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151 V Aguascalientes, copada Sesión (secreta) del día 17.—Patético discurso del general Villa.— Sesiones de los chas 18 y 19.—Desmanes villistas.—Violación de la neutralidad.—Inquietud en la Asamblea.—Confusión entre los delegados.—Informe de que los combates continúan.—Acalora- das discusiones.—Actitud de la prensa carrancista.—Intranqui- lidad en la capital.—Declaraciones inoportunas.—Parquedad de las sesiones de los días 20 y 21.—Sesión del día 22.—Acuerdos importantes.—Acátanse los mandatos de la Convención.—Sesión del día 23.—Sensacional proposición.—Acalorados debates.—In- certidumbre en la capital.—Encuesta de El Liberal.—Comisión de la Convención ante el Primer Jefe.—Manifiesto del general Villa a la nación.—Motivos por los que el señor Carranza se negó a con- currir a la Convención.—Manifiesto del C. Primer Jefe en contes- tación al del general Villa. l día 17 no se celebró sesión pública, sino única- mente secreta, en la que solamente se permitió la entrada a los corresponsales extranjeros. Al terminar dicha sesión, el secretario Alessio Robles dijo a los pe- riodistas nacionales, que ansiosos esperaban a las puertas del tea- tro los informes de lo que se hubiera tratado: “Ahora sí se puede decir y hasta afirmar, que la paz en la República es un hecho”. Por las informaciones extraoficiales que de esta sesión se tuvieron, súpose que en ella se había acordado enviarle una invitación especial al ciudadano Primer Jefe para que concu- rriera a la Convención, o en su defecto nombrara su represen- tante; que el general Villa excitado por muchos delegados para La ciudad de México.indd 151 03/10/16 11:11 a.m. Este libro forma parte del acervo de la Biblioteca Jurídica Virtual del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM www.juridicas.unam.mx https://biblio.juridicas.unam.mx/bjv DR © 2015. Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México Libro completo en: https://goo.gl/2Meze9

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Sesión (secreta) del día 17.—Patético discurso del general Villa.—Sesiones de los chas 18 y 19.—Desmanes villistas.—Violación de la neutralidad.—inquietud en la Asamblea.—Confusión entre los delegados.—informe de que los combates continúan.—Acalora-das discusiones.—Actitud de la prensa carrancista.—intranqui-lidad en la capital.—Declaraciones inoportunas.—Parquedad de las sesiones de los días 20 y 21.—Sesión del día 22.—Acuerdos importantes.—Acátanse los mandatos de la Convención.—Sesión del día 23.—Sensacional proposición.—Acalorados debates.—in-certidumbre en la capital.—Encuesta de El Liberal.—Comisión de la Convención ante el Primer Jefe.—Manifiesto del general Villa a la nación.—Motivos por los que el señor Carranza se negó a con-currir a la Convención.—Manifiesto del C. Primer Jefe en contes-tación al del general Villa.

l día 17 no se celebró sesión pública, sino única-mente secreta, en la que solamente se permitió la entrada a los corresponsales extranjeros. Al

terminar dicha sesión, el secretario Alessio Robles dijo a los pe-riodistas nacionales, que ansiosos esperaban a las puertas del tea-tro los informes de lo que se hubiera tratado: “Ahora sí se puede decir y hasta afirmar, que la paz en la República es un hecho”.

Por las informaciones extraoficiales que de esta sesión se tuvieron, súpose que en ella se había acordado enviarle una invitación especial al ciudadano Primer Jefe para que concu-rriera a la Convención, o en su defecto nombrara su represen-tante; que el general Villa excitado por muchos delegados para

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que concurriera a la Convención, al presentarse en ella, había sido calurosamente aplaudido e invitado a juramentarse, había aceptado, rindiendo al efecto la debida protesta y estampado su firma en la bandera: que al desarrollarse la ceremonia verifica-da con este motivo había experimentado tan fuerte emoción, que para dar las gracias y patentizar su lealtad a la Convención había pronunciado trabajosamente el siguiente speech:

Señores Generales y oficiales que han estado a la altura del deber para que todos unidos derrocáramos una tiranía como fue la del llamado Gobierno del General Huerta:

ustedes van a oír de labios de un hombre enteramente inculto, palabras sinceras que le dita su corazón, porque comprendiendo yo que entre las personas presentes hay hombres conscientes que sepan comprender los deberes para con la patria y los sentimientos de sus hermanos de raza, debo decir a ustés que Francisco Villa no será vergüenza para todos los hombres conscientes porque será el primero en no pedir nada para él. Únicamente quiero decirles que deseo mirar claro en los destinos de mi país, porque son muchos los sufrimientos porque ha atravesado. En manos de ustedes están los destinos de la patria y si la patria se pierde, sobre las conciencias de ustedes que son hombres conscientes pesará eso. Porque Fran-cisco Villa les abre su corazón, para decirles que nada quiere para él, sólo quiere mirar claro los destinos de su patria.

