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PLIEGO ÁNGEL MORENO, DE BUENAFUENTE VIVIR DE LA EUCARISTÍA 2.758. 18-24 de junio de 2011 Qué mejor modo de vivir la cercana solemnidad del Corpus Christi que descubriendo en la Eucaristía dimensiones esenciales para el creyente en estos tiempos inciertos. Sacramento asociado casi siempre a la celebración litúrgica comunitaria y eclesial o a una invitación a la oración íntima y personal, la mesa del Pan y la Palabra nos hace partícipes también de otras perspectivas (reconciliación, expropiación, misión…) que resultan fundamentales para acompañar el camino del seguimiento evangélico al estilo de Jesús. Ojalá que estas páginas nos ayuden a conocer y acoger mejor la realidad desbordante que encierra el Misterio de la Eucaristía.

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PLIEGO

ÁNGEL MORENO, dE BuENafuENtE

VIVIR DE LA EUCARISTÍA

2.758. 18-24 de junio de 2011

Qué mejor modo de vivir la cercana solemnidad del Corpus Christi que descubriendo en la Eucaristía dimensiones esenciales para el creyente en

estos tiempos inciertos. Sacramento asociado casi siempre a la celebración litúrgica comunitaria y eclesial o a una invitación a la oración íntima y personal, la mesa del Pan y la Palabra nos hace partícipes también de

otras perspectivas (reconciliación, expropiación, misión…) que resultan fundamentales para acompañar el camino del seguimiento evangélico

al estilo de Jesús. Ojalá que estas páginas nos ayuden a conocer y acoger mejor la realidad desbordante que encierra el Misterio de la Eucaristía.

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Sacramento de comunión

llamado “pan del cielo” (Ex 16, 12). Jesús, ante la urgencia

del hambre, sintió compasión y multiplicó unos pocos panes

y peces, para que comieran todos hasta saciarse (Jn 6, 9ss).En un sentido bíblico, tanto el pasaje

del maná como el de la multiplicación de los panes y peces, hacen referencia profética al gesto supremo de la Última Cena. Jesús, en el discurso del “Pan de vida” (Jn 6, 35-71), los relaciona al tomar el pan, partirlo y dárselo a sus discípulos. Encontramos el mismo gesto en el pasaje de Emaús (Lc 24, 13-32). En todos los casos, la presencia del pan partido y multiplicado demuestra la compasión de dios con su pueblo, la entrañable actitud de Jesús para con los suyos y para con toda la multitud (Mt 14, 14). además, al contemplar la descripción que hacen los evangelios del momento recio en el que Jesús padece la tentación, nos encontramos con una expresión emblemática, que, de nuevo, hace alusión al pan en clave eucarística: “No solo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de dios” (Mt 4, 4). Y lo mismo ante la enseñanza del Maestro a sus discípulos: “Cuando recéis, decid: el pan nuestro de cada día, dánosle hoy”. aunque se puede interpretar la petición por el alimento material, más bien se debe entender la solicitud por que no nos falte el verdadero Pan de vida, la fracción del pan.

Si había alguna prevención para ofrecer la Eucaristía como respuesta adecuada en tiempo de intemperie, queda superada con la lectura sapiencial de los textos citados. El pan y la existencia están esencialmente unidos, lo mismo que el pan y la Eucaristía tienen una relación esencial. En la Eucaristía el pan del cielo y el pan de la Palabra nos ofrecen el

acompañamiento más existencial, en las horas más recias y a la vez en los momentos más entrañables.

El creyente tiene en la institución sagrada, que realizó Jesús en la Última Cena, no solo el sacramento de la presencia de Cristo, el don que hizo de sí mismo en favor de todos los hombres, la mesa donde satisfacer la necesidad espiritual, sino también la indicación de un modo de vivir la propia identidad. Juan Pablo II, pocos días antes de morir, en la carta que escribió a los sacerdotes para el Jueves Santo de 2005, exhortaba: “… la existencia sacerdotal ha de tener, por un título especial, ‘forma eucarística’”. Expresión que de alguna manera se puede extender a todos los que participan en la mesa del Señor.

La Eucaristía es como un diamante que brilla en sus diferentes facetas. Quizás estamos acostumbrados a interpretar el Sacramento como celebración litúrgica comunitaria y eclesial, o como invitación a la oración íntima y personal, ante su reserva en el tabernáculo. Si iluminamos la historia personal con los diferentes sentidos que encierra el Sacramento, nos sorprenderemos al descubrir en la Eucaristía la revelación de dimensiones esenciales que deben acompañar a quienes desean hacer de su existencia un camino de seguimiento evangélico, a la manera de Jesús.

