Vientre plano

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VIENTRE DE PLATA

Una tarde del pasado verano, á, la hora de la música,tres j6venes parisienses del gran mundo, el marquésAndrés de Létanches, el vizconde Enrique de Belgriny el bar6n Jorge de Lizieux paseá,banse fumando pi-tillos por la playa d.e Dieppe.Con expresi6n altiva á la vez que indiferente en la

mirada, propia de personajes que á la edad. de veinti-cinco anos lo saben todo y nada encuentran que excite

su interés¡ni una mujer¡ni un vino, ni un plato con-

templaban el parterre cuajado de lindísimas banistas.De pronto, en medio de las criticas más 6 menos

chuscas, ya de las hinchazones de ciertas damas dela to comercio, ya de los codos puntiagudos de variasl

senoritas casaderas, mostráronse unos á otros, con ex-trana mímica, tratándose de troneras estragados, una

mujer. linda y elegante. Avanzaba del brazo de su ma-rido, un caballero vestido de negro, de barba azafra-

nada, mejillas caídas y encorvada barba, grueso y cortode talla; un hombre francamente feo, con la cabeza maldesbastada¡ como construída bajo el infiujo de una pe-sadilla¡ con el rostro velludo en exceso, frente depri-mida y nariz de punta rojiza, descoloridos ojos y largasorejas,

— terror de los chiquillos y de los monos.Eran el conde y la condesa de Simiane.—

¡Cuidado que es feote!— ¡Ella si que es hermosa!—

!Guaplslnla!Létanches, Belgrin y Lisieux. saludaron á la pareja.

M. de Simiane les devolvió un saludo grave y triste; lacondesa les sonrió amablemente.

Asi que ambos hubieron tomado sitio entre los ba-

nistas, el vizconde de Belgrin murmur6:

¡Joven, linda, rica, distinguida... y el vientrede plata!... ¡Esto si que es horrible, horrible de

veras!—

1El vientre de plata?— repitió el marqués deLétanches con voz más consternada que la del

vizconde.

¡Pobre condesa!— exclamó Lisieux.

¡Pobre Simiane!— terminó Belgrin.

Una hora más tarde, los tres amigos tomabanla absenta en la terraza del casino, y divisaron áM. y Mme. de Simiane dando un rodeo inimagi-nable para regresar á su villa.— El conde nos evita; se da vergüenza de nos-

otros — declaró Belgrin.—

1Por causa de su cabeza ó por el vientre de

su mujer?—

preguntó Létanches.—

brin duda por ambas cosas! — afirmó Bel-

grin.—

¡Ese Simiane es un tunantuelo!El marqués Andrés de Létanches, normando

astuto, guapo y buen mozo, con bigote rubio yvivos ojos de azul oscuro, exclamó:—

¡Esa mujer es preciosa: casi... casi me entu-

siasma!!Qué admirable frescura la de su tez!—

¡Chit!... — interrumpió el vizconde de Bel-

grin.—

¡Qué frescura! ¡qué frescura!—

¡Pues esa frescura que tanto te enardece...esa frescura es el signo característico y fatal...Y como el vizconde estuviese mejor informado

que sus camaradas de ciertas interioridades,añiadió:

— iVo ignoráis seguramente que, desde su ma-

trimonio, es decir, hace dos años, Leandro de Si-miane no es el mismo hombre; ha enterrado su

vida de soltero... sí¡ toda su existencia, y almismo tiempo ha sepultado la de su mujer. LosSimiane van raramente al Bosque, y apenas si detarde en tarde, los encontráis en el teatro ó en elcirco. De los doce meses del ano pasan lo menos

ocho en sus posesiones de Beauvoisis. Jamás

aceptan invitaciones, ni reciben nunca á, nadie.

El marido no juega ya, no bebe, no sale; le tienemiedo al mundo¡ á, su sombra, y es raro que sehaya decidido á venir á Dieppe. 1Habrán orde-nado los médicos que tome banos de mar la con-

desa? No anticipemos los sucesos, como dicen enlas novelas. El pasado invierno, cuando la asamblea

tr

general del club, pregunté á Simiane las razones dee suristeza; Leandro y yo somos amigos de infancia, ypuedo hablarle con entera libertad. «1Qué te hace faltapara ser dichoso?, le dije. 6No te has casado con unamujer hechicera¡ con la senorita Eva de Grandval,aquella prima tuya de quien estabas locamente apa-sionado. 1No tienes rentas para cubrir cien veces tus?

necesidades y satisfacer todos tus caprichos? Pues á,

qué viene ese dolor¡ esa tristeza que acusa tu sem-

ues

blante?» Leandro se estremeci6; después, cogiéndomebruscamente del brazo, me llevó á, una sala aislada.

