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“Soria en Campos de Castilla” Conferencia pronunciada por Jesús Bozal Alfaro en la Casa de Cultura de Collioure (Francia) el día 19 de febrero de 2012, con motivo del LXXII aniversario de la muerte de Antonio Machado. Cuando se clausuraron los actos del I Centenario de la llegada de Antonio Machado (1907-2007) a Soria, tuvimos la sensación de que seguía siendo necesario profundizar más en la relación de Machado con los habitantes de esta ciudad, “con los cuales, como escribió Julián Marías, se siente en comunión fraterna”. La vida, insiste este filósofo, “es singular, pero a la vez convivencial .” Es decir que la obra literaria de Antonio Machado, CAMPOS DE CASTILLA, que tiene a Soria como uno de sus principales protagonistas, no es el fruto de un trabajo elitista, sino que, dirigido al pueblo (“escribiendo para el pueblo, diría el poeta, se escribe para los mejores”), surge del necesario contacto diario con las miradas, las palabras, las expresiones de alegría y de dolor, de sus convecinos sorianos. “La experiencia, insiste Julián Marías, de su propia vida en un lugar concreto:…”; “la vida que pasa aquí y ahora: en Soria, en Castilla, en la ribera del Duero, entre San Polo y San Saturio, junto a los álamos del amor.” (la vie qui se passe ici et maintenant: à Soria, en Castille, au bord du Duero, entre Saint Polo et Saint Saturio, à côté des peupliers de l ´amour)

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 “Soria en Campos de Castilla”Conferencia pronunciada por Jesús Bozal Alfaro en la Casa de Cultura de Collioure (Francia) el día 19 de febrero de 2012, con motivo del LXXII

aniversario de la muerte de Antonio Machado. 

 

Cuando se clausuraron los actos del I Centenario de la llegada de Antonio Machado (1907-2007) a Soria, tuvimos la sensación de que seguía siendo necesario profundizar más en la relación de Machado con los habitantes de esta ciudad, “con los cuales, como escribió Julián Marías, se siente en comunión fraterna”.

La vida, insiste este filósofo, “es singular, pero a la vez convivencial.” Es decir que la obra literaria de Antonio Machado, CAMPOS DE CASTILLA, que tiene a Soria como uno de sus principales protagonistas, no es el fruto de un trabajo elitista, sino que, dirigido al pueblo (“escribiendo para el pueblo, diría el poeta, se escribe para los mejores”), surge del necesario contacto diario con las miradas, las palabras, las expresiones de alegría y de dolor, de sus convecinos sorianos. “La experiencia, insiste Julián Marías, de su propia vida en un lugar concreto:…”; “la vida que pasa aquí y ahora: en Soria, en Castilla, en la ribera del Duero, entre San Polo y San Saturio, junto a los álamos del amor.” (la vie qui se passe ici et maintenant: à Soria, en Castille, au bord du Duero, entre Saint Polo et Saint Saturio, à côté des peupliers de l´amour)

Y, efectivamente, fue allí, en Soria, en donde Antonio Machado compartió, con todos sus habitantes, no sólo un espacio físico, una naturaleza áspera pero a la vez digna y hermosa, y cinco años de su vida, sino también una filosofía de la vida basada en el sentido común colectivo; en la aceptación del tú, como algo fundamental para el yo; resumido, si se quiere, en ese viejo proverbio castellano: “nadie es más que nadie.” “(Personne ne plus que personne)

Pero, además de compartirlo todo con el pueblo soriano, Antonio Machado supo estar también a la altura del intelectual comprometido con el futuro de esa ciudad. Prestando, por ejemplo, su colaboración gratuita, desde su llegada en 1907, en cursos nocturnos organizados para mejorar el nivel cultural de sus trabajadores; poniendo en práctica el sistema de enseñanza más avanzado de la época, aprendido en la Institución Libre de Enseñanza; colaborando en la prensa de la ciudad; trasmitiendo en fin a los niños sorianos consejos de alto calado ético en el discurso, por ejemplo, de

homenaje a Antonio Pérez de la Mata (1910): “Respetad a las personas”; “no aceptéis la cultura postiza”; ”Estimad a los hombres por lo que son, no por lo que parecen”.

            Por todas estas razones, cuando Jacques Issorel me propuso participar en este acto, solo se me ocurrió proponerle hablar hoy, aquí, en Collioure, de Soria en Campos de Castilla, en este año 2012, I Centenario de la muerte de Leonor Izquierdo y de la publicación de una de las obras claves de la literatura en lengua castellana, y, por lo tanto, de la literatura universal, que tiene a Soria, repito, como uno de sus principales protagonistas..

            Soria en Campos de Castilla ocupa un espacio muy destacado, ya que 19 de los poemas que figuran en ese libro le están enteramente dedicados: A Orillas del Duero, Por Tierras de España, El Hospicio, Orillas del Duero, Un Loco, Campos de Soria, La Tierra de Alvargonzález, A un olmo seco, Recuerdos, Al maestro “Azorín” por su libro “Castilla”. Caminos: CXVIII; “Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería” (CXIX), “Dice la esperanza: un día” (CXX), “Allá, en las tierras altas” (CXXI), “Soñé que tú me llevabas” (CXXII), “Una noche de verano” (CXXIII), “Al borrarse la nieve” (CXXIV), “En estos campos de la tierra mía” (CXXV). A José María Palacio, Adiós (CXXVI).

