Virginia Woolf - La Muerte de La Polilla y Otros Ensayos Primer Captulo

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Virginia Woolf - La Muerte de La Polilla y Otros Ensayos Primer Captulo

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  • COLECCION ZETTEL

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  • La muerte de la polillay otros ensayos

    Virginia Woolf

    Traduccin de Teresa Arijn

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  • Diseo de interior: Ariana Jenik

    Ttulo original: The Death Of the Moth and Other Essays 2012 La Bestia Equiltera S.R.L.Aguilar 2023Buenos Aires, [email protected]

    ISBN 978-987-1739-16-5Hecho el depsito que indica la Ley 11.723

    Queda prohibida la reproduccin total o parcial de esta obra, por cualquier medio o procedimiento, sin permiso previo del editor y/o autor.

    Woolf, VirginiaLa muerte de la polilla y otros ensayos. - 1a ed. - Buenos Aires : La Bestia Equiltera, 2012.272 pp. ; 22x14 cm.

    Traducido por: Teresa ArijnISBN 978-987-1739-19-6

    1. Ensayo Literario. I. Arijn, Teresa, trad.CDD A864

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  • ndice

    Nota del editor 9

    La muerte de la polilla 11

    Atardecer sobre Sussex: refl exiones en un automvil 15

    Tres pinturas 21

    La anciana seora Grey 27

    Merodeo callejero: una aventura londinense 31

    Jones y Wilkinson 47

    Noche de Reyes en el Old Vic 55

    Madame de Svign 61

    El arte humano 69

    Dos anticuarios: Walpole y Cole 75

    El reverendo William Cole 87

    El historiador y el Gibbon 93

    Refl exiones en Sheffi eld Place 105

    El hombre en el portn 115

    Sara Coleridge 123

    No era uno de nosotros 131

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  • Henry James 141

    George Moore 169

    Las novelas de E.M. Forster 175

    Middlebrow 189

    El arte de la biografa 201

    Gajes del ofi cio 213

    Carta a un joven poeta 223

    Por qu? 243

    Profesiones para mujeres 251

    Pensamientos de paz durante un ataque areo 259

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  • 9Nota del editor

    Han pasado diez aos desde que Virginia Woolf public el ltimo volumen de su coleccin de ensayos, El lector comn. En el momento de su muerte, ya estaba comprometida con la tarea de reunir ensayos para un volumen adicional, que se propona publicar en el otoo de 1941 o en la primavera de 1942. Adems, tena intenciones de publicar un nuevo libro de cuentos en el que se incluyera total o parcialmente Lunes o martes, que hace tiempo est agotado.

    Virginia Woolf dej un considerable nmero de ensa-yos, borradores y cuentos, algunos sin publicar y otros pu-blicados con anterioridad en peridicos; hay sufi cientes para llenar tres o cuatro volmenes. Para este libro, hice una seleccin. Algunos se publican por primera vez; otros han aparecido en The Times Literary Supplement, New States-man and Nation, Yale Review, The New York Herald Tribune, The Atlantic Monthly, The Listener, The New Republic y Lysistrata.

    De haber vivido, no caben dudas de que ella hubiera hecho grandes modifi caciones y revisiones en casi todos los ensayos antes de permitir que aparecieran en formato de libro. A sabiendas, uno vacila en el momento de publicar-los como quedaron. Yo decid hacerlo, primero, porque me parecen dignos de ser publicados otra vez y, segundo, por-que, de todas maneras, los que ya han aparecido en otras

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    Virginia Woolf

    publicaciones haban sido escritos y revisados con inmenso cuidado. No creo que Virginia Woolf haya aportado a algn peridico o revista un artculo que no hubiera escrito y rees-crito varias veces. La siguiente ancdota probar, tal vez, con qu seriedad se tomaba el arte de escribir, incluso para un peridico. Poco antes de su muerte, escribi un artculo en el que haca la crtica de un libro. El autor del libro es-cribi al editor y le dijo que el artculo era tan bueno que le gustara tener la copia mecanografi ada, si era posible que el editor se la diera. El editor me envi la carta a m. Me dijo que l no tena la copia mecanografi ada y me su-giri que, si poda encontrarla, tal vez quisiera envirsela al autor. Entre los papeles de mi esposa, encontr el borrador original del artculo escrito de puo y letra y no menos de ocho o nueve revisiones completas, que ella misma haba mecanografi ado.