INTRODUCCIÓN

En un tiempo de intemperie, crisis, dificultades económicas, inestabilidad social,

enfrentamientos ideológicos, atrincheramientos políticos, descrédito religioso, rompimientos familiares, quiebras personales y desafección eclesial, ofrecer un Pliego sobre la Eucaristía puede parecer una opción para evadirse de la realidad y quedarse al margen de la preocupación social. Parecería más urgente afrontar cada una de las dimensiones señaladas con trabajos científicos y personas expertas que pudieran dar algunas pautas prácticas esperanzadoras.

Esquivar los problemas o afrontarlos sin realismo no los resuelve y, además, revela falta de sensibilidad, como se denuncia en la parábola evangélica del buen samaritano. todo intento de actuar de forma entrañable ante el sufrimiento humano es algo noble, hacerlo cuando es más necesario es solidaridad obligada. Sin embargo, ante el cuadro sociológico expuesto, dos pasajes bíblicos pueden reflejar las mismas circunstancias: el Éxodo por el desierto, con falta de pan y de agua (Ex 16, 35), y la multitud que anda como ovejas sin pastor, sin haber comido en todo el día, según el relato del Evangelio de san Mateo (Mt 15, 32-33). En ambos casos hay una respuesta solidaria. En tiempos del Éxodo, dios envió el maná,

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Para seguir de modo más pedagógico la exposición, nos fijaremos en las diferentes partes de la celebración litúrgica. Y, ante la dificultad de abarcar todo su contenido, escojo siete momentos de ella, como símbolo de la realidad desbordante que contiene.

I. RECONCILIADOS Y RECONCILIADORES

ReconciliadosEn el Pliego del nº 2.695 de Vida

Nueva (13 al 19 de febrero de 2010), ofrecí una larga reflexión sobre el perdón. a la hora de disponernos a la celebración de la Sagrada Liturgia, la Iglesia nos invita siempre a la reconciliación. La mesa del Señor, de su Pan y de su Palabra, se presenta como posada restauradora de las heridas sufridas en el camino: “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré” (Mt 11, 28). El Señor acoge los sentimientos de cansancio, agobio o culpa: “El Señor es compasivo y misericordioso, no nos trata como merecen nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas” (Sal 86, 5). ante tal invitación, ¿qué se gana con el amor propio, el orgullo, la apariencia de invulnerabilidad? Lo adecuado es pedir perdón, dejarse perdonar y ejercer la misericordia con los que se ha podido ofender.

Es malo aparentar que no pasa nada, encubrir la conciencia, huir del perdón por pensar que mañana va a ser igual, rehusar el amor de sentirse querido personalmente. No es bueno convivir penosamente con las sombras, dejar crecer la mala hierba y los malos sentimientos, dejar que se haga crónica tu herida, permitir el señorío interior a los fantasmas. No se debe aguantar más de lo necesario en la menesterosidad. Lo que procede es acoger el regalo del perdón, abrirse al ofrecimiento de la misericordia divina, celebrar el abrazo de dios, que acontece en el sacramento entrañable; así, se instalará la mayor posibilidad humana de ser feliz y de mantener la paz.

dios siempre perdona. Jesucristo nos manda perdonar. El Espíritu Santo se derrama sobre los apóstoles

y les concede el don de perdonar. El Buen Pastor busca a la oveja perdida (Jn 10). El padre del hijo pródigo lo abraza a su retorno (Lc 15, 11-32). El buen samaritano cura al herido y lo lleva a la posada. “Hay más gozo en el cielo por un pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no necesitan penitencia” (Lc 15, 7). a la Iglesia se le ha dado el poder de perdonar.

donde hay perdón, no hay deuda, no se guarda la mala memoria para echar en cara lo perdonado. Por el contrario, hay gratitud, liberación, posibilidad solidaria. El perdón es prueba de amor, de poder divino, mueve a amar. Es la firma de dios, la mayor experiencia del amor divino (Jn 3, 16; 13, 1). Este amor

permanece vivo y se renueva cada vez que se participa en la Eucaristía.

En religiones tradicionales y en el pueblo de la antigua alianza, se sacrificaban los animales mejores como ofrenda agradable, para aplacar la ira de dios. En este contexto, se ha podido presentar la ofrenda de Jesucristo ante su Padre como si dios necesitara de la sangre más pura para quedar satisfecho, pues la carne de corderos y terneros cebados no le satisface. desde la perspectiva expiatoria, interpretada como reparación de las ofensas, si dios necesita el holocausto de su propio Hijo, entonces da miedo. Quizá por esta forma de presentarlo, se justifica el movimiento de huida de aquellos

que sienten el peso de su conciencia e interpretan que ya no pueden ser perdonados. Pero la expiación, según la Biblia, tiene un sentido muy diferente. Se entiende desde la perspectiva del amor, y significa asumir la culpa del otro sin echarle en cara su pecado. Esto fue lo que hizo Jesucristo. La expiación, por nuestra parte, debiera ser de agradecimiento y de asociación con Jesús en favor de los que tengan necesidad de sentir el perdón, sabiéndonos, a la vez, perdonados por dios. El ofrecimiento de Jesús en la Última Cena fue tomar nuestras culpas y ofrecer por nosotros para siempre su sacrificio. dios nos ha reconciliado consigo, gracias a la ofrenda de Jesucristo.