            Las cosas de Soria, reflejadas en estos poemas, están presentes, como escribe Julián Marías (Antonio Machado y la experiencia de la vida, 66), “no como meras cosas, sino como realidades vividas (des réalités vécues), …” Es decir: que Machado habla de Soria en este libro porque la conoce perfectamente: el Duero, por donde acostumbraba a pasear, el Hospicio, el Castillo, la Placeta del Mirón, El Espino, San Polo y San Saturio, junto al Duero. Conoce a sus gentes, por haber escrito estos poemas mientras convivía con ellas. Y a Leonor, de la que hablaremos más adelante. Y ha recorrido los parajes sorianos que para él son entrañables porque forman parte de su experiencia personal en una ciudad de la que dice que “es una escuela admirable de humanismo, de democracia y de dignidad.” (une école admirable d´humanisme, de démocratie et de dignité.”

Para estudiar, pues, esta presencia de Soria en Campos de Castilla, hemos dividido nuestro trabajo en tres partes: En la primera, hablaremos de su visión de la ciudad. En la segunda, abordaremos el paisaje soriano, y en la tercera, de su visión de las gentes que habitan aquella ciudad.

 

  LA CIUDAD DE SORIA

Ciudad hermosa, ciudad decrépita

 Cuando llega Machado a Soria, en el verano de 1907, se encuentra con una doble realidad. En primer lugar, Soria, la pequeña ciudad castellana, en donde va a ejercer como profesor de francés, era una ciudad hermosa. Con ese epíteto acaba su primer poema soriano publicado en Soledades (Orillas del Duero): ¡Hermosa tierra de España! Por lo tanto, Soria era para él, en ese momento, la perfecta metáfora de esa España – la España rural, mayoritaria - que tanto preocupaba a los intelectuales de su generación. Es la afirmación de una “realidad absoluta, como escribe Mairena (2030), porque el poeta cree siempre en lo que ve, cualesquiera que sean los ojos con que mira.” Soria nos es presentada, además, como una barbacana/barbacane; es decir, una especie de baluarte, de punto avanzado de Castilla hacia el exterior, hacia lo otro:

                        “Soria es una barbacana,                          hacia Aragón, que tiene la torre castellana.”                        

(A orillas del Duero, XCVIII)

                               “-barbacana                                  hacia Aragón, en castellana tierra-”

(Campos de Soria, CXIII)

                        “Soria, mística y guerrera, guardaba antaño la puerta de Castilla como una   barbacana hacia los reinos moros que cruzó el Cid en

su destierro.” (La tierra de Alvargonzález)

Pero, frente esta realidad hermosa, a esa posición puntera, (d´avant-garde), Soria es también una ciudad pobre, decrépita. El doctor Guisande constataba, en un informe fechado en 1907, que a la excesiva mortalidad que existía en ese momento en Soria “… coopera la insalubridad (insalubrité) de la mayor parte de las viviendas, y especialmente las habitadas por clases de escasos recursos, verdaderas zahurdas (porcheries) impropias de ser habitadas ni siquiera por bestias.”; y coopera también a esa excesiva mortalidad la “escasez de jornales para obreros”; la ignorancia, el frío, la falta de instrucción higiénica.

Es decir, Soria era una ciudad con una población, de 7000 habitantes, mayoritariamente pobre, y así queda reflejado también en un artículo publicado por el famoso periodista Benito Artigas Arpón en Tierra Soriana

el 16 de mayo de 1907. En él, comentando la fiesta celebrada con motivo del nacimiento del Príncipe de Asturias, Alfonso de Borbón y Battemberg (10 de mayo de 1997; bautizado el 17 de mayo; fallecido en 1938), escribía lo siguiente:  

“Por eso el reparto de limosnas se vio extraordinariamente concurrido. Quinientas madres o hermanas, pálidas, anémicas, consumidas por las privaciones, víctimas de la miseria, acudieron a donde la Caridad se ejercía… ¡Quinientas madres o hermanas en éxodo trágico! ¡La tercera parte de la población indigente!”

Ése es el tiempo y la Soria que Antonio Machado describe en Campos de Castilla (CXIII):

“Soria du froid, Soria pure

avec son château guerrier

tombant en ruine, sur le Dour ;

avec ses murailles rongées

et ses maisons toutes noircies !

                                     ¡Soria fría, Soria pura,                                   cabeza de Extremadura,                                   con su castillo guerrero                                   arruinado, sobre el Duero;                                   con sus murallas roídas                                   y sus casas denegridas!   

 

¡Muerta ciudad de señores,soldados o cazadores;de portales con escudoscon cien linajes hidalgos,y de famélicos galgos, de galgos flacos y agudos, que pululanpor las sórdidas callejas,y a la medianoche ululan,cuando graznan las cornejas!

 La descarnada descripción de esta realidad urbana corresponde a su filosofía de decir la verdad “por encima de todo.” Porque, junto a esta

descripción, Antonio Machado pone en paralelo, con generosidad, su “cariño entrañable” (carta Pedro Chico) hacia ella:

                                   ¡Oh, sí! Conmigo vais, campos de Soria,                                   tardes tranquilas, montes de violeta,                                   alamedas del río, verde sueño                                   del suelo gris y de la parda tierra,                                   agria melancolía                                   de la ciudad decrépita,                                   me habéis llegado al alma,                                   ¿o acaso estabais en el fondo de ella?

                                  

                                   Oui, vous êtes en moi, campagnes de Soria,

                                   soirs tranquilles, monts de violette,

                                   allés de peupliers le long de la rivière,

                                   oh ! verte rêverie du sol gris

                                   et de la terre brune,

                                   âcre mélancolie

                                   de la ville décrépite.

