Vivimos en un estado de bienestar

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¿Vivimos en un estado de bienestar? (según la RAE: “Sistema social de organización en el que se procura compensar las deficiencias e injusticias de la economía de mercado con redistribuciones de renta y prestaciones sociales otorgadas a los menos favorecidos.” Don. R.M.A era un caballero de 81 años afincado en Gran Canaria, por motivos profesionales. Enamorado de nuestra isla y sus gentes, se jubiló y al calor de esta isla se quedó. Hombre solitario, por convencimiento y deseo, amante de la música y el piano; amigo de hacer favores a sus amigos/ vecinos (yo tuve la inmensa suerte de serlo); también a los animales. Cuidó de mi perra, Diana, mientras yo, por entonces médico residente del H. Universitario Las Palmas, me ausentaba, para cumplir con mis guardias. No había deleite más reconfortante, tras regresar de una guardia sin dormir, que el duermevela de sus melodías al teclado. -Las dimensiones del apartamento y la economía doméstica no le permitían el dispendio de un piano-. Melodías, que interpretaba, tras regresar Rafael de su habitual paseo matutino por Las Canteras. Paseos, que en mis días salientes de guardia, hacía acompañado de nuestra querida Diana, ya que a mi regreso, me decía… “Pareces cansada, Diana se viene conmigo” dejándome recuperar el sueño perdido. Mi amigo, nunca abandonaba su isla, no tenía familia o quizá demasiado lejana… la familia y la distancia que los separaba. Sin embargo, solícito se ofrecía a cuidar de Diana, para que yo pudiera viajar en mis vacaciones. En una ocasión, estando yo ausente, Diana enfermó. Fueron sus cuidados, no escatimando los propios del veterinario, los que Rafael le dedicó hasta su curación y mi regreso, sin ni siquiera una llamada telefónica; ya que como hombre respetuoso de la vida privada propia y ajena, consideraba dicho artilugio- así denominaba al teléfono- innecesario e inoportuno. Ha hecho un año en septiembre, de mi última visita desde la península, donde actualmente resido, le encontré abandonado, ya no era el apuesto caballero que paseaba ufano con mi perra. Enfermo y más sólo que nunca. La enfermedad había espantado a su salud y también a los pocos amigos que le quedaban. Entre lágrimas me dijo: “me he fugado del hospital” en el que estuvo más de un mes ingresado. Tragándose su orgullo y deseo de independencia, disfrutado con honor y dignidad hasta entonces, me pidió ayuda para ingresar en una residencia de ancianos. Me entregó la documentación para que tramitase el papeleo. La enfermedad le había obligado a soltar las riendas de su vida y de la lucha por su supervivencia. No he logrado “institucionalizarlo”, -decorosa palabra para una realidad que no lo es tanto.- El problema es el acceso de nuestros mayores a una residencia. Alguien mayor, sin familia, enfermo, con alguna discapacidad física y o intelectual; precisará ayuda para las actividades básicas de la vida diaria. Si no tiene quién pueda atenderle, tampoco tendrá quién tramite el ingreso a una residencia asistida, de las existentes en nuestra isla. Nuestro “supuesto” estado de bienestar, debería brindarle la ayuda para canalizar la solicitud y su institucionalización.

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¿Vivimos en un estado de bienestar? (según la RAE: “Sistema social de organización en el que se procura compensar las deficiencias e injusticias de la economía de mercado con redistribuciones de renta y prestaciones sociales otorgadas a los menos favorecidos.”

Don. R.M.A era un caballero de 81 años afincado en Gran Canaria, por motivos profesionales. Enamorado de nuestra isla y sus gentes, se jubiló y al calor de esta isla se quedó. Hombre solitario, por convencimiento y deseo, amante de la música y el piano; amigo de hacer favores a sus amigos/ vecinos (yo tuve la inmensa suerte de serlo); también a los animales. Cuidó de mi perra, Diana, mientras yo, por entonces médico residente del H. Universitario Las Palmas, me ausentaba, para cumplir con mis guardias. No había deleite más reconfortante, tras regresar de una guardia sin dormir, que el duermevela de sus melodías al teclado. -Las dimensiones del apartamento y la economía doméstica no le permitían el dispendio de un piano-. Melodías, que interpretaba, tras regresar Rafael de su habitual paseo matutino por Las Canteras. Paseos, que en mis días salientes de guardia, hacía acompañado de nuestra querida Diana, ya que a mi regreso, me decía… “Pareces cansada, Diana se viene conmigo” dejándome recuperar el sueño perdido.

Mi amigo, nunca abandonaba su isla, no tenía familia o quizá demasiado lejana… la familia y la distancia que los separaba. Sin embargo, solícito se ofrecía a cuidar de Diana, para que yo pudiera viajar en mis vacaciones. En una ocasión, estando yo ausente, Diana enfermó. Fueron sus cuidados, no escatimando los propios del veterinario, los que Rafael le dedicó hasta su curación y mi regreso, sin ni siquiera una llamada telefónica; ya que como hombre respetuoso de la vida privada propia y ajena, consideraba dicho artilugio- así denominaba al teléfono- innecesario e inoportuno.

