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    VIVIR Y COMUNICAR EL EVANGELIO

    HOY

    Estas reflexiones tienen como fundamento la Carta pastoral de los Obispos vascos Vivir y comunicar el Evangelio hoy

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    PRIMER ENCUENTRO

    MONICIN DE ENTRADA

    Don y tarea. Con este lema (que nos llama a vivir el presente de nuestra iglesia diocesana sin angustias y temores, confiando y depositando nuestra esperanza en Jesucristo), comenzbamos el curso pastoral en el que nos hallamos inmersos. Dentro de unas semanas celebraremos la Pascua de Jess, el paso de la muerte a la vida. Esta es la verdadera fuente de la esperanza cristiana, pues en la cruz se manifiesta la fidelidad de Dios.

    Durante los prximos das, tomando como apoyo la Carta pastoral de los Obispos vascos, Vivir y comunicar el Evangelio hoy, vamos a ejercitarnos en la confianza en Dios, mediante la oracin, la escucha de la Palabra, la meditacin sosegada...

    Damos comienzo a este primer encuentro, cantando juntos. CANTO DE ENTRADA Dios es fiel (CLN n 117) SALUDO Y GESTO

    Queremos vivir el evangelio y comunicarlo hoy en las circunstancias que nos han tocado vivir, con esperanza, con alegra interior. Para ello, es preciso, primero, profundizar en nuestra fe y confianza en el Seor y, segundo, aceptar vivir desde el amor gratuito y entregado. Fe, esperanza y amor, se relacionan, se supeditan, se requieren y las tres fundan, animan y caracterizan la vida del cristiano. Ante nosotros encendemos ahora estos tres cirios que quieren ser signo de las denominadas virtudes teologales: fe, esperanza y caridad. Y, mientras realizamos este gesto, imploramos a Jess que nos ilumine y nos acompae, pues l es el fundamento de nuestra fe, nuestra esperanza, nuestro amor: Seor, t eres nuestra luz. ORACIN

    Te pedimos, Dios de la gracia y de la vida eterna, que aumentes y fortalezcas en nosotros la esperanza; danos esa virtud de los fuertes, que es fuerza de los confiados, que es nimo de los inconmovibles. Haz que sintamos siempre deseo de ti; haz que siempre confiemos en ti y en tu fidelidad; haz que, sin vacilaciones, nos agarremos siempre a tu poder... y entonces, Seor Dios nuestro, tendremos la virtud de la esperanza. Por Jesucristo, nuestro Seor. EVANGELIO

    Jn 1, 35-39. Escuchamos el pasaje evanglico permaneciendo sentados.

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    PAUTAS PARA LA MEDITACIN

    Estas reflexiones tienen como fundamento los dos primeros captulos de la Carta pastoral de los Obispos vascos Vivir y comunicar el Evangelio hoy. UNA FE VIVA Y PARA LA VIDA. El cristianismo no es el resultado de la suma de doctrina, liturgia y moral. Nuestra fe en Jesucristo no es reductible a un compendio de doctrinas y normas morales o a un conjunto de prcticas rituales o piadosas. La tradicin de la Iglesia, en la que encontramos el ejemplo admirable de tantos y tantos hombres y mujeres que han comprendido que la fe, el evangelio, son una palabra de vida y una palabra para la vida, una palabra que sirve como pauta que confiere sentido y finalidad a la vida, nos muestra claramente que el cristianismo es, sobre todo, vida (Cf. Vivir y comunicar el Evangelio hoy, I, 1). Una fe viva, que se hace vida cuando hombres y mujeres que viven abiertos a Dios la convierten en fundamento de su existencia. La fe cristiana es, entonces, fuente de esperanza, de alegra, de gozo, porque va configurando la vida desde el proyecto amoroso de Dios nuestro Padre. UNA FE ENRAIZADA EN EL ENCUENTRO CON JESUCRISTO. Jesucristo es el contenido, el todo de la fe cristiana. Acoger la fe cristiana, significa acoger a Cristo, encontrarse con l, permitir que vaya modelndonos a imagen de Dios nuestro Padre. Aunque la fe es, primero recibida como testimonio de otros, para que enrace en nosotros, es preciso que llegue a ser experiencia personal: encuentro personal con Cristo, sentirlo vivo y reconocerlo presente; y no verlo como un personaje del pasado, que, por su estilo de vida y sus valores ticos, deba ser considerado digno de ser imitado. Cristo es el Resucitado, el que ha vencido a la muerte, a las limitaciones que impone la caducidad humana y que, como tal, sigue hacindose el encontradizo en los caminos de la humanidad. Los Obispos vascos, al describir en su Carta pastoral (Cf. I, 2) la experiencia del encuentro con Cristo, basndose en el texto evanglico que hoy hemos escuchado, distinguen cuatro pasos o momentos: 1) Ponerse en actitud de bsqueda. Es imprescindible no adormilar nuestra interioridad, ni

    entretenerla en cuestiones menores. Todo ser humano, como sostiene el Catecismo de la Iglesia Catlica (nm. 27), lleva en su interior una tendencia innata hacia Dios, una referencia connatural: El deseo de Dios est inscrito en el corazn del hombre, porque el hombre ha sido creado por Dios y para Dios; y Dios no cesa de atraer hacia s al hombre, y slo en Dios encontrar el hombre la verdad y la dicha que no cesa de buscar. Es preciso descubrirnos como seres abiertos al Transcendente. Es necesario despertar ese nuestro anhelo de encuentro con Dios.

    2) Situarse tras el Seor. No pretendamos llegar a encontrarnos con el Seor mediante una revelacin extraordinaria. Cristo mismo puso los medios, determin los caminos, para encontrarnos con l: la contemplacin atenta de nuestra propia vida para poder percibir en ella su accin, la insercin responsable y vigilante en los avatares de la historia para descubrir cmo la gua el mismo Seor, la participacin en la vida de la Iglesia habitada por el Espritu del Seor, el sacramento del hermano en el que podemos reconocer la imagen y semejanza de Dios... La vida, toda ella, es una oportunidad para encontrarse con el Seor. Reparar en ello significa colocarse tras el Seor e ir en su bsqueda, abrirle totalmente a la posibilidad del encuentro.

    3) Introducirse en su vida. Conocerlo, pero no como un ejercicio intelectual tratando de aproximarnos a su figura con la misma actitud con la que nos acercaramos a cualquier otro personaje relevante o reconocido de la historia de la humanidad. Conocerle como persona viva ante la que nos situamos de t a t, entablar una relacin de dilogo, de comunicacin interpersonal: escucharle, acoger su palabra, intentar aproximarse a su corazn, alcanzar su pensamiento para arraigar en l, para echar en l las races de nuestra existencia, para que sea la savia que nos da la vida, la vida de Dios.

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    4) Acoger su invitacin a vivir con l. Vivir en o con Cristo significa aceptar su vida como estmulo y acicate para la nuestra: creer lo que l crey, entender la vida como l la entendi, dar importancia a lo que l consider fundamental... Vivir en Cristo es estar empapado, calado hasta lo ms hondo de nuestro ser por su Espritu. Y, desgraciadamente, una de nuestras mayores tentaciones es pretender ser cristianos sin seguir a Jesucristo, cuando ser cristiano es, esencialmente, aprender a vivir desde Jesucristo.

    JESS, UNA PERSONA SINGULAR. Cuando los Obispos vascos se proponen en su Carta pastoral Vivir y comunicar el Evangelio hoy (II, 1-3) sintetizar y describir la originalidad del Seor con el que todo creyente est llamado a encontrarse, hacen referencia a tres rasgos que podramos calificar como fundamentales si nos fijamos en la trascendencia que tienen en la configuracin de la persona, la vida y el proyecto de Jesucristo: 1) Su cercana a las gentes, con una preferencia por los ltimos y por los arrinconados por la sociedad; 2) Su relacin y estrecha vinculacin con los componentes del grupo de discpulos; 3) Su constante referencia al Padre. Veamos brevemente estos tres rasgos: 1) Cercana a las gentes. En la sociedad de tiempos de Jess, se constataba una doble

    marginacin: por un lado, la motivada por razones religiosas (los hijos ilegtimos, los esclavos, los que ejercan alguna profesin despreciada, las prostitutas, los publicanos, los samaritanos, y los leprosos, marginados entre los marginados que eran considerados como impuros, pecadores); y, por otro, los marginados sociales, entre los que se encuentran, sobre todo los pobres. En los evangelios podemos ver cul fue el comportamiento de Jess con este numeroso sector de la sociedad juda marginada y arrinconada: Jess sana a los leprosos y los reincorpora a la sociedad (Mc 1,40-45; Lc 5,12-16), no tiene escrpulo alguno para hospedarse en la casa de un leproso (Mt 26,6) e incluso, cuando enva a sus discpulos, les ordena que los sanen (Mt 10,8). Tambin hallamos pasajes en los que Jess aparece compartiendo mesa con personas impuras y desprestigiadas como pecadores, prostitutas, publicanos (Mt 9,10-13), y su intolerancia con la exclusin social y religiosa llega hasta el punto de que, al hablar del Reino, afirma que todos esos pecadores y marginados llevan la delantera a los ricos y bienpensantes, orgullosos y pagados de s (Mt 21,31). Y, para escndalo de los judos, Jess pondr a un samaritano, a un despreciable hereje, como ejemplo de fe y caridad, por encima de los sacerdotes y levitas (Lc 10,33-37). En cuanto a lo que se refiere a los marginados sociales, en el discurso de la montaa, Jess los declara bienaventurados (Lc 6,20) porque son objetivo preferente del amor de Dios y estn llamados a ocupar un puesto privilegiado en su Reino: en el banquete entrarn los pobres, los cojos y lisiados y no los dueos de yuntas y campos (Lc 14,15-24).

    2) El grupo de seguidores. Jess vio claramente desde un principio que, para instaurar el Reino de

    Dios era imprescindible la creacin de la comunidad cristiana. En los mismos relatos evanglicos vemos que lo primero que hace Jess al comienzo de su ministerio pblico es llamar a unas personas para que formen un grupo que le acompaen, que le escuchen, que vivan con l, que compartan todo con l (Mt 4,18-25; Mc 1,16-20; Lc 5,1-11; Jn 1,35-51). Es un grupo de cierta amplitud, no limitado nicamente a los doce (Mt 8,21), y compuesto tanto por hombres como por mujeres (Lc 8,1-3). Pero es, a su vez, un grupo diferenciado de la masa que sigue a Jess, que le escucha de forma espordica o que se congrega en torno a l guiado por la curiosidad (Mt 9,10; 14,22; Mc 2,15; 3,9; 5,31). Se trata, por tanto, de un grupo numeroso de personas con unos vnculos que les una muy estrechamente con Jess, hasta el punto que se puede hablar de una comunidad (comunidad pre-pascual, en palabras de exegetas como Lon-Dufour). Esta comunidad tendr como programa de vida y accin las bienaventuranzas (Mt 5,3-12; Lc 6,20-26). Este programa de vida tendr como finalidad la bienaventuranza, la felicidad, de todos los seres humanos. Felicidad que proviene no de los valores que oferta el mundo, sino de haber encontrado el tesoro escondido, la perla ms valiosa (Mt 13,44-46) en la persona y el proyecto de Jesucristo. Por ello mismo exige una transmutacin de valores: que los pobres se

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    vuelvan ricos, que los ltimos sean los primeros, que los pequeos sean grandes, que los tristes hallen consuelo Este programa de vida har que los miembros de esa comunidad aprendan a compartir, sean de corazn limpio, sin maldad, trabajen por la paz y estn dispuestos a sufrir persecucin porque la sociedad no tolera ese programa de vida y accin. As, la comunidad de Jess, sus valores, se conforma como alternativa en medio de la sociedad del tener y del poder. Comunidad que es luz de esperanza porque ofrece los valores del compartir, del servicio y la solidaridad ante el individualismo, la manipulacin e instrumentalizacin vigentes.