                                   vous êtes parvenus jusqu´au fond de mon âme

                                   ou bien vous étiez là, peut-être, tout au fond ?

La ciudad de Soria son también, en Campos de Castilla, lugares concretos, que, a pesar del tiempo transcurrido, siguen evocando hoy - porque siguen formando parte de su paisaje urbano - esa relación entre Machado y Soria: La Audiencia

                                   “¡Soria fría! La campana                                               de la Audiencia da la una            

                                               Soria, ciudad castellana

                                               ¡tan bella! bajo la luna” (Campos de Soria, CXIII)

La curva de ballesta (la courbe d´arbalète), tan conocida, en torno a Soria; la placeta del Mirón (la place du Miron),... Y los campanarios (les clochers) que aparecen – fuera ya de Soria - como imágenes evocadoras para él de un pasado tranquilo y felizmente vivido: “Tendrán los campanarios de Soria sus cigüeñas” (Auront-ils les clochers de Soria leurs cigognes?).

Soria, sus rincones, paisajes, estaciones del año, dejaron una profunda huella en Machado. No hay sino leer las muchas expresiones de admiración que aparecen en sus poemas: “¡Oh Soria,..”; “¡Oh, tierra triste y noble,”; “¡Oh tierra ingrata y fuerte, tierra mía!”; ”¡Oh Duero,”; “¡Oh, sí! Conmigo vais, campos de Soria,”; “¡Oh, loma de Santana, ancha y maciza,”.

El poeta siente incluso un profundo orgullo al pronunciar su nombre: “En la desesperanza y en la melancolía / de tu recuerdo, SORIA, mi corazón se abreva. / Tierra del alma, toda,…” Hasta expresar, como mejor homenaje a la ciudad, su compromiso definitivo con ella:

Mi amor a Soria es grande, y el tiempo, lejos de amenguarlo, lo depura y acrecienta. Pero en ello no hay nada que Soria tenga que agradecerme. ¿Quién en mi caso no llevaría a Soria en el alma? (Carta a José Tudela, 23-07-1924)

Mon amour pour Soria est grand, écrit à son ami Pepe Tudela, et le temps, loin de le diminuer, l´accroît. Mais dans cela, Soria n´a rien à me remercier. Qui dans mon cas ne la porterait pas dans son âme !

 

Faltaría darles a cada uno de estos lugares descritos y vividos una interpretación poétíca más detallada, pero como dice Julián Marías: “… es el lector el que, llevado de su mano, “realiza” su propia interpretación poética de unos objetos que conservan así perenne frescura y un trasfondo de intactas posibilidades.”

Machado no solo manifiesta pues su admiración por la realidad soriana de entonces, “la tierra mía” - de su persona, no de su origen, que es Sevilla - sino que, al declarar que la hace suya, la convierte en heredera permanente de todo lo que sobre ella hay de valor universal y eterno en su obra.

 II

PAISAJE SORIANO

 

Mucho se ha escrito sobre el paisaje soriano en Campos de Castilla. Y es lógico. La descripción del paisaje soriano pone en evidencia todo su amor por la naturaleza en general: su contemplación, su curiosidad por ella, su deseo de observarla y conocerla. No es extraño pues que, además de expresar, describiéndola, su “comunión íntima” con ese paisaje, le sirva

también para contextualizar perfectamente el relato poético, sentimental, de su vivencia en la ciudad, y la convivencia con sus habitantes. Machado conoce perfectamente este paisaje, se lo ha recorrido entero, lo ha contemplado, lo ha estudiado minuciosamente. Por eso lo describe con tanta fidelidad, con tanto mimo, con tanta precisión, con tanta, se podría decir, “objetividad” sentimental.

Pero, para evitar equívocos, es necesario resaltar que el paisaje, en toda su grandeza, está, para él, absolutamente asociado al paisanaje. Es decir: a los habitantes de Soria. Como dice él mismo, hablando de su poesía: “No es la lógica lo que el poema canta, sino la vida, aunque no es la vida lo que da estructura al poema, sino la lógica.” (Reflexiones sobre la lírica). La vida. Es decir, en este caso: la vida de Soria.

En efecto, la poesía no es un objeto abstracto sino un objeto construido “sobre el esquema del pensar genérico”. Es decir: del pensar colectivo (de la pensée collective). Y de la vida de una época, y de la ideología de esa época. Parece evidente que no hay poema fuera de su tiempo, sino objeto totalmente contextualizado en ese tiempo y en ese lugar, con la influencia que ambos tienen sobre él.

En ese sentido, y solo en ése, es comprensible la presencia del paisaje soriano en Campos de Castilla. No, Machado no quiere convertir ese paisaje en un mito, en un sueño, digamos, inútil, “pura cucaña”, como diría Alfonso Guerra, sino en una realidad poética, bien expresada, que conviva con todas las demás realidades, al objeto de completar una visión nueva de esa realidad compartida. Como escribe Gaya Nuño (El Santero de San Saturio): ”Nadie había cantado al Urbión, a la sierra Cebollera y al Moncayo; nadie había contado con el indígena,...” Es decir: Machado canta lo que ama, lo que ve: el paisaje soriano. Y lo canta para ensalzarlo, para potenciarlo, para gravarlo, para inmortalizarlo. Para que exista eternamente.