ReconciliadoresHay textos extraordinarios que se

han quedado en nuestra memoria para siempre, iluminan de manera especial y son referentes a la hora de discernir y de actuar. uno de ellos es la parábola del buen samaritano (Lc 10, 31-37). En el relato se ofrecen matices de ternura, generosidad, delicadeza, los que el samaritano tuvo con el que había caído en manos de bandidos: “Le dio lástima, se le acercó, le vendó las heridas echándoles aceite y vino, y montándole en su propia cabalgadura, lo llevó a una posada y lo cuidó, y sacando dos denarios, se los dio al posadero”.

La parábola se puede comprender desde diversas perspectivas. Se

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Escuchar la Palabradesde antiguo, el mandamiento

principal pasa por la escucha: “Escucha, Israel: el Señor nuestro dios” (dt 6, 1). “Escucha los preceptos y las normas que yo os enseño” (dt 4, 5). Para poder recordar, hay que leer o escuchar asiduamente las Escrituras. además, la escucha implica obediencia: “Observa y escucha todas estas cosas que yo te mando, para que seas feliz siempre” (dt 12, 28). Escuchar no es un ejercicio especulativo, sino que implica adhesión de la voluntad. “Habla, Señor, que tu siervo escucha” (1 Sam 3, 10). “María guardaba estas cosas y las meditaba en su corazón” (Lc 2, 19).

Amar la PalabraLa escucha lleva al conocimiento;

el conocimiento, al amor. Conocer la palabra es amarla. El salmista refleja la actitud adecuada: “Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza” (Sal 18, 2). “Yo amo la belleza de tu Casa” (Sal 26, 8). “¡Cuánto amo, Señor, tus mandatos!” (Sal 119, 47). “¡Oh, cuánto amo tu ley!” (Sal 119, 97). En las negaciones de Pedro resalta la expresión: “No lo conozco”, que significa “no lo amo”, como máxima expresión de infidelidad. Los discípulos de Juan que abordaron a Jesús se quedaron con él y conocieron dónde y cómo vivía, y le siguieron. La Palabra se hace carne, pone su morada entre nosotros para ser recibida, acogida. Permanece entre nosotros, para ser conocida. Ha venido a este mundo para que podamos hablar en la lengua de dios. Se ha manifestado para ser contemplada, amada, seguida, obedecida.

III. ORANTES Y UNIVERSALES

Pueblo sacerdotalNos introducimos en el santuario

de la oración. En general, nuestra naturaleza desea sentir afectivamente la celebración, nos gusta más cuando tenemos en ella resonancias personales. Pero lo más transformador no es el sentimiento, sino lo que desde la fe se cree que acontece, si se le presta al Espíritu Santo la materia sacramental y la participación tanto de los ministros como de los fieles. al tomar parte en la celebración litúrgica, no somos dos

Conocer la Palabraal acercarnos a la mesa de la Palabra

en la Eucaristía, nos acercamos a la revelación que dios mismo ha querido hacer en su Hijo. San Jerónimo sentenciaba: “desconocer las Escrituras es desconocer a Jesucristo”. Gracias a la revelación se nos permite conocer quién es dios y se nos entrega el don de la Palabra. Por el Verbo hecho carne, se ha dado la Palabra a la humanidad y por ella podemos hablar con dios, adquirir la sensatez y la sabiduría de saber interpretar la historia. La Iglesia ha mostrado especial sensibilidad para que los fieles, a lo largo de los diferentes ciclos dominicales y diario, se encuentren con la Palabra de dios. La iniciación en el conocimiento de la Palabra es un signo de predilección. “a vosotros se os ha dado el conocer los misterios del Reino de los Cielos.” (Mt 13, 11). “Samuel dijo a Saúl: ‘Manda a tu criado que se adelante, y tú quédate ahora para que te dé a conocer la palabra de dios’” (1 Sam 9, 27).

