VUELTA A ISLANDIA EN 8 DÍAS Y PICOislandia24.es/file/n4596/relato_islandia_2015.pdfmal- la primera...
Transcript of VUELTA A ISLANDIA EN 8 DÍAS Y PICOislandia24.es/file/n4596/relato_islandia_2015.pdfmal- la primera...
VUELTA A ISLANDIA EN 8 DÍAS Y PICO
Por Pablo y Víctor
Este viaje lo realizamos del 10 al 18 de octubre de 2015, época
a priori un poco arriesgada por lo avanzado en el calendario,
pero tuvimos mucha suerte y el tiempo acompañó. Fueron 8
días fantásticos en los que vimos y vivimos muchas cosas y dejamos muchas más para futuros
viajes. Escribo esto con el ánimo de ayudar a todos los que planeéis un viaje a este
excepcional país. Además de la naturaleza, belleza e ingentes recursos de Islandia, la
gastronomía es algo también importante para nosotros y este país cuenta con una de las
mejores dietas del mundo. No es un país barato, ya sabéis, pero merece la pena.
Vuelos. Después de estudiar las distintas opciones decidimos que lo
mejor, ya no tanto por precio como por horarios, era sacar dos billetes de
ida y vuelta independientes Madrid – Londres (EasyJet) y Londres –
Reykjavik (Icelandair), con suficiente margen para aterrizar, rescatar el
equipaje, cambiar de terminal y refacturar. (Total vuelos/pax 410€ con
seguro de cancelación y una maleta común facturada en EasyJet -en
Icelandair está incluida en el precio-).
Alojamientos. Todos reservados a través de Booking.com y sin ningún problema. Buscamos
un mix de alojamientos que incluyera un poco de todo: hoteles, guesthouses y cabañas. En
cada noche indicamos el precio y el régimen (solo alojamiento –SA-, con desayuno –HD-, etc).
Día 1. Rumbo al Norte. Salida a las 7h rumbo al infumable Londres-Gatwick. Cuatro
horas de margen y vuelo a Keflavík, a donde llegamos hacia las 15h. Fresquete y nublado al
bajar del avión, pero muy razonable. Miramos la posibilidad de sacar unas coronas en alguno
de los cajeros del aeropuerto pero en todos cobraban comisión, así que
lo dejamos para otro momento, momento que nunca llegó porque no
vimos una corona en todo el viaje: todo con tarjeta. Justo al lado de la
terminal, al otro lado del parking, están varias de las empresas de
alquiler de vehículos. Allí recogimos sin ningún tipo de problema el 4x4
Dacia Sandero que habíamos reservado con Cars Iceland (620€, 9 días
con seguro anti Elfos incluido). La idea inicial era alquilar un coche
convencional -suficiente si no piensas salirte mucho del asfalto-, pero mediados/finales de
octubre nos pareció suficiente riesgo como para decantarnos por un 4x4 sencillito y poder
negociar con posibles nevadas. Cargar el equipaje, familiarizarnos con el coche y ruta a
Reykjavik!
Sí, cometimos el atrevimiento de pasar olímpicamente del Blue
Lagoon en este viaje. Otra vez será. Lo habitual es bajarse del
avión y meterse de cabeza en las aguas termales camino de
Reykjavik, pero yo particularmente necesito un poco de
adaptación al medio y Víctor es muy sufrido, por lo que
decidimos ir directos al hotel para luego dar un paseo por la
ciudad, cenar y descansar para empezar el periplo bien frescos
al día siguiente. El alojamiento de la primera y última noche fue Galtafell Guesthouse (unos
100€ HD porque hacen los cambios de moneda según sopla el viento). El alojamiento está a
dos minutos de la Hallgrímskirkja church, en la zona de las embajadas, con facilidad de
aparcamiento y fuera de la zona de parquímetros. La familia que lleva el alojamiento es muy
agradable y la experiencia fue muy positiva. La habitación en el caso de la primera noche
estaba en la planta superior y resultó amplia y cómoda.
Los únicos peros: la endiablada escalera de caracol de
acceso a la habitación y lo chocante de tener que pasar
por el medio del comedor (y de quien esté allí) para
llegar al baño. Eso sí, el baño tiene una bañera con unos
chorros geotermales divinos. Si te gustan perros y gatos,
un plus. A la vuelta nos tocó una habitación en la planta
baja (sin escalera) que era la biblioteca del casoplón con sus libros, sus CDs y su todo, más
dos camas y un armario de ikea. Tal cual. Genial.
