Visión y audición

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Visión y audición Sergio Aschero La visión es nuestro sentido dominante. Unas dos terceras partes de la capacidad cerebral se destinan sólo a la interpretación de lo que vemos. Los rayos de luz que llegan al ojo son enfocados principalmente por la córnea que se encuentra al frente del ojo, y parcialmente por el cristalino, dispuesto un poco más atrás. Los músculos ciliares hacen que el cristalino se engrose para enfocar los objetos cercanos y se adelgace para enfocar los distantes. Entre la córnea y el cristalino está la pupila, un círculo en el centro del iris, que se contrae con la luz brillante para proteger la retina y se dilata en la oscuridad para permitir un mayor paso de luz. La retina contiene las células sensibles a la luz que envían señales nerviosas cuando la luz brilla sobre ellas. Los 120 millones de bastoncillos en cada ojo se desempeñan bien con la luz brillante y con la tenue, pero ven en un solo color (tonos de gris). Los 10 millones de conos concentrados alrededor del fondo de la retina, donde convergen las imágenes sólo trabajan con luz brillante. Por esta razón, las escenas nocturnas se tornan grises; los conos dejan de trabajar y la visión depende más de los bastoncillos. En cierto modo, el ojo se parece un poco a una cámara de video. Al frente encontramos la córnea y el cristalino que enfocan la luz y forman una imagen diminuta. Recubriendo el fondo del ojo se halla la retina, una finísima formación de 130 millones de conos y bastoncillos sensibles a la luz, que detecta la imagen y la convierte en una serie de impulsos eléctricos, de la misma manera que las fotocélulas de una cámara de video generan una señal eléctrica. Estos impulsos nerviosos son procesados por varios grupos de neuronas y luego transmitidos al cerebro a través del nervio óptico. Dentro del cerebro, los nervios ópticos de ambos ojos convergen en el quiasma óptico, donde se unen las neuronas portadoras de las señales de la mitad derecha de cada retina, al igual que las de la mitad izquierda. Así, cada lado del cerebro recibe señales de la mitad correspondiente de cada retina. Las señales continúan su viaje desde el quiasma óptico a lo largo del conducto nervioso hasta la siguiente estación llamada núcleo geniculado lateral. Aquí, las señales se dividen y se abren en abanico sobre un área llamada corteza visual, ubicada en la sección posterior baja de cada mitad del cerebro. Los experimentos con animales han demostrado que diferentes regiones de la corteza visual analizan diversas características de la imagen. Algunas se encargan del color, otras del movimiento en direcciones específicas, y otras más de las líneas y los contornos. Una región coordinadora conocida como la corteza visual primaria comunica las señales desde y hasta esas áreas. Recientes exploraciones cerebrales realizadas mediante tomografías por emisión de positrones, PET (Positron Emission Tomography), que registran los lugares por donde fluye la sangre, respaldan esta descripción.

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Análisis fisiológico de los procesos de visión y audición que comprenden un 83% y un 11% respectivamente de nuestra capacidad perceptiva.

