Warhammer - Los Martillos de Ulric - Abnet Y Wallis

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LOS MARTILLOS DE ULRICDan Abnett Nick Vincent James Wallis2001, Hammers of Ulric Traduccin: Diana Falcn Zas

- JAHRDRUNG -

Una compaa de Lobos Aquel da estaba lloviendo en Middenheim, lo que a nadie le causaba una gran sorpresa. La lluvia primaveral, fra como agujas de hielo, caa torrencialmente sobre la vieja ciudad, que se alzaba, meditabunda, en lo alto del risco de granito, desde donde contemplaba los sombros bosques que la rodeaban. Se retiraba con lentitud otro largo invierno, y la ciudad, adems de todos sus habitantes, estaba mojada, fra y se senta desdichada. En el patio encharcado que se encontraba detrs de la taberna de El guila Voladora, Morgenstern daba los ltimos cuidadosos retoques a unos rechonchos nabos que haba dispuesto en hilera sobre las losas de piedra; cada uno estaba colocado encima de un cubo puesto boca abajo. Luego, avanzo hasta el extremo del patio, eruct delicadamente con una mano sobre la boca y el dedo pequeo curvado, se escupi las carnosas palmas y levant el enorme martillo de guerra, que se encontraba recostado contra los fangosos ladrillos. Lo hizo girar, cruzando los brazos con destreza y desplazando la poderosa cabeza del martillo de un lado a otro para trazar un nmero

ocho en torno a sus hombros, mientras el arma zumbaba en el aire. Pero Morgenstern se encontraba un poco demasiado cerca de la pared trasera y, tras completar el primer circuito, la cabeza del martillo impact contra la piedra. Varios bloques se hicieron pedazos y cayeron, y el martillo de guerra rebot en el suelo. Morgenstern maldijo repetidamente y se tambale un poco al inclinarse para recobrar el arma. De su enorme cabeza peluda, caan gotas de lluvia. Luego se desequilibr an ms al recoger la jarra. Se enderez, sorbi un tanto y, despus, intent colocar en su sitio los trozos de piedra, afanndose como si nadie fuese a reparar en el destrozo si lograba disimularlo. Cayeron varios bloques ms. Al cabo de un rato, renunci al intento, se volvi otra vez hacia la hilera de cubos y comenz nuevamente a girar el martillo, aunque esa vez comprob el espacio que tena para moverlo. --Vas a tardar mucho ms? -pregunt Aric desde la puerta de la taberna, en cuya jamba se apoyaba. Era un hombre alto y joven, de casi veintids aos y poderosa constitucin, con una melena de cabello negro y brillantes ojos azules. Llevaba con elegancia la armadura de bordes de oro y la piel blanca como la nieve de los templarios del Lobo Blanco. --Calla! -respondi el caballero de ms edad, concentrado en seguir girando el martillo, sin volver la cabeza. Morgenstern ajust la posicin de su propia piel de lobo para que no restringiera los movimientos de sus brazos acorazados. --Observa, joven amigo mo, cmo exhibe su destreza un maestro del martillo de guerra. Mira! Ante m, las cabezas de los enemigos! --Los nabos que hay sobre los cubos? --Ya lo creo. Es, en efecto, lo que representan. --Y esos enemigos, cmo estn?: tumbados?, enterrados hasta el cuello? --Son guerreros grandes y fsicamente capacitados, Aric -respondi Morgenstern con sonrisa paternal-. Yo, de todas formas, estoy sobre un caballo. --Por supuesto. --Para la demostracin, imagina que lo estoy. Sin dejar de darle vueltas al martillo, Morgenstern comenz a cabriolar en el sitio como un hombre-caballo de teatro que representara un misterio. Haca con la boca los ruidos de los cascos del caballo, que intercalaba con frases como: Quieta ah! Sooo, muchacha!. Aric cerr los ojos. --Arre! -grit Morgenstern, de pronto, y se lanzo hacia adelante, con la cabeza echada atrs, cuando su corcel imaginario dio un salto. Su gran masa acorazada y retumbante, con el martillo girando a su alrededor en un gran crculo, avanzo con pasos atronadores por el patio,