    3) Su vinculacin al Padre. Al tratar este tema, nos aproximamos a lo ms hondo de la

    personalidad de Jess. Lo que fue, hizo y dijo, adquiere sentido desde su relacin personal con Dios Padre. Relacin directa con la fuente de su vida, afirman los Obispos (II, 3). Una relacin que lo aboca a una fidelidad y obediencia inquebrantables. Su entrega a los marginados, su palabra de aliento o de denuncia, su ministerio pblico, su pasin y muerte, toda su persona, no es sino muestra de esta fidelidad al Padre: Mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado (Jn 4,34), llegar a afirmar expresando as su fidelidad a la voluntad de Dios. Jess fue libre ante la Ley y el Templo, ante la familia, ante la clase sacerdotal y pudiente, ante los revolucionarios que luchaban contra el invasor porque consideraba a Dios como nico absoluto. Los evangelios dan fe de la cercana, la familiaridad e incluso intimidad que exista entre Jess y el Padre, al que l, utilizando un trmino que provena del lenguaje balbuciente de los nios que comenzaban a articular sus primeras palabras, llamaba, provocando escndalo e indignacin entre los judos, Abba (Mc 14,36). En los momentos cruciales de su existencia, como fueron el inicio de su ministerio pblico y su crucifixin, Jesucristo se retira para orar con el Padre, quiere enfrentarse a esos dos instantes arraigado en el Padre (Mc 1,11; Lc 22,42). A la peticin de los discpulos rogndole que les ensee a orar, Jess responde abrindoles la posibilidad de entablar con Dios una relacin filial semejante a la que l mismo sostiene: tambin los discpulos, al orar, se dirigirn al Padre llamndole Abba.

    BREVE SILENCIO

    Cuestiones para motivar la meditacin personal: Qu espero hoy de Cristo? Me est enseando a vivir? Es l quien anima y dirige mi vida? Mi adhesin a Jess, es el resultado de una experiencia religiosa o es mera fe heredada? TESTIMONIO Por qu soy creyente? Qu aporta a mi vida creer en Jesucristo? Para contestar a estas dos preguntas, se podra invitar a que un cristiano de la parroquia, de recia y reconocida fe, ofrezca a la asamblea reunida un breve testimonio de su experiencia de fe. No sera positivo extenderse durante ms de diez minutos.

    Si se prefiere, en lugar del testimonio, leer este texto intercalando la antfona: Gustad y ved (CLN n 518) A qu podr ser comparada la sed de ti que me abrasa? A dnde echar mano para expresar, siquiera remotamente, el hambre de ti que me devora? Dios mo, fuente de todas mis ansias! R/. Ojal que mis ojos se mantengan siempre abiertos al misterio que ilumina interiormente a todos los seres! Ojal que mi corazn

    descanse y eche races en ese amor tuyo que de todo me hiere! R/. Mi vida entera llegue a ser alabanza de tu misericordia y mis manos se eleven en plegaria esperndolo todo de tu abundancia! R/. Crtame, Dios mo, todo camino de alegra que no tenga en ti su origen y su meta. Arrncame de todo descanso que no sea el

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    descanso de pensarte y sentirte a mi lado. Quin podr hacerme dao si has hecho

    entrar mi vida en el cerco apretado de tu abrazo? R/.

    ACCIN DE GRACIAS Y GESTO

    Con un canto apropiado, damos gracias a Dios por la fe del/de la que nos ha ofrecido su testimonio, o en caso de que no lo haya habido, damos gracias a Dios por nuestra fe. El/la que ha dado el testimonio, antes de retirarse o en caso de que no lo haya habido, el/la que ha ledo el texto encender una pequea vela junto a los tres cirios que simbolizan las virtudes teologales. Mientras se realiza el gesto, podemos cantar: Hoy, Seor, te damos gracias (CLN n 604). ORACIN FINAL

    Seor nuestro, te pedimos que permanezcas siempre a nuestro lado, que seamos capaces de seguirte cada da, y que lleves a trmino cuanto has comenzado en nosotros: que seamos tu imagen, que seamos sacramento de tu amor en el mundo. Por Jesucristo, nuestro Seor. DESPEDIDA

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    SEGUNDO ENCUENTRO

    MONICIN DE ENTRADA

    En el anterior encuentro hablbamos del encuentro con Cristo. l es la perla preciosa, el valioso tesoro que da sentido a nuestra vida y a todo lo que a lo largo de ella experimentamos. Quien se ha encontrado con ese tesoro nico que quita la sed y da la felicidad, no puede guardarlo para s, al contrario, ha de anunciarlo y comunicarlo a los dems. Sabemos qu difcil es hablar hoy de Dios, proponer y transmitir hoy el mensaje cristiano. Pero no hemos de desesperar, ni renunciar, ni echar la toalla. Hemos de seguir preparando la tierra para que el Seor contine sembrando la semilla de la fe. Confiemos en el Sembrador. l har fructificar nuestro testimonio de fe, esperanza y caridad.

    Iniciemos nuestro encuentro de hoy cantando juntos. CANTO DE ENTRADA

    Cristo libertador (CLN n 727)

    PREPARACIN PARA LA ESCUCHA DE LA PALABRA

    Nos preparamos para escuchar la Palabra de Dios bendiciendo al Padre por todos los dones con los que enriquece nuestra vida cristiana Bendito seas, Seor, porque nos has elegido en la persona de Cristo para ser santos e

    irreprochables en el amor... Todos: Bendito seas, Seor. Bendito seas, Seor, porque nos has destinado en la persona de Cristo a ser tus hijos y herederos

    de tu gloria... Todos: Bendito seas, Seor. Bendito seas, Seor, porque en la persona de Cristo nos has bendecido con toda clase de

    bienes... Todos: Bendito seas, Seor. Bendito seas, Seor, porque en la persona de Cristo nos has llamado para dar testimonio del

    Evangelio... Todos: Bendito seas, Seor. ORACIN

    Seor, te damos gracias porque has tenido a bien disponernos para tu servicio. Te damos gracias porque nos has escogido para dar testimonio de tu nombre, pero hemos de reconocer que nada podemos sin ti. Somos indignos y dbiles, sin tu gracia no seramos capaces de seguir los pasos de Cristo. Concdenos ser hombres y mujeres de oracin, para poder estar en comunin permanente contigo, pues as seremos en

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    medida creciente lo que T quieres que seamos: tus discpulos, tus apstoles. Por Jesucristo, nuestro Seor. EVANGELIO

    Mc 4, 3-7.13-20. Permaneceremos sentados mientras es proclamado el Evangelio. PAUTAS PARA LA MEDITACIN

    Estas reflexiones tienen como fundamento el captulo III de la Carta pastoral de los Obispos vascos Vivir y comunicar el Evangelio hoy. EL MUNDO EN EL QUE VIVIMOS NUESTRA FE

    La vivencia de la fe en nuestra cultura, se halla profundamente problematizada (Vivir y comunicar el Evangelio hoy, III) debido a que las circunstancias, la situacin social y la realidad cultural, han experimentado unas transformaciones de tal envergadura que hacen que nuestra cultura se caracterice por la ausencia de Dios: la experiencia creyente de Dios se va debilitando de forma ostensible. En nuestro entorno social se han difuminado, incluso desaparecido, los referentes, las huellas, que de modo casi espontneo nos remitan a Dios. El mundo, la realidad, que en generaciones anteriores pareca traslucir naturalmente a Dios, ahora parece haberse vuelto opaca. Las nuevas generaciones ya no niegan a Dios, al modo de los ateos, sino que han dejado de hacerse la pregunta por el Transcendente, quizs porque Dios es algo irrelevante en sus vidas. Cuando nuestros Obispos intentan aproximarse a las claves para comprender esta situacin afirman que el problema de raz es la dificultad de vivir la experiencia del Dios transcendente, pero a la vez personal y cercano, en una cultura que, forjada por la modernidad, tiene a la ciencia como gua y al progreso como objetivo (III, 1). La razn humana se ha convertido en la nica fuente de conocimiento y la solucin de los problemas que aquejan a la humanidad. Una razn basada en las ciencias de la experiencia y la tcnica que rechaza o descalifica todo lo que no pueda verificarse o someterse a las pruebas cientfico-tcnicas. La exacerbacin y reduccin de la razn humana trae como consecuencia la infravaloracin de la religin, reducida a prejuicio irracional o mero sentimiento subjetivo. La libertad, una de las grandes conquistas del hombre moderno que ha resultado providencial para el progreso humano, y el reconocimiento de la dignidad de las personas, como todos los valores humanos, tambin puede ser comprendida y vivida de modo negativo: adorada como un dios; convertida en excusa para rechazar todo criterio tico; invocada para justificacin del egocentrismo ms superficial, acomodaticio y consumista; origen y fuente del individualismo ms inhumano; utilizada para adormecer y disculpar conductas insolidarias e injustas... con la implantacin de una cultura individualista de la fuerza y de la satisfaccin que cercena y margina las dimensiones espirituales y comunitarias (III, 1). No cabe duda de que una libertad de este signo adormece la sensibilidad humana y difumina tambin el vnculo saludable de dependencia de los seres humanos con el Dios de nuestra fe (Carta Pastoral Obispos vascos, Vivir la experiencia de la fe, I-A, 2.2)

    Pero, para dibujar un retrato ms preciso, tambin hay que mencionar las decepciones y miedos que la modernidad y el progreso que, pretendan ser la solucin de los problemas de la humanidad, han generado y las consecuencias de los mismos en la percepcin espiritual de la vida y el mundo. El Obispo D. Juan. M, en su Carta pastoral de Adviento titulada, La esperanza vence al miedo (I, 2) nos ofrece un anlisis conciso de estas decepciones. Las recogemos brevemente: 1) La