    Casi todos los ensayos crticos ms extensos incluidos en este volumen han sido sometidos a este mismo tipo de re-visin antes de ser publicados originalmente. Sin embargo, no es as en el caso de los otros, en especial de los primeros cuatro ensayos. Fueron escritos a mano por ella, como de costumbre, y luego pasados a mquina sin mucho cuidado. Los he impreso como estaban, con la salvedad de que colo-qu los signos de puntuacin y correg los errores verbales evidentes. No dud en hacerlo, dado que siempre revis los manuscritos de sus libros y artculos de esta manera antes de que fueran publicados.

    Leonard Woolf

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    La muerte de la polilla

    No es apropiado llamar polillas a las polillas que vuelan de da; no suscitan esa placentera sensacin de noches oscuras de otoo y brotes de hiedra que la ms comn Noctua Pronu-ba dormida en la penumbra de la cortina siempre despierta en nosotros. Son criaturas hbridas, ni alegres como las ma-riposas ni sombras como su propia especie. No obstante, el espcimen al que aludo, con sus alas angostas color heno, ornadas con una borla del mismo color, pareca estar con-tento con la vida. Era una maana agradable de mediados de septiembre, templada, benigna y sin embargo con una brisa ms insidiosa que la de los meses estivales. El arado ya marcaba los campos que se vean por la ventana, y all don-de haba pasado la reja la tierra estaba aplanada y reluciente de humedad. Era tal la energa que llegaba de los campos y las cuestas lejanas, que era difcil mantener los ojos estric-tamente clavados sobre el libro. Las cornejas tambin ce-lebraban una de sus festividades anuales; sobrevolaban en crculos las copas de los rboles hasta dar la impresin de componer una vasta red con millares de nudos negros que haba sido arrojada al aire y que, despus de unos instan-tes, descenda lentamente sobre los rboles hasta que cada rama pareca tener un nudo en la punta. Luego, de impro-viso, la red volva a ser arrojada al aire, esta vez formando un crculo ms amplio, entre el clamor y la vocinglera ms

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    Virginia Woolf

    extremos, como si ser lanzada al aire y descender despacio sobre las copas de los rboles fuera una experiencia tremen-damente excitante.

    La misma energa que inspiraba a las cornejas, a los la-bradores, a los caballos e incluso, pareca, a las cuestas yer-mas y desnudas, impulsaba a revolotear a la polilla de un lado al otro de su cuadrado de vidrio de la ventana. Era inevitable observarla. Por cierto, al hacerlo se tomaba con-ciencia de una rara sensacin de piedad hacia ella. Esa ma-ana las posibilidades de placer parecan tan inmensas y tan variadas que desempear solo la parte de una polilla en la vida y, por si fuera poco, la de una polilla diurna pare-ca un duro destino, y el fervor del insecto por disfrutar al mximo sus magras oportunidades resultaba conmovedor. Vol vigorosamente hacia un rincn de su compartimiento y, despus de esperar all un segundo, cruz volando al otro. Qu le quedaba, excepto volar a un tercer rincn y luego a un cuarto? Eso era todo lo que poda hacer, a pesar del tamao de los cerros, de la vastedad del cielo, del humo le-jano de las casas y de la romntica voz, de tanto en tanto, de algn vapor en altamar. Haca lo que poda. Observndola, pareca que hubieran metido una fibra, muy delgada pero pura, de la enorme energa del mundo en su cuerpo frgil y diminuto. Cada vez que cruzaba el vidrio, yo imaginaba que un filamento de luz vital se volva visible. No era ni ms ni menos que la vida.

