas estudiantiles, ni las novatadas, ni las reinas de la belleza y la simpatía; eso era parte de la historia que el 68 se llevó. Ahora había una comunidad universitaria muy politizada y dispuesta a cuestionarlo todo: a los maestros, autoridades, contenidos y formas de estudio, etcétera. En esta perspectiva, surgieron movimientos universitarios reformistas

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Enrique Semo, “La izquierda vis-á- vis”, en Ilán Semo (Presentación), La transición… ,op.cit. México, 1993, p.136.

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que pugnaron por la implantación en sus respectivas escuelas del cogobierno y el autogobierno; se reformaron los planes, programas y métodos de estudio; se crearon nuevas carreras; se impulsaron significativamente a las ciencias sociales; se institucionalizó el estudio del marxismo, desde el bachillerato hasta el posgrado y, se creó el sistema de universidad abierta. En otro contexto, el 68 mexicano tuvo un profundo impacto en el cambio experimentado por los medios de comunicación masiva y más particularmente los de carácter impreso. Así, simultáneamente a la proliferación de una prensa marginal que durante mucho tiempo fue el único medio de expresión de las múltiples organizaciones sociales y políticas de la izquierda mexicana que aparecieron después de la protesta, también las grandes publicaciones comerciales, luego de haber estado completamente supeditadas al régimen y cerradas a toda expresión crítica, comenzaron a abrir sus páginas a distintas expresiones disidentes tanto de izquierda como de derecha. De igual forma , desde mediados de los setenta surgieron nuevas tribunas periodísticas de amplia circulación nacional identificadas con la nueva cultura política posesentayochera y de izquierda, que poco a poco irían desplazando a los impresos marginales, convirtiéndose de hecho en los principales voceros de cuanta protesta social han tenido lugar en por lo menos las últimas tres décadas en México.39

V. LA APERTURA DEMOCRÁTICA LIMITADA Como ya se ha dicho anteriormente, el 68 en general y Tlatelolco en lo particular desnudaron y deslegitimaron de una vez por todas al régimen autoritario y represor que había existido en el país durante toda la etapa de partido prácticamente único. Esto lo supo y entendió perfectamente Luis Echeverría Álvarez, presidente de México entre 1970 y 1976, quien al iniciar su mandato prometió que su gobierno sería de apertura democrática. Se trató de una tímida liberalización del régimen que buscaba congraciarse con los grupos disidentes más politizados y explosivos, los que a su vez habían sido los más agraviados por el diazordacismo. Empero, en el fondo, la democratización no era la verdadera vocación del régimen, ésta sólo aparecía como un mero alegato legitimador, tras haber quedado seriamente erosionado después de la multicitada crisis. Así pues, la política aperturista no tenía como objetivo cuestionar las herencias y “bondades” del sistema creadas y alimentadas a lo largo de décadas, sino solamente el anacronismo de cierta mentalidad y la inoperancia de algunas de sus prácticas. Con este nuevo discurso el régimen quería ponerse al día para preservar lo preservable: “La idea de cambiar para permanecer iguales acompañó como actitud y conciencia de algunos de los mayores descubrimientos de la política

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En este caso se inscriben, fundamentalmente, la revista Proceso, creada en 1976, así como el diario La Jornada que apareció en 1984, sustituyendo de hecho al periódico unomásuno, mismo que entre los años de 1977 y 1983 cumplió con aquella función.

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gubernamental.” 40 Es decir, una vez más se ponía en práctica la reiterada política del gatopardismo, que históricamente ha sido uno de los mayores éxitos del priismo en México. Pero independientemente de lo demagógico y limitado de la apertura, en ese marco el régimen echeverrista impulsó una serie de medidas que le dieron cierto consenso. Al respecto, destacan entre otras, el estrecho acercamiento que tuvo con un connotado núcleo intelectuales, el decidido impulso que otorgó a la industria cinematográfica y el amplio apoyo que dio a la educación media y superior, creándose nuevas escuelas y universidades en el país en donde a su vez se instrumentaron novedosos modelos de enseñanza-aprendizaje que tendrían como finalidad dotar al alumno de una visión crítica y objetiva de su realidad. En el mismo tenor, la UNAM recibió del Estado un apoyo financiero impresionante que le permitió crecer infraestructural y poblacionalmente hablando. Así, de 100 mil alumnos inscritos que tenía en 1970, para mediados de la década aumentaron a 300 mil; matrícula que hasta la fecha sigue teniendo. Esto es, la UNAM se masificó. Por otra parte, en el transcurso de 1971 se liberaron a todos los presos políticos del 68, al tiempo que toleró y fue menos represivo, con las acciones realizadas por los actores del sindicalismo independiente, el movimiento urbano popular y de los viejos y nuevos partidos políticos auspiciados por la izquierda. Pese a estas muestras de supuesta apertura, durante este periodo el régimen se negó a renunciar a su naturaleza autoritaria y represiva que históricamente había mantenido; así, además de la saña y total intolerancia con que trató a la guerrilla, el 10 de junio de 1971, volvió a realizar en la Ciudad de México otra masacre utilizando a un grupo paramilitar auspiciado por el propio gobierno, que dejó por lo menos medio centenar de estudiantes muertos. Estos y otros acontecimientos sociopolíticos lejos de recomponer la situación coadyuvaron a evidenciar la profundidad de la crisis política y el fracaso de la apertura democrática como elemento legitimador del régimen, por demás obsesionado en curar las heridas dejadas por los fusiles en Tlatelolco.

