¿Venimos del mono¿

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¿VENIMOS DEL MONO?

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1. INTRODUCCIÓN

2. LAS BASES DEL MAGISTERIO

3. EL UNIVERSO EN LA NARRACION BIBLICA

4. PARECIDOS Y DIFERENCIAS DEL RELATO DEL GENESIS CON LOS MITOS DE LOS PUEBLOS VECINOS.

5. EL SIGNIFICADO DE LOS PRIMEROS CAPITULOS DEL GENESIS.

6. ADAN, EVA Y SUS HIJOS.

7. EL ORIGEN DEL HOMBRE.

7.1 HISTORIA Y PREHISTORIA. LOS DATOS FÓSILES.7.2 LOS DATOS DE LA BIOLOGÍA MOLECULAR.7.3 LA FORMACIÓN DE ESPECIES7.4 ¿COMO APARECIÓ EL PRIMER HOMBRE?

8. CONCLUSIONES.

8.1 LO ESPECÍFICAMENTE HUMANO.8.1.1 Industrias líticas.8.1.2 Organización social.

8.2 CONCLUSIÓN TEOLÓGICA.

9. EPÍLOGO

1. INTRODUCCIÓN

En los últimos años se han multiplicado el número de descubrimientos fósiles relacionados con el origen del hombre. En España se han seguido con gran atención debido a que algunos de esos hallazgos han tenido lugar en la Península Ibérica. El más importante es precisamente el llamado “Hombre de Atapuerca” que, en abundancia de restos óseos, supera a todos los demás juntos1.

Estos descubrimientos han contribuido a avivar un tema ya de por sí polémico: muchas personas, sobre todo alumnos adolescentes, se plantean dudas sobre cómo compaginar lo que aprenden en las clases de Religión sobre la Creación y lo que les explican en Ciencias Naturales, principalmente en lo que se refiere al origen y prehistoria del hombre.

A pesar de que la solución a estos problemas ha sido clarificada hace ya mucho tiempo por el Magisterio de la Iglesia, que es quien interpreta auténticamente las Sagradas Escrituras, sus enseñanzas no han llegado al gran público, y los alumnos no encuentran respuestas claras de sus padres o profesores.

Son frecuentes preguntas como estas: “¿Es verdad lo que dice el Génesis?”, “¿De dónde salieron nuestros Primeros Padres?”, “¿Cómo es posible que Caín fuera agricultor y Abel ganadero si, durante mucho tiempo, el hombre prehistórico no conoció ni la agricultura ni la ganadería?”... o, la más común: ¿venimos del mono?

Para resolver éstas preguntas no sólo es conveniente conocer qué nos dice la fe y que nos dice la ciencia, sino también servirse de conocimientos filosóficos. En el epílogo haremos una referencia a cómo La ciencia experimental y la filosofía son saberes que se complementan.

1 Los restos encontrados en este lugar, aunque pertenecientes a un largo periodo de tiempo, en sus capacidades son semejantes a las del llamado Homo erectus. Aquí lo englobaremos en este grupo. Que constituyan o no especies distintas no es relevante para nuestro tema.

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2. LAS BASES DEL MAGISTERIO

Los últimos papas han hablado con frecuencia sobre el significado de los primeros capítulos del Génesis, pero el documento fundamental, donde se resuelve la cuestión que nos ocupa —el origen del hombre—, es la Carta Encíclica de Pío XII Humani Géneris (12 de agosto de 1950). En ella hay dos proposiciones fundamentales en los números 29 y 30.

En el número 29 se lee: “(...) El magisterio de la Iglesia no prohíbe que —según el estado actual de las ciencias y de la teología— en las investigaciones y disputas, entre los hombres más competentes en ambos campos, sea objeto de estudio la doctrina del evolucionismo, en cuanto busca el origen del cuerpo humano en una materia viva preexistente —pero la fe católica manda defender que las almas son creadas inmediatamente por Dios (...)”.

El número 30 aborda la doctrina cristiana del monogenismo: “(...) los fieles cristianos no pueden abrazar la teoría de que después de Adán hubo en la tierra verdaderos hombres no procedentes del mismo protoparente por natural generación, o bien de que Adán significa el conjunto de muchos primeros padres, pues no se ve claro cómo tal sentencia pueda compaginarse con cuanto las fuentes de la verdad revelada y los documentos del Magisterio de la Iglesia enseñan sobre el pecado original, que procede de un pecado en verdad cometido por un sólo Adán individual y moralmente, y que, transmitido a todos los hombres por la generación, es inherente a cada uno de ellos como suyo propio”.

En resumen:

1. En el origen del hombre, el cuerpo humano no tiene que haber sido creado inmediatamente por Dios pero sí su alma —al igual que ocurre en el momento de la concepción de cualquier hombre—.

2. Toda la humanidad procede de un sólo hombre —“protoparente”—, que en la Sagrada Escritura se llama Adán, y esta verdad se desprende directamente de la doctrina de la Iglesia sobre el Pecado Original, cometido personalmente por un hombre y heredado por todos sus descendientes.

Salta, pues, a la vista que la Iglesia no interpreta la narración del Génesis en sentido literal2, sino que, basándose en el conjunto de la Revelación y en la autoridad dada por Dios al Magisterio, extrae las verdades que Dios nos ha querido dar a conocer a través de la narración del autor sagrado.

Juan Pablo II, en un Mensaje dirigido el 23 de octubre de 1996 a los miembros de la Pontificia Academia de las Ciencias, habla de los orígenes de la vida y la evolución como de “un tema esencial que interesa vivamente a la Iglesia, puesto que la Revelación contiene, por su parte, las enseñanzas concernientes a la naturaleza y a los orígenes del hombre”. Si las conclusiones a las que se llega científicamente y las contenidas en la Revelación sobre el origen de la vida parecen oponerse, dice, “¿en qué dirección buscar su solución? Efectivamente sabemos que la verdad no puede contradecir a la verdad”. Al referirse a “la reflexión (de la Academia) sobre la ciencia al alba del Tercer Milenio” Juan Pablo II dice que “en el campo de la

2 ? Ya en 1909, la Pontificia Comisión Bíblica, respondiendo a varias preguntas sobre el carácter histórico de los tres primeros Capítulos del Génesis, distingue entre la forma y el fondo, y dice lo básico que hay de histórico en estos tres primeros capítulos: a. La Creación de todas las cosas, hechas por Dios en el principio del tiempo. b. La unidad del género humano. c. La felicidad original de nuestros primeros Padres en el estado de gracia. d. La integridad e inmortalidad de su situación originaria. f. El mandato dado por Dios al hombre. g. La transgresión del precepto divino por instigación del demonio. h. La caída de nuestros primeros Padres de aquél estado de inocencia. i. La promesa del futuro Redentor. Hay que tener en cuenta que la Biblia no es un libro científico: su finalidad es, exclusivamente, mostrarnos el camino de la salvación; para tal fin usa las imágenes que mejor se pueden entender en cada época.

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naturaleza inanimada y animada, la evolución de la ciencia y sus aplicaciones crean nuevos interrogantes. La Iglesia podrá comprender tanto mejor su alcance en la medida en que conozca sus aspectos esenciales”.

Recuerda el magisterio de la Iglesia sobre la cuestión de los orígenes de la vida y la evolución, citando en particular la Encíclica “Humani generis” de Pío XII en 1950 y la Constitución conciliar “Gaudium et spes”.

“La 'Humani generis' —señala Juan Pablo II en el citado Mensaje—, consideró la doctrina del 'evolucionismo' como una hipótesis seria, digna de una investigación y de una reflexión profunda, al igual que la hipótesis opuesta (...). Hoy, casi medio siglo después de la aparición de la Encíclica, nuevos conocimientos llevan a reconocer en la teoría de la evolución más que una hipótesis (...). La convergencia, no buscada ni inducida, de los resultados de los trabajos realizados independientemente unos de otros, constituye en sí misma un argumento significativo en favor de esta teoría”.

“La elaboración de una teoría como la de la evolución —continúa—, mientras obedece a la exigencia de homogeneidad con los datos de observación, toma ciertas ideas de la filosofía de la naturaleza. En verdad, más que 'la' teoría de la evolución, conviene hablar de 'las' teorías de la evolución. (...) De este modo, existen lecturas materialistas y reduccionistas, y lecturas espirituales”.

“El Magisterio de la Iglesia está directamente interesado en la cuestión de la evolución, porque ésta concierne al concepto del hombre, (...) creado a imagen y semejanza de Dios. (...) Pío XII subrayó este punto esencial: 'si se busca el origen del cuerpo humano en una materia viva y pre-existente, el alma espiritual es creada directamente por Dios'. Por consiguiente, las teorías de la evolución que, en función de las filosofías que las inspiran, consideran que el espíritu emerge de fuerzas de la materia viva o como un simple epifenómeno de esta materia, son incompatibles con la verdad sobre el hombre. Estas son además incapaces de poner las bases para la dignidad de la persona”.

“La consideración del método utilizado en los diversos órdenes del saber permite poner de acuerdo dos puntos de vista que parecen inconciliables. Las ciencias de la observación describen y miden con una precisión cada vez mayor las múltiples manifestaciones de la vida y las colocan en la línea del tiempo. El momento del pasaje a lo espiritual no es objeto de una observación de este tipo, que no obstante puede revelar, a nivel experimental, una serie de signos muy útiles sobre la especificidad del ser humano. Pero la experiencia del saber metafísico, de la conciencia de sí y de su carácter reflexivo, la de la conciencia moral, la de la libertad, o incluso la experiencia estética y religiosa, están en el ámbito del análisis y de la reflexión filosófica, mientras que la teología le extrae el sentido último según los designios del Creador”.

Llegados a este punto, es interesante detenerse a considerar en su conjunto el relato de la Creación, para clarificar el significado perenne que subyace en su primitivo género literario.

3. EL UNIVERSO EN LA NARRACION BIBLICA

El autor sagrado nos narra la Creación de un mundo tal como se concebía en aquella época: de acuerdo con la “ciencia” del momento.

Su concepción se puede resumir del siguiente modo: el universo está formado por una cúpula resistente y firme —“firmamento”—, apoyado en grandes montañas que se encuentran en los confines de la tierra —los “fundamentos”—. Toda la tierra está rodeada por “las aguas”, el firmamento hace que haya tierra seca, separa las “aguas superiores” de las “aguas inferiores”; éstas últimas afloran a la tierra en los mares y ríos3.

El sol, la luna y las estrellas son seres móviles —más perfectos, para su mentalidad, que las plantas que carecen de movimiento—. La lluvia caía cuando se abrían unas compuertas situadas en el firmamento, dando así entrada a las aguas superiores.

3 ? “E hizo Dios el firmamento, separando por medio de él las aguas que hay debajo de las aguas que hay sobre él” (Gen.1,7).

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Esta visión, por supuesto, no era sólo la del Pueblo de Israel, sino la de todas las culturas relacionadas con él: egipcios, babilonios, cananeos, fenicios, etc.

mar

aire

fundamentos

tierra

aguas

inferiores

firmamentosuperiores

Hoy en día, aunque el avance de la ciencia nos haya dado otra visión del universo, podemos entender, conociendo la mentalidad del escritor, las verdades esenciales que se nos enseñan en el relato del Génesis; narradas en un estilo literario y con una visión del mundo necesarios para que también las comprendieran los hombres de aquellas épocas.

Hay que tener en cuenta que esta forma de interpretación es ya muy antigua4, si bien sólo se ha generalizado en los dos últimos siglos. Al fin y al cabo, para la salvación del hombre, no es relevante que el firmamento esté constituido por una rígida cúpula o por millones de estrellas y galaxias.

Para ver, pues, qué es lo esencial nos fijaremos primero en las diferencias existentes entre la concepción del Pueblo Elegido, inspirada por Dios, y las de sus pueblos vecinos.

4. PARECIDOS Y DIFERENCIAS DEL RELATO DEL GENESIS CON LOS MITOS DE LOS PUEBLOS VECINOS.

Hay una cuestión que sorprende a los historiadores: la concepción del mundo y de la creación es similar en todos los mitos pertenecientes a las culturas que rodeaban al Pueblo de Israel. Sus relatos tienen muchas coincidencias, en la forma, con el del Génesis; podemos decir que convienen en la “materialidad del relato”, pero se diferencian en las cuestiones religiosas fundamentales. La concepción de Israel es mucho más profunda y original a pesar de ser culturalmente menos avanzado, por ser un pueblo más reciente5.

En los otros relatos se habla siempre de un caos preexisistente a todo, donde va formándose el primer dios, del cual derivan los otros dioses o semidioses (el sol, la luna, la tierra, los

4 ? San Agustín —s. IV— ya hacía una interpretación alegórica de este relato, refiriéndose, por ejemplo, a que no había que tomar al pie de la letra la Creación en seis días, cada uno de ellos podrían significar grandes períodos de tiempo.5 ? “La superioridad de esta doctrina sobre los sabios de los pueblos antiguos, mucho más avanzados que el pueblo hebreo en las artes y en las ciencias, no se explica únicamente por la genialidad de Israel; sólo puede explicarse por la especial asistencia que Dios otorgó al pueblo elegido” (J. M. Casciaro y J. M. Monforte, Dios, el mundo y el hombre en el mensaje de la Biblia, EUNSA, Pamplona 1992).