Que el general obregón en medio de los aplausos y vítores prodigados a Villa por esta arenga, le había abrazado y enton-ces éste entre receloso y satisfecho había agregado, en tono suspicazmente sentencioso, no quitándole la vista: “Deseo que sepan comprender los sentimientos de nosotros: porque yo no seré sombra del porvenir mexicano. La historia sabrá decir cuáles son sus verdaderos hijos”.

A lo que el general obregón emocionado y pensativo había contestado: “¡Exactamente, señor!”.

Dándole a su voz una entonación de respeto, que el ge-neral Villarreal había también abrazado a Villa y contestádole

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su discurso, entremezclando en dicha contestación palabras muy elogiosas que habían hecho en el ánimo del general Vi-lla tan buen efecto, que éste gratamente impresionado había vuelto a abrazar al general Villarreal. Éstas, pues, fueron las informaciones que se tuvieron respecto a la sesión verificada el día 17.

El día 18 cayó en domingo y por consiguiente no hubo sesión, la mañana del día 19 el Teatro se vio muy concurri-do tanto por delegados como por público, a consecuencia de que se había declarado que las sesiones interesantes quedaban suspendidas hasta que llegaran los delegados del general Za-pata, y también porque muchos delegados estaban ocupados en atender al general Villa, quien precisamente por la tarde de ese día abandonó Aguascalientes, dirigiéndose rumbo al norte. Sin embargo, dicha sesión fue pródiga en aconteci-mientos, pues tan luego como a las 10:20 de la mañana, el presidente Villarreal la declaró abierta y después de que el se-cretario Marciano González dio término a la lectura del acta de la sesión anterior y se aprobaron más credenciales y asi-mismo tomóse la protesta a los nuevos delegados, el general Villarreal manifestó que estando la plaza amagada por fuer-tes núcleos de tropas pertenecientes a la División del norte era una farsa la neutralidad; lo que hizo que los generales Gutiérrez y obregón e igualmente otros delegados apoya-ron la afirmación del general Villarreal, refiriendo atentados y atropellos cometidos en las calles por soldados villistas, quie-nes con amenazas habían obligado a los delegados: Murrieta, Mancilla, osuna, Garza (Jesús) y otros muchos, a vitorear a su jefe. Que por tal motivo habían surgido varias disputas y reyertas, creándose a resultas de todo esto una situación bas-tante intolerable.

Conminado el general García Aragón, miembro de la Junta neutral de Gobierno, para que dijera por qué no se reprimían semejantes abusos, este jefe contestó con grande estupefacción de los oyentes:

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La Junta neutral de Gobierno ve que no tenemos más fuerzas que las que moralmente nos podrán dar los miembros de esta Convención; nuestro cargo necesita fuerzas para hacerse respetar y nosotros nos hemos atenido solamente a la buena voluntad de los convencionistas aquí reunidos; si los soldados han faltado a sus deberes o los jefes que los tienen a su mando les permiten esas libertades, no está en nuestras atribuciones y necesitaríamos po-nerle un gendarme a cada señor Delegado para hacerlo respetar. (Voces: “¡no, no, no!”). Porque hay policía, pero no son más que cien hombres para cuidar la población, y en cambio cada día traen veinte, quince, diez hombres de escolta cada uno de ellos. Estos mismos jefes deben evitar a sus soldados salir de sus cuarteles o tenerlos reducidos al orden y no permitir que haya una fuerza mayor en pugna contra una menor, como es la de cien hombres para cuidar la ciudad.

La sensación de inquietud que la Asamblea experimentó con esta declaración, que estaba muy lejos de sospecharse, fue gran-dísima, reflejándose en todos los semblantes tal incertidumbre de desconfianza por su seguridad, que las palabras del coronel González Garza, representante del general Villa, tendientes a evidenciar que tales abusos eran la consecuencia lógica del con-junto de escoltas que habían llevado muchos jefes, así como que los expendios de bebidas embriagantes en donde tenían origen tales excesos, no habían sido clausurados, no bastaron para desvanecerla.

Entonces el general Villarreal abandonó la Presidencia y abordando la tribuna, con voz enérgica y ademanes violentos pidió a la Asamblea se impusiese como autoridad suprema, dic-tando medidas drásticas a fin de que se respetase la neutralidad de la ciudad. insistió enfáticamente en afirmar que Aguasca-lientes estaba copada por fuerzas villistas que, subrepticiamen-te, habían avanzado de Zacatecas a Rincón de Romos y de allí a las goteras de Aguascalientes. “En tales condiciones —dijo— estimo que la Convención debe trasladarse a un punto netamente neutral”.