«Soy ¡me dijo, el más infeliz de los hombres! Mi mujerno es una mujer.... A consecuencia de terribles alum-I

. ¡ u~er

bramientos, ha tenido que sufrir una operación atroz...»Respetuoso ante su desgracia, hice un gesto para in-terrumpirle, pues si la ropa sucia es sabido que debe

lavarse en casa, con mayor razón deben curarse en lo

secreto del hogar todas las llagas... Pero él continuó:

«!Es preciso que lo sepas todo... lo quiero! ...» A pesare mis enérgicas protestas, de mis simulacros de fuga,de una tos pertinaz que fingí á riesgo de desgarrarmee pecho, Leandro de Simiane narró la operación, sinomitir un incidente, lo mismo que un cirujano. Des-cribió los estragos causados en el cuerpo de su mujeu mujer,en aquella viviente academia, admirable en otro tiempo ¡

mutilada hoy¡ sajad.a, capaz de hacer cobrar horror alsexo... «!Basta!... ¡basta!,exclamé; ¡por favor¡Leandro¡no prosigas!...>; pero él, nada, tomaba otra vez el relatodonde lo interrumpiera, y á, la fuerza me arrastraba

hasta la alcoba conyugal, hasta el templo del amor...Crei que se hubiese vuelto loco. Pero no su calma era

perfecta; explicábase con el sosiego de un profesor deanatomia al disecar un cadáver de ramera ante la con-

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gregación de lanceteros. Zn vez de hablar de su mujeren términos corteses, con delicadas frases de hombre

galante y apasionado; en lugar de velar el cuadro delas dolencias de la esposa, complacíase en los detallesescabrosos y repugnantes. Decía, y os juro en verdad

que me lo dijo: .«¡Si contemplases ese vientre, les to-marías aversi6n eterna á las mujeres!n <Sin embargo,observé, tu esposa nada ha perdido de su belleza; tuveel honor de ponerme á, sus pies, uno de los viernes de la

princesa de Sachs-Rantel, y la condesa tenía una en-

carnación soberbia, una frescura...» «¡La frescura demi mujer, respingó alzándose, ignoras de dónde pro-viene! ..» Y sin aguardar más, con acento de flsga,vibrante y siniestro¡comparó á la condesa con una de

esas flores silvestres! que crecen lozanas sobre la tierrade las tumbas, cuyas podredumbres desarrollan y acti-

van, bajo la acción deÍ sol, las espléndidas floraciunes...Cuanto más fresca la condesa> más enferma estaba, másse exacerbaba el cáncer que la roía! Zn sus evocaciones

fúnebres, bisturís y escalpelos tomaban movimiento yvida, y era aquello un cortejo de aceradas hojas, de

f6rceps, d.e cuchillos aflladísimos!... Me escapé, atur-

dido... y hoy, senores, cuando me acerco á Mme. de

Simiane, me parece que de ella se desprende un hedor

espantoso, capaz de apestar toda la tierra.— iDiablo!

— exclam6 Lisieux derriband.o una botella

en un movimiento súbito;— Simiane puede dormir tran-

quilo; no trataré de adornarle la frente!Zl marqués de Létanches lanzó una carcajada.— ¡No está malo el cuento! Magnífic!... ¡Y yo que

me había sonado ese vientre de plata!... !Amigos, dejadque me ría de vuestra torpeza...! ¡Cómo! áno adivináisP—. ;qué...?— Antes de ocho días os daré la clave del yroblema.

La condesa Zva de Simiane no tenía el vientre de

plata, ni ei cuerpo mutilado; su sexo guardaba orgu-llosamente todos sus hechizos; su frescura era comple-tamente natural, y el marido... un celoso! He aquí lo

que todavía ignoraban Belgrin y Lisieux, y lo queacababa de adivinar Létanches ¡con ánimos de no echar

en saco roto su presunción.Después de su viaje de boda, Leandro de Simiane se

contempló en un espejo, y al verse tan feo, tuvo miedo.Entonces imagin6 aquel ardid para alejar á, los aman-

tes, confiándos primero al vizconde Enrique de Bel-grin¡después á otros, hasta que toda la grey conquis-tadora qued6 convencida de que si la condesa vivíacomo una reclusa, era porque padecía una de esas en-fermedades puerperales cuya sola y terrible evocaci6nordena á todos los hombres bendecir y respetar las en-tranas que los llevaron animosas.

Varias veces¡en Dieppe, la condesa, ignorante de las

bárbaras maquinaciones de su marido, se había sofo-cado ante las miradas harto indiscretas de los banistasde la colonia, Turbada en extremo, decíale á Simiane:—

áPor qué me examinarán esos hombres como unanimal curiosoP

Y él, ir6nico y feroz¡contestaba:— ¡Es que te encuentran linda!