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elementos, las estrellas, etc.), dioses que tienen limitaciones, no son todopoderosos, tienen que luchar para vencer. En cambio en el Antiguo Testamento se nos muestra un Dios que existe antes que todo, un Dios personal, que crea libremente el mundo, un mundo distinto de El y que antes no existía, que no es una emanación suya6.

El verbo “crear” —en hebreo “bará”— es utilizado en la Biblia como una acción exclusivamente divina: “sacar algo de la nada”, noción que no existe en las culturas vecinas: “A esta noción —creación de la nada—, no había llegado nadie, ni siquiera la sabiduría griega precristiana. Y continúa siendo un misterio incluso para la cultura de nuestros días”7.

Una vez creado por Dios, el mundo comienza siendo un caos8, pero el orden no va saliendo del propio caos, como en los mitos vecinos, sino que es el mismo Dios, personal y transcendente, el que lo va ordenando con la fuerza de su palabra9.

En los relatos míticos va apareciendo un inestable orden, como resultado de las victorias de unos dioses sobre otros10. El Dios del pueblo hebreo es Todopoderoso, nada se le puede enfrentar porque todo ha sido hecho por Él: no existe ninguna fuerza que se oponga a Dios, o a la que Dios tenga que vencer11.

5. EL SIGNIFICADO DE LOS PRIMEROS CAPITULOS DEL GENESIS.

Como ya hemos visto, lo primero que se nos enseña es la existencia de un Dios personal y transcendente, por el que han sido creadas todas las cosas distintas de Él. Después se van desmantelando, una a una, las ideas de las culturas paganas, que siempre han tendido a divinizar o “sobrenaturalizar” lo que no pueden entender o dominar.

Como dice el Cardenal J. Ratzinger: “De manera que la Escritura no pretende contarnos cómo progresivamente se fueron originando las diferentes plantas, ni cómo se formaron el sol, la luna y las estrellas, sino que en último extremo quiere decirnos sólo una cosa: Dios ha creado el Universo. El mundo no es, como creían los hombres de aquel tiempo, un laberinto de fuerzas contrapuestas ni la morada de poderes demoníacos, de los que el hombre debe protegerse. El sol y la luna no son divinidades que lo dominan, ni el cielo, superior a nosotros, está habitado por misteriosas y contrapuestas divinidades, sino que todo esto procede únicamente de una fuerza, de la Razón eterna de Dios que en la palabra se ha transformado en fuerza creadora”12; es decir, en pocas palabras, se desarticula toda creencia en la divinidad de las criaturas y de la creación.

Desde esta perspectiva, repetidamente propuesta por el Magisterio13 —y que incluso se encuentra en la misma Sagrada Escritura14—, lo que nos enseña el Génesis es que Dios ha hecho la creación según un plan ordenado, que se va desarrollando a lo largo del tiempo. Este sucederse ordenado de las cosas, previsto y sostenido por Dios, es lo que en Teología se llama “Providencia”.

El “primer día” comienza después de la aparición de la luz: “Vio Dios que la luz era buena y la separó de las tinieblas, y llamó a la luz día y a las tinieblas noche. Hubo así tarde y mañana: Día

6 ? “Al principio creó Dios el cielo y la tierra” (Gen.1,1). 7 ? J.M. Casciaro, o. c., p.342.8 ? “La tierra era soledad y caos (...)” (Gen.1,2). Aquí, como en otros muchos lugares, hay un paralelismo con los otros relatos; pero, mientras en los otros el caos es preexistente, en este caso es sólo la situación inicial del universo después de haber sido creado por Dios.9 ? “Entonces dijo Dios: «hágase la luz», y fue hecha la luz” (Gen.1,3).10 ? “En los mitos babilónicos el origen del mundo es el resultado de las luchas entre dioses. El hombre admira y mitifica las grandes fuerzas de la naturaleza” (J.M. Casciaro, o. c., p.341). Lo que hacen los autores del Antiguo Testamento es desmitificar las antiguas cosmogonías —mitos sobre los misteriosos orígenes del mundo—, que también eran teogonías: los dioses también tenían su origen en el tiempo, a diferencia del Dios que se da a conocer a Israel (Cfr. Ibidem).11 ? Cfr. G. Aranda, El comienzo del mundo y del hombre, Folletos MC, nº 548, p.17.12 ? J. Ratzinger, Creación y pecado, EUNSA, Pamplona 1992. Es éste un pequeño libro, de muy fácil lectura, que puede ser de interés para quien quiera profundizar un poco más en este aspecto.13 ? El Papa Juan Pablo II ha explicado todo el relato de la creación, en sucesivas audiencias generales de los miércoles, en 1986.14 ? Se puede ver, según la época de redacción de los distintos libros que componen la Biblia, cómo se narran los mismos hechos con diferente forma literaria, en función de las personas a las que van inmediatamente dirigidos por el momento histórico-cultural en que han sido escritos (Cfr. J. Ratzinger, o. c.).

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primero”15. En los sucesivos “días”, o períodos de tiempo, van apareciendo ordenadamente los diversos seres, de menor a mayor perfección. Llama la atención que este orden de aparición concuerda, esencialmente, con lo que sabemos hoy por las observaciones científicas —a diferencia de otros relatos de la época que son en este punto bastante aleatorios—, salvo en el caso de las plantas16, que aparecen antes que el sol, la luna y las estrellas17, lo que se explica, como ya habíamos apuntado, por la idea de que las plantas debían de ser más imperfectas ya que carecían de movimiento.

Esta coincidencia es una muestra de la capacidad de conocimiento sapiencial del autor sagrado, que intuye el orden real de la creación contemplándola, sin necesidad de tener datos científicos, algo que, quizá, el hombre moderno ha perdido la costumbre de hacer.

En el “día” quinto aparecen los seres vivos en el agua18, y en el “día” sexto aparecen los animales terrestres y, con una especial solemnidad, el hombre; mostrándose así también como obra de Dios, tal como es, con la diferenciación de sexos y la fecundidad, que eran objeto de adoración en muchos pueblos.

6. ADAN, EVA Y SUS HIJOS.

Hay que tener en cuenta que “en la Biblia se ofrece una visión de conjunto de la historia del Universo y del hombre desde su origen hasta su final, en una perspectiva religiosa y transcendente. Dentro de esta visión de conjunto, la parte histórica de la Biblia que podemos relacionar con la historia de los pueblos, y de la que los autores sagrados tuvieron noticia de una u otra forma, abarca desde la época patriarcal (hacia 1800 a.C.) hasta las primeras comunidades cristianas (finales del s. I d.C.). En la Biblia queda recogida desde el capítulo 11 del libro del Génesis hasta el 3 del Apocalipsis. Lo anterior y lo posterior a estos capítulos, aún conteniendo verdades fundamentales de orden histórico, como la creación y el final del mundo, escapa a la comprobación científica, histórica o arqueológica. Se trata de acontecimientos cuya explicación no puede desvincularse de una actitud religiosa: aceptación de fe o rechazo gratuito”19.

El hombre es creado por Dios para ser su representante en la tierra, y para llevarla a la perfección mediante su trabajo20.

Adán y Eva son puestos por Dios en el Paraíso, en una situación de dicha sobrenatural que no se merecen. Dios no crea al hombre para servirse de él, sino para hacerle partícipe de su propia felicidad por pura Gracia. Esto se manifiesta, entre otras cosas, en la posesión de algunos dones no pertenecientes a la naturaleza material, como el de la inmortalidad21. Existe aquí una clara diferencia con los relatos míticos. Dos ejemplos: en la “Leyenda de Asciela” —Mesopotamia (Mito de Atraharis)— un dios vencedor forma al hombre con arcilla amasada con sangre de un dios vencido, para que le sirva; y en el poema de Gilgamés es el propio hombre el que intenta alcanzar la inmortalidad pero, cuando está a punto de conseguirla, le es robada por “la serpiente”22.

Para que el hombre se merezca esos dones Dios le somete a una prueba mediante un mandato, lo cual se nos transmite en el Génesis con la imagen de la prohibición de comer del “árbol de la ciencia del bien y del mal”23. Pero el hombre, engañado por el demonio, lo incumple y comete el primer pecado; se nos enseña así el hecho histórico del pecado original. Aquí está el origen del mal en el mundo: el mal no tiene entidad en sí mismo, es una falta de un bien debido; el mal existe, pero no viene de Dios24.

15 ? Gen.1,4-5.16 ? “Produzca la tierra hierbas, plantas seminíferas según su especie y árboles frutales (...), día tercero” (Gen.1,11-13).17 ? “Haya luminarias en el firmamento que separen el día de la noche (...), día cuarto” (Gen.1,14-19).18 ? “Pulule en las aguas un hormigueo de seres vivientes(...)” (Gen.1,20).19 ? G. Aranda, o. c., pp.9-10.20 ? Cfr. Idem., p.27. Cfr. J.M. Casciaro, o. c., p.456.21 ? Cfr. J.M. Casciaro, o. c., p.447.22 ? Cfr. G. Aranda, o. c., p.36.23 ? “Y dio al hombre este mandato: «Puedes comer de todos los árboles del jardín; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás en modo alguno, porque, el día en que comieres, ciertamente morirás»” (Gen. 2,17).24 ? Cfr. G. Aranda, o. c., p.19. El misterio de la existencia del mal es un problema que el hombre, por sí sólo, nunca ha podido resolver. Con frecuencia se ha explicado admitiendo la existencia de dos principios contrapuestos, por ejemplo, un dios malo y otro bueno; la lucha entre ellos se refleja en la existencia de los hombres.

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El relato de Caín y Abel (Gen. 4,1-15), y los que le siguen, nos quieren mostrar cómo el mal se va extendiendo en el mundo, consecuencia de la herencia del pecado de nuestros primeros Padres; sus descendientes no consiguen dirigirse hacia el bien sin la ayuda de Dios. En este sentido, Caín y Abel son una imagen de todos los descendientes de la primera pareja25.

Que Caín sea agricultor —sedentario— y Abel ganadero recoge, según muchos estudiosos, una advertencia al pueblo de Israel, que era nómada —ganadero— hasta que se asentó en la tierra prometida: trata de subrayar la necesidad de no dejarse influir por la superior cultura de los pueblos cananeos, para no caer en su politeísmo. Era éste un peligro constante para el pueblo hebreo, en el que, de hecho, cayó en numerosas ocasiones.

Vemos pues que no existe el problema del vacío histórico entre la época en que vivieron Adán y Eva —hace, al menos, 100.000 años— y la aparición de la agricultura y la ganadería en épocas muy posteriores.

7. EL ORIGEN DEL HOMBRE.

7.1 HISTORIA Y PREHISTORIA. LOS DATOS FÓSILES.

Como todo el mundo sabe, los animales actuales que están más próximos al hombre son el chimpancé y el gorila; su parecido biológico es realmente sorprendente.

Sin embargo, sabemos por la paleontología que hubo en otros tiempos seres aún más parecidos. Sus fósiles, después de muchos años de estudios y comparaciones, han sido agrupados por los expertos, principalmente, en cuatro grupos: Australopitecos, Homo hábilis, Homo erectus y Homo sapiens. Aunque durante muchos años se especuló sobre si habrían ido adoptando la postura erguida paulatinamente —por eso sólo al tercero de ellos se le denominó erectus—, hoy se sabe que ya los primeros australopitecos estaban exclusivamente adaptados al andar bípedo26. Pero hablaremos más extensamente sobre este punto en el siguiente capítulo.

Los australopitecos aparecieron hace unos cuatro millones de años, y sus restos más recientes son de hace algo más de un millón de años. Todos los fósiles que pertenecen con seguridad a australopitecos se han encontrado en un sólo continente: África.

Los australopitecos son unos homínidos de pequeña estatura, su talla media era de 1 m. 20 cm.

Su capacidad craneal27 era superior a la de cualquier animal de la actualidad, excepto el hombre. Su cerebro tenía un volumen de unos 500 cc., similar al del actual gorila, pero éste es cinco veces más corpulento. El tamaño del cerebro de los australopitecos no sufrió variaciones apreciables en sus casi cuatro millones de años de existencia28.

Hace más de dos millones y medio de años aparece, también en África, el Homo hábilis. Sus últimos restos datan de algo más de un millón de años.

Según parece, se extendió por parte del continente asiático, ya que hay restos en la isla de Java que se atribuyen a esta especie. En aquella época, y hasta tiempo después de la aparición del Homo sapiens, esta isla, junto con otras cercanas como Borneo y Sumatra, se encontraban unidas al continente.