VI. REFORMA POLÍTICA ¿TRANSICIÓN DEMOCRÁTICA? Inspirado en gran medida en el proceso de transición democrática que en esos momentos se vivía en España, a principios de 1977, la administración de José López Portillo, a través de Jesús Reyes Heroles, secretario de Gobernación, dio a conocer su proyecto de reforma electoral denominado con el pomposo nombre de Reforma Política. Así, luego de un inédito proceso de auscultación en el que participaron todas las fuerzas políticas nacionales, incluida la izquierda antes totalmente marginada por el régimen, el Congreso de la Unión realizó diversas reformas constitucionales que dieron pauta a una nueva normatividad electoral a la que se tituló Ley Federal de Organizaciones y Procesos Electorales (LOPPE),

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Héctor Aguilar Camín y Lorenzo Meyer, A la sombra de la Revolución Mexicana, Cal y Arena, México, 1989, p.247.

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dentro de la cual se establecieron reglas mucho más flexibles que las existentes anteriormente para el registro de los partidos políticos. En el mismo tenor, se amplió la composición de la Cámara Baja, los congresos locales y en los municipios. Simultáneamente, se adoptó el principio de proporcionalidad a fin de permitir la participación de la oposición o de las minorías en todas estas instancias parlamentarias. Empero, en un principio, el régimen siguió asegurando el control de todas las instancias electorales. Pese a estar basada en el proceso transicional español, la Reforma Política mexicana tenía objetivos sustancialmente diferentes de aquélla. En esta línea, mientras que en España se pretendía desmantelar al régimen franquista, en México se buscaba reafirmar al viejo régimen priista. Por eso, muy lejos de constituir una reforma política integral, los cambios se circunscribían a una mera reforma electoral, dejando prácticamente intacta toda la estructura político-corporativa del viejo régimen priista: presidencialismo omnímodo, partido de Estado y control de los procesos electorales. Por lo demás, si nos atenemos a la estricta aplicación de los distintos modelos teóricos existentes en la literatura política sobre transición, desde el establecido por Juan J. Linz hasta el de Ramón Cotarelo, esa reforma mexicana que para algunos constituyó una verdadera transición política, desde entonces seguiría estancada en la fase de la pretransición. Pero independientemente de esta situación, con la Reforma Política se sentaron las bases para iniciar en el país un lento pero constante proceso democratizador. En la misma dirección, se dio pauta para un ascendente fortalecimiento de la oposición partidaria tanto de izquierda como de derecha y la conformación de un nuevo sistema de partidos cualitativa y cuantitativamente diferente al que hasta entonces había persistido en México. Simultáneamente y a medida en que los cambios se fueron operando y consolidando, el otrora prácticamente omnímodo partido de Estado fue sufriendo un paulatino deterioro tanto político como electoral. Así, de un partido prácticamente único que monopolizaba todos los cargos de elección popular, se fue trascendiendo a un sistema más plural y democrático. Asimismo, de unos comicios de “carro completo” que sólo servían de trámite de legitimación, se pasó a procesos electorales más competitivos que sistemáticamente fueron poniendo en aprietos al otrora hegemónico partido de Estado. Esta situación alcanzaría su punto de inflexión en 1988, veinte años después de la explosión del 68 mexicano y a una década de la aprobación y puesta en práctica de la Reforma Política. En efecto, la crisis económica que se inició en México a mediados de los setenta y que poco después se profundizó tras la caída de los precios del petróleo y la puesta en práctica de un nuevo modelo económico, el neoliberalismo, generó un amplio descontento en la sociedad civil encontrando en el régimen y su partido al responsable inmediato de todos sus males. De esta forma, en 1988, el descontento se manifestó en las urnas, cuando una considerable franja de la sociedad civil salió masivamente a sufragar en contra del viejo régimen priista, otorgándole su voto a Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, candidato presidencial de un frente en el que confluyeron una amplia