Con un agradable solecillo paseamos saboreando cada rincón y cada
espacio desde la iglesia hasta el puerto: Laugavegur, Harpa y el
centro en general. Al retorno del paseo decidimos probar en “Le
Bistro” -lo sé, no es el sitio más islandés del mundo, pero no estuvo
mal- la primera de muchas sopas de
cordero y una tabla de
especialidades islandesas, así para
entrar en materia: ballena, tiburón,
salmón, embutidos -o algo-, chupito
de Brennivín, etc. La camarera que
nos atendió resultó ser una chica española. (40€/pax con
cerverza y postre).
Día 2. Carretera y manta. Después de desayunar fantásticamente en el Galtafell y de
cargar los bártulos en el Sandero salimos por la ruta 1 hacia el norte camino de la ruta 36, que
nos llevaría hasta el Parque Nacional de Ðingvellir. El día amaneció freso y caían cuatro gotas,
pero fue mejorando y terminó con un atardecer soleado y precioso. De temperatura, unos 6-8
grados. En este día hicimos el “basic” del círculo dorado con alojamiento en las proximidades
de Geysir. En el parque bien vale la pena el paseo a lo largo de
la brecha que separa las placas tectónicas europea y
americana. Nosotros fuimos desde la cascada Öxarárfoss, en
cuyas inmediaciones dejamos el coche, hasta el centro de
visitantes grande (hay dos) y vuelta. De aquí seguimos ruta a
través del parque camino de Geysir. El otoño islandés
proporciona una gama de colores increíble y la sucesión de
paisajes hace que te apetezca parar a cada momento del
recorrido. A través de la ruta 365 (asfaltada) se llega a
Laugarvatn y de ahí por la 37 hasta el tinglado que tienen
montado en torno a los geisers. El hambre apretaba y
decidimos comer en el restaurante del Geysir Center
(16€/pax), donde todo se paga con tarjeta pero donde no han
descubierto el invento de las bandejas para la comida en el self
service. Un poco caótico todo, pero no estuvo mal la segunda
sopa de cordero del viaje. Dado que hacía bastante bueno
decidimos continuar viaje hasta Delfoss y ver Geysir a la
vuelta. Vimos la cascada desde abajo, desde el medio y desde
arriba. Espectacular el salto e increíble la historia que permitió
que no acabara formando parte del fondo de un pantano.
Ganas nos quedaron de seguir por la F35 hacia el norte, pero
eso será en otro viaje...
De vuelta paramos finalmente en Geysir, donde al bajarme el
viento casi me arranca de cuajo la puerta del coche.
Espectaculares las distintas surgencias y sobre todo el
Strokkur, con sus resoplidos de distintas intensidades cada
ratito.
Después de recorrer la zona salimos hacia Úthlíd, donde
teníamos reservada en Úthlíd Cottages una cabaña con bañera
de hidromasaje (de sulfuroso aroma) dentro de la misma y con
vistas al valle (130€ SA). Después de chapotear hasta
arrugarnos y de cansarnos de disfrutar de las vistas del valle en
medio de un atardecer increíble, decidimos volver a Laugarvatn
a cenar. Los horarios en este país no son nada draconianos y
entre las 18h y las 22h es posible cenar de forma habitual en
cualquier sitio. Fuimos de cabeza a Lindin, donde cenamos
estupendamente con vistas al lago (la hamburguesa de Reno, fantástica). Un menú de tres
platos y cerveza (el agua siempre es gratis en Islandia) por 55€/pax. Los islandeses son un
poco los caribeños del ártico y la prisa no es lo suyo, así que no te preocupes si se olvidan de ti
entre plato y plato, se hacen una foto contigo o si la cuenta se
parece aproximadamente a lo que has pedido... Son tan majos
que se les perdona todo. En cuanto al alcohol, yo me pasé todo
el viaje con la léttöl, cerveza baja en alcohol, que tiene un
precio aproximadamente inferior en un 40% a la prohibitiva
cerveza normal (que sale por unos 10 €). El vino, a la vuelta
en España.
Noche cerrada y bastante despejada a mitad de octubre,
alojamiento en medio de la nada y aunque el nivel 2 de
auroras en las previsiones no es muy alto, había
posibilidades... a las 22h Víctor decidió que las auroras salían
y a las 22h las auroras allí estaban. Increíble. Salvo que tengas
conocimientos y equipo de foto potente para captarlas, pasa de
perder el tiempo y simplemente disfrútalas (cosa que yo hice a
dos grados y en pijama). Repetiría mil veces. Nota de
ingenuidad: al principio las confundimos con el reflejo de la luz
en las nubes procedente de los focos de los innumerables
invernaderos permanentemente iluminados y desperdigados
por el valle...