Acoger la PalabraEs la respuesta que corresponde

después de la proclamación de la Sagrada Escritura, que se hace en la celebración eucarística. La Palabra viene como la lluvia. acogerla es recibirla como tierra labrada, para que entre hasta la hondura de nuestro ser y dé fruto. Es tener sensibilidad para descubrir el paso del Señor en donde Él se manifiesta. Es recibir en casa la presencia viva, sintiéndonos habitados por la Palabra, que a su vez nos acoge, nos hace suyos.

nos llama a ser protagonistas del relato lucano y a caminar sensibles, solidarios, generosos con quienes, en nuestro entorno o a nuestro paso, permanecen heridos, desanimados, hundidos por la marginalidad o violencia de los otros. Esta actitud depende mucho de la conciencia que se tenga de haber sido beneficiario en otras ocasiones de la piedad de dios y de los otros. Buen samaritano, buen prójimo es aquel que se detiene, compasivo, ante el sufrimiento del otro y es capaz de cambiar, si es preciso para hacerle un bien, su propio proyecto. todo el que se arriesga por atender al que sufre y se conmueve de manera solidaria, con entrañas generosas, ante el dolor, la dificultad, enfermedad de los que le rodean, o de manera anónima ante situaciones de emergencia, y hasta es capaz de saltarse las barreras sociales, con tal de prestar la ayuda posible, también es buen samaritano. Jesús termina la parábola con la indicación: “anda, y haz tú lo mismo”, mandato similar al que escucharon los apóstoles en la Última Cena, después del lavatorio de los pies.

Jesús concede el don precioso del perdón y la llamada a la mutua misericordia. En el Cenáculo, Jesucristo resucitado nos deja el regalo de Pentecostés: “Recibid el Espíritu Santo y perdonaos unos a otros por amor”. ¡El perdón es de dios, y nos ha dado capacidad de perdonar! El que perdona se asemeja a dios. “Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como dios os perdonó en Cristo” (Ef 4, 32).

II. CONDUCIDOS Y CONFORMADOS POR LA PALABRA

La Liturgia nos brinda el pan de la Palabra, alforja y bordón para el camino del cristiano. El apoyo en la lectura diaria, que ofrece la Liturgia, o al menos de cada domingo, concede fuerza, estímulo, confirmación del camino. San Pablo aconseja leer las Sagradas Escrituras, confrontar, corregir, educar la propia conducta a la luz de la Palabra (cf. 2 tm 3, 17). Hay diversas actitudes necesarias, si se quiere hacer de la Palabra de dios el alimento cotidiano.

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realidades diferentes (la individual y la social), todo acontece en el mismo sujeto personal; sin embargo, gracias a la acción sacramental se llega al momento de hacerse oración, de expresar la solidaridad con los que tienen más necesidad y, al mismo tiempo, tomar conciencia de una dimensión esencial de la fe, que es la expresividad orante.

En la celebración eucarística, orar es el ejercicio creyente por el que se respira la vida divina. Se acoge la presencia invisible, pero real de dios, como un tú personal, y se fragua la relación de amistad con Él. Gracias a la oración, se crece en el conocimiento de dios y se reacciona en consecuencia desde la vida teologal. Cuando las circunstancias sumergen en la experiencia de soledad y de prueba, si en esos momentos surge la oración, se rompe el cerco de la tentación de desesperanza y se permanece, confiado, en la espera paciente. Por la oración surge y se consolida, en lo más hondo de la conciencia, la relación trascendente, por la que el ser humano celebra su más alta identidad, la de hijo de dios, amigo de Jesús, y cabe que hasta goce de la experiencia esponsal, por gracia del Espíritu Santo.

al tomar la referencia de la Liturgia eucarística como guía para la propia forma de vivir, al orar por los demás se asume la identidad de pertenecer al pueblo sacerdotal que, en medio de la sociedad, tiene la misión de interceder por sus hermanos. “Este es el que ama a sus hermanos, el que ora mucho por su pueblo” (2 Mac 15, 14). Por una opción providente y misericordiosa, somos capaces de prestar a Cristo y a su Iglesia nuestra voz, nuestras manos, todo nuestro cuerpo, y tomar de la naturaleza sus dones para que sea levantada la alabanza, la acción de gracias en nombre de la humanidad y de la creación entera.

El creyente, que participa en la liturgia, debe saberse, a pesar de su pobreza, constituido en ministro de la oración de Cristo y de toda

la Iglesia, de todo el universo. Quien participa en la liturgia abandona el propio yo para que sea Cristo el orante. En la acción sagrada, el fiel es superado felizmente por lo que sucede a través de ella y en ella. En la Eucaristía, se da voz a todas las criaturas para que bendigan a su Señor, y acontece la conversión de la individualidad de cada uno en el pan de la oración de Jesús, de su propio Cuerpo. Nos hacemos materia sacramental de la oración misma de Cristo, Él es quien se ofrece al Padre, pero desea contar con la mediación de sus discípulos. Si se valora la dimensión sacramental de la oración litúrgica, no entrará añoranza de otras formas más afectivas. Lo recio, lo profundo, lo simbólico, la objetividad sacramental son sus elementos constituyentes, sin prescindir de la persona del orante, pero sin hacerla el centro, y sin abandonar la creatividad legítima, contribuyen eficazmente al encuentro de la humanidad con dios. En la liturgia, cada persona es superada, no suplantada, por el significado eclesial.