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gama de organizaciones sociales y políticas de centro izquierda y del que pocos meses más tarde se conformaría el actual PRD. Empero, tras una serie de argucias llevadas a cabo al momento de contar los votos en el centro de cómputo y que en el ámbito popular mexicano se conoció como “la caída del sistema”, finalmente se volvió a imponer al candidato oficialista, dejando entre un considerable núcleo de la población una clara convicción de que se había cometido un fraude para imponer a Carlos Salinas de Gortari, en la presidencia de la República. Pese a todo ello, el 88 sería para el sistema electoral mexicano en particular lo que el 68 fue para todo el sistema político mexicano en general: la insurrección electoral de la sociedad mexicana en contra del régimen priista manifestando a través de las urnas. Por lo demás, el 88 será muy importante, no sólo porque se empezaría a perfilar y consolidar el actual sistema de partidos con una significativa presencia de la izquierda, sino porque también fue a partir de entonces cuando el régimen se vio obligado a ampliar las reglas e independizar los órganos electorales hasta entonces controlados por él. Se trató pues, de medidas de legitimación del régimen, tendientes a minar la profunda crisis política existente en el país a raíz del cuestionado proceso electoral de 1988 y de otros acontecimientos políticos y económicos que vinieron posteriormente. Entre otros, la rebelión armada del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) en el estado de Chiapas; el asesinato de Luis Donaldo Colosio, candidato del PRI a la Presidencia de la República, durante la primavera de 1994, y la crisis económica que se suscitó a finales de ese mismo año. Nueve años después de la insurgencia electoral de 1988, el otrora partido oficial perdió por primera vez en toda su historia la mayoría absoluta en la Cámara Baja así como el gobierno del Distrito Federal, que siempre había controlado cuando la designación del regente correspondía directamente al presidente de la República en turno. Los resultados del proceso electoral de 1997 fueron sólo el preludio o la antesala de lo que ocurriría en México tres años después, cuando, otra vez vía las urnas, el otrora e invencible partido oficial en el poder desde 1929 acabaría por perder la presidencia de la República luego de más de siete décadas de haberla mantenido ininterrumpidamente. 41.

41 Además de la presidencia que fue conquistada por el derechista Partido Acción Nacional a través de su candidato Vicente Fox Quesada, quien obtuvo el 42.5% de los votos, el PRI volvió a perder, la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados al registrar únicamente 209 escaños. Esta misma suerte la tuvo en lo referente a la elección de senadores al lograr sólo el 36.7% de la votación total lo que le dio derecho a 60 de los 128 lugares de que se integra este órgano legislativo. Al contrario del PRI, el ganador de esta contienda fue el PAN que en esta ocasión participó en alianza con el PVEM. Además de la presidencia de la República, la “Alianza por el Cambio”, como se denominó la coyuntural unión electoral de los panistas y verde-ecologistas, también obtuvo 224 diputaciones y 51 de las senadurías. Por su parte, en lo referente a la izquierda, representada por el PRD debe decirse que no obstante que históricamente había sido un motor decisivo en la derrota del régimen priista, durante este proceso registró una significativa debacle en cuanto a la presencia que había tenido en la Cámara de Diputados a raíz de las elecciones de 1997. Así, mientras que en aquella fecha alcanzó el 25% de los sufragios y 125 diputaciones, para el 2000 su porcentaje de votación descendió al 18.68% y a 65 el número de lugares en la Cámara Baja. Empero, de éstos sólo 51 le correspondieron al PRD, en tanto que los 15 restantes fueron distribuidos entre los otros cuatro partidos que en el año 2000 conformaron la “Alianza por México”. En este tenor siete correspondieron al PT, tres a Convergencia por la Democracia (CD), tres al Partido de la Sociedad Nacionalista (PSN) y dos al Partido Alianza