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    decepcin del desarrollo: hemos credo que la ciencia y la tcnica iban a resolver todos nuestros problemas y asegurarnos un progreso en todos los rdenes de la vida, y aunque debamos reconocer que el avance ha sido admirable, no somos mejores, ms libres o ms felices que nuestros antepasados que carecan de semejantes avances; 2) La decepcin del fin del mal y la injusticia del mundo. El desarrollo nos prometa un mundo mejor, ms justo y solidario, y si bien algunas diferencias entre Norte y Sur han ido disminuyendo, otras subsisten e incluso surgen nuevas formas de opresin; 3) El vaco tico y la falta de sentido son consecuencias inevitables de esta cultura. Son muchos y variados los indicadores de un creciente vaco tico en diversos campos y mbitos de la realidad que nos inducen un sentimiento de decadencia moral generalizada. Y, en lo que se refiere al clima espiritual de nuestro tiempo, constatamos un notable debilitamiento del sentido de la vida humana. Subsisten los sentidos parciales como sacar adelante una familia, abrirse camino en la profesin, vivir holgada y prsperamente, gozar intensamente de los placeres de la vida,... pero son sentidos sin fuerza para dar razn de la existencia entera y menos para dar respuesta al enigma de la muerte y a la sombra que ella despliega sobre la vida y su finalidad. SEMBRADORES DE LA FE

    Tomando como clave de lectura el relato de la parbola del sembrador, los Obispos constatan la difcil tarea de la evangelizacin en este contexto histrico: Ni la experiencia de Dios ni el vivir y comunicar el Evangelio pueden darse como se venan dando en las condiciones de un mundo que ya no existe (III, 2). No acertamos a transmitir el Evangelio y comprobamos que los medios habituales o tradicionales ya no dan el fruto de antao. El Espritu sigue sembrando sin cesar y, por ello, como nos dicen los Obispos, no debemos centrar nuestras preocupaciones en el nmero (Cf. III, 2). Si bien es cierto que el Espritu obra libremente y que cada persona realiza su propio camino espiritual, nico e irrepetible, en la mayora de los casos se podra perfilar una evolucin comn, tomando como inspiracin el texto evanglico proclamado.

    El primer paso, como nos dicen los Obispos, es preparar la tierra para aceptar la semilla: Nuestra cultura y nuestra propia contingencia humana son tierra pedregosa, que agosta y ahoga la buena semilla. Hemos de preparar nuestra buena tierra personal y comunitaria para vivir y comunicar el Evangelio (III, 2). El texto del evangelio nos habla de unas semillas que caen en el camino y las aves se las comen. Es una imagen que refleja la situacin que predomina en nuestro mundo: no hay inters por lo religioso, la pregunta sobre Dios est ausente. Para activarlo o despertarlo, es preciso que la vida, con sus claroscuros, ponga en crisis a las personas para que estas se abran a la pregunta sobre el sentido de la vida pues, sin necesidad de salvacin, es improbable que el anuncio de la Palabra llegue a dar fruto alguno. La tierra dura que es nuestro mundo actual, nada permeable a Dios, ha de ser trabajada primeramente, para disponerla a recibir la semilla del Evangelio de la vida. La tarea de la Iglesia, del cristiano, ha de ser ayudar a despertar esta sed de Dios, provocando la pregunta por el sentido de la vida y dando testimonio de haberlo hallado en Cristo, o, como se afirma en la Carta pastoral, activando mecanismos personales y comunitarios para crear huertos especializados en el cultivo de distintas comunidades de marcado carcter evanglico que hagan posible que la Iglesia sea sal y luz de nuestro mundo (III, 2).

    El segundo paso es la propuesta del kerigma, la propuesta de Jesucristo. Este es el anuncio fundamental de la Iglesia: la persona de Jesucristo, como fuente de la dicha y la felicidad anheladas por el ser humano. Como indica la parbola al referirse a las semillas que caen donde haba poca tierra y brotan de inmediato pero el sol las quema, el anuncio de la Buena Noticia puede provocar, un inicial entusiasmo que luego desaparezca o se apague. Por ello los cristianos hemos de recuperar nuestra identidad de levadura en medio del mundo, como nos recuerdan los Obispos (III, 2) y vivir nuestra fe de modo que nuestro testimonio sea creble.

    Para que esa semilla que cae entre abrojos no quede ahogada, es necesario un tercer paso: la catequesis o catecumenado. Un verdadero reto para los cristianos. Se trata no nicamente de que adquieran conocimientos sobre Jess o de que asuman los contenidos de la doctrina cristiana. Hay que combinar doctrina con vida, con seguimiento e imitacin a Cristo en la oracin, en la relacin

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    con el Padre, en la proximidad a las gentes, en la vinculacin a la comunidad. Solo as puede darse una verdadera conversin, una transmutacin de valores, que los vaya conduciendo a una vida vivida desde Cristo, a una vida vivida desde el encuentro salvfico con l.

    Debemos ser realistas pues, como sugiere la parbola, no toda la siembra de la Palabra est destinada a dar buenos y abundantes frutos. Por ello, no hemos de exasperarnos ni dejarnos llevar por el pesimismo. Confiando en el Espritu Santo, la Iglesia, en esta tesitura, se ha de sentir llamada a purificar nuestra propia identidad cristiana, individual y eclesial (III, 2) y continuar acercndose al hombre actual, empticamente, para anunciar el mensaje cristiano, pero sin que esa empata suponga que deba comprometer el anuncio del mensaje cristiano en aras al dilogo (Cf. III, 1).

    En algn momento determinado de este proceso, se ha de producir un encuentro personal con Cristo, descubrindolo como Camino, Verdad y Vida. Y ya no creer por el testimonio de otros, sino por su propia experiencia de encuentro salvador y liberador. No nos extendemos ms en esta cuestin, pues ha sido objeto de nuestra anterior meditacin. VIVIR LA VIDA COMO VOCACIN En el proceso inicitico que hemos articulado en el punto anterior, deberamos apuntar un ltimo movimiento: el proceso de transmisin de la fe culmina cuando el catecmeno llega a percibir su vida como una vocacin, y organiza y estructura la totalidad de su vida, con todos sus mbitos, a partir de la opcin fundamental de seguir a Jesucristo. Una vocacin que tiene como fundamento el amor, el amor de Dios que nos ha llamado a la vida, que nos ha dado el ser, que nos ama de modo irrevocable porque Dios no puede no amarnos. Una vocacin que tiene como mxima aspiracin vivir desde este amor, de tal forma que el amor de Dios se convierta en cimiento y anhelo impulsor de nuestro pensar, hablar y actuar hasta el punto de descubrir que, cuando renunciamos al amor, perdemos nuestra propia identidad, nuestra esencia ms propia (Cf. III, 3). Pero no nos engaemos creyendo que aqu concluye el proceso de transmisin de la fe. La fe, en tanto que relacin interpersonal con Jesucristo sometida a nuestra finitud y naturaleza pecaminosa, nunca puede ser considerada como una realidad poseda de forma absoluta o total. Como el amor, nuestra fe puede sufrir muchas variaciones y atravesar etapas mejores y peores. Por ello, todo creyente ha de renovar cada da su opcin fundamental de seguir a Cristo. Ha de cuidar a diario su fe, como ocurre con las buenas amistades, mediante el trato asiduo con el Seor. Ha de fortalecerla mediante su vinculacin a la comunidad cristiana. Ha de renovarla y restaurarla mediante su participacin en la vida litrgicasacramental. Ha de vigorizarla llevando a la vida de cada da lo credo y celebrado. Recapitulando, vivir vocacionalmente... exige dejarse conducir por el Espritu a travs del triple polo que hemos descubierto en Jess: el polo de nuestra vida y quehaceres cotidianos, el polo de la comunidad cristiana y el polo del encuentro personal con Dios, como afirman los Obispos en su Carta pastoral (III, 3). BREVE SILENCIO

    Para motivar la meditacin personal Mi adhesin a Jess, es el resultado de una experiencia religiosa o es mera fe heredada? Qu puedo hacer en mi entorno ms inmediato para preparar la tierra en la que Jess sembrar

    la semilla de la fe? TESTIMONIO

    Cmo preparo la tierra que ha de acoger y hacer fructificar la semilla de la fe que Cristo siembra sin interrupcin? Un padre o madre cristiano/a que no deja en manos de otros la

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    educacin cristiana de sus hijos, podra dar un breve testimonio intentando explicar cmo lo hace y qu influjo tiene su labor educativa en la vida de la familia.

    Si se prefiere, en lugar del testimonio, se pueden hacer estas plegarias:

    1. Por nuestra comunidad cristiana, por todos los que compartimos la misma fe y la misma esperanza. Roguemos al Seor.

    2. Por nuestra Iglesia diocesana, para que siga anunciando a Jesucristo, sin desfallecer y sin caer en la desesperanza. Roguemos al Seor.

    3. Por nuestro pas, para que entre nosotros aumenten la paz y la justicia, y nadie quede excluido del bienestar que Dios quiere para todos. Roguemos al Seor.

    4. Por los que estn en la crcel y por todos los que trabajan por unos regmenes penitenciarios ms humanos y se esfuerzan por renovar la vida de los detenidos. Roguemos al Seor.

    5. Por el pueblo etope y por los que trabajan en los proyectos de solidaridad que financiaremos a travs del gesto solidario de esta Cuaresma. Roguemos al Seor.

    6. Por nosotros, para que este encuentro de oracin y reflexin nos lleve a seguir ms de cerca el Evangelio de Jess. Roguemos al Seor.

    ACCIN DE GRACIAS Y GESTO

    Cantamos juntos el Padrenuestro y damos gracias a Dios porque nos han transmitido el don de la fe por el que podemos llamar Padre a Dios. Mientras, el/la que nos ha ofrecido su testimonio, o en caso de que no lo haya habido, el/la que ha hecho las plegarias enciende una vela junto a la que se encendi en el encuentro anterior. ORACIN FINAL

    Seor, nos has enviado a los hombres. Haznos alegres y valientes. Danos un corazn lleno de bondad, entrega y humildad. Danos el amor a ti. Vive en nosotros. S T el centro de nuestro corazn y la nica ley de nuestra vida. Por Jesucristo, nuestro Seor. DESPEDIDA

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    TERCER ENCUENTRO

    MONICIN DE ENTRADA

    Cuando vivimos la vida como vocacin, la vida cotidiana entera es transformada por el amor; toda la vida en su totalidad, y no solamente los momentos o expresiones privilegiadas del seguimiento cristiano, se desarrolla bajo la influencia del Espritu Santo y, gracias a este influjo, adquiere una calidad singular. El amor cristiano fructifica as en multitud de detalles y momentos de la existencia porque la divisin entre fe y vida queda sanada y superada. Por ello, la fe cristiana ya no es percibida como un cmulo de normas y leyes sino como un proyecto de vida.

