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VII. EL PROCESO, 1976-1983 El genocidio El 24 de marzo de 1976 la Junta de Comandantes en Jefe, integrada por el gene ral Jorge Rafa el Vide la, el almi rant e Emi lio Eduardo Massera y el bri gad ier Orla ndo Ram ón Agosti , se hizo cargo del poder , dictó los instrumen tos legales del llam ado Proc eso de Reor gani zació n Nacio nal y desi gnó pres iden te de la Naci ón al gene ral Vide la, quie n además continuó al frente del Ejército hasta 1978. El cao s ec onó mi co de 197 5, la cri sis de aut or ida d, las luc has fac cio sas y la muerte pre sen te cot idi ana men te, la acci ón espe ctac ular de las orga niza cion es guer rill e ras —que hab ían fr aca sad o en dos gra nde s ope rat ivo s con tra uni dad es, mi lit are s en el Gran Bue nos Aires y Formosa—, el te rro r sembrado por la Triple A, todo ello creó las condi cion es para la acep taci ón de un golp e de Est ado que prom etía res tabl ece r el ord en y ase gura r el mon opo lio est ata l de la fue rza . La pro pue sta de los mili tare s —quien es poco habí an hech o para impe dir que el caos llegara a ese extremo— iba más allá: consistía en eliminar de raíz el problema, que en su diagnóstico se encontraba en la sociedad misma y en la naturaleza irr eso lut a de sus con fli cto s. El car áct er de la sol uci ón proyectada podía adivinarse en las metáforas empleadas —enf erm eda d, tum or, extirpación, cirugía mayor—, resumidas en una más clara y cont unden te: corta r con la espada el nudo cotidiano. El tajo fue en realid ad una opera ción integra l de repre sión , cuid ados amen te plan eada por la cond ucci ón de las tre s arm as, ens aya da pri mer o en Tucumán —donde el Ejército intervino ofic ialme nte desd e 1975 — y lueg o ejecutada de modo sis temá tico en tod o el paí s. Así lo est a bleció la investigación realizada en 1984 por la Comisión Nac ion al sob re la Des apa ric ión de Per son as, la CON ADE P, que cre ó el pre sid ent e Raú l Alf ons ín, y lue go la Jus tic ia, que juz gó a los mil ita res imp lic ado s y con den ó a muc hos de ellos. Los mandos militares concentraron en sus ma nos toda la acción y los grupos parapoliciales de distinto tipo que habían operado en los años anteriores se disolvieron o se subordinaron a ellos. Las tr es arm as se asi gnar on dif ere nte s zon as de res pon sab ili dad y has ta man tu vi er on un a ci er ta co mp et en ci a pa ra de mo st ra r ma yo r efi cac ia, lo que dio a la ope rac ión una fis ono mía anárquica y fra cci ona l que , sin emb arg o, no imp lic ó acc ion es ca sua les , des con tro lad as o irr esp ons abl es, y lo que pud o haber de el lo formó parte de la concepción general de la horrenda operación. La plan ific ació n gene ral y la supe rvis ión táct ica estu vo en man os de los más alt os niv ele s de con duc ció n cas tre n se, y los ofi cia les sup erio res no desdeñaron participar per sonalmente en tareas de ejecución, poniendo de UNTREF VIRTUAL | 1

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VII. EL PROCESO, 1976-1983El genocidio

El 24 de marzo de 1976 la Junta de Comandantes en Jefe, integrada por elgeneral Jorge Rafael Videla, el almirante Emi lio Eduardo Massera y elbrigadier Orlando Ramón Agosti , se hizo cargo del poder, dictó losinstrumentos legales del llamado Proceso de Reorganización Nacional ydesignó pres idente de la Nación al general Vide la, quien además continuó alfrente del Ejército hasta 1978.

El cao s econó mico de 197 5, la cri sis de aut or ida d, las luchas facciosas yla muerte presente cot idianamen te, la acción espectacular de lasorganizaciones guer rilleras —que hab ían fraca sado en dos grandesope rat ivos con tra uni dad es, mi lit are s en el Gran Bue nos Aires yFormosa—, el terro r sembrado por la Tr ip le A, todo ello creó lascondiciones para la aceptación de un golpe de Estado que prometíarestablecer el orden y asegura r el mon opo lio est ata l de la fue rza . Lapro puesta de los mili tares —quienes poco habían hecho para impedir que elcaos llegara a ese extremo— iba más allá : consistía en eliminar de raíz elpro blema, que en su dia gnósti co se encont raba en la sociedad misma yen la na tu ra leza irreso luta de sus con fli cto s. El carácter de la sol uci ónproyectada podía adivinarse en las metáforas empleadas —enfermedad, tumor,ext irpación, cirugía mayor—, re sumidas en una más clara y contundente:corta r con la espada el nudo cotidiano.

El tajo fue en realidad una operación integra l de repre sión, cuidadosamenteplaneada por la conducción de las tre s armas, ensayada primero enTucumán —donde el Ejército intervino ofic ialmente desde 1975 — y luegoejecutada de modo sistemá tico en todo el país. Así lo esta bleció lainvestigación realizada en 1984 por la Comisión Nacional sobre la Desaparic iónde Personas, la CONADEP, que creó el presidente Raú l Alfons ín, y luegola Jus tic ia, que juzgó a los mil ita res imp licados y condenó a muchos deel los. Los mandos mi li tares concentraron en sus ma nos toda la acc ión ylos grupos parapoli cia les de dis tin to tipo que habían operado en los añosanteriores se diso lvie ron o se sub ordinaron a el los . Las tres arm as seasi gnar on dif erentes zonas de respon sab ili dad y has ta man tu vier on un aci er ta co mp et en cia pa ra de mo st ra r ma yo r efi cac ia, lo que dio a laoperac ión una fisonomía anárqu ica y fra cciona l que , sin emb argo, noimp licó acc iones ca sua les, descontro ladas o irresponsables, y lo que pudohaber de el lo fo rmó parte de la concepción genera l de la horrendaoperación.

La plan ificación general y la supervis ión táct ica estuvo en manos de los másaltos niveles de conducción cas trense, y los oficia les superio res nodesdeñaron partic ipar per sonalmente en tareas de ejecuc ión, pon iendo de

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rel ieve el carácter ins tituciona l de la acc ión y el compromiso colectivo. Lasórd ene s bajaba n, por la cadena de man dos , has ta los encarga dos de laeje cució n, los Gru pos de Tarea s —integrados principalmen te por oficia lesjóvenes, con algun os sub of ici ales, pol icí as y civ ile s—, que también te nía nuna organ iza ció n espec ífi ca. La ejecu ció n requi rió tam bié n un comple joapa rato adm ini stra tivo, pue s deb ía darse cuenta del mov imiento —ent radas, traslados y sal idas— de un conjunto muy numeroso deperso nas. Cada det eni do, desde el momento en que era consi derad o sos -pechoso, era consignado en una ficha y un expediente, se hac ía unseguimiento, una evaluación de su situación y se tomaba una decisión fina lque correspondía siempre al más alto nivel mil ita r. La repres ión fue , ensuma, una acción sistemática realizada desde el Estado.

Se trató de una acción te rror is ta , divid ida en cuat ro momentospr incip ales : el secue st ro, la to rtu ra, la de ten ción y la ejecuc ión. Para lossecuestros , cada grupo de op er ac io ne s —co no ci do co mo "l a pa to ta " —op er ab a pre feren temente de noc he, en los dom ici lio s de las víc ti mas, a lavis ta de su fam ili a, que en muchos casos era inclu ida en la ope rac ión .Pero también muchas detenc iones fuero n rea liz ada s en fábr ica s o lugar esde tra bajo, en la cal le, y algunas en países vecinos, con la colaborac ión delas au to rida de s loca les. La operac ión se real izab a con au to s sinpa ten te pe ro bi en co no ci do s —lo s fa tí di co s "Falcón verdes"—, muchodesp liegue de hombres y arma me nt o pe sa do , comb inan do el an on imatoco n la os tentac ión, todo lo cual aumentaba el buscado efec to ate-rro rizado r. Al sec ues tro seguía el saqueo de la viv ien da, perf ecc ionadopos ter iormente cuando se obl igó a las víc tim as a ceder la pro pie dad desus inm ueb les , con tod o lo cual se conformó el botín de la horrenda operación.El de st in o pr im er o de l se cu es tr ad o er a la to rt ur a, si stemát ica yprolongada . La "p icana" , el "submarino " —ma nt en er sume rg ida laca be za en un re cipi en te co n agua— y las vio lac iones sexuales eran lasformas más comunes; se sum aban ot ras que combinaban la tecnologíacon el ref inado sad ismo del per sonal especi ali zado, pue sto al ser vic io deuna ope ración ins tit uci ona l de la que no era raro que par tic ipa ran jefes dealta responsab ilidad . La tor tura fís ica , de duración indefinida, sepro longaba en la psi co lógic a: suf rir sim ula cro s de fusil amiento , as ist ir alsup lic io de amigos , hij os o esposos, comprobar que todos los vínculos conel exter ior estab an cor tad os, que no había nad ie que se interpusiera ent rela víctima y el vic timario . En pr incip io la tor tur a serví a par a arran carinf orm aci ón y lo gr ar la de nu nci a de co mp añ ero s, lu ga re s,operac iones, pe ro más en genera l tenía el propós ito de que bra r lares ist encia del det en ido , anu lar sus defensa s, dest ru ir su dign idad y supersonal idad . Muchos moría n en la to rtura, se "que da ban" ; lossobrev iv ientes in ic iaban una det enc ión más o men os pro lon gad a enalguno de los trescientos cuarenta centros clandestinos de detenc ión —los"ch upa deros"— que funci ona ron en esos año s y cu ya existencia fuereiteradamente negada por las autoridades. Se encont raban en unidadesmil ita res —la Escuela de Mec áni ca de la Arm ada , Cam po de Mayo, los

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Com and os de Cue rpo— per o gen eralmente en dep end enc ias pol ici ales, yeran conocidos con nombres de macabra fantas ía: el Olimpo, el Vesubio, laCacha, la Perla, la Escuelita, el Reformato rio , Puesto Vasco, Pozo deBán fie ld. .. La adm inist ració n y cont ro l de l movim iento de est e eno rme nú-mero de cent ros dan idea de la comple jidad de la operació n y de lacan tidad de person as involu cra das , así com o de la de terminac iónrequer ida para mantener su cla nde sti nidad. En es ta etapa fi na l de suca lvar io , de du ración imp rec isa , se com ple tab a la deg radaci ón de lasvíc tim as, a menudo mal heridas y sin atención médica , permanen -temente encapuchadas o "tab icadas", ma l al imen tadas, sin servi ciossani ta rios. Mucha s detenidas embarazadas die ron a luz en esa scon dici one s, para ser lue go des poja das de sus hi jos, de los cuales enmuchos casos se ap ropiaban sus secuestradores . No es extraño que, enesa situ ac ió n ve rd ad er am en te lí mi te , al guno s se cu es tr ad os hayanaceptado colabo rar con sus vic timarios, rea lizando tar eas de ser vic io oaco mpañá ndo los para ind ivi dua liz ar en la ca l le a antiguos compañeros ,todavía libres . Pero para la mayoría el dest ino fina l era el "t raslado" , esdecir su ejecución.

Ést a era la dec isi ón más imp ortant e y se tom aba en el más alt o nivelope rac ion al , com o la jef atu ra de cad a uno de los cuerpos de Ejérci to ,después de un anál isi s cu idadoso de los anteced entes, potenc ia l ut il idado "recuperabi lidad" de los detenidos. Pese a que la Junta Mi li ta r es -tablec ió Id pena de muer te, nunca la ap licó, y todas las ejecuc ionesfueron clandest inas . A veces los cadáveres apa rec ían en la cal le, comomuertos en enf ren tam ientos o intentos de. fuga. En algunas oca siones sedinami taron pilas ent era s de cue rpos, com o esp ectacu lar rep res ali a a al-guna acció n guerr il lera . Pero en la mayoría de los casos los cad áve resse ocu ltaban , ent errado s en cem ent erios como personas desconocidas,quemados en fosas colectivas que eran cavadas por las propia s víc timasantes de ser fusiladas, o arrojados al mar con bloques de cemento, luegode ser ado rme cid os con una inyec ció n. De ese modo, no hubo muertos sino"desaparecidos".