Día 3. Ovejas mojadas. No hubo suerte con el tiempo. Al principio de la jornada no
llovía, pero una vez comenzó, no paró hasta el día siguiente. Decidimos salir de Úthlíd hacia
Vik a través de la ruta 30 (parcialmente sin asfaltar). Para acceder a esta carretera se pasa
nuevamente por Geysir, donde Víctor quería parar para grabar un bufido de Strokkur. Eran las
8 de la mañana y no había absolutamente nadie. Todo un lujo. La idea era pasar por Flúðir,
población plagada de invernaderos iluminados 24h de donde salen buena parte de las
hortalizas islandesas, para tomar un café (urgente). No hubo suerte y seguimos ruta bajo la
lluvia hasta el entronque con la ruta 1. Poco antes de Hella apareció una gasolinera como
sacada del far west donde paramos para repostar y para tomar el
tan ansiado café (chirri). La lluvia no nos iba a arruinar los planes,
así que iniciamos lo previsto con la parada en la cascada
Seljalandfoss, al pie del famoso volcán Eyjafjallajökull. Esta cascada
se ve desde la ruta 1 a kilómetros de distancia y su peculiaridad
reside en el hecho de poder bordearla por detrás del chorrón
gracias a un sendero (preparen chubasquero). Después de volver al
coche calados hasta los huesos tocaba darse un bañito caliente.
Para ello iniciamos ruta hacia la cada vez menos secreta piscina de
Seljavallalaug, una piscina construida y mantenida por lugareños
desde 1923 que se alimenta directamente de aguas geotermales
procedentes de la montaña. Está situada en el fondo del valle, al pie del río. Para llegar hay
que desviarse de la ruta 1 hacia la 242 (sin asfaltar) hasta donde el sentido común dice que se
puede circular (algunos llegan un poco más allá). Desde la zona de aparcamiento en Seljavellir
ya se perciben claramente las trazas del camino que hay que seguir a pie hasta que te das de
bruces con la piscina, parcialmente oculta. En el camino hay que saltar dos riachuelos que
alimentan el río principal, pero al menos en esta época del año no supuso ningún problema. La
verdad es que daba mucha pereza pensar en ponerse en bañador a 4ºC
bajo la lluvia, pero uno no va hasta Islandia todos los días, así que allá
que fuimos. El lugar cuenta con una edificación con varios “vestuarios”,
así que las cosas no se quedan a la intemperie. Por cierto, a pesar de ser
mediados de octubre no estuvimos solos en ningún momento. El bañito
resultó muy agradable y más cuanto más cerca de la surgencia de agua
caliente. Las vistas de la montaña con el agua calentita hasta el cuello no
tiene precio. Tampoco lo tiene el momento de salir de la piscina. Todas
estas cosas son gratis, pero siempre hay un buzoncillo para cooperar con
la causa y el mantenimiento de las instalaciones.
La siguiente parada fue Skogafoss. Este punto da mucho de sí,
pero la lluvia arreciaba y solo pudimos ver la imponente
cascada desde abajo. Hay unas escaleras que permiten llegar al
borde superior y rutas para hacer por el entorno, pero será en
otra ocasión. Antes de ir a la cascada hicimos parada para
comer una estupenda sopa de cordero y un fish&chips en
Fossbúð (15€/pax), una especie de salón multiusos-tienda-
restaurante. Lo justo para secar, comprar unos imanes y en
ruta.
Desde la carretera 1 tomamos la ruta 221 (recientemente
asfaltada) hasta Sólheimajökull, lengua de glaciar hasta cuyo
borde se puede llegar libremente. Hay una señal que te dice
que a partir de un punto es arriesgado pasar y nosotros le
hicimos caso. Para poder acceder al glaciar se pueden
contratar excursiones en el Sólheimajökull café, justo al inicio
de la ruta. A pesar del mal tiempo, el paseo merece la pena.
El resto del trayecto hasta Vik debe de ser muy bonito, pero la niebla nos impidió ver nada. El
hotel en Vik fue el Icelandair Vik (135€ HD), un hotel moderno pero del que esperaba más. Lo
único que cambiaría del viaje son los dos hoteles Icelandair donde nos quedamos. Igual por
exceso de expectativas mías...