Desde hace poco más de dos millones de años, el Homo hábilis consigue desarrollar una industria lítica —“olduvaiense”29—, gracias a la adquisición de una capacidad a la que ningún ser vivo había llegado hasta ese momento: la habilidad de utilizar instrumentos secundarios30. Sus

25 ? “Sobre el transfondo de Gen. 3, se describe en los siguientes capítulos del libro del Génesis —y en los demás libros del Antiguo Testamento— una auténtica «invasión» del pecado entre los hombres, que inunda también el mundo, como consecuencia del pecado de Adán, es una especie de contagio o infección general” (J.M. Casciaro, o. c., p.489).26 Cf. C. O. Lovejoy, Evolución de la marcha humana, Investigación y Ciencia, I-88.27 Siempre hablaremos de capacidad craneal relativa, pues la potencia del cerebro depende de la relación del tamaño de éste con el peso total del animal (Cf. J. L. Pinillos, Principios de psicología, Alianza Editorial, Madrid 1982, pp.38-42).28 Cf. T. D. White, Los australopitecinos, Mundo Científico, I-83.29 Son lascas sin retocar talladas por una sola cara (unifaciales) y cantos tallados llamados “Chopeers”30 Se denominan instrumentos secundarios a aquéllos realizados con otros instrumentos. El chimpancé, por ejemplo, usa instrumentos, como ramas, piedras, etc., y puede dar a una rama la forma requerida para “pescar” termitas, pero

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instrumentos son toscos y van mejorando lentamente a lo largo de cientos de miles de años sin sufrir ningún salto cualitativo.

Su capacidad craneal va creciendo con el tiempo desde 500 hasta una media de 700 cc.

El Homo erectus aparece en África hace más de un millón y medio de años. Después se extiende por algunos lugares de Asia —se encuentran restos en Java y China— y de Europa. Vivió hasta hace unos cien mil años31. Hay fósiles que, probablemente, pertenecen a otras especies, aunque el origen sería común32.

Hereda la industria lítica de Homo hábilis. Ésta permanece en algunos lugares hasta hace 350.000 años. En otros, aparecen la industria “abevillense”33 (700.000-390.000) y la “achelense”34

(400.000-120.000). Todas éstas se van perfeccionando con el tiempo pero, según parece, sólo con la industria “achelense” se produce un salto cualitativo35.

Vemos, pues, que durante casi un millón de años, la mayor parte de su existencia, no consiguió mejorar la industria lítica heredada del Homo hábilis.

Su capacidad craneal crece, también, desde 700 a unos 1400 cc.

El Homo sapiens es nuestra propia especie. Según los recientes estudios moleculares tiene una antigüedad de algo más de 100.000 años. Hay acuerdo en esto entre genetistas y biólogos moleculares. Los paleontólogos se han ido adhiriendo poco a poco a los datos de la biología molecular, pero aún hay bastantes que mantienen un origen más alejado en el tiempo 36. La capacidad craneal media es de 1450 cc. y no ha sufrido variaciones apreciables con el tiempo. El hombre de Neandertal parece que tenía una media algo superior: unos 1500 cc37.

Desde su aparición, el homo sapiens mejora las industrias líticas anteriores, dando lugar a saltos cualitativos de forma cada vez más rápida: “musteriense” —desde hace algo más de 100.000 años hasta unos 45.000—, “chatelperroniense” —45.000—, “auriñaciense” —35.000—, “gravetiense” —28.000—, “solutrense” —22.000—, “magdaleniense” —13.000—, “Mesolítico” —9000 a.C.—, “Neolítico” —4000 a.C.—, la “Edad del bronce” —3000 a.C.—, la “Edad del hierro” —1500 a.C.—, etc.

Es el primero que entierra a los muertos, los más antiguos enterramientos encontrados son de hace 100.000 años38. También es el primero que hace arte; los primeros objetos u obras de este tipo que poseemos datan de hace unos 40.000 años39. Hace más de 8.000 años inventó la agricultura y, antes, había aprendido a domesticar animales.

De estos cuatro grupos, se considera que el de los australopitecos constituye un género del que existieron varias especies; de la primera de ellas procedería el Homo hábilis, que sería la primera especie de un nuevo género: el género Homo; por tanto esta especie y las dos siguientes se encuadran como tres especies distintas pertenecientes a un mismo género.

Aunque hay fósiles —como los de Atapuerca— que podrían pertenecer a otras especies del género Homo, muchos expertos sólo sitúan estas cuatro en la línea del hombre actual.

para esto utiliza sólo sus extremidades, nunca otros instrumentos (Cf. C. Boesch y H. Boesch-Achermann, Los chimpancés y la herramienta, Mundo Científico, IX-91).31 Hay restos entre hace cien mil y doscientos mil años que no encajan bien en la morfología del H. erectus, y algunos científicos los denominan “arcaicos” H. sapiens. Pero otros de esa época, y más recientes, sí pertenecen claramente a H. erectus. Así, según Coon (1978), el cráneo de Saldanha (Sudáfrica) con una antigüedad de unos 55.000 años, el de Broken Hill (Zambia) entre 40.000 y 180.000, y varios en Ngandong (Java) entre 40.000 y 100.000.32 Por ejemplo, en Europa, desde el Homo antecesor (800.000 años), pasando por el Homo heidelbergensis, (el más abundante en Atapuerca, 300.000 - 200.000 años), pero sus habilidades son semejantes a sus coetáneos de otras regiones.33 Se caracteriza por bifaces (tallados por las dos caras) muy toscos, sin regularización de aristas.34 Con bifaces más perfeccionados.35 Cf. A. Broglio y J. Kozlowski, Il Paleolitico, uomo, ambiente e culture, Jaca Book, Milán 1986, pp. 127 y ss.36 Cf. R. Lewin, El nacimiento de la antropología molecular, Mundo Científico, XII-91.37 Cf. E. Trinkaus, Los neandertales, Mundo Científico, XI-86.38 Cf. Ofer Bar-Yosef y Bernard Vandermeersch, El hombre moderno de Oriente Medio, Investigación y Ciencia, VI-93.39 Cf. R. White, El pensamiento visual en la edad del hielo, Investigación y Ciencia, IX-89.

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Lo que diferencia al ser humano de los demás animales es el pensamiento, algo que los filósofos denominan con frecuencia “capacidad de abstracción” o inteligencia, y los científicos “inteligencia reflexiva”. Se habla, a veces, de la inteligencia de los animales, pero es evidente que hay una diferencia cualitativa entre las dos.

Hoy todo el mundo está de acuerdo en que los australopitecos no poseían esta capacidad, es decir, no eran seres humanos. Sobre las tres especies de Homo aún no hay unanimidad sobre cual fue la primera que poseyó inteligencia reflexiva, pero, según van apareciendo nuevos datos, cada vez hay más científicos que se inclinan a pensar que “ser humano” se identifica con “Homo sapiens”40. Aunque para nuestro propósito esto no es fundamental, profundizaremos algo más en este aspecto, porque es interesante y puede clarificar algunas ideas.

La mayoría de las civilizaciones y de los hombres han considerado que nos diferenciamos de los animales en algo inmaterial o, más concretamente, espiritual; es lo que llamamos alma. A esta verdad han llegado la mayoría de los filósofos.

Sólo con contemplar la realidad podemos llegar a la conclusión de que nuestra inteligencia no es consecuencia del gran tamaño de nuestro cerebro, sino una capacidad espiritual, pero el hombre es una unidad de alma y cuerpo, y necesitamos ese órgano tan complejo para poder manifestar esa inteligencia, análogamente a como el cerebro por sí sólo tampoco puede hacer nada, necesita, entre otras muchas cosas, las imágenes que le vienen a través de los sentidos.

La mayor o menor capacidad cerebral, en los animales, lo que aporta es una mayor o menor capacidad de aprendizaje, una mejor adaptación a la realidad circundante, pero no su contemplación. Un chimpancé, por ejemplo, necesita mucho tiempo para aprender, mediante el mecanismo ensayo-error, a dar la forma más adecuada a una rama para “pescar” termitas; el hombre puede prediseñar, idear, una herramienta sin necesidad de haberla usado nunca e, incluso, si él mismo no la va a usar, porque puede abstraer de la realidad: puede tener la realidad en su mente. El hombre también usa el método ensayo-error, por ejemplo, para perfeccionar un avión, pero para hacer un avión ha tenido que pensar, y ha necesitado una cultura, que es la herencia de lo que otros hombres han pensado antes. En efecto, el hombre no sólo produce técnicas, sino, además, cultura; sólo el hombre tiene cultura, que es un fruto del pensamiento.

El hombre supera la evolución material gracias a su evolución cultural, que le permite adaptarse a todos los medios sin necesidad de cambios materiales en su cuerpo.

La mayor o menor capacidad cerebral sólo produce, en los animales, una mayor capacidad de aprendizaje, que les permite añadir sus experiencias a las pautas de comportamiento meramente instintivas; estas últimas están ya “programadas” en sus genes antes de nacer. Sin embargo el pensamiento es una capacidad que no puede ser producto de la materia, ya que es inmaterial: nos capacita para poseer inmaterialmente, en nuestra mente, objetos que captan nuestros sentidos y que son procesados en nuestro cerebro, y para llegar, por abstracción, a cosas inmateriales como, por ejemplo, el concepto de número, relacionado con la multiplicidad de seres materiales, pero desvinculado —abstraído— de su propia materialidad.

En el transcurso de su evolución, Homo hábilis y Homo erectus no muestran capacidades artísticas. El hecho del progresivo crecimiento de su tamaño cerebral se puede explicar por su necesidad de adaptarse a medios distintos, sobre todo mediante una mayor capacidad de aprendizaje. No consiguen dar más que un salto en cada una de sus industrias líticas, lo que podría significar que son capacidades del ser material de esa especie, que no cambia sustancialmente mientras no hay cambio de especie. En cambio, en el ser humano, las capacidades culturales no son tanto de la especie como de la persona, del individuo: una obra

40 Hay científicos que piensan que todo en el hombre es material y, por tanto la capacidad de ser humano se iría perfeccionando con el tiempo. Es evidente que éstos no se plantean nuestro problema o, más exactamente, no se lo quieren plantear. La mayoría, sin adentrarse en sus estudios en problemas filosóficos, suponen claramente algo nuevo y distinto en el ser humano.

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humana, la más simple, no se atribuye al hombre en general, lleva la firma de un hombre concreto, que se puede identificar, lo que no ocurre con los demás animales. Esto es así porque el ser humano está por encima de su materia, cada ser humano es como un universo, no un simple componente del universo o de su especie.

En conclusión, podemos pensar que el primer ser humano es el Homo sapiens, ya que a pesar de mantener su tamaño cerebral estable, produce continuos saltos en sus industrias, como ya hemos visto, quizá estas industrias correspondan, por primera vez, a unas culturas, que muy pronto forman sociedades en las que se da culto a los muertos, después producen la ganadería y la agricultura, y el arte. Esto sólo se puede explicar por la aparición de una inteligencia inmaterial, que ya no necesita un aumento del tamaño cerebral, porque con el pensamiento se puede adaptar a cualquier medio, superando la capacidad de un mero aprendizaje psíquico. De hecho el Homo sapiens es la única especie que se ha adaptado a todos los medios, y los ha conseguido dominar, y en mucho menos tiempo del que sus predecesores necesitaron para adaptarse a unos pocos medios, separados geográficamente pero bastante similares entre sí.

Algunos piensan que Homo hábilis y Homo erectus ya eran inteligentes por esa capacidad nueva de usar instrumentos secundarios, pero lo mismo se pensaba de los australopitecos hasta el descubrimiento de que los chimpancés tienen unas capacidades similares a ellos; la posibilidad de usar instrumentos secundarios se podría atribuir simplemente a un tamaño cerebral que nunca antes se había alcanzado, y que proporciona una mayor capacidad de aprendizaje. Además, en los últimos años, ha habido investigadores que han conseguido enseñar a chimpancés a usar este tipo de instrumentos, aunque parece claro que no pueden aprender por sí solos. También se ha especulado mucho sobre la complejidad de las técnicas necesarias para hacer, por ejemplo, hachas de piedra como las que hacía el Homo erectus, pero en actuales fabricantes de hachas de piedra se ha visto que lo hacen con asombrosa facilidad: las consiguen con unos pocos golpes dados con precisión a unas determinadas piedras, extrayendo así su núcleo, que es similar a los instrumentos paleolíticos más avanzados; después siguen un proceso, ya complejo, para conseguir mejorarlos hasta obtener un resultado que sólo fue conseguido tardíamente por el Homo sapiens41. De hecho, los partidarios de que el Homo erectus o el Homo hábilis poseían inteligencia reflexiva, han buscado en ellos manifestaciones artísticas y enterramientos —que sí son pruebas definitivas—, pero no se han encontrado.

7.2 LOS DATOS DE LA BIOLOGÍA MOLECULAR.

Todo lo que esencialmente es un ser vivo está contenido en sus genes y en la forma en que están ordenados en la cadena de ADN y en los cromosomas. Estos tres conceptos son muy importantes para entender éste capítulo, los explicaremos mediante un ejemplo. El ADN es una larga molécula que podemos comparar con una cinta magnetofónica. Esta cinta tiene algunas partes grabadas, con cierta información, y otras que no lo están. Las partes grabadas son los genes, que entre todos dirigen el conjunto de las funciones materiales necesarias en un ser vivo de una determinada especie.