    Afiancmonos en este proyecto de vida orando juntos. Comencemos con este canto. CANTO DE ENTRADA

    Camina pueblo de Dios (CLN n 726) PREPARACIN PARA LA ESCUCHA

    Nos preparamos para escuchar la Palabra de Dios alabando al Seor que, por su entrega en la cruz nos ha salvado y dado vida nueva. Te alabamos, Seor, por las maravllalas de tu salvacin, por tu amor gratuito... Todos: Te

    albamos, Seor. Te alabamos, Seor, porque has resurgido de las profundidades del dolor... Todos: Te alabamos,

    Seor. Te alabamos, Seor, por tu don de liberacin, porque has roto las cadenas con el filo de la cruz...

    Todos: Te alabamos, Seor. ORACIN

    Seor nuestro: t mismo nos has enseado un camino hacia una fe realmente determinante para nosotros. En el cotidiano, activo y solitario camino de amor al prjimo. En ese camino te encontramos a ti. Llvanos, Luz de la vida, por ese sendero. Concdenos andarlo con paciencia creciente y renovada. Danos la incomprensible fuerza de arriesgarnos en la entrega a los hombres. T que vives y reinas.

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    EVANGELIO

    Mc 8, 34-37. Permaneceremos sentados mientras es proclamado el Evangelio. PAUTAS PARA LA MEDITACIN

    Estas reflexiones tienen como fundamento el captulo IV de la Carta pastoral de los Obispos vascos Vivir y comunicar el Evangelio hoy. VNCULO FE-VIDA

    En la exposicin del primer encuentro, subraybamos la indisoluble vinculacin entre fe y vida. La fe cristiana, decamos, no es la suma de unas doctrinas, ni se reduce a unas normas morales o a unas prcticas devocionales o litrgicas. La fe es para la vida, se hace vida cuando empapa e impregna todos los espacios de la vida y esa es su natural tendencia. Entonces es cuando, como decamos en el encuentro anterior, la fe cristiana se convierte en una vocacin de vida en pos de Jess. En el cuarto captulo de su Carta pastoral, los Obispos sugieren que lo cotidiano es el mbito propio en el que se ha de vivir la fe. Y apuntan tres campos de accin y vida: el trabajo, el amor conyugal y familiar, y nuestra contribucin al bien comn mediante el compromiso socio-poltico. La obra de Dios es que la humanidad entera llegue a ser imagen de su Hijo, que la humanidad entera se configure con Cristo. Nuestra accin ha de ser insertada y comprendida dentro de este marco y, por ello, se conforma como vocacin de cooperacin y colaboracin con Dios en su obra. Dios respeta las decisiones y la libertad del ser humano, pero no cesa de solicitar su colaboracin para llevar a cado su proyecto. Por ello, nuestros esfuerzos siempre adquirirn sentido desde Dios, slo cobran su sentido autntico si tienen como centro al Dios que hemos de amar... de ah que todos nuestros afanes y tareas hayan de realizarse con la mirada puesta en Dios (IV). El texto evanglico que hemos proclamado, orienta y dirige nuestra mirada hacia Dios, desde la que hemos de comprender la vida como espacio en el que vivir nuestra vocacin cristina. En el texto Jess realiza una llamada apremiante y exigente al seguimiento. Requiere negarse a s mismo. Hemos de tener cuidado de no malinterpretar la interpelacin de Jess. Negarse a s mismo significa: 1) Reconocer mi propia humanidad, mi pequeez con respecto de Dios, reconocer que yo no soy ni mi propio dios ni el dios de nadie, como nos dicen los Obispos; y, 2) Reconocer que yo no me he dado la vida, que no soy mi propio artfice, que la vida es un don que me ha sido dado gratis por Dios (IV). Las consecuencias de ello son previsibles: si uno se cierra en s mismo, vive para s, vive centrado en su propio ego, no har otra cosa que convertirse en su propio esclavo, en sirviente de sus propias obsesiones, matando, de este modo la raz (somos don de Dios) por la que cada uno de nosotros est unido a la fuente de la vida y, por tanto, eliminando y perdiendo la propia vida (Cf. IV). Por ello, acoger la radical llamada de Jess al seguimiento conlleva un reconocimiento de la primaca de Dios y de su proyecto salvfico como nica fuente de sentido para la vida del ser humano; al mismo tiempo que nos lleva a descubrir que la vida se gana, adquiere plenitud, cuando se vive como lo que es, como don, convirtindose en un don, cuando se vive siendo un don, como nos dicen los Obispos, el don de la vida recibida slo puede fructificar y crecer en cuanto don, esto es, siendo a su vez, como en el caso de Jess, don y fuente de vida para los dems y para el mundo. En caso contrario, se traiciona a s mismo y se agosta y muere (IV), cumplindose as lo que anunciaba Jess en el texto evanglico. Esta comprensin de la vida como don, de que la vocacin fundamental del ser humano es ser don, es el amor entregado, es la clave que nos ayuda a vivir nuestra vocacin cristiana en el cotidiano, en el trabajo, la familia y en el compromiso socio-poltico.

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    EL MBITO DEL TRABAJO Los Obispos nos sealan que, vivir el trabajo como espacio en el que realizar nuestra condicin de discpulos nos libera de la mentalidad preponderante que convierte el trabajo en mero instrumento al servicio del beneficio econmico, el progreso tcnico y el bienestar que hieren gravemente el mundo de los valores y de la vida (IV, 1), y nos lleva a trabajar sintindonos colaboradores de la obra de Dios cuya finalidad es la humanizacin (que sea ms humano, ms acorde con la dignidad del ser humano) o divinizacin (que se vaya construyendo como adelanto y primicia del Reino de los cielos) del mundo, de modo que llegue a ser lo que Dios proyect en su eterna sabidura.

    El progreso derivado del trabajo se mide de modo casi exclusivo en trminos de riqueza, que ha generado una cultura de la competitividad, cada vez ms agresiva e individualista nos advierten los prelados vascos (IV, 1, apartado primero). Tomando como inspiracin el pasaje del rico que se acerca hasta Jess preguntndole qu ha de hacer para ganar la vida eterna (Mc 10,17-23), los Obispos inciden en la necesidad de liberarnos de esa concepcin del trabajo supeditado absolutamente a la obtencin y acumulacin de riquezas. Descubrir y experimentar a Dios como verdadero tesoro, como riqueza suprema, nos lleva a relativizar las riquezas de este mundo y, a su vez, nos persuade de que las riquezas de este mundo nuestro son aquellas que nos refieren a Dios y son riquezas o tesoro cuando est referido a l (IV, 1, apartado primero). Si suplantamos a Dios y erigimos una obra nuestra en tesoro y riqueza mxima, estaremos cometiendo el pecado de la idolatra y, dado que los dolos no pueden darnos vida, la estaremos perdiendo (Cf. IV, 1, apartado primero).

    Los bienes, adems de tener poder para apartarnos de la fuente de la vida, de Dios, tambin pueden alejarnos del prjimo. Y, por ello mismo, son un impedimento para nuestra propia vida y felicidad, como afirman los Obispos (Cf. IV, 1, apartado primero), aunque nuestra cultura cree que en el tener est la fuente de la dicha y la felicidad. Consecuentemente se puede afirmar que, vivir el trabajo desde la perspectiva cristina tiene algo de contracultural. Para liberarse del afn de riquezas, los Obispos se inclinan por la simplicidad de la vida que no consiste en rechazar por principio todo lo que signifique abundancia, complejidad y sofisticacin para volver a una especie de vida natural que nunca ha existido (IV, 1, apartado primero); ni se trata de desertar de nuestra tarea de colaborar con Dios en su obra de llevar a plenitud la creacin entera (Cf. IV, 1, apartado primero). La simplicidad de vida nos libera de nuestra propia obra, de convertir la tarea en una obsesin, de hacer de la riqueza la nica aspiracin, pues la abundancia nos pesa, nos lastra, nos empobrece fsica, espiritual y creativamente. La saciedad, tan presente o tan buscada como actitud en nuestra sociedad, simplemente nos mata en todos los sentidos (IV, 1, apartado primero).

    Esta simplicidad nos lleva a trabajar desde la confianza en la Providencia de Aquel que nos ama y toma nuestras vidas en sus manos (IV, 1, apartado segundo). Para ilustrar esta idea, los Obispos comentan el pasaje Mt 6,31-34, texto que nos invita como ningn otro a vivir confiando en la Providencia de Dios, sin agobiarnos ni preocuparnos del maana. Los Obispos insinan que, por la fe en Dios, en nuestro corazn ha de imperar la confianza: si creemos en Dios, en un Dios que nos ama hasta el extremo de entregarse en la cruz, debemos vivir la vida sin estar pendientes del presente y el futuro, sin obsesionarnos por controlar cada paso que vayamos a dar en el trayecto de la vida, sin pretender atar de antemano todos los cabos para que todo salga segn lo previsto: El creyente en el Padre celestial del que ha recibido el don de la vida, si de verdad cree en l, no puede afanarse de la misma manera, sino que ha de tener una actitud confiada en Aquel que ha creado y conoce sus necesidades (IV, 1, apartado segundo). La confianza en Dios nos libera de la pesadilla de controlar nuestra vida, nuestro devenir, para vivir con una actitud de mayor gratuidad que nos anima a vivir con un mayor agradecimiento, gozo y plenitud cada instante.

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    EL MBITO DE LA FAMILIA Los Obispos subrayan la idea de que la familia es el mbito en el que todo ser humano experimenta, siente y vive el amor de modo privilegiado y peculiar. Esta experiencia humana es, a su vez el espacio adecuado para que los seres humanos experimentemos y sintamos un amor mayor. La gratuidad, la entrega, el don, vividos y sentidos en el seno de la vida familiar, nos remiten al amor gratuito del Padre eterno. As, la familia sigue siendo el lugar privilegiado donde se experimenta de manera nica algo que marca definitivamente nuestras vidas y las sella con una sed que nada puede saciar: el amor incondicional y gratuito, que se deriva directamente del Dios que es amor (IV, 2).

    La experiencia de amor es, tambin, lo nico que nos aproxima de modo genuino al ser de Dios. En el amor humano se puede atisbar el amor de Dios, se puede vislumbrar al Dios que es Amor fiel: Las experiencias de amor dentro de la familia son una ventana nica por donde atisbar y experimentar qu y quin es Dios (IV, 2). As es como la Iglesia confiesa a Dios como Trinidad Santa, como comunin de Amor.