IV. OFRECIDOS Y EXPROPIADOS

Materia sacramentalLa Iglesia nos solicita que le

prestemos la materia de nuestra voz y de nuestro cuerpo y mente, para que sea ofrecido y levantado el amor

debido a su Señor. En ella se explicita

la vocación sacerdotal y el desposorio místico de toda

la comunidad, y de cada

uno con Cristo. La liturgia es una acción sacramental, un acto de culto a dios de toda la Iglesia en Cristo. En la acción litúrgica hay dos elementos, uno divino y otro humano. Este se ofrece como materia y sostenimiento de la realidad invisible, divina, que, una vez presentado, no se puede manipular, no nos pertenece. dios actúa sobre la materia y la transforma. Nuestra ofrenda queda divinizada, trascendida, expropiada gracias a la acción del Espíritu Santo. “de donde las almas esos mismos bienes poseen por participación que él por naturaleza; por lo cual verdaderamente son dioses por participación… ¡Oh almas creadas para estas grandezas…!” (san Juan de la Cruz, Cántico, 39, 4-6).

OfrecidosLos bautizados participamos en el

sacerdocio de Cristo. Él es quien toma la materia, la transforma y la eleva, haciéndola grata a dios. Materia que la Iglesia le presenta como ofrenda agradable, santa, extraída de la tierra y trabajada con sudor. El pan y el vino contienen la vida del labrador, el desvelo de los padres de familia, la oblación de la existencia en favor de los hijos. La Eucaristía huele a hogaza, a pan candeal, a piedra de fuego donde se cuece la torta de pan ácimo para partirla y repartirla; pero antes debió abrirse la tierra, roturarse, para que, al caer el grano, pudiera germinar. fue semilla escogida y sembrada, echada al vuelo por mano generosa, labradora, en gesto de esperanza, trigo enterrado con esfuerzo, mies que debió superar el hielo y la sequía, el viento solano y la alimaña, cosecha remecida de bendición y de sudores, grano recogido y almacenado en las trojes como fruto y esperanza de la familia, trigo molido, según los usos, pero siempre ofrenda de la materia deshecha, rota, flor de harina, cernida en la artesa y amasada con manos encallecidas por amor entrañable, ofrenda agradecida por la cosecha que ha llegado a la sazón en los trigales, pan partido en la mesa de los hijos, besado porque “el pan es de dios”.

Hacerse ofrenda es reavivar la vocación a la santidad. “En todo lugar ofrecerán incienso y sacrificio a

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Eucaristía supone entregar la propia presencia como materia sacramental para dar voz a la Iglesia y ser miembro del Cuerpo de Cristo. La virtud del poder del Espíritu Santo, como epíclesis, sin destruir la individualidad subjetiva de cada persona, convierte a los fieles en sacramento de la Iglesia, del Pueblo de dios, del Cuerpo de Cristo. San Agustín llega a afirmar: “Vosotros sois aquello mismo que recibís”. “Sobre el altar está vuestro propio misterio”. En la Eucaristía, el Espíritu Santo congrega “en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo” (cf. Plegaria Eucarística II).

V. UNIDOS Y EN COMUNIÓN

“La copa de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan” (1 Cor 10, 16-17). “La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos” (Hch 4, 32).

La Eucaristía es sacramento de comunión. Los que comemos del pan santo y bebemos del cáliz de salvación nos convertimos en miembros del Cuerpo de Cristo. Por nosotros corre la misma sangre del Señor. Los cristianos nos hacemos “concorpóreos y consanguíneos” (san Juan Damasceno). Cada uno de los que comulgamos somos fruto del amor divino, llevamos en nosotros la vida del Hijo único. Cuando participamos de esta Cena y nos hacemos un mismo cuerpo con Jesús, gracias al Espíritu Santo, nos constituimos en ofrenda pascual, testigos vivos de la Pascua. En las diferentes plegarias litúrgicas, la Iglesia reza: “te pedimos humildemente que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo”. “fortalecidos con el Cuerpo y Sangre de tu Hijo, y llenos del Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu”. “Congregados en un solo cuerpo por el Espíritu Santo”. Y ¿quién aborreció jamás su propia carne? (cf. Ef 5, 29).

es mi cuerpo”. La persona del sacerdote permanece inalterada en su conciencia e individualidad, sintiéndose sujeto autónomo y capaz de actos enteramente libres. Mas sus palabras, en el momento de actuar como ministro de la Iglesia, poseen la misma fuerza que las de Cristo. Escribe Benedicto XVI: “Es necesario, por tanto, que los sacerdotes sean conscientes de que nunca deben ponerse ellos mismos o sus opiniones en el primer plano de su ministerio, sino a Jesucristo. (…) Evitando todo lo que pueda dar precisamente la sensación de un protagonismo suyo inoportuno” (Sacramentum caritatis, 23).