Las des apa ric ion es se pro duj eron masiv ament e ent re 1976 y 1978, eltr ienio sombrío , y luego se redu jeron a una expres ión mínima. Fue unverdadero genocid io. La Com isi ón que las inves tigó doc ument ó nue ve mi lcas os, pero indicó que podía haber muchos ot ros no denunc iados,mien tras que las organizaciones defensoras de los derechos humanosreclamaron por trei nta mi l desaparecid os. Se tra tó en su mayor ía dejóven es, ent re quince y tre int a y cin co año s. Alguno s per ten ecían a lasorgani zaciones armadas: el ERP fue diezmado entre 1975 y 1976, y a lamuer te de Roberto Santucho, en ju lio de ese año, poco quedó de laorganización. La organización Montoneros, que tam bién exp eri mentófue rte s bajas en sus cuadros , sigu ió operan do , aunque tuvo quelimi ta rse a acci on es te rr or is ta s —hu bo al gu no s as es in at os de gr anres ona ncia, com o el del jef e de la Pol icí a Fed eral— desvinculadas de la

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prác ti ca po lí ti ca , mien tras su conduc ció n y cua dros pri nc ipa lesemigr aron a Méxic o. Lo cie rto es que cuando la amenaza real de lasorganizaciones cesó, la repres ión conti nuó su march a. Cayeron mi li tan-tes de organi zac ion es pol íti cas y soc ial es, dir igente s gremia les de base,con actuación en las comisiones internas de fáb ricas —algunosempresarios sol ían requer ir al efecto la col abo rac ión de los res pon sab lesmil ita res—, y jun to con el los mi lit ant es pol íti cos var ios , sacerdo tes , int e-le ct ua le s, ab og ad os re la ci on ad os co n la de fe ns a de presos pol íticos ,act ivistas de organizac iones de derechos hu ma no s, y mu chos ot ros, po rla so la razón de se r parien tes de algu ien, fi gura r en una agenda ohaber sido menc ionados en una sesión de tortu ra . Pero más al lá de losacc identes y errores, las víctimas fueron las queridas: con el argument o deenf ren tar y des tru ir en su pro pio terreno a las organizaciones armadas, laoperación procurab a eli minar tod o act ivi smo, tod a pro tes ta socia l —has taun modesto reclamo por el bo leto escolar—, tod a expres ión depensamiento cr ít ico, toda posible di recc ión pol íti ca de l movim ien topop ula r que se hab ía des arro llado des de media dos de la décad a ant er iory que ent onces er a an iq ui la do . En es e se nt id o lo s re su lt ad os fu er onexactamente los buscados.

Las víc tim as fueron mucha s, pero el ver dad ero obj etivo eran los viv os , elconjunto de la socie dad que , antes de em pr en de r su tr an sf or ma ci ónpr of un da , de bí a se r cont ro lada y dom inada por el terror y la pa labra. ElEsta do se de sdob ló : un a pa rt e, cl an de st ina y te rror is ta , practicó unarepres ión sin responsables, ex imida de responder a los reclamos. Laot ra , públ ica, apoyada en un orden jur ídi co que ell a mis ma estableci ó,sil enc iaba cua lqui er otr a voz . No sólo desap are cie ron las inst itu cio nes dela Rep úbl ica , sino que fueron cla usu radas aut ori tar iamente lacon front aci ón púb lica de opinio nes y su mis ma expres ión. Los parti dos yla activid ad polít ica toda quedar on proh ibi dos, as í com o los sin dicat os yla activid ad gre mia l; se som eti ó a los medios de pre nsa a una exp líc itacensu ra, que imp edía cua lqu ier mención al ter ror ism o estata l y susvíc tim as, y art istas e intelectuale s fue ron vigil ado s. Sol o que dó la voz delEst ado , dir igi énd ose a un conjunto atomizado de habitantes.

Su di scurso , masi vo y ab rumador, re tomó dos motivo s trad ic iona les dela cu ltura po lí ti ca argent ina y los de sa rr ol ló ha st a su s úl ti ma s yho rr or os as co ns ec ue ncias . El adversar io —de lími tes bo rrosos , quepodía incl ui r a cual qu ie r po si bl e di si de nt e — er a el no se r, la"subvers ión apát rid a" sin derecho a voz o a exis tenc ia, que podía ymerecía se r ex te rminada. Cont ra la vio lencia no se argumentó en fa vo rde una al te rnat iva ju rídica y consensual , prop ia de un Estadorepubl icano y de una socie dad dem ocrática, sin o de un orden que era,en real idad , ot ra vers ión de la misma ecuación violen ta y autoritaria.

El terror cubr ió la sociedad toda. Cla usurados los espac ios donde losind ividuos pod ían identi ficarse en colectivos más ampl ios, cad a uno quedó

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so lo e indef enso ante el Estado aterrorizador, y en una soc iedadinmovi lizada y sin reacción se impuso —como ha seña lado Juan Corra-di— la cu ltura de l miedo. Algunos no aceptaron esto y emigraro n alexteri or —por una com binaci ón var iab le de razones polít icas ypro fes ionales— o se refugiaron en un ex il io in te rior , en ámb itosreco le to s, casi do mést icos , prac ti cando el mime ti smo a la espe ra de labrecha que permit iera vol ver a emerger. La mayoría aceptó el discursoest ata l, jus tif icó lo poc o que no pod ía ignora r de la repres ión con elargumento de l "por algo será", o se re fu gi ó en la de li be rada igno ranc iade lo qu e su cedí a a la vi st a de to do s. Lo má s no ta bl e, si n em ba rg o,fu e un a sue rte de asu nci ón e int ernali zac ión de la acc ión estata l,traduc ida en el prop io cont ro l, en la au tocensura, en la vig ilancia delvec ino . La soc iedad se pat rul ló a sí misma, se llenó de trapos , ha esc ritoGui lle rmo O'Donnell , asombrado por un conjunto de prácticas que —desde la fami lia a la ves timenta o las creenc ias—, revelaban lo pro fun -da me nt e ar ra igad o qu e en el la es taba el au to ri ta ri smo que el discursoestatal potenciaba.

El gob ier no mi lit ar nunca logró despe rtar ent us iasmo ni adhesión explíc itaen el con jun to de la soc iedad, pese a que lo intent ó, a med iados de 197 8,cua ndo se cel ebró el Cam peo nat o Mundi al de Fútbo l y las máxim asjer arquía s asist ier on a los estad ios don de la Argen tin a obt uvo el títul o, ya fines de ese año cua ndo , agi tan do el Ina s turbio sen tim ien tocha uvini sta , poco fa ltó para ini cia r una guerra con Chi le. Sól o obt uvopas ividad , per o le alcanz ó para encarar las transfo rmac iones profundasqu e —en su pr os pe ct o — ha br ía n de el im in ar de fi ni ti va me nt e lo sconf li ctos de la sociedad , y cuyas pr imeras consecuencia s —la fiebreespecu lat iva— con tribuyeron por otr a vía a la .a tomización de la socied ady a la el im inac ión de cualquier posible respuesta.

La economía imaginaria: la gran transformación

Esa transformación fue conduc ida por José Alfredo Martínez de Hoz , min ist rode Economía durante los cinco años de la presidencia de Videla. Cuandoasumió, debía enfrentar una crisis cícl ica aguda —inflación desatada, re-cesión, prob lemas en la balanza de pagos—, complicada por la crisis política ysocial y el fuerte desafío de las organizaciones armadas al poder del Estado.La represión inic ial, que descabezó la movil izac ión popular, sumada a unapolí tica anticris is clásica —más o menos simi lar a todas las ejecutadasdesde 1952— permit ió superar la co yuntura. Pero esta vez las FuerzasArmadas y los sectores del establishment que las acompañaban habíandecidido ir más lejos . En su diagnóstico , la ines tabi lidad polít ica y soc ialcrónica nacía de la impo tencia del poder pol ítico ante los grandes gruposcorporativos —los trabajadores organizados pero también los empresarios— quealternativamente se enfrentaban , generando desorden y caos , o se

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combinaban, unidos por una lógica peculiar , para util izar en beneficio mutuolas her ramientas poderosas del Estado intervencionista y benefactor. Unasolución de largo plazo debía cambiar los datos básicos de la economía y asímodificar esa conf iguración social y pol ítica crónicamente inestable. No setrataba de encontrar la fórmu la del crecimiento —pues se juzgaba que amenudo allí anidaba el desorden— sino la del orden y de la seguridad .Invi rtiendo lo que hasta entonces —de Perón a Perón—habían sido losobje tivos de las dist intas fórmulas pol íticas, se buscó solucionar losprob lemas que la economía ponía a la estab ilidad polít ica, si era necesario acosta del propio crecimiento económico.

Según un balance que progresivamente se imponía, cuyas imp licaciones hapuesto en evidencia Ado lfo Can itrot, el Estado intervencionista y benefactor, talcomo se había constituido desde 1930, era el gran responsable del desordensocial; en camb io, el mercado parecía el inst rumento capaz de disciplinar porigual a todos los actores, premiando la eficiencia e impidiendo los malsanos com-portamientos corporativos. Este argumento, que como se verá llegó a dominaren los discursos y en el imaginario, oscureció lo que fue, en definitiva, lasolución de fondo: al final de la tra nsform aci ón que con dujo Mar tínez deHoz, el poder económico se concentró de tal modo en un conjunto de gruposempresa rios , trasnac ionales y nac ionales, que la puja corporat iva y lanegociac ión ya no fueron siqu iera posibles. Esta transformación no fue elproducto de fuerzas impersonales y automáticas: requi rió de una fuerteintervenc ión del Estado, para reprimir y desarmar a los actores del juegocorporativo, para imponer las reglas que faci lita ran el crec imiento de losvencedores y aun para trasladar hac ia ellos, por la clásica vía del Esta do,recursos del conjunto de la sociedad que posibi litaron su consolidación.

La ejecución de esa transformación plan teaba un problema polí tico , que haexpuesto Jorge Schvarze r: la conducción económica debía en primer lugardurar en el poder un tiempo suficientemen te prolongado, y luego crear unasituación que, más allá de su permanencia, fuera irreversib le. El minist ro deEconomía y su grupo permanecieron duran te cinco años: la irrevers ibil idad dela situación que crearon se mani festó inmediatamen te después de su sal ida,cuando sus sucesores intentaron cambiar algo el rumbo y fracasaronrotundamente.

Mar tín ez de Hoz contó ini cia lme nte con un fuert e apoyo, casi personal , delos organismos internacionales y los bancos extran jeros —que le permit iósor tear var ias situaciones difíciles— y del sector más concentrado delestablishment económico loca l. La relación con los mili tares fue máscomple ja, en parte por sus profundas divi siones —entre las armas y aun entrefacciones— que se expresaban en apoyos, críticas o bloqueos a su gestión, y-enparte por el peso que entre ellos tenían muchas ideas y concep cio nes queen el pla n del min ist ro deb ían ser camb iadas, y con las que tuvo queencontrar algún punto de acuerdo. Fue una relación conf lict iva, de potenciaa potencia. Los mili tares juzgaban que el descabezamiento del movimiento

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popular, la eliminación de sus grandes ins trumen tos corporati vos y la fue rtereducc ión de los ingresos de los sectores trabajadores debía equilibrarse,por razones de seguridad, con el mantenim iento del ple no emp leo , de modoque la receta recesiva más clásica estaba descar tada. También ten ían losmil ita res una visión más tradic ional de la cuestión del Estado, o al me nosde la parte de él que aspiraban a manejar en benefi cio personal ocorporat ivo. Pero muchos de los que aceptaron la propuesta básica deeliminar la part icipación del Estado en la transferencia de ingresos exigieronen cambio la supervivencia de las empresas estatales —generalmen teconduc idas por ofi cia les superiores— y la expan sión del gas to púb lic o, loque tam bié n blo que ó la clásica receta recesiva y supuso a la larga unfracaso en el plan del min istro. Las relaciones con los empresarios tampocofueron fáciles, debido a la cantidad de intereses sectoria les que debían serafectados; para imponerse, fue decisiva la inf lexibi lidad del min ist ro, unida asu capacidad de predicador, mos trando la tie rra promet ida al fi nal de latravesía del desierto, con una seguridad mayor cuanto más la rea lidadpar ecía desmenti r sus pro nós ti cos. Pero su arma de triunfo principal fuehaber colocado durante var ios años a la economía en una situac ión deinestabil idad tal que sólo era pos ible seguir avanzan do, guiados por elmismo piloto, so riesgo de una catástrofe; cuando esto dejó de funcionar, laconcentración y el endeudamiento ya habían creado los mecanismos defi -nitivos de disciplinamiento y control.

Las primeras medidas del equipo min iste ria l, que cu br ieron largamente elpr imer año, no dieron idea del rumbo futuro. Luego de intervenir la CGT y losprincipales sind icatos, repr imir a los mili tantes, intervenir mili tar mente muchasfábricas, suprimi r las negociac iones colec tivas y prohibir las huelgas, seconge laron los salar ios por tres meses con lo que —dada la fort ísimainflación— cayeron en términos reales alrededor de un 40%. El Estado pudosuperar su déf ici t y las empresas acumular, lo que sumado a los créditosexternos ráp idamen te oto rgados permitió superar la crisis cíclica sindesocupación.

Desde mediados de 1977 —y a medida que la conducción se afi rmaba—comenza ron a plantea rse las grandes reformas, que supusieron trasto rnarlas normas bás icas con que hab ía fun cionado la Argent ina des de 1930. Lareforma financiera acabó con una de las herramientas del Estado para latransferencia de ingresos entre sectores: la regu lación de la tasa de interés, laexis tencia de créd ito a tasas negati vas y la dis tribuc ión de este subsid iosegún norma s y pr ioridades fi jad as por las au toridades. Profun dizand o unmecan ismo que ya ope raba desde 1975, se li be ró la tasa de in te rés, seau to ri zó la prol if erac ión (de ban cos e ins ti tuc ion es financi eras y sediver sif ica ron las ofe rtas —títulos y valores indexados de todo tipo,emitidos por el Estado, se sumaron a los depósitos a plazo fijo, preferidos por losahorristas— de modo que, en un clima alt ament e esp ecu lat ivo , lacom pet enc ia mantu vo alt a las tasas de interés, y con ella la inf lac ión , queel equ ipo eco nóm ico prá ct ica mente nunca pud o o qui so reduc ir. En la

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nueva operatoria se mantuvo una norma de la vie ja concep ció n: el Estad ogar ant iza ba no sólo los tít ulos que emit ía sino los depós itos a plazo fijo,tomados a tasa libre por ent idades privadas, de modo que ante una eventualquiebra devol vía el depósito a los ahorris tas. Esta combinac ión delib era lizaci ón, eli min aci ón de con tro les y garantía generó un mecanismoque llevó pronto a todo el sistema a la ruina.