    Pero damos un paso ms. En Jesucristo, Dios y el hombre se han convertido en familia inseparable por toda la eternidad, porque el Hijo eterno del Padre se ha hecho hombre, admitiendo y acogiendo en su persona la naturaleza humana y, al vencer a la muerte y sentarse a la diestra del Padre, no ha renunciado ni dejado atrs su humanidad, sino al contrario, la humanidad ha entrado a formar parte de la divinidad, de Dios. Por la naturaleza tendrica de Jesucristo, la humanidad ha sido abrazada por la divinidad y la divinidad ha recibido el signo, la marca de la humanidad. Y, por ello, la humanidad y Dios son familia. Por ello, en la familia descubrimos quines somos y qu estamos llamados a ser (Cf. IV, 2). NUESTRA RESPONSABILIDAD PARA CON EL BIEN COMN Es el tercer y ltimo mbito de nuestro cotidiano en el que hemos de vivir y hacer realidad nuestra vocacin cristiana. Los Obispos indican que esta responsabilidad se ha de ejercer fundamentados en tres actitudes: 1) El amor como actitud de servicio; 2) La opcin preferencial por los pobres; y, 3) La actitud de la esperanza por el que nuestros horizontes sobrepasan la realizacin mundana del Reino para hallar en la eternidad de Dios su plenitud. 1) El amor como actitud de servicio. Nuestra actitud de bsqueda del bien comn tiene su fuente

    y raz en el amor de Dios a sus criaturas y su concrecin en el cumplimiento del amor al prjimo que Jesucristo nos dej como su testamento (Jn 15,12). Los Obispos nos recuerdan el episodio del lavatorio de los pies en la ltima cena, donde Jess se hace esclavo, se abaja y anonada para convertirse en siervo, por amor. El que es Maestro de vida nos ensea de este modo lo que comporta el mandamiento del amor al prjimo: no nos exige el cumplimiento de leyes y normas externas, sino que nos ensea a vivir desde el amor poniendo en prctica su propia exigencia, encarnado y dando forma, con su accin y actitud, al mandamiento del amor. Hemos de ser conscientes de que vivir y comunicar el evangelio entraa trabajar por el bien de los dems como un servicio radical, dando un profundo giro a los roles tradicionalmente atribuidos a las autoridades y a los sbditos (IV, 3, apartado primero).

    2) Estar al lado de los ms pequeos. La orientacin u objetivo de este amor radical ha de ser, primordialmente, el necesitado, los desheredados, los dbiles... Y no nicamente por justicia, como pudieran hacer los hombres y mujeres de buena voluntad, sino tambin porque el amor est inscrito por Dios en el corazn, en las honduras del ser humano. Para ilustrar esta afirmacin, los Obispos comentan el conocido pasaje del buen samaritano: el prjimo no es alguien que pudiera compartir ideologa, religin y cultura con el que fue golpeado y robado en el camino de Jeric, sino un ser absolutamente antagonista y opuesto. El prjimo resulta ser alguien que no slo no tiene ninguna relacin de proximidad con el injustamente despojado y malherido, sino que, por motivos histricos y religiosos, tiene razones para sentirse distante del herido (IV, 3, apartado segundo). El ms alejado fue quien se hizo prximo. El auxilio, la

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    implicacin, la aproximacin, la compasin... ms all de religiones, ideologas, costumbres y culturas, tiene su origen en la capacidad de amar de la que Dios dot el corazn humano. El final de la narracin en el que Jess enva a sus oyentes a hacer lo mismo que el buen samaritano, resuena en nuestras conciencias e interpela a nuestra Iglesia. l nos llama a amar especialmente a las personas necesitadas y sufrientes que encontramos en el camino de nuestra vida (IV, 3, apartado segundo).

    3) Por ltimo, los Obispos nos recuerdan que la salvacin es obra de Dios, no fruto de nuestras solas acciones y tareas. Por tanto, toda realizacin humana o mundana, ser siempre incompleta e imperfecta. Slo en la eternidad de Dios puede alcanzar plena realizacin su proyecto salvador. Ello no significa que Dios se desentienda del mundo, al contrario, pues envi a su Hijo para la salvacin del mundo (Jn 3,16-17). Pero el Reino supera los lmites del mundo y slo as pueden ser redimidos el mundo, la historia, la humanidad y cada uno de nosotros. Por ello, colaboramos con Dios en su obra y vivimos los valores del Reino, empapando nuestro mundo con el sanante amor de Dios, pero en la tensin del ya pero todava no, en la tensin de la espera, anhelando la venida definitiva de Jesucristo (IV, 3 apartado tercero), para que todo sea conducido al Padre y colocado a sus pies. Entonces Dios reinar sobre todo, entonces llegar a su plenitud el Reino del Amor, el Reino de Dios que es Amor fiel.

    BREVE SILENCIO

    Para motivar la meditacin personal El Evangelio, llega a penetrar y empapar todos los resquicios y recovecos de mi existencia? En qu medida estoy dispuesto a cambiar para vivir de un modo ms acorde con el Evangelio? TESTIMONIO

    Vivo mi cotidiano ms sencillo y humilde (mi trabajo de cada da, mi vida familiar, mis compromisos en la sociedad) como espacio en el que me voy conformando como seguidor de Jess? Podra ofrecernos su testimonio algn poltico, sindicalista o incluso un profesional que entienda su actividad laboral como vocacin de seguimiento.

    Si se prefiere, en lugar del testimonio, puede leerse este texto intercalando esta antfona: El

    Seor es mi luz (CLN n D 11). Haca un sol esplndido pero el avestruz no lo vea, metida la cabeza baja la arena, no quera saber que luca el sol. Muchos, incluso creyentes miran a los heridos del mundo, pero no ven. Siempre hay un cristiano dormido junto al hermano que sufre y junto a Cristo que sufre. Siempre hay alguno que pregunta: Pasa algo? R/. Hay otros que no ven porque ni siquiera miran. Para qu? Aqu no pasa nada, dicen, que esto es un invento para tenernos en vilo. Siempre hay alguno que les confirma: Aqu no pasa nada! R/.

    Los hay que miran, ven y se dicen: sta es la nuestra! Y se ponen a hacer demagogia mientras arriman el ascua a su sardina. Pero no hacen nada. Se quedan tan orondos con sus discursos gratuitos que nada aportan. R/. Y los hay que miran y ven la realidad tal cual es y ponen manos a la obra y se dicen: No pasamos de nadie, no pasamos de nada. Aqu estoy, oh Dios, mndame a m. R/.

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    ACCIN DE GRACIAS Y GESTO

    Cantamos juntos un canto de accin de gracias apropiado. Mientras, el/la que nos ha ofrecido su testimonio o si no lo ha habido, el/la que ha ledo el texto, enciende una vela junto a las que se han ido encendiendo en los encuentros precedentes. ORACIN FINAL

    Seor, haz que te busquemos en todas las cosas y en todo tiempo y momento, porque cada da es rutina de todos los das, y cada da es tuyo y hora de gracia. Todo es rutina diaria y da tuyo a la vez. Bendice nuestra rutina con el don de tu presencia. T que vives y reinas. DESPEDIDA

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    CUARTO ENCUENTRO

    MONICIN DE ENTRADA

    En este cuarto encuentro vamos a reflexionar en torno a la dimensin comunitaria de nuestra vocacin cristiana. Vivimos el seguimiento desde la pertenencia a la Iglesia. Vivimos, fortalecemos y experimentamos la fe, la esperanza y el amor, en el seno de una comunidad. No ser creble el anuncio de un Dios que es Padre si no somos capaces de hacer realidad lo que ello implica: que somos hermanos, que hemos de crear una fraternidad. Nuestra Iglesia de Teruel y Albarracn tiene ante s el gran reto de testimoniar ante la sociedad dividida y dispersa que Dios es Padre, que desea que sus hijos se renan y se amen entre s. Esta tarea se hace concreta en cada comunidad cristina: en la familia, en los movimientos y agrupaciones de referencia, en la parroquia...

    Reunirnos, orar y celebrar juntos, compartir nuestra reflexin... es un modo muy concreto de crear comunidad. Tambin unir nuestras voces para cantar al unsono es un signo de fraternidad. CANTO DE ENTRADA

    Iglesia peregrina (CLN n 408) PREPARACIN PARA LA ESCUCHA DE LA PALABRA

    Nos preparamos para escuchar la Palabra de Dios reafirmando nuestra condicin de hermanos: Caminamos hacia tu Pascua. T nos convertirs en hijos de la luz, imagen del Resucitado...

    Todos: Seor, que seamos uno. Encontraremos tu rostro en los hermanos y viviremos del gozo de encontrarte y de

    encontrarnos... Todos: Seor, que seamos uno. Caminamos hacia la pascua y quedarn derribados los muros de la divisin, el distanciamiento y

    seremos tu Cuerpo, Seor... Todos: Seor, que seamos uno. ORACIN

    Seor, nos llamas a anunciar el Evangelio con nuestro estilo de vida. En una sociedad individualista y narcisista, t nos llamas a dar testimonio del Evangelio viviendo en fraternidad, en comunin de fe, caridad y amor. Para ello, tenemos que librar un rudo combate contra el egocentrismo. Padre bueno, te pedimos que nos concedas el valor y la energa necesarias para librar nuestro corazn de las garras del

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    egosmo y poder, y as, vivir con ms justicia y fraternidad, siendo testigos de tu paternidad. Por Jesucristo, nuestro Seor. EVANGELIO

    Mt 23, 1-12. Permaneceremos sentados mientras es proclamado el Evangelio. PAUTAS PARA LA MEDITACIN

    Estas reflexiones tienen como fundamento el captulo V de la Carta pastoral de los Obispos vascos Vivir y comunicar el Evangelio hoy.

    En el quinto captulo de la Carta pastoral, los Obispos de las dicesis vascas nos recuerdan el sentido comunitario inherente a nuestra fe y vocacin cristiana. En nuestro tiempo, muchas personas dicen ser creyentes, pero al margen de la comunidad cristiana; sufrimos la gran tentacin de creer en Dios sin pertenecer a la Iglesia, de creer por libre, a la carta. Y esta actitud sintoniza a la perfeccin con el individualismo reinante en nuestra cultura. Pero, aunque nuestra cultura no sea capaz de comprenderlo, vivir la fe en comunidad es una necesidad fundamental inherente a la misma fe, de modo que, sin la pertenencia a la Iglesia, la fe cristiana perdera un elemento determinante de su esencia: Ninguno de nosotros puede vivir su fe por libre, de modo exclusivamente individual. Toda vocacin necesita la experiencia de la comunidad en la que se enraza, se encuadra y da fruto (V). Esta experiencia comunitaria puede, a su vez, revestir distintas formas, los Obispos destacan tres: la familia, las comunidades de referencia y la parroquia. Dado que de la familia como mbito donde vivir la vocacin cristina ya hemos reflexionado en el encuentro anterior, en este nos vamos a ceir a presentar lo que los Obispos vascos afirman sobre las otras dos formas de realizacin de la comunidad: la comunidad de referencia y la comunidad parroquial. LA COMUNIDAD DE REFERENCIA Los Obispos constatan que la Iglesia crece a partir de las comunidades concretas en que se articula y organiza su vida. En primer lugar, hacen mencin de la vida religiosa: constituye una gran riqueza que el Espritu Santo ha hecho germinar en el seno de la Iglesia, suscitando vocaciones a la vida religiosa, con el propsito de vivir su vocacin en comunidad. Las rdenes monsticas, las distintas familias religiosas y una gran variedad de institutos creados a tal fin constituyen un tesoro y una referencia inapreciables dentro de la diversidad de vocaciones y carismas que componen la Iglesia de Cristo (V, 2). El Espritu Santo concede a cada cual su don, su carisma, su manera de servir. La accin del Espritu hace de la Iglesia una comunidad de ministerios e intercambio de prestaciones recprocas para crecimiento de la fe y edificacin del Cuerpo de Cristo. Por ello, las comunidades de religiosos y religiosas, han creado en su entorno numerosos espacios comunitarios en los mbitos de la enseanza, la salud y la caridad (V, 2). Estas realidades continan siendo capitales, primeramente, para la renovacin de nuestra Iglesia y tambin para plasmar y forjar, mediante un estilo de vida concreto, la llamada a seguir a Jess, la vocacin a vivir la vida desde y en Cristo. En una sociedad como la nuestra, en la que lo religioso se va difuminando, y la vocacin a la vida religiosa es infravalorada cuando no menospreciada, contina siendo un testimonio de fidelidad a Cristo y a su Evangelio que hombres y mujeres estn dispuestos a abrazar la vida religiosa como modo provechoso e interesante de vivir la vida. Junto a las comunidades de vida religiosa, los Obispos mencionan la diversidad de movimientos impulsores de comunidades laicales, grupos de referencia, equipos de lectura de la Palabra y semejantes que han surgido por impulso del Espritu. Nuestra cultura y contorno social