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Al regresar el general Villarreal a la Presidencia, que mo-mentáneamente había ocupado el general Robles, no acertan-do a quién conceder la palabra ya que casi todos, después de que él terminó de hablar querían hacer uso de ella al mismo tiempo, prodújose tan horrible confusión y gritería, que fue imposible entender lo que todos decían. Restablecido un poco el orden, un delegado acusó abiertamente al Primer Jefe de estar movilizando tropas, lo cual fue a grandes voces, desmen-tido por muchos delegados de reconocida filiación carrancista, quienes aseguraron que aquél en vez de hacerlas avanzar como aviesamente se suponía, las había hecho retroceder. Pero como esto no conviniese a muchos, la discusión así, de grupo a gru-po y a gritos, se acaloró y subió de punto sin que el general Villarreal lograse por de pronto imponer su autoridad.

Al restablecerse un poco la calma, el secretario Santos, con voz apocalíptica, dio a conocer un telegrama en que se notifi-caba que las tropas de Maytorena seguían combatiendo frente a naco con las del general benjamín Hill, y no obstante de que se habían librado 17 combates todos ellos muy sangrientos, y en que los maytorenistas habían sido rechazados, todavía se insistía en continuar la lucha. También leyó otro telegrama; éste era del señor Carranza en el que contestaba la notificación que le hiciera la Convención referente a que se había declara-do Soberana, ordenándole que por tal motivo debería izarse la bandera nacional en todos los edificios públicos, y en cuyo texto cargado de mortal ironía decía: “Sírvanse ustedes decir-me cuáles son las facultades que la Convención entiende haber asumido al declararse Soberana, con el fin de que yo pueda conocer todo el alcance de esa Soberanía”.

Con respecto al telegrama que primeramente se dio a co-nocer, el general Villarreal opinó muy prudentemente, a fin de evitar volviérase a alterar el orden, que puesto que la Con-vención ya había ordenado se suspendieran las hostilidades en todos los sectores y esta disposición tardaba en llegar algún tiempo a conocimiento de los jefes que comandaban las tropas,

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era conveniente esperar otros días más, para no juzgar, a priori, en asunto tan delicado. Pero por lo que respecta al segundo te-legrama, tal fue la mala impresión que causó inmediatamente que terminó su lectura, que los más acres conceptos de repro-bación empezaron a condenar la actitud del señor Carranza, a tal punto, que sus numerosos partidarios sintiéndose impo-tentes para impugnarlos sensatamente, comenzaron a criticar virulentamente dichos ataques, dando con ello por resultado que los ánimos se fueran enardeciendo, lo que advertido por el general Villarreal y para evitar que la anarquía se enseñoreara de la Asamblea, levantó la sesión.

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Acá en la capital, los diarios El Pueblo y El Liberal, que dirigían respectivamente el licenciado Heriberto barrón y don Ciro b. Ceballos, no se concretaban en sus informaciones con respec-to a las sesiones de la Convención a las crónicas que les tras-mitían sus enviados especiales, sino que en largos editoriales plagados de suspicacias para el villismo y de exagerados elogios para el constitucionalismo, atizaban el fuego de las pasiones que, como se ha visto, desgraciadamente, había estallado en la Convención.

Los metropolitanos, que como se sabe, no apartaban su atención de los sucesos que se estaban desarrollando, al obser-var la falta de ecuanimidad tanto en unos como en otros, no solamente puso en duda que pudieran llegar a un avenimiento, sino que desde luego comprendió que de seguir guardando semejante actitud de agresividad e intransigencia, la lucha ar-mada que precisamente se trataba de terminar, al fin y al cabo se reanudaría.

La intranquilidad, pues, que tales augurios sembró en el ánimo de los capitalinos fue tan grande, que al llegar a oídos de la Convención, ésta comprendió el mal efecto que sus ac-tos habían causado al ser conocidos, por lo que algunos con-

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notados delegados, para calmar la ansiedad pública, creyeron oportuno hacer declaraciones a la prensa tratando en ellas de atenuar las cosas, dándole poca importancia y acusando a los alarmistas de abultar los hechos. Y para desvanecer completa-mente el mal efecto causado, manifestaron que muy pronto se trataría en las sesiones lo referente al cambio de encargado del Poder Ejecutivo y al relevo de los generales obregón, Pablo González y Francisco Villa.

Tales declaraciones en vez de calmar un poco los ánimos sembraron más alarma, debido a que los constitucionalistas afectos al señor Carranza, al conocerlas, juzgándolas insidiosas e inoportunas, según ellos, lejos de encauzar la opinión públi-ca sólo servían, hipócrita y mañosamente, para prepararla hacia un fin determinado, a su vez formularon otras, en las que por principio de cuentas manifestaron enfática y categóricamente que las divisiones del noreste, noroeste, Centro, oriente y Sur no permitirían el retiro del Primer Jefe sin que antes no hicieran lo propio los generales anteriormente citados. Pero otro grupo de delegados inconforme con lo asentado tanto por unos como por otros y sin que se resolviese a permanecer al margen de esta escaramuza, declaró a su vez que ya en el seno de la Convención se perfilaban tres candidatos para presiden-te provisional de la República y que éstos eran los generales Eduardo Hay por la División del norte; Lucio blanco por el Cuerpo de Ejército del noroeste, y Antonio i. Villarreal por las divisiones del Centro, oriente y Sur, y que el que tenía más probabilidades de salir avante era el general Hay. Además, que también se pensaba en un candidato de transacción y que éste ya se tenía, para el caso de que los anteriormente mencionados no fueran aceptados.