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Visión y audición Sergio Aschero La visión es nuestro sentido dominante. Unas dos terceras partes de la capacidad cerebral se destinan sólo a la interpretación de lo que vemos. Los rayos de luz que llegan al ojo son enfocados principalmente por la córnea que se encuentra al frente del ojo, y parcialmente por el cristalino, dispuesto un poco más atrás. Los músculos ciliares hacen que el cristalino se engrose para enfocar los objetos cercanos y se adelgace para enfocar los distantes. Entre la córnea y el cristalino está la pupila, un círculo en el centro del iris, que se contrae con la luz brillante para proteger la retina y se dilata en la oscuridad para permitir un mayor paso de luz. La retina contiene las células sensibles a la luz que envían señales nerviosas cuando la luz brilla sobre ellas. Los 120 millones de bastoncillos en cada ojo se desempeñan bien con la luz brillante y con la tenue, pero ven en un solo color (tonos de gris). Los 10 millones de conos concentrados alrededor del fondo de la retina, donde convergen las imágenes sólo trabajan con luz brillante. Por esta razón, las escenas nocturnas se tornan grises; los conos dejan de trabajar y la visión depende más de los bastoncillos. En cierto modo, el ojo se parece un poco a una cámara de video. Al frente encontramos la córnea y el cristalino que enfocan la luz y forman una imagen diminuta. Recubriendo el fondo del ojo se halla la retina, una finísima formación de 130 millones de conos y bastoncillos sensibles a la luz, que detecta la imagen y la convierte en una serie de impulsos eléctricos, de la misma manera que las fotocélulas de una cámara de video generan una señal eléctrica. Estos impulsos nerviosos son procesados por varios grupos de neuronas y luego transmitidos al cerebro a través del nervio óptico. Dentro del cerebro, los nervios ópticos de ambos ojos convergen en el quiasma óptico, donde se unen las neuronas portadoras de las señales de la mitad derecha de cada retina, al igual que las de la mitad izquierda. Así, cada lado del cerebro recibe señales de la mitad correspondiente de cada retina. Las señales continúan su viaje desde el quiasma óptico a lo largo del conducto nervioso hasta la siguiente estación llamada núcleo geniculado lateral. Aquí, las señales se dividen y se abren en abanico sobre un área llamada corteza visual, ubicada en la sección posterior baja de cada mitad del cerebro. Los experimentos con animales han demostrado que diferentes regiones de la corteza visual analizan diversas características de la imagen. Algunas se encargan del color, otras del movimiento en direcciones específicas, y otras más de las líneas y los contornos. Una región coordinadora conocida como la corteza visual primaria comunica las señales desde y hasta esas áreas. Recientes exploraciones cerebrales realizadas mediante tomografías por emisión de positrones, PET (Positron Emission Tomography), que registran los lugares por donde fluye la sangre, respaldan esta descripción.

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Los investigadores sugieren que cuando las regiones envían y reciben las señales nerviosas, nosotros vemos en nuestro ojo de la mente. Ver y comprender pueden ser uno y el mismo proceso, y ambos parecen ser parte integral de la conciencia misma, al menos para las personas con visión. Las longitudes de onda visibles están comprendidas entre: 4.000 Ä y 6.750 Ä (espectro de red). Los sonidos sólo son sutiles vibraciones del aire, que los oídos detectan y el cerebro escucha. La oreja que sobresale de la cabeza es sólo una pequeña parte de nuestro sentido del oído. En su interior se encuentra un tubo que conduce los sonidos y hace vibrar el tímpano. Esta vibración sacude a su vez tres pequeños huesecillos, enviando ondas de presión a través del fluido del oído interno. El oído interno es un laberinto de intrincados tubos y pasajes, aunque la clave de la audición es el caracol óseo o cóclea. Esta sorprendente estructura está recubierta por una piel flexible llamada membrana basilar, que se asienta en hileras de miles de células ciliadas, cada una con 50 -100 vellosidades microscópicas. Cuando el entrechoque de los huesecillos conduce ondas de presión a través del fluido que llena la cóclea, la membrana también ondea, tocando las vellosidades, como lo haría un ejecutante con las cuerdas de un arpa. El movimiento ondulatorio de las vellosidades hace que las células ciliadas envíen impulsos nerviosos a través del nervio coclear hasta el cerebro. El nervio coclear se une al nervio auditivo, que a su vez lleva las señales hasta los centros auditivos ubicados a los lados de la corteza cerebral, donde se perciben los sonidos y se escuchan en nuestra conciencia. El oído es sensible a los sonidos débiles puesto que amplifica la más mínima vibración en el aire. El oído externo amplifica ligeramente los sonidos al conducirlos hacia el tímpano o membrana timpánica, tensionado por un músculo tensor. Pero son tres huesesillos enlazados: martillo, yunque y estribo, los que forman el sistema real de amplificación del oído. Los huesesillos están conectados y actúan como palancas para incrementar la fuerza de la vibración. El primer hueso en la cadena, el martillo, se mueve un largo trecho al ser sacudido por el tímpano. El último en la cadena, el estribo, unido al músculo estapedio, vibra sólo un corto trecho, pero con mayor fuerza. El sonido se amplifica aún más cuando el estribo golpea la membrana que cubre la entrada del oído interno, o ventana oval. Esta es semejante al tímpano, pero unas 30 veces más pequeña, por lo que las vibraciones se comprimen e intensifican. Una mayor amplificación depende de la espiral cada vez más angosta de la cóclea. La cóclea es un tubo que se angosta y se enrolla dos veces y media. En su interior se hallan tres tubos paralelos llenos con un fluido. El del medio contiene largas e