haciendo saltar agua. Varias losas del suelo se soltaron cuando carg contra los cubos. El golpe aplast el nabo que haba sobre el primer cubo y, luego, sin alterar el paso, galop entre los restantes y decapit a cada nabo por turno, serpenteando entre ellos, balanceando y cruzando el martillo con asombrosa precisin. Para entonces, Aric haba vuelto a abrir los ojos. A despecho de toda la idiota pantomima, a pesar de la borrachera y del hecho de que Morgenstern ya hubiese superado los cincuenta y cinco aos y pesara noventa kilos de ms, el joven qued impresionado por la destreza del hombretn. Con un bramido y una elegante floritura, Morgenstern mat al ltimo enemigo, con cubo y todo; de hecho, el golpe los hizo pasar por encima del hastial del tejado. Entonces, sus botas resbalaron sobre los lustrosos guijarros, l tropez a toda velocidad y se precipit de cabeza a los establos... a travs de una puerta que no haba abierto antes de entrar. Aric hizo una mueca de dolor, dio media vuelta y regreso al interior de la taberna. Aqul iba a ser un da muy largo.

Dentro de El guila Voladora, se reuni con Anspach. Gruber y Von Glick ante la mesa pequea situada en el rincn. --Lo hizo? -pregunt Gruber. --Acab con todos -respondi Aric al mismo tiempo que asenta con un gesto de cabeza. Anspach dibuj su maliciosa y meldica risilla entre dientes. Era un hombre apuesto, de casi cuarenta aos, con ojos diablicamente traviesos y una sonrisa capaz de encantar a los cinturones de castidad y lograr que se abrieran de modo espontneo. --Eso son seis chelines de cada uno de vosotros, su pongo. --Por el Lobo, Anspach! -gru Von Glick-. Es que no hay nada por lo que no seas capaz de apostar? --En realidad, no -replic el interpelado a la vez que aceptaba las ganancias obtenidas-. De hecho, eso me recuerda que tengo apostada una bolsa de oro por una cierta cabra que corre esta tarde en Bernabau. Von Glick sacudi la cabeza, consternado. Lobo veterano de la vieja escuela, Von Glick era un hombre delgado y anguloso, de sesenta aos de edad. Su cabello canoso era largo y lozano, y en su mentn afeitado se vea la sombra de una espesa barba. Era un tipo estirado, que todo lo desaprobaba. Aric se pregunt si habra algo de lo que Von Glick no pudiera quejarse. En cierto modo, dudaba que el remilgado anciano hubiese sentido alguna vez pasin por ser un noble guerrero. --Y dnde est Morgenstern ahora? -quiso saber Gruber, que