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    han experimentado enormes cambios y, por ello, tambin el Espritu ha ido suscitando nuevas formas de espiritualidad comunitaria (V, 2). Para describir los rasgos esenciales de estas pequeas comunidades cristianas, los Obispos toman como fuente de su reflexin y exposicin el pasaje de Hch 4,23-31. En este texto descubren tres rasgos principalmente (V, 2): 1) La importancia del compartir la experiencia personal; 2) La interpretacin de la vida, de sus avatares, desde la Palabra de Dios; y, 3) La valenta para seguir proclamando el Evangelio aun en un medio adverso. 1) El texto deja entrever que los que forman el grupo de los cristianos se sienten como comunidad

    compacta, con identidad propia, diferenciados del resto de la sociedad. Una comunidad cuya esencia es la fe en Cristo, vivir y anunciar la muerte y resurreccin de Cristo en un medio adverso dispuesto a acallarlos por la fuerza si es necesario. Juan y Pedro relatan a los suyos, a ese grupo compacto, lo que les ha sucedido, por tanto, comparten, incluso las experiencias personales. Cun lejos estn nuestras comunidades cristianas de compartir fe, vivencias... cuando ni siquiera podemos compartir la misma celebracin de la Eucarista! Pero no por ello deberamos renunciar a que en nuestras comunidades sea posible la comunicacin, el compartir situaciones y acontecimientos de la vida y los sentimientos y sensaciones que se generan en nuestro interior. Tanto en la comunidad cristiana como en la sociedad es palpable la incomunicacin y el individualismo que nos sumergen en nuestras propias oscuridades y tinieblas. Una Iglesia en el que cada persona tenga rostro, sea reconocido por su nombre. Una comunidad cristiana que escuche, que acoja, que mire a las personas como tales..., un gran reto para nuestra Iglesia.

    2) El segundo rasgo de la comunidad cristiana, de los grupos de referencia que la conforman y de cada uno de los creyentes, es que interpreta e ilumina los hechos, los acontecimientos, con la luz de la Palabra de Dios. El azar, las estrellas, los posos de caf... o la razn y la causalidad..., son muchas las diversas claves de interpretacin de la realidad a las que recurre nuestra sociedad. Nosotros tenemos que aprender a leer y vivir desde la Palabra, permitir que sea ella quien nos vaya iluminando y descubriendo el sentido de la vida.

    3) Don y Tarea. As reza el lema de este ao pastoral. Lo recordamos porque el tercer rasgo es la valenta de continuar creyendo y anunciando el Evangelio aun cuando nos respondan que el mensaje cristiano est anquilosado en el pasado y nosotros seamos calificados de reaccionarios y retrgrados. Para seguir anunciando el Evangelio en un ambiente hostil, los apstoles recurren a la oracin, piden el auxilio del Seor, que les otorga su Espritu. No hemos de olvidar en las comunidades de referencia que nada podemos sin el auxilio de lo alto, por lo que hemos de ocuparnos seriamente de ejercitar la dimensin orante de nuestra fe.

    LA PARROQUIA Los Obispos comienzan sealando que la familia o el grupo de referencia no agotan ni realizan en su plenitud la dimensin comunitaria de la vida cristiana para, a continuacin, manifestar la universalidad de la dimensin comunitaria de la vocacin cristiana al seguimiento. Esa dimensin es universal, como lo son la naturaleza y misin de la Iglesia (V, 3). El carcter universal de la vida cristiana, de la Iglesia, se realiza en las iglesias particulares o dicesis en cuyo seno las parroquias pretenden ser comunidad de comunidades. Comunidad en la que disfrutan de un lugar tanto la familia como las comunidades de referencia de las que hemos hablado en el punto anterior. Aunque nuestras comunidades cristianas se hallan inmersas en un proceso de renovacin espiritual y pastoral que tambin conlleva una reestructuracin territorial que parece menoscabar el valor y el rendimiento pastoral de las parroquias, los Obispos vascos, como ya hicieran en su Carta pastoral Renovar nuestras comunidades cristianas, insisten nuevamente en que la parroquia sigue siendo una realidad insustituible para vivir la dimensin comunitaria constitutiva del seguimiento de Jess (V, 3). Para describir las notas fundamentales de la comunidad parroquial, los Obispos vascos vuelven a buscar la luz de la Escrituras, concretamente el texto de Hch 2,42-45, en el que Lucas nos

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    relata cmo la vida de las primeras comunidades cristianas tena como rasgos esenciales la Palabra de Dios, la comunin de bienes, la fraccin del Pan o Eucarista y la oracin. Recojamos con brevedad las reflexiones que nos ofrecen los Obispos en torno a estos componentes esenciales a la parroquia: 1) La comunin. La Parroquia es una conjuncin de personas absolutamente distintas y dispares.

    Con toda seguridad, entre los componentes de la parroquia existen ms razones que los separen unos de otros que puntos de conexin que los empujen a la comunin, pero la parroquia tiene la vocacin de ser comunin en la diversidad: Se vive la diversidad que nos abre ms all de los lmites naturales o de afinidad personal, social o vocacional que caracterizan a las comunidades familiares y de referencia o a los distintos movimientos apostlicos. Esta diversidad cobra sentido evanglico cuando es vivida en comunin (V, 3). Una comunin que se construye sobre el cimiento slido de la experiencia de que Dios es Padre y que, por tanto, ms all de las diferencias, los seres humanos somos hermanos. Por ello, esta comunin, lleva implcita la llamada a compartir nuestros bienes, de modo que a nuestros hermanos no les falte lo necesario para vivir dignamente.

    2) La enseanza de los apstoles o la vinculacin con la Palabra de Dios. Las comunidades parroquiales han de ser asiduas en la escucha de la Palabra de Dios. Ahora que tambin entre los cristianos se percibe una cierta tendencia a recurrir a textos poticos y relatos diversos como material para la oracin, dejando en un segundo plano la Escritura, es preciso que nuestras parroquias ofrezcan la Palabra de Dios abundantemente, pues sola esa palabra es portadora y dadora de vida y nos libera del peligro del subjetivismo.

    3) La fraccin del Pan o Eucarista, sobre todo la celebrada en Domingo, da del Seor y da de la Iglesia. Da en que se manifiesta la victoria del Seor sobre la muerte. Da en que la comunidad cristiana se manifiesta como tal comunidad, construida sobre el fundamento de la muerte y resurreccin de Cristo. Sin ella no podemos hablar propiamente de fe cristiana (V, 3), y la Iglesia perdera su propia identidad de Iglesia nacida del costado abierto del Seor. Son muchos los que hoy afirman ser creyentes, cristianos, sin prctica dominical alguna. Es posible ser cristiano sin escuchar su Palabra y comulgar con l? Es posible ser cristiano y no recibir nunca a Cristo, presente en el sacramento de la Eucarista? Es posible creer en Cristo y no confesar ni celebrar nunca su muerte y resurreccin, el evento que nos salva y nos da la vida?.

    4) La oracin. La parroquia ha de ser una comunidad orante. Ora porque sabe que nada puede sin el auxilio del Seor, ora porque espera, porque tiene esperanza y confa en Dios, como recuerdan los Obispos vascos en la Carta pastoral del pasado Adviento, La esperanza vence al miedo (IV, 5).

    LA COMUNIDAD: EXPERIENCIA DE LA PATERNIDAD DE DIOS

    La experiencia de la fraternidad, de la comunin, es tan importante que el mismo Seor, al inicio de su ministerio, conforma una comunidad de discpulos a quienes llama hermanos y a quienes pide que se traten como tal (Mc 10,29-30). En esta fraternidad aprendern quin es Dios, al que pueden llamar Padre (Mt 6,1-18). La experiencia de compartir la vida, de vivir como hermanos, les conduce a descubrir el hondo significado de la paternidad de Dios (Mt 5,21-26; Mt 7,1-12). Esta comunin fraternal, por deseo del mismo Jess, llega incluso a ser mbito privilegiado de su presencia tras la Pascua (Mt 18,20).

    Los cristianos vivimos desde nuestra fe en un Dios Padre que nos ama, que nos hace hijos suyos, que nos rene en fraternidad, que nos constituye como comunidad de hermanos. La experiencia diaria, aunque limitada e imperfecta, de la comunidad, es el mbito en el que se vive y se transmite la fe en Dios Padre de la humanidad. No es posible anunciar a Dios Padre ni nuestra palabra tiene credibilidad alguna, estando nosotros divididos y alejados los unos de los otros. Nuestra comunidad real, aunque pobre, es la que da credibilidad a nuestro anuncio de un Dios Padre. La comunidad es el espacio en el que esta fe se transmite y se convierte en experiencia: cuando nos sentimos hermanos, nos descubrimos hijos y percibimos a Dios Padre. Mediante su

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    existencia y testimonio, nuestra Iglesia tiene ante s la enorme tarea de ir configurndose como comunidad de los hijos de Dios que se aman entre s como hermanos, comunidad de la que no queda excluido nadie, sino al contrario, porque es voluntad del Padre que todos sus hijos, dispersos por el mundo, se renan para formar la familia universal. BREVE SILENCIO

    Para motivar la meditacin personal Vivo mi fe de un modo individualista e intimista en el que no hay cabida para los dems? En qu debera ceder y qu debera impulsar para que mi parroquia o grupo de referencia sea

    ms fraternal? TESTIMONIO

    Cmo enriquece mi vida y mi fe la vida comunitaria? Un religioso o religiosa nos podra ofrecer un breve testimonio, respondiendo a la cuestin planteada.