Con el tiempo tan horrible no pudimos más que dar una vuelta por la localidad y tras visitar un
almacén textil nada sugerente al otro la de la carretera, merendamos en un café en el que
estaba metido literalmente todo el sureste de Islandia.
El restaurante del hotel tenía muy buena
pinta y estaba lleno tanto de clientes del
hotel como de gente de fuera, por lo que
con la pereza del llover y el cansancio del
día decidimos cenar “en casa”. No nos
defraudó para nada (entrante, más plato
principal, más postre a compartir y cervezas por 65€/pax.). A dormir
con el sonido del mar bravo de fondo…
Día 4. A rebufo de la borrasca. El día no
amaneció mucho mejor de lo que había terminado el
anterior, pero al menos la niebla se había levantado y
llovía levemente. Las previsiones indicaban que íbamos a ir
avanzando con la cola de la borrasca y que el buen tiempo
lo veríamos a nuestras espaldas casi todo el día. Tal cual.
Después de un estupendo desayuno en el hotel, decidimos
retroceder un poco para ver la playa negra de Vik. No
pudimos ver más por la niebla y porque el trayecto Vik-
Höfn es largo y denso en visitas. Por la ruta 1 atravesamos
la inmensa planicie volcanico-musgosa de
Skaftareldahraun, en el medio de la cual paramos para
estirar las piernas y hacer unas fotos aprovechando un
sendero que se interna en los campos esponjosos de lava.
Desde aquí avanzamos hasta que nos desviamos por la ruta
206 (sin asfaltar) para visitar el cañón de Fjathrárgljúfur. El
aparcamiento está junto al puente que sobrevuela el río del
cañón y desde el cual se tiene una primera panorámica de
la garganta. Saliendo desde el parking hay un sendero que
permite caminar por lo alto del cañón hasta las
proximidades de una cascada. Es muy sencilla de hacer (unos 2 km) y las vistas son
maravillosas. La lluvia nos respetó en esta visita. Fresco razonable.
Desde aquí continuamos hasta el Parque Nacional de Skatafell.
Nuestra intención era comer algo en el centro de recepción de
visitantes pero el restaurante se encontraba cerrado, así que
salimos nuevamente a la ruta 1 y avanzamos hasta el único
sitio abierto en temporada baja en kilómetros a la redonda: la
gasolinera-restaurante-hotel Freysnesi (Skatafell). Hasta la
bandera estaba, pero comimos. Vuelta al centro de visitantes del parque bajo una leve lluvia
para realizar la única ruta posible en esta época: el paseo hasta el glaciar. La otra ruta que se
inicia en este punto, la que accede a la cascada Svartifoss, estaba cerrada. La senda que lleva
hasta el glaciar es muy sencilla y llega hasta el borde de la
laguna que circunda el glaciar. Hay un acceso a otra lengua
contigua del glaciar, que desde mi humilde punto de vista
es mucho mejor: se trata de un promontorio desde el que
se extiende ante uno la inmensidad del hielo, la montaña y
la grandeza de la naturaleza hasta donde alcanza la vista.
El hecho de estar elevado hace que se convierta en un
mirador excepcional. Mucho ojo porque no hay protección
alguna. En la entrada hay una placa que recuerda a dos
chicos alemanes que no hace muchos años se internaron
en el glaciar y desaparecieron. Para llegar a esta zona hay
que volver a la ruta 1 y tomar el sentido Höfn hasta un
mirador desde el que sale una pista (sin asfaltar) que
indica Svinafellsjokulsvegur (o así). Por supuesto, todo esto son paseos de turista mocasín,
para realizar excursiones de más enjundia al glaciar se puede contratar todo desde el centro
de visitantes del parque.
La siguiente parada la hicimos en Jokulsárlon, pero antes
debo mencionar un punto de la carretera en el que mirando
por el espejo retrovisor se ve una inmensa mole de hielo
que nos hizo parar casi en seco. Observando desde el
medio de la carretera parece que hay un punto en el que la
ruta desaparece en la pared blanca. Sorprende aún más
porque este paredón de hielo queda a las espaldas en
nuestro sentido de circulación alrededor de la isla y
descubrir su visión es impresionante. Ahora sí: Jokulsárlon.