jugaba con la jarra. --Se ha tumbado -respondi Aric-. Ya sabes, creo que... ha bebido demasiado. Los otros tres profirieron bufidos. --Hermano templario -le dijo Anspach-, eres demasiado nuevo en esta noble orden para haber tenido la ocasin de comprobarlo, pero nuestro Morgenstern es famoso por su prodigiosa capacidad para beber! Algunas de sus ms grandiosas victorias en el campo de batalla..., como aquella escoria de ogros con los que acab en la batalla de la Puerta de Kern..., fueron atizadas por Ulric, y alimentadas por la cerveza! --Tal vez -respondi Aric con tono dubitativo-, pero creo que lo est afectando. Sus reflejos, su coordinacin... --Mat a los nabos, no es cierto? -inquiri Von Glick. --Y a la puerta del establo -replic Aric con tono triste, y todos guardaron silencio. --Sin embargo, nuestro Morgenstern... -comenz a decir Anspach-. Apuesto a que podra... --Venga, cllate! -gru Von Glick. Aric se retrep en la silla y recorri con la mirada la humosa taberna. Poda ver a Ganz, el nuevo y joven comandante de la compaa, sentado en un reservado lateral, donde el exaltado Vandam le hablaba con actitud ansiosa. --De qu va eso? -le pregunt a Gruber. El hombre de cabello blanco estaba sumido en profundos pensamientos y, sobresaltado, dio un respingo cuando Aric le dirigi la palabra. Ahora mismo pareca casi asustado -pens Aric-. No es la primera vez que lo sorprendo perdido en pensamientos que no le gustan. Gruber era el hombre ms respetado de la compaa, un veterano como Morgenstern y Von Glick, que haba servido con el viejo Jurgen desde el principio. Tena cabellos finos, ojos plidos y una piel delicada, casi translcida, pero Aric saba que dentro de aquel guerrero haba poder, una fuerza terrible. Excepto, entonces... Entonces, por primera vez desde que haba ingresado en la compaa dieciocho meses antes, Aric sinti que el poder de Gruber estaba mermando. Era por la edad? Era por... Jurgen? Era por alguna otra cosa? Aric volvi a sealar con un gesto a Vandam y Ganz. --Con qu le est llenando la cabeza Vandam a nuestro comandante? --He odo decir que Vandam quiere que lo trasladen -respondi Von Glick en voz baja-. Persigue la gloria. Quiere que lo asciendan. Segn se dice, considera que nuestra compaa es un callejn sin salida. Quiere que lo trasladen a otra; tal vez a la Compaa Roja.

Los cuatro grueron para expresar su desaprobacin y bebieron un trago. --No creo que Ganz se lo permita. Ganz apenas ha tenido tiempo para hacerse valer desde la..., desde ese asunto. No querr perder a un hombre antes de haber demostrado lo que vale. -Gruber pareca pensativo-. Eso si es que alguna vez vuelven a dejarnos que demostremos algo. --No falta mucho para Mitterfruhl -coment Anspach-. Entonces, comienza de verdad la temporada de campaas. Nos tocar algo..., una buena incursin en el Drakwald. Os apuesto a que s. Aric guardaba silencio. Tendra que suceder algo pronto, o aquella valiente compaa de Lobos Blancos en particular iba a descorazonarse por completo.

El gran templo de Ulric se hallaba casi vaco. El ambiente era fro, sosegado y ola a humo de vela. Ganz entr y, con gesto reverente, deposit los guantes y el martillo de guerra en el relicario del atrio. La acstica era soberbia dentro de la espaciosa sala abovedada, y poda or las precisas entonaciones de los cuatro caballeros que arrodillados y con la cabeza inclinada, susurraban plegarias al otro lado del elevado altar. Tambin poda or el suave chirrido de las hilas que un maestro del templo usaba para lustrar los remates de bronce del atril. La grandiosa estatua de Ulric se alzaba como una nube de tormenta y bloqueaba la luz procedente de las altas ventanas. Ganz inclin la cabeza e hizo el signo acostumbrado; despus atraves la nave y se arrodill ante la Llama Sagrada. Se encontraba arrodillado all cuando not que una mano se posaba sobre su hombro, y al alzar la cabeza vio la cara de Ar-Ulric, el sumo sacerdote, cuyo rostro barbudo y de rasgos prominentes reflejaban la luz de la llama. --Debemos hablar, Ganz. Me alegro de que hayas venido. Acompame hasta la capilla del Regimiento. Ganz se puso de pie y ech a andar junto al venerable guerrero. En ese momento vio que los cuatro caballeros, lanzndoles miradas de curiosidad, se marchaban. --He venido a buscar... gua, eminencia -comenz Ganz-. Esta temporada ser la primera para m como comandante, y ya... --Te falta confianza, Ganz? --No, seor; pero carezco de experiencia, y los hombres estn... apticos. Descendieron por una corta escalera y llegaron a una puerta de