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Por lo demás, la salida del PRI de Palacio Nacional y de Los Pinos sería la culminación de un largo y sinuoso proceso de democratización de la vida pública nacional que simbólicamente había tenido su punto de inflexión, tal y como ya se ha escrito en otra parte de este trabajo, nada menos que en el 68 mexicano. En consecuencia, el que ahora se hubiese llegado a la alternancia no sólo era un mérito de Vicente Fox, actor central de ese momento, tampoco lo era únicamente del presidente Ernesto Zedillo quien cumplió paso a paso lo que se esperaba de un jefe de Estado que supo utilizar su poder para contener a las fuerzas más retrógradas de su gobierno y su partido que se negaban a admitir la posibilidad de una alternancia a través de las urnas, sino más que todo de aquellos agrupamientos políticos y sociales, opositoras y oficialistas, de izquierda, derecha y centro, que en menos de dos décadas fueron capaces de construir las normas jurídicas e instituciones electorales con las que ahora se legitimaba dicha alternancia. En otras palabras, fueron capaces de lograr lo que parecía imposible dada la naturaleza profundamente autoritaria que por décadas había mantenido el otrora hegemónico régimen priista. Tras los comicios federales de 1997 que se desarrollaron pacíficamente, sin problemas poselectorales significativos, la normatividad electoral que se había aprobado y consensuado en 1996 volvería a ser el marco de regulación jurídica de otros tres procesos de la misma naturaleza que se efectuaron en el 2000, 2003 y 2006. Y aunque si bien es cierto que esta legislación es muy avanzada con respecto a las que estuvieron vigentes en los años anteriores, puesto que ha logrado evitar y amortiguar los conflictos poselectorales de la envergadura de los que tuvieron lugar en México hasta por lo menos la mitad de los años noventa, lo es también que después de una década de haber sido consensuada, aprobada e instrumentada, se ha venido detectando que ésta no sólo tiene una serie de lagunas jurídicas, sino que también varios de sus preceptos resultan laxos e imprecisos. Esta situación ha dado pauta para que por lo menos en los tres últimos procesos electorales de carácter federal celebrados entre el 2000 y el 2006 se hayan registrado diversas irregularidades tanto por los partidos políticos, actores fundamentales de dichos procesos, como por otros entes teóricamente ajenos al mismo dentro de los que se encuentran las instancias gubernamentales federales y locales y varios sujetos que forman parte de los llamados poderes fácticos como son los medios de comunicación electrónicos, los grupos empresariales y el clero católico, entre otros. En este sentido, uno de los momentos electorales sin lugar a dudas más representativos de este tipo de situaciones, sería la larga y desgastante jornada del 2006 que, en términos generales y sin temor a equivocarnos, puede ser definida como un proceso en donde se impuso la polarización, el odio, el

Social (PAS). Sin embargo, un aspecto que de alguna manera coadyuvaría a amortiguar esta debacle fue el hecho de haber mantenido el control del Distrito Federal, luego de que su candidato Andrés Manuel López Obrador ganó la jefatura de Gobierno tras una cerrada disputa con el PAN, el cual aprovechándose del efecto que entonces tuvo la candidatura de Vicente Fox, estuvo a punto de ganar electoralmente este espacio como sí lo hizo con la presidencia del a República, varios miembros de la ALDF, diputaciones federales y delegaciones políticas que correspondieron a esta entidad federativa. Cfr. Sergio Aguayo Quezada (Editor), El almanaque mexicano, Proceso/Grijalbo, México, 2000, pp. 254-256.

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despilfarro financiero de los partidos y el enriquecimiento desmedido de los medios electrónicos. Fue una campaña en donde los spots y las pantallas sustituyeron al debate, a las ideas y propuestas; un proceso en el que afloró la guerra sucia y las acusaciones sin fundamento para descalificar al adversario. En pocas palabras, este proceso electoral coadyuvó a profundizar la división entre los mexicanos sin que nadie: ni el presidente de la República, ni el IFE, ni los demás órganos electorales, ni los partidos políticos buscaran superar esta situación. También fue un proceso electoral en el que por primera vez en plena alternancia un presidente de la República, Vicente Fox Quesada, llevó a cabo un inédito activismo por demás irresponsable a favor del candidato presidencial de su partido,42 con el cual no únicamente perjudicó a los candidatos presidenciales de otros partidos políticos, sino que también afectó la legitimidad, imparcialidad y credibilidad de las instituciones de la República, comenzando por la propia institución presidencial por él representada, así como al IFE, al TRIFE y la Fiscalía Especial para la Atención de Delitos Electorales (FEPADE) que inexplicablemente depende de la Procuraduría General de la República (PGR). Otro caso relativamente similar al anterior, puesto que buscaba los mismos objetivos, fue el que protagonizó un poderoso grupo empresarial que durante las últimas semanas de la contienda electoral decidió realizar una intensa campaña mediática por medio de spots en radio y televisión con el claro propósito de apoyar a un candidato presidencial y disuadir e infundir el miedo entre la población para que no votara por otro de los contendientes a quien ellos consideraban que representaba un peligro para México porque quería cambiar el rumbo económico del país.43 Tanto éstos como muchos otros casos que se observaron en el transcurso de la campaña del 2006 nos sirven para ejemplificar y evidenciar que no obstante el

