Vengo, mas no se de dónde

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1 (El artículo para PRIMULA) “Vengo, más no sé de dónde. Soy, más no sé quién. Moriré, más no sé cuándo. Camino, más no sé hacia dónde. ¡Me extraña que esté contento!” Hace veinte años, cuando me jubilé, quise dejar algo escrito para mi familia sobre mí, cómo me juzgaba, que había hecho en esta vida, y que pensaba de la misma. Acaso influenciado por la costumbre inglesa de dejar escrita su vida para que la conociesen sus descendientes, y dolorido también porque no sé nada de mis antepasados, salvo los relatos orales de mi madre, escribí mi primer libro, que titulé “historias por debajo de la Historia”. Se agotó rápidamente. Veinte años después, aprovechando que, gracias a los conocimientos y buen hacer de mi amigo Món, el costo del libro electrónico (e-book) es prácticamente cero, preparé una segunda edición, en la que suprimo dos prólogos y un epílogo no escritos por mí, aunque de gran valor, y a cambio amplio el libro en unas cuarenta páginas. En esta ampliación incluyo los obituarios que escribí de cuatro amigos muy queridos a los que confío ver en el más allá. Como están al final de un libro que relata las vicisitudes de mi vida, parece que la lógica está pidiendo un quinto obituario: el mío. Y de algún modo lo intento, al escribir:

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Artículo publicado en el nº 19 de "Prímula"

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(El artículo para PRIMULA)

“Vengo, más no sé de dónde.

Soy, más no sé quién.

Moriré, más no sé cuándo.

Camino, más no sé hacia dónde.

¡Me extraña que esté contento!”

Hace veinte años, cuando me jubilé, quise dejar algo escrito para mi familia sobre mí, cómo me juzgaba, que había hecho en esta vida, y que pensaba de la misma. Acaso influenciado por la costumbre inglesa de dejar escrita su vida para que la conociesen sus descendientes, y dolorido también porque no sé nada de mis antepasados, salvo los relatos orales de mi madre, escribí mi primer libro, que titulé “historias por debajo de la Historia”. Se agotó rápidamente. Veinte años después, aprovechando que, gracias a los conocimientos y buen hacer de mi amigo Món, el costo del libro electrónico (e-book) es prácticamente cero, preparé una segunda edición, en la que suprimo dos prólogos y un epílogo no escritos por mí, aunque de gran valor, y a cambio amplio el libro en unas cuarenta páginas. En esta ampliación incluyo los obituarios que escribí de cuatro amigos muy queridos a los que confío ver en el más allá. Como están al final de un libro que relata las vicisitudes de mi vida, parece que la lógica está pidiendo un quinto obituario: el mío. Y de algún modo lo intento, al escribir:

“ Es normal que a mí no me corresponda, pues aunque la muerte esté próxima, nunca se sabe cuándo, y por ahora no tengo ni siento ninguna prisa (me extraña que esté contento). Lo que si puedo hacer —o por lo menos intentarlo—, es despedirme como si el final de este libro fuese el final de mi vida. A fin de cuentas ya tengo 83 años y seis meses, padezco desde hace cuatro años un Parkinson cuyos síntomas iniciales se van agudizando con el paso del tiempo.

Partiendo de un de las famosas analectas de Confucio (Libro XI, nº 11, es una de las analectas que se suele aducir para demostrar el “ateísmo” o el “agnosticismo” de su autor) que dice así:

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Confucio 551 a C – 479 a C

Jì Lù preguntó si se debía servir a los espíritus y Confucio le respondió: “Si no podemos servir a los hombres ¿cómo vamos a servir a los espíritus?”. Jì Lù dijo entonces: “¿Qué me diréis, pues, de la muerte?”. Confucio le contestó: “Si no conocemos la vida, ¿qué vamos a saber de la muerte?”

Voy a tratar de dar mi respuesta, sin olvidar los versos de la Edad Media con los que comencé este libro:

“Vengo, mas no sé de dónde,

Soy, mas no sé quién,

Moriré, mas no sé cuándo,

Camino, mas no sé hacia dónde,

Me extraña que esté contento”.