enrejada, donde haca guardia un templario de la Compaa Gris. Salud con respeto al sumo sacerdote y abri el candado para que pudieran pasar. Ganz sigui a Ar-Ulric a travs de la puerta, y entraron en la ms pequea y clida capilla del templo, decorada con estandartes, banderas y trofeos, adems de una serie honorfica de placas conmemorativas. Ambos hombres hicieron una breve reverencia ante la gran piel de lobo que haba en la pared y ante el intimidatorio tesoro incrustado en plata situado sobre el altar que se encontraba debajo: las Mandbulas del Lobo, el icono ms precioso del templo. El sumo sacerdote se inclin ante l por un momento, murmur una bendicin a Ulric y a Artur, y luego se irgui y se volvi hacia Ganz. Sus ojos destellaron como la primera escarcha de un duro Jahrdrung. --Tu compaa est ms que aptica, Ganz. Hubo un tiempo en que la Compaa Blanca era la mejor que este templo poda tener; realizaba hazaas con las que slo podan soar los jinetes de otras compaas de Lobos, como la Roja o la Gris. Pero ahora es dbil... ha perdido el camino. Durante todo este invierno han haraganeado por la ciudad, malgastando salud, dinero y tiempo. Varios se han convertido en conocidos borrachos, especialmente Morgenstern. --Es fcil exagerar... --Se orin en el frontal del templo de Verena -dijo el sumo sacerdote con triste certidumbre- durante la misa mayor, y luego le sugiri a la sacerdotisa que la propia diosa era una buena pieza, a la que realmente le vendra bien un buen... Cmo era? Ganz suspir. --Un hombre en su vida, eminencia. El sumo sacerdote asinti con un gesto de cabeza. A Ganz le pareci que sonrea, pero no poda ser as, y el tono de la voz se lo confirm. --Morgenstern es una deshonra, y tambin Anspach. Ests al corriente de su hbito de juego? Les debe una gran suma a los corredores de apuestas del estadio, y a otros menos oficiales. Y he tenido dos audiencias con el exaltado Vandam, en las que le o solicitar que se lo trasladara a la Compaa Roja, o a la Dorada, o a cualquier otra. Ganz dej caer la cabeza. --Hay otros que tienen problemas... -prosigui Ar-Ulric-; cada uno los suyos. No digo que tu puesto sea fcil, Ganz, pues has tomado el mando de una turba muy deteriorada. Y s que todo se origina en un solo incidente, acaecido el verano pasado en el Drakwald. Aquella manada de bestias acab con los mejores de vosotros. Eran fuertes. A veces, Ulric nos asista!, los malvados ganan. Fue una tragedia que la Compaa Blanca perdiera a tantos buenos hombres, y que perdiera a Jurgen. No puede ser fcil para ti ocupar su lugar.

--Qu puedo hacer, sumo sacerdote? Yo no impongo el respeto que impona Jurgen. Cmo puedo recuperar a la Compaa Blanca? Ar-Ulric se encamin hacia la pared ms alejada y descolg el estandarte de Vess. Era viejo y estaba deteriorado y manchado con noble sangre antigua. Se trataba de uno de los ms vetustos y reverenciados estandartes de las compaas de Lobos, pues haba sido enarbolado en algunas de las ms grandiosas victorias de los templarios. --Llevars a tu compaa a los bosques bajo este viejo y venerable estandarte, y destruiris la manada de bestias que quebrant vuestro honor. Con asombro, Ganz cogi el asta del estandarte. Alz los ojos y se encontr con la acerada mirada de su antiguo comandante, Jurgen, en la ms reciente de las imgenes conmemorativas de la pared. Durante un largo instante, Ganz mir con fijeza aquel rostro de mrmol al mismo tiempo que recordaba la larga barba blanca, el aspecto de halcn y el famoso parche ocular con tachones. Ganz saba que el sumo sacerdote tena razn, que aqul era el nico modo de lograrlo.