Por todo lo anteriormente expuesto se comprenderá que en vez de haberse calmado la excitación como se pretendía, ésta se exacerbara hasta el grado de que no solamente se empezara a desconfiar de los resultados de la Convención, sino lo que es peor, a verla con prevención y animosidad.

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Mas volvamos a Aguascalientes.La sesión del día 20 se redujo a la lectura, discusión y apro-

bación de credenciales; a acordar la autorización para introducir petróleo por Cananea; a que se prohibiera —por lo menos has-ta que la Convención no nombrara presidente provisional de la República— conceder ascensos a los militares; a designar una Comisión para formular el programa a que se sujetaría el gobierno que emanara de la Convención; a que se gestionara que los corresponsales de periódicos se produjeran con verdad con respecto a los asuntos tratados en la Asamblea, y a que se publicara un periódico órgano de la Convención, y asimismo que el director de tal publicación lo fuera el ciudadano Heri-berto Frías.

En la sesión del día 21, además de que siguió la discusión y aprobación de credenciales y se dio comienzo a la lectura de una gran cantidad de mensajes suscritos por diversos jefes que protestaban por las afirmaciones de El Liberal y El Pueblo, que decían que la neutralidad de Aguascalientes sólo era un mito, puesto que los delegados no tenían ninguna libertad de acción, el general obregón presentó la proposición de que dia-riamente se nombrara una guardia integrada por cuatro dele-gados para custodiar la bandera de la Convención (que era la misma que él obsequiara y sobre la cual todos los delegados estamparon su firma), la que por unanimidad fue aprobada procediéndose inmediatamente a nombrar a los delegados Alejandro Aceves, Eugenio Aguirre benavides, isaac Arroyo y Guillermo Alcaraz para efectuar la primera guardia.

Dióse a continuación lectura al siguiente mensaje:

General Antonio i. Villarreal, Presidente de la Convención nacio-nal.—Hoy, a las tres de la mañana, llegaron los enviados de esta Comisión que fueron a recabar la autorización del señor General Emiliano Zapata para que entremos al terreno dominado por sus tropas. Tienen la seguridad de que enviarán sus delegados a la Con-vención y de que, en consecuencia, la paz en toda la República será

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un hecho, siempre que la Convención dé pruebas de considerar la pacificación total como un gran bien para la patria.—Respetuosa-mente.—El General Felipe Ángeles.—octubre 21 de 1914.

Después de la anterior lectura, algunos delegados engolfáronse en aburridas disquisiciones territoriales militares, hecho que motivó que la mayoría fuera abandonando paulatinamente el recinto, lo que observado por el general Villarreal, determinó-lo a levantar la sesión pública para entrar en la secreta.

En la sesión del día 22 abierta a las 3:40 de la tarde bajo la Presidencia del general Villarreal, y después de la lectura del acta de la sesión anterior, siguió la discusión y aprobación de credenciales, así como la protesta de los nuevos delegados, acordándose después de un pequeño debate que careció de im-portancia, que en vista de que los delegados nombrados por el general Emiliano Zapata y demás jefes del Ejército Libertador, a quienes se esperaba para tratar los asuntos trascendentales que se tenían, no habían llegado, se ampliaba el plazo para esperarlos hasta el día 26.

A fin de que existiera la más amplia libertad de prensa para que se conociera la verdad de lo que acontecía en la Conven-ción, un grupo de delegados pidió, cosa que así se acordó, que-dara suprimida la censura que se había impuesto en las líneas telegráficas. En seguida, a iniciativa de la Presidencia, proce-dióse a elegir por votación nominal la Gran Comisión encarga-da de formular el programa de reformas revolucionarias a que se sujetaría el gobierno provisional, quedando dicha Comisión integrada por los generales: Antonio Villarreal, Eduardo Hay, Eugenio Aguirre benavides, Álvaro obregón; coroneles Ro-que González Garza, Juan José Ríos, Arturo Lazo de la Vega y Carlos de la Vega, y capitán Alberto b. Piña.