Esperaba más hielo, más misterio y más de todo, pero no
está nada mal. Tuvimos mucha suerte porque llegamos
justo al inicio del atardecer y poco después de despejar
definitivamente, por lo que la gama de colores azulados del
hielo y los anaranjados del ocaso hicieron una combinación
perfecta para un paisaje de infarto. Además, mientras
docenas de turistas fotografiaban cada milímetro de hielo
nosotros dimos un paseo por la orilla, y justo en un recodo
donde no había nadie asomó la cabecilla una foca que
estaba campechanamente nadando un poco alejada del
follón. ¡Solo la vimos nosotros! Nota: perfecto el que quiera hacer la visita en zodiac, pero es
perfectamente prescindible.
De aquí a Höfn sin parar. Llegamos de noche al alojamiento (Seljavellir
Guesthouse, 100€ HD), situado en las afueras de la localidad. Después
de una ducha salimos rumbo al pueblo para cenar lo que hay que cenar
aquí: langosta (cigala). Para ello fuimos a Humarhofnin, restaurante
que se encuentra en las proximidades del puerto y que cuenta con una
gran langosta en el exterior, por lo que no tiene pérdida. Barato no es
(75€/pax con toda la parafernalia). Vuelta al alojamiento. Escogimos
este guesthouse entre otras cosas porque estaba cerca de Höfn pero
fuera del pueblo, lo que, si los elfos estaban con nosotros, facilitaría la vista de las auroras.
Dicho y hecho, además la propietaria del establecimiento fue llamando habitación por
habitación avisando de la presencia de las northem lights. Los de al lado tenían un camarón de
cazar patos y supongo que obtuvieron fotos chulas. Yo solo puedo jurar que las vi.
Día 5. “Fiordando” A las 7 en pie. Después de desayunar abundantemente y de
despedirnos de la simpática dueña del establecimiento
volvimos a pasar por Höfn, al menos para verlo de día.
Fuimos hasta el mirador desde el que se ve toda la bahía,
el puerto, la población y el glaciar al fondo. Porque no eran
horas, pero pasamos por delante de la piscina pública con
sus toboganes, sus rulos y demás -todo ello humeante
gracias a las aguas termales- y daban ganas de darse un
bañito. Retomamos la ruta 1 hacia Egilsstaðir. Esta ruta,
haciendo buen tiempo como nos hizo a nosotros, es un
agradable paseo en coche fiordo arriba fiordo abajo a
través de pequeñas poblaciones y campos de ovejas, todo
ello enmarcado en la voluptuosa orografía de la isla. Es,
además, un recorrido que se puede hacer más o menos
largo ya que hay distintas rutas hacia Egilsstaðir. En este
trayecto hay un tramo de la ruta 1 sin asfaltar, pero no
supone ningún problema. Hicimos varias paradas para
contemplar el paisaje, paramos para café + pastas en la
bonita localidad de Djúpivogur (hay que desviarse de la
general), no tomamos el atajo que supone la ruta 939,
pasamos por Breithdalsvik (donde buscamos y no
encontramos “las bombas de mamá” que habíamos leído en algún sitio) y nos desviamos de la
ruta 1 para seguir por la 96 hacia Fáskrúthsfjöthur, un precioso pueblo fiordeño donde las
calles están indicadas en islandés y en francés por la relevante colonia de pescadores de ese
país que aquí habitaron desde finales del XIX hasta mediados del XX. Parada para repostar el
coche y para repostar nosotros: una sopa de marisco muy rica en el Sumarlina café. Gente
muy amable. Precios muy islandeses (22€/pax).
Desde esta población y a través de un túnel que ahorra una vuelta
completa a un fiordo se pasa por las inmediaciones de
Reytharfjörthur, donde se encuentra una de las polémicas plantas de
aluminio del Alcoa que consumen buena parte de la producción de
energía hidroeléctrica del país. Por la ruta 92 llegamos finalmente a
Egilsstaðir en una tarde bonita y soleada. Es una población “grande”,
bien situada, bien aprovisionada (con aeropuerto y todo) y perfecta
como punto de parada y fonda. Teníamos reserva en la Egilsstaðir
Guesthouse (135€ HD), granja que se supone da nombre a la
localidad (y no al revés). Nos tocó una estupenda habitación en la parte nueva, en un piso alto
y con vistas al río. Un lugar realmente agradable (y oloroso, que la granja está en
explotación).