A su vez, las distintas cadenas de ADN, cuando la célula se va a dividir, se condensan en estructuras más manejables, los cromosomas, que equivalen, en nuestro ejemplo, a la casete que contiene la cinta. Toda la información está en la cinta, pero es totalmente distinto tener la cinta desparramada u ordenada dentro de la casete; sin un determinado orden no podemos extraer la información aunque de hecho esté ahí.

41 Cf. N. Toth, D. Clark y J. Libague, Los últimos fabricantes de hachas de piedra, Investigación y Ciencia, IX-92.

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Hay una regla de la citogenética que supone que a cada especie corresponde un número fijo de cromosomas —tiene muy pocas excepciones—. Por ejemplo, el número cromosómico de la especie humana es de 46, y de 48 en el chimpancé, gorila y orangután, aunque existen algunas diferencias intracromosómicas entre ellos.

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Las cadenas de ADN se duplican para dar lugar a nuevas células, algunas de las cuales producirán la descendencia. En esta duplicación puede haber errores en la copia de un gen, como puede haber fallos en una grabación, es lo que se llama mutación génica. Estas mutaciones pueden no suponer ningún cambio, pero otras veces se produce una variación en el funcionamiento de ese gen. Esta es la causa de muchas enfermedades de origen genético, como la diabetes, la hemofilia, el cáncer, etc.

Cuantas más veces se divide una célula o más generaciones pasan, más mutaciones se van acumulando.

Debido a esto hoy se sabe que, comparando ADN de especies actuales distintas, podemos saber cuánto tiempo hace que se separaron42. Este tipo de experimentos ha dejado clara la realidad de que ha existido una evolución de los seres vivos, apoyando así lo que parecía manifestar el registro fósil y otros datos científicos, lo que no quiere decir que haya una teoría que explique bien el hecho, es más, se han ido por tierra muchas suposiciones de las teorías que intentaban dar una explicación global, como el “darwinismo”, que propone, como causa de la evolución, la selección natural de mutaciones genéticas ventajosas surgidas al azar. Esto supondría un lento gradualismo en el origen de las especies, más o menos uniforme en el tiempo. Por ejemplo, para explicar las diferencias externas entre el hombre y el chimpancé, los paleontólogos darwinistas suponían que sus linajes se habrían separado hace, al menos, 15 millones de años.

El chimpancé y el hombre difieren tan sólo en un 1% de su ADN y de su estructura cromosómica, y, según se desprende de sus diferencias genéticas y otras comparaciones moleculares, sus líneas evolutivas se separaron hace unos cinco millones de años, precisamente la época en la que existieron los antecesores inmediatos de los australopitecos, como el Ardipithecus ramidus llamado en un primer momento Australopithecus ramidus43. El parecido con el gorila es ligerísimamente inferior, y su separación dataría de hace unos ocho millones de años. Antes de conocer estos datos moleculares no estaba claro si éramos más parecidos al gorila o al chimpancé, pero hoy sabemos que el chimpancé está, biológicamente, mucho más próximo al hombre que al gorila. Sin embargo, por sus capacidades vitales, el chimpancé y el gorila son mucho más parecidos entre sí, y el hombre se les escapa por completo. Que el hombre sea biológicamente tan próximo al chimpancé y vitalmente tan superior, debería bastar a cualquier científico para descubrir la evidencia de que semejante diferencia existencial no puede radicar en su materialidad, sino en nuestro ser espiritual.

Comparando el ADN de las razas humanas actuales se desprende que todas confluyen hace algo más de 100.000 años, lo que significaría que todos los hombres actuales proceden, muy probablemente, exclusivamente de Homo sapiens44.

En los últimos años se han realizado varios descubrimientos paleontológicos que, para algunos científicos y divulgadores, resultan inesperados y sorprendentes.

Ya en 1994 se había encontrado en Java un fósil similar al Homo erectus, de una antigüedad de 1,8 millones de años, es decir, sólo 100.000 años posterior a los más antiguos encontrados en África. La mayoría de los paleontólogos jamás se habrían imaginado que una migración tan rápida fuera posible.

Más sorprendente aún fue el hallazgo en 1995, por el equipo de Russell Ciochon, paleontólogo de la Universidad de Iowa, de unos restos de hace 1,9 millones de años cerca del río Yangtze, en China. Según ellos, estos fósiles —los más antiguos de homínido encontrados

42 Cf. R. Lewin, o.c.Ver También O’BRIEN, S. J., Genealogía del panda gigante, Investigación y Ciencia, I-88. Este artículo es muy sencillo y de mucho interés para entender con qué facilidad se puede deducir la distancia entre dos especies.43 Antes de descubrir los fósiles de esta especie, a mediados de los 90, muchos paleontólogos negaban los datos de la genética porque decían que no se conocían restos de hace cinco millones de años que concordaran con un posible antecesor del hombre y del chimpancé. En 2001 y 2002 se conocieron fósiles pertenecientes a otras dos especies cercanas algo más antiguas: Orrorin tugenensis y Sahelanthropus tchadensis: Cf. K. Wong, El más antiguo de los

homínidos, Investigación y Ciencia, III-03.44 Cf. L. Cavalli-Sforza, Genes, pueblos y lenguas, Investigación y Ciencia, I-92.

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hasta ahora fuera de África— son muy similares a los del Homo hábilis africano, el primero que fabricó instrumentos de piedra, y del que se pensaba que no había salido de África. En palabras de Dr. Ciochon “es tan antiguo, tan primitivo y tan inesperado que bien podría derribar muchas teorías acerca de la evolución humana en Asia”.

Pero también en el Continente Africano ha habido sorpresas, en este caso no por la antigüedad de los restos sino por la latitud en que se encuentran. Se trata de un fósil de Australopiteco, descubierto en el Chad, de hace tres millones de años, contemporáneo de “Lucy” —el más famoso fósil de Australopiteco— pero separado de ella por la cordillera del Rift del este de África, y a 2.500 Km al oeste. Según se cree, los cambios tectónicos ocurridos allí hace unos cinco millones de años dieron lugar a que el valle al este de la cordillera se despoblara paulatinamente de árboles, lo que favoreció la evolución del antecesor común al hombre y al chimpancé hacia la marcha bípeda, dando lugar a las distintas especies de australopitecos, bípedos, mientras al oeste se habrían mantenido los tipos de vida arborícolas que evolucionarían hacia las actuales especies de chimpancé. Lo que sorprende, pues, es que hubiera hace tres millones de años australopitecos tan lejos de su origen.

Pero, para el que no esté familiarizado con el mundo de los paleontólogos, estos casos pueden no parecer tan problemáticos. En efecto, en todos ellos, los individuos que vivieron tan lejanos de su origen han dispuesto de cientos de miles de años para llegar hasta allí. En el caso normal de la mayoría de las especies animales, que están adaptadas a un sólo tipo de ambiente esto sí sería sorprendente pero, precisamente, lo característico de los homínidos es su progresiva desadaptación. Lo propio de ellos es poder sobrevivir en distintos hábitats no adaptando su cuerpo a las necesidades del ambiente, sino sirviéndose de medios externos para adaptar el ambiente a sus necesidades, de ahí, por ejemplo, la capacidad de fabricar instrumentos. Teniendo esto en cuenta ¿son tan pocos 100.000 años para avanzar 1000 Km? o, incluso ¿serían pocos 1000 o 100 años? No parece tan difícil.

La cuestión es que estos datos son solamente problemáticos para supuestas “teorías científicas” que intentan dar una explicación pormenorizada de lo ocurrido durante millones de años con un número de hallazgos que a veces se puede contar con los dedos de la mano.

Se ha llegado a decir que la teoría darwinista de la evolución es tan perfecta que lo explica todo; tan perfecta, que casi no es una teoría sino una especie de explicación total y, en efecto, no es una teoría si estamos hablado de ciencia experimental: no aporta ninguna fórmula matemática cuyos resultados se puedan cotejar con hechos, lo único que hay es una creencia en el mágico binomio azar-selección natural, y esto no es una teoría científica sino, en todo caso, una descripción basada en algunos datos. Es decir, que la teoría darwinista no se ha podido cuantificar, aunque se ha intentado acudiendo a estudios estadísticos de genética de poblaciones, muy útil para la mejora artificial de especies domésticas, pero que no han podido aportar nada sobre la posible importancia del azar y la selección natural como motores de la evolución.

Sin embargo, muchos autores, presuponiendo cierta la teoría y, por tanto, un lento y uniforme gradualismo en todo lo relacionado con la evolución, es decir, partiendo de un prejuicio como fundamento, sí han hecho todo tipo de fórmulas matemáticas para analizar distintas situaciones. Pero la elección de las variables que hay que considerar significativas, de entre las innumerables que se pueden incluir en estas fórmulas, es necesariamente subjetiva. Las fórmulas y sus resultados pueden variar según los prejuicios teóricos de cada científico.

Un ejemplo es la antigua conclusión, siguiendo estos métodos y después de considerar “suficientes” variables, de que el linaje del hombre y el del chimpancé se habrían debido separar hace al menos 15 millones de años. Cuando las comparaciones moleculares, que sí pertenecen de lleno a la ciencia experimental, demostraron que el suceso habría tenido lugar hace unos 5 millones de años, tiempo excesivamente corto para el lento gradualismo del que antes hablábamos, muchos paleontólogos pusieron el grito en el cielo. Posteriormente se fueron rindiendo a la evidencia de estos estudios verdaderamente cuantificables, como son los de porcentaje de parecido genético.

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En la misma línea se han hecho predicciones de la capacidad de migración en Km/año de una especie, de poblaciones humanas, etc. Es el caso de nuestros ejemplos, en que esas predicciones han resultado excesivas, de ahí el estupor causado en personas que han prejuzgado como una ciencia exacta algo que sólo era una suposición.

Algo parecido ha ocurrido con el caso de la famosa “Eva mitocondrial”. A finales de los 80 que empezaron a salir a la luz los resultados de la comparación de ADN mitocondrial de las distintas razas humanas. El tiempo de divergencia de dos especies distintas se puede extrapolar directamente del porcentaje de diferencia entre su ADN nuclear, porque no hay flujo genético entre ellas. Entre las distintas razas de una misma especie sí hay flujo genético cuando hay contacto geográfico, como ocurre en el caso del hombre. Por eso surgió la idea de estudiar el tiempo de separación entre razas humanas comparando su ADN mitocondrial, que se transmite por vía exclusivamente materna y no se mezcla en cada cruce.

Según este estudio, los ADNs mitocondriales de todas las razas humanas confluyen en África hace algo más de 100.000 años, es decir, todas las mitocondrias de las actuales células humanas procederían de una mujer africana de aquélla época. Esta mujer fue llamada la “Eva negra”. Inmediatamente surgieron protestas de los partidarios de un origen simultáneo y multirregional de los seres humanos actuales. El sólo hecho del uso del nombre bíblico de Eva produjo un gran rechazo de estos estudios por la supuesta identificación de la llamada “Eva negra” con la Eva del Génesis, cosa que nadie había hecho. La denominación era simplemente comercial, de la misma manera que se ha llamado “Abel” al australopiteco posteriormente descubierto en el Chad, simplemente por darle un nombre conocido y llamativo. Los mismos autores de los trabajos con ADN mitocondrial fueron los primeros en decir que la mujer portadora de aquella mitocondria no tenía por que ser la primera mujer, ni la única que existiera en aquella época, ya que otras mitocondrias de otras mujeres existentes se podrían haber perdido en el transcurso de las generaciones de la misma manera en que se puede perder un apellido materno. Es más, ellos mismos realizaron unos estudios estadísticos para ver cual podría ser el tamaño de la población en aquélla época. El resultado fue que la famosa “Eva mitocondrial” podría pertenecer a una población de hasta 10.000 individuos. Algunos divulgadores han tergiversado ligeramente esta conclusión suponiendo demostrada la existencia de 10.000 individuos en aquella época, o tomando este límite superior como un límite inferior.

Cabe aquí hacerse una pregunta cuya respuesta dejamos al interés (o al criterio) del lector: ¿Por qué si ningún científico ha intentado utilizar la ciencia para demostrar el monogenismo, y esto es un hecho, sin embargo hay algunos que se esfuerzan, como si en ello les fuera la vida, en utilizar la ciencia para negarlo? ¿Por qué no se limitan a exponer sus resultados sin acritud, como hacen los otros?

El investigador de origen español Francisco Ayala publicó un artículo en la revista “Science” (29-XII-95), en el que afirmaba que las poblaciones humanas y sus ancestros debieron tener un mínimo de 100.000 individuos en cada generación, lo que significaría que las poblaciones de las que desciende el hombre han sido de más de 100.000 individuos desde hace millones de años. Esta afirmación ha llevado, de nuevo, a ciertos divulgadores a atacar los estudios de los científicos supuestamente defensores de una sola primera pareja.

Los estudios de Ayala se basan en los genes llamados DRB1, relacionados con la respuesta del sistema inmunológico. Apoyándose en el concepto de la coalescencia, según el cual todos los genes homólogos —alelos— descienden de un gen —alelo— ancestral, y basándose en una fórmula matemática, concluye que la coalescencia de los genes DRB1 humanos es de una antigüedad de alrededor de 60 millones de años. Con estos presupuestos, la extrapolación de que el hombre y sus antepasados debieron tener un mínimo de 100.000 individuos se desprende de una simulación por ordenador. Pero una simulación por ordenador puede distar mucho de la realidad, a no ser que se demuestre que los parámetros utilizados son correctos, por ejemplo, por su concordancia con los resultados de otros estudios.