42 Con este propósito el autodenominado gobierno “del cambio”, quien apenas seis años antes le exigía a su antecesor en el cargo que fuera imparcial y sacara las manos del proceso electoral en el que actuaba a favor de su candidato, se planteó como objetivo manipular, coaccionar, comprar y condicionar el voto de mexicanos paupérrimos a favor de los contendientes panistas mediante la aplicación de los diferentes programas gubernamentales de índole social como Oportunidades Procampo, Seguro Popular, Adultos mayores, etcétera. De manera simultánea y como si fuera otro más de los contendientes, el presidente Fox llevó a cabo una serie de ataques en contra de uno de los candidatos presidenciales; al tiempo que también en un plazo de cuatro meses (19 de enero al 19 de mayo del 2006), difundió un total de 456 mil 375 spots en radio y televisión, que tuvieron un costo de 1,709 millones 988 mil 736 pesos. La difusión de éstos tuvieron el propósito de ensalzar la imagen presidencial y la obra de su gobierno, así como “enviar mensajes de lo que más conviene al país es que hubiese continuidad en esos supuestos logros”. En consecuencia, la persona idónea para proseguirlos sería obviamente el candidato de su partido: Felipe Calderón Hinojosa. Por lo demás, es de suponerse que este grotesco e inédito despilfarro de recursos utilizados en spots a cuenta del erario público le trajo importantes ganancias políticas tanto al gobierno como a los candidatos de su partido. Pese a que esta situación influye en los procesos electorales, a favor de un partido y en contra de otros, ni la normatividad electoral, ni los órganos encargados de aplicarla, tienen hasta ahora una solución para evitar estas prácticas gubernamentales en tiempos electorales. Cfr. José Reveles, Las manos sucias del PAN. Historia de un atraco multimillonario a los más pobres (Prólogo de Lorenzo Meyer), Planeta, México, 2006, pp. 103-104/Álvaro Delgado, “Complicidad Electoral/La Colusión Los Pinos-Calderón”, en Proceso, núm. 1535, 2 abril del 2006. 43 Nos referimos al Consejo Coordinador Empresarial (CCE) que veladamente apoyaba la candidatura del panista Felipe Calderón Hinojosa y abiertamente impugnaba la del perredista Andrés Manuel López Obrador, quien a lo largo de su campaña manifestó estar en contra del modelo neoliberal implantado en México desde los albores de los años ochenta.

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significativo avance del sistema electoral mexicano ha logrado, aún es el momento en que su normatividad y las instituciones electorales que la vigilan e instrumentan, observa diversos visos de debilidad y vulnerabilidad que han impedido que la transición democrática en este terreno todavía no se alcance después de cerca de cuatro décadas de la rebelión del 68; de tres en que se constitucionalizara la reforma política y cerca de dos de la contienda electoral de 1988, que ayudó a consolidar el actual sistema de partidos. Por lo demás, sin estos tres momentos históricos, el sistema electoral en México no sería lo que ahora es. A manera de conclusión Hasta mediados de los años setenta la democracia electoral en México era una verdadera utopía para las expresiones político opositoras de la izquierda y la derecha. Demasiado lejos de esto lo que realmente existía era un régimen político con un partido prácticamente único que mantenía el total control de todos los espacios del poder desde la presidencia del país, hasta la casi totalidad de presidencias municipales pasando por las gubernaturas, el Congreso de la Unión y las legislaturas locales. Sin embargo, con la puesta en marcha, a finales de los setenta, de la Reforma Política y más específicamente con la de carácter electoral, se inició en México un paulatino e ininterrumpido proceso de democratización que coadyuvó al desmantelamiento de la hegemonía político-electoral del otrora partido oficial, al tiempo que se fue generando un ascendente fortalecimiento de los agrupamientos político partidarios opositores tanto de la izquierda como la derecha. En otras palabras, esta transición que tuvo su antecedente en la aprobación de una normatividad electoral cualitativa y cuantitativamente superior a la que había estado vigente en el pasado, fue la que sirvió de base para el tránsito de un régimen de partido único a un sistema multipartidista y de elecciones sin competencia a procesos electorales competidos como los que se han observado los últimos tres lustros en el país. Hoy en día, en México existe una normatividad electoral muy avanzada, empero, luego del largo y polarizado proceso electoral del 2006 se evidenció la necesidad de hacerle varios ajustes de distinto grado y magnitud a fin de hacer de ésta un instrumento más claro y transparente que coadyuve a impulsar una verdadera transición democrática en el país. BIBLIOGRAFÍA

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