La segunda gran mod ifi cac ión fue la ape rtu ra económica y la progres ivaeliminac ión de los mecanismos clás icos de protección a la producción local,vigentes desde1930. Se disminuyeron los aranceles, aunque en formadespareja y selectiva, y como posteriormente se agregó la sobreva luación delpeso, la industria local debió enfrentar la competencia avasallante de una masade productos importados de prec io ínfimo. La fiebre especulativa ganó a todala población, que para defender el valor de su salario debía colocarlo a plazofijo por unos pocos días o ensayar alguna otra mart ingala más arriesgada;junto con el alud de productos importados de prec io mínimo fueron losfenómenos salientes de esta transformación profunda y profundamentedestructiva.

La transformación se completó con la llamada "pauta cambiaria", una medidade importancia adoptada en diciembre de 1978, poco después de que elgeneral Videla fuera confirmado por la Junta Militar por tres años en lapresidencia, aventando amenazas sobre la estabilidad del ministro . El gobiernofijó una tabla de deva luac ión mensual del peso, gradualmente decrecientehasta llegar en algún momento a cero. Se adujo que se buscaba reducir lainflación y establecer alguna previsibilidad, pero como la inflación subsistió, elpeso se revaluó considerablemente respec to del dól ar. La adopci ón de lapau ta cam bia ría coincidió con una gran afluencia de dinero del exterio r,origina do en el rec iclamiento que los bancos inte rnacional es deb ían hac erde los dól ares gen erado s por el aumento de los precios del petróleo, que en1979 volvieron a sub ir notabl emente . El flu jo de dólares —origen del fuerteendeudamien to externo— fue común en toda América Lat ina y en muchospaíses del Tercer Mundo, pero en la Argentina lo estimuló la posibilidadde.tomarlos y colocarlos sin riesgo aprovechando las elevadas tasas deinterés inte rnas, pues el Esta do aseguraba la esta bil idad del valor con queser ían recomprado s. Pero la "tabli ta" —tal el nomb re popu lar de la pautacamb iaria— no bas tó para reduci r ni las tasas de interés ni la inf lac ión , enbuena medida por la incertidumbre creciente a med ida que la sobrevaluacióndel peso anticipaba una futura y necesaria gran devaluación. Mient ras seconstituía la base de la deuda externa, es ta "b ic ic le ta" se agregaba a la"plata dulce" y los "importado s coreanos" para conf igurar la aparienciafolclórica de una modif icación sustancial de las reglas de juego de la economía.

Su verdadero corazón se hallaba ahora en el sector financ iero, donde seconcentraron los benef icios. Se trataba de un mercado alta mente ines table,pues la masa de. dinero se encontraba colocada a corto plazo y los capi talespodían sal ir del país sin trabas, si cambiaba la coyuntura , de modo que,

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antes que la efic iencia o el riesgo empresar io, all í se premiaba la agi lidad yla especu lac ión . Muchas empresas compensaron sus fuertes quebrantosoperat ivos con ganancias en la act ividad financ iera ; muchos bancos seconvir tieron en el centro de una importante red de empresas, generalmenteendeudadas con ellos y compradas a bajo prec io. Muchas empresas tomaroncréditos en dólares, los emplearon en reequ iparse o los colocaron en elcircui to financ iero, y para devolverlos recurrieron a nuevos crédi tos, unacadena de la felic idad que, como era previsible, en un momento se cortó.

El momento llegó a principios de 1980. Mientras la economía imagina ria delmercado financ iero rodaba hacia la vorágin e, la econ omía real agonizaba.Las altas tasas de inte rés eran inconcil iables con las tasas de bene ficio, demodo que ninguna actividad era rentable ni podíacompet ir con la especulación.Todas las empresas tuvieron problemas, aumentaron las quiebras, y losacreedores financieros, que comenzaron a ver acumularse los créd itosincobrab les, buscaron solucionar sus problemas captando más depósitos,elevando así aún más la tasa de inter és, lo que pon ía en evi den cia lascon sec uen cia s de garantizar los depósitos y a la vez eliminar los contro les alas insti tuciones financieras. En marzo de 1980, finalmente, el Banco Centraldecid ió la quiebra del banco privado más grande y de otros tres importantes,que a su vez eran cabezas de sendos grupos empresarios. Hubo unaespectacular cor rida bancar ia, que el gob ierno logró frenar a costa deasumir todos los pas ivos de los bancos quebrados, que en un año llegaron arepresentar la quinta parte del sistema financiero.

El problema financiero se agravó a lo largo de 1980, y desde ento nces hastael fin del gob ierno mil itar la crisis fue una constante . En marzo de 1981deb ía asumir el nuevo presidente, general Roberto Marcelo Viola. Se vis-lumbraba que Mar tínez de Hoz dejaría el min isteri o, y con él cesaría lavigencia de la "tablita", prenunciada por una masiva emigración de divisas. Elgobierno debió endeudarse para cubrir sus obligaciones —la deuda públicaempezó a sumarse a la privada— y finalmente tuvo que abandonar la par idadcambiaria sostenid a. A lo largo de 1981, y ya con la nueva conduccióneconómica, el peso fue devaluado en un 400%, mientras la inflación recrude-cida llegaba al 100% anual. La deva luación fue cata strófica para lasempresas endeudadas en dólares y el Estado, que ya había absorbido laspérdidas del sistema bancario, terminó en 1982 nacionalizando la deuda privadade las empresas , muchas de las cuales los prop ios empresar ios ya habíancubierto con salidas de dólares no declaradas.

La era de la "pla ta dulce" term inab a; probablemente muchos de susbene ficiarios no sufr ieron las consecuencias del catast róf ico fin al, pero lasoc iedad toda deb ió cargar con las pérdidas. La suba de las tasas de interés enEstados Unidos indicó la apar ición de un fuerte competidor en la captación defondos financieros. En 1982 México anunció que no podía paga r su deudaexterna y declaró una mora toria. Fue la seña l. Los créd itos fáci les para lospaíses lat inoamericanos se cor taron, mientras los intereses subían

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espectacula rmente, y con ellos el monto de la deuda. En 1979, ésta era de 8500 millones de dólares; en 1981 superaba los 25 000 y a principios de1984 los 45 000. Los acreedores externos comenzaron a imponer condiciones.Deshecho el mecanismo financiero, la deuda externa ocupó su lugar comomecanismo disciplinador.

La economía real: destrucción y concentración

En cuanto a la economía "real" , hubo un giro total respecto de las polí ticasaplicadas en las décadas anteriores. El valor asignado al mercado interno fuecuestionado y se rec lamó prio rida d para las act ividades en las que el paístenía ventajas comparativas y pod ía competi r en el mercado mundia l. Elcri ter io de pro teger la indust ria —a la que se achacó su fal ta decompeti tividad— fue reempla zado por el del prem io a la efic iencia, y fueabandonada la idea de que el crecimiento económico y el bienestar de lasociedad se asociaban con la industria. Se trataba de uncuestionamient o similaral del restó del mundo capita lis ta, pero la respuesta local fue mucho másdestructiva que constructiva.

La estrategia centrada en el fortalecimiento del sector financ iero, la ape rtu ra, elendeudamiento y —como se ver á— el cre cim ien to de algun os gru posins ta lad os en dist intas acti vidades, no benef ició part icularmente a ningunode los grandes sectores de la economía. Por el contrario , Mar tínez de Hozmantuvo confli ctos con todos, aunque no encontró ninguna resistenciaconsis tente. El sector agropecuario se encont raba en 1976 en situ aciónópt ima: culminaba su formidable expans ión produc tiva en momentos en quese abrían nuevos mercados, particularmente el de la Unión Soviética, afectadapor el embargo cerealero nor team ericano, al tiempo que el gob iernoeliminaba las retenciones a la exportación. Pero la sobre-valuación del pesollevó a los producto res a una pérd ida de ingresos y a una si tuac ión cr ít ica,que cu lminó en 1980 -198 1. Los ingre sos del sec tor agr opecu ar io pam -pea no, que en eta pas ant eri ore s sub sid iab an a la industria, en la ocas iónse trasladaron al sector financ iero y a través de él a la compra de dólares ode art ículos importados. Luego, cuando la debacle cambiaria los volvió a col oca ren bue nas condic iones, la mod ifi cac ión de las condiciones en los mercadosinternacionales prolongó su crisis.

Por la pérdida de su tradic iona l protección , la industri a suf rió lacompetenc ia de los art ícu los importados, que se sumó al encarec imiento delcrédito , la supresión de la mayoría de los mecanismos de prom oción y lareducción del poder adquis itivo de la poblac ión. El producto indu stri al cayóen los primeros cinco años alre dedor de un 20% , y tam bién la man o deobr a ocu pada. Muchas plantas fab riles cer raron y en con jun to el sec torexperimentó una verdadera involución. Lo más grave fue que la reest ruc turaciónde la act ividad , en lugar de mejorar la efic iencia supuso, como planteó Jorge

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Katz, tina verdadera regresión. Los sectores más antiguos e ineficientes, co-mo el textil y el de confecciones, fueron barridos por la com petenc ia, perotam bié n resu lta ron muy golpea dos aquellos nuevos, como el metalmecánicoo el electrónico, que había progresado notablemente. En momentos en que enesos campos se prod ucía en el mundo un avan ce tecnológico notable, labrecha que separaba a la Argentina, que se había reducido en los veinteaños anteriores, volvió a ensancharse de manera ir revers ib le . Las ramasindust riales que crec ieron y se bene ficiaron con la reestruc turación fueronsobre todo las que elaboraban bienes interme dios: celulosa, siderurgia ,alumin io, pet roqu ímica, petróleo, cemento, que emplean intensamente recursosnatu rales o mineral de hier ro, carbón, madera y tienen un efecto dinamizadorinte rno mucho menor que las anteriores . Las escasas empresas dedicadas aestas actividades, sumadas a las automo trices, se benefic iaron de losregímenes de promoción establecidos antes de 1975 y que el nuevo gobiernomantuvo, y también de una protección arancelaria ad hoc, en el caso del papel dediario o de los automotores. Proyectadas en un tiempo en que se su poníaque el crec imiento industrial se iba a profundizar, es tas empresas seencontraron limitadas por la dimensión del mercado interno, y en muchos casosse convirt ieron en exportadoras.

Si bie n el sec tor ind ust ria l per dió mucha mano de obra, en el conj unto dela economía la desocupación fue escasa, tal corno la conducción mil itar lehabía requerido al min ist ro. Hubo transferencias de trabajadores, enalgunos casos de las grandes empresas —con más posibilidades de reducirsus costos laborales— hacia las medianas y pequeñas, y de la indust riahacia los serv ic ios: hubo mucho s trabajadores que cambiaron su empleoasalariado por la actividad por cuenta propia. La mayor expansión se produ jo enla const rucción y sobre todo en las obras púb licas: el gobierno se embarcóen una ser ie de grandes proyectos, algunos relacionados con elCampeonato Mundial de Fútbol y otros con el mejo ramiento de lainf raestructura urbana , como las autopi stas de la Capi tal, aprovechando loscréd itos exte rnos baratos . En los primeros años el gobie rno hizo un esfuerzosistemático para mantener los salarios bajos, pese a la escasa desocupación:hubo una fuerte caída del salario real y de la par tic ipación del ing reso personalen el produc to, que pa só de l 45% en 1974 al 25% en 1976 , pa ra s ub ir al39% en 1980 . Po r en tonces , el gobierno pe rm it ió una mayor libertad alos tra bajadores para pactar sus con di cio nes , pero sin la pre sen ciasindical, lo que est imu ló el aum ento de las dif ere ncias ent re act ividad es yempresas . A part ir de 1981 , la cri sis, la inflación y la recesión hicierondescender dramáticamente tanto la ocupación como el salario rea l. Envísperas de dejar el poder, los gober nantes mili tares no podían exhibir eneste campo ningún logro importante.

Cuando la burbuja financiera se derrumbó, quedó en evidencia que la principalconsecuencia de la brutal transformación había sido —junto con la deudaexterna— una fuerte concentración económica. A diferencia del anterior procesode concentrac ión, entre 1958 y 1963, el princ ipal papel no correspondió a las

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empresas extranjeras. No hubo en estos años nuevas instalaciones deimportancia, y en cambio algunas grandes empresas se retiraron, y otrasvendieron sus activos, aunque se reservaron el papel de.proveedoras de partes yde tecnología, como en el caso de algunas de las fábricas de automotores. Adiferencia de veinte años atrás, el mercado interno, en franca cont rac ción,resu ltaba escasamente atractivo; por otra parte, pa ra estas empresas cuyaventaja residía en la posibilidad de plan ificar su actividad a un plazo mediano olargo no era fácil manejarse en forma eficiente en un medio altamenteespeculativo, en el que las decisiones diarias significaban grandes gananciaso grandes pérdidas y donde los empresarios loca les tenían ventaja. Lo cier toes que, junto con algunas trasnac iona les, crecieron de modo espe ctacula runos cuan tos grandes grupos locales, directamente liga dos a un empresa rioo una familia empresa rial exi tosos, como Macri, Pérez Companc, Bulgheroni,Fortabat, o trasnacionales pero con fuerte base loca l como Bunge y Born oTechint . Así, el establishment económico adquirió una fisonomía original.