    En lugar del testimonio, pueden hacerse las plegarias que siguen:

    1. Por todos los cristianos, por todos los que sentimos la alegra de creer en Jess. Roguemos al Seor.

    2. Por los hombres y mujeres de buena voluntad que no han descubierto an el gozo de la fe. Roguemos al Seor.

    3. Por los jvenes y por los nios de nuestras comunidades cristianas. Roguemos al Seor 4. Por los proyectos de promocin de la dignidad humana que con nuestra solidaridad

    queremos financiar. Roguemos al Seor. 5. Por las comunidades de religiosos y religiosas que nos ofrecen su testimonio de fraternidad.

    Roguemos al Seor. 6. Por los grupos de lectura de la Biblia, los de oracin, el Catecumenado de Adultos... y todos

    aquellos que alimentan su fe en la comunidad o el grupo cristiano. Roguemos al Seor. 7. Y por cada uno de nosotros, y por nuestras familias, y por nuestros amigos. Roguemos al

    Seor. ACCIN DE GRACIAS Y GESTO

    Tambin hoy cantaremos juntos el Padrenuestro, como fraternidad, como hermanos e hijos de un mismo Padre que quiere que todos seamos unos, como l es uno con el Hijo y el Espritu Santo. Mientras, el/la que nos ha ofrecido su testimonio o si no lo ha habido, el/la que ha realizado las plegarias enciende una vela junto a las que se han ido encendiendo en los encuentros anteriores. ORACIN FINAL

    Seor, danos lo que nos mandas: danos justicia y fraternidad. Somos conscientes de que la plenitud del Reino est en Ti, ms all de nuestro mundo, pero

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    te rogamos que ya ahora podamos experimentar un poco de la justicia y del amor fraternal a los que estamos llamados. Por Jesucristo, nuestro Seor. DESPEDIDA

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    QUINTO ENCUENTRO

    MONICIN DE ENTRADA

    Llegamos al ltimo de nuestros encuentros. Hoy somos invitados a cultivar nuestra vida espiritual, imprescindible para que podamos experimentar la ntima presencia de Dios Padre y percibir que obra en nuestra vida personal y conduce con amor la historia de la humanidad. La oracin, la experiencia de desierto, la introspeccin... son hoy ms necesarios que nunca para poder sustentar la vida de fe, esperanza y caridad. Vivir desde Cristo en lo cotidiano, en medio del mundo actual, no es posible sin una vida interior recia y vigorosa. A ello nos invitan los Obispos en el ltimo de los captulos de su Carta pastoral: sin ese encuentro personal y directo tampoco es posible vivir de verdad la espiritualidad ni en la vida cotidiana ni en comunidad.

    Pidamos al mismo Seor que nos ensee a orar y que nos ayude a ser asiduos en la oracin. CANTO DE ENTRADA

    Qudate junto a nosotros (CLN n 0 20). PREPARACIN PARA LA ESCUCHA DE LA PALABRA

    Nos preparamos para escuchar la Palabra de Dios pidiendo perdn porque nos dejamos llevar por la dispersin reinante en nuestro entorno: Porque seguimos creyendo que la oracin y la vida han de ir por caminos distintos y distantes, te

    pedimos... Todos: Ten piedad y ensanos a orar. Porque permitimos que nuestra vida cristiana languidezca a causa de nuestra pobre vida

    espiritual... Todos: Ten piedad y ensanos a orar. Porque, al descuidar nuestra dimensin orante, nuestra esperanza y confianza van apagndose y

    debilitndose... Todos: Ten piedad y ensanos a orar. ORACIN

    Oh Jess, envanos tu Espritu! No te canses de darnos tu don de Pentecosts. Aclara el ojo de nuestro espritu y afina nuestra capacidad espiritual para que podamos discernir y distinguir tu Espritu de todos los otros. T, que vives y reinas.

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    EVANGELIO

    Mt 4, 1-11. Permaneceremos sentados mientras es proclamado el Evangelio. PAUTAS PARA LA MEDITACIN

    Estas reflexiones tienen su fuente en el captulo VI de la Carta pastoral de los Obispos vascos Vivir y comunicar el Evangelio hoy. En la Carta pastoral Renovar nuestras comunidades cristianas, tras constatar el desafo colosal que para las comunidades cristianas supone vivir y anunciar el evangelio en una sociedad secularizada y pluralista donde ni siquiera los ms estudiosos saben a ciencia cierta cmo se puede proponer el mensaje cristiano de forma que logre sacar de la indiferencia y de la apata ante lo religioso en la que se halla sumido el ser humano actual, los Obispos de las dicesis vascas nos invitaban encarecidamente a vivir una espiritualidad adecuada a esta coyuntura adversa; una espiritualidad entre cuyos rasgos ms sobresalientes se hallan la confianza, la fidelidad, la esperanza, el aprecio de lo pequeo... Para vivir esta espiritualidad, adaptada a las circunstancias, ser imprescindible que descansemos en el Seor, que cultivemos nuestra relacin personal e ntima con Dios, para fundarnos en l, entregando a sus manos nuestro pasado, presente y futuro, asentados firmemente en su fidelidad, en la confianza de que l es nuestro Salvador. En la Carta pastoral que sirve de fuente de inspiracin de estos encuentros, los Obispos sostienen que, para relacionarnos directa y personalmente con Dios, debemos cuidar nuestro espritu y alimentarlo de forma que vayamos creciendo en humanidad, hacer la experiencia purificante del desierto o sentir y percibir las situaciones lmite de nuestra vida como espacios de encuentro con Dios y, por ltimo, orar y ser constantes en la oracin. Para relacionarnos directa y personalmente con Dios necesitamos cultivar y templar nuestro espritu mediante el ejercicio espiritual. Esa relacin con Dios se hace mucho ms necesaria en dos momentos particulares: cuando discernimos y nos preparamos para seguir nuestra vocacin y cuando pasamos por experiencias tan difciles, que nos llevan a poner en duda el sentido de nuestra fe y de nuestra existencia. Por ltimo, necesitamos la manera de expresarnos lo ms plenamente posible ante Dios mediante la oracin (VI). Seguidamente, vamos a intentar exponer y comentar lo que los prelados dicen en referencia a estas tres prcticas mediante las que mantener y sostener una relacin personal con Dios. CULTIVAR Y TEMPLAR EL ESPRITU

    En nuestra sociedad se toma mucho inters por el cuidado del aspecto fsico, incluso crece la conciencia de la necesidad de cuidar la salud mediante comportamientos y hbitos ms saludables: practicar deporte, dejar de fumar, abandonar las comidas copiosas, masajes tonificantes Pero quizs se olvida una de las tareas ms importantes al desdear o no considerar en la medida necesaria la vida interior, el espritu del ser humano: Vivimos casi totalmente de espaldas a la necesidad de ejercitarnos tambin para mantener la salud de nuestro espritu y poder as vivir de manera plenamente humana (VI, 1). Se constata una sequa de nuestra cultura en materia del espritu, pero, a su vez, y en la misma medida, es perceptible la acuciante sed espiritual de amplios sectores de la sociedad que recurren a diversas fuentes para saciar su sed como la astrologa, la adivinacin, la magia, el zen, el budismo, la meditacin Uno de nuestros retos ms serios es dar respuesta adecuada a la profunda sed espiritual que se manifiesta En todo occidente se descubre y se practica el ejercicio espiritual sistemtico de otras religiones, especialmente orientales, mientras se ignora la inmensa riqueza espiritual de la tradicin cristiana (VI, 1).

    Ante esta realidad debemos sentirnos interpelados a vivir nuestra fundamentacin cristiana desde esa tradicin cristiana. Para ello, es preciso cultivar y vivir la experiencia del misterio del amor de Dios. l mismo toma la iniciativa, se hace el encontradizo, lo hallamos en el mundo, en la

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    historia, en nuestra propia existencia. l mismo nos despierta de nuestro letargo y nos libera de nuestras resistencias interiores. l desea tocar el centro de nuestra existencia, de nuestra persona. Y, entonces, todo nos habla de l, todo nos refiere a l, adquirimos la sabidura y emerge de nuestro interior el conocimiento de nuestro Seor. Y entonces Dios se torna en algo real, en una Persona. Y la vida comienza a ser el marco en el que el creyente va descubrindose desde Dios. EXPERIENCIA DE DESIERTO

    Los Obispos vascos utilizan una misma imagen o trmino para expresar dos realidades, dos experiencias y significados distintos:

    1) Existe un desierto como experiencia de purificacin y ahondamiento en las opciones

    fundamentales de la vida. Su finalidad es labrar la constancia y la fidelidad de la inteligencia, del corazn y de la voluntad, para entender segn el Espritu, sentir con el Espritu y actuar bajo la gua del Espritu (VI, 2, apartado primero). Tomando como fuente de inspiracin el relato de las tentaciones de Jess en el desierto (Mt 4,1-11), los Obispos describen el desierto como metfora del despojamiento, del vivir la desnudez necesaria para forjar el espritu humano, para encontrarnos con nosotros mismos, bajando al pozo de nuestro propio ser y, desde ah, abrirnos al influjo del Espritu Santo. Jess mismo es ejemplo de este proceso interior. Como dice el texto evanglico, Jess fue conducido al desierto por el Espritu, expresin de que Dios obra y acta en el desierto humano. l acepta el influjo del Espritu porque desea ser fiel al Padre, desea ser modelado, forjado por el amor del Padre. En el desierto, Jess descubre los obstculos y dificultades que antepone a la voluntad del Padre, que son impedimento para su fidelidad al designio del Padre. Estos obstculos vienen representados por las tres tentaciones, que son comunes a todo creyente que desea vivir en fidelidad al Evangelio: La primera el afn de saciar nuestra sed y nuestra hambre con la abundancia de los bienes que pueden adquirir (VI, 2), pero como esa no es la verdadera fuente de la vida, podemos caer en las zarpas del consumismo, puesto que, al buscar en lugar equivocado, jams logramos saciar nuestra sed. La segunda tentacin es la de manipular a Dios, la de utilizarlo para nuestro propio provecho, pero Dios no se muestra slo como fuente de la autntica vida, sino tambin como el nico Dios, Aquel a quien no podemos ni sustituir ni manipular (VI, 2). La tercera, y ltima, consiste en la idolatra, en adorar a los dolos del poder y de la gloria, vendiendo as nuestra alma al diablo (VI, 2). Nos equivocaramos si, de lo expuesto concluysemos que la experiencia de desierto es algo negativo. Al contrario, el desierto, naturalmente estril, es el lugar donde Dios se acerca ms a nosotros; el desierto, un camino sin principio ni fin, es el lugar donde Dios camina junto a nosotros; el desierto, tierra de penuria, es el espacio donde el creyente aprende a jerarquizar los valores por los que rige su vida; el desierto, obstculo e impedimento para la vida, es el espacio donde el creyente aprende a avanzar y confiar. No hemos de olvidar tambin que el desierto no es nuestro mbito definitivo; el desierto es transitorio y trnsito, para un retorno ms hondo hacia Dios, para un retorno ms fuerte hacia los hombres.