La imagen símbolo del paisaje soriano en Campos de Castilla es la primavera, que nadie, escribe Gaya Nuño, había descubierto antes: “Los sorianos sabían del verano y del invierno, pero no supieron de la primavera silenciosa y humilde, hasta que no llegó nuestro don Antonio Machado. Pero ¿por ventura sabían algo de su paisaje? Antonio Machado, con todo el joven entusiasmo de su joven cátedra, se encontraba una Soria rodeada de paisaje inédito, tanto humano como geográfico.” Los sorianos sí conocían, por supuesto que sí, la primavera y valoraban, también, el paisaje que les rodeaba. Les faltaba, sin embargo, esa mano amiga que lo proclamara a los cuatro vientos. Esa fue la contribución del soriano Antonio Machado en agradecimiento a todo lo que él había aprendido en esa ciudad:  “Primavera

tarda, / ¡pero es tan bella y dulce cuando llega!...” (Printemps tardif, mais il est si beau, si doux, quand il arrive)

                                   “Primavera soriana, primavera

                                   humilde, como el sueño de un bendito,

                                   de un pobre caminante que durmiera

                                   de cansancio en un páramo infinito.” (Orillas del Duero, CII)

 

                                   “Printemps de Soria, humble printemps,

                                   comme le songe d´un bienheureux

                                   d´un pauvre voyageur assoupi de fatigue

                                   au milieu d´une lande infinie »

 

Y nadie tampoco había cantado a la Sierra de Santana (“A orillas del Duero”). Su descripción es tan exacta, que, para comprobarlo, cualquiera puede subir todavía a esa Sierra, justo encima del río Duero, y dar fe de su exacta descripción: tanto en el esfuerzo que se realiza al subir,                                         A trechos me paraba para enjugar mi frente                                          y dar algún respiro al pecho jadeante;

 

como en la enumeración de todos y cada uno de los elementos que constituyen su conjunto (cerros, rapaces, vegetación); sin olvidar lo que se percibe desde lo alto: una redonda loma, colinas oscuras; y el puente sobre el Duero (con sus ocho tajamares/arcos):

                                 Veía el horizonte cerrado por colinas                            obscuras, coronadas de robles y de encinas;                                   desnudos peñascales, algún humilde prado                                   donde el merino pace y el toro, arrodillado                                   sobre la hierba, rumia; las márgenes del río                                   lucir sus verdes álamos al claro sol de estío,                                   y, silenciosamente, lejanos pasajeros,

                                   ¡tan diminutos! —carros, jinetes y arrieros—                                    (veía) cruzar el largo puente, y bajo las arcadas                                   de piedra ensombrecerse las aguas plateadas                                   del Duero.

En ese poema, se escucha así mismo el sonido de la ciudad “lejana”:

                        El Sol va declinando. De la ciudad lejana

                        me llega un armonioso tañido de campana

-         e irán a su rosario las enlutadas viejas –

Y queda constancia de la presencia de dos lindas comadrejas/ardilla (belette/écureuil), cuyas herederas siguen habitando hoy aquellos mismos parajes:

-         De entre las peñas salen dos lindas comadrejas;

                        me miran y se alejan, huyendo, y aparecen

                        de nuevo ¡tan curiosas!... Los campos se obscurecen.

La tierra, la naturaleza de Soria, en general, la que le llega “al fondo del alma”, es descrita en Campos de Castilla con múltiples epítetos: (7) parda, árida, triste, fría, dura, adusta, de ceniza, (sombre, aride, triste, froide, dure, de cendre), para el águila, para las águilas caudales, pero también (6): inmortal, noble, blanca, castellana, de alma, sagrada (su tierra) (immortelle, noble, blanche, castillane, d´âme, sacrée). Es decir que como imagen de postal parecería negativa, si no fuera porque Machado la considera como un símbolo trascendente de la realidad vivida y amada, que, al alcanzar su dimensión universal, gracias a la publicación de Campos de Castilla, queda inmortalizada para siempre.

 

El Duero ocupa un lugar especial. El padre Duero, de Gaya Nuño, ese río “joven”, que “abraza” la ciudad, que corre junto a ella, que forma la famosa curva de ballesta, que “cruza el corazón de roble / de Iberia y de Castilla.” Es decir: el Duero se convierte en otra referencia fundamental de la naturaleza soriana. El Duero y los árboles que lo bordean, y que son el símbolo permanente del amor, ya que sus cortezas (écorces) tienen grabadas - de ahí la utilización del presente histórico - las declaraciones de amor de tantos hombres y de tantas mujeres:

Estos chopos del río, que acompañancon el sonido de sus hojas secasel son del agua cuando el viento sopla,tienen en sus cortezasgrabadas iniciales que son nombresde enamorados, cifras que son fechas.

 

“Ces peupliers de la rivière, qui accompagnent

du bruissement de leurs feuilles sèches

le son de l´eau, quand le vent souffle,

ont sur l´écorce

gravées, des initiales qui sont des noms

d´amoureux, des chiffres qui sont des dates »

Elevándolos a la categoría de árboles del amor, el poeta los convierte en símbolo, para recordarla, de toda una ciudad. Soria podría ser declarada perfectamente como la ciudad universal del amor en este año 2012:

                                   ¡Álamos del amor que ayer tuvisteis                                   de ruiseñores vuestras ramas llenas;                                   álamos que seréis mañana liras                                   del viento perfumado en primavera;                                   álamos del amor cerca del agua                                   que corre y pasa y sueña,                                   álamos de las márgenes del Duero,                                   conmigo vais, mi corazón os lleva! (Campos de Soria, CXIII)

                                   Peupliers de l´amour dont les branches hier

                                   etaient emplies de rossignols ;

                                   Peupliers qui serez demain des lyres

                                   du vent parfumé au printemps ;

                                   Peupliers de l´amour près de l´eau

                                   qui coule, passe et songe ;

                                   Peupliers des berges du Douro,

                                   vous êtes en moi, mon cœur vous emporte.