Como íbamos cumpliendo horario decidimos ir a la famosa
y cercana localidad de Seydisfjödur. Dicen que es uno de
los pueblos más bonitos de Islandia y lo afirmamos. A esta
localidad se llega a través de la ruta 93, que sube y sube y
sube desde Egilsstaðir hasta un alto desde donde se divisa
espectacularmente todo el valle y baja y baja y baja hasta
el fiordo donde se ubica el pueblo. Desde aquí parte el
ferry a las islas Feore, que justamente estaba allí haciendo
escala, por lo que la carretera era un hervidero de
autobuses y trailers arriba y abajo. El pueblo en sí es
encantador: su famosa iglesia azul, las casas cada una de
un color perfectamente mantenidas y en general, un lugar
con una armonía envidiable. En pleno centro encontramos
un bar, El Grilló (así, como suena), especializado en
cervezas producidas por toda la isla. Ahí paramos a
calentar un poco tras un agradable y fresco paseo por las
inmediaciones.
De vuelta en Egilsstaðir, con parada previa en todo lo alto
para disfrutar del ocaso, cenamos en el Salt café un
fish&chips y una hamburguesa que cumplieron el trámite
perfectamente (23€/pax con cerveza y postre).
Día 6. Pack Islandia. volcanes, cascadas, ballenas y baños
termales. Amanecimos Gloriosamente sin una nube en el cielo y con unas
vistas preciosas del río. Desayunamos, también gloriosamente, en el
guesthouse y salimos zumbando rumbo a la primera de nuestras paradas
del día: la cascada Dettifoss, la más caudalosa de Europa. Después de leer
mucho sobre si la cascada se ve mejor desde la ruta 862 (asfaltada) o
desde la ruta 864 (sin asfaltar) y teniendo en cuenta factores como la
posibilidad de visitar Ásbyrgi, las condiciones meteorológicas y que este
era el día fetén para avistar ballenas, tomamos la decisión de tomar la ruta 864 (sin asfaltar)
hacia el norte para llegar a Húsavik a través de la ruta 85 (asfaltada) antes de las 13h con la
intención de comer y embarcar en busca de Moby-dick.
En ruta hacia la cascada tuvimos un momento Lanzarote
(con 25ºC menos, eso sí) al paso por unos parajes muy
similares a los de la isla canaria. La ruta 864 resultó
fácilmente transitable a velocidad razonable. Dejamos el
coche en el aparcamiento al efecto e iniciamos el descenso
en la más absoluta soledad por unas escaleras de piedra
que finalizan en una senda que discurre hasta un mirador
desde el que se disfruta de unas vistas increíbles de la
cascada. Al otro lado del cañón se veían los coches y
autocares de los que habían accedido por la 862.
Problema: la cornisa de nuestro lado estaba en sombra y el
hielo que había en el suelo no lo vi hasta que literalmente
lo besé. El paseo hasta el mirador se convirtió en una
prueba de alto riesgo y para más inri descubrimos que no
es la mejor época del año para ver esta cascada, en lo que
a caudal se refiere. El viaje de retorno al parking fue otro
suplicio mientras los del otro lado del río, en la zona
soleada, se paseaban tan pichis. No sé desde dónde se ve
mejor, sé desde dónde se ve sin romperse la crisma.
Seguimos rumbo Norte para visitar Ásbyrgi. Es una interesante hendidura en el terreno con
forma de herradura, que al abrigo de los vientos alberga
arbolado en su interior. Requiere de más tiempo del que
pudimos dedicar, pero las ballenas nos esperaban. Salimos
zumbando a Húsavik, precioso pueblo pesquero ubicado en
la bahía de su mismo nombre y en cuyas ricas aguas se
nutren todo tipo de cetáceos. Cuando llegamos hacía sol y
una temperatura muy agradable. A estas alturas del año
sólo hay dos expediciones al día para intentar avistar ballenas y un par de compañías
operando. Teníamos la intención de tomar el barco de
North Sailing de las 13:30h y así lo hicimos (65€/pax),
previa parada para comer el pescado del día (artic chart en
este caso) en el restaurante Salka (23€/pax), a pie de
puerto. Antes de salir a la bahía te pertrechan con un buzo,
un chubasquero y unos guantes. Se va divinamente. En
esto de las ballenas también hubo suerte: tres
avistamientos, uno bastante cerca del barco y un agradable
paseo por la bahía (agradable para mi, ya que el artic chart
de Víctor hizo el recorrido mar-puerto-cocina-estómago y
vuelta urgente al mar por la borda más rápido de la
historia). Un chocolate calentito con un bollo de canela en
el viaje de vuelta hizo la experiencia perfecta. Al final del
recorrido se torció el tiempo y fuimos conscientes de la suerte que habíamos tenido al poder
disfrutar del avistamiento con sol y buena temperatura, casi en noviembre.