En algunos casos esto fue el resul tado de la concentración en una rama deactividad, que coincidió con la reestructu ración y racionalización de laproducción y el cierre de plantas inefic ien tes . Así ocurrió con el acero, ytambién con los cigarri llos , una acti vidad donde tres empresas extran jerasreunie ron toda la actividad. Pero los casos más espectaculares fueron los de losconglomerados empresar iale s, que combinaron act ividades industri ales, deservicio , comerciales y financieras, tanto por una estrate gia de largo plazo dediversif icac ión y reducción del ries go como —en el contexto fuertementeespeculat ivo— por la búsqueda de distintos negoc ios de rápido rendimiento.Los grupos que crecieron contaron habitualmente con un banco o una insti tuciónfinanciera que les permi tió manejarse en forma rápida e independiente en elsector donde, por unos años, se obtuvieron las mayores ganancias; pero muchosde los grupos que hicieron del banco el centro de su act ividad desapa rec ieronluego de 1980. Sobrev ivieron los que capi tal izaron sus beneficioscompran do empresas en dificultades, con las que constituyeron los con-glomerados. Lo decisivo fue, sin embargo, establecer en torno de alguna delas empresas una relación, ventajosa con el Estado.

En los años en que Martínez de Hoz condu jo la economía, el Estado realizóimportantes obras públicas —desde autopistas a una nueva centra l eléctr icaatómica— para las que contra tó a empresas de constru cción o deingeniería . Por otr a par te, las emp resas del Est ado ado pta ron co moest rategia pr iva tizar par te de sus act ivi dades , con tra tan do con ter ceros elsum ini st ro de equ ipos —com o con los tel éfonos — o la rea lizaci ón detar eas , como hizo YP1 : en las tareas de extracción , y en torno de esasactividades se constituyeron algunas de las más poderosos empresasnuevas. Las empresas contratistas del Estado se benef iciaron primero con lascondiciones pactadas y luego con el mecanismo de ajustar los costos al ritm ode la inf lación que , dad a la magni tud de ést a y las dif icu ltades del go biernopara cumplir puntualmente con sus compromisos, terminaba significando unbeneficio mayor aún que el de la obra misma. Otras empresas aprovecharon los

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regímenes de promoción, que aunque en general se redujeron, continuaronexistiendo para proyectos específicos. Esos regímenes posibilitaban importantesreducciones impositivas, avales para créditos baratos, seguros de cambio para loscréditos en dólares, monopolización del mercado ínterin, decisivo en el caso delpapel de diario, o suministro de energía a bajo costo, muy importante para lasacerías o la fábrica de aluminio. De ese modo muchos grupos empresarios, amenudo sin experiencia importante en el campo, podían constituir su capital conmínimos aportes propios.

Est a pol íti ca imp licaba notables excepc ion es respec to de las pol íti cas másgenera les , en benefi cio de emp resa rios específicos, y era el resultado decapacidades también específicas para negociar con el Estado, obtener ventajas enlos contratos, mecanismos adicionales de promoción, concesiones en losacuerdos por "mayores costos", todo lo cual era el resultado de nuevas formas decolusión de intereses. Gracias a ellos, estos grupos pudieron crecer sin riesgos, alamparo del Estado, y en un contexto general de estancamiento. Acumularon unafuerza tal, que en el futuro resultaría muy difícil revertir las condiciones en queactuaban, y junto con los acreedores extranjeros se convirtieron en los nuevostutores del Estado.

Achicar el Estado y silenciar a la sociedad

La reducción de funciones del Estado, su conversión en "subsidiario", fue uno delos propósitos más firmemente proclamados por el minis tro Martínez de Hoz,recogiendo un argumento que circulaba con fuerza creciente en todo el mundocapita lista, donde estaban en plena revisión los principios del Estado dirigista ybenefactor, constituido en la Argent ina, sucesivamente, en 1930 y en 1945.Tradic ionalmente defendido por los sectores rurales, el liberalismo económiconunca había encontrado eco ni entre los empresarios —generalmentebeneficiarios del apoyo estatal— ni entre los militares, en quienes pesaba muchola impronta del estatismo y la autarquía. El ministro obtuvo una importantevictor ia argumentativa cuando logró ensamblar la prédica de la luchaantisubversiva con el discurso contra el Estado, e incluso contra el industrialismo.Un Estado fuerte y regido democráticamente resultaba un peligroso instrumentosi estaba, aunque fuera parcialmente, en manos de los sectores populares, comolo mostraba la experiencia peronista; pero aun sin ser democrático, generabainevitablemente relaciones espurias entre grupos de empresarios y sindicatos, loque por otra vía llevaba al mismo resultado. La historia de las últimas cuatrodécadas ofrecía abundantes ejemplos para este argumento, que implícitamenteterminaba encontrando la raíz del poder de los trabajadores —el gran obstáculopara lo que se estimaba un funcionamiento normal de la sociedad— en eldesarrollo industrial, artificial y subsidiado por la sociedad a través del Estado.La panacea consistía en reemplazar la dirección del Estado por la del mercado —automát ico, limpio, impersonal—, que • med iante la racional asignación derecursos, de acue rdo con la efic iencia de cada uno, destruir ía toda

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posibilidad de colusión ent re corporaciones. Paradó jicamente , el mi nistro sepropuso utilizar todo el poder del Estado para imponer por la fuerza la recetaliberal y redimensionar al Estado mismo.

Así, buena parte de la polít ica de Mart ínez de Hoz entre 1976 y 1981, cuandoel gobiern o mil itar pudo operar con escasas resis tencias, tuvo comopropósito desmontar los instrumentos de dirección, regulación y control de laeconomía que se hab ían construido desde 1930: el con trol de cambios, laregulación del crédito y la tasa de interés, y la política arancelaria. Cuando lainfluencia del minis tro dec lin ó, y el gob ierno tod o se vio sumid o en unacrisis, correspondió a los acreedores externos la vigilancia y presión sobre losgobiernos para que mantuvieran la polí tica de aper tura y libe rali zación. Comobuena parte_ _ de los mil ita res eran reacios a que el Estado sedesprendiera de las empresas de servicios públicos o de aquellas otrasligadas con sus criterios de autarquía, la política fue en ese terreno menosdirecta, combinando una descalificación genérica —se afirmaba que el Estadolas administra ineficientemente— con su deliberada corrupción y dest rucc ión: losmejores cuadros de su administ ración fueron alejados por los bajos sueldos,se toleró todo tipo de colusiones con los dirigentes sind icales, y las bajastarifas que se establecieron crearon un desastre financiero, agravadoposteriormente por la recurrencia sistemática a créd itos exte rnos . La llamadaprivatización peri féri ca, realizada sin control ni regulación alguna, permitiócrecerá su costa a los competidores privados —con frecuenc ia sus dire ctivoseran puestos al frente de las empresas públi cas—, y capaci tar los en unnegocio en el cua l la empresa estata l les transfería su larga experienc ia.Así las empresas de servic ios , has ta entonces relati vamente efi cientes, sedeterio raron, se endeudaron y sirvieron para hacer crecer a las cont ratistasprivadas, mientras que por otra par te el Estado se hac ía cargo de inf inidadde empresas y bancos quebrados por obra de su pol íti ca eco nómica.

Se trataba de una manera paradójica de achicar el Estado . El ministrolibe rali zador ejerció una verdadera dictadura sobre la economía, conducidacon una unidad de criterio que cont rastaba con la anárquica fragmentacióndel poder milita r. La libertad de mercado se construía por la fuerza, y laviolencia era la ultima rutina . Pero si ése era el verdadero objetivo, losresultados fueron no sólo magros sino has ta exactamente con tra rios. Antesque est imula r la efic ienc ia, el Estado premió a los que sabían obtener de éldistintos tipos de prebendas, por mecan ismos no demasiado dif erente s delos que se hab ía cri ticado , aunque naturalmente el actor sind ical había sidoelim inado. Ni siquiera mejoró la efic iencia del Estado en el cam po que le eraintrínseco e intransferible: la recaudación y asignación de recursos fisca les.Pese a la proc lamada aspiración a lograr el equi librio presupuestario, centraldesde la perspect iva adoptada para contener la inflación, el gas to públicocreció en forma sostenida, alimentado primero con la emisión y luego con elendeudamiento externo. Una parte importante tuvo como beneficiariodirecto a las Fuerzas Armadas, que se reequiparon con vis tas al conf lictocon Chile primero y con Gran Bretaña por las Malvinas después, y otra

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también considerab le se destinó a program as de obras pública s dedimensión faraónica. Los espacios para las negociac iones espurias semult iplicaron debido a que las tres Fuerzas Armadas se repartie ronprolijamente la administración del Estado y la ejecución de las obras públicas,multiplicando las demandas de recursos. Se gastaba por varias ventanillas a lavez, sin coordinación entre ellas —un aspecto más de la fal ta de unidad deconducción pol ítica—, lo que sumado a la in flación, que tornaba imprevisib lelo que efect ivamente cada uno recibiría, hizo borrosa la misma existencia de unpresupuesto del Estado.

El Estado se vio afectado de forma más profunda aún. El llamado Proceso deReorgan ización Nacional supu so la coexistencia de un Estado terroristaclandestino, encargado de la represión, y otro visib le, suje to a normas, esta -blec idas por las propias autoridades revolucionar ias pero que sometían susacciones a una cier ta juridicidad. En la práct ica, esta distinción no semantuvo, y el Estado ilega l fue corroyendo y corrompiendo al conjunto de lasinsti tuciones (1(.1 1...estado y a su misma organización jurídica.

La primera cuestión osc ura era dónde res idía rea lme n te el pod er, pue spes e a que la tra dició n pol íti ca del país era fuer temente pres idencial is ta ,y a que la un idad de man do fue siempre uno de los pri ncipio s de las .

Fue rzas Arma da s, la au to rida d de l pres iden te —al pr incipi o el pri mer oent re sus par es, y lue go ni siquie ra eso— res ult ó di lu ida y sometid a apermanente escru tin io y limi tació n por los jef es de las tres arm as. ElEst atu to del Proce so y las act as ins tituci ona les complemen tar ias —quesup rim ieron el Congreso , depuraron la Just ic ia y proh ib ie ron la ac tivid adpo lít ica— cre aron la Junta Mi li ta r, con at ribu ciones para designa r alpres idente y cont ro lar una parte importante de sus actos, pero lasatr ibuciones respec tivas de una y otr o no que daron tot alm ent edes lin dad as, y fueron más bien el resultado del cam biante equ il ib rio defuerzas. También se creó la Comisión de Asesoramiento Leg isl ati vo, paradiscut ir las leves, integrada por tres representantes de cada arma, queobedec ían órde nes de sus mandos , de modo que dicha Com isi ón secon vir tió en una instancia más de los acue rdos y conf rontaciones. Cada unode los cargos ejecutivos, desde gobernadores a in-tenden tes, así como elmanejo de las empresas del Estado y demás dependenc ias , fue objeto delreparto ent re las fuerzas, y quienes los ocupaban dependían de una doblecadena de mandos : del Estado y de su Arma, de modo que el conjuntopudo asimilarse a la anarquía feudal antes que a un Estado cohesionado entorno del poder.

La misma anarquía existió respec to de las normas legales que el propiogob ierno se daba. Como demost ró Enrique Groisman, exist ió confusiónsobre su naturaleza —se mezclaro n sin cri ter io leyes, dec retos y reg lam en-tos—, sobre quié n las dic taba y sobre su alcance. Hubo una notoria reticenciaa explicitar sus fundamentos, y en ocas iones hasta se mantuvo en secreto sumisma existencia . Se prefir iero n las normas lega les omnicomprensivas, y

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habi tualmente se otorgaron facu ltades ampl ias a los órganos de aplicación,pero además se toleró su permanente violación o incumplimiento. Contaminadopor el Estado ter rori sta clandestino, todo el edif icio jur ídico de la Repúbl icaresu ltó así afectado, al punto que prác ticamente no hubo límites normat ivospara el eje rcicio del poder, que func ionó como potestad omnímoda delgobernante. La corrupción se extendió a la admin istración públi ca, de la quefueron apar tados los mejo res elementos: los criterios de arb itrariedad fueronasumidos por los funcionarios inferiores, convertidos en pequeñosautócratas sin control, y a la vez sin capacidad para controlar.

En suma, la Reorganización no se limitó a suprimir los mecanismos democráticosconstitucionales o a alterar profundamente las instituciones republ icanas,como había ocurrido con los regímenes militares anteriores. Desde dentro mismose reali zó una verdadera revolución contra el Est ado , afect and o lapos ib ili dad de ejercer inclu so aquellas funciones de regulación y control que,según las concepciones liberales, le eran propias.

La fragmentación del poder, las tendencia s centrí fugas y la ana rqu íader ivaban de la esc rup ulo sa div isi ón del poder entre las tres fuerzas, al puntode no existir una ins tancia superior a ellas que dir imiera los confli ctos, perotambién de la existenc ia de definidas facc iones en el propio ejérc ito , dondecon la repres ión surgie ron verdaderos señores de la guerra, que casi noreconocían aut ori dad sob re sí. En tor no de los gen era les Videla y Viola —susegundo en el Ejérc ito—, se const ituyó la facción más fuerte, pero quedis taba de ser dominan te. Estos jefes respaldaban a Martínez de Hoz —muycriti cado por los mili tares más nacionali stas , que abundaban entre loscuadros jóvenes— pero reconocían la necesidad de encontrar en el futuroalguna salida política; mantenían comunicación con los dirigentes de lospartidos políticos, que se ilus ionaban creyendo ver en ellos al sector más ci-vil iza do y has ta progresis ta de los mil ita res , qui zá por que reconocían lanecesidad de regular de alguna manera la represión.