Otros elementos de este paisaje lo constituyen la nieve. Y el cielo azul. Y otros lugares, cuyos nombres evocan nuevas historias: El Mirón, Moncayo, Urbión, Quintana, Almazán

 

Mucho se ha insistido así mismo en el carácter solitario de Machado, cuando es él quien utiliza en sus clases el “diálogo socrático”, quien encuentra en el pueblo, en el saber popular (lo que el pueblo sabe y tal como lo sabe), el fundamento de su obra; quien afirma: “Deseoso de escribir para el pueblo, aprendí de él cuanto pude, mucho menos – claro está – de lo que él sabe.” (El poeta y el pueblo, 2198); y termina confesando que “un corazón solitario no es un corazón.” (un coeur solitaire n´est pas un coeur). No, Machado no es un solitario sino un hombre que mantiene permanentemente, en su obra, y en su vida, como escribe Alfonso Guerra “… una esencial relación dialéctica entre la soledad y el mundo exterior: el paisaje, los hombres, la comunidad en que estos hayan su sabia, sus sueños y los propios motivos para despertar.”

Y esa dialéctica le lleva, en homenaje a la ciudad y a sus habitantes, a “intemporalizar, como dice Juan de Mairena, el tiempo (el tiempo vital del poeta con su propia vibración)” (PC, 697). Es decir: inmortalizar esa “vibración”, esa visión suya, dialéctica, directa, en el tiempo, y dejarlo, a modo de testimonio personal, recogido en una obra también intemporal como Campos de Castilla. Porque, como podemos leer en Juan de Mairena: “… sólo la creación apasionada triunfa del olvido.” (…seulement la création faite avec passion triomphe de l´oubli.) Y Campos de Castilla es sin duda una creación apasionada.

Así mismo, en ese libro quedan nombradas, en su contexto, todas las especies de pájaros, aves pequeñas, mamíferos, insectos, animales domésticos, que habitan en los lugares vividos por el poeta en Soria: corneja, ruiseñor, vencejo, golondrina, mariposa, comadreja, galgo, merino, borriquillos, buey, mula, hormiga, araña, perdiz, ciervo (corneille, rossignol, hirondelle, papillon, boeuf, mule, fourmis, araignée, perdrix, cerf); y también las rapaces (les rapaces), aves de altura, que pululan por aquellos lugares: buitre, águila, cuervo. (aigle, corbeau, vautour)

También desfilan por todo el poemario especies de plantas, flores, árboles míticos, que conforman el paisaje soriano: los lirios (l´iris) (hay un sueño de lirio, Un loco), las margaritas (blancas) (les marguérites), (los montes de) violeta, los álamos (les peupliers) (cantores), los chopos (del río, del camino),el roble (le chêne) (de Iberia y Castilla), el pino (le pin), la acacia (l´accacia),el haya (le hêtre), la encina, como símbolo de la dignidad de todo el paisaje soriano, tomados individualmente o como masa/conjunto (trigales, pinares, encinares, hayedos).

Un paisaje, por otra parte, tremendamente colorido. Cada lugar, cada momento, tiene su color. Destaca el azul, color machadiano por excelencia, pero también el verde y el blanco, el violeta, el rojo, el rosa o el negro:  

 

AZUL

Azul del cielo, montes azules, azules serranías, días azules, lomas azuladas,Moncayo azul, tarde azul

 

VERDE:

Verdes álamos, Verdes prados, Verde llama, Verde sueño, Hojas verdes,Trigales verdes, Campo verde,

 

BLANCO

Camino blanco, Cielos blancos, Moncayo blanco, Rebaños blancos, Pañueloblanco, Caminitos blancos, Margaritas blancas, Nieves blancas, Blancatierra, Blanco remolino, Blanca vereda, Blanca nieve, Blancos torbellinos,Mole del Moncayo blanca y rosa 

ROJO: herrumbe, hogar, lar

Rojo de herrumbe, Rojo en el hogar, Rojo lar

 

ROSA: torbellinos, mole de Moncayo, primeras.

Rosados torbellinos, Oh mole del Moncayo blanca y rosa,, Primeras rosas 

NEGRO: Negros encinares

 

VIOLETA:

“tarde piadosa, cárdena y violeta”, ¿Quedan violetas? (Palacio), y montes de ceniza y de violeta. (Adios, Campos de Castilla). 

Y, junto al color, el olor de sus plantas, que así mismo queda inmortalizado, con tan solo nombrar sus hierbas montaraces de fuerte olor: romero (romarin), tomillo (thym), salvia (sauge), espliego (lavande). (A orillas del Duero, XCVIII) Curiosamente, estas mismas cuatro plantas medicinales bastaron para sobrevivir a los cuatro ladrones de la leyenda de Marseille y de Toulouse, conocida sin duda por Machado, Les quatre voleurs.

Así pues, el paisaje, en Campos de Castilla, constituye el marco natural que da categoría a ese rincón de España, Soria, que fue para el intelectual, el hombre, el escritor, la revelación más importante quizás de su vida; y su patria ideal: “yo tuve patria donde corre el Duero”. Es decir: el rincón de España en el que se concentran todas sus ambiciones como hombre de su tiempo.