Sin embargo se pueden poner algunas objeciones a estos trabajos. La fórmula que se utiliza sería válida para todos los genes si la tasa de mutación de todos los genes fuera la misma, pero esto no es así: es un hecho conocido que la frecuencia de mutación puede variar

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enormemente de un gen a otro. Si se toma una frecuencia media de mutación y se aplica a cualquier gen, los resultados pueden distar mucho de la realidad. Además, la mayoría de los genes están preparados para mutar lo menos posible: cada mutación se puede considerar como un accidente; sin embargo con todos los genes relacionados con la respuesta inmunológica, como son los DRB1, ocurre precisamente lo contrario, ya que una de sus funciones específicas es la de poder mutar rápidamente para hacer frente a cualquier nuevo agente extraño al organismo. Esto se acentúa más, precisamente, en el caso del ser humano, única especie que ha tenido que hacer frente a todos los agentes extraños de todos los ambientes. Por tanto, para aceptar estos resultados, habría que hacer estudios similares con otros genes de nuestra especie y con los mismos genes de otras especies, y ver si concuerdan. Mientras tanto, podemos decir que no parecen concordar con el resto de estudios genéticos y moleculares realizados hasta ahora.

Baste citar la publicación de un inmenso estudio multidisciplinar45 en el que se ha utilizado todo tipo de información genética acumulada durante los últimos 50 años, por ejemplo 110 genes diferentes de más de 1800 poblaciones distintas de todas las razas, y todas ellas parecen confluir hace algo más de 100.000 años en África, por el simple porcentaje de parecido entre los genes y entre el ADN nuclear global. Muchas de las cifras, que en este caso sí concuerdan, se desprenden de los datos por simples reglas de tres, sin necesidad de utilizar complicadas fórmulas para su estudio. Además estos datos confluyen y concuerdan con estudios geográficos, ecológicos, arqueológicos, de antropología física y de lingüística, aportados por expertos en cada una de esas ciencias que han colaborado en la misma obra. Por ejemplo, el estudio del origen de las relaciones de todas las lenguas actuales ha sufrido un gran avance gracias a su asociación con el estudio de las relaciones genéticas de las poblaciones que las hablan, y algunos expertos, como la doctora Johanna Nicols, de la Universidad de California en Berkeley, han llegado a la conclusión de que ya se puede afirmar que todas las lenguas actuales confluyen en una única ancestral que existió hace unos 100.000 años en África.

A pesar de la controversia que ha suscitado la historia de la “Eva mitocondrial”, el dato de que todas las mitocondrias proceden de una mitocondria ancestral que existió hace algo más de 100.000 años es incontestable, aunque, como hemos apuntado, la mujer a la que pertenecía no tiene por qué ser la primera. Si la conclusión de Ayala fuera cierta, sería una casualidad que su antigüedad concordase con todos los estudios que hemos citado sobre el origen de nuestra especie. La mitocondria que ha dado lugar a todas las actuales igual podría tener una antigüedad de 15 millones de años que de 10.000, el momento en que todas las demás se pierden, como puede ocurrir con los apellidos maternos, sería cuestión de puro azar.

Se puede realizar un estudio semejante al de las mitocondrias, aunque más complicado, con el cromosoma “Y”, que sólo se transmite por vía paterna y, teniendo en cuenta los mismos supuestos, la antigüedad del cromosoma “Y” del que proceden todos los actuales estaría, al azar, entre 10.000 años y 15 millones de años. Pues bien, ese estudio se realizó posteriormente por investigadores de Harvard, del Imperial College, de Yale y del MIT, entre otros, y sus resultados apuntan a que ese cromosoma “Y” originario existió hace unos 80.000 años46.

“Algo más de 100.000 años en África”, es una frase que no hemos tenido más remedio que repetir, antiestéticamente, a lo largo de estas líneas; y, queda claro, no ha sido por casualidad.

Parece que la ciencia experimental nunca podrá decir con absoluta seguridad que procedemos de una sola pareja, o lo contrario, pero todos los estudios moleculares actuales, excepto el de los genes DRB1, apuntan a una población muy restringida en nuestro origen y, por tanto, el origen a partir de una sola pareja es científicamente posible, a menos que tengamos tanta fe en el azar como la que muestran algunos darwinistas.

7.3 LA FORMACIÓN DE ESPECIES

45 L. Luca Cavalli-Sforza, Paolo Menozzi y Alberto Piazza, The history and geography of human genes, Princeton University Press, 1995, 1059 páginas.46 Según los estudiosos es de esperar que este “Adán cromosómico” sea posterior a la “Eva mitocondrial” debido a la mayor movilidad de los individuos masculinos.

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Otro tema distinto es el del mecanismo de formación de especies nuevas —“especiación”—. Antes se pensaba que la forma habitual de especiación tenía lugar debido a barreras geográficas, que impiden el cruce de dos poblaciones de la misma especie durante largos períodos de tiempo, no pudiendo transmitirse sus cambios genéticos, lo que acabaría dando lugar a dos especies distintas. Sin duda ha habido especiaciones de este tipo, pero muchas son difícilmente explicables de esta manera.

Hoy se sabe que también existen “barreras” genéticas. Las más frecuentes son las que producen las mutaciones cromosómicas: una mutación cromosómica puede no significar ningún cambio en los genes, pero, por ejemplo, si en un individuo un cromosoma se ha dividido en dos —mutación cromosómica denominada “disociación”—, sus cromosomas no se pueden aparear con los de los otros animales de la especie de partida y se producirán espermatozoides y óvulos inviables, dando lugar a infertilidad47. Ese individuo no se perpetuará en la especie a no ser que se cruce con una pareja que posea la misma mutación, entonces podrían dar lugar a una nueva especie. Es lo que se llama “especiación instantánea”. Aunque para que se perpetúe una mutación cromosómica puede haber procesos mucho más complejos, no vamos a profundizar más para no alargarnos excesivamente.

47 Cf. J. Egozcue, Evolución cromosómica de los primates, Investigación y Ciencia, VI-77. Esto es lo que ocurre, por ejemplo, entre el caballo y el burro, que si se cruzan tienen descendencia porque genéticamente están muy próximos, pero ésta es estéril por tener una distinta distribución cromosómica. Son, por tanto, especies distintas; con el tiempo sus diferencias se irán acentuando y cada vez será menos frecuente un cruce con éxito.

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cromosoma esquemático

espermatozoide óvulonormal

con mutación cromosómica

zigoto

especie antigua especie nueva

resto de los cromosomas

mutación

Puede parecer muy poco probable que esto suceda, pero a lo largo de decenas de miles de años es muy probable que ocurra alguna vez, y de hecho ocurre. Así se pueden producir nuevas especies a partir de una o pocas parejas, y ya hay autores que piensan que éste es el mecanismo más frecuente de especiación48.

Un dato a tener en cuenta es que, desde el antecesor común al hombre y al chimpancé, que como hemos visto existió hace unos cinco millones de años, ha habido, en la línea evolutiva que conduce al hombre, cuatro mutaciones cromosómicas, dato que coincide con las cuatro especies que se han identificado en esta línea: una de australopiteco, Homo hábilis, Homo erectus y Homo sapiens. Esto podría significar que son, efectivamente, especies biológicamente distintas y que todas se originaron por especiación instantánea debido a una mutación cromosómica.

7.4 ¿COMO APARECIÓ EL PRIMER HOMBRE?

Teniendo en cuenta lo que hemos visto en los últimos capítulos, nos inclinamos a pensar que “Adán” tuvo que ser el primer individuo de la especie Homo sapiens, aunque, para la cuestión que nos ocupa, daría lo mismo que fuera anterior. En todo caso, sería el primer individuo de la primera especie con inteligencia reflexiva, es decir, con alma. Aunque parece más frecuente que las nuevas especies que aparecen por mutaciones cromosómicas se produzcan a partir de un número reducido de individuos, y no de una sola pareja, esto último es perfectamente posible; y así lo vamos a explicar para contrarrestar los prejuicios

48 Cf. B. Dutrillaux, Los cromosomas de los primates, Mundo Científico, I-82. Cf. N. Arcadi, Especiación cromosómica en primates, Investigación y Ciencia, VIII-2005. Donde se muestra el desarrollo de un nuevo modelo de cómo se forman las especies a partir de grandes cambios cromosómicos que arroja luz sobre la separación de humanos y chimpancés.

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antimonogenistas, que no son científicos sino ideológicos: la única razón que se puede encontrar para posturas de este tipo es una oposición de principio a la Sagrada Escritura.

Según santo Tomás de Aquino y muchos otros filósofos, el alma de cada hombre es inmediatamente creada e infundida por Dios en cada nuevo individuo de la especie humana y, por tanto, en el momento de su concepción.

No es muy lógico pensar, como se ve con frecuencia en un intento de comprensión popular, que Dios infundiera el alma a un “mono”. Ya hay muchos teólogos, sin especiales conocimientos científicos, que piensan que Adán tuvo que ser concebido y nacer como tal o, en otras palabras, que fue creado por Dios en estado embrionario. Lo más natural es que haya aparecido como los individuos de muchas nuevas especies: engendrado, con una nueva mutación cromosómica, por un homínido exteriormente parecido a él, pero de una especie distinta. Sus progenitores biológicos no serían propiamente sus padres, ya que este concepto se reserva, en filosofía, para quien engendra algo según su propia especie.

Ese individuo sería el primero con una dotación cromosómica y genética correspondiente a la especie humana y, por tanto, Dios crearía y le infundiría su alma, como hace siempre, aunque con la particularidad de que ésa fue la primera vez. Con la primera mujer pudo ocurrir algo parecido, aunque las posibilidades son muchas y no merece la pena entrar en ellas, porque para saber exactamente lo que ocurrió, no sólo al principio de nuestra especie sino de todas, necesitaríamos una máquina del tiempo.

Al fin y al cabo, ¿cómo aparecen todos los hombres?: por la unión de dos células sin importancia, que en la mayoría de los casos se pierden antes de unirse sin que esto suponga ningún problema; pero su unión produce una nueva célula con dotación genética y cromosómicamente humana que, aún siendo una sola célula es totipotente —sus genes están programados para desarrollar un organismo completo—, y que es, en consecuencia, un nuevo individuo de nuestra especie al que Dios infunde un alma creada en ese mismo instante.

Aunque esto pudo ocurrir de diversas maneras, vamos a exponer la más sencilla de entender, que no tiene porque ser la más probable.

En un homínido macho existen algunos espermatozoides con una mutación cromosómica que implica que ya no son los propios de su especie, sino que han llegado a tener las características de un espermatozoide humano; en un homínido hembra puede ocurrir lo mismo con algunos de sus óvulos. Si estos dos homínidos se cruzan y se produce la fecundación de un óvulo mutado con un espermatozoide mutado, entonces aparece el primer ser humano, y el primer hecho sobrenatural en el universo material desde su misma Creación: una nueva creación, la del alma del primer hombre.

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Las cuatro posibilidades de cruce

individuo especie antigua

individuo poco fértil o

inviable

individuo poco fértil o

inviable

individuo especie nueva

8. CONCLUSIONES.

Podemos diferenciar entre la evolución de la psique, que sería un aumento en el tiempo de las capacidades cerebrales hasta llegar al hombre, momento en que se produce la irrupción del logos, que no evoluciona, pero es el motor de la “evolución” de la cultura humana . Los animales funcionan por instintos, ayudados por una capacidad de aprendizaje que depende del tamaño relativo del cerebro. En el hombre, más que de instintos, se suele hablar de tendencias. De hecho muchas regiones del cerebro que regulan instintos en los animales, en el hombre están degeneradas, como ocurre con los centros reguladores del hambre y de la saciedad. Por eso el hombre, para regular sus tendencias, necesita del juicio de sus facultades cognoscitivas —conciencia—, tampoco para esto tiene suficiente con su materialidad, como ocurre en los animales.

La humanización, entendida como la adquisición de la capacidad de un pensamiento reflexivo, sólo puede ser instantánea. Esto es evidente, ya que es una capacidad que tiene que aparecer en un determinado momento; antes no existía y ahora existe: no es necesario enfrascarse en discusiones sobre si puede progresar, lo importante ahora es el hecho de si existe o no; y actualmente sólo hay una especie que posea dicha capacidad.

8.1 LO ESPECíFICAMENTE HUMANO.

El problema fundamental radica en identificar qué manifestaciones son específicamente humanas, es decir, que exteriorizan una capacidad propia del hombre que no posee ningún otro animal. Podemos llamar a eso específico del hombre de una forma en la que hoy todos están de acuerdo: “pensamiento reflexivo”. Esta capacidad hace que, en realidad, cada individuo humano

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sea “metaespecífico”, en el sentido de que tiene una posibilidad de actuación que no depende exactamente de las capacidades biológicas de su especie, sino de su individualidad.