    No obstante, como era tan pequea, y una forma tan simple de la energa que entraba por la ventana abierta y se abra paso a travs de los numerosos corredores estre-chos e intrincados de mi propio cerebro y de los de otros seres humanos, haba algo a la vez maravilloso y pattico en ella. Era como si alguien hubiera tomado una partcula de vida pura y la hubiera adornado lo ms levemente po-sible con plumn y plumas, y la hubiera puesto a danzar y zigzaguear para mostrarnos la verdadera naturaleza de

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    La muerte de la polilla

    la vida. Manifestada de ese modo, no podramos pasar por alto su extraeza. Somos hbiles para olvidarlo todo sobre la vida cuando la vemos encorvada y engalanada y ataviada y entorpecida de tal modo que debe moverse con la mayor circunspeccin y dignidad. Una vez ms, la idea de todo lo que podra haber sido su vida si la polilla hubiera nacido bajo otra forma hizo que contemplramos sus simples acti-vidades con una suerte de piedad.

    Despus de un rato, aparentemente cansada de su dan-za, se pos en el borde de la ventana, al sol; y una vez fi-nalizado aquel raro espectculo, me olvid de ella. Luego, cuando levant la vista, volvi a cautivar mis ojos. Intentaba retomar su danza, pero pareca tan rgida o tan torpe que solo poda revolotear en la parte inferior del panel de vi-drio, y cuando trataba de cruzarlo volando, no poda. Dado que estaba concentrada en otros asuntos, observ durante un rato aquellos intentos intiles sin pensar, esperando in-conscientemente que retomara su vuelo, como esperamos que una mquina que se ha detenido momentneamente retome su actividad sin considerar las razones por las que falla. Despus de quizs el sptimo intento resbal por el borde de madera y cay, agitando las alas, de espaldas sobre el alfizar de la ventana. La indefensin de su actitud hizo que me despabilara. De pronto comprend que estaba en dificultades; ya no poda levantarse sola; sus patas luchaban en vano. Pero cuando le acerqu un lpiz con el propsito de ayudarla a enderezarse, comprend que el fracaso y la torpeza eran la cercana de la muerte. Baj el lpiz.

    Las patas se agitaron una vez ms. Mir a mi alrededor, como buscando al enemigo contra el cual peleaba. Mir hacia afuera. Qu haba ocurrido? Aparentemente ya era medio-da y el trabajo en los campos haba cesado. La quietud y el silencio haban reemplazado la anterior animacin. Los pjaros haban ido a buscar comida en los arroyos. Los caba-llos permanecan inmviles. Sin embargo, el poder segua

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    acumulado all afuera, indiferente, impersonal, sin atender a nada en particular. En cierto modo era lo opuesto a la pequea polilla color heno. Era intil intentar hacer algo. Solo podan observarse los extraordinarios esfuerzos que hacan aquellas pequeas patas contra una condena que se avecinaba y que, de haberlo querido, podra haber sumer-gido una ciudad entera, y no solo una ciudad sino tambin masas de seres humanos; que yo supiera, nada tena nin-guna oportunidad contra la muerte. No obstante, despus de una pausa exhausta, las patas volvieron a agitarse. Esta ltima protesta fue soberbia, y tan frentica que al fin consi-gui enderezarse. Nuestras simpatas, por supuesto, estaban a favor de la vida. Tambin, puesto que no haba nadie a quien le importara o que lo supiera, aquel esfuerzo gigan-tesco de una pequea polilla insignificante contra un po-der de tamaa magnitud por retener algo que nadie ms valoraba o deseaba conservar resultaba extraamente con-movedor. Una vez ms, de algn modo, se vea la vida: una partcula pura. Volv a levantar el lpiz, aun sabiendo que sera intil. Pero, mientras lo haca, las inconfundibles sea-les de la muerte hicieron su aparicin. El cuerpo se afloj y de inmediato se puso rgido. La batalla haba terminado. La pequea criatura insignificante ahora conoca la muerte. Mientras miraba la polilla muerta, aquel triunfo instan-tneo de una fuerza tan grande sobre un antagonista tan nfimo me llen de asombro. As como la vida haba sido extraa unos minutos atrs, la muerte era ahora igual-mente extraa. Como haba logrado enderezarse, la po-lilla yaca ms decente e impecablemente compuesta. Ay, s, pareca decir, la muerte es ms fuerte que yo.

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