Otro grupo, cuyas figuras más preeminentes eran los genera les Luc ianoBen jamín Menéndez y Car los Suárez Masón, comandantes de los cuerposde Ejérci to III y I, con sede en Córdoba y Buenos Aires, a los que se asoc ia-ba el gen eral Ram ón J. Cam ps, jef e de la pol icí a de la Provincia de BuenosAires y figura clave en la represión, afi rmaban que la dic tadura deb íacon tinuar sine die , y que la rep res ión —que eje cutaban de maneraesp eci almente sanguinaria— debía llevarse hasta sus últimas consecuencias . Enconf licto permanente con el comando del arma —con Vide la y sobre todo conViola— Menéndez se insubordinó de hecho var ias veces —en ocasión delconf lict o con Chile en 1978 estuvo a punto de inic iar la guerra por sucuenta— y en forma explíc ita una vez, en 1979, que forzó su retiro.

El terce r gru po lo cons ti tuyó la Marin a de Gue rra , firmemente dirigida porsu comandante Emil io Massera, quien conf iando en sus talentos polí ticos sepropuso encon tra r una sal ida que leg itimara popula rmente al Pro ces o y a

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la vez lo lle vara a él mis mo al pod er. Mas ser a —que desde la Escuela deMecánica de la Armada ejecutó una par te impor tan te de la rep res ión y gan ósus mérit os en esa tenebrosa competencia — desarrol ló siempre unjue go propio ; jaqueó a Videla , para aco tar su poder, y tomó distan cia deMart ínez de Hoz. Se preocupó por en con tra r ban deras par a logra ralgun a adh esión popul ar al gob ierno: el Campeonato Mundia l de Fútbol —disputado en el país en 1978, y cuya organi zac ión fue presid ida por elalmiran te Lacoste— y luego el conf licto con Chi le, que prelud ió la gue rra deMalvi nas, también promovida por la Arma rla. Cuan do pa só a re ti ro ,Massera mo ntó una fun dac ión de estudios pol íti cos , un dia rio propio , uncen tro de pro moc ión int ern aci ona l en Par ís, un par tid o —de la democrac iasocial— y hasta un fantás ti co staf f in te grado por miembros de lasorganizaciones, armadas se cue strados en la Esc uel a de Mecáni ca y que ,en lugar de ser ejecutados, accedían a colabo rar en los proyec tos po líticosdel almirante.

La pu ja era sin duda mucho más comp le ja , pe ro po co mani fies ta . Elgrupo de Vide la y Viola fue avanzan do gradua lmente en el cont ro l de lpoder, pero en mayo de 1978 Massera se anotó un tr iunfo cuando logróque se separaran las func ion es de pres idente de la Nación y decomandan te en jefe de l Ejérci to , pese a que Vide la fu e conf irmadocomo pres iden te hasta 1981 y Viola lo sucedió como je fe de l Ejérci to .El desp lazamien to de Menéndez fue un tr iunfo importante de Vide la,aunque poco después Viola pasó a re ti ro y lo reemplazó en el mandode l Ejérci to el genera l Leopoldo Fortun ato Galtie ri. En sep tie mbre de198 0 Vid ela pud o imp one r en la Junta de Comandantes la designac ión deViola com o su suces or , pero a costa de una comple ja negoc iació n, queauguró el prolongad o jaqueo a que ser ía sometido el se gundo presidentedel Proceso.

En sum a, podr ía deci rse que la po lít ica de orden em pezó fraca san do conlas propias Fue rza s Arm ada s, pue s la corpo rac ión mi lit ar se com por tó demaner a ind isc ipl inada y facciosa, y poco hizo para mantener el orden que el lamisma pretendía imp oner a la soc iedad. A pesar de eso , dur ant e cin coaño s logra ron ase gur ar una paz relat i va, como la de los sepu lcros, debidoa la escasa capacidad de respuesta del con junto de la soc iedad, en par tegolpeada o amenazada por la repres ión y en parte dispuesta a tol era rmucho de un gob ierno que , lue go del cao s, asegu raba un orden mínimo.Só lo hacia el fin de l período de Vid ela , est imu lados por el des con ten toque gen eró la cri sis económica, as í como por las crec ientes di fi cu ltadesque enc ont rab a el gob ier no mil ita r y sus fue rte s disens iones in test inas ,las voces de protes ta , toda vía tímidas y confusas, comenzaron a elevarse.

Esta transic ión del silenc io a la palabra var ió según los cas os. Losempre sario s apo yaron al Pro ces o des de el co mienzo, pero a la dis tancia .Pese a las coincidencias genera les —sobre todo en lo re la ti vo a lapo lí ti ca labo ra l—hab ía desco nf ian zas recíp rocas : los mi lit ares at rib uía n a

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los empresar ios parte de la responsabi lidad de l caos social que sehabían propuesto modi fi ca r, y és tos, po r su par te, divid ido s en susint erese s, no eran capac es de formu la r or ient ac ione s o reclam os clarosy ho mo géne os . Aquell os emp resari os esp ecí ficam ent e benefi cia dos tod a-vía no con st itu ían un gru po orgán ico , insti tucio nal iza do y con voz prop ia .Las voces corporat iva s —la Socieda d Rur al, la Unión Ind ust ria l—cri tic aba n asp ect os esp ecí ficos de las pol íti cas económicas que losafectaban , y alg unos genera les como la elevada inf lac ión , pero más allá deeso carecían de unidad y fue rza par a presio nar cor porativamente , y só loempez aron a hacer lo cua ndo el régim en mil ita r dio , a la vez , signos dedeb ili dad y de dispos ición a la ape rtu ra. El gen era l Vio la, bus can do tomardis tan cia de la po lí ti ca de Mart ínez de Hoz, convocó especí fi ca men te alos voceros de los grandes sectores empresarios y los integró en sugab ine te, pero la par tic ipación concluyó con su caída, y des de ent onc eslos empre sar ios , muy golpea dos por la cri sis , fuero n integra ndo concre cie nte entusiasmo el frente opositor.

El movim iento sindical recib ió duros golpes. La represión afectó a losactivistas de base y a muchos dirigentes de primer nivel, que fueronencarcelados. Las principales fáb ricas fueron ocupadas mil ita rmente , hubo"listas negras", para man tener ale jados a los act ivistas, y con tro l ideo lógicopara los aspiran tes a empleo. La CGT y la mayoría de los grandes sindicatosfueron intervenidos, se suprimieron el derecho de huelga y las negoc iacionescolectivas y los sind icatos fueron separados del mane jo de las obrassociales . Privados casi de funciones , reducidos como consecuencia de loscambios en el empleo, que afectó sobre todo a los indu stri ales, los sindicatoshic ieron oír poco su voz.

El gobierno mantuvo una mínima comunicación con los sind ical is tas, casilimi tada a la conformación de la del egación que anualmente deb íacon cur rir a la asamblea de la Organi zaci ón In te rnac iona l de l Tr ab ajo enGinebra. Esto les permit ió una cier ta ac tivid ad y algún espacio paradenunc iar en el ex te rior las du ras cond ic iones de los trabajado res y, poresa vía , para plantear al gob ierno cuestiones acerca de sa larios ,conven ios y huelgas. Los sin dic ali sta s se agrupa ron , de maneracam biante , en dos te nd encias : los dialogui stas y los comb at ivos . Enabr il de 197 9, cua ndo la rep res ión hab ía mengu ado algo, los combat iv osreal iza ron un paro genera l de protes ta, que los di al og ui st as noac at ar on , y qu e conc lu yó con una fuer te repres ión y pr is ión para lamayoría de los diri gentes que lo encabezaron. A fi nes de 1980 , los di ri -gentes más combat ivos reconsti tuyeron la CGT y eli giero n co rn ose cr et ar io ge ne ra l a un mi em br o po co conocid o de un peque ñosind ica to: Saú l Ubaldini . En 1981, apr ovechando la mayor tol erancia delgob ierno, la CGT realizó una nueva huelga general, con consecuenciassimi la res a la de 1979, y en el mes de novie mbre una marcha obre rahacia la Iglesia de San Cayetano —patrono de los desocupados—,reclamando "pan , paz y trabajo". Por entonces, sus quejas se unían a las de

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otros sectores, como los estudiantes o algunos grupos de empre sar iosregionales. Las hue lgas parcia les se hic ieron más frecuentes e intensas; el30 de marzo de 1982 la CGT convocó, por prim era vez desde 1975, a unamovilización en la Plaza de Mayo, que el gobierno reprimió con violencia:hubo 2 000 detenidos en Buenos Aires y un muerto en Mendoza.

También la Iglesia modif icó su comportamiento a medida que el régimenmil itar empezaba a dar muestras de debi lidad. Inic ialmente tuvo una acti tudcomplaciente , y a la vez el gobierno establec ió una asoc iación muy estre chacon los obispos, asegurándoles importantes ventajas personales. La jera rquíaeclesiás tica —con algunas cons picuas excepciones, como el obispo de LaRio ja, Angelelli , pro bab lemente ase sinado — aprobó la asocia ció n que ensus exp res ion es púb licas los mil ita res hac ían ent re te rror ism o de Est ado yvir tud es cr ist ian as, cal ló cua lqu ier cr ít ica, just if icó de manera pocovelada la llamada erradicación de la subversión atea, y hasta to le ró queal gunos de sus miembros participaran directamente en ella, se gún de nunc ió yprobó la CONADE P. Pe ro prog resi va mente esta respuesta inic ia l, querevelaba el tr iunfo de l sec tor local más tra dic ional, fue dejando paso aotr a más elaborada, in fluida por la or ientac ión conservadora im puesta a laIglesia romana por el nuevo papa Juan Pablo II. Revis ando sus anterio resposicio nes, que habían alenta do el des arrollo de los sec tor espro gre sis tas y par ticu lar mente de los te rcermund is tas, la Ig lesia sepropuso re nunciar a la injerencia directa en las cuestiones soc iales opol íticas y consagrarse a evange lizar y volver a sacral izar una soc ied adque se hab ía tornado exc esivamente lai ca. En 1979 el Arzobispadoconsti tuyó el equ ipo de pas toral social, para reconstruir el vínculo entreIglesia y trabajadores, siguiendo el ejemplo del sindicato polaco Sol ida -ridad, y estrechó relaciones con sindical istas corno Ubal dini . También seocupó de los jóvenes, para captar y organizar los brotes de nuevareligiosidad, manifiestos en las concurridas peregr inaciones a pie a Luján, yllenar el lugar vac ant e por la desapa r ici ón de los act ivi sta s que tanin tensamente lo habían ocupado en los años anterio res . Laspreocupac iones por las cuestiones morales o por la fami lia se extend íanhacia los derechos de las personas , des de la vida has ta el tra bajo, ytam bié n por las po líticas : el docume nto "Ig les ia y com uni dad nac ional" , de1981 , af irmó los pr incipios republ icanos , indi có la op ció n de la Iglesi apor la dem ocraci a, su apa rtamiento del rég imen mil ita r y su vinculacióncon los crecientes rec lamos de la sociedad.

El más no table de el los fue el de los derechos huma nos . En medio de lomás ter rib le de la repre sió n, un gru po de madres de desapa recidos —fo rma con la que co menzó a denominarse a las víct imas de l te rror ismode Est ado — empezó a reu nirse tod as las sem ana s en la Pl aza de Ma yo,ma rchando con la cabeza cubier ta por un pañuelo blanco , reclamandopo r la apar ic ión de sus hi jos . Al ped ir cue nta s, combina ndo lodol oro sam ent e tes timonial con lo ét ico, en nombre de pr incipios como lama te rn idad , que los mi li ta res no podía n cues tionar ni englobar en la

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"subvers ión" , atacaron el cent ro mismo del discurso rep res ivo yemp eza ron a conmover la ind iferenc ia de la sociedad . Pron to , lasMadres de Plaza de Mayo —víc timas el las misma s de la repres ión— seconvir tie ron en la referencia de un movimiento cada vez más ampli o yfuero n ins tal and o una dis cus ión púb lic a, forta lecida desde el exterior por laprensa, los gobiernos y las or ga ni za ci on es de fe ns or as de lo s de re ch oshu ma no s. Desde fines de 198 1 los mi li ta res se vie ron obligados a daralguna respuesta a un tem a que pretendían archiva r sin discus ión , yaunque en genera l coincidie ron en que la cues tión debía da rse po rconc lu ida, most ra ron di fe rencia s y con tra dic cio nes que agudizaro n susant eri ore s disen sio nes y amp lia ron un poc o más la brecha por la que laop in ión públ ica, la rgam en te acal lada , come nzab a a reaparecer.