    2) La imagen del desierto tambin nos sirve para expresar la experiencia de la vida llevada a los

    lmites de la adversidad y del mal. Tambin en la experiencia del sufrimiento angustioso del justo, Jess mismo es nuestro modelo: Jess es el prototipo de esta segunda forma de desierto, al aceptar la voluntad del Padre hasta la cruz, por encima de sus propios sentimientos y deseos (VI, 2, segundo apartado). Los Obispos, en la Carta pastoral, recurren a Job para presentar y describir esta experiencia espiritual lmite. Tomando el pasaje de Job 30,16-17, nos ofrecen una serie de conclusiones que vamos a sealar brevemente: a) Es en la adversidad extrema donde llegamos a conocernos verdaderamente. b) Es muy fcil creer y confiar en Dios cuando la vida nos sonre, pero es mucho ms difcil

    cuando nos hallamos sumergidos en la noche oscura del sufrimiento, entonces incluso la fe y la confianza en Dios parecen tambalearse.

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    c) La relacin con Dios no es una especia de intercambio por el que, a cambio de nuestras buenas obras, l est obligado a concedernos el bien.

    d) Dios est por encima de nuestra justicia y nuestra medida de las cosas y no podemos definirlo ni pretender determinar su actuacin tomando como criterio nuestras concepciones de justicia y bien.

    e) El silencio y el ocultamiento de Dios que percibimos cuando nos hallamos en medio del sufrimiento no significan que l se desentiende de nosotros y nos abandone a nuestra suerte.

    En consecuencia, mientras no descubramos todo esto en nuestra existencia, no podemos

    afirmar que conozcamos realmente a Dios. En el desierto de la adversidad extrema reconocemos a Dios, como Jess lo reconoci como Padre en el que depositar su confianza y a cuyas manos entregar su espritu en lo alto de la cruz. El mismo Job confiesa que, a travs de esta prueba dolorosa hasta el lmite, su relacin franca y oracional con Dios, en una intimidad total y sin reservas, le ha permitido superar a su anterior conocimiento incompleto de Dios, hasta llegar a conocerlo a fondo: Slo de odas te conoca, pero ahora te han visto mis ojos (VI, 2).

    LA ORACIN, FUENTE DE VIDA Si bien es cierto que no vivimos en un medio en el que resulte fcil la prctica y el cultivo de la oracin, la misma sequedad espiritual de nuestra sociedad tecno-cientfica est haciendo que aparezca cada vez con mayor claridad la profunda sed de mucha gente (VI, 3). En nuestra dicesis son numerosas las parroquias y comunidades cristianas que han reclamado de los organismos diocesanos competentes una iniciacin a la oracin personal. Qu decir de los grupos de lectura bblica y de esos variados movimientos apostlicos cuya finalidad es la oracin. De cualquier modo, y en honor a la verdad, la experiencia de oracin de muchos creyentes se ha reducido a una repeticin automtica de oraciones o jaculatorias y a una serie de prcticas piadosas que, por desgracia, no han sabido conformarse como mbito para una oracin verdaderamente cristiana, despojada de actitudes mgicas y manipuladoras de lo divino.

    El ejemplo de Job, que no ces de orar y de confiar incluso en los momentos de mayor oscuridad, o el del mismo Seor que, clavado en la cruz, ruega y clama a Dios, son muestra clara de que el encuentro personal con Dios encuentra su forma de expresin privilegiada en la oracin. Sin ella, ese encuentro nunca acaba de ser completo y a nuestro espritu le faltarn medios para reconocer a Dios (VI, 3). Pero, para que nuestra oracin sea verdadera expresin de ese encuentro, ha de cumplir una serie de requisitos que no hacemos sino sealar sucintamente. En primer lugar, sealamos su carcter cristocntrico. La oracin ha de tener a Cristo como su centro, pues su finalidad es lograr que el fiel entre en comunin con Dios mediante Jesucristo. Aunque parezca una obviedad, en segundo lugar mencionamos el carcter pascual de la oracin cristiana, pues los creyentes tenemos en la Pascua de Jess la fuente de la vida verdadera. Su peculiaridad pascual, exige, en tercer lugar, que est vinculada a los sacramentos, pues es mediante ellos por los que los creyentes recibimos de la vida de la Pascua. Otra nota caracterstica de la oracin cristiana es su referencia a la Escritura. Desconocer la Escritura sera desconocer al mismo Cristo. Por ltimo, sealar la eclesialidad. Es preciso orar sintindonos Cuerpo de Cristo, en virtud del bautismo, y para que nuestra oracin no sea manifestacin de nuestro individualismo, sino expresin de nuestra pertenencia al grupo de los seguidores de Jesucristo.

    Si bien es cierto que la vida del creyente, en su totalidad, se desarrolla ante la mirada amorosa de Dios y, por tanto, la persona que vive en constante presencia de Dios est orando, en cierto modo, de forma continua (VI, 3), para que sea posible ofrecer al Seor un culto en espritu y verdad, es preciso buscar momentos de encuentro ms intenso y hondo con l, disponer de tiempo para dedicarlo a centrarse de modo ms intenso en l. Toda la vida del creyente puede ser oracin y culto al Seor, pero hay que explicitarlo e intensificarlo, hay que manifestarlo y expresarlo para poder aplicarlo o llevarlo a la vida entera, en toda su densidad y alcance; y, para ello, es imprescindible tomar tiempo para orar. Es importante recogerse, hallar el momento oportuno, hacer silencio, mantener una constancia y un ritmo.

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    Aunque se han logrado progresos notables, en nuestra vida de creyentes an es visible la divisin entre vida y oracin. Olvidamos quizs que la finalidad de la oracin no es cambiar a Dios, de modo que acomode su actuacin a nuestras necesidades y carencias, sino que lo que la oracin pretende es iluminarnos para que vivamos la totalidad de nuestra vida desde la luz de la fe en Cristo. Es decir, que la oracin ha de cambiarnos, transformarnos y recrearnos a nosotros. Una oracin que tuviera como contenido exclusivo nuestro estado personal y como objetivo nico plegar a Dios, es una oracin absolutamente egocntrica.

    Pero, como nos indican los Obispos vascos en su Carta pastoral, todas las circunstancias de la vida son mbito y motivacin para volver la mirada hacia Dios y orar. Desde distintos estados de nimo, diferentes situaciones y experiencias... elevamos nuestra plegaria al Padre. Es decir, desde nuestras alegras o penas, en nuestras frustraciones y afanes, en el dolor o la angustia, en nuestras limitaciones y pecados... Nada de lo humano le es ajeno a Dios y, por ello, todo lo humano, toda la experiencia humana, es mbito de oracin y plegaria confiada. El sufrimiento, la prueba radical, la experiencia de desierto de la que hablbamos en el apartado anterior es, sin duda, lugar privilegiado para descubrir al Dios de la misericordia, al Dios que es amor fiel: La vida nos hace pasar por momentos difciles y oscuros, incluso de desierto radical... Es en la oscuridad de la vida y en el ocultamiento de su sentido, donde, de una forma especial y nica, se alumbra la luz de la gracia de Dios y se manifiestan su gloria y verdad eternas (VI, 3), nos recuerdan los Obispos. Y es que, por mucho que en nuestra sociedad se afanen en prescindir de Dios, la experiencia del sufrimiento, del sinsentido que cuestionan seriamente la misma vida suscitan constantemente la pregunta por Dios e incluso, en no pocos corazones, provoca la plegaria, aunque sta sea angustiada o incluso acusadora. Una oracin que no reflejara nuestra vida sera una oracin sin vida.

    Una de las prcticas habituales para el tiempo cuaresmal, junto con el ayuno y la caridad, es la oracin. La comenzbamos justamente con aquel pasaje evanglico en el que Jess nos invitaba a ponerla en prctica con un espritu sincero y entregado (Mt 6,1-6.16-18). Si de verdad deseamos vivir la cuaresma como un tiempo para un mayor acercamiento a Dios, deberemos tomarnos en serio la invitacin de Jess a orar: tomar un tiempo para leer algn texto de la Escritura; reavivar nuestras oraciones heredadas de generaciones anteriores; la meditacin; la oracin mariana; la asistencia y participacin en la liturgia de la Iglesia sin prisas, puntualmente y con una actitud de apertura al influjo de Dios; la Liturgia de las Horas que en algunas parroquias se organiza con motivo de la cuaresma; los encuentros de oracin; el culto eucarstico tanto comunitario como privado... Ah est tambin la experiencia de las rdenes religiosas monsticas, los grupos de oracin... Todas las experiencias de oracin deben llevarnos a conocer y amar cada vez ms a Dios, y acoger cada vez con mayor fe y fidelidad ese amor. De eso se trata en la oracin y, para ello, es fundamental nuestra actitud y constancia, porque la oracin es don de Dios pero, tambin, fruto de nuestro empeo fiel. BREVE SILENCIO

    Para motivar la meditacin personal Cmo puedo seguir siendo cristiano en esta sociedad, en la que el espritu humano no parece

    tener cabida, y si no vuelvo la mirada hacia al Seor? Cmo puedo recuperar la paz y la alegra, la confianza y la esperanza sin sentir y percibir la

    presencia permanente del Seor? TESTIMONIO

    Vale la pena orar? Podramos invitar a algn miembro de los grupos bblicos o de oracin, o del Catecumenado de Adultos para responder brevemente a esta cuestin.

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    En lugar del testimonio, puede leerse este texto, intercalando esta antfona como respuesta de la asamblea: Caminar en presencia del Seor (CLN n D 20). Mi espritu y mi corazn estn alerta, como los ojos del centinela. Estoy esperando. Te busco, Seor. Estoy en vela. Y t no cesas de hacerte el encontradizo. R/. Te busco en la oracin y t me abres, Seor, como un amigo siempre presente, cuando se llama a la puerta. R/. Te busco en el Evangelio y t te acercas, Seor, como un amigo siempre presente, cuando se le pide luz para atravesar la noche. R/.

    Te busco en la Misa, con los otros cristianos, y por tu Palabra y tu Pan vienes a m, Seor, como un amigo siempre dispuesto a ofrecer lo mejor que tiene. R/. Te buscamos cada da y te vemos, Seor, donde se siembra la alegra, donde se elimina la mentira, donde se suprime la injusticia. R/

    ACCIN DE GRACIAS Y GESTO

    Tambin hoy cantaremos juntos el Padrenuestro, como oracin cristiana por antonomasia. Es el Espritu que nos habita el que nos incita a gritar de alegra y gozo Abba. Mientras, el/la que nos ha ofrecido su testimonio o si no lo ha habido, el/la que ha ledo el texto, enciende la ltima vela junto a las que se han ido encendiendo en los encuentros anteriores. ORACIN FINAL

    Seor, danos el espritu de fortaleza y de resolucin animosa para vencer las tentaciones; danos el espritu de la humildad para pedir consejo; danos el don de la sabidura de lo alto para discernir y optar por el bien mayor; danos tu Espritu de Pentecosts, para que podamos beber de la fuente del agua que da la vida eterna. T que vives y reinas. DESPEDIDA