Bajo mi humilde punto de vista, Machado rinde en Campos de Castilla un gran homenaje al paisaje soriano, pero siempre asociado a su gente. Vosotros sois, quiso decirles, pobres, como el resto del país, pero, al mismo tiempo, ricos, pues la naturaleza que os rodea, que es vuestra, es hermosa, atractiva, tiene color, olor, categoría, dignidad y alimento espiritual para vivir dignamente en ella y de ella. Todo lo cual, además de ser sentido como una verdad íntima, personal, necesitaba ser dicho, porque lo que el poeta ve él solo, se dirige a alguien: el lector de Campos de Castilla.

 II

PERSONAJES SORIANOS 

Además de la ciudad y del paisaje, la otra fuente de inspiración de Antonio Machado, fueron siempre, a nuestro juicio, esas sabias y dignas gentes – con nombre y apellido, apodo, oficio, condición social – con las que compartió todo, absolutamente todo, mientras residió en Soria:

                                   Arrieros que cruzan el puente

                                   Muletiers qui traversent le pont

                                   Los pastores que conducen sus hordas de merinos

                                   Las enlutadas viejas que van al rosario

                                   Los viejos que esperan,

                                   Les vieux qui attendent

                                   El viejo que tiembla y tose,

                                   La vieja que hila,

                                   Los viajeros que cabalgan,

                                   El hombre y la mujer que aran,

                                   L´homme et la femme qui labourent,

                                   Los rostros pálidos, atónitos y enfermos que se asoman a contemplar los montes azules,

 

                                   El loco que habla a gritos, que vocifera,

                                   Le fou qui crie

                                   

                                   un hombre que se inclina hacia la tierra,

                                   y una mujer que en las abiertas zanjas

                                   arroja la semilla.

 

                                   La vieja que mira,

                                   La niña que piensa,

                                   La viejecita que aviva el fuego,

 

Como escribe Alfonso Guerra: “Para él, (para Machado), sin el tú, lo otro, el prójimo, la colectividad, el pueblo, no tiene sentido la obra literaria, por no tener arraigo, por no tener fruto, pura cucaña, todo lo embellecida que se quiera, pero poste, al fin, sin raíces, ni ramas ni frutos.”

Es decir, el tú, cada uno de los habitantes de Soria, son en Campos de Castilla los personajes que le dan sentido a la obra poética. Tanto es así que, un siglo después, todos esos personajes siguen viviendo por su cuenta e inspirando, cuando uno se acerca a ellos, lee su historia, los mismos sentimientos. 

En su Santero de San Saturio, Gaya Nuño escribe: “El recuerdo de Campos de Soria enaltece; un soriano podrá alardear siempre de que su tierra fue cantada por el altísimo poeta, que conocía no sólo a los campesinos y a los pastores “cubiertos con sus luengas capas”, honrados y benignos, sino a otros terribles paisanos míos…” (Gaya Nuño, 62) La relación de Antonio Machado con el hombre soriano es, por lo tanto, un elemento clave para comprender también su evolución poética. Es decir que al contacto con esa pobre tierra, digna tierra, con esas pobres gentes, “sabias y dignas”, Machado intenta con su canto, con su trabajo literario, dejar constancia definitiva de todas la grandeza que atesoraba, entonces, y atesora, ahora, la tierra castellana que, en este caso, lleva el nombre de Soria.

 

Así lo entiende Heliodoro Carpintero, contra la opinión todavía de algunos:

“Más de una vez, releyendo a Machado en sus poemas, en sus prosas, en sus cartas, he podido comprobar la constancia de su cariño por Soria, desde el momento en que pisó su tierra, hasta la muerte”[1]. 

A pesar de lo cual, sigue la polémica sobre un verso de “A orillas del Duero”: “y atónitos palurdos sin danzas ni canciones” (avec ces lustres hébétés, sans danse ni chanson) Machado se refería evidentemente a los campesinos castellanos, en general, que sobrevivían en medio de todas las carencias: “campos sin arados, regatos ni arboledas, / decrépitas ciudades, caminos sin mesones”. No podía haber fiesta en un contexto tan pobre. Pero eso no quería decir que negara la existencia de un rico legado cultural, o que no admirara, privilegiadamente, el saber popular soriano. En primer lugar por su larga tradición familiar en el estudio del folklore andaluz. Además, por su relación privilegiada con el dueño de la primera pensión en la que vivió, en Collado 50, Isidoro Martínez Ruiz, que era entonces uno de

los sorianos más populares, y que, según el testimonio de su hija, acompañaba siempre a Machado. En tercer lugar, porque, en toda su obra, en verso y en prosa, cartas, etc., no deja ni un momento de elogiar el saber popular:

 “Siempre que trato con hombres del campo, pienso en lo mucho que ellos saben y nosotros ignoramos, y en lo poco que a ellos importa conocer cuanto nosotros sabemos.” [2] (Quand je parle avec les paysans, je pense l´énormité de leur savoir face à notre ignorance, et leur manque d´intérêt pour tout ce que nous savons)

Todavía dice muchas más cosas en ese sentido, pero citaremos, para concluir esta cuestión, dos frases de Juan de Mairena: “en nuestra gran literatura casi todo lo que no es folklore es pedantería” (dans notre plus grande littérature, presque tout ce qui n´est pas folklore, c´est de la pédanterie) y “o escribimos sin olvidar al pueblo, o sólo escribiremos tonterías” (ou bien nous écrivons sans oublier le peuple ou nous n´écrirons que des conneries). Hubiera sido absurdo que un hombre que pensaba de esta manera hubiera podido siguiera ocurrírsele negar el valor de la cultura popular soriana.