Desde aquí salimos hacia la zona de Myvatn por la ruta 87 (parcialmente sin asfaltar pero con
buen firme) directamente al “Blue Lagoon” del norte: Lake Myvatn Nature Baths (23€/pax).
100% recomendable. Llegamos al anochecer y a 5ºC. Salvo
el primer recorrido desde los vestuarios hasta el agua,
ratito que se pasa un poco mal, la experiencia fue
maravillosa. Justo antes del charco en sí hay una especie
de alberca donde el agua está a una temperatura elevada
(unos 40ºC) y que sirve para “acumular calor”, lo que te
permite posteriormente entrar y salir del agua sin
sensación de frío (prometo). Instrucciones de uso: no hace falta gorro, los zapatos se dejan en
el pasillo fuera de los vestuarios y en todo caso antes de pasar al exterior es obligatorio darse
una ducha sin bañador en los vestuarios. Válido para todas las piscinas del país.
Sulfurosos y arrugados salimos ya en plena noche hacia el alojamiento que teníamos
reservado: Vogafjós Gesthouse (125€ HD). Se trata de una granja lechera en activo cuyas
instalaciones se encuentran situadas al lado del lago Myvatn. Aquí se encuentra la recepción
del hotel, la tienda y el restaurante, todo ello separado de
las vacas (españolas) por un cristal. Las cabañas se
encuentran al otro lado de la carretera. Cuando llegamos
eran casi las 20h. El sitio estaba lleno de gente y es genial:
la recepción, la tienda, el restaurante, las vacas... A las
20:30h cerraban la cocina, así que nos quedamos
directamente a cenar en una mesa con vistas a los
animales que plácidamente descansaban en su cuadra, al otro lado del cristal. La cena, a base
de productos locales (incluido el pan que cuecen bajo tierra), estaba muy muy buena (40€/pax
con bebida y postre). Desde aquí medio minuto en coche a la cabaña y a dormir. Gran
ventolera y poco frío. Notable olor a sulfuro. El suelo radiante, un gran invento.
Día 7. De juego de tronos a Akureyri. La palabra que define el día es viiieeentoooo.
Si te levantas muy temprano puedes ver el ordeño a las vacas mientras desayunas, pero
teniendo en cuenta que somos un asturiano y un gallego, lo podemos dejar pasar. Los
islandeses no se complican: la marca de leche es Muu y el
camión que vino a recogerla tenía por matrícula Jogurt. Punto.
Gran desayuno, como casi todos. Salimos a recorrer la zona
antes de ir hacia la segunda ciudad del país: Akureyri. En el
entorno del lago Myvatn nos detuvimos en Grjótagja, donde se
percibe perfectamente la separación de las placas europea y
americana y en cuyo interior hay una surgencia de aguas
termales en las que en tiempos se podía bañar uno, pero ya no
está permitido por la elevación de la temperatura del agua. De
aquí fuimos a uno de los escenarios naturales en los que se
graba la serie Juego de Tronos: Dimmuborgir. Aquí han
diseñado una serie de rutas de distinta longitud y dificultad por
el interior del campo de lava. A gusto del consumidor. También
hay un pequeño centro de recepción, café y souvenirs. Desde
aquí nos acercamos al volcán Hverfjall, al que subimos.
Imposible dar una vuelta por el perímetro superior del cráter
porque casi nos lleva el viento. Vistas espectaculares de todo el
ámbito de Myvatn. Todos estos recursos turísticos están
enlazados mediante una ruta para hacer a pie, pero la
tendinitis de Víctor no daba para mucha andanza.
La lástima fue no haber podido hacer la excursión al Askja,
pero es imposible hacerla (organizada) más allá de mediados
de septiembre. Avanzado el medio día salimos bordeando el
lago por la ruta 848 hasta su entronque con la 1. El siguiente
punto de parada, sin lluvia pero aún con mucho viento, fue en
Goðafoss. Como dicen muchos, no es la cascada más nada,
pero es muy, muy bonita. Justo antes de la cascada hay una
gasolinera-restaurante-tienda en la que paramos para la
correspondiente sopa de cordero con su pan y su mantequilla. Aquí intenté fotografiar una de
las 650.000 ovejas que pueblan los campos de la isla, pero las muy tontas ven una cámara y
salen pitando.