Finalizado el acto anterior, el secretario Alessio Robles leyó un telegrama del gobernador Maytorena en el que informaba haber dado cumplimiento a las órdenes de la Convención re-ferentes a poner en libertad a los presos políticos. En cuanto

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al acatamiento de esta orden por el Primer Jefe, éste ya había puesto en libertad a los que tenía detenidos en la penitenciaría y que eran: Manuel bonilla, Luis G. Malváez, Martín Luis Guzmán, Abel Serratos, Leopoldo y Enrique Llorente y Carlos Domínguez, los que inmediatamente salieron para Laredo. En aquellos momentos alguien manifestó tener informes de haber sido reaprehendidos en nogales la mayor parte de los que ha-bía puesto en libertad el gobernador Maytorena, entre los cua-les se encontraban el general Salvador Alvarado con su Estado Mayor y el doctor Caturegli, lo que dio lugar a que algunos delegados insistieran enérgicamente en que se volvieran a girar órdenes, conminando al referido gobernador a cumplir con lo dispuesto por la Convención. Acuérdase que así se haga y con esto y con la ceremonia que efectuó la guardia de la bandera terminó la sesión.

La matutina correspondiente al día 23 transcurría en un ambiente de relativa tranquilidad en la discusión y aprobación de credenciales y otras mociones, tales como la de que los de-legados gozaran de fuero (lo que así se aprobó) y a discutir los dictámenes de las comisiones unidas de Justicia y Guerra referentes a exigir al gobernador Maytorena la libertad de los presos políticos que tenía en su poder, cuando el general Ma-riel interrumpiendo intempestivamente la votación dijo: Que en vista de que ya era verdaderamente intolerable soportar por más tiempo los atropellos que cometían diariamente muchos elementos de la División del norte, que con sus desmanes y abusos tenían terriblemente alarmada a la población, provo-cando con sus bravatas a los constitucionalistas y ejerciendo con gran perjuicio de la neutralidad, no poca presión sobre algunos delegados, pero ante todo, lo que era más grave, preci-pitando y orillando a los carrancistas a abandonar su prudente actitud, la Convención debería trasladarse a México.

El general Gutiérrez apoyó lo dicho por el general Ma-riel, causando este incidente grandísima sensación. El gene-ral Villarreal sin dar tiempo a que otros delegados apoyaran

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la proposición, la consignó a la comisión correspondiente, y mientras esta dictaminaba dióse lectura al telegrama siguiente suscrito por el Primer Jefe: “Su atento mensaje de ayer.—Es-pero contestación a mi mensaje, relativo a Soberanía de esa Asamblea, para contestar debidamente el de esa Convención, con respecto órdenes movimiento fuerzas”.

La Comisión a quien turnóse la proposición del general Mariel dio en seguida a conocer su dictamen, consistente en suspender las sesiones, lo que inmediatamente suscitó un acalorado debate (ya que no era ese el punto de mira de los proponentes), que dio por resultado, no obstante la oportuna aclaración que se hizo, que dicho dictamen se aprobara; pero como algunos delegados vieran que ostensiblemente se festi-nara el asunto, intervinieron con enérgicas protestas y contun-dentes aclaraciones, dando por resultado que se reconsiderara el acuerdo, volviendo otra vez a restablecerse el orden y a re-anudarse el curso de los debates. Mas como los ánimos ya se habían agitado y empezábase a entrar en un terreno muy esca-broso, deslizándoseles a algunos oradores palabras aisladas de un asunto que con franqueza nadie quería abordar, pero que todos presentían o sabían, el presidente en obvio de mayores cosas resolvió levantar la sesión pública y celebrar otra de ca-rácter secreto. Esta duró hasta horas muy avanzadas, sabiéndo-se al día siguiente que en ella se había acordado continuar las sesiones en Aguascalientes.

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En la capital, la incertidumbre iba en aumento, ya que los dia-rios El Pueblo y El Liberal, lejos de llevar a cabo una labor de unificación que trajera la tranquilidad al espíritu de los ha-bitantes de esta infortunada ciudad, como era su deber, no cesaban de atizar la hoguera de las pasiones, recrudeciendo sus ataques contra la Convención, poniendo en ridículo sus acuerdos, calificando de ramplona la oratoria de los delegados

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que no eran partidarios del señor Carranza, y haciendo co-rrer versiones que desdecían mucho de la seriedad del general Villarreal.7

El Liberal había abierto una encuesta entre los intelectuales para que dieran a conocer su opinión respecto de la autoridad que pudiera tener la Convención, y sobre todo el derecho de ésta para haberse declarado Soberana. Publicando con carac-teres muy llamativos y en primera plana dichas opiniones que, en síntesis, todas concordaban en que la Convención, carecía de facultades para investirse con tal poder por no constituir la representación nacional.

Esto como se comprenderá, cooperaba grandemente a car-gar el ambiente de zozobra y pesimismo, haciendo que todo mundo se interrogara angustiosamente: ¿qué va a suceder?