Est e cli ma empezó a ins uf lar algo de vid a a los part idos pol íti cos , a losque el rég imen mil ita r hab ía prohib ido el fun cionamien to púb lico. La vedapol íti ca, impues ta en 197 6, con geló la act ividad par tid ari a y a la vezpro rro gó las dirigencias que, caren tes de impulsos vitales, tuvieron una actitudescasamente crítica. 1,a prohibición política terminó de hecho en 1981. Losdispersos grupos de derecha fue ron convocados para consti tui r una fuerzapol ítica of iciali sta por el propio gob ierno, que ensayó su apertu ra pol íti ca,mie ntr as peron ist as y rad ica les entab laban conver sacio nes con ot rospar tidos menor es que cul minar on, a med iados de 198 1, con lacon sti tuc ión de la Multip art idar ia, integrada por el rad ica lismo, elperonismo, y. otros par tidos : el des ar ro lli smo , la dem ocr ac ia cri sti ana ylos in transigentes . Esta organi zación no tenía mayor vi ta lidad que laescasa de los pa rt idos que la in tegraban . Se tra tab a de organi zaci one sanq uil osa das y esc asa men te repre sen tat ivas, cuyos dir ige nte s era n losmis mos de 197 5. Rica rdo Ba lb ín , el ve te rano po lí ti co radi ca l que an imóest e int ento, murió en 198 1 —su ent ierro convo có la prime ra granma ni fe stac ió n ca ll ej er a de esos añ os—, ponie ndo más en evi den cia lavac anc ia de di recc ión del incip ien te movim ien to. Los par tid os secom promet ían a no co laborar con el gobierno en una salida elec tora lcondicio nad a ni a ace pta r una democr acia som eti da a la tutela mi li ta r. Setrataba de un acuerdo mínimo, reve lador de las di fi cu ltades paraplan tear al te rnat ivas po lí ticas que movi li zaran la op in ión. Pero tamb iénel los, progresivamen te, fue ron ele vando su tono, se rec lamaron los úni cosdeposi tar ios de la leg itimidad pol íti ca, e incorpora ron las prot estas deempre sario s y sin dical ist as o las vin culadas co n lo s de re ch os hu ma no s,au nq ue cu id an do de de ja r ab ie rta la puer ta pa ra una sa lida concer tada .Junto con las otras voces —sin dic ali sta s, emp res ari os, est udiant es,religiosos, intelectuales, y sobre todo defensores de derecho s hum ano s—fuero n forma ndo un cor o que a pr incipios de 1982 era difícil de ignorar.

La gue rra de Mal vin as y la cri sis del régimen militar

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Desde 1980 los dir igen tes del Proceso discut ían la cuestió n de la sal idapol íti ca. Les preocu pab a la cri sis eco nómica, el ais lamiento, la adve rsaopinión inte rnacional —en la que pesaban cada vez más los rec lamos porlos derechos humanos, que el gobierno intentaba minimizar tachándo los de"campaña antiargentina"—, y sobre todo los enfrentamientos intestinos, quea la vez dif icul taban los acuerdos necesa rios para la sal ida buscada. Lasdis idencias se habían manifestado públ icamente con la designación de Viola—a la que se opuso la Marina—, se agudizaron en el largo período quemedió hasta su asunción, en marzo de 1981, y maduraron cuando fueeviden te la decisión del nuevo presidente de modificar el rumbo de la políticaeconómica.

Viola procuró aliviar la situac ión de los empresarios locales , golpeados por lacrisi s financiera y la violenta devaluac ión de la moneda —el Estado se hizocargo de parte de sus deudas y a la vez tra tó de concer tar la pol íticaeconómica, incorporándo los al gabinete. Tomó contacto con distintos políticos—los "amigos" del Proceso— y discutió con ellos las alternativas para unaeventual y lejana transición, pero no logró organ izar ningún apoyo consistente,ni tampoco atenuar la cris is económica desencadenada por la vio lentadevaluación del peso y la ace lerada inflación. Lo host igaban los secto res quehabían rodeado a Mart ínez de Hoz, y dist intos grupos mili tares lo acusabande fa lta de fi rmeza en la conducció n. A fines de 1981, una enfermedad deViola dio la ocasión para su derrocamiento y reemplazo por el general LeopoldoFortunato Galtieri, que retuvo su cargo de comandante en jefe del Ejérc ito,modif icando así la precaria insti tucionalidad que los mismos jefes militareshabían establecido.

Galtieri, un general que a diferencia de Viola era poco ducho en política, sepresen tó como el salvador del Proceso, el dirigente vigoroso capaz deconducir lo a una victoria que por entonces parecía remota. En la formaciónde esa imagen había sido decis iva su reciente estancia en Estados Un idos ,donde fue as iduamente cu lt ivado por miembros de la admin istración deReagan —que en 1981 había sucedido a Carter—, preo cupados por-encontrar. aliados para su compleja polít ica exterior . Galt ieri se manif estódispuesto a alinea r categó ricamente al país con Estados Unidos, y aapoyarlo en la guerra encub ierta que lib raba en América Cen tra l. El paíscon tri buyó por entonces con asesores y armamentos y obtuvo de EstadosUnidos, junto con una cálida adhesión personal, el levantamiento de lassanc iones que la administ ración ante rior había impuesto al país por lasviolaciones a los derechos humanos. Probab lemente fue all í cuando Gal tie riconcibió su destino de conductor de la Argent ina hacia el mundo de lasgrandes potencias, el Primer Mundo, donde el país —protegido por supoderoso alia do— podría juga r el juego de los grandes.

Designado presidente, Gal tie ri se lanzó a la pol ítica act iva e intentó, enforma más enérgica y personal que Viola, armar un movimiento en el que los"amigos polí ticos" sustentaran su propio liderazgo, mientras anunciaba

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vagamente, sin fechas ni plazos precisos, la futura institucional ización. Encargóla conducción de la economía a Roberto Alemann, destacado econ omistadel establ ishment , quien rodeado de buena parte del equipo de Mart ínez deHoz retornó a la send a inicia l, y de acue rdo con las nuevas circunstanc iascreadas por la crisis y la deuda, definió sus prioridades en torno de "ladesinflación [sic ], la desregulación y la desestatización". En lo inmediato, lareces ión se agudizó, y con ella las protestas de sindicatos y empresarios; parael largo plazo, anunció un plan de privatizaciones, particularmente del subsuelo,que suscitó resistencias incluso en sectores del gobierno. Así, el ímpetu de Galtierichocó pronto con resistencias cada vez más enconadas, con voces cada vezmás altisonantes, y hasta con movi lizac iones calle jeras , como la lanzada porla CGT el 30 de marzo de 1982.

Fue en ese contexto cuando se concibió y lanzó el plan de ocupar las islasMalvinas, que aparec ía como la solución para los muchos problemas delgobierno. La Argent ina reclamaba infructuosamente a Inglaterra esas islas desde1833, cuando fueron ocupadas por los británicos. En 1965 las Naciones Unidashabían dispuesto que ambos países debían negociar sus diferenc ias, perolos británicos poco habían hecho para avanzar en el sentido de los reclamosargentinos, coinciden tes con las tendencias generales del mundo hacia ladescolonización. Existía, pues, un reclamo naciona l unánime en su fondo,aunque no en las formas y medios para lograrlo . Desde la perspec tiva de losmili tares, una acc ión mil ita r que condujera a la recupe rac ión de las islaspermit iría uni ficar a las Fuerzas Armadas tras un ob jet ivo común y ganar,de un golp e, la cues tionada legi timidad ante una sociedad visiblementedisconforme.

Una acc ión mi lit ar tendr ía una segu nda ven taj a: pos ibi li ta rí a en co nt ra run a sa li da al at ol la de ro qu e ha bí a cre ado la cue st ión con Chi le por elcan al de l Bea gle . En 1971, los presidentes Lanusse y All ende hab íanaco rdado somete r a arb itraje la cuesti ón de la posesión de tres islote s qu edo mi na n el pa so po r aq ue l ca na l, que un e lo s océ ano s At lán tico yPac ífi co. En 197 7, el lau do arb itr al los oto rgó a Chi le, y el gob iernoargent ino lo rechazó. En 1978, ambos países parecían dispue stos a dir imi rla cue stión por las arm as cuando, cas i en el últ imo minuto , dec idie ronace pta r la med iac ión del Pap a, por int ermedi o del cardenal Samoré. A finesde 1980, el Vaticano comunicó reservadamente su propuesta, que en losustan ti vo mantenía lo establecido en el laudo, y el gobierno argentino —imposibi litado tanto de rechazarla como de aceptarla—optó por dila tar larespuesta y retomar la situación de activa hostilidad con Chile.

Por entonces había cobrado forma definida entre los mili tares y sus amigosuna corr iente de opin ión belicista , que arraigaba en una veta delnac ionalismo argent ino y se alimen taba con vigorosos sentimientoschauvinis tas . Dive rsas fantasías largamente acuñadas en el imag inar iohistórico de la sociedad —la "pat ria grande", los "despojos" de los que elpaís había sido víctima— se sumaban a la nueva fantasía de "entrar en el

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Primer Mundo" mediante una pol ítica exte rior "fuerte". Todo ello se sumabaal ya tradicional mesianismo militar y a la ingenuidad de sus estrategas,ignorantes de los datos más elementa les de la polí tica internacional. Laagresión a Chile , bloqueada por la mediac ión papal, fue desplazada hac iaGran Bretaña, el tradic ional imperio, que se suponía vie jo y achacoso. Yaen 1977 , la Marina había plan teado la propuesta de ocupar las is las,vetada por Vide la y Viola, qu e retomó apenas Gal tier i asumió lapresidencia. La idea era senc illa y atr act iva . Lue go del golpe de man o, quepre sen taba pocas dif icu ltades , se con tab a con el apo yo nor tea mericano yla rel uct ante rea cción de Gran Bre tañ a, que finalmen te admiti ría laocupación, a cambio de todas las conces iones y compensac ionesnecesa rias. En ninguna de las hipótesis entraba la posibilidad de una guerra.

El 2 de abr il de 198 2, las Fue rza s Armadas des embar car on y ocu paronlas Malvi nas, lue go de vencer la déb il res istenc ia de las escasas tropasbri tán icas. El hecho, sorprendente pa ra casi todos, susc itó un ampl ioapoyo: la gen te se reuni ó esp ont áne ament e en la Pla za de Mayo, y vol vióa hacerlo, en forma mul tit udinar ia, all í y en las capit ales pro vin cia les,cua ndo fue con vocada , una sem ana después, en ocasión de la visita delsecretario de Estado norteamericano Alexander Haigh. Ese día elpres idente Gal tie ri tuvo la sat isfacc ión de arengar a la mul titud des de elhistórico balcón. Todas las inst ituc iones de la sociedad —colect ividadesextranje ras, clubes deportivos, asociac iones cu lturales , sind icatos ,pa rt idos po lí ti cos—manifestaron su adhesión sin reserva. Los dirigentespoli-ticos viajaron , junto con los jefes mili tares, para asistir a la asunción delnuevo gobernador militar de las islas, genera l Mario Benjamín Menéndez, y ala imposición de su nuevo nombre a su capita l, Puerto Stanlcy, rebaut izadacomo Puerto Argentino. Los dirigentes de la CGT, que habían sidofuertemente repr imidos apenas tres días atrás, trataron de di fe renciar suadhesió n a la acció n de un eventual apoyo al gobierno, pero estadis tinción no era fáci l de expl icar . El gobierno mil itar había obtenido unacaba l victoria polí tica al iden tifi carse con una reivind icación de la soc iedadque arraigaba en un profundo sentimiento, al ime ntado por una tra dicio nalcu ltura polí tica nac ionali sta y ant iim per ial ist a, que ya par ecía arc hivadapero resurgió vigorosamente. También había captado las formas pueriles ysuperficiales en que esos sentimientos se manifestaban, el torpe chauvinismocon que se mezclaba, así como el fácil triunfalismo y el belicismo acrítico —fuesorprendente que prácticamente nadie discut iera la licitud de los medios—,revelador de una desintegración de convicciones políticas que otrora habían sidomás sólidas y, profundas. La sociedad que había festejado el triunfo argentinoen el Campeonato Mundia l de Fútbol ahora se alegraba de haber ganado unabatalla, y con la misma in-conciencia se disponía a avan zar, si era nece sar io,hac ia una guerra . Si triunfaban, los mil ita res habrían saldado sus deudascon la soc iedad, al solo precio de conceder una mayor libertad para que seexpresaran voces no regimentadas, que sin embargo, cuando se apartabandel libreto oficial —por ejemplo reclamando el abandono de la pol ítica

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económica libera l y la adopción de una "economía de guerra"— eranfácilmente descartadas.

La reacc ión fue sorprendentemente dura en Gran Bretaña, donde lospacifistas perdieron la discusión y triunfaron los sectores más conservadores,encabezados por la primera ministra Margaret Thatcher, que al igual que losmili tares aspi raba a util izar una victoria mili tar para consolidarse internamente.De inmediato se alistó una fuerza naval de importancia, que incluía dosportaaviones y contingentes para el desembarco; el 17 de abri l la Fuerza deTareas se había reun ido en la isla Asce nsión, en el Atlántico, e iniciaba sumarcha hacia las Malvinas; en torno de las islas se dec laró una zona deexc lus ión , den tro de la cual se atracaría a cualquier fuerza enemiga.

Gran Bretaña obtuvo rápidamente la solidaridad de laComunidad Europea, quese sumó a las sanciones económicas dispuestas por el Commonwealth , y elapoyo del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, que votó unaresolución decla rando a la Argen tina nación agresora y obl iga ndo al ces e delas hos ti lid ade s y al ret iro de las tropas. El poderoso bloque que apoyaba alos británicos apenas era cont rapesado por el latinoamericano, ampl iamentesolidario en lo declarat ivo pero de poco peso mili tar, por una distante simpatíade la Unión Sovié tica y por la actitud relativamente equidistante del gobiernonorteamericano, que intentaba mediar entre sus dos aliados.