Por eso, la manifestación más clara de humanidad es el arte —en el sentido amplio del término—, que produce la cultura. Por ejemplo, los individuos de una determinada especie de ave fabrican un nido, o emiten un canto, cuyas características son específicas, comunes a todos los individuos de esa especie. En cambio cada hombre puede imprimir a sus acciones los rasgos propios de su individualidad; por eso cuando se analiza un cuadro, una forma de escribir, una manera de fabricar herramientas, etc., podemos deducir quién es su autor, su artífice, su artista: podemos encontrar su “firma”. El Homo hábilis fabricaba instrumentos de piedra, ¿es esto un signo de racionalidad o más bien una capacidad de la especie? Pero, para analizar mejor este problema, nos parece que será clarificador partir de comparaciones con especies actualmente existentes, sobre las que no tenemos ninguna duda de si son humanas o no.

Podemos repetir que lo primero que salta a la vista al comparar al hombre con otros animales es la grandeza, casi misteriosa, del hombre: el parecido corporal y, sobre todo, el biológico es, en algunos casos asombroso; por eso resulta aún más asombrosa la enorme diferencia real en el plano existencial. Baste decir, sólo a modo de ejemplo, que el índice de analogía entre los cromosomas humanos y los de los grandes monos —chimpancé, gorila y orangután— es del 99%, con los de los cercopitecoides del 90%, de un 80% con los de los monos del nuevo mundo —platirrinos— y de un 70% con los de los prosimios, roedores —conejo— y carnívoros. Y no sólo esto: resulta que genética y cromosómicamente el gorila y el chimpancé están más próximos al hombre que al orangután.49

Pero nos referiremos concretamente, para nuestra comparación, a la capacidad de uso y fabricación de útiles, ya que en ellas se basan principalmente los autores que atribuyen al Homo hábilis y al Homo erectus características humanas. De hecho estas capacidades han sido vistas durante mucho tiempo como características exclusivas del hombre.

Sin embargo, se sabe desde hace cierto tiempo que el empleo de objetos a modo de útiles, no es totalmente desconocido para algunos animales, sobre todo entre los primates. En los últimos cincuenta años se han estudiado ejemplos de este tipo de comportamiento, en su medio natural, de especies de primates pertenecientes a diecisiete géneros. Pero, de entre todos ellos, destaca ampliamente el chimpancé, tanto por el número de objetos utilizados como por la variedad de modos de empleo50.

El chimpancé puede utilizar, por ejemplo, una vara para “pescar” termitas —incluso elegir la más adecuada, cortarla, pelarla y moldearla con los pies y con las manos—, para golpear o arrojarla contra un adversario; piedras para ser arrojadas o para romper nueces —incluso utiliza piedras más ligeras cuanto más blando sea el tipo de nuez, lo que le supone un ahorro de energía en su uso y transporte, etc—. Es muy significativo el hecho de que, hace tiempo, algunos autores hayan visto en los australopitecinos los primeros candidatos a ser seres humanos, al encontrar trazas de un comportamiento de este tipo. Pero, para que el chimpancé desarrolle estos tipos de comportamiento, siempre es necesario un proceso de aprendizaje —más largo y trabajoso cuanto más complicado es el comportamiento—, o de imitación de otros congéneres que ya han sufrido este proceso. El aprendizaje es siempre de un tipo muy simple —que también se da en el hombre, pero sin ser, ni mucho menos, el único ni el principal—: el mecanismo de ensayo-error, que le permite lentamente, ensayo tras ensayo, ir mejorando la “técnica”, por ejemplo eligiendo una vara cada vez más adecuada para extraer termitas. Estos comportamientos, aunque no son exclusivamente instintivos —como, por ejemplo, la construcción de un dique por un castor— son, sin embargo, comportamientos específicos: con una base en las capacidades instintivas y biológicas de la especie.

49 Cf. J. R. Lacadena, o. c., pp.1148-1162. B. Dutrillaux, o. c., pp.1249-1250.50 Cf. J. Kitahara-Frisch, Ethologie animale et image de l’homme, en “Nouvelle revue théologique”, marzo-abril 1984, p.236 y ss. J. Van Lawick-Goodall, In the Shadow of Man, Collins, London 1971.Cf. A. Whiten y C. Boesch, Expresiones culturales de los chimpancés, Investigación y Ciencia, III-01: “Los parientes más próximos del hombre distan de nosotros mucho menos de lo que creíamos. Ciertos comportamientos de los chimpancés deben entenderse como hábitos sociales transmitidos de generación en generación”.

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Los procesos de aprendizaje son posibles gracias a lo que se ha dado en llamar “neuronas libres”, que existen sobre todo en mamíferos y aves: estos poseen un grado de cerebración superior al “justamente suficiente” necesario para mantener la vida vegetativa y las integraciones sensomotrices mínimas de una vida de relación elemental —el cerebro de la mayoría de los animales, incluidos los reptiles, no sobrepasa este mínimo—. El número de conexiones dendríticas libres —no ligadas necesariamente a una función preestablecida, por ejemplo, instintualmente— parece estar en relación directa con la capacidad adaptativa o conductual (capacidad de adaptación de la conducta por aprendizaje). En definitiva, en líneas generales, a mayor grado de cerebración corresponde una mayor capacidad de aprendizaje, pero con base siempre exclusivamente biológica51. Actualmente, fuera de la especie humana, el animal con mayor grado de cerebración es, precisamente, el chimpancé. Se ha hecho una estimación del número e neuronas “adaptativas” en las siguientes especies:

Millones de neuronas “libres”

Gorila 3.600

Chimpancé y Australopiteco

4.400

Homo erectus 6.400

Homo sapiens 8.500

Hay pues, en la actualidad, animales que pueden utilizar instrumentos. Pero hay una característica que actualmente parece ser exclusiva del hombre, y es la capacidad de usar instrumentos para hacer otros instrumentos —estos se denominan normalmente útiles secundarios—. Precisamente aquí es donde muchos colocan la frontera de la hominización. El animal usa instrumentos, pero no los fabrica propiamente; se comunica, pero no llega a tener un lenguaje; usa señales, pero no emplea señales de señales y hace instrumentos, pero no con otros instrumentos.

Una segunda diferencia es el papel que el uso de instrumentos tiene para la supervivencia del grupo: para el hombre es crucial; para el chimpancé, por ejemplo, no constituye en absoluto nada esencial: para la mayor parte de su nutrición, como de su defensa, se sirve directamente de las manos y de los pies. Por estas razones algunos autores piensan que ya el Homo hábilis era un ser humano: fabricaba instrumentos secundarios, y esta facultad era fundamental para su supervivencia, debido a que su principal forma de adaptación no era por la adecuación de órganos y funciones, en general, a su medio, sino por la adaptación de un sólo órgano —aumento de la capacidad cerebral—, y de una sola función relacionada con dicho órgano —la capacidad de transformar su medio gracias a esos instrumentos secundarios—. Esta propiedad se acentúa, aún más, en el Homo erectus.

De hecho, es por la ayuda de útiles secundarios por lo que el hombre puede modificar su medio, lo que le permite liberarse paulatinamente de la necesidad de transformarse para adaptarse: cada vez tiene menos necesidad de adaptar su cuerpo a las exigencias del medio, adaptando, en cambio, el medio a las exigencias de su cuerpo. Este fenómeno, que permite superar la forma clásica de adaptación, es exclusivo del género Homo. “Si el hombre ha llegado a ser creador de su medio, es sin duda pasando por ese principio de emancipación con relación al instinto”52. Pero ¿es realmente la capacidad de fabricar instrumentos una auténtica emancipación del instinto, o es simplemente una mejora cuantitativa debida a una mayor capacidad de aprendizaje gracias a una capacidad cerebral superior?

Es lógico que una capacidad que vemos hoy como una característica perteneciente sólo al hombre nos lleve a establecer instintivamente una frontera con el resto de los animales. Pero no hay que olvidar que si hoy sabemos qué seres vivos son hombres y cuáles no, aunque tengan muchos rasgos comunes entre ellos, es precisamente porque las comparaciones las hacemos entre seres que están vivos, y por eso sus diferencias existenciales nos resultan

51 Cf. J. L. Pinillos, o. c., pp.38-42.52 Cf. J. Kitahara-Frisch, o. c., pp. 240-241.

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evidentes. Pero no podemos hacer las mismas comparaciones entre las distintas especies del género Homo por la sencilla razón de que sólo existe actualmente una de dichas especies.

¿No nos parecería una capacidad propia del hombre la que tiene el chimpancé de usar instrumentos, si éste ya no existiera? De hecho algunos lo creían así antes de que se descubriera que el chimpancé la tenía. Y una vez comprobada, a nadie en su sano juicio se le ocurre pensar que el chimpancé es un ser humano. Incluso, para algunos autores, el hecho de que el Homo erectus fabricara choppers —instrumentos líticos tallados por ambos lados— no significa nada porque, por ejemplo, “un nido es mucho más difícil de hacer que un chopper”53. De todas formas, la característica principal de un chopper, que es la que estamos analizando, no es su mayor o menor dificultad de fabricación, sino que es un instrumento secundario54.

Pero es un hecho significativo que los autores que se inclinan por la humanidad del Homo hábilis y del Homo erectus, nunca se conforman con este dato, sino que se ven en la necesidad de buscar otros muchos para hacer más sólida su tesis: capacidad de utilizar el fuego (esta capacidad no está totalmente aceptada y, en todo caso, los indicios corresponden a una época tardía de la fase erectus, y se descarta la posibilidad de que lo supiera encender, en todo caso lo podría mantener), recolección de alimentos y asentamiento en campamentos más o menos permanentes —aunque siempre estacionales—, división de trabajo. Pero tampoco estos hechos son un signo definitivo de humanidad, es más, la recolección de alimentos, el asentamiento y la división de trabajo son características que presentan otras especies de animales sociales, como es el caso de algunos insectos, aunque no sea un hecho común entre los primates. Es simplemente una capacidad genérica adquirida ex novo por los homínidos, aunque muestre, como es lógico, características propias pero que se pueden explicar gracias a su capacidad de aprendizaje.

Además, el desarrollo de la actividad instrumental, igual que la intensificación de la caza, etc., son procesos graduales que han tenido una duración de varios cientos de miles de años, y no se pueden probar ciertamente con evidencias arqueológicas55.

Sólo se consideran como pruebas definitivas de humanidad, cuando las hay, las manifestaciones artísticas o de actividades trascendentes, y éstas faltan absolutamente en los repertorios arqueológicos atribuibles a Homo hábilis y a Homo erectus. Muy pocos autores tratan de negar esta realidad. Sólo se han podido aportar como supuestos indicios de arte dos hallazgos: un hueso con un “motivo” curvilíneo proveniente del período achelense, encontrado en la gruta de Pech de l’Azé, pero el motivo son simplemente unos arañazos en el hueso en los que es difícil encontrar algún orden; y unas “sustancias colorantes” en Terra Amata. Pero su supuesta interpretación como arte es totalmente subjetiva y la mayoría de los autores ni siquiera los mencionan. Por otro lado, la interpretación de algunos hallazgos de cráneos de Homo erectus, aparentemente devorados por congéneres, como muestras de canibalismo ritual o religioso —prácticas realizadas en algunas culturas humanas— hoy está totalmente descartada56.

Sin embargo, la fabricación de instrumentos secundarios y la organización social son dos hechos fundamentales para nuestro estudio, como vamos a ver a continuación.

8.1.1 Industrias líticas.

En el tiempo en que vivieron el Homo hábilis y el Homo erectus, se suelen distinguir tres industrias líticas que marcan tres períodos: olduvaiense —desde algo más de dos millones de años hasta 340.000—, abevillense —desde unos 700.000 hasta algo menos de 400.000— y achelense —desde 400.000 hasta 120.000—.

Según los datos fósiles, la especie hábilis vivió desde hace más de 2,5 millones de años hasta un millón y medio —quizá hasta un millón—. La especie erectus, desde algo más de un 53 J. Carles, La génétique et l’origine de l’homme, en “Nouvelle revue théologique”, 110 (1988), p.246.54 Muchos autores piensan actualmente que los simios no pueden desarrollar esta capacidad por sí mismos, pero sí la pueden aprender, de hecho hay investigadores que han conseguido enseñarla a chimpancés y orangutanes, lo que significa que es suficiente una base material para realizarla.55 Cf. A. Broglio y J. Kozlowski, Il Paleolítico. Uomo, ambiente e culture, Jaca Book, Milán 1986, pp. 132-134.56 Cf. Ibidem, p.134.

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millón y medio hasta menos de 200.000. Por tanto al Homo hábilis parece haber estado asociada un sólo tipo de industria lítica, de las que los primeros hallazgos se remontan a varias centenas de miles de años después de la aparición de dicha especie.

La industria abevillense se asocia al Homo erectus, y la achelense a las últimas etapas de erectus y las primeras de sapiens. Los más antiguos manufactos atribuidos a Homo hábilis son muy simples, y es necesario un examen muy riguroso dirigido a asegurar que la morfología del objeto se deba a la acción “humana”. Se ve un progresivo, aunque muy lento, perfeccionamiento, pero no hay ningún avance sustancial —precisamente por eso se da el mismo nombre a toda esta industria, que dura casi dos millones de años—. Para algunos autores se produce un salto con la industria achelense, pero ésta es muy posterior a Homo hábilis. El perfeccionamiento lento y progresivo se podría explicar por una capacidad de aprendizaje con base biológica, del tipo ensayo-error unido a un contemporáneo aumento más o menos lineal de la capacidad cerebral.