En tales condiciones se encontraba la capital, cuando se tuvo noticia de que procedentes de Aguascalientes habían arribado los generales: Álvaro obregón, Manuel Chao y Cesáreo Castro, quienes venían a invitar al señor Carranza para que concurriera personalmente o enviara un representante a las sesiones de la Convención. Claro está que como no era un secreto para na-die que las relaciones entre la Primera Jefatura y la División del norte, a quien se acusaba de estar invadiendo Aguascalientes, territorio declarado neutral, estaban rotas, comprendióse desde luego que el señor Carranza no concurriría ni nombraría su re-presentante. Confirmando tal rompimiento había circulado en la capital, aunque muy escasamente, el manifiesto firmado y ex-7 Entre las versiones que se propalaron referentes a este jefe, figuró la siguien-

te (plenamente confirmada) que por lo pintoresca y curiosa doy a conocer: Como eran muy frecuentes las disputas y encuentros a balazos que ocurrían entre los individuos de las escoltas por la posesión de las pocas mujeres fáci-les que había en Aguascalientes, el general mencionado, a fin de evitar tales desmanes que desacreditaban a la Convención, ordenó que un tren especial llevara de Guadalajara la “mercancía” (sic) suficiente para satisfacer cuanto antes las necesidades sexuales de las referidas escoltas. Es de suponerse que el general Villarreal al escoger la capital de Jalisco para llevar a cabo tal dili-gencia, seguramente tuvo en cuenta para hacerlo, lo aseverado injustamente en las Memorias atribuidas a don Sebastián Lerdo de Tejada: “oaxaca es pródiga en hombres públicos como Guadalajara en mujeres públicas”.

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pedido por el general Villa el día 25 de septiembre (todo hacía suponer que lo había escrito el general Ángeles), en Chihuahua, donde este jefe daba a conocer las causas que lo habían obligado a desconocer al señor Carranza como jefe del movimiento re-volucionario. Dicho manifiesto, redactado sin eufemismos, sin ambages ni vaguedades, sino con toda virilidad, de una manera enérgica y contundente y en términos bastante claros para no dar lugar a suspicacias o malas interpretaciones, declaraba en síntesis lo siguiente: que, al derrumbamiento del señor Madero, el pueblo mexicano habíase lanzado de nuevo a la conquista de sus libertades, demostrando a la nación y al mundo entero que los gobiernos impuestos por la fuerza habían terminado para siempre en nuestro país, el que sólo aceptaría y respetaría los emanados de la voluntad popular.

Que la palabra constitucionalismo grabada sobre los colo-res de nuestra bandera, encerraba el programa de la Revolu-ción, dentro del cual se establecerían las bases para las reformas sociales y económicas de mejoramiento popular.

Que, no obstante, que el Plan de Guadalupe solamente ofrecía el restablecimiento del gobierno constitucional, había sido aceptado por los jefes revolucionarios, porque confiaban en que el Primer Jefe era partidario de establecer un gobierno que implantara las reformas económico-sociales indispensables para el mejoramiento de las clases desheredadas.

Pero que posteriormente los actos y declaraciones del señor Carranza habían engendrado en el ánimo de muchos revolu-cionarios el temor de no ver realizados esos anhelos, que no eran sino los compromisos que la Revolución tenía contraídos con el pueblo.

Que la División del norte había sufrido las intrigas políti-cas del señor Carranza, por su actitud resuelta de impedir que fueran defraudados los ideales revolucionarios, tanto que para obligar al Primer Jefe a cumplir con el programa revoluciona-rio, le propuso, de acuerdo con el Cuerpo de Ejército del no-reste en las conferencias de Torreón, el establecimiento de una

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Convención sobre bases democráticas, habiéndose negado el señor Carranza a aceptar dicha Convención conforme al pacto de Torreón, resolviendo en cambio que al entrar a la capital de la República, convocaría a los generales y gobernadores de los estados para estudiar los problemas políticos y sociales de la Revolución.

Que si ya con este precedente la División del norte había perdido la confianza en el Primer Jefe, era inadmisible la tuvie-ra en una junta cuyos miembros iban a ser designados por él, supuesto que era el único que tenía facultades para conferir el grado de general y para nombrar gobernadores, por lo que a no dudar tendría una mayoría asegurada.

Que desde que el señor Carranza tomara posesión de la Ciu-dad de México debido a las armas revolucionarias, pero muy par-ticularmente a los triunfos de la División del norte, se habían empezado a revelar sus intenciones de permanecer en el poder por un tiempo indefinido, así como el de gobernar con un abso-lutismo tal que ningún gobierno lo había tenido en la historia.

Que si el señor Carranza nunca quiso aceptar el título de presidente interino, no obstante que éste le correspondía de acuerdo con el Plan de Guadalupe, fue porque lo colocaba bajo las restricciones constitucionales, prefiriendo en cambio el de Primer jefe del Ejército Constitucionalista encargado del Poder Ejecutivo porque éste le daba una responsabilidad ambigua.