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Porque coincide casi el final del libro con el final de una vida (moriré, más no sé cuándo), en la que parte de sus reflexiones estuvieron –y aún están- dedicadas a responder a la máxima de “Conócete a ti mismo” (soy, más no sé quién) y que, de algún modo está intrínsecamente unida al conocimiento de la vida (Camino, más no sé hacia dónde). Heme pues al final, y me considero obligado a decir lo que aprendí y las conclusiones a las que llegué, apoyándome únicamente en mi experiencia, que fui cotejándola con la de otros, contadas en los libros o por ellos mismos, con gestos tan heroicos como los de morir por ser fieles a un ideal, o tan inicuos como los perpetrados por el Tercer Reich con la matanza de seis millones de judíos. Una respuesta sobre el bien y el mal, la justicia y la injusticia, la belleza o la fealdad moral y física, porque todo ello ha acompañado a los hombres en el transcurrir de su vida. Y yo me veo en todos ellos.

Cadáveres de víctimas del campo de concentración

De Bergen – Belsen, Fosa común nº3, abril 1941

Al final de la Segunda Guerra Mundial, junto al cadáver de un niño, se encontró la siguiente oración:

“Oh, Señor, recuerda no solo a los hombres y mujeres de buena voluntad, sino también a los de mala voluntad, pero no recuerdes todos los sufrimientos que nos han causado. Recuerda los frutos que hemos dado gracias a esos sufrimientos: nuestra camaradería, nuestra lealtad, nuestra humildad, nuestro coraje, nuestra generosidad, la

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grandeza de corazón que han brotado de todo ello. Y que cuando comparezcan a juicios, que todos los frutos que hemos dado sean su perdón”.

Chocante ¿verdad?, como la carta de mi padre poco antes de ser fusilado: “…. al igual que Cristo perdonó a sus verdugos, así muero yo”. La palabra “perdonar” ha sido una de las más impactantes con las que me encontré. Temo exagerar, pero la vida de los hombres gira alrededor de este verbo. Tenía siete años cuando conocí todo su significado. Mi madre se negó a perdonar. No sé quién, pero con gran habilidad, sustituyó esta palabra por la de “justicia”. El significado profundo del perdón, vino en mi familia a ser sustituido por el de “pedir justicia”, pero esta sustitución era una especie de fraude, se pedía justicia para satisfacer las ansias de venganza, se pedía justicia, pero el odio hacia los injustos lejos de disminuir, aumentaba cada día. Mientras que el que perdona, ama. No, no se trata de que “el que perdona olvida”, el olvido sería otra injusticia, no debe de olvidarse, se trata nada menos que de amar. Y de amar de una manera especial. “Perdonar” y “Amar”. Dos palabas que representan una muy profunda experiencia, pero que, sin vivirlas, creo que nunca hallaremos la respuesta a las preguntas que todos nos hacemos: “¿Quién soy?, ¿Qué es la vida? ¿Qué es la muerte?”. Los que han vivido la experiencia del perdón y del amor, no podrán explicarnos su respuesta, no hallarán las palabras para contestar, pero saben que su corazón siente y conoce lo que es la vida, la muerte y quienes somos. Y a la vez, comprenden el pensamiento de Pascal: “El corazón tiene razones que la razón no entiende”.

Pero veamos lo que nos enseña la ciencia acerca del hombre.

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Sigmund Freud (1856-1939)

Comenzamos por la teoría estructural de Freud. Según esta teoría, el “yo” autobiográfico está formado por dos componentes, uno que es consciente y otro que no lo es.

El consciente es el que está en contacto directo con la vida externa, y la percibimos por medio de la vista, el oído y el tacto. Tiene que ver con la percepción y el razonamiento, la experiencia del dolor y de la alegría, el planificar la acción y el trabajo. Seguidores de Freud han destacado que es un “yo” sin conflictos, que funciona lógicamente, y que sus acciones se atienen al principio de realidad.