Sin respaldos consis tentes , y aun ignorando sus reglas, el gob ierno mil ita r selanzó al juego grande del Primer Mundo, suponiendo que, luego del hechoconsumado, la cues tión se reso lver ía por medio de una negociac ión, de modoque la reacción inglesa no sólo resu ltó inesperada sino improcedente.Estados Unidos, por medio del general Haigh, secretario de Estado , tra tó deencont rar una sal ida negociada y una fór mula transacciona l. Propuso unareti rada mili tar argentina y una administ ración tripartita conjunta con EstadosUnidos , que permit iera restab lecer las negociaciones. Ambas condiciones eranaceptables para el gobierno argentino si se le agregaba el compromiso apla zo fij o de reconocim ien to bri tán ico de la soberanía sobre las islas —cosa inaceptab le para los bri tán icos —, pues el gob ierno mil ita r, dispuesto atransa r en cualquier otro tema, no podía aparecer resignando aquello quehabía proc lamado como su objet ivo fundamenta l. Sólo así la operación podíaser presentada como una victoria ante la sociedad y ante la multitud que sereuniría en la plaza, cuya magia ya habían experimentado los milita res. Enlos términos en que ellos mismos habían planteado la operac ión , cua lquierotro resultado equiva lía a • una der rota. Así , los gobernantes argent inosquedaron apresados por la movilización patriótica que ellos mismos habíanlanzado, y los más prudentes debieron ceder ante las voces de los másexaltados.

Persiguiendo un objet ivo impos ible, el gobie rno argentino fue víctima de unaislamiento diplomático creciente, que resultaba agravado por sus ant iguospecados, pues quienes le habían reprochado las vio lac iones a los derechos

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humanos cons ideraron, con razón, que esta aventura bél ica , si resultabatriunfante, signif icaría conval idar todo su desempeño anterior. El envío deempresarios, sindica listas y polí ticos al exte rior para expli car la posiciónargentina no sirv ió para modi fica r esto , y en muchos casos le dio a susopos itores una tribuna donde; defendiendo los intereses nacionales, hacíanconocer sus críticas al gobierno.

El gobierno mil itar había intentado presionar a Esta dos Unidos Utilizando losmecanismos de la Organización de Estados Americanos, y sobre todo elTratado Inte ramericano de Asistenc ia Recíp roca, que anteriormente EstadosUnidos había empleado para alinear tras de sí a sus vecinos en sus conflictoscontra el Eje o contra Cuba. Los países latinoamericanos mantuvieron surespaldo a la Argentina, pero la resolución que votaron a fines de abr il fue losufic ientemente amplia y general como para no implicar un compromisomili tar. Luego de un mes de inten tar infructuosamente convencer a la JuntaMil ita r, y en momento s en que empezab a el ataque brit ánico a las is las ,Estados Unidos abandonó su mediación; el Senado vot ó san cio neseco nóm ica s a la Argen tina y ofrec ió a Gran Bretaña apoyo logíst ico. Cadavez más solo, el gobierno argent ino buscó aliados imposibles —los paísesde l Terce r Mundo , la Unión Sovié tica y hasta Cuba —que lo alejabandefinitivamente de la ilusión de entrar al Primer Mundo. Mien tras tanto, labatalla mil itar se acercaba inexorablemente.

En los últimos días de abri l la Fuerza de Tareas británica, que había llegadoa la zona de Malvinas, recuperó las islas Georg ias. El 1° de mayocomenzaron los ataques aér eos a las Mal vin as, y al día sig uient e unsub marin o británico hund ió al crucero argentino General Belg rano, ubicadolejos de la línea de bata lla, con lo que la flota argen tina optó por ale jarsedef ini tivamente del frente de com bat e. Siguió lue go un largo com bat eaer ona val : la aviación argent ina bombardeó la flo ta brit ánica y le cau sóimportante s daños, incluyendo un blanco perfecto de un misi l teledirigidosobre el cruce ro Sheffield, que de alguna manera compensó el hund imientodel Belgrano, pero no la detuvo ni log ró impedi r que las islas quedaranaisladas del territo rio cont inen tal. En ellas , los jefes mili tares habían ubicadocerca de 10 000, soldados, en su mayoría bisoños —por algún motivo, sepref irió destina r la tropa más entrenada a la frontera con Chile—, escasos deabastecimientos , sin equipos ni med ios de movilidad , y sobre todo sinplanes, salvo resi stir . En Buenos Aires, la figura del Alcázar de Toledo , suheroica res istenc ia y la pos ibi lidad de que se produje ra algún cambio en elequilibrio de fuerzas en el mundo, ocupó el imaginario de los mili tares. En lasislas, en cambio, somet idas a un demoledor ataque de art ill ería y avi one s,las dud as fue ron tro candose en desmoralización.

Un cambio simi lar se dio en la opin ión públ ica, demorado en par te por latotal man ipu lac ión de las informacio nes, que ade más lle gab an a unpúb lico dispu est o a creer que la Argenti na estaba ganando la guerra. Enmedio del clima triunfal ista empezaron a aparecer voces crí ticas: algunos

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hablaban en nombre de Estados Unidos y rec lamaban cont ra una guerra y unalineam iento imposibles ; otros, desde la izquierda , exigían profundizar losaspectos ant iimperia listas del conf licto y atacar a los repre sentantes localesde los agresores. En los actos de la CGT por el 1" de Mayo volvie ron a alzarselas voces agr ias , mientras que den tro del rad ica lismo, cuya conducciónofi cia l hab ía aceptado man samente los tér minos de la cuest ión puestos porel gobierno, Raúl Alfonsín, que diri gía el sector opos itor , propuso laconstitución de un gobierno civil de transición, que encabezaría el expres idente Il lia. Así, en tre protestas creci en tes por la fa lta de información,el tema del país luego de la guerra se instaló en la opin ión públi ca, y refi rmó alos mili tares en su convicción inicial: no había otra salida que la victoria.

El 24 de mayo los ingleses desembarcaron y establecie ron una cabecera depuente en San Carlos. El 29 se libró un combate impor tante en el Prado delGanso, donde varios ciento s de argent ino s se rindie ron . El 10 de jun ioGalt ieri pudo dir igirse por últ ima vez a la gente reun ida en la Pla za deMayo, y dos día s des pué s lle gó el Papa Jua n Pab lo II, en par te paracom pensar su anteri or vis ita a Inglater ra , en parte, qu izá, pa ra prepararlos án imos ante la inm inente der rot a. Ant es de que fin ali zara su bre veest adía, com enzó el ata que fina l a Puert o Ar gen tino, do nd e se ha bí aat ri nc he rado la masa de la s tr op as , Ia de sb an da da fu e rá pi da y lare nd ic ió n, pr ác ti ca me nt e in condic ional, se produjo el 14 de jun io, 74 díasdespués de in ic iado el conf licto, que dejó más de 700 muer tos O de -sap are cidos y casi 1 300 her ido s. Los gobernan tes con vo caron al díasiguiente al pueblo a la Plaza.de Mayo, sólo par a rep rim ir en formaext rem ada mente vio len ta a aqu e llos que, convencidos por los medios dedifusión de que la victoria estaba cercana, no podían ni entender ni admitir larendición. Por entonces, los generales exigían a Galtieri su renuncia.

La vuelta de la democracia

La derrota agudizó la crisis del régimen milita r, planteada desde el descalabrofinanciero de 1981, e hizo públicos los confl ictos hasta entonces disimulados. Lacuestión de la responsab ili dad de la der rota —que unos a otros seatr ibuían— se resolv ió provisi onalmen te achacán dola a los jefes operativos,aunque luego salieron a la luz fallas más sustanciales, que involucraban a losaltos mandos; finalmente, el informe de una comisión investigadora, presididapor un general muy prestigioso, responsabilizó a la propia Junta Militar y la llevó aun juicio que, posteriormente , concluyó en la condena a los comandantes. Enlo inmediato, las tres fuerzas no se pusieron de acuerdo sobre el sucesor deGalt ieri , y aunque el Ejército pudo impon er a su can didat o, el gen era lReina ldo Bigno ne, la Mar ina y la Aeronáutica se ret iraron de la Junt aMil ita r, creando una situación institucional insólita: un presidente designado porel comandante en jefe del Ejército . Quizá hubiera sido el momento para queun vig oroso movi miento civil desplazara a las Fuerzas Armadas, pero tal

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movimiento estaba lejo s de existi r, y el designado presidente logró afi rmarsegracias a un consenso mín imo de las fuerzas polí ticas para un programa dereinstitucionalizac ión sin plazos def inidos . Pasado el momento más agu dode la cri sis , se pro duj o una recomp osi ció n int erna, se renova ron loscomandos de la Armada y la Aeronáuti ca y se reconstituyó la Junta.

La sal ida electoral propuesta sirvió para calmar los reclamos de las fuerzaspol íticas . Pero el gob ierno se proponía neg oci arl a y ase gurar que suret ira da no ser ía un desbande. Se intentó lograr el acuerdo de lospart idos para una serie de cuestiones, futuras y pasadas: la pol íti caeconómica, la presencia ins tituciona l de las Fuerzas Armadas en el nuevogobierno , y sobre todo una garant ía de que no se invest igar ían ni ac tosde co rrup ción o enriquec imie nto s ilí cit os ni res pon sab ili dad es en lo quelos mil itares empezaban a llamar la "gue rra sucia" , con un eu fe mismocomparable al de "desaparecidos" . Por entonces, todo ello empezaba a serhecho público de manera casi sensacionalista por una prensa que había decididoolvidarla censura. Las aspi raciones mi li ta res se incluyeron en un aprop ue sta, presen tada en no viem bre de 19 82 y re cha zada por la opiniónpúb lica en genera l y por los par tidos, que con vocaron poc o despu és a unamarcha civ il en defensa de la democracia. La asisten cia fue masiva, y cas ide inmediato, el gobierno fijó la fecha de elecciones, para fin es de 198 3,aun que siguió bus can do lo que con sti tu ía su ob jetivo fundamenta l:clausurar cualqui er cuestionamie nto futuro al des empeñ o pasad o de losmil ita res . Un documento final deb ía clausu rar el debate sob re losdesapa rec idos, con la afi rmación de que no hab ía sobrev ivientes y de quetodos los muer tos habían caído combat iendo; una ley est abl eci ó unaaut oamnis tía , eximie ndo a los responsables de cualquier eventual acusación.

Quizá la di rigenc ia po lít ica se hubiera aven ido a un acu erd o queimp lic ara cor rer un tel ón sob re el pas ado y asegurar una tra nsformac iónno tra umát ica del régimen mi li ta r en ot ro ci vi l, pe ro lo impidió tanto lamovi li zació n cada vez más intensa de la soc iedad com o la propiadebi lidad de las Fuerzas Armadas, co rroídas por la crecien te conc ienc iade su ileg it im idad y por sus prop ios confl ict os int ernos. Quiene s estaba nal frent e del gob ierno y neg oci aba n la rei nst itu cional izació n era ninc apa ces de cont ro la r el ap arato repres ivo que ha bían mo ntad o —elqu e cobr ó al guna s nu evas víct imas , qu e la soci e dad , sen sib il iza da,regis tró con hor ror— y aun de ase gu rar que no sería n derrocados poralgún grupo de of ic ia le s, porq ue de hech o la s Fu erz as Arm ad ashab ía n entra do en estado delibera tivo, tanto acerca del pasado com o delfut uro . Los mil ita res deb ían enf ren tarse con la ev id en ci a de su fr ac as oco mo ad mi ni st ra do re s de un pa ís desquiciado y como conductores deuna guer ra ab su rd a, qu e lo s ha bí a ll ev ad o a lu ch ar co nt ra l os qu eque ría n sus al iad os y a uni rse con un Terce r Mun do del que sie mprehab ían desco nf iad o. Deb ían con tem plar cómo sus anti guos al iados —losgrandes empresar ios, la Iglesia, Estados Unidos—, ganados por una nueva fedemocrá tica, renegab an de los antigu os acuerdos, o cómo los otrora

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discip linados jueces lle vaban a los tri bunales a of ic ia les acusados dedist in tos actos de corrupción . Sobre todo, debían enfren tarse con unasociedad que, despué s de año s de ceg uer a, se ent eraba de la exi ste nc iade vas tos ente rra mie nto s de perso nas des con ocida s, con segur ida dvíc tim as de la rep res ión , de cen tro s cla nde sti nos de det enc ión , deden unc ias rea lizadas por ex age ntes, todo lo cua l revela ba una his tor iasin ies tra , de la que has ta entonces pocos habían que rido enterarse . Enesas cond iciones, el in tento de recomponer las anti guas al ianzas, qu ehabía gu iado al úl timo gobierno de las Fuerzas Armadas, difícilmentehubiera podido fructificar.

Después de un largo letargo, la sociedad despertaba, y encont raban nuevaresonancia voces que nunca se hab ían aca lla do, como la de los mil ita nte sde las organi zac ion es def ens oras de los der ech os hum ano s, y muyesp eci alm ente las Madres de Plaza cíe Mayo. Su incont ras tab le manera dedes af iar el pod er mil ita r se com binaba con una forma ori ginal deact ivi smo , más laxa y menos fac cio sa que las trad ic iona les, que noinhibía ot ras perte nenc ias. Las ma rcha s de los jueves , con escasaconcur renc ia en los años duros de la repres ión, se conv ir tieron luegode la guer ra de Ma lv inas en nu tr ida s "m archas po r la vida ", queide nti ficaban con efi cac ia al ene mig o con la mue rte . Las organi zac ion esde der echos humano s no sól o colocaron la cuestión de los desaparecid osen el centro mismo de l debate, poniend o a los mi li ta res a la defens iva ,sino que impus ier on a tod a la prá cti ca pol íti ca una dim ens ión éti ca, unsen tido del compromiso y una valoración de los acu erd os bás ico s de lasoc ied ad por enc ima de las af ili aciones par tidari as que , en el con tex to delas experienc ias anteriores, era verdaderamente original.