Que en tal virtud y obedeciendo sólo a su conveniencia había variado la fórmula de la protesta constitucional, no for-mando tampoco su gabinete de acuerdo con la Constitución por dejar a los encargados de las secretarías con el carácter de oficiales mayores.

Que habiendo asumido en su persona los tres poderes de-jaba la vida y los intereses de los ciudadanos, al arbitrio de los jefes militares sin responsabilidad alguna. Decretando refor-mas constitucionales de exclusiva competencia de las cámaras, como la supresión del Territorio de Quintana Roo y autorizan-do la violación de garantías, entre otras la libertad de concien-

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cia, así como permitiendo a muchos gobernadores suprimieran el culto e impusieran penas por prácticas religiosas, importán-dole muy poco lastimar el sentimiento religioso del pueblo. Y todo esto sin contar con que a la anarquía que ya reinaba en la capital y en todos los gobiernos de los estados por los desacier-tos y falta de energía del referido señor Carranza, se agregaría la miseria a causa de la depresión del papel moneda cuya última emisión de ciento treinta millones decretada por él sin garantía alguna haría elevar grandemente el costo de los víveres, ocasio-nando la intranquilidad pública y la falta de seguridades.

Que frente a esa situación que amenazaba el triunfo de la Revolución arrojando al país a la anarquía y a la miseria, la División del norte había enviado a la Ciudad de México una delegación para presentar al ciudadano Primer Jefe un progra-ma de gobierno interino, que era en resumen el establecimien-to inmediato del orden constitucional por medio del sufragio electoral y la implantación de las reformas agrarias, pero que el señor Carranza se había rehusado a aceptarlo, determinan-do fuera la junta convocada por él para el 1o. de octubre, la que habría de fijar el tiempo y la forma de las elecciones. Mas como la junta se constituiría de generales con mando y de to-dos los gobernadores, de antemano se podría asegurar que las votaciones en el seno de la junta serían de la opinión del señor Carranza, toda vez que concurriendo dichas personas con su carácter militar, dependerían jerárquicamente del Primer Jefe y estarían sometidas a su influencia moral. Sin embargo, a pesar de la creencia de que la junta sólo sería un pretexto para que el señor Carranza siguiera indefinidamente en el poder, los jefes del Cuerpo de Ejército del noroeste y de la División del norte, dando un testimonio de conciliación, habían aceptado mandar sus delegados, poniendo por sola condición el que en la junta sólo se tratarían preferentemente estos tres puntos: confirma-ción en favor del señor Carranza de su cargo de presidente in-terino; restablecimiento del orden constitucional, mediante la elección de un gobierno popular en el plazo más breve posible

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y, por último, adopción de medidas suficientemente eficaces para garantizar la resolución del problema agrario, en un sen-tido prácticamente favorable para las clases populares.

Que cuando ya iban para la Ciudad de México el señor Ge-neral obregón y algunos delegados de la División del norte, un incidente imprevisto había detenido su marcha: el Primer Jefe violentado por noticias infundadas, había suspendido el tráfico con los lugares ocupados por la División del norte, dando a conocer así su resolución de iniciar las hostilidades contra los que ejercieran presión sobre él para obligarlo a cum-plir los compromisos de la Revolución.

Que ante la consideración de que todo esfuerzo pacífico era inútil para obligar al Primer Jefe a entregar oportuna-mente el poder, al que la voluntad popular designara y com-prendiendo que los intereses revolucionarios dependían de la inmediata resolución de sus grandes problemas, la División del norte había resuelto desconocer como Primer Jefe encargado del Poder Ejecutivo al ciudadano Venustiano Carranza. Que este desconocimiento no encerraba un acto de ambición de su parte ni de ninguno de los generales de la División del norte y solemnemente declaraba, con la debida autorización, que ni ellos ni él aceptarían los cargos de presidente interino constitu-cional de la República, así como tampoco los de vicepresidente y gobernadores.

Que en tal virtud invitaba a todos los ciudadanos a desco-nocer al ciudadano Venustiano Carranza como Primer Jefe del Ejército Constitucionalista encargado del Poder Ejecutivo y a unirse a la División del norte para tal fin, ofreciendo ésta, que tan luego como se consiguiera tal finalidad, los generales con mando de tropas designarían a un civil para presidente interi-no de la República a fin de que éste convocara desde luego a elecciones para restablecer el orden constitucional e iniciara las reformas económico-sociales que la Revolución exigía.

Terminaba dicho manifiesto haciendo un llamamiento al pueblo mexicano: “Tengo la seguridad —decía— de que todo

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ciudadano honrado comprenderá, que sin este último esfuerzo del pueblo, se derrumbará toda obra revolucionaria, porque habríamos entonces derrocado una Dictadura para substituirla por otra”.