Ha hecho un año en septiembre, de mi última visita desde la península, donde actualmente resido, le encontré abandonado, ya no era el apuesto caballero que paseaba ufano con mi perra. Enfermo y más sólo que nunca. La enfermedad había espantado a su salud y también a los pocos amigos que le quedaban. Entre lágrimas me dijo: “me he fugado del hospital” en el que estuvo más de un mes ingresado. Tragándose su orgullo y deseo de independencia, disfrutado con honor y dignidad hasta entonces, me pidió ayuda para ingresar en una residencia de ancianos. Me entregó la documentación para que tramitase el papeleo. La enfermedad le había obligado a soltar las riendas de su vida y de la lucha por su supervivencia.

No he logrado “institucionalizarlo”, -decorosa palabra para una realidad que no lo es tanto.- El problema es el acceso de nuestros mayores a una residencia. Alguien mayor, sin familia, enfermo, con alguna discapacidad física y o intelectual; precisará ayuda para las actividades básicas de la vida diaria. Si no tiene quién pueda atenderle, tampoco tendrá quién tramite el ingreso a una residencia asistida, de las existentes en nuestra isla. Nuestro “supuesto” estado de bienestar, debería brindarle la ayuda para canalizar la solicitud y su institucionalización.

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Al día siguiente de mi visita, ya de vuelta en la península comencé el farragoso y estéril peregrinar. Inicié trámites, por teléfono, contacté con el Centro Municipal de Servicios Sociales de Puerto Canteras de Las Palmas, (CEMSS), sito en C/ La Naval 229, con la Trabajadora Social, Dña. Carolina León, (C.L) responsable del expediente según constaba en los informes. Quién me dijo “... Que para tramitar el expediente de Don R.M.A, el propio interesado, debería presentarlo en el Instituto de Atención Sociosanitario (IASS) del Cabildo de Gran Canaria y llevarle copia a ella, al CEMSS” (¿?) La supuesta incapacidad del interesado, para realizarlo y mi imposibilidad geográfica para tramitarlo, ¿no se contemplaban?

A duras penas, como una excepción, Rafael se acercó a una cabina telefónica - ya no salía de su domicilio- para llamarme pues así se lo pedí, para poder contarle como iba “el papeleo”. Difícilmente logré hacerle entender que debía ir al IASS a entregar la solicitud. Y a continuación llevarle copia en mano al despacho a C.L. Mi impotencia crecía por momentos, a la par que su deterioro físico y psíquico, como comprobé en aquella llamada angustiada entre sollozos. La solicitud por parte del propio interesado tuvo registro de entrada en el IASS del Cabildo el 30/09/09. Pero el informe social, realizado por C.L no tuvo registro de entrada en IASS del Cabildo hasta el 17/11/09. Cuarenta y ocho días... ¡Parecen muchos días para alguien que tenía sus días contados! Quizá podría excusar esta demora en la realización del informe social, si C.L no hubiera estado alertada del elevado riesgo social que padecía el interesado y desconociera su enfermedad. No es el caso, esta información fue puesta a su disposición, por la que suscribe, en calidad de amiga y médico, con experiencia en residencia asistida de ancianos.

Pasadas semanas, ante la imposibilidad de contactar con Rafael y dado que él no había repetido nuevo contacto; recurrí a una amiga para que le visitara en su domicilio. Tristes noticias nos deparó su visita. Al calor de esta isla se quedó... hasta que la cálida sangre de sus venas se heló. Falleció sólo, como un perro - no tan afortunado como Diana- abandonado a su suerte. Hallado éxitus en su apartamento, días después del fatal desenlace; esperando una ayuda que nunca llegó. Descanse en paz. Víctima de la burocracia más absurda e irracional. La desidia de un sistema y la negligencia personificada en Dña. Carolina León.

A pesar del triste desenlace, quiero expresar mi gratitud por su inestimable apoyo a M. Carmen Carrascosa, Trabajadora Social de Residencia de Taliarte. Y a D. Fermín Pérez López del S. Admisión del IASS del Cabildo, alabo su humanidad y diligencia, al conocer el riesgo que existía. A los responsables, les rogaría una revisión del protocolo que favorezca acercarnos al problema y no esperar que venga a nosotros o que se resuelva de otro modo. Y a todos, les suplico una reflexión sincera sobre la cuestión con la que inicio esta carta: ¿Nos perdemos entre papeles y burocracia para defender nuestras actuaciones no resolutivas, olvidando el verdadero sentido de nuestros trabajos? Y más grave: ¿Dejamos a su suerte a los menos favorecidos, sin facilitarles aquellas prestaciones sociales que este estado de bienestar debería procurarles? A R.M.A, un atento caballero. Descanse en paz.

Fdo. Dra. Mª Ángeles Fraga nº colegiado 35/5022 email: [email protected] Madrid a 30 de Noviembre 2010

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