 

No nos detendremos en estudiar las reacciones que produjeron la publicación del poema “Tierras del Duero – Por Tierras de España”, incluido en Campos de Castilla, en el que juzga con dureza ciertos comportamientos de ciertos hombres de aquella tierra. Hechos como aquellos no tenían únicamente lugar en Soria, sino, como ocurre ahora, en cualquier lugar del planeta. 

Entre los personajes sorianos se encuentra, en primer lugar, él mismo. El YO testigo de su propia presencia: “Yo, solo, por las quiebras del pedregal subía”; “Yo divisaba, lejos, un monte alto y agudo”; “He vuelto a ver los álamos dorados,”; “hoy siento por vosotros, en el fondo / del corazón, tristeza, / tristeza que es amor!”. El yo, presencia real, se distancia al final de ellos, cuando utiliza el “vosotros”, para, precisamente, tener la oportunidad de elogiar, desde la distancia, y con más contundencia, esa relación fraterna.

Y desde esa condición de soriano de adopción y de corazón, en la lejanía, reconoce en el poema ADIOS que, lejos de Soria, su canción pierde la frescura de lo cotidiano, pero adquiere, por el contrario, una especie de compromiso de fidelidad permanente en el tiempo y de confianza en sus convecinos sorianos y en su futuro:

Adiós, ya con vosotros

quedó la flor más dulce de la tierra.

Ya no puedo cantaros,

no os canta ya mi corazón, os reza...

                       ….

¡Oh, loma de Santana, ancha y maciza,

placeta del Mirón! ¡desierta plaza

con el sol de la tarde en mis balcones

nunca os veré! No me pidáis presencia;

las almas huyen para dar canciones:

alma es distancia y horizonte: ausencia.[3]

 

Pasando a los retratos de personajes sorianos que aparecen en Campos de Castilla, nos encontramos con el campesino. Antonio Machado describe, en su contexto, su esfuerzo, lleno de fe y de sacrificio, para ganarse, con dignidad, el pan de cada día:

                                   y tras la yunta marcha

                                           un hombre que se inclina hacia la tierra,

                                          y una mujer que en las abiertas zanjas

                                          arroja la semilla. (Campos de Soria, CXIII)                                   

LOS VIEJOS

Los viejos sorianos tienen también su presencia en Campos de Castilla. No son sombras de pasado, sino seres humanos que, a pesar de su cansancio infinito, mantienen viva la esperanza frente a la pena y el dolor, descrito con una dulzura emocionante, por la desaparición, en ese caso, de un hijo:

Padres los viejos son de arriero

que caminó sobre la blanca tierra,

y una noche perdió ruta y sendero,

y se enterró en las nieves de la sierra.

En torno al fuego hay un lugar vacío,

y en la frente del viejo, de hosco ceño,

como un tachón sombrío

- tal el golpe de hacha sobre un leño -.

La vieja mira al campo, cual si oyera

pasos sobre la nieve. Nadie pasa.   (Campos de Soria, CXIII)

 

También los enfermos y los locos sorianos ocupan un espacio en Campos de Castilla. Los primeros, rostros pálidos, atónitos y enfermos, forman parte del contexto convivencial del poeta, no sólo porque habitan en la misma ciudad sino porque, desde su dolor:

asoman, al declinar el día,

a contemplar los montes azules de la sierra;

o, de los cielos blancos, como sobre una fosa,

caer la blanca nieve sobre la fría tierra,

¡sobre la tierra fría la nieve silenciosa!... (El Hospicio, C)

La descripción del “sórdido” edificio en donde habitan, el viejo hospicio, es también una metáfora realista, cruda, de la ciudad, tan en ruinas como estos enfermos: “el caserón ruinoso de ennegrecidas tejas / en donde los vencejos anidan en verano / y graznan en las noches de invierno las cornejas.”

LOS LOCOS [4] 

En el discurso de presentación del libro de Manuel Hilario Ayuso, Helénicas, Antonio Machado deja clara su simpatía por los locos: “Nuestra simpatía hacia los que el vulgo llama locos, es como nuestro

amor hacia los niños: simpatía y amor hacia lo nuevo, porque sólo una nueva conciencia o una nueva forma de conciencia, pueden añadir algo a nuestro universo.” Pues bien, también en Campos de Castilla el loco, que habita en Soria, es el cuerdo, ese personaje lúcido que “Huye de la ciudad”, del tedio urbano, buscando “tras la tierra esquelética y sequiza”, “un sueño de lirio de lontananza.”

 

Pero, sin duda, el personaje soriano más trascendental, en Campos de Castilla, sigue siendo Leonor Izquierdo, de la que se conmemora este año el I Centenario de su muerte. 

LEONOR

 

Campos de Castilla se publica en Madrid en la segunda quincena del mes de abril de 19012, pocos meses después de su regreso de París, en donde permaneció el matrimonio Machado los primeros nueves meses de 1911. Su nombre, Leonor, aparece una sola vez en el poemario:

                                               ¿No ves, Leonor, los álamos del río

                                               con sus ramajes yertos?

                                               Mira el Moncayo azul y blanco; dame

                                               tu mano y paseemos. (CXXI)

Como si estuvieran paseando por el alto del Castillo, desde donde se divisa exactamente el plano de ese paisaje, la evocación de Leonor, en un tú a tú imaginario, revela ese respeto con el que siempre consideró a su mujer. El poeta recrea en su imaginación un lugar idílico, Soria, junto al Duero, de la mano de su amada. De tal manera que, cuando se desvanece el sueño, el empleo del presente de indicativo lo devuelve a la realidad: “¡Ay, ya no puedo caminar con ella!”