Obligado por asuntos perentorios á, trasladarse porunos días á su castillo de Beauvoisis, el conde Leandroquiso renovar la historieta á, Belgrin y á sus amigos.'Un día llegóse al Casino, y en presencia de los tres

jóvenes, representando á maravilla su comedia, se la-mentó de la triste suerte de su esposa. Veíase forzado á,

partir... 1La encontraría viva á, su regreso?... Zl malestaba en su paroxismo!... ¡Pobre marido! ; marchábasedesolado... ¡aquel asunto maldito reclamaba su presen-cia!...; pero volvería pronto¡ muy pronto!Zl feísimo conde se retiró guinando el ojo, dejando á

Belgrin y á, Lisieux sumidos en el horror profundo queles inspiraba aquella infeliz mujer que, parecida en sudesgracia á, un general glorioso, llevaba un vientre deplata... pero un vientre sin gloria.

Desde la manana siguiente, Andrés de Létanches

emprendió su campana amorosa galanteando á Mme. deSimiane. El joven encontró una mujer amable, espiri-tual, una de esas esposas martirizadas por un tirano¡y que gustan de celebrar la ausencia del verdugo.La cosa fué breve.

Acariciando con la mirada el cuerpo encantador ydelicado de la condesa, vagaba en lus labios de Andrésuna sonrisa altamente singular.—

áPor qué sonríe usted siempre mirándome P—

pre-

guntó por fln la joven, temerosa á la vez que despecha-da.— <Se burla usted. de míP ¡No creo haber dado á

usted motivo para tratarme con tan poca generosidad!Las vacilaciones del marqués d.esaparecieron ante las

palabras y la sospecha de la dama. Con veladas frasesde hombre culto que sabe cubrir con las flores del

lenguaje lo atrevido de una confesión, expuso lo quede ella se decía ya públicamente.—

¡Vientre de plata!— gimió la condesa.

!Oh mise-rable embustero! ¡Oh tigre cruel y celoso!...Sofocada de c61era, tuvo por fin la explicación de las

curiosidades malsanas, de los signos de horror, de los

gestos de repulsión que, al acercarse ella, se producíanen la playa; medía ahora la extensión del abismo en

que la ferocidad de un celoso había procurado hundirla!

Aquella noche, Mme. de Simiane se acostó muy con-tenta. En sus labios retozaba la risa.

El conde llam6 á, la puerta.—

;Leandro! — suspiró la condesa con su angelicalacento.

Y se hundi6, zalamera ¡en elmullido lecho para hacersitio á su senor y dueno.

Simiane prodigó á, su mujer ardientes caricias, perode pronto se detuvo bruscamente y echóse á, temblar

como un azogado. Su mano derecha acababa de posarsesobre una superficie metálica; palp6 con la otra mano yen las profundidades del lecho prodújose un sonido

argentino.Sobresaltado, Simiane gritó:—

j Zva!—

áAmígo mío?—

<E... E... EvaP— 1Qué sucedeP— Aquí... aquí... @bajo...—

¡Se ha excedido usted bebiendo Champagne! ¡Puesduerma usted y déjeme dormir... ¡Estoy horriblementeenferma!—

!Ho... ho... horri... riblemente enferma P— ¡Claro! como siempre!Lívid.o, pasmado ¡

erizado el cabello, Simiane gol-peaba con las yemas de los dedos la plancha resonante,arqueada y pulida como una coraza, mientras que la

condesa, atacada de un formidable acceso de risa,mordía las sábanas para no soltarla á todo trapo.— Sí senor — declaró la joven, poniéndose grave de

pronto; — tengo un vientre de plata¡ el vientre sonado

por usted y anunciado á, sus amigos; un vientre que ha

llegado de París esta manana misma, un vientre adap-tado por un hernista célebre, taraceado por un maestro

joyero, con la corona y las armas algo modificadas delcondado de Simiane. El vientre por usted insultado

lleva: un buho azorado de plata en campo de gules, sos-teniendo en su pico dos cuernos de abundancia; en la

parte superior del escudo, sembrada de azur é incrue-

tada ya de diez y nueoe estrellas amarillentas, del colorde la barba de usted...—

¡Senora!—

¡Y ahora> caballero¡ levántese usted, vístase y

salga! Vaya usted. al Casino y talle: tendrá, usted unasuerte fabulosa!... Yo no soy ya la esposa de usted¡soy,de aquí en adelante ¡ ¡la mujer del vientre de plata!

DUBUT DE LAFoREsT.

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