Era un amanecer fro y llova otra vez. Los catorce hermanos de la Compaa Blanca se reunieron en los establos situados detrs del templo para ajustar los arreos de sus corceles de guerra, mientras refunfuaban en voz baja y su aliento se condensaba en el aire. --Una incursin antes de Mitterfruhl? -protest Morgenstern, a la vez que beba de un frasco que llevaba en las alforjas que finga revisar. --Un trago antes del desayuno? -se mof Von Glick con voz queda. Morgenstern, al orlo, profiri carcajadas resonantes y potentes, pero Aric saba que se trataba de un falso buen humor. Poda ver la tensin en el plido rostro de Morgenstern y el modo como temblaban sus grandes manos. Aric mir a su alrededor. Vandam estaba resplandeciente; tena el rostro encendido por la determinacin, y una piel de lobo blanco caa a la perfeccin sobre los hombros de su armadura incrustada en oro. Gruber pareca remoto, distante y preocupado mientras ajustaba los arreos de su corcel, que pateaba. Einholt, el viejo guerrero calvo que tena una cicatriz en la cara y el ojo lechoso, pareca cansado, como si no hubiese dormido bien. Aric estaba convencido de que cada noche, sin excepcin, algn viejo sueo atormentaba al veterano Einholt. Anspach rea y bromeaba con sus compaeros, y Von Glick lo miraba con el ceo fruncido. Ganz estaba ceudo y callado. Los dems, entre bromas y frases farfulladas, comenzaron a montar: el macilento Krieber, el robusto Schiffer, el rubio gigante Bruckner, Kaspen el de la

melena roja, el flaco Schell y Dorff, que silbaba otro de sus desafinados estribillos. --Aric! -lo llam Ganz, y el joven atraves el patio. Al ser el ms joven de la compaa, era privilegio suyo llevar el estandarte. Se sinti asombrado cuando Ganz le deposit el precioso estandarte de Vess en la mano cubierta por el guantelete de malla. Todos los que estaban en el patio guardaron silencio. --Por decreto del mismsimo sumo sacerdote, cabalgamos bajo el estandarte de Vess y lo hacemos en busca de venganza -fue cuanto dijo Ganz antes de subir al caballo. Dio la vuelta al corcel, y la compaa se puso en marcha. Salieron del patio y recorrieron las calles bajo la lluvia.

Descendieron desde la ciudad por el viaducto oeste, a la sombra de la gran roca Fauschlag. En lo alto, las toscas murallas y torres de Middenheim se elevaban haca los fros e inhspitos cielos, como lo haban hecho durante dos mil aos. Dejaron atrs el humo, el hedor y el clamor de la ciudad, y pasaron junto a caravanas de carretillas repletas, que se dirigan a los mercados de Altmarkt, filas de ganado de Salzenmund, y las cargadas carretas de los comerciantes textiles de Marienbeg. Todos se apartaban a un lado del viaducto de dieciocho metros de ancho para permitir el paso de la Compaa Blanca. Cuando una partida de los mejores de Ulric sala a caballo, slo los idiotas se interponan en su camino. La Compaa Blanca abandon el viaducto y entr en el camino de Altdorf, por donde avanz a medio galope hacia las hmedas tierras forestales. Despus, sigui el sendero del bosque durante seis horas, antes de detenerse para que abrevaran los caballos y comer en una aldea del camino. Por la tarde, asom el sol para arrancar destellos de sus armaduras grises y doradas. A causa del calor, la humedad ascenda de los rboles mojados, que parecan rodeados por humo. En cada aldea por la que pasaban, los habitantes salan para ver a los valientes y temidos templarios, que cantaban en voz baja un himno de batalla mientras avanzaban. Aquella noche durmieron en la sala comunal de una aldea situada en lo alto de una cascada. Al amanecer, se internaron por los senderos ms oscuros, las largas sendas de negro fango que descendan hacia la hmeda oscuridad del bosque de Drakwald, una regin que se extenda sobre la tierra como la cada capa de un dios