Esto fue, como antes dije, lo que influyó poderosamente en el ánimo del señor Carranza para declinar la invitación de concurrir a la Convención o nombrar su representante, fra-casando por lo tanto la Comisión que con tal objeto vino de Aguascalientes. Pero como la opinión pública merecía una explicación de los hechos, el Primer Jefe juzgó conveniente dar a conocer las causas que motivaban su desavenencia con el general Villa, publicando a su vez el día 27 de octubre un manifiesto (el que por ser demasiado extenso no reproduzco íntegro), cuyos puntos principales se reducían a refutar los car-gos lanzados en el firmado por el general Villa y que acaban de conocer los lectores.

Empezaba el señor Carranza su manifiesto por recordarle al general Villa que el 31 de mayo de 1911, apenas captura-da Ciudad Juárez por las fuerzas maderistas, el propio general Villa y Pascual orozco se rebelaron contra el señor Madero, jefe del movimiento revolucionario, reduciéndolo a prisión y amenazándolo, debiéndose la salvación del señor Madero a su energía y serenidad. Recordábale igualmente, cómo debido a esto, entonces había sido mandado fusilar por el señor Made-ro, lo que no se llevó a cabo por la reconocida generosidad y nobleza del caudillo. Hace hincapié en la captura de Zacatecas, refrescándole la memoria al general Villa con lo acontecido entonces:

La plaza ya estaba atacada y copada por fuerzas del General Pánfilo natera, el que pedía refuerzos para lograr tomarla, negándoselos el General Villa, no obstante que la Primera Jefatura le había ordena-do se los prestara, exigiendo el mismo Villa ser él quien con su Di-visión la tomara, resultando de esta insubordinación que la Primera Jefatura le hiciera un extrañamiento a lo que el General Villa había

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contestado con presentar su renuncia, lo cual a pesar de habérsele aceptado ésta, no fue obstáculo para que continuara al frente de la División y concurriera al ataque y toma de Zacatecas.

Desmiente enfáticamente el señor Carranza que las negociacio-nes de Torreón hubieran sido a iniciativa de la División del nor-te, aclarando que esto se hizo por insinuaciones del Cuerpo de Ejército del noreste, y lo que ahí se pactó en nada obligaba a la Primera Jefatura, puesto que no intervino en sus estipulacio-nes que quedaron sujetas a su revisión y aprobación, haciendo notar que solamente algunas cláusulas de estos arreglos fueron aceptadas, entre ellas, la que se refería a que el general Villa con-tinuase al frente de la División, “sin ascenderlo a Divisionario, lo cual hubiera equivalido a premiar su insubordinación”; y la de proporcionarle carbón para movilizar sus trenes.

El general Villa —decía el citado Manifiesto— quedó, en cambio, comprometido a someterse a las órdenes de la Prime-ra Jefatura, sin que tomara en cuenta al general Ángeles para la Secretaría de Guerra. Rechaza el señor Carranza enérgica-mente la malévola afirmación del general Villa, calificando de serviles a los jefes constitucionalistas, únicamente porque no aceptaron su renuncia en la Junta de Generales y Gobernado-res que conforme al Plan de Guadalupe se reunió en la capital.

Afirma que la Convención Militar de Aguascalientes no es idea de la División del norte sino continuación de la reunida en la capital, así como que el general Villa no era más que un pobre instrumento de la ambición del general Ángeles, quien abusando de la inconsciencia de aquél expulsó a muchos espa-ñoles residentes en Torreón, de cuyos bienes hizo que se apro-vechara el general Villa, sin meditar en las consecuencias que trajera acción tan reprobable. Cúlpalo asimismo de perseguir a la religión, cerrando los templos y expulsando a los curas, entre otros a los de Zacatecas, entre los cuales había tres fran-ceses cuyo paradero se ignoraba todavía.

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También recriminábale la felicitación que le hizo al general Villarreal cuando éste por un decreto que lanzó, siendo go-bernador de nuevo León, expulsó a los sacerdotes, limitó las horas del culto, prohibió la confesión y ordenó la destrucción de los confesionarios, llegando su exageración hasta exigir que las campanas únicamente deberían repicarse para celebrar las fiestas cívicas y los triunfos de la Revolución. Y como final del manifiesto, mencionaba las emisiones de billetes que arbitra-riamente había lanzado la División del norte, no obstante las ministraciones periódicas de grandes cantidades que la Prime-ra Jefatura le hizo, terminando con criticarle acerbamente al general Villa el decir que renuncia prematuramente a la Pre-sidencia y Vicepresidencia de la República que, ni por pienso, nadie ha tenido la peregrina ocurrencia de ofrecerle, lo que quiere decir que son ciertas las ambiciones que alienta para el futuro y que él niega hipócritamente.

Esto era, pues, en resumen lo que trataba el manifiesto, que por cierto al ser conocido no solamente causó enorme sen-sación en todas las clases sociales, sino que sirvió de punto de partida para suponer fundadamente, que era muy remoto lle-garan a un acuerdo el señor Carranza y sus partidarios, con el general Villa y los suyos.

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