A med ida que la repres ión ret rocedía y perdía leg itimidad el discursorep res ivo —tan ef ica z para la aut ocensura—, empezar on a con sti tui rsepro tagon ist as socia les de distinto tipo, algunos nuevos y otros que habíanpodido sobrevivir ocultándose. La crisis económica generó motivos legítimos ymovilizadores: los impuestos elevado s, los efectos de la indexación, laelevación de los alquileres, o las deudas impagas dejadas por una quiebrabancaria; y al reclamar y movilizarse cuestionaban tanto la política económicacomo la clausura de lo público. En otros casos era todo un pequeño fragmento desociedad —un barrio, un pueblo— el que se organizaba sobre la base de solida-ridades ampl ias tanto para reclamar —quizá con violencia, como en los"vecinazos" del Gran Buenos Aires a fines de 198 2— com o para bus car unasol uci ón a sus problemas al margen de las autoridades, bajo la forma decooperativas, asociaciones de fomento o ligas de amas de casa. La nuevaactividad de la sociedad se manifestaba también en los campos más diversos:los grupos culturales, como los que en Teatro Abierto organizaron desde 1980la demostración de una vital cultura no oficial, convertida en verdadero actopolítico, los jóvenes que animaban grupos de trabajo en las parroquias, los quenutrían las multi tudinarias peregrinaciones a Luján o los gigantescos recita lesde rock nacional, que a su manera también resul taban actos polí ticos . El

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activismo renac ió en las univers idades, al calor de los reclamos contra loscupos de ingreso o el arancelamiento, y en las fábricas y lugares de trabajo,donde empezaron a reconstituirse las comisiones internas y a reaparecer lapráctica de la participación sindical.

De alguna manera, la sociedad experimentaba una nueva primavera: 'elenemigo común, algo menos peligroso pero aún temible, estimulaba la solidaridady alentaba una organización y una acción de la que se esperaban resultadosconcretos. Nuevamente, los conflictos de la realidad aparecían transparentes, yposib le la soluc ión de los problemas, si los hombres y mujeres de buenavoluntad se organizaban en una fue rza consisten te. Pero a di ferencia de laanterio r primavera, no sólo había un repudio total de la violencia o de cualquierforma velada de guerra, sino también menos confianza en la posibilidad deencont rar una gran solución, única, rad ica l y def ini tiva, y menos seguridadde que el amplio conjunto de demandas planteadas definieran un granprotagonista, un actor único de la gesta, como lo había sido, por mucho tiempo, el"pueblo peronista". Precisamente los límites de este despertar de la sociedad seencontraron en la dificultad para agregar las demandas, integrarlas, darlescontinuidad y traducirlas en términos específicamente políticos.

En alguna medida, su integración debía darse también en la movil izaciónsindical, que fue intensa: los sindicalistas sacaron la gente a la calle parareclamar contra la crisis económica y en favor de la democracia. A lo largo de1982 y 1983 hubo una serie de paros generales y abundantes huelgas parciales,en las que se destacaron, por su nueva y aguerrida militancia , los gremiosestatales. Pero en verdad, los sindicalistas pusieron sus esfuerzos en larecuperación del control de los sindicatos intervenidos, la "normalización", quenegociaron con el gobierno combinando la presión y el acuerdo. En esa estrategiaconcurrieron los dos grandes nucleamientos en que se encontraban divid idos,más bien por razon es táct ica s, la combativa CGT de la calle Brasil, queencabezaba Saúl Ubaldini, y la negociadora CGT Azopardo. Su acciónmovilizadora fue perd iendo especificidad y conf luyó en la lucha más generalpor aquel lo que concentraba las mayores ilusiones: la recuperación de lademocracia.

La democracia fue en primer lugar una ilusión: la tierra prometida, alcanzadasin esfuerzo por una sociedad que, muy poco antes, adhería a los términos yopciones planteados por los militares. Luego del doble sacudón de la cris iseconómica y la derrota mili tar, la democrac ia aparecía como la llave parasuperar desencuentros y frustraciones, no sólo creando una fórmula deconvivencia política sino también solucionando cada uno de los prob lemasconcretos. Varias décadas sin una prác tica real hacían necesario un nuevoaprendizaje de las reglas del juego, y también de s us valores y principios másgenerales, incluyendo los que tenían que ver, más allá de la democracia, con lamisma repúbl ica . Fue precisamente ese conocimiento vago y aprox imativoel que permit ió que se encolumna ran en la nueva ilusión quiene s nuncahab ían cre ído en ella, sob re todo los que estaban aban donando

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ráp idamente el bar co del Pro ces o. Pero se la aprendió con intensidad, y sela puso en práctica pronto. La afi lia ció n a los par tid os pol íti cos —lue go deque el gobierno levantó def init ivamente la veda— fue tan masi va que uno decada tres ele cto res per tenecía a un par tido. Las mov ili zac iones en defensade la democracia recordaro n por su número a las de diez años atrás, pero adife rencia de aqué llas no eran ni fies tas ni ejercicios para la toma del podersino la expres ión de una voluntad colectiva, el mostrarse y el reconocersecomo integrantes de la civi lida d. Esa diferencia se expresó tamb ién en los lu-gares de concentración eleg idos : junto con la trad icional Plaza de Mayo, lade la Repúbl ica, el Cabi ldo o los Tr i bunales, ind icador éste del papelcentra l que, según se esperaba, debía cumplir la justicia.

La afi liación mas iva transformó a los par tidos pol íticos. Hubo un ampliodeseo de par tic ipac ión y se animaron los comités o unidades bás icas, dondeempezaron a volcarse las demandas de la soc iedad. También se renovar onlos cua dro s di rigen tes , y se incor poraron los que en los últ imo s año shab ían mil itado en organi zac ion es juveniles o estudiantiles, como en el casode la Coordinadora radical, así como muchos inte lectuales, que trajeron a lapol ítica nuevos temas —muchos surgidos de las inquietudes que estabaplantea ndo la sociedad, y otros de la experienc ia de las soc iedadesdemocráticas más avanzadas— y también formas más modernas deplan tear los. Los vie jos cua dro s dir igente s se vie ron des afi ado s por otrosque desde los márgenes hab ían planteado pos iciones discrepantes, demodo que la renovación fue ampl ia e integral.

Las transformaciones del peronismo fueron notables, pues el viejo movimiento,siempre en tensión con la democrac ia, se convirt ió en un acep table part ido. Lacues tión del vert ical ismo , que había sign ado su exis tencia, quedó superadapor la notoria falencia del vértice —Isabel Perón sólo ocupó simból icamente lapresidencia—, y la estructura par tidari a pudo también absorber a lossec tores con fue rte organización corporati va, como los sindicalistas. Lasformas par tic ipat ivas fueron adoptadas para regu lar la competencia interna,y los modernos temas y preocupaciones democráticas, que nunca habían sido elfuerte del movim iento , aparecie ron en forma razonable. La renovación, sinembargo, no fue completa: los viejos caudillos provincianos siguieronmanteniendo un lugar importante, al igual que los dir igentes sindicales. Elmetalú rgico Lorenzo Miguel —el sucesor de Vandor, a quien los militaresrehab ilita ron a princ ipios de 1983— volvió a conducir las 62 Organ izaciones,rama gremial del peron ismo, y gracias a su con tro l de las afi liaciones llegó aocupar la pre sidencia rea l del par tido. Det rás de él ganaro n esp aci osimp ortantes caud illos sind icales de trayectoria poco ¿Jara, como Her min ioIgl es ias , que alcan zó la can did atura a gob ernador de la provincia deBuenos Aires? La candidatu ra a presidente recayó en halo Luder, un jur istade pres tig io pero con escaso poder rea l en el par tido, que deb ía expresarel equ ilib rio ent re las nuevas y vie jas tendencias inte rnas , pero que no pud odis ipa r la desco nf ianza que el per on ism o despertaba en sectores importantesde la sociedad.

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El radica lismo se renovó por impulso de Raúl Al fonsín , que en 197 2hab ía creado el Mov imi ent o de Renovación y Cambio para disputar ellide razgo a Ricardo Ba lbín . Duran te el Proce so se disti ngu ió del res to delos pol íticos, pues crit icó a los mili tare s con mucha energía, asumió ladefensa de deten idos polít icos y el reclamo por los desaparecidos y evi tóenvolverse en la euforia de la guer ra de Malv inas . Desde el fin de la guer rasu ascenso fue vertiginoso, derrotando en la puja interna a los herederos deBalb ín. Hizo de la democrac ia su bandera, y la combinó con un con jun to depropuestas de modern ización de la sociedad y el Estado, una reivindicación delos aspectos éticos de la polí tica y un discurso ganador, muy dis tin to deltradic ional rad ica l, que atraje ron al par tido una masa de afiliados ysimpatizantes.

Rad ica les y peronistas cosecharon amp lios apoyos y dejaron poco espa ciopara otros par tido s. A la dere cha, sigu ió siendo difícil unif icar fuerzasdiversas, muchas de las cuales se habían comprometido demasiado con elProceso como para resulta r atract ivas. El ingeniero Alsogaray constituyó unnuevo partido, la Unión del Centro Democrá tic o, que empezó a ben ef ici arsecon el imp ulso mund ial hacia las concepciones ortodoxamente liberales,pero su cosecha mayo r la haría años después. La izqu ierda padeció tan topor la dura rep res ión de los años del Proceso como por la desactualización desus propuestas, muchas de las cuales fueron tomadas por el radicalismo'alfonsin ista, aunque el Part ido Intransigente logró reuni r un amplio espectro desimpatizantes, en buena medida nostálgicos de la política de 1973.

Alimentados por la movi lización de la sociedad y por esta seg unda yapa cib le pr ima ver a de los pue blo s, sin embargo los par tidos tuv ierondif icu ltades para dar plena cabida a las múl tip les dema ndas y al deseo depar tic ipación, que fue diluyéndose lentamente o se mantuvo al margen deellos, corno en las organizaciones de derechos humanos, cada vez másint rans igen tes en una demanda que los par tidos inte ntaban traduc ir entérminos acep tables para el juego pol ítico. La misma dif icu ltad se manifestórespecto de los intereses sociales más estructurados, como los sindicales o losempresarios, cuyas demandas discurrieron por los cauces corporat ivos yprescind ieron de los part idos para su expr esión o negociac ión. De ese modo,el crecimient o de los par tidos no supu so una eficaz inte rmed iación ynegociac ión de las demandas de la sociedad.

Tal situación, sin embargo, no preocupaba demasiado, pues la sociedad estabaadhiriendo con entusiasmo a una dem ocracia que entend ía corno la primac íade la civ ilidad. Las formas de hacer política del pasado reciente —laint ransigenc ia de las facciones , la subord inación de los medios a los fines, laexclusión del adversario, el conflicto enten dido como guerra— dejaban paso aotras en las que se afi rmaba el plu ral ismo, los acuerdos sobre formas y unasubordinación de la prác tica polí tica a la ética. Celebrando la novedad —enrigo r, hacía seis décadas que se había dejado de lado este juego

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democrático— se valoró y hasta sobrevaloró la eficacia de este inst rumento.Para cui dar lo, nut rir lo y forta lec erl o, se pus o sob re tod o el acento en elconsenso alrededor de las reg las y en la acción conjunta para la defensadel sistema. Quizá por eso se postergó una dimens ión esencial de la prácticapolítica: la discusión —civil izada y plura l— de programas y opciones, quenecesariamente implican conflictos, ganadores y perdedores, y se conf ió en elpoder y la capacidad de la civilidad unida para solucionar cualquier problema.Esta comb inac ión de la valoración de la civi lidad con un fuerte voluntar ismoderivó en un cier to faci lismo, en una especie de "democracia boba", aséptica yconformista.

Los problemas derivados de esto se verían más adelante. De momento, lacivil idad vivió plenamente su ilusión, y acompañó al cand idato que mejorcaptó ese estado de ánimo colect ivo. El peronismo encaró su campaña conmucho del viejo estil o, convocando a la liberación contra la dependencia —contan poca convicción que uno de sus cand idatos , en un revelador lapsus,equ ivocó en un discurso público la opc ión positiva— y apeló a lo peor delfol clore del movimiento para denostar a su adversario. Raúl Alfonsín, encambio, ganó su candidatura en la UCR primero, y las eleccionespres idencia les luego, apelando en primer lugar a la Constitución, cuyoPreámbulo —seguramente escuchado por primera vez por muchos de sus jóvenesadherentes— era un "rezo laico". Agregó una apelación a la transformación dela sociedad, que defin ía como moderna, laica, justa y colaborativa. Estigmatizó alrégimen, aseguró que se har ía jus tic ia con los responsables y denunció ensus adversar ios sus posibles cont inuadores, por obra del pacto ent remil itares y sindicalistas. Sobre todo aseguró que la democracia podíareso lver no sólo los problemas de largo plazo —los cincuenta años dedecadencia— sino sat isfacer la enorme masa de demandas acumuladas yprestas a plantearse . La sociedad le creyó y el radicalismo, con más de lamitad de los votos, superó holgadamente al peronismo, que por primera vezen su historia perdía una elección nacional . Una alegría profunda ysustanti va, aunque un poco inconsciente, envo lvió a sus seguidores y enalguna med ida a toda la civi lidad, que por un momento olvid ó cuántosproblemas quedaban pend ientes y qué poco margen de maniobra tenía elnuevo gobierno.

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