Sin embargo la clave, volvemos a decir, no está en ese lento progreso, sino en la capacidad que realmente diferencia a los homínidos: el que estos instrumentos sean instrumentos secundarios. Pero igual que sólo algunos animales pueden utilizar instrumentos, y esto se explica por una capacidad cerebral mayor que los que no los utilizan, por la misma razón se podría explicar la capacidad de usar instrumentos secundarios. Precisamente la capacidad de usar instrumentos secundarios sería un logro exclusivo de los homínidos porque únicamente estos han alcanzado el grado de cerebración necesario. Es más, precisamente esa capacidad que permite por primera vez a un ser vivo alcanzar cierta independencia con respecto al medio podría bastar, sin necesidad de ningún añadido, para explicar el, también exclusivo, proceso de desespecialización. Así la presión selectiva ya no actuaría tanto sobre un mayor adaptación global del cuerpo al medio, sino más bien sobre lo que le da aquella capacidad que es ahora lo fundamental para la supervivencia de la especie, es decir: favorecería el aumento de la capacidad cerebral. De hecho, el tiempo que la evolución biológica ha empleado para llegar al tamaño del cerebro de un Australopithecus ha sido de más de 3000 millones de años; en la línea de los homínidos, ese tamaño se ha más que duplicado en menos de cuatro millones de años.

La táctica evolutiva que comienza con los homínidos, adaptando el medio en lugar de adaptarse al medio tenía, sin embargo, sus riesgos: la que habían seguido los seres vivos había tenido hasta ese momento un éxito indiscutible, esta nueva táctica podía no tenerlo. La ventaja que supone la desespecialización es que la misma especie, sin diversificarse en otras nuevas, puede colonizar distintos medios. Pero en cada uno de ellos tiene que competir con organismos específicamente adaptados a ese medio concreto, teniendo a su favor su capacidad de transformarlo: su éxito depende de que esta capacidad nueva suponga una ventaja frente a la “clásica”, que tan eficaz se ha mostrado. Pues bien, a la larga, esta nueva forma de relación con el medio constituyó un rotundo fracaso: el Homo hábilis vivió menos de dos millones de años, relegado casi exclusivamente al continente africano, menos que los australopitecinos, que también eran seres más bien desespecializados y que no tenían esa capacidad. El Homo erectus, con una capacidad cerebral mayor, poseyó una facilidad muy superior para adaptarse a distintas situaciones y lugares, pero, aunque distantes, con un clima similar. Sin embargo, su éxito biológico, considerado en duración temporal, es igualmente efímero.

El caso del Homo sapiens es distinto: biológicamente hablando es, quizá, aún más inviable que las dos especies anteriores, pero sorprendentemente en el plano existencial su éxito resulta evidente57. Y no sólo eso, sino que, aunque exista desde hace menos de 200.000 años, es el organismo con más éxito en la historia evolutiva. Esto es innegable: se ha introducido en todos los ambientes sin encontrar ninguna otra especie que, a la larga, le haya podido hacer sombra. Hoy sabemos que el único organismo que puede competir con el hombre, con posibilidades de hacerlo desaparecer, es paradójicamente el mismo hombre: y esto es también la primera vez que ocurre en la historia de la evolución; incluso es contrario a las leyes biológicas que siguen todas las especies: actúan como especies, procurando la autoconservación, mientras que el hombre actúa como individuo por encima de su especie.

57 Cf. A. Llano, Interacciones de la biología y de la antropología, II: El hombre , en N. López Moratalla y Otros, Deontología Biológica, Facultad de Ciencias. Universidad de Navarra, Pamplona 1987, p.202.

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El Homo hábilis y el Homo erectus eran Homo faber: se separan del proceso de adaptación gracias a su capacidad de transformar la Naturaleza, es un nuevo tipo de adaptación pero que no consigue superar a la clásica. El Homo sapiens supera a la evolución gracias a su “evolución cultural”, cuya base es principalmente reflexiva y no biológica: no es sólo una gran capacidad de aprendizaje debida a su capacidad cerebral, ni tampoco una habilidad de ir perfeccionando instrumentos por el mecanismo ensayo-error, es, sobre todo —y esto es algo que sólo él puede hacer—, una capacidad de pre-diseñar los instrumentos, de razonar el instrumento adecuado sin una absoluta necesidad de un previo ensayo, una capacidad del individuo que le lleva a dejar en sus instrumentos y en todas sus obras improntas personales, su arte, y que le lleva también a hacer arte de una forma no sólo mecánica, por un fin útil en sentido meramente material —como la conservación de la especie—, sino simplemente “por amor al arte”. Una capacidad que permite, y exige, una previa contemplación de la Naturaleza, para un posterior uso racional. Una contemplación de la Naturaleza que le lleva también a enterrar a los muertos y cuidar de los enfermos.

La causa de la viabilidad del Homo sapiens no es, evidentemente, biológica, pero se compenetra perfectamente con el proceso biológico que acaba en él. El Homo sapiens hereda todas las características que tenían sus antecesores —es naturalmente, biológicamente, Homo faber y Homo communicans, transformador de la Naturaleza y social— pero tiene algo más, un algo más que necesita de esas capacidades para poder manifestarse, pero no deriva de ellas y las supera: no es algo específico, es individual, personal, inmaterial. Es una psique que penetra hasta tal punto en el cuerpo “desespecializado” —perfectamente especializado para recibir esa psique— que le hace, de punta a cabo, humano, es una psique peculiar que se inserta, transcendiéndola, en la evolución biológica.

El Homo sapiens comienza su proceso cultural sirviéndose de la experiencia adquirida por sus inmediatos antecesores, que se concreta en la industria Achelense. Durante la existencia de Homo hábilis y Homo erectus sólo se produce lo que podríamos llamar un salto en la perfección con que se fabrican los instrumentos, como ya hemos visto, y por tanto, de hecho, cada especie no ha podido superarse a sí misma: podemos decir que una cualidad de industria está ligada a una cualidad de la especie, a una cualidad específica. No han sido capaces de realizar un progreso cualitativo. Esto es más notorio aún si pensamos en el largo periodo de tiempo que han existido, en relación con el que ha pasado desde que apareció el Homo sapiens. Éste, a diferencia de las especies anteriores, sin que se produzca ningún cambio de especie, empieza a producir, cada vez con mayor rapidez, culturas nuevas que superan a las anteriores (ya no dependerían exclusivamente de un aprendizaje con base biológica que varía cuantitativamente): musteriense (120.000-45.000 años), chatelperroniense (hace unos 45.000 años), auriñaciense (35.000-30.000 años), gravetiense (30.000-22.000 años), solutrense (22.000-18.000 años), magdaleniense (18.000-10.000 años)...

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Habíamos visto que una característica de la línea de los homínidos es el constante aumento del tamaño cerebral. Pues bien, esto es cierto para el Homo hábilis y para el Homo erectus, pero no parece serlo de ninguna manera para el Homo sapiens. Aunque el tiempo de existencia del Homo sapiens aún es relativamente corto, no se observa ningún tipo de tendencia

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al aumento ni diferencias entre las razas. Es más, hay bastantes datos para concluir que el cerebro sufre una disminución con respecto a los primeros individuos de nuestra especie58.

La estabilización de la capacidad craneal en Homo sapiens se explicaría, precisamente, porque lo más importante en nuestra especie no es una capacidad de aprendizaje con una base genética, sino su inteligencia, que le permite no depender esencialmente de los procesos de adaptación biológica. Se puede decir que el hombre es una realidad natural a pesar de no ser meramente natural.

Podemos, pues, decir que, muy probablemente, el primer ser humano fue el primer individuo que tuvo una dotación cromosómica igual a la nuestra, y que, también muy probablemente, ese individuo fue el primero de la especie Homo sapiens, que vivió hace menos de 200.000 años. Pero el primer individuo que poseyó un organismo con todos los elementos que le hacían capaz de ser racional no lo fue automáticamente, como por un paso, más fruto de su adaptación.

8.1.2 Organización social.

Otra característica que aparece en la línea de los homínidos es su organización social. Aunque ésta no es exclusiva de ellos, es una característica propia, adquirida de nuevo, ya que no se encuentra en sus antecesores. Hay indicios, que se remontan hasta hace más de un millón de años, de una progresiva división del trabajo, sobre todo dentro de grupos con estructura de tipo familiar o tribal que se asientan en campamentos más o menos provisionales. Mientras los hombres salían a la caza, las mujeres se quedaban al cuidado de los pequeños, lo que indica la existencia de una verdadera compartición de los alimentos —que no existe, propiamente, entre los chimpancés—. Para algunos autores el hecho de compartir los alimentos supone una diferencia específica atribuible al hombre. Pero no es una característica distintiva ya que hay otros animales que también lo hacen, aunque, por ejemplo en el caso de algunas especies de insectos, sea de una forma estrictamente instintiva y no intervenga el aprendizaje59. Podemos decir, más bien, que sería una característica que diferencia a los homínidos de sus parientes más próximos, adquirida ex novo. Es decir, sería una característica genérica: propia del género Homo60.

8.2 CONCLUSIÓN TEOLÓGICA.

Por ciertas características, tanto biológicas como morfológicas y comportamentales, podemos considerar adecuado el encuadre de las especies Homo hábilis, Homo erectus y Homo sapiens dentro de un mismo género: el género Homo. Este género se caracteriza sobre todo por dos tipos de comportamiento:

La posibilidad de fabricar instrumentos secundarios, característica exclusiva del género Homo entre todos los seres vivos. Es decir: el ser “ Homo faber “ es una característica estrictamente genérica.

El hecho de compartir los alimentos, consecuencia de una determinada estructura social, que no es una característica exclusiva, pero que podemos llamar genérica en sentido amplio, porque no se da en los géneros más próximos, es decir: es una característica adquirida por el género Homo. Por tanto es también una característica genérica, lo que podemos llamar, el ser “Homo communicans”.

Según Kitahara-Frisch “si el hombre se nos presenta a la vez como aquél que transforma su medio de vida (“Homo faber”) y como ser que no puede sobrevivir más que en y por compartir (“Homo communicans”), ¿el teólogo no puede en buen derecho leer en ello las características principales de la faceta por la que el hombre aparece como imagen de Dios? Imagen de Dios Creador, dando ser y forma a lo que no la tenía, imagen también de Dios Trinidad que no vive

58 Cf. M. Robert D., Capacidad cerebral y evolución humana, Investigación y Ciencia, XII-94.59 Hay mamíferos sociales en que sí interviene un cierto aprendizaje esta capacidad: Cf. P. W. Sherman; J. U. M. Jarvis, y S. H.Braude, Ratas topo desnudas, Investigación y Ciencia, X-92.60 Cf. J. Kitahara-Frisch, o. c., pp.246-248. A. Broglio y J. Kozlowski, o. c., pp.86-94 (para Homo hábilis), pp.79-123 (para Homo erectus). D. H. and D. V. Nitecki, The evolution of human hunting, Plenum, New York, 1987.

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más que en un don mutuo donde cada persona comparte con las otras la totalidad de lo que Ella es y posee”61.

Sin embargo, tanto la imagen de Homo faber como la de Homo communicans, son imágenes imperfectas, aunque sean las más perfectas que han surgido por el desenvolverse de las fuerzas naturales: Dios Creador conoce en el Verbo lo que crea a través de Él, y crea algo que antes ha preconcebido. El Homo faber transforma su entorno pero sin comunicarle nada de su individualidad, sin una preconcepción, lo hace como algo que es útil para la conservación de su especie: precisamente sus características hacen que sólo tenga posibilidad de conservarse por medio de esa transformación.

Las personas divinas, en sus relaciones intratrinitarias no comparten, si no que se comparten. El Homo communicans sólo comparte algo exterior a él, como un mecanismo también desarrollado por su utilidad para la conservación de la especie. El Homo faber-communicans es un ser precario con una existencia efímera dentro del orden natural. En cambio el Homo sapiens, que es también faber y communicans por su misma estructura biológica —su cuerpo está hecho, por la misma evolución, para trabajar y para compartir—, añade a estas dos características, que son genéricas, una estrictamente específica que no puede ser educida del orden de la naturaleza material, y que le convierte en imagen de Dios Trinidad en sentido propio: esta característica es, precisamente, la de ser sapiens, la de poseer una espiritualidad que le hace ser persona, como lo son las tres personas divinas, una propiedad no de la especie —en sentido biológico—, sino de cada individuo que le hace ser, precisamente, individuo en el pleno sentido de la palabra: portador de una individualidad que no procede de la especie, sino de un concreto acto creador de Dios.

