Usos del testimonio y políticas de memoria en Chile. Jaume Peris Blanes

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    ruro sDEL TESTIMONIO v portlcAs DE LA MEMORIA.CASO CHILENOJaume Peris Blanes

    IJ niuers idad de Valncia

    Los usos del testimonioEn el ao 2003, en el contexto del treinta aniversario del Golpe de Estado dePinochet, la editorial LOM edit por primera vez en Chlle Relato en el frente chileno,

    el testimonio del escritor chileno-francs Michel Bonnefo que haba sido militantedel Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). El testimonio, que se haba edi-ado por primera vez en 1977 en Barcelona bajo el seudnimo de Ilario Da, oftecauna complej a narcacinde su experiencia en la lucha clandestina contra la dictadurade Pinochet y de la represin vivida en los centros de tortura de la Direccin deInteligencia Nacional (DINA). Frente ala mayoa de los testimonios de la poca,rcna Ia peculiaridad de articular experiencias realmente vividas con elementos deficcin. En una nota aclaratoria alaedicin chilena, el propio Bonnefoy sealaba queel texto que pfesentaba efa, en lo esencial, el mismo que haba publicado en el exi-lio en 1977 ,a excepcin de unas mnimas correcciones de estilo que no modificabanen nada el sentido del texto. Se trataba, pues, de la misma nanacin, la mismaestructura, las mismas escenas y los mismos adjetivos y, sin embargo, el texto se pfe-sentaba visual y editorialmente de un modo sustancialmente diferente.

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    RrrrusIN, DER_EcHos HUMANOS, MEMORIA y ARCHIVOS. UN.l pnnspcuvA LATINoAMERIC NA

    La portada de la primera edicin (1971) mostraba Ia fotografa de una violemrdetencin en las calles de Santiago: el detenido tena las manos en la nuca, la cabtnapoyada en la pared y estaba cercado por tres carabineros en actitud agresiva MJgrano abultado de lafotografa, su ngulo escorado y la presencia, enla pane ifr:rior derecha, de un obstculo desenfocado , hacan pensar en una mirada clandestinilJna mirada cuya funcin primordial consista en documentar y registrar los abrmrcometidos por los militares y que, pof supuesto, cateca de autorizacin legalhacerlo. Sobre la parte superior de la fotografa aparcca, a modo de sello, rrne tt@R en medio de un crculo rojo: como si en un informe oficial y secreto se la hulfcdeclarado Retirada.Laportadade la edicin chilena (200, constaba tambin de una fotograf4prm,de una rextura visual muy diferente a la edicin espaola. Mostraba una protEEDcolectiva q:ue apareca repetida en dos formatos diferentes, arrlbay abaio del ttrilodel libro. Pero la imagen apareca retocada, voluntariamente desdibuiada para crcrmun efecto de desenfoque que la acercaba a un estilo impresionista y fenomenolgicu.desligndola de cualquier voluntad documental. Siguiendo esa lgica antirrealisrn,toda la fotografa aparccavitada al azwl, salvo el rostro de uno de los manifestants*que resaltaba en tonos amarillos.

    El diseo de ambas portadas no slo interpelaba de un modo muy distinto al lecw"sino que inscriba las dos publicaciones en paradigmas muy diferentes de intervenci.nLa portada de la edicin espaola aluda a la necesidad de visibilizar una realidad bnrtal negada por el gobierno militar: la fotografa no slo documentaba la situacin &violencia que se estaba viviendo en Chile, sino que sealaba tambin la clandestinidad-precariedad e indefensin de cualquier mirada o voz que intentara dar cuenta de esmrealidad acuciante. Laportada de la edicin chilena, por el contrario, abandonaba todoaftn documental y de denuncia y enmarcaba al texto en otro paradigma de interv+cin, el de la memoria emocional, aludiendo explcitamente ala mediacin del sufeuy su percepcin en la representacin de Ios acontecimientos pasados. El desdibujamien-to-de las formas de la imagen, su abstraccin impresionista y su cromatismo antirrerlista aludan a una fenomenologa del recuerdo que pona en primer plano los hueoy vacos de representacin inherentes a toda reconstruccin subjetiva del pasado.

    En realidad, ambas portadas eran coherentes con el espacio cultural en el que aprecieron, y con el rol que los testimonios de los supervivientes de la violencia &Estado estaban desempeando en un momento y otro. La portada de 1977 situaba diltesrimonio en una lucha de representaciones, identificando el acto de testimoniar c@una nueva forma de combate ligada a la visibilizacin de una realidad que los rnili-tates trataban de ocultar. En la edicin de 2OO3, por el contrario, ese espritu com-

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    fl*ivo ap^reca tamizado por el filtro del recuerdo: publicar el testimonio ya no tenaqr ver tanto con denunciar una situacin negada, sino con llevar al espacio pblicoLMr voz herida por la violencia, y aportar su memoria subjetiva al conjunto demrmorias pblicas sobre el pasado violento.

    Dicho de otro modo: ambas ediciones rcalizarcn usos muy diferentes del mismomsrimonio, ya que lo pusieron en circulacin acompaado por significados diferen-rcs y disearon paru l una muy diversa funcin social y cultural. EI de Relato en el,wte chileno es, sin duda, un caso singular, pero revela algo importante: que los tes-mmeios no son textos que signifiquen por ellos mismos sino que aparecen siemprei,mbricados con una red de representaciones, lenguajes y concepciones cambiantesrobre lo que significa testimoniar. Annette lVieviorka lo explic con precisin:

    El testixtonio, sobre todo cuando se balla integrado en un nnuimiento de masas,expresa, adems d,e la experiencia indiuidual, el o los discursos que tiene la sociedad,en el momento en que el testigo cuenta su historia, sobre los acontecimientos que el tes-tigo ba uiuido. Dice, en principio, lo que cada indiuiduo, cada uida, cada experien-cia d,e la Sboa tiene de irreduxiblemente nico. Pero lo dice con las palabras que sznpropias de la poca en que testirnonia, a partir de un cuestionantiento y de unas expec-tatiuas que sun tambin contentporneas de su testirnonio, asignndole finalidad.esdnpendientes de intereses polticos o ideolgicos, contribuyendo as a rear una o m"rsrnentorias colectiuas, errticas en su contenido, en su forrna, en su funcin y en lafinalidad, explcita 0 n0, que ellas se asignan (1998: I3).

    Habra que aadir que los testimonios, adems de utilizar un lenguaje propio delespacio social en el que surgen, son capaces de producir sentidos muy diferentesJependiendo del paradigma de intervencin al que se vinculen. En otras palabras, losrstimonios pueden ser usados de forma muy diferente, puestos a funcionar segnigicas divergentes, dependiendo del contexto discursivo en el que se insertan y deios elementos visuales, simblicos y paratextuales que los acompaan. El ejemplo dellesrimonio de Bonnefoy es bien claro: el mismo texto que en los aos setenta fuersado, en el contexto del exilio, para dar visibilidad a la brutalidad del rgimenpinochetista y pata movilizar un frente internacional en su contra es usado hoy, den-rro de una lgica muy diferente, como un elemento privilegiado en la construccinde Ia memoria emocional de los vencidos. EI cambio, aunque parezca lgico, no essalad, ya que implica una completa transformacin del modo en que el testimonio'e dirige a su receptor, se presentaante l y le propone una determinada interpreta-:in de su funcin histrica.

    LarcIacin entre los testimonios y sus usos es, sin duda, complejay estmarcadapor una sutil reciprocidad. De un lado, las caractersticas internas de los testimoniost4)

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    (el registro de lenguaje, la tonalidad afectiva, la estructura narratfva', la eleccin &las escenas y sudispositlo, su retrica y su estilstica...) influyen en el modo enFser usado culturalmente. Por ejemplo, un testimonio muy combativo, que afticukla experiencia individual a una lectura poltica e ideologizada de la represin gacuse explcitamente a sus responsables, se integrar difcilmente en una lgica cresensual, pues sus formantes internos podran chocar directamente con ella; sertffimente entabilizado, en principio, por una lgica de denuncia. Sin embargo' un rFtimonio fuertemente subjetivado, que minimice los aspectos polticos y ponga to&el acento en la fenomenologa de la experiencia extrema o en los meandros de lnmemoria personal, tendr menos acomodo en una Igica denunciante, y una mapfacilidad para ser usado desde el paradigma de Ia memoria.

    Del otro lado, los usos de los discursos marcan tendencias, rutinas y expectafin[culturales que influyen en la creacin de nuevos discursos. El testimonio no es rmsexcepcin a ello, y los usos que la sociedad hace de ellos influyen decisivameote cDlas caractersticas de los nuevos testimonios. Adems de expresar una vivencia pesnal de la represin , tratan de responder a una demanda social creada por esos us(rr.Por ejemplo, en un ambiente en el que la memoria constituya un elemento cenrni[del discurso poltico y cultural y en el que el testimonio sea usado recurrentemerrtcomo discurso de la memoria, no es de extraar que muchos de los supervivienteq erJ[tesrimoniar, hagan hincapi en todos aquellos formantes del discurso que aludenarllproceso de rememoracin o a las complejidades del recuerdo.

    El problema de los usos del testimonio est ligado, por tanto, a factores no crrctificables y de difcil anlisis tales como la textura de las representaciones qtr hacompaan, el tono de los textos que se le adhieren, el lugar en el que se hacen p'Hr'cos o el modo de circulacin que para ellos se disea. Todos esos elementos inten-tan con el texto testimonial y facllitan, en cada momento, una forma de usar soc4mente el testimonio y no otras. La pregunta que debemos plantear, entonces, es hsiguiente: cmo se han usado los testimonios de los supervivientes de la represilfouen Chile desde 1973 hasta ahora? A qu proyectos han sido funcionales esos usdQu formas y polticas de la denunciay la memoria se han asociado a ellos?

    Paratratat de responder a ello, en lo que sigue se presentan algunas ideas genmIes sobre la evolucin de los usos del testimonio en Chile. Para ello, la exposicin sha dividido en tres parres bien diferenciadas. En la primera se exponen las caracersticas generales de los usos del testimonio en el exilio, donde se les identific cmelementos de la lucha poltica y se les otorg un lugar privilegiado en las mtrrestrategias de denuncia. En la segunda parte se presentan las contradicciones delrmde los testimonios en el interior de Chile durante la dictadura, y su vinculacin am

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    nuevo imaginario de denuncia, basado en la defensa de los Derechos Humanos y enla idea de Reconciliacin Nacional. En la terceaparte, ms extensa que las anterio-res, se analizan crticamente las ideologas del testimonio del periodo postdicratorial,en relacin a las polticas estatales de memona.

    La evolucin que se observa en ese trayecto anojauna cuestin fundamental: lostestimonios de la violencia chilena han pasado de ser usados desde paradigmas dedenuncia en los que la represin enleda en trminos inequvocamente polticos aser usados desde el paradigma relativamente nuevo de la memoria, que implica uncomponente emocional y afectivo mucho ms importanre y que hace usos muyvaiados de los testimonios que aloja en su seno. Sobre las lneas maestras y las con-cradicciones de esa compleja tansformacin se ha tratado de reflexionat enlas p6gi-nas que srguen.1. Los testimonios del exilio: una nueva forma de combate

    Durante dos aos peregrin de uno a 0tr0 carnpl de concentracin basta que fueexpulsado de su patria. Lo que uio y uiui, lo que sinti intensanrcnte lo ha uaciadoen este reportaje que es relato, testintonio y denuncia. (,.,) Ette libro Io sittia entrelos mejora corubatientes de /a causa antifuscista cbilena y c0m0 un brillante narra-dor Por su ueracidad, por su estilo dire0, por la fuerza misma del drarua que refle-ja y por estar esritl con 'fe rabiosa en que uolueremos a leuantarnos' Prigu(Prisioneros de Guena) ser para el pueblo de Cbile una aaliosa contribucin a laaictoria. (Luis Corvaln en Carcasco, 1977: 3-5).La cita proviene del prlogo que Luis Cowaln, secretario general del PartidoComunista Chileno, escribi parala edicin rusa, editadaporla Agencia de PrensaNovosti, del testimonio de Rolando Carrasco, pero podra pertenecer ala mayoa delos prlogos, eplogos o contraportadas de los testimonios que se publicaron en esosaos y a buena parte de los informes, boletines y actas de comisiones en los que lossupervivientes se vieron convocados para naffar su experiencia. En los aos quesiguieron al golpe, el uso que se dio a los testimonios en el exilio trat de cumpliruna funcin bsica: alineados en las nuevas formas del combate que exiga la nuevasituacin. Dispersos en lu gares muy dispares del mundo, los exiliados chilenos, juntoa activistas de otros pases llevaron a cabo una intensa campaa'de denuncia de laJunta Militar, que buscaba involucrar a gobiernos extranjeros, intelectuales y grupossociales en la solidaridad con la democracia chilena que haba sido destruida. Buenaparte de ese activismo consisti en mostrar al pblico y las instituciones internacio-nales las acciones de la Junta, y en elaborar y poner en circulacin representacionescoherentes de su lgica poltica y su sistema represrvo.

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    En lneas generales, la textura de esas primeras representaciones de la violencia firinequvocamente poltica, as como su lectura del proceso que haba desencadenadoel Golpe y la represin. La violencia militar no aparcca, entonces' como un elemen--to aislado e independiente ni era fechazada en s; apareca, por el contrario como unapieza ms en un engfanaje de funciones polticas que tenan como obietivo funda-mental transformar el teiido social chileno en una mquina capitalista. Para los dis-cufsos denunciantes del exilio, la violencia militar poco tena que vef con un estalli-do de barbarie irracional y patolgica -como se fePfesentaraluego- sino que obede-ca a unos criterios polticamente definidos y constitua un elemento esencial de loque ms adelante se llamara la'revolucin capitalista' (Moulian, 1991) del rgimende pinochet. Documentales como La batalla de Cbile (Patricio Guzmn,1.91)) o Iupiral (Armand Mattelart, Chris Market, l9-76)' as como miles de publicaciones endif"r..rt., lugares del mundo, consolidaron esa lectura de la violencia como partefundamental del proyecro contfafrevolucionario chileno y de la implementacin deun nuevo modelo econmico y social.

    Los supervivientes de los campos haban sufrido en carne propia descargas de vio-lencia de un nivel inusitado, y su experiencia poda leerse como una metonlmra per-fecta de la experiencia del pueblo chileno y de su resistencia ante una fuetza que Ieexceda, pefo que no por ello resultaba incomprensible. No pocos de entre los super-vivientes consagfafon parte de sus testimonios a tratar de explicar poltica' histricay socialmente los objetivos de esa violencia , y a trataf de hallar perspectivas de futu-fo parael proyecto poltico popular. En esos textos, el relato de la experiencia de Iadetencin no se hallaba, ni mucho menos, desvinculado de una reflexin global sobrelos objetivos econmicos, sociales y morales del nuevo rgimen' En algunos de ellos'como se criticaraen el futuro, el clich de la consigna poltica y las rutinas discur-sivas del lenguaje de partido trababan ingenuamente la artictlacin de un relato efi-caz y coherente de la vida en los campos. Pero lo cierto es que estos testimonios, aunlos ms torpes entre ellos, tratabande representaralgo que hoy parece haberse olvi-dado: el carcterfuncional de la violencia represiva y su vinculactna un proyecto detransformacin inequvocamente capitalista que es el que finalmente la dictaduraconseguira imponer, y la Transicin heredara'

    En el espacio disgregado del exilio, descabezados los partidos polticos y cafentesde espacios comunes de expresin poltica' los testimonios de los supervivientes.,,,,'p1i.ro.r un papel central en la rearticulacin de las luchas que el golpe haba cer-cenado. Ello explica que muchos de los testimonios publicados en el exilio fueranprologados por figuras de primer orden de Ia izquierda chilena, como Luis cowaln,volodia Teitelboim o Gladys Marn. En las palabras con que presentaban los relatosde los supervivientes quedaba claro que testimoniaf de lo ocurrido en los camPos

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    a, para ellos, una nueva forma de la lucha social, en perfecta continuidad conprcyecto popular de la uP. En un momento en que casi todos los espacios tradi-nales de la lucha poltica haban sido bloqueados, el testimonio poda converrirsela piedra angular de un nuevo tipo de combate.

    Tal como se lee en la cita de Corvaln, los supervivientes que ofrecan su testimo- aparecieron como combatientes de un nuevo cuo, elementos clave para laronsruccin de las luchas cercenadas por laJunta Militar y su sistema represivo.:tlgunos de sus testimonios funcionaron, adems, como elementos de ciculacin enh que muchos de los exiliados hallaron un espacio de reconocimiento y de cohesinmblica ante la disgregacin geogrfica del exilio. Incluso, algunos de ellos circu-hon en ejemplares mimeografiados o de papel de calco entre la militancia clandes-tina que todava quedaba en el interior de Chile.Pero sobre todo, los testimonios fueron pensados como formas de accin polticadiecta. En el prlogo a su testim onio Prisin en Cbile, Alejandro \Titker adverta deque los ingresos por la venta del libro seran donados a la direccin clandestina de sunrtido en el interior del pas. Paralamayoade los supervivientes ese gesro no eranecesario, pues la publicacin o la enunciacin oral de su testimonio constituan ens un acto poltico de primer orden que contribuira a la reactivacin de las luchas yh construccin de un nuevo frente popular capaz de enfrentarse a Ia dictadura mili-ne. En lapottada del testimonio de Manuel Cabieses, Cbile: 11808 boras en canpos demncentracin (I975), Ia fotografa del autor apareca enmarcada en una estrella revo-lucionaria y baio ella se mostraba la famosa fotografa de Allende empuando unsil, como si fuera un guerrillero en pleno combate. EI letreo Cbile en la reistenciano dejaba lugar a dudas: la metralleta en posicin de tio y el supervivienre en acrode testimoniar pertenecan aun mismo paradigma de lucha. Refirindose a estos tes-dmonios, Ariel Dorfman escribi: El acto de escribir, entunces, es la continuacin dl actodc resistir y de sobreuiuir ( . . . ), es la misrna reristencia, abora en parabras (19g6: 196).Esta idea fue la que vertebr los usos de los testimonios en el exilio duranre unlargo periodo. Estos se inscribieron, por ranro, en un paradigma muy bien definido:el de la denuncia pblica, en una ntida posicin de confrontacin con el rgimenmilitar y una asumida continuidad con otras formas de la lucha poltica. Frente a laviolencia represiva del rgimen, los supervivientes y exiliados podan ol)oner rnalucha simblica, basada en la denuncia y en la visibilizacin internacional de la bru-ralidad del gobierno militar.

    En las comisiones, eventos e intervenciones que se enmarcaron en ese movi-mienrode denuncia, la frgura de los supervivientes de los campos fue prcticmente omni-ptesente' Muchas de las publicaciones de urgencia en las que se denunciaba la vio-

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    lencia de laJtntaMilitar incorporaron, ya desde los primeros meses, los testimoniosde aquellos que haban pasado por los campos de concentracin y de tortura, queaparecan como los portadores de un saber singular y especialmente valioso, basadoen la experiencia propia, sobre la violencia que haba destruido la democracia y eIproyecto popular chileno.

    En ese conrexto, dar, recoger y publicar testimonios apunt a dos grandes objeti-vos: uno centrado en los efectos polticos inmediatos y otro en los resultados poten-ciales a largo plazo. En el plano de lo inmediato,la publicacin, grabacin y difu-sin de los testimonios buscaba ganar apoyos para la causa antipinochetista en elplano internacional, tanto de los gobiernos europeos y latinoamericanos como de lasorganizaciones sociales, econmicas y polticas. Representar los campos de concen-traci1ny nombrar a las personas que seguan recluidas en ellos deba contribuir a sucierre o, al menos, a modificar el estado de anomia de los detenidos.

    El inslito documental de Miguel Herberg Cbile 7 3 o La historia se repite es quizsel ejemplo ms extfemo de esta Igica. Habiendo conseguido, en condicionesextraordinarias, hacerse acompaar por miembros del ejrcito en una visita a loscampos de concentracin de Chacabuco y Pisagua, Herberg film y entrevist anumerosos detenidos, algunos de los cuales carecande un estatuto oficial como talLas imgenes de Herberg, as como los breves testimonios de los detenidos en los qtrse identificaban adecuadamente y explicaban su situacin, confirmaron a la opiniopblica internacional la existencia de los campos de concentracin y las condiciorclamentables en que vivan los detenidos. Pero adems, las imgenes y testimonios dlos detenidos los localizaban pblicamente y hacan, por tanto' responsable de srsituacin al rgimen militar que los mantena en cautividad. Muchos de ellos a6-mafon ms tarde que haber sido filmados por Herberg y que su imagen hubiera sidovista fuera de Chile haba salvado sus vidas. Al menos, el rgimen militar no poddrnegar su responsabilidad, como haba hecho en tantos otros casos, si los detenidos meapaecan.

    El documental de Herberg era un ejemplo extremo de los efectos inmediatos &la denuncia y del testimonio. Pero muchos de los supervivientes, recopiladocs'periodistas y activisras que trabajaron con los testimonios, trataron de prodrrircon ellos efectos a ms largo plazo. En perfecta sintona con el uso que se iba ohacer de ellos, la mayora de los testimonios de esta poca tomafon como obferoexplcito de su representacin a las identidades polticas, los pfoyectos populauy las formas de la experiencia que el rgimen militar tntaba de arrasar. As, a&ms de dar cuenta de una experiencia personal y colectiva de la represin, los te-timonios se proponan como un espacio capaz de resguardar codos esos elemenru,

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    de base, las diferentes voces y discursos que en ellas se daban cita y las propias estruc-turas narrativas en las que los testimonios tomaban cuerpos'Los supervivientes entendieron que tambin a ese nivel (el de las estfucturas nalra-tivas y la organizacin del discurso) deba activarse la resistencia. Si el objetivo delsisrema represivo era producir una subjetividad dcil, maleable y aislada por la vielencia, los testimonios trataron de oponer una voz resistente, asentada en las formde la experiencia que el sistema represivo uataba de arrasar. Desde ese Punto de visnreconstruir una voz que no se plegaba a las exigencias del sistema represivo consd-tua, pues, un triunfo en s frente a la violencia mllitar. Tal como sealaron los pr+pios supervivientes, esa voz resistente y combativa deba abastecer de referencsmorales y polticos a las generaciones veniderasl.

    Como se ha visto, la vinculacin entre la produccin de testimonios y la elaboraciu'de nuevas estrategias de lucha en el exilio fue estrecha y directa. En lneas generalelos usos que se hicieron del testimonio en ese contexto contribuyeron a validar, dru'legitimidad y peso moral a los discursos de denuncia poltica de las asociaciones n[ticas del exilio. Esos usos contemplaban la violencia represiva como una pieza clete"pero no aislada, del proceso contrarrevolucionario y de Ia profunda reordenacin smldlllque el gobierno militar estaba emprendiendo. Quizs por ello sus Pautas discursiwrcafecieron de eco en el interior de Chile, donde la represin y la censura impedmhacer pblicos ese tipo de planteamientos. Quizs tambin por ello, y ya e los efunoventa, se identific a los testimonios del exilio con una estrategia de confronracifode la que nada qtrcra saber el programa consensual de la Transicin democrtia2. Derechos Humanos y Reconciliacin Nacional: los testimoniosen el Chile de la dictadura

    En 1982, Amnista Internacional envi varios doctores a Chile para realizar &menes clnicos a una veinrena de exdetenidos que haban sufrido torturas y publfufl'el ao siguiente, un informe en el que detallaba en clave mdica las consecum''Todo ello aparece analizado con detalle en el captulo 2 de Historia del testimonio cilem ffi

    Blanes, 2008).o Sealaba Witker: Pecoger el legado de esa historia es fundamental para realizar nuestrc p@inconcluso; tarea a la cual aspiramos con humildad sirva en parte este libro, que escibimos cotldhlsocra/lsta por Chite y su destino. (..-) La tradicin constituye un factor poderoso en todo nx,rffirevolucionario, y Ia clase obrera chilena, con su dilatada historia combatiente, ha conquistado arde la derrota trgica det 11 de septiembre valores morales y experiencias que habrn de fef'ffisus prximas batallas (Witker 1975: 22).

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    tsicas y psicolgicas de esas torturas (WAA, 1983). Del tono cientfico de su argu-mentacin resultaba una denuncia de gran efectividad que dejaba voluntariamentede lado cualquier interpretacin poltica de la violencia, limitndose a denunciailay certificar su existencia.

    I-a estrategia de Amnista contrastaba con la que desde 1973 haban mantenido losdirigentes y supervivientes en el exilio que, como se ha sealado anteriormente,haban denunciado la violencia militar desde una perspectiva inequvocamente pol-rica, sealando su rol enla contrarreuolucin capitalista. Efectivamente, la violencia norcttaba de un modo independiente, sino que constituaunfactor clave en la trans-formacin socio-econmica que la dictadura estaba llevando a cabo. El estado deexcepcin permanente y el terror generado por una violencia aparentemente desme-dida sirvieron para desarticular y disgregar a la oposicin poltica de ese modo,nla allanar el camino a un desarrollo capitalista pleno, pata el que el sistema demo-crtico anterior al golpe de estado haba constituido un serio impedimento.

    Pero adems de servir a la destruccin de las identidades polticas y del tejidosocial que haban sostenido la ua chilena al socialisrno, la violencia represiva tuvocomo objetivo modificar el propio ser de los prisioneros, entendiendo la subjetividadcomo una sustancia moldeable por el suplicio corporal. Algunos de sus testimoniosson, de hecho, el relato de un doble proceso de destruccin y reconfiguracin subje-tiva, en el que la identidad del prisionero es reconducida a una forma de vida caren-re de ms referencia que la de la autoridad. As, se buscaba transformar a sujetos por-radores de proyectos de transformacin histrica en individuos dciles y maleablespor el poder, algo que no tena nada de irracional sino que era funcional a una socie-dad que ya no deba regirse por una lgica de participacin y negociacin poltica,sino por la mera adaptacin a los criterios autoritarios del mercado.Sin embargo, la estrategia de Amnista consista precisamente en obviar los com-ponentes polticos de la violencia y en concentrarse en la crtica de las tcnicas, losdispositivos y los efectos fsicos y psicolgicos de la represin. La eleccin de esepunto de vista era, por supuesto, forzada, pero as evitaba las denuncias de politiza-cin vertidas por el rgimen militar y multiplicaba la eficacia de su informe anterganos internacionales de muy diferente signo ideolgico. As, Amnista esgrimaun argumento humanitario, que no poltico, para denunciar la violencia represiva delrgimen militar.

    Las organizaciones que trabajaban en el interior de Chile se vieron obligadas a seguirun camino similar. Ante la imposibilidad de articular denuncias directas, tuvieron queinventar estrategias nuevas, lenguajes innovadores y paradigmas de protesta diferentesa los que alimentaban el activismo del exilio. Entre ellos, la lucha de los familiares de

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    los detenidos y de algunas asociaciones civiles permiti concePtualizat la idea &dcsaparecido como vctima de una violacin especfica de los derechos humanost' Anrcla magnitud del dolor y la incertidumbre sobre la situacin de los detenidos, la cace-gora de los derechos humanos parcca dotar a los familiares de un afgumento humanoy universal, que no poltico, parufrenat Ia violencia de la dictadura'

    Amnista Internacional, Human Rights rVatch y otras orgarizaciones consagrFron muy pfonto ese punto de vista, otorgndole, adems, una fetrica y un pfg-tocolo de actuacin: no importaba a qu proyecto poltico se asociara la violenciya que, en cualquier caso, haba unos lmites de dignidad e integridad fsica queno se podan traspasaf, y el gobierno militar lo estaba haciendo de forma organi-zaday sistemtica. El informe de Amnista de 1983 se encuadraba en esa estrare-gia de denuncia.

    Era sa, sin embargo, un arma de doble filo. Por una parte, permita articular u-Eefirme protesta despojada de las sospechas de politizacin que echaba sobre ellas ellgobierno militar. Pero por oua, haca indiferente la relacin entre ese ataque a Inintegridad fsica de los detenidos y el proyecto ideolgico, econmico y social en d[que cobraba senrido esa violencia. Es cierto que en la inmediatez de la situacin, beoel sbock mental y poltico de las desapariciones, ello resultaba a todas luces secund-rio. Pero con el tiempo, y en otro contexto poltico, esa desconexin entre Ia violeo-cia y larevolucin neoliberal servira para exonerar a sta de su responsabilidad eo [nrepresin: el paradigma de los derechos humanos condenaba, de hecho, la violeo'ssconcreta sobre los cuerpos, pero no deca nada sobre la violencia econmica y srlnra la que la tortura se haba consagrado6.

    La consolidacin de ese enfoque en Chile estuvo directamente relacionada con dpapel de IaYicarade la Solidaridad, cuya especializacin en la defensa de los dechos humanos permiti alalglesia iniciar una estrategiabfida y proteger a los ro-seguidos por el mismo rgimen que reconoca, en quien deca conftar y al que- mmuchos casos, ofreca su apoyo (Cntz,2OO4). Ese doble juego permitj ala Vi'rfollevar a cabo, entre otras muchas acciones, una serie de publicaciones' urgentes y cu,desesperadas, que establecieron los parmetros discursivos desde los cuales se hahpfa, en el futuro, de la violencia de Estado. En ellas, y ante la inoperancia de [ndemandas judiciales, IaYicara sac a Ia luz pblica, a uavs de revistas y libros" 'nnparte de los documentos y testimonios contenidos en su archivo'

    . Antonia Garca Castro tZOn n"analizado con detalle la creacin det estatuto de desaparecido-u No es este un problema especfico de Chile, sino ligado al propio paradigma de los kli@Humanos. Naomi Klein (2007) ha realizado un fundamentado anlisis de ese problema.

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    Donde utn? (1978), recopilacin de fichas de desaparecidos y de testimonios desus familiares, result fundacional en dos aspectos complementarios. En primerI 'gar, anudaba hbilmente la defensa de los derechos humanos al concepto de recon-ciliacin nacional, buscando una forma argumentativa que no entraara, necesaria-mente, confrontacin poltica. As, ala vez que desciba el uso sistemtico de la vio-lencia, evitaba la acusacin directa de los responsables y pona ms acento en el des-garro familiar causado por las desapariciones que en su carcter poltico. En segun-do lugar, abda eI camino para que la documentacin del archivo de la Yicaa, ver-dadero cata;trl testirnonial que lleg a incluir los antecedentes de ms de 45 mil perseguidos, vieral:uz pblica. En los aos siguientes, los testimonios y documentos delarchivo iban a convertirse en material de base para que diversas variantes discursivas(libros-reportaje, obras de teatro, vdeos, poesa, novelas)7, dieran a conocer las his-torias contenidas en ellos.

    Estos nuevos usos del testimonio se vieron acompaados de un cambio en la estra-tegia grfica de las publicaciones. De hecho, la publicacin deI Dnd.e estn? busca-ba individualizar al mximo a los desaparecidos y minimizar el carcter poltico desus desapariciones, poniendo el acento en el sufrimiento humano que stas habangenerado, y no en sus efectos polticos. Por ello, IaYicara se limitaba ahacer pbli-ca una recopilacin de fichas de desaparecidos, en las que se indicaban sus datos per-sonales, las circunstancias de su desaparicin y los testimonios de familiares y otrosdetenidos. Ese enfoque humanitario necesitaba de un tipo de imgenes que, mrs allde la retrica combativa de los testimonios del exilio, apoyaran la tonalidad afectivay doliente de estas valientes publicaciones. Por ello las fichas iban precedidas por unmontaje fotogrftco en el que los rostros de los desaparecidos aparecan yuxrapues-tos, en diferentes formatos y ramaos, al modo de un puzzle, e identificados por unnmero que remita al captulo del libo en que se trataba su caso.

    El puzzle con los tostros de los desaparecidos no slo serva para individualizar y daruna imagen a aquellos de quienes los militares negaban la existencia

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    RnenrslN, DEREcHos HUMANOS, MEMORIA y ARCHIvos. UNe prnsprcrrvA LATTNoAMERICANA

    Muchas de las imgenes tenan el formato tpico del carnet de identidad, pero otrasprovenan de lbumes personales'. Esas fotografas, que registraban a los desapareci-dos en siruaciones cotidianas y azarosas, subrayaban una idea fundamental: lo impor-rante no era su militancia ni su vinculacin a un determinado proyecto de transfor-macin, sino Ia cotidianidad famlliar y afectiva de la que haban sido violentamenteextrados. Al contrario de las publicaciones del exilio, el acento no se pona en labrusca detencin del proyecto socialista, sino en el desgarramiento afectivo y fami-liar producido por el mtodo de la desaparicin forzada.

    A partir de 1980 surgieron diferentes publicaciones que, bajo la rbrica del libro-reporta;'e, narraban casos especficos de desapariciones nutrindose de los documen-ros, declaraciones y testimonios del archivo de la Vicara. La novedad con respecto elas sucesivas enrregas del Dnde estn? radicaba en que los documentos no aparec-an en bruto, sino transmutados a otra matiz nartativa que poda acercarlos a tulpblico ms amplio. Tambin, en que esos documentos salan definitivamente deL^espacio de la Vicara, y eran incorporados al mbito profesional del periodismoe. Siembargo, estos libros-reportaje se hacan eco por completo de la retrica de Ia recotr'ciliacin ensayada por la Vicara, que se iba convirtiendo en un elemento imprescin-dible para que las publicaciones de denuncia pudieran ver la luz. El prlogo daDetenidos Duaparecidos, una herida abierta, no dejaba dudas:

    Ete trabajo se inscribe en la gran tarea de reconciliacin nacional y dz reconquista dcla paz para Cbile (.. .) Bascamos colaborar en la tarea dp evadicar el odio y el upri'tu d4 uenganza de nuestra sociedad. ( . . .) En razn d estos objetiuos se ban oru'itido todnslos nombres de pasonas que aparuen inuolucrados en estls becbos (1983: Il).

    El texto de Verdugo y Orrego incorporaba urrafotografa iunto acada uno delsecasos que analizal:a, pefo en vez de reincidir en el rostro del desaparecido -que ya emaquel entonces constitua el emblema de las asociaciones de defensa de los derechorhumanos- presentaba la imagen de alguno de sus familiares, a quienes los periodru-tas haban entrevistado para elaborar el libro. Ese gesto no era, ni mucho menos, irrelevante. Por una parte, sewa para situar en el centro del discurso a los actores prio-cipales de los movimientos de protesta, ofreciendo una representacin visual &" Los rostros de los desaparecidos fueron incorporados como material crtico por diferentes a'ffiyisuales de los aos setenta. En 1976 Luz Donoso, en una intervencin de gran riesgo, mostr .wte algunos minutos en las pantallas televisivas de una vitrina comercial en el centro de Santrago d rwtro de una militante desaparecida. Cfr. Nelly Richard (2000: 167).'Los primeros fueron Lonqun, de Mximo Pacheco, y Detenidos-Desaparecidos, una herida affihde patricia Verdugo y Claudio Orrego, ambos en la edtorial Aconcagua y cuya publicacin fue o'rada por la censura desde 1980 hasta 1983.

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    aquellos a quienes la dictadura negaba cualquier espacio de intervencin. Por otra,daba una figuracin al sufimiento generado por las desapariciones: no se tratabayade aportar un documento que diera carta de existencia e individualidad a los que yaoo estaban, sino de poner en escena el dolor y el desgarro que sus bruscas desapari-ciones habat producido. Entre las fotografas de los rostros dolientes de las madresel libro intercalaba algunas, ms explcitas, que mostraban su cuerpo quebrado porel llanto en los funerales de sus hijos.

    Ese uso de Ia fotografa albergaba una nueva estrategia gfica coherente con el pro-psito central de estas publicaciones. El objeto de la representacin visual no era y^La existencia factual de la represin 1ue a estas alturas el gobierno segua negando-

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    RITruSTN, DERECHOS HUMANOS, MEMORIA Y ARCHIVOS. UNA PNNSPTCTIVA LATINOAMERICANA

    Publicaciones como Mertorias contra el oluido (1987) o, sobre todo, La memoria pwbibidd (I98D llevaron a cabo ese desplazamiento: no se tataba ya de denunciar unsituacin existente a la que se exiga un fin, sino de conjurar laamenaza de su olvi-do y, para ello, de incorporar a su repfesentacin todos los elementos traumticos qucse haban asociado a su recuerdo. Con ese desplazamiento, que cargaba de afecdvi-dad la representacin del pasado, se sentaban definitivamente las bases de la lngr,acon que la Transicin se referira a la violencia dela dictadura, y desde l sral u$gobiernos disearan las polticas de memoria y reparacin".3. La rnemoria consensual de la Transicin y sus usos del testimonio

    La evolucin de los discursos de denuncia desde los aos setenta hasta la acnnrlidad muestr^ vna tendencia que, quizs por obvia, no ha sido suficienterrrcrrcesaltada: la absorcin progresiva de todas las representaciones de la violencia mlptar en las reivindicaciones y las luchas por la memoria. Es ste un paradigrn &intervencin novedoso, cuya emergencia estuvo ligada a reivindicaciones socfuespecficas y fuertemente politizadas, pero que con el tiempo ha ido aglutioerprcticas, discursos y estrategias muy dispares y 9ue, a medida que iba garo&,legitimidad y aceptacin en el espectro poltico, perda potencial de confrontrlimy profundidad crtica.

    Lo ocurrido con los supervivientes y su discurso testimonial es un claro ejempb&ese contradictorio proceso. El fin de la dictadun mllitar fue el principio de 'r, r*de intervenciones estatales sin precedentes en el mbito de la memoia, pero la Fda fuertemente politizada de los testimonios del exilio no iba ahallar eco algumqellas. En el interio de Chile, sin embargo, los testimonios se haban visto obligtra desplazarse a otras matrices discursivas como el reportaje periodstico o lata, y a ittegrarse en las gramticas de la denuncia y la reconc lliaci que anterite he sealado. Por contradictorio que pueda parece! fueron sus estrategias etffformadas en un momento de represin y censura y, por tanto, obligadas a unjuego de denuncia y aceptacin, las que el nuevo gobierno adoptaa como suJ'6,

    Ese singular anacronismo tena, sin embargo, sw raz6n de ser. En unque los militaes haban 'amarcado' no pocas parcelas de poder y elAylwin conjuraba el fantasma de la fragmentacin con una poltica deconsensos, las polticas de memoria deban canalizar el potencial co" Tomo la idea de una 'lengua de la Transicin' de ldelbel Avelar, quien seal que,crtica del autoritarismo abasteci de una lengua a las transiciones conservadoras para stcin permanente (cfr. 2000).

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    :ecuerdo de la violencia. Lo haran dignificando a las vctimas y adhirindose a sudolo pero sin asumir unas reivindicaciones y representaciones polticas que los mili--rres no hubieran aceptado.El lnforme de la Comisin Nacional de Wrdad y Reconciliacin de I99I consagraba la:lueva sintaxis de la memoria consensual, poniendo el acento sobre la voluntad gene-rl de reconciliacin y no sobre la divisin real que Ia hara necesaria. Aunque suublicacin cont con la iracunda oposicin de los militares, el gobierno busc elnodo en que la descripcin detallada y rigurosa de sus polticas represivas no origi-:,aravna nueva confrontacin poltica. Ello explica que la investigacin se desvincu-lara de un paradigma iudicial: describa crmenes atroces, sistemticos y con plenararticipacin del Estado, pero sin sealar a sus responsables y evitando vincularlos al:onjunto de reformas econmicas y sociales que haban cambiado Chile durante ladictadura. Explica tambin que se limitara a los casos de muerte y desaparicin, evi-:ando describir la tortua sistemtica de ms de 40.000 supervivientes que, para sus:.olticas de reparacin, no fueron considerados como vctimas.

    Todo ello era fruto de la presin de los militares, pero hallaba su genealoga enla:errica reconciliatoria de los ochenta. La desjudicializacin y el borrado de los;upervivientes evitaba identificar a los actores enfrentados por la violencia, y su des-politizacin la ubicaba en un pasado lejano y desconectado del espacio social hereda-Jo por la Transicin. Esa sintaxis de la memoria qued definitivamente sellada cuan-Jo, en actuacin televisada, Aylwin pidi perdn en nombre de todos los chilenos,:on la voz quebrada y lgrimas en los ojos, por las aberraciones que el informe haba:evelado. La responsabilidad de los represores se dilua, as, en la de toda Ia nacrn:hilena, en un desplazamiento que se repetira hasta el exceso durante toda laTransicin. Al mismo tiempo, el presidente se negaba a las demandas de justicia delas vctimas y familiares, pero en un gesto retrico de gran alcance, se adhera sinreservas a su llanto.El auge del testimonio: abstraccin y emocionalidad

    Al carecer los supervivientes de estatuto y representacin oficial, sus testimoniosrardaron en hallar un lugar en los discursos de memoria de la Tansicin. Al no habergozado de espacios de expresin durante la dictadura, el testimonio era una formarextual asociada a las estrategias de denuncia del exilio, basada en la confrontacinrrontal al rgimen militar y en una lectura muy politizada de su violencia represiva.Quizs por ello en los primeros aos de la Transicin los pocos y combativos testi-monios publicados fueron recibidos como puros anacronismos de otra poca, fuera delas coordenadas discursivas del momento.

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    RleruSttt, DERXCHOS HUMANOS, MEMORIA Y ARCHMS. UN,t pEnSpctIVA LATIN9AMERICANA

    En 1996,1a primera edicin en Chile del magistral testimonio de Hernn Valds-Tejas wrdu, que haba sido publicado originalmente en Espaa en 1974 y que sehaba converrido en el referente de los testimonios del exilio, indicaba que las cmasestaban cambiando. Denunciando los pactos y consensos de la Transicin, Valdesdabaala publicacin un tono combativo, pero la distanciaba por completo del maccideolgico que la haba acompaado en el exilio. Si en la edicin espaola habnescrito que su publicacin no haba tenido el objuo de exhibir o conrunicar una desgra-ciada experiencia personal, sino fde\ mlstrar, a traus de ella, la experiencia aXual ful pre-blo cbileno (I974:5), en la edicin de 1996 indicaba, por el contrario, que stexptimcia fera\ indiuidual, no la sufri en nulnbre del sindicato ni delpartido y que su texto erluina crtica fund.ada en su pura subjetiuidad (1996: 4)'

    Ese cambio de actitud estaba estrechamente ligado a una nueva concepcin de tramemoria y del rol social del testimonio: no se trataba ya de continuar. por ru&medios, la lucha poltica anterior al Golpe, sino de indagar y explorar en los vericrr-tos de una subjetividad herida por la violencia. De un modo ms contundente, en eLprlogo al testimonio de Sergio Zamota se poda leer:He aqu urca historia desnuda. El bombre que pasa siete boras en las manos ffuelade los agentes de la DINA se cuntenta cun cuntdr los hechos. No sabremos lo qae pien-sa de la IJnidad Popular y de las causas de su cada trgica, (. . . ) E.r una eleccinque hay que aceptar para comprender la fuerza d la dernostraciones implcitas qilctrae este relato. I-a inbumanidad de la tortura no ba sido nanca tan euidente cumoen el instante en que se da a aer en su lgica interna, separada dcl contexto que daal uerdugo la coartada de su oficio (1993:7).

    Este razonamiento llevaba an ms all el proceso de abstraccin de la violencie rtoftura deba extraerse de su contexto poltico para ser comprendida en su "inhum^n-na" verdad. El testimonio daba cuenta, pues, de las peripecias de un hombre comimenfrentado a la explosin de una violencia universal, inhumana y sin sentido- Su'objeto de representacin no eraya el mecanismo poltico que sostena la represirn-sino la respuesta humana a esa situacin extrema.

    Con esos presupuestos se abra paso un imaginario de la memoria en el que las vresde los individuos concretos, tesrigos accidentales de la Historia, presenta$ nnmayor legitimidad para representar los procesos histricos que la de los historiadmeo la de los protagonistas polticos del periodo . As, pareca natual que Juan del Valletitulara Campos dp Concentraci'n' Chik 1973-1976 (1991) un relato de su vivenciapr-sonal de la represin, con abundancia de alusiones a su vida famlhar y afectiva qrdifcilmente poda confundirse, como haca su ttulo, con un estudio del sistema citcampos. Esa liquidez genica apareca bien sintetizada en la contraportada:

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    Cada uez que la Literatura nls lleaa en el duro carnino de los acontecintientos socia-les e bistdricos tropieza irremediablemente cun la carencia (...) dr la experienciaindiuidual. El Testimonio ba entregado las berrarnientas para saltar este ucollo lite-rario y bacer de la Historia una cuestin mucbo nt buruana (T991).El Testimonio (con maysculas) se ofreca as como el lugar en que la Historia:oda humanizarse. Es sa una idea propia de lo que Annette \wieviorka (cfr. 1998)Jenomin Ia era del testigo: el estadio cultural en el que aquel que ha vivido los acon-:ecimientos aparcce como el ms legitimado para representarlos, y cuya palabra pte-:da de afectividad parece presentar un grado de verdad e inters imposible de alcan-ar por el discurso analtico de la histori ognfa.Aunque no fuera sa la intencin de sus autores, 1o cierto es que ese movimiento de;ubietivacin, bumanizacin y abstraccin de la represinhaIIaa acomodo, sin muchasiifrcultades, en las nuevas gramticas de la memoria y en su enfoque marcadamenterktivo. A pesar de incorporarse tardamente a ellas, los testimonios acabaranpor des-:rnpear un lugar central, ya que son discursos especialmente propicios para represen--g los efectos subjetivos de la violenciay prear de afectividad y emocin las imge-:rs del pasado. As, y en lneas generales, durante los aos noventa los testimonios de

    -cs supervivientes se desplazaron desde una posicin de combate hasta poticas del:tquerdo ms atentas, en muchos casos, a reflexionar sobre el propio acto de recordaratrc a analizar y comprender el sentido histrico de la violenc ia y ra represin.

    En coherencia con ese cambio de paradigma, eI uso y el sentido de los materiales-ficos que acompaaron estas publicaciones tambin se vio modificado. No se tra--^6a ya nicamente de una cuestin de seleccin fotogrfica, sino de un cambio en su-lcin semitica y en la relacin que los lectores mantenan con las imgenes que=compaaban a los testimonios. En trminos generales, al tiempo que las fotografas-rdan capacidad documental y de denuncia, lban cargndose de un poder evocari-1-o que lashaca especialmente rentables paralalgica de la memoria enla que se,nscriban las nuevas luchas.

    I-a anterior es una consideracin general y como tal inexacta, dadala enorme varie-lad de representaciones de la violencia durante los aos noventa, pero marca una ten-lencia mayoritatia en las publicaciones sobre la represin en la postdictadura. No esJe extraar, pues el paradigma de la memoria construye su relacin con el pasado en:rminos marcadamente afectivos, y lafotografa tiene la capacidad de hacer resonar=n el presente ecos de otro tiempo e incluso lleva adheridos algunos de esos ecos a sunaterialidad visual.

    Permtasenos un ejemplo. Las famosas fotografas de Burnett o Gerretsen sirvieron=n las publicaciones del exilio paradar cartade veracidad a una represin brutal cuya

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    mera existencia negaba el gobierno militar. Su omnipresencia actual en docuttreles, ensayos histricos y testimonios desempea una funcin muy diferente: Jra mGtrata de aportar pruebas de una realidad negada, sino de presentar las imgenes &orealidad pasada, registradas con una tecnologa de captacin arcaica y 9ue, pmcfumismo, convocan una serie de resonancias afectivas ligadas a un mundo que ya rrDfqhsalvo en la memoria de los lectores o espectadores. El valor de esas fotografa5 nt^nto, ya no reside en lo que muestran o contribuyen a validar, sino en el ambhuhistrico al que aluden y en el conjunto de relatos sobre ese tiempo pasado quemcapaces de evocar.

    Que un texto tan combativo e identificado a la militancia poltica revolucioria como Relato en el frente cbileno se ptesente acompaado, como se ha sealadoililprincipio de este artculo, de un montaje fotogrfico que rene todas las carrersticas anteriormente mencionadas nos muestra algo singular. A saber, que I'a ttntdencia esttica sealada ha conseguido traspasar todos los espectros polticc pconvertirse en un estilo transideolgico pan Ia representacin visual del pasedorreciente. Esto es, que incluso aquellos textos que en su momento encarnaron fulgica del enfrentamiento revolucionario y que aportaron una mirada hiperpod*zada y radical a la ealidad de la dictadura han sido subsumidos ho en ciennmedida, por una esttica del recuerdo que ha modificado totalmente su funcifusocial y su alcance poltico.Los testimonios audiovisuales

    Una mirada a la evolucin de los usos audiovisuales de los testimonios de la repre-sin revela algo importante. Si bien el testimonio, como forma discursiva, puedrhallarse en mltiples espacios informativos e incluso en formatos como el ntagaziw-eI reality sbow y una variada gama de espectculos de la intimidad, los testimoniosde la represin militar han escapado, en la mayora de los casos, a esa lgica delespectculo televisivo y continan vinculados a producciones independientes y mar-cadas ideolgicamente. Ello no ha impedido que los testimonios de la represin -hayan convertido, en la ltima dcada, en la piedra angttlar de los documentales-reportajes y programas informativos sobre Ia represin militar y que los procesossealados de abstraccin, subjetivacin y humanizacin de la violenciahayan perm-ado de un modo decisivo esas producciones. Resulta interesante, a este respecro-conrrastar los diferentes usos del testimonio en dos documentales que, aun a riesgcde generalizar, podemos considerar como paradigmas de sendas tendencias claves ensus pocas: Acta general de Chile (Miguel Littn, 1986) y Estadio Nacional (CarmenLwz Parot,2001).

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    El documental de Littn apuntaba, ya desde el propio ttulo, a una comprensingeneral del Chile de mediados de los ochenta, describiendo la l1gica poltica delgimen militar y las alternativas polticas y sociales que estaban surgiendo frente al- Al igual que en el caso de Miguel Herberg, Miguel Littn haba conseguido bur-lar los controles de Ia dictadura e incluso entrevistar a importantes figuras delgobierno militartr, pero la textura y la funcin de sus grabaciones era completamen-rc diferente. El film de Herberg haba dado a los testimonios una funcin eminen-remente prctica: identifica pblicamente a los detenidos y producir pruebas docu-mentales de la existencia d los campos. Littn, por su parte, integraba los testimo-nios de supervivientes y familiares en una estructura muy comple;'a aunque irregu-la, que articulaba las reflexiones del cineasta al volver a Chile con entrevisras a muydiferentes actores socialesta. En ese contexto, los testimonios de los familiares de lasrctimas tenan dos cometidos precisos: en primer lugar, dar una figuracin al sufri-miento generado por las polticas represivas de la dictadura; en segundo lugar, eri-girse como una contraverdad, silenciada y oculta, opuesta a la verdad oficial esgrimi-da por el rgimen militar, representada en la primera patte del film por el discursode la ex ministra de justicia Mnica Madaagali.

    Desde un punto de vista actwal, hay dos aspectos que llaman la atencin en esecomplejo entramado. En primer I 'gar,la palabra de supervivientes y familiaes com-parta espacio con la de socilogos, personalidades polticas y acrivistas sociales, perorodas ellas aparecan subordinadas, en ltima instancia, alauoz ouer delpropio Littn,que haca de hilo conductor, dando orden y coherencia a todas las dems. As pues,la versin sufriente de los testigos, muy marcada afectivamente, entraba en dilogo= Sus peripecias durante el rodaje son bien conocidas, ya que fueron narradas por Gabriel GarcaMrquez en La aventura de Miguet Littn clandestino en Chite. Jose Mara Bezosa haba tambin con-seguido burlar los controles de la dictadura unos aos antes. Su extensa tetraloga de Chitilmpresslons (1978) guarda una ciea similitud estructural con Acta general de Chite, y a pesar delempo y las distancias comparten un mismo espritu y no pocas estrategias discursivas. La irona debs films de Berzosa y su sutil deconstruccin de los mitos y discursos militares convierten la suya enuna propuesta realmente inslita en la filmografa sobre la dictadura chilena.." [a pelcula daba voz a opositores polticos y a vctimas de la represin, pero tambin a ex minstrospinochetistas y personajes pblicos vinculados al gobierno militar. En un tramo especialmente arries-gado, se entrevistaba a militantes clandestinos del Frente Patritico Manuel Rodrguez, con sus ros-bos siempre en sombra. En la parte final se renda homenaje a la memoria de Allende a travs de lostestimonios de personas tan relevantes como Fidel Castro, Gabriel Garca Mrquez,lsabel Allende uHortensia Bussi.= Esa estrategia de hacer colisionar a travs del montaje la verdad oficial del discurso militar y de la ver-dad sufriente de los testimonios de los familiares de desaparecidos la haba ensayado de forma recu-rrente y muy efectiva Jos Mara Berzosa en Chili impressions.

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    se nicamente en la palabta de los supervivientes, y situar su foco de atencin en la*xriencia y en la vivencia personal de la represin implicaba dejar de lado otroslsPctos relacionados con la violencia. As, tras ver la pelcula, el espectador conoca;l detalle el funcionamiento del campo, poda imaginar fcilmente la dimensin dezu horrot y poda solidarizarse humanamente con los supervivientes y sus familiares,-n nombre de un sufrimiento basado en causas irracionales. Pero a menos que pose-Terz- ya un conocimiento previo sobre la dictadura militar chilena, nada sabra sobrels causas polticas ni sobre los efectos sociales de esa violencia, ni tendra noticia de- fenomenal transformacin vivida por Chile durante los 17 aos de dictadura.

    Podr argumentarse, con razn, que se no era el objetivo de Estadio Nacional, niJe I-a cueca sola (MarilMillet, 2oo, ni de otros documentales del periodo, sino que-tas producciones corregan el vaco histrico que la sociedad postdictatorialhabaecho a los supervivientes, y por prime n vez les otorgaba el lugar que les correspon-ia en la representacin de la violencia militar. Efectivamente, estos filmes cumplie-:oo a la perfeccin ese objetivo y construyeron una sintaxis audiovisual coherente y=tectiva panhacet de los testimonios el centro de una nueva forma de mirar el pasa-lo reciente. El problema es que esa nueva mirada, irreprochable en s, no se hallabaecompaada de otros discursos ni producciones que le dieran un marco ms amplio=n el que proyectarse.

    se es, sin duda, uno de los grandes problemas de la cultura de la memoria en la-ctualidad: las representaciones marcadamente afectivas de la experiencia de la vio--encia, filtradas por la subjetividad de los supervivientes, carecen de marcos genera--es de interpetacin a los que anudarse y en los que cobrar un sentido global, hist-:ico y poltico. En ese conrexto,y conta su intencin, el uso de los testimonios en-os documentales de la ltima dcada ha tenido un efecto paradjico: debido a suran capacidad de impacto emocional y a su alta rentabilidad damtica,handespla-zado toda la atencin haciala experiencia de la violencia extrema y hacia las dificul-rades de la memoria subjetiva para afrontarlarT. Es decir, han contribuido a privile-eiar y consolidar un enfoque psicolgico, teraputico y fenomenolgico sobre la vio-

    El caso Pinochet (Patricio Guzmn,2001)fue una de las producciones que ayud a consolidar lasnuevas gramticas de la memoria y los usos del testimonio de la ltima dcada, aunque desde unaperspectiva inequvocamente denunciante, ya que su temtica no era la represin en s, sino el falli-do proceso a Pnochet. En una escena brillante del film se condensa uno de los gestos fundamenta-les de estas nuevas poticas. Mientras escuchamos a Joan Garcs narrar sus vivencias el da delGolpe, se muestran imgenes fotogrficas del bombardeo de la Moneda y de la represin urbana,pero no al modo tradicional del documental, sino que las fotografas estn en una mesa y la cmaralas recorre. Joan Garcs, que est al lado, las comenta e incluso aumenta algunas de sus partes conuna lupa. La escena, por tanto, no pone el nfasis en el Golpe como tal, sino en el recuerdo que de

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    lencia que hace de pantalla ante una interpretacin histrica y polticamente funda-da del sistema represivo y su funcionamiento.

    Este planteamiento gt:a;da una estrecha relacin con el prlogo anteriormenrtcomentado al testimonio deZamora, que celebraba su ausencia de sentido poltico tsu separacin del contexto histrico, ya que incidiendo en la lgica interna de Irepresin, se podra comprender mejor la'inhumana' verdad de la tortura. Despoi*{,*la violencia de sus particularidades polticas e histricas, su representacin subfetr-vada se converta en universal, ya que aluda a una violencia intemporal, inhuma.nuy carente de sentido que no valaIa pena intentar explicr. Lo nico que interesafuera, pues, la respuesta humana a esa violencia universal, la reconstruccin del sufr-miento de las vctimas y la anacin de hombres comunes sometidos a circunsus--cras extfemas.

    La centralidad que los testimonios han tenido en los ltimos aos en la represeo-tacin del sistema represivo ha servido para consolidar esa tendencia, que poco a Ixxlrha ido convirtindose en una doxa cultural transideolgica que ha transformado nmirada social al problema de la violencia militar. El paradigma de la memoria hsvenido a sellar esa transformacin y a darle una dimensin nueva a los usos del tru-timonio. La forma discursiva que durante mucho tiempo se identific con una pofttica de enfrentamiento y lucha aparece hoy ms cercana a la exploracin psicolgiroy fenomenolgica de la experiencia violenta.Una produccin reciente como La calle Santa Fe (Carmen Castillo, 2007) alotsmuchas de las contradicciones de los usos del testimonio en la actualidad, llevadoal extremo Ia miradaafectla de las nuevas gramticas de la memoria de la represim,

    La directora y protagonista del film, Carmen Castillo, narra su vuelta a la casa en fr,o.que vivi durante 10 meses en la clandestinidad con Miguel B,mqtrcz,lder del MIt-movimiento armado de la izquierda chilena- y en la que, en octubre de 1974,tumuri en combate con las fuerzas militares y la propia Castillo, embarazada, fue hrril'da gravemenre". A partir de sus reflexiones sobre las experiencias vividas en la crnr

    l tiene un sujeto particular, implicado emocionalmente. El objetivo de esa escena, por tanto, rn Garrqar luz alguna sobre el Golpe y su violencia, sino sobre el modo en que una persona que brluiopuede referirse a esa experiencia.'' Sobre ese episodio gira obsesivamente buena parte de la produccin escrita y flmica de GmtumCastillo. Su libro Un da de octubre en Santiago (publicado originariamente en francs en 1980i, $upivotaba sobre la escena de la muerte de Enrquez y sobre la casa de Santa Fe, constituye una riuclave de la literatura testimonial en el exilio. Su impresionante film La flaca Alejandra (1994, co+dr'zado con Guy Girard) sobre la exdirigente del MIR y colaboradora de la DINA Alejandra 4srirn" rdl,va tambin sobre la misma escena, ya que las entrevistas con ella tenan como objetivo dectffiresclarecer las zonas oscuras de la muerte de Enrquez.

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    -" sus intentos de tecuperatla, la pelcula recoge el testimonio de antiguos militanteslel MIR, familiares y amigos de Castillo y nuevos militantes.La calle Santa Fe lleva al lmite la sintaxis de la memoriadela ltima dcada,y:tvela as algunas de sus contradicciones. Se trata de un film que vuelve recurente-nente sobre la violencia, sobre la militancia clandestina y sobre la revolucin social,-ro lo hace de un modo desplazado. En realidad, sobre lo que hablan los testigos,:ntrevistados y la propia Castillo es sobre la experiencia subjetiva de la violencia, la

    '. ivencia emocional de la militancia y la clandestinidad y sobre los efectos mentales-le vivir el sueo de la revolucin social. Lo poltico, en la pelcula, est siempre-amizado por el filtro de la subjetividad, de la afectividad y de la emocionalidad de-rrl modo consciente y deliberado. De hecho, en determinados momentos la propiaCastillo pide a sus compaeros que analicen el tiempo de la clandestinidad, pero queeo lo hagan en trminos polticos, sino vitales.

    Ese voluntario y sistemtico desplazamiento de los acontecimientos polticos allominio de lo afectivo y lo experiencial atraviesa todos los niveles de representacinJel documental. ste se abre con imgenes de archivo del noticiario informativo en=l que se narra la muerre de Enrquez a manos de los hombres de la DINA. Acroseguido, se nos muestra a Carmen Castillo en una habitacin mirando carteles yrclletos del MIR y fotografas personales de los aos setenta en las que aparece conEnrqaez, as como otros objetos asociados a su vida en comrn. Lavoz ouer de Castillo:ecita con un rono melanclico las siguientes palabras:

    No nte hace falta recordar la belleza el da de Ju muerte. Miguel no se ha ido, soyyo la que se ba conuertido en ltra, una extraa en esta historia. Y sin erubargo, diezrteses de uida en la casa de la calle Santa Fe y todo lo que anr puede esperar a /olargo de una uida, ab lo uiu. Quizs sea eso la felicid.ad, minutos uiuidw como sifuera el ltirno, la amenaza, el rniedo se quedaban afuera, dupus de pasar la puer-ta recobrbamos el aliento (...) El tiempo est ab, no transcurre, solo tuae que acs-turubrarrue a la ausencia, a/ uac0, para osar an da a.cercanne a la casa, esa caslzincrustada en m desde ese sbado 5 d,e octubre de 1974.

    En esas primeras imgenes aparece delineado el programa de la pelcul a y las carac-rersticas fundamentales de su mirada al pasado: se rrata de una memoria emocional,que huye del anlisis poltico y se concentra en explorar poticamente el proceso con-radictorio de la rememoracin personal y en hallar una sintaxis visual coherente parasu fenomenologa de la vida en clandestinidad. De ese programa proviene la granparadoja de esta pelcula, que atravies a, en rcaIidad, toda la obra de Carmen Castillo:la representacin de la militanciay de la entrega a una causa poltica se realizaenusencia de toda lectura poltica. Por el contrario, sta se halla totalmente filtrada

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    por la memoria afectiva que convoca y por el tfauma de una prdida personal eororno a la cual pivotan todos los elementos de la representacin.La calle santa Fe es, pues, una pelcula profundamente emocional. Su extraa P6.'sa alude constantemente a las lagunas del recuerdo, 4l quiebre de la identidad y euna existencia desvencijada por la prdida. Sus imgenes rodean fepetidamente stfauma como si se tfatara de un ritual' Por ello es un film que se ve con el corazfoencogido, que exige una respuesra emocronal y sentimental al problema de la viol*cia y que, como la m yofa de los usos del testimonio en la actualidad, interpela entrminos afectivos al espectador, y filtra su fepfesentacin del pasado por el tamiz &una subjetividad herida con la que resulta difcil no empatizaf.Polticas de memoria y centralidad de los supervivientes

    No hay nada que objetar, en este punto, a los supervivientes que han encarado dtese modo sus testimonios, algunos de ellos de mucha complejidad y valor moral' Eflproblema es que log ejemplos anteriores condensan el modo de operar de un ambien-te cultural que carece de otras estrategias Pata mifat y representar el pasado reciefFte. Ms preocupante si cabe es el hecho de que el Estado y la industria cultusi[mimeticen su representacin emocional de la represin para elaborar unos discursomde la memofia que, en algunos casos, poca luzarroian sobre el Pfoceso histricodlque estn aludiendo. Todo lo contfafio, al incidir en sus aspectos de mayor rensln-lidad dramtica, oscurecen en cierta medida su comprensin'

    EI Inforne de la Comisin Nacional sobre Prisin Poltica y Tortura, dirigido Por dLsacerdote Sergio Valech por encafgo de Ricardo Lagos es un ejemplo de las contrr-dicciones que, a este respecto, pueden llegar a albergar las polticas de memoria- Setrara, sin duda, de una de las intervenciones de memofia y teparaci|n de mayor cala-do entre las llevadas a cabo por los gobiernos postdictatoriales de Amrica I-atinn-cuyo propsito era acabar con las lagunas de unas polticas de memoria que, desdeCprincipio, haban tenido que enfrentafse ^Ia presin de los militares' Para ello' CInforme investig la prctica sistemtica de la tortura y puso negro sobre blanco Cfuncionamiento de la represin, especialmente las zonas a las que eI lnforme Rettig mhaba podido llegar. Especialmente, se haca eco de la experiencia de ms de 35 mnillsupervivientes y daba ala prctica de la tortura y a sus supervivientes una rePrsem-racin legal de la que hasta entonces haban carecido, proponiendo medidas corlGr-tas de repafacin pafa todas las vctimas de la represin militar.

    Es difcil exagefaf,pues, su importancia en el desarfollo de las polticas de memorirqel revs definitivo que supuso al discurso negacionista de los militares' Su descripcimt66

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    nftnica de la tortura, detallada y rigurosa, se enmarcaba, sin embargo, en un discursorul gna textura marcadamente afectiva, que poco deca sobe los efectos polticos ymiales de la violencia, sino que focalizaba su atencin en los desgarros personales y&niliares que sta haba producido. Escriba Iagos en el prlogo:

    El trasfondo dcl lnforrrte son las uidas quebradas, las familias destruidas, las pus-putiuas personales tronchadas. Todo ello estuuo cubierto durante mucbo tiernpo portn espesr e insano silencio. (...) La experiencia d.e la prisin poltica y la torturarepresent un quiebre uital que cruz todas las dimensiona de la existencia de lasactimas y de sas familias.

    De ese modo, sealaba la ausencia de una respuesta social adecuada al problema dehviolencia de Estado en especial, a los efectos de la prctica sistemtica de la tortu-B durante la dictadura militar. Sin embargo, las palabras de Lagos evitaban cuidado-{rnenre el registro de la denuncia poltica y daban una clave patolgica a esa oculta-cin social, tachndola de insana y apaa. tu rr^ la clave rettica que sostena el grue-so de su argumentacin y que inscriba buena parte de la histoia reciente chilena enr'rr suerte de disfuncin psicolgica colectiva: se refera al sistema represivo medianteupresiones como desuaro o prdida dp rumbo y tildaba de inconsciente Ia conspiracin d'esilencio que, en los primeros aos de la Transicin , haba pes,ado sobre la toftufa.

    Dentro de esa lgica, Lagos haca especial hincapi en los efectos psicolgicos yafectivos que la torrura sistemtica tuvo en los detenidos, resaltando el "quiebrevial" que supuso en las vctimas sobre sus efectos polticos y sociales. El Informe con-dnuaba, en lo esencial, la clave psico-patolgica de la argumentacin del presidentey en su captulo octavo, dedicado a las consecuencias de la tortura, todo el acento sepona en las consecuencias fsicas y psicolgicas en los detenidos. En el apartadodedicado a las consecuencias sociales, stas se limitaban a las dificultades de loszupervivientes para establecer relaciones afectivas tras la tortura.

    I-a Comisin tena, sin duda, fuertes razones para enfatizar los daos subjetivos de larorrura, pues era algo que hasta entonces careca de representacin oficial. Pero la foca-Lzacinexclusiva en los efectos individuales haca de pantalla ante la funcin que la vio-lencia haba tenido en la transformacin social de todo el pas. Inscribiendo el problemaen el paradigma del dao psicolgico y detallando sus escalofriantes efectos subjetivos,el informe se permita aparta la minda de la productividad social de la violencia y desu rol en la constitucin de la sociedad chilena actual. Ms que eso, el Inforwe sobre tor-taras toraba incomprensible la racionalidad de la tortura y, con ella, la de toda la repre-sin. Las palabras de Lagos resuman ntidamente Ia tica de la memoria que se deriva-ba de esa eleccin: el carcter extremo y brutal de la violencia convocaba el lamento, el

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    esrupof y la indignacin, pero exclua cualquier tipo de explicacin racional y' pof tanm.cualquier intento de comprend er el carcter histrico y poltico de esa violencia:C6no explicar tanto bomor? Qu pudo prouocar conductat bumanas como las queall aparecen? No tengo re:paesta para ello. Como en utras partes del mundo y en0tr0s m1ntents de la historia, Ia razn no alcanza a explicar ciertos comportamien-tos ltumanos en los que predomina la rueld.ad extrema.

    La retlrica y la tonalidad con que Lagos y el lnforme abordaban la ptctica &la tortura entroncaban directamente con Ia mi:raLda hacia el pasado de las ptr-cas de la memoria que, gestadas en los aos noventa,haban adquirido a medi-dos de la presente dcada un carcter oficial. El lnforme sobre Tortura.t constima-de hecho, el brillante broche final en la construccin de una memor 6s5g15rcuyas semillas, como se ha sealado anteriormente' Se empezafon a plantar emplena dictadura, con el surgimiento de los movimientos por los DerechonHumanos y la iucha de la Vicara de la Solidaridad, que para sacar a la luz pbli-ca 1as ptcticas de toftura y desaparici n forzada, haban debido renunciar a rnlectura poltica de la represin inscribiendo su denuncia en un plano estric*-mente humanitario.Esa estrategia involucr un lxico, una tonalidad y, sobre todo, una mirada aftr-tivahaciael sufrimiento de familiafes y supefvivientes que aconsej un uso de s'restimonios radicalmente diferente al que se les estaba dando en el exterior dtChile, donde se haban vinculado a las luchas combativas del exilio. Las caacersticas de la Transicin chilena hicieron que ese uso combativo y denunciane'claramente poltico, de los testimonios se identificara con una poltica de enfteo-tamientos que el pfograma consensual de la Transicin deba evitar. Quizs pu'ello ni los supervivientes ni sus testimonios hallaron acomodo en las poltft;uestatales de memoria que, a pesar del anacronismo, hicieron suyas las esttat(ryr[de denuncia creadas en tiempo de dictaduray trataron de minimizar la denumi,[poltica subrayando su compfomiso afectivo con el sufrimiento de las vctim'r

    En ese contexto, el Informe sobre torturas incluy definitivamente a los supervivielrtes y sus testimonios en las polticas estatales de memoria. Se trataba de una itnr-vencin tan importante que Lagos lleg a sealar que con ella y con la reforma m'"titucional de 2005 se pondra ftn ala larga Transicin chilena. El presidente ifu'tificabaas, muy claramente, los dos elementos de la dictadufa que el sistema d@crtico estaba obligado a rechaza y corregir, a saber: su diseo institucional auri-tario y su desmedido sisrema represivo. Pero lo haca sin cuestionar el modelo &sociedad que necesit de esa violencia y ese autoritarismo para echar a andar y q*curiosamente, la Transicinhaba heredado. Ms que eso, la denuncia del autuis.

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    rismo y la represin serva, pandjicamente, para sacar del debate y del foco detencin la violencia econmica de la sociedad neoliberal.Las polticas de memoria de los diferentes gobiernos de la Concercacin fueronsiempre parrcipes de esa omisin f , a fwerza de incidir en ella, la hicieron parteesencial de su retrica y de su dramaturgia poltica. El prlogo aI lnforme sobreitrturas es un buen ejemplo de ella: la violencia de la dictadura fue masiva y bru-ral, pero sus efectgs fueron puramente destructivos y localizados en la esfera deio personal: uidas quebradas, perspectiaa troncbadas, quiebre aital... Al calificar lariolencia militar de inburuana, irracional y, lo que es ms importante, de incoru-

    nrensible, borraba su funcin poltica y la inscriba en eI dominio ahistrico de laparologa psicolgica.Los supervivientes y sus relatos escalofriantes fueron convocados para sellar con

    ruego ese mensaje. Los usos del testimonio consolidados en la ltima dcada -consus rasgos principales de individualizacin de la violencia, abstraccin del conflic-Eo y apuesta por la butnanizacin emocional del pasado- as lo permitieron. ElInforme otorgaba a los supervivientes, por fin, el estatuto de "portadores de histo-ria" que tanto tiempo les haba negado el Estado, pefo ante la magnitud de sudolor, la carga emocional de sus historias y la verdad lacerante de su palabra trav-matizada resultaba casi imposible distanciarse lo suficiente para comprender racio-nalmente el problema de la violencia. Se daba pues lapatadoia de que, desvincu-nada de un anlisis histrico serio, Ia descripcin rigurosa y detallada de las tcni-cas y efectos de la violencia resultaba tan impactante que dificultaba su propiacomprensin . El sbock producido por las revelaciones del Inforrne parcca exigir unarespuesta emocional, visceral y contundente que exclua el anIisis razonado: en esecontexro hiperemocional, cualquier intento de explicar racionalmente la violenciade la dictadura se haba tornado obsceno.

    ru .r, sin duda, la paradoja central de las polticas de memoria en la actualidad,s los usos qwe realiza del testimonio estn directamente relacionados con ella. Hayque subrayar la importancia de dichas polticas en la dignificacin de las vctimas,en la construccin de una memoria emocional de los vencidos y en las medidas dereparacin para los represaliados por el rgimen militar. Pero ello no debera ser-vir para aparteLr la mirada de la funcionalidad poltica y social de esa violencia y desu vinculacin cor, la economa neoliberal implantada durante la dictadura.Mientras esa relacin no sea el centro de las memorias pblicas sobre la represin,nada se habr entendido de el!a, y eI recurrente grito de Nunca Ms continua fta-casando como hasta ahora.

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    USOS DEL TTSTIMONIO Y POLTICAS DE LA MEMORIA. EL CASO CHILENO

    - PERIS BLANES, Jaume (2005), La inposibk uoz. Memoria y representacin d.e loscarnpos de concentracin en Chile: la posicin del testigo. Santiago de Chile, CuartoPropio.- PERIS BLANES, Jaume (2008), Historia d.el testiruonio cbileno. De las es*ategias d.ednuncia a las polticas de rnemoria. Valencia, Quaderns de Filologia.-PINTO, Myriam 1984, edicin censuradal (1986), Nunca Ms Cbile. 1973-1 9 84. Santiago, Terranova Editores.

    -POLITZER, Patricia (1985), Miedo en Cbile. Santiago, CESOC.- RICHARD, Nelly (2000), "Imagen-recuerdo y borraduras" Polticas y estticas dela memoria (RICHARD, Nelly ed.) Santiago de Chile, Cuarto Propio.- ROJAS, Rodrigo (197 4),Jams de rodillas. Acusacin de un prisionero de la junta fas-cista en Chile. Mosc, Agencia de Prensa Novosti.- VALDS, Hernn (I97 4), Tejas Wrdu. Diario de un campo de Concentracin en Cbile.

    Barcelona, Ariel.- VAIDS, Hernn (1996),Tejas Verdns. Diario de un campo de Concennacifin en Chile.

    Santiago de Chile, LOM.- VALLE, Juan del (1997), Canrpos de concennacin. Chile 1973-1976. Santiago deChile, Mosquito ediciones.- VARAS, Jos Miguel (1917), La aoz de Cbik. Mosc, Agencia de Prensa Novosti.- VERDUGO, Patr.cial' ORREGO, Claudio [1980, versin censuradal (1983),

    Detenidos-d.esaparecidos. Una berida abierta. Santiago de chile, Aconcagua.- VILLEGAS Sergio (I914), Cltile, el estadio, los crrnenes de la Junta Militar. BuenosAires, Cartago.- WAA (1978), D.nde estn? WL 1. Santiago de Chile, Publicaciones delArzobispado de Santiago-Yicara de la Solidaridad.- WAA (1983), La tortura en Cbile. Inforrne de Amnista Internacional. Madrid,Fundamentos.'- WAA (1987), Memorias conna el oluido. Santiago, Amerindia.- \7IEVORKA Annette (1998), L'bre du tmoin. Paris, Plon.- \ITKER, Alejandro (I97t), Prisin en Cbile. Mxico, FCE.- ZAMORA, Sergio (1993), Sept beures enne les mains d la DINA. Pars, FlorenceMassot Editions.

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    RPNSTT.I, DERECHOS HUMANOS, MEMORIA Y ARCHIVOS. UN PNSPCTTVA LATINOAMERICITI+

    FILMOGRAFA- Cbik 7 3 o La historia que se repite (197 4). Realizacin: Miguel HERBERG.- La upiral (I916). Realizacin: Armand MATTELART y Chris MARKER.- Cltile lnpressions (1977). Francia. Realizacin: Jos Mara BERZOSA.- Aa Generat d.e Cbite (1986). Ftealizacin: Miguel LITTN.- El cao Pinocbet (2001). Realizacin: Patricio GUZMAN.- Estadio Nacional (2001). Realizacin: Carmen Luz PAROT.- La calle Santa Fe (2007). Realizacin: Carmen CASTILLO.- La cueca sola (2003) Realizacin: Maril MALLET.

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    ARCH IVO DE H ISTORIA DEL TRABAJO

    R"presin, derechoshumanos, memortay archlvosUna perspectiva latinoam eticana

    Jos Babiano (ed.)Manuel Prez LedesmaElizabeth JelinRicard VinyesSeveriano Hernndezlvaro RicoAlberto Gmez RodaSilvestre LacerdaJaume PerisRuth Borja Santa CruzAnton io Gonzlez Quintana

    fundacion 1" de mayo - Ediciones GPS

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    i,., D3-lr l4rZ1t zt 6\ss?lNPNSII', DERECHOS HUMANOS, MEMORIA Y ABGHIVOS: UNA PERSPECTIVA LAIINOAMERICAiIAAutofesJos Babiano (ed.)M. Prez LedesmaElizabeth JelinRicard VinyesSeveriano Hernndezlvaro RicoA. Gmez RodaSilvestre LacerdaJaume PerisR. Borja Santa CruzA. Gonzlez QuintanaEdtaEdiciones GPSC/ Sebastin Herrera, 14.28012 MadridTel. +34 91 527 [email protected]. ed i c i o n es g PS. esFundacin 1" de MaYoC/ Arenal, 11. 28013 MadridTel. +34 91 364 06 01l mayo@1 mayo.ccoo.eswww.lmayo.orgEsta edicin cuenta con el apoyo de la Secretara de Estado para lberoamrica, delMinisterio de Asuntos Exteriores y CooperacinMadd 2010ISBN : 978-84 -97 21 -397 -4Depsito Legal: M-451 5-20'1 0Bealizacin e imPrcsinUnigrficas GPSC/ Sebastin Herrera, 14.28012 MadridTel. +34 91 527 54 98unigraf icas@uni graf icas.es@ FUNDACIN I" DE MAYO Y EDICIONES GPSQueda prohibida la reproduccin impresa, -electrnica o por cualquier otro medio- total oparcial de los textos de esta obra sin el permiso expreso del Centro de Documentacin dela Migraciones de la Fundacin 1o de Mayo.

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    Prlogo. Rodolfu Benito

    Introduccin. Jos Babiano

    A) Memoria e Historia: una AproximacinTerical. La Historia, los Historiadores y la Memoria. Manuel Prez Ledesma 2I23B) Represin, Derechos Humanos y Memoria 332. Las Memorias y su Historia: el Pasado Reciente en el Presente del Cono Sur.Elizabetb Jelin 35

    3. Las Polticas Pblicas de Reparacin y de la Memoria en Espaa. Ricard Vinyes 57C) Testimonios, Documentos y Archivos: Estudios de Casoy Recomendaciones Finales 69

    4. Los Archivos Estatales ante la Llamada Ley de Memoria Histrica en EspaaSeuaiano Hernndz 7I5. La Represin, las Investigaciones Histricas sobre Ia Dictaduray los Archivos Pblicos en Uruguay. laaro Rico 776. La Conculcacin de los Derechos de los Trabajadores bajo el Franquismoy los Archivos de los Abogados Laboralistas. Alberto Gmez Roda 1057. Los Archivos de la PIDE y la Represin en el Portugal Salazarista.

    Siluestre Lacerda 1278. Usos del Testimonio y Polticas de la Memoria: el Caso Chr\erro. Jaume Peris l4l9. Archivos, Centros de Memoria y Patrimonio de los Derechos Humanos en Per.Rutb Borja Santa Cruz 17310. Archivos y Derechos Humanos. Recomendaciones desde elConsejo Internacional de Archivos. Antonio Gonzlez Quintana 189