El sacramento de la Eucaristía expropia la materia. El pan y el vino permanecen ante nuestros ojos como si fueran los mismos elementos. La fe católica cree que bajo la especie y apariencia de pan está presente el Cuerpo de Cristo, y bajo la especie y apariencia de vino, la Sangre de Cristo. La realidad y sustancia de pan y de vino quedan expropiadas para dar paso a la presencia sacramental. El color, el sabor, la composición química de los elementos siguen siendo los mismos. dios tiene poder para transformar sin destruir. Santa Teresa canta en una de sus poesías el modo de actuar de dios en el alma, que puede ayudar a comprender la acción divina en la materia: “Juntáis quien no tiene ser/ con el Ser que no se acaba; / sin acabar, acabáis, / sin tener que amar, amáis, / engrandecéis nuestra nada” (Poesías, 6).

La asamblea de los fieles es expropiada. Quienes participan en la Eucaristía deben vivir la celebración con sentido eclesial. Los fieles presentes en la liturgia representan a toda la comunidad, son sacramento del Pueblo de dios. asistir y participar en la

mi nombre, una ofrenda pura” (Mal 1, 11). Las ofrendas del altar son escogidas, purificadas. Se nos pide ser como el pan y el vino, materia santa. No es una expresión retórica. Sentimos y necesitamos dejar que el Espíritu nos santifique para ser ofrenda agradable. al acercarnos a la mesa del Señor, en el deseo de ser junto con el pan y el vino ofrenda ante dios, sentimos la llamada, la atracción suave, que deja en el interior una sensación de bienestar y de paz, a la vez que se reaviva el estímulo para hacer el bien y la propia vocación a la santidad.

La santidad, aunque parezca algo inalcanzable, está viva entre nosotros, en personas que de forma silenciosa, discreta y permanente hacen de sus vidas un proyecto de amor a dios y a cuantos los rodean. Han experimentado el atractivo de la Humanidad de Cristo y se convierten en reflejo de la humanidad transfigurada. Se sienten amados de dios, y aman, a pesar de la oscuridad, de la duda, de la tentación. En esas circunstancias aquilatan aún más su entrega enamorada. Los santos han sido y son los mejores amigos, los más solidarios e intuitivos. Se arriesgan, confiados en la promesa del Señor, y convierten su existencia en un proyecto de generosidad, con la sagacidad de trocar las circunstancias, históricas en las que les toca vivir en mediación providente. Son testigos y profecía de la vida divina en medio de sus contemporáneos.

ExpropiadosLa Eucaristía es sacramento de

expropiación, a la vez que de exquisito respeto. Los primeros expropiados son los presbíteros. Quienes presiden deben ser conscientes de que obran en nombre de Otro. delante de ellos tienen el altar, que veneran y besan. Viven una extraña paradoja: a la vez que hacen posible la presencia del Señor, deben reconocer sus propios pecados. En la liturgia, el sacerdote, a la vez que siente su fragilidad y la distancia que existe entre él y aquel en cuyo nombre actúa, deja de ser la persona privada para ser la presencia del Señor en medio de su pueblo. Esta realidad es una auténtica expropiación, que se manifiesta en grado máximo cuando pronuncia, como el mismo Jesús: “Esto

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“El nombre dado a esta fiesta en Occidente, Corpus Christi, se usa en la tradición de la Iglesia para designar tres realidades distintas: el cuerpo físico de Jesús, nacido de la Virgen María; su cuerpo eucarístico, el pan del cielo que nos nutre en este gran sacramento, y su cuerpo eclesial, la Iglesia. al considerar los distintos aspectos del Corpus Christi, llegamos a comprender más profundamente el misterio de comunión que nos une a quienes formamos parte de la Iglesia” (Benedicto XVI, Homilía en Nicosia, 6-VI-2010).

Solo se hace una ofrenda, única, la de Jesucristo. En ella nos encontramos con aquellos que nos han precedido en la fe, en comunión con los santos. Gracias a esta unidad de todo el cuerpo de Cristo, coincidimos en la acción de Gracias con todos. Por este misterio se comprende la necesidad de amarnos unos a otros. desde el pan de Eucaristía es posible la esperanza de la comunión. Porque en este Pan está el único cuerpo, el cuerpo del único Hijo, el que formamos todos nosotros en el Hijo amado. Los cristianos sabemos que lo que hagamos a uno de los más pequeños, los débiles, los que son como niños, se lo hacemos a Jesús, lo mismo dar un vaso de agua, que visitar en la cárcel o en el hospital. Él nos dirá: “Venid, benditos de mi Padre, porque tuve sed y me disteis de beber, estuve enfermo y me visitasteis…” (Mt 25, 34).