Lo más característico del Homo sapiens no es lo genérico sino lo específico. Podemos decir que biológicamente el Homo sapiens pertenece al género Homo, al Orden de los mamíferos, al Reino animal; pero su exclusiva característica —su personalidad— le separa esencialmente, en el plano existencial, de cualquier otro ser vivo. Tanto es así que podríamos decir sin ninguna exageración, sino más bien quedándonos cortos, que, en el plano existencial, el Homo sapiens constituye un nuevo Reino que podría llamarse “hominal”.

El trabajo es una característica genérica del hombre —Homo faber—, pero su característica específica es la de realizar ese trabajo con sabiduría —Homo sapiens—, es un trabajo no sólo material, sino que tiene además una dimensión contemplativa: el hombre gracias a su capacidad contemplativa diseña, razona sus instrumentos, los concibe antes de realizarlos, y al emplearlos arti-ficializa la Naturaleza, la hace arte. No la transforma sin más —como el Homo sólo faber—, sino que la comunica algo de su personalidad, de su individualidad.

Es una característica genérica del hombre el compartir, pero es una característica específica el compartirse, el autocomunicarse de sí mismo, realizándose como persona62 a imagen de la autodonación personal intratrinitaria. El hombre se da, hace a otros partícipes de sí, por medio de su trabajo contemplativo. La vertiente de utilidad, utilitarista, del trabajo es sólo secundaria, está absorbida por la finalidad de realización personal: la persona se perfecciona perfeccionando a las otras en un don mutuo.

El Homo sapiens que sólo busca una finalidad utilitarista se comporta sólo genéricamente, como un Homo faber carente de personalidad. Y hoy, con el poder cultural que ha heredado del Homo sapiens, tiende necesariamente a la destrucción de la Naturaleza. El Homo sapiens que se olvida de su ser persona es el ser más deplorable y miserable, un ser fallido que no ha desarrollado lo esencial de su ser, su personalidad. Traiciona su especificidad, traiciona a su naturaleza y a toda la Naturaleza. Es un ser más precario que el Homo estrictamente faber, porque no desaparece naturalmente, sino que va hacia su autodestrucción. Y puede arrastrar detrás de sí a toda la Naturaleza. Las fuerzas de la Naturaleza durante miles de millones de años han cumplido el cometido que les correspondía de extender la vida por toda la tierra: no es una

61 Cf. J. Kitahara-Frisch, o. c., p.249.62 Cf. R. Spaemann, Lo natural y lo racional, Rialp, Madrid 1989, pp.82 y ss.

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casualidad que el hombre haya aparecido cuando la diversidad biológica había alcanzado su máximo absoluto63.

El hombre transciende estas fuerzas y puede llevarlas a su plenitud, pero paradójicamente es también el único ser vivo que se puede oponer a ellas. Con la Redención, el hombre tiene la posibilidad de hacer algo más que llevar a la Naturaleza a su plenitud, tiene la posibilidad de santificarla cuando la transforma, introduciéndola en el orden de la Redención, que finaliza a Cristo toda la creación. El hombre natural contempla la Naturaleza, y así la perfecciona, la humaniza. El hombre elevado, al contemplarla, la santifica. Hoy el hombre que transforma la Naturaleza por medio de una verdadera contemplación racional, se santifica y la santifica. De lo contrario se deja cosificar por ella: su trabajo, en vez de santificarle y santificar, le cosifica y cosifica: la Naturaleza se vuelve contra él. Ni el Homo sapiens ni la Naturaleza han estado hasta hoy en peligro de extinción, pero hoy, un Homo faber, con una herencia legada por el Homo sapiens, ha hecho aparecer por primera vez ese peligro.

9. EPÍLOGO

La ciencia experimental y la filosofía son saberes que se complementan. Son como dos caminos paralelos que no se cruzan, pero que se iluminan mutuamente. A primera vista, parece que los avances de la ciencia, al desvelar los mecanismos de la naturaleza, eliminan la admiración ante ella. Sin embargo, los nuevos hallazgos no suprimen el asombro de los científicos.

Para comprender mejor las causas últimas del orden existente en el universo y la sorprendente singularidad del hombre, es muy útil conocer básicamente el estado actual de las ciencias experimentales sobre estas cuestiones.

“La cuestión sobre los orígenes del mundo y del hombre es objeto de numerosas investigaciones científicas y ha enriquecido magníficamente nuestros conocimientos sobre la edad y las dimensiones del cosmos, el devenir de las formas vivientes, la aparición del hombre (...)” (Catecismo de la Iglesia Católica, n.283).

“El gran interés que despiertan estas investigaciones está fuertemente estimulado por una cuestión de otro orden, y que supera el dominio propio de las ciencias naturales. No se trata sólo de saber cuándo y cómo ha surgido materialmente el cosmos, ni cuándo apareció el hombre, sino más bien de descubrir cuál es el sentido de tal origen: si está gobernado por el azar, un destino ciego, una necesidad anónima, o bien por un Ser transcendente, inteligente y bueno, llamado Dios (...)” (Catecismo de la Iglesia Católica n.284, cf. también n.285). Es decir: la búsqueda de las últimas causas —filosofía— nos lleva a querer conocer mejor lo concreto —ciencia experimental—, y viceversa. Ambos saberes se iluminan mútuamente, pero no se pueden mezclar, porque los métodos que utilizan para llegar a sus conclusiones son distintos.

La ciencia experimental ha conseguido grandes logros pero, por su propio método, sólo puede experimentar con la materia. Sin embargo, no son pocos los científicos que, aunque pretenden hacer sólo ciencia experimental, se salen del ámbito propio de esa ciencia, y hacen abstracciones, propias de la filosofía, como si se derivaran directamente de sus datos experimentales.

Es el caso, por ejemplo, de los autores del famoso libro sobre los descubrimientos de Atapuerca “La especie elegida”64: al principio y al final del libro, se salen un poco de su campo; he aquí algunos ejemplos:

Cuando dicen “A diferencia de la selección artificial que el hombre lentamente efectúa con animales y plantas, potenciando determinadas características para mejorar su productividad, la selección natural no persigue ningún objetivo”. Según esto “todas las especies (incluida la nuestra) son igualmente perfectas”. Esto es cierto relativamente porque si, como ellos piensan, el hombre es sólo fruto de esa selección natural, al menos en el caso del hombre, esa afirmación

63 Cf. E. O. Wilson, La biodiversidad amenazada, Investigación y Ciencia, XI-89, p.67.64 La especie elegida, Juan Luis Arsuaga e Ignacio Martínez, Temas de hoy, Madrid 1998.

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es falsa porque, como es evidente, el hombre sí se propone fines —por ejemplo, ellos al escribir su libro—, y esto quiere decir que si la evolución no está finalizada —afirmación que no corresponde al método de la ciencia experimental— al menos ahora sí, porque un producto de la evolución —nosotros— sí se propone fines, y puede influir de muchas maneras en el futuro de la misma evolución. En este sentido podemos comentar su siguiente afirmación:

“Pero quien prefiera imaginar la evolución como una flecha que apunta hacia nosotros desde el principio tendrá que responder de qué oscuras fuerzas internas podrían guiarla en la dirección adecuada, independientemente de lo que suceda a su alrededor. ¿O en realidad se trata de fuerzas que actúan desde más allá del mundo natural? En este último caso nos situaríamos fuera del terreno de la Ciencia, que es el de este libro y el de sus autores”65.

Es cierto que son respetuosos con otras posturas e intentan mantenerse al margen de discusiones, pero no lo consiguen del todo. Otro claro ejemplo es cuando hablan de posibles leyes que rijan la evolución —tema de actualidad entre los especialistas sobre todo de fuera de España— de las que no son partidarios:

“Para los partidarios de que la Historia de la Vida refleja un programa que se despliega en el tiempo, la evolución sería en cierto modo comparable al proceso del desarrollo que conduce desde el embrión hasta el adulto, obedeciendo leyes preestablecidas (naturales pero que todavía no entendemos bien). Evidentemente, el recurso a fuerzas internas misteriosas, aún por descubrir o indescubribles, siempre estará a disposición de quien quiera dar un significado, un sentido, o un propósito a la Historia de la Vida66”.

“Pero si es cierto que hilos invisibles han dirigido la evolución lineal y ordenadamente hasta nosotros desde la noche de los tiempos, ¿qué hacemos entre tanta diversidad de seres vivientes? (...). No se aprecia una escalera hacia ninguna parte, sino un árbol con numerosísinas ramas, y sin ningún tronco o eje principal. La evolución no es lineal, sino divergente”.

Aquí podríamos comentar, por poner sólo un ejemplo, que si científicos como Newton no hubieran buscado esos “hilos” o “leyes” ocultas e invisibles en la naturaleza, hoy nadie habría oído hablar de la Ley de la Gravitación Universal y, probablemente ni los autores de este libro, ni nadie, conocería la posibilidad de hacer ciencia experimental. Está claro que cuando Newton se preguntó si existiría alguna ley por la que los cuerpos se atraen, no lo hacía como científico, sino como hombre que se pregunta por causas no inmediatas ni evidentes a primera vista, es decir, como filósofo: siguiendo el método de la filosofía, que también es una ciencia.

En este sentido son esclarecedoras las siguientes palabras de Juan Pablo II:

“El hombre tiene muchos medios para progresar en el conocimiento de la verdad, de modo que puede hacer cada vez más humana la propia existencia. Entre estos destaca la filosofía, que contribuye directamente a formular la pregunta sobre el sentido de la vida y a trazar la respuesta: ésta, en efecto, se configura como una de las tareas más nobles de la humanidad. El término filosofía según la etimología griega significa «amor a la sabiduría». De hecho, la filosofía nació y se desarrolló desde el momento en que el hombre empezó a interrogarse sobre el por qué de las cosas y su finalidad. De modos y formas diversas, muestra que el deseo de verdad pertenece a la naturaleza misma del hombre. El interrogarse sobre el por qué de las cosas es inherente a su razón, aunque las respuestas que se han ido dando se enmarcan en un horizonte que pone en evidencia la complementariedad de las diferentes culturas en las que vive el hombre (...) La gran incidencia que la filosofía ha tenido en la formación y en el desarrollo de las culturas en Occidente no debe hacernos olvidar el influjo que ha ejercido en los modos de concebir la existencia también en Oriente. En efecto, cada pueblo, posee una sabiduría originaria y autóctona que, como auténtica riqueza de las culturas, tiende a expresarse y a madurar incluso en formas puramente filosóficas. Que esto es verdad lo demuestra el hecho de que una forma básica del saber filosófico, presente hasta nuestros días, es verificable incluso en los postulados

65 P. 31.66 P. 32.

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en los que se inspiran las diversas legislaciones nacionales e internacionales para regular la vida social67”.

“La capacidad especulativa, que es propia de la inteligencia humana, lleva a elaborar, a través de la actividad filosófica, una forma de pensamiento riguroso y a construir así, con la coherencia lógica de las afirmaciones y el carácter orgánico de los contenidos, un saber sistemático. Gracias a este proceso, en diferentes contextos culturales y en diversas épocas, se han alcanzado resultados que han llevado a la elaboración de verdaderos sistemas de pensamiento. Históricamente esto ha provocado a menudo la tentación de identificar una sola corriente con todo el pensamiento filosófico. Pero es evidente que, en estos casos, entra en juego una cierta «soberbia filosófica» que pretende erigir la propia perspectiva incompleta en lectura universal. En realidad, todo sistema filosófico, aun con respeto siempre de su integridad sin instrumentalizaciones, debe reconocer la prioridad del pensar filosófico, en el cual tiene su origen y al cual debe servir de forma coherente68”.

Teniendo en cuenta que esto es la filosofía podríamos resolver una cuestión que para los autores de La especie elegida es muy difícil: según dicen “eso que llamamos «inteligencia» es un concepto de difícil definición...”, resulta que para la ciencia experimental es imposible, porque por su propio método, definir conceptos no entra dentro de su campo, pero la filosofía ha dado definiciones satisfactorias de lo que es la inteligencia desde hace, al menos, 2500 años.

“El hombre —dice el Papa— deseoso de conocer lo verdadero, si aún es capaz de mirar más allá de sí mismo y de levantar la mirada por encima de los propios proyectos, recibe la posibilidad de recuperar la relación auténtica con su vida, siguiendo el camino de la verdad69”.

Hemos visto cómo los datos que se desprenden de la ciencia experimental, en relación con la evolución y el origen del hombre, encajan mejor con una filosofía realista que con otras que han estado en la base de muchas teorías, llamadas científicas, que han intentado llegar a una explicación global de esos datos. Por ejemplo, los datos científicos apoyan la existencia de una parte espiritual en el hombre, la realidad de una naturaleza única y estable que tiende a la sociabilidad humana como algo propio.

Hay algo estable y algo cambiante. Concepciones, por ejemplo de tipo hegeliano, han supuesto, más o menos inconscientemente, el olvido de lo que es estable y la extrapolación de lo cambiante a todos los campos del saber, con la consiguiente desaparición de valores permanentes. El hecho de que en el universo se dé una evolución en la materia no significa que todo lo real sea evolución, sin embargo ésta ha sido la concepción dominante en el siglo XX, que se va desmoronando a medida que van apareciendo nuevos datos.

67 Enc. Fides et Ratio, n. 3.68 Ibidem, n. 4.69 Ibidem, n.15.

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