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intrincadas hileras de vellosidades, parte de órgano de Corti, cubiertas por una película, la membrana basilar. Cuando el estribo mueve la ventana oval, las ondas de presión se rizan a lo largo del fluido acariciando las vellosidades del órgano de Corti, que dispara señales al cerebro. Los sonidos de alta frecuencia son recogidos en la parte más amplia de la espiral y los de baja frecuencia en el extremo. Las últimas investigaciones han arrojado sorprendentes resultados: parece ser que una fracción de segundo antes de tener conciencia de la naturaleza del sonido, el cerebro ya ha analizado e identificado sus características. Las frecuencias audibles están comprendidas entre: 16 Hz. y 20.000 Hz. En la audición siempre se deben tener en cuenta varios factores, tanto fisiológicos como psicológicos, que inciden en la percepción final del sonido. El primer factor sería el hecho de que disponemos de un sistema periférico innato por naturaleza: el aparato auditivo. El oído es el órgano receptor en donde comienza el camino a través del cual el estímulo acústico se va a convertir en sensación sonora. Se trata de un complejísimo sistema, el cual trabaja en combinación con otros transductores sensoriales (ojos, tacto, etc.) Todos ellos nos van a facilitar una gran cantidad de información finalmente procesada en el cerebro. Un buen ejemplo de la interacción de los sentidos en el proceso de la percepción se da en los conciertos: una buena audición se verá favorecida si la visión del escenario es óptima. El segundo factor que influye es la configuración del sistema nervioso por medio de cual se transmite toda la información recibida en el aparato auditivo. Del oído interno parten miles de fibras nerviosas hacia el cerebro: una conexión de 30.000 neuronas. Existen tal cantidad de grados de intensidad y de alturas reconocibles (300.000 aprox.) que sería imposible discriminar todos estos datos en un área tan pequeña de nuestro oído (la cóclea). Sin embargo somos capaces con mayor o menor éxito de codificar y procesar una extraordinaria cantidad de información. La historia se complica mucho más cuando comprobamos que el sonido no posee solamente tres atributos unidimensionales como son la duración, la altura y la intensidad. Escuchamos un sonido e inmediatamente utilizamos un adjetivo para acotarlo: brillante, oscuro, suave, compacto, apagado, hiriente, limpio, retumbante, seco, claro, transparente, preciso,... Aparece el timbre como atributo multidimensional básico en la percepción sonora. Un concepto ambiguo, siendo imprecisa su explicación con una sola palabra. Ante un sonido cualquiera preguntemos varias personas cómo lo catalogarían. Después añadamos a los adjetivos empleados sus contrarios. Finalmente busquemos un sonido que se ajuste a cada contrario: difícil y entretenida tarea. Si la formación musical de cada persona es variada el proceso se enredaría mucho más. Llegamos al tercer y último factor al encontrarnos con un sistema central ubicado en el cerebro. Hablemos de la inteligencia: no se hereda y depende siempre de los estímulos recibidos desde que nacemos, de las condiciones en las que se haya desarrollado nuestra educación, etc. Esto quiere decir que desde muy pequeños la

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vamos configurando, y por tanto, nuestra capacidad cerebral presente va a responder de una forma u otra a una gran variedad de estímulos acústicos. La percepción será entonces el proceso mediante el cual asignamos una información sensorial a toda una serie de datos previamente almacenados en nuestra memoria gracias a la propia experiencia, al aprendizaje individual. Un aspecto no menos interesante es la distinta respuesta a los estímulos sensoriales según la etapa de nuestra vida. En la infancia poseemos una mayor facilidad para el aprendizaje de idiomas; en la música citemos al "oído absoluto", una habilidad (alcanzable en menor grado en la madurez), que poseen menos del 1 % de la población que consiste en reconocer y nombrar la altura de un sonido sin ninguna referencia. Alcanzado este punto cabría preguntarse qué tiene más importancia en la audición: la estructura interna del sistema receptor o la experiencia musical propia. La conclusión es que se deben tener en cuenta tanto los diferentes grados de educación musical como la propia naturaleza del aparato auditivo, para evaluar en su justa medida la fisiología y la psicología de la audición.