El componente inconsciente del yo, interviene en las defensas psicológicas: represión, negación y sublimación, mecanismos por medio de los cuales el “yo” inhibe, canaliza y reorienta los impulsos agresivos del instinto provenientes del “ello”, que es la segunda entidad psíquica.

El “ello” es totalmente inconsciente. No está gobernado por la lógica ni por el principio de realidad, sino por el principio edonista de procurarse placer y evitar el dolor. Según Freud, el “ello” representa la mente primitiva del infante, y es la única estructura mental presente ya en el momento del nacimiento.

La tercera entidad el “superyó”, es el agente moral inconsciente, encarnación de nuestras aspiraciones, el modelo de cómo nos gustaría ser.

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Me ha llamado la atención la constitución de nuestra psiquis en estratos, donde se han ido acumulando no solamente nuestras experiencias, sino la de nuestros antepasados, hasta remontarse a los primeros homínidos, hace 3.800 millones de años. Desde que se descubrió el genoma humano y la teoría de la evolución aportó un nuevo enfoque, aprendimos que “los diversos estratos de nuestra naturaleza corresponden a períodos por los que ha atravesado nuestra evolución, cada etapa, cada vicisitud ha dejado sus huellas” . Dice Sídney Brenner que los seres vivos son las únicas entidades que llevan dentro de sí mimas una descripción de lo que son.

Por ello tengo que aceptar que para conocerme, debería de saber, por lo menos, los hitos más importantes de la evolución del hombre. Es decir, de mi evolución. Pues en esa parte de mi inconsciente, que Freud, junto con Nietzsche, llama el “ello”, es donde están las experiencias acumuladas de todos los hombres que me precedieron y que, de algún modo, soy yo. En alguna ocasión de mi vida he estado en “situaciones límite”, y otras personas que también estuvieron en estas situaciones, contaron su experiencia, y he sido testigo también de alguna. El origen del deseo, el matar para sobrevivir, para evitar el dolor, la búsqueda de la propia felicidad, el miedo a la muerte, la solución a problemas que en nuestro consciente nunca habíamos abordado, todo ello y mucho más, ha quedado grabado en nuestro subconsciente, y aflora a la superficie en momentos difíciles, dejándonos sorprendidos ante nuestra reacción. Un ejemplo leído hace muchos años y que no pude olvidar, fue el de una persona que como consecuencia de un golpe en la cabeza, había olvidado su idioma pero hablaba una lengua del período de los hititas, lengua del siglo XVIII a. C. .

¿Qué consecuencias saco de ello? Que cuando perdono a uno de mis semejantes me estoy perdonando a mí mismo. El odio, el asesinato, el robo, son etapas que han dejado su señal en nosotros, y en situaciones límite reaccionamos de manera inconsciente, instintivamente. Solo con el paso del tiempo fuimos liberándonos de nuestro egocentrismo, e incluso “agnósticos” declarados, se han referido a este trascender nuestro egoísmo y preocuparnos por los “otros”, el hombre no solo ha repudiado moralmente el código de Hammurabi “ojo por ojo, diente por diente”, sino que ha dado su vida por la libertad de él y de los “otros”, ha querido liberarle de los miedos, de la ignorancia, de todo tipo de servidumbre,

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colocando otros valores por encima de su propia felicidad. ¿Por qué? Los ateos buscan en este mundo la explicación, diciendo que la naturaleza humana nos ha provisto de un cerebro versátil, abierto, capaz de emprender todo tipo de aventuras espirituales. Muchos agnósticos se limitan a constatar el hecho, pero algunos han aventurado la tesis de una existencia divina de la que ha saltado una chispa y caído en el corazón de todo lo creado. Es lo que yo creo.”

Y por último, aunque espero que no se a lo último, para completar los versos con que encabezo este artículo (Vengo más no sé de dónde), diré lo poco que sé de mí: me nacieron en Pravia el año 1930.

Luis Álvarez Fernández

Gijón, 26 de junio de 2º14