La carretera de llegada a Akureyri permite ver la ciudad entera desde el
otro lado de la bahía, ya que hace una “U” perfecta. El tiempo seguía
siendo bueno y los colores del otoño le van muy bien a esta localidad. Aún
más espectacular debe de ser llegar en avión, ya que éstos entran desde
el mar pasando por delante de la ciudad sobre la bahía, para aterrizar al
final de la misma, en el fondo de la “U”. El alojamiento elegido en este
caso fue el Icelandair Akureyri. Debo decir que fue el menos bueno de
todos los del viaje y con la peor relación calidad/precio (150€ HD). Lo
mejor del hotel, la piscina pública del otro de la calle: como ya
habíamos pasado por charcos en medio de la montaña, por
charcos en la cabaña y por charcos tipo Disneyland, nos
apetecía mucho pasar por una piscina estándar islandesa y eso
hicimos. Las instalaciones de la piscina pública de Akureyri
(4,25€/pax) están muy bien: cuentan con piscinas normales
para nadar (a unos 25ºC) y otras más reducidas de tipo lúdico
(38-43ºC), además de una zona de tubos y toboganes, sauna
y chorritos. Todo al aire libre. La conclusión es que los
islandeses son como los demás: todos arremolinados en la de
38ºC, que era la mejor. Después de aprovechar la happy hour
2x1 del hotel (que acabó siendo un 50% en un vino y una
cerveza sin descuento) dimos una vuelta por el centro y tras
una parada en el Blaa Kannan, un bar muy chulo en cuyo sótano estaban dando un concierto,
nos fuimos a cenar al Rub23, un restaurante que nos gustó de la que bajamos y en el que
paramos de la que subimos. Aquí cenamos un menú de 3 platos más postre (Adventure
festival -sushi, fish, meat, dessert-) que estuvo muy bien gastronómicamente, aunque se
olvidaron de nosotros entre dos platos y nos intentaron cobrar una cerveza que no era
nuestra. Fue el único efectivo que vimos en todo el viaje porque las 1.100 coronas del error
nos las dieron en dinero físico. (70€/pax la cena).
Día 8. Del tirón a Reykjavik. Aunque en esta época del año
las horas de salida y puesta del sol andan entre las 8h y las
18h, la verdad es que hay luz desde bastante antes y hasta
bastante después, así que el problema de los días cortos no es
tal. Amaneció un precioso y ventoso día sin una sola nube y
varias horas después, a la altura de Borgarnes, casi se nos cae
el cielo encima. Después de desayunar retomamos la ruta 1
hacia Reykjavik. Este es, obviamente, el trayecto de mejor
trazado y conservación del país. Planeamos parar para comer
en el restaurante del museo del asentamiento de Borgarnes y
en camino hicimos paraditas en un fantástico mirador a las afueras de Varmalið y en Blönduós,
que tiene una iglesia muy peculiar. Sitios interesantes que dejamos atrás, muchos. Imposible
de ver todo, ya esta parte de los fiordos occidentales merece un viaje por sí solo, que habrá
que hacer.
Ya llegando a Borgarnes el cielo se desplomó y el viento comenzó a
soplar con fuerza. El enclave de esta localidad debe de ser muy bonito,
pero apenas se veía del aparcamiento al museo. Después de una
confusión de Víctor con una tortilla (que no era española sino mexicana,
claro) y de un magnífico bufé libre vegetariano que me homenajeé
(19€/pax), seguimos rumbo a Reykjavik en medio de la tormenta.
Tomamos el túnel de peaje (que pagamos con las 1.000 coronas en
efectivo) y llegamos a destino hacia las 16h, con tiempo para comprar
unos regalitos y un jersey islandés. Con respecto a éstos,
da igual dónde mires ya el rango de precios es
similarmente alto en todo el país. Al final se compraron en
la tienda de la asociación de mujeres que los confeccionan,
en la calle Skólavörðustígur. Tarde tranquila de paseo por
la ciudad y retirada al Galtafell Guesthouse. Mañana hay
que madrugar.
Día 9: Retorno
La conclusión es que al aeropuerto de Keflavik hay que ir con mucha
antelación si vuelas a primera hora con Icelandair, porque es un poco
caótico. Vale que fuimos un poco justos y casi nos bajamos del 4x4 en
marcha, pero el lío que había allí montado era importante y nunca me he
visto más cerca de perder un avión. En cualquier caso el carácter caribeño-
ártico hizo que hubiera luz al final del caos y los aviones esperaran por
todos los viajeros el tiempo que hizo falta. El resto del viaje fue como a la
ida: trato excelente en Icelandair, tedio en Gatwick y vuelo estándar a Madrid. ¿Cuándo
volvemos?