Leonor es, por supuesto, su gran pena. Por el amor truncado y por la injusta desaparición de un ser humano tan joven:

                                   yo contemplo la tarde silenciosa,

                                   a solas con mi sombra y con mi pena. (Caminos, CXVIII)

Y los versos que describen su muerte son un impresionante epitafio fúnebre, por una parte, descrito con absoluta precisión (entró, miró, rompió,…), y un grito de rebeldía, ante la crueldad de su desaparición:

                                   Una noche de verano                                    —estaba abierto el balcón                                    y la puerta de mi casa—                                    la muerte en mi casa entró.                                    Se fue acercando a su lecho                                    —ni siquiera me miró—,                                    con unos dedos muy finos,                                    algo muy tenue rompió.                                    Silenciosa y sin mirarme,                                    la muerte otra vez pasó                                    delante de mí. ¿Qué has hecho?                                    La muerte no respondió.                                    Mi niña quedó tranquila,                                    dolido mi corazón,                                    ¡Ay, lo que la muerte ha roto                                   era un hilo entre los dos!. (CXXIII)

                                  

                                   Ay, ce que la mort a brisé

                                   C´était un fil entre nous deux!

Es la segunda, y última, vez que, hablando de Leonor, utiliza la palabra “niña”. Niña, porque es un ser necesitado de protección, cualquiera que hubiera sido su edad. Niña, porque se muere en la primera etapa de su vida. Niña, porque, en la muerte, todas las personas vuelven a ser niños para sus seres queridos. Por lo tanto, el sentimiento del amor conyugal se transforma en ese momento, sólo en ese momento, con toda la fuerza que ocasiona el dolor por la pérdida de un ser querido, en sentimiento de piedad. Así se lo escribe a Unamuno: “Yo tenía adoración por ella; pero sobre el amor está la piedad. Yo hubiera preferido mil veces morirme a verla morir, hubiera dado mil vidas por la suya…”. El poeta está conmovido ante el cadáver del ser humano, de la niña, a la que la muerte, cruel, inmisericorde, ha arrebatado la vida. De ahí que el poema nos parezca tan desgarrador:

                                   Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.                                    Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.                                    Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.                                    Señor, ya estamos solos mi corazón y el mar. (CXIX)

Se rebela, pero se reconforta al saber que la muerte no se ha llevado el recuerdo, el hilo no roto, que le unirá para siempre a su mujer:

                        ”Late, corazón... No todo

                        se lo ha tragado la tierra.” (CXX)

Y que le permite seguir soñando, mientras ella viva en su recuerdo. Ese hilo que echa en falta una vez que abandona Soria, después de la muerte de Leonor:

                                   “mas falta el hilo que el recuerdo anuda

                                   al corazón, el ancla en su ribera

                                   o estas memorias no son alma. Tienen,”

 Por esa misma razón, el poeta convierte el nombre del cementerio de El Espino, en donde reposan sus restos, en un lugar casi sagrado, verdadero monumento al recuerdo de su paso por Soria.

                                   Con los primeros lirios                                    y las primeras rosas de las huertas,                                    en una tarde azul, sube al Espino,                                    al alto Espino donde está su tierra...  

                                   (A José María Palacio, CXXVI)

La tierra de Leonor, porque la tierra de Machado está en Collioure.

No nos hemos referido a La Tierra de Alvargonzález, tan importante en Campos de Castilla, y cuya historia no emana, como escribe el mismo poeta, “de las heróicas gestas, sino del pueblo que las compuso y de la tierra donde se cantaron”.

Un canto, este de la Tierra de Alvargonzález, que, lejos de servir de acusación genérica, intenta, como escribe Alfonso Guerra: “poner de manifiesto el sueño, un recorrido simbólico por las terribles consecuencias de no dar cauces adecuados a la “sombra de Caín”, para haciéndolo consciente ir encontrando las posibilidades de liberarlo de la maldición histórica y abrirlo a la reconciliación y a la esperanza.” Un texto, para nosotros, inmortal, cuya belleza es comparable a la belleza de los campos que describe. El de la Laguna Negra, por ejemplo: “agua pura y silenciosa / que copia cosas eternas.” (de l´eau pure et silencieuse / qui copie des choses éternelles).

 

 

Concluiremos diciendo que, a nuestro juicio, no se puede entender la poesía de Antonio Machado referida a Soria sin ser sensibles a la profunda admiración, el profundo respeto, la perfecta comunión con sus gentes. Todos los poemas dedicados en Campos de Castilla a Soria, tanto a la ciudad, como a su paisaje, como a sus habitantes, son la expresión de una profunda lealtad a las gentes de Soria. Un contexto humano, urbano y natural que admiró desde que pisó aquellas tierras y que se mantuvo firme hasta su muerte en esta hermosa ciudad de Collioure. La musa de Machado no fue pues Leonor Izquierdo, que sí fue su mujer, sino el pueblo de Soria. El pueblo de Soria que, en Collioure, es el pueblo de Collioure, cuyas gentes supieron acogerlo, primero, y protegerlo desde entonces en la tierra suya, que será suya para siempre. Merci beaucoup.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

[1] CSIC. Centro de Estudios Sorianos: Antonio Machado y Soria. Homenaje en el Primer Centenario de su nacimiento, 1976. “Antonio Machado, en Soria”.

[2] La Tierra de Alvargonzález.

[3] Publicado en España peregrina (México), número 2, 1940.

 

[4] Ver entrevista a Manrique de Lara. En ella se habla de su amistad con un loco, El Tufa.