VI. AGRADECIDOS Y ADORADORES

Agradecidosal ir desplegando los sentidos del

Misterio de la Eucaristía, se descubre la inmensidad inabarcable del amor de dios. desde la contemplación de la entrega total de Cristo, en reconocimiento agradecido de su desbordamiento amoroso, a modo de los abecedarios de Francisco de Osuna, señalo distintas realidades que contiene el Sacramento de la Eucaristía:

Acontecimiento, en ella se nos ofrece el beneficio de la creación, de la redención y de la santificación.

Alianza nueva, pacto inquebrantable por parte de dios, de perdón, sellado con la sangre de su Hijo.

Anticipo de lo que anhelamos, prenda del banquete del Reino de los Cielos,

mientras esperamos la venida gloriosa de Cristo.

Banquete nupcial, por el que la humanidad se diviniza.

Comunión con todos los que permanecen silenciosos delante del Sacramento.

Escuela que enseña a adorar a dios, a amar al prójimo, a respetar la naturaleza y a compartir los bienes.

Forma de vida, manera de permanecer entregado, sin ruido ni protagonismo, en el mayor anonadamiento y servicio.

Fuerza para quienes ofrendan sus vidas en favor de los demás, en algunos casos hasta el martirio.

Invitación a dejarse mirar por el Señor y a sentir su acompañamiento invisible pero real.

Manifestación de la gloria de dios que se muestra en la mayor impotencia y anonadamiento.

Mirada que, al dejarse mirar, permite saberse conocido y amado.

Misterio que exige el obsequio de la fe.Necesidad del creyente, para subsistir

en la relación eclesial.Oblación discreta y total de Cristo por

la humanidad.Oración suprema de Cristo. En ella

expía los pecados de la humanidad, a la

vez que agradece y adora, suplica y se ofrenda ante su Padre.

Plenitud, al convertir en templo vivo y santuario de Cristo a quien participa en el Sacramento.

Posibilidad constante de alimentar la llamada al anonadamiento.

Presencia real de Cristo glorioso, por la que el creyente puede combatir la tentación de soledad, desesperanza o tedio.

Privilegio de poder permanecer delante del Señor, sin quedar deslumbrado, ni aturdido ante la majestad divina de Cristo glorioso

Prueba del amor que Jesucristo nos tiene, al darse en ella como víctima y altar.

Realidad viva, que se convierte en viático, sustento cotidiano, presencia compañera discreta.

Recreación, acción divina que convierte el universo entero en gloria de dios.

Regalo esponsal por el que acontece la unión total y amorosa entre Cristo y la Iglesia.

Revelación sagrada que deja palpar, a través de la transfiguración de la materia, lo intangible del Misterio Pascual.

Sacramento del amor entrañable de Jesucristo, quien parte y reparte el pan, y en cada trozo se da por entero a quien lo recibe.

Sacrificio expiatorio por los pecados de toda la humanidad.

Signo de la cruz y de la gloria, del Misterio Pascual.

Solidaridad que sacia el hambre de pan y de palabra, de sentido y de felicidad.

Testimonio de la fidelidad, durante todos los días hasta el fin del mundo.

Verdad, porque la Palabra y el Espíritu Santo realizan lo que dicen.

AdoradoresSolo desde el amor cabe la postración

y sumisión no humillante, sino como expresión rendida, enamorada. “La sumisión se hace unión, porque aquel al cual nos sometemos es amor. así la sumisión adquiere sentido, porque no nos impone cosas extrañas, sino que nos libera desde lo más íntimo de nuestro ser” (Benedicto XVI, Homilía de la JMJ, Colonia, 2005).

Page 8: VIVIR DE LA EUCARISTÍA - Vida Nueva · VIVIR DE LA EUCARISTÍA 2.758. 18-24 de junio de 2011 ... diferentes partes de la celebración litúrgica. Y, ante la dificultad de abarcar

la síntesis esencial de lo que es la experiencia, el testimonio y la misión. En definitiva, los que participamos en la mesa de la Palabra y del pan santo, debemos convertirnos en servidores, como el Maestro. “Servíos unos a otros con amor” (Gál 5, 13). “Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve” (Lc 22, 27). “El que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro servidor” (Mc 9, 35). Las Sagradas Escrituras contienen principios que nos acompañan como máximas de sabiduría: “El hombre está en la tierra cumpliendo un servicio” (Job 7, 1). “Me han encargado este oficio” (1 Cor 9, 17). “Se puso a servirles” (Mc 1, 31).

MisionerosLos misioneros de la Eucaristía

son los que comparten el pan y la Palabra; se les distingue por el amor que se profesan, porque no decaen en el desierto de la vida o, si sufren la tentación de la desesperanza, saben dónde confortar su ánimo: en el pan ofrecido por Jesús. Comer del pan de la Eucaristía no se reduce a alimentarse piadosamente; al comulgarlo, somos enviados, nos convierte ante el mundo en presencia del Crucificado y Resucitado.

