Ut_Crónica de Ambalema

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Jugando Cuadros en la Ciudad de las mil y un columnas Por: Beatriz Helena Alba “El extraño y cómplice experimento de describir y vivenciar a Ambalema desde los ojos y los labios de un niño de 9 de años, que enfrenta lo que quedó de la ciudad de la mil y un columnas, con las ruinas y la pobreza que dejo el pasado y no supera el presente.” Por un descenso que parece plano se llega a Ambalema. Después de desviarse de la vía Ibagué Venadillo, por entre una carretera decorada con sembrados de arroz, amplios pastizales, fauna silvestre y una que otra casita de algún campesino ambalemuno. Son las 11: 24 de la mañana, en el cálido y húmedo domingo 11 de abril, la mañana es lluviosa y en el recorrido se va entremezclando el calor con la humedad, por entre algunas curvas se llega al pueblo, tras una bajada, empinada, van apareciendo casas coloniales y la grade iglesia amarilla que tiene un gran techo circular plateado que llama la atención a los turistas, para fotografiar su arquitectura. Foto: Ambalema

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Jugando Cuadros en la Ciudad de las mil y un columnas

Por: Beatriz Helena Alba

“El extraño y cómplice experimento de describir y vivenciar a Ambalema desde los ojos y los labios de un niño de 9

de años, que enfrenta lo que quedó de la ciudad de la mil y un columnas, con las ruinas y la pobreza que dejo el

pasado y no supera el presente.”

Por un descenso que parece plano se llega a Ambalema. Después de desviarse de la vía Ibagué – Venadillo, por entre una

carretera decorada con sembrados de arroz, amplios pastizales, fauna silvestre y una que otra casita de algún campesino

ambalemuno. Son las 11: 24 de la mañana, en el cálido y húmedo domingo 11 de abril, la mañana es lluviosa y en el recorrido se

va entremezclando el calor con la humedad, por entre algunas curvas se llega al pueblo, tras una bajada, empinada, van

apareciendo casas coloniales y la grade iglesia amarilla que tiene un gran techo circular plateado que llama la atención a los

turistas, para fotografiar su arquitectura.

Foto: Ambalema

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Más abajo esta la plaza central, un complejo cuadrado entre baldosas, tierra y cemento del que crecen muchos arboles, que

brindan sombra y viento a sus tranquilos visitantes, son las 10 de la mañana y justo al lado donde están los vendedores de

artesanías en sus cambuches de madera cubiertos por bolsas plásticas negras, pregunto por “jabón de la tierra” un producto por el

que era famosa esta población, de pronto alguien detrás mío me responde: “No, eso ya no existe, a los que lo hacían ya les dieron

balín” volteo mi mirada y me sorprendo al ver a un chiquillo de unos 85 centímetros de altura, de cabellos monos, tez trigueña y

ojos rasgados, que me mira con firmeza, mientras exhibe una gran sonrisa picara.

Foto: César Luis Rayo Lazo

¿Ya no existe? Repito y me extasío en ese chico y cómplice rostro que me repite con claridad y firmeza su respuesta. Se llama

César Luis Rayo Lazo, tiene 9 años y la firmeza y ganas de un adolescente trabajador y rutinario, que concentrado en su trabajo

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de ayudante del local uno en las artesanías, cuida los cuadros enmarcados con cintas de colores sobre la acera del parque

principal. Esperando tiradores que desde la raya en cinta roja afinen su puntería y logren dejar la moneda en el centro del cuadro.

Han pasado quince minutos y llega calmado y tranquilo Camilo, saca del bolsillo de sus jean, tres monedas de cien pesos y ubica

su sandalia café detrás de la raya roja: hace el primer lanzamiento, con la mala suerte que su moneda resbala y cae sobre la cinta

roja. César sonríe y recoge la moneda y la deposita en el tarro de gaseosa plástica de un litro, cortada a los tres cuartos para servir

de caja. Camilo hace de nuevo los dos últimos tiros y en el último su moneda cae en el centro del cuadro marcado con las letras

que leen 300, César recoge de nuevo la moneda y le entrega a su cliente y amigo los 300 pesos que acaba de ganarse jugando

cuadritos en la plaza principal de Ambalema.

César Luis Rayo Lazo, vive en Ambalema es hijo de doña María, una mujer de 51 años de edad que sufre del corazón y que debe

quedarse en casa para evitar demasiada actividad física, es una madre oriunda de Ambalema, que perdió a su esposo una tarde

de balas, en que los paracos silenciaron a los sapos que les interrumpían sus negocios.

Foto: Camilo, Sebastián y César

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Desde entonces y hasta hoy sus cuatro hijos son los encargados de velar por los gastos de la casa: Diana Sofía de 20 años que

trabaja en una cantina de Lérida, Arrisón Andrés y José Abelardo de 18 y 17 años que trabajan sembrando arroz en Ambalema y

César de 9 que trabaja en las artesanías o lavando buses a los turistas con su amigo Andrés Sebastián de 11 años.

Ya van a ser las doce del medio día y mientras muchos ambalemunos buscan la manera de almorzar, cesar y Sebastián siguen en

el puesto de cuadritos. Hay, tendrán que estar hasta las ocho de las noche sin almorzar. A veces van donde el señor del

restaurante para que les regale las sobras de sopa, que quedaron del almuerzo y cuando no hay, tienen que aguantarse hasta el

fin de la jornada.

César se levanta todos los días a las seis de la mañana, se pone las pantalonetas que primero encuentre en su cajón y sale

corriendo a la casa de Sebastián y Camilo, para bajar al malecón, a la orilla del rio la Magdalena, en donde se bañan antes de ir a

la escuela “Nicanor Velásquez Ortiz”.

Foto: Iglesia María Auxiliadora

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César cursa el grado primero, por segunda vez, porque el año pasado había un niño que le rompía los cuadernos y él no se

dejaba, según dice.

A las doce sale de la escuela y regresa a su casa a almorzar, no se preocupa por ver televisión porque en su casa no tienen luz

eléctrica, ya que el cable que transportaba la energía se lo robaron. Así que sale rápidamente al parque a ayudarle un rato al señor

de las artesanías por 600 pesos. Los fines de semana que trabaja desde las nueve de la mañana y son los mejores días del

negocio, le pagan mil pesos.

Hoy es domingo y cesar tiene una camisa color crema, por fuera de unos jeans y sobre dos zapatos negros: uno de cordón rojo y

otro de color morado, porque esa es la moda según me cuenta, sin dejar de adornarse con un, al igual que él, poncho pequeño,

blanco y de cuadros, sonriendo me cuenta que quiere ser policía y que Camilo y Sebastián quieren ser soldados, y sonríen

agraciadamente mientras chistean sobre armas y guerras.

Ya casi es hora de regresar, y aquí en este pueblo de ruinas, de casas grandes, de muchas columnas, de pintura verde y blanca,

de malecón y Magdalena, de pasados que escriben sobre sus calles y sus casas: lo que quedo de un ferrocarril, de una afluencia

tabacalera, de una colonia inglesa, de una época florida de comercio y esclavitud, se queda César, con su sonrisa picara, en una

esquina de la plaza central de un municipio que se llama hoy Ambalema. El tiene 9 años y se quedará en la esquina de la plaza

central esperando más turistas que tiren una moneda, capaz de encajar en el centro del cuadro, que gane la batalla de la injusticia

y la pobreza.

UNIVERSIDAD DEL TOLIMA _FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS Y ARTES _PROGRAMA COMUNICACIÒN SOCIAL – PERIODISMO

_FOTOGRAFIA II _BEATRIZ HELENA ALBA SANABRIA _051200212008