La misión que se recibe es ir en paz por los caminos de la existencia con el poder transformador de convertir todo en Eucaristía. La paz que se nos regala nos convierte en misioneros de la transfiguración, testigos de la armonía más esencial, todo de nuevo convertido y asumido en el reflejo del amor de dios, la obra de su Hijo, por quien se hicieron todas las cosas.

CONCLUSIÓN

La Eucaristía nos identifica como testigos del perdón recibido y dado; oyentes y cumplidores de la Palabra; orantes a favor de todos; ofrenda agradable y desposeídos; invitado a la intimidad de Jesús y en comunión; adoradores y misioneros. Mensajeros de la paz del Resucitado.

aparece en el mismo Evangelio de San Juan, en labios de Jesús, en el momento de la multiplicación de los panes: “Haced que se recueste la gente” (Jn 6, 11; Lc 9, 14). La palabra “haced” sigue sorprendiendo, al encontrarla de nuevo en el momento de celebrar la Última Cena (Mc 14, 14-15). La constatación adquiere mayor fuerza al consultar los relatos de la institución de la Eucaristía, donde aparece: “ Haced esto en recuerdo mío” (Lc 22, 19). San Pablo, al narrar la tradición recibida, nos confirma la observación, cuando dice: “El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan, y después de dar gracias, lo partió y dijo: ‘Este es mi cuerpo que se da por vosotros; haced esto en recuerdo mío’” (1 Cor 11, 23-24), y lo mismo después de cenar. La observación puede incurrir en concordismo, al unir la expresión verbal “haced”, que se encuentra en los pasajes de Caná de Galilea, en la multiplicación de los panes y en la institución de la Eucaristía, y desde ella interpretar que el mandato de María es eucarístico. Juan Pablo II la ha llamado: “Mujer eucarística” (EdE, VI).

Si la expresión “haced” la encontramos en pasajes relacionados con la Eucaristía, nos sorprendemos al encontrarla también en textos que llaman a la caridad. Eucaristía y amor se unen. Benedicto XVI lo expresa en Sacramentum caritatis. “Haced bien a los que os odien”, (Lc 6, 27). “Haced el bien, y prestad sin esperar nada a cambio” (Lc 6, 35). “Os he dado ejemplo para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros” (Jn 13, 15). En definitiva, haced vosotros lo mismo. toda esta relación de textos me la suscitó la parábola del buen samaritano, en la que se cita el aceite, el vino, la posada, términos eucarísticos, y en la que se puede leer: “Vete y haz tú lo mismo” (Lc 10, 37).

al relacionar Caná de Galilea, la multiplicación de los panes, la Última Cena, la institución eucarística y el mandamiento del amor, ejemplarizado en el buen samaritano, se comprende

En la Eucaristía podemos adorar y recibir a Cristo glorioso y llagado, roto, vulnerable, siervo, sin voluntad propia, humano, último, abatido, deshecho, quebrantado, juzgado, perseguido, despojado, mudo, en silencio, solitario, presencia repartida, derramada, tenido por farsante y endemoniado, humilde, desnudo, tentado, con lágrimas en los ojos y dolor en las entrañas, atravesado, doliente, maniatado, escupido, tenido en nada, vejado, proscrito, hundido en la tiniebla, apaleado, llevado entre ladrones, sediento, como teja reseca, abandonado de los suyos, como raíz en tierra árida, incomprendido, juzgado como loco, sin techo ni posada, vigilado, sin tiempo de comer, mas disponible, sin reserva, abierto, amigo, vulnerable, compasivo, crucificado, muerto… dormido, decimos. Y en este sueño: amable, bondadoso, con ternura, capaz de hacerse cargo del dolor del otro más allá del suyo, palabra repartida, explicada, semilla en abundancia, Eucaristía. “ahora hemos redescubierto que ese centro que nos ha dado el Señor para poder celebrar su sacrificio y así entrar en comunión sacramental, casi corporal, con él, pierde su profundidad y también su riqueza humana si falta la adoración como acto consiguiente a la comunión recibida” (Benedicto XVI, Palabras al clero de Roma, Ecclesia, 3.302, 25-III-2006, p. 433).

VII. TESTIGOS Y MISIONEROS

“Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28, 19).

María, la madre de Jesús, en Caná de Galilea, dice a los sirvientes: “Haced lo que él os diga” (Jn 2, 5). Hay quien traduce: “Haced cualquier cosa que os diga”. La indicación que hace María a los sirvientes se enmarca en una celebración de bodas. desde este contexto, es fácil encontrar la evocación del banquete, de la Eucaristía. La expresión “haced”, relacionada con un

tema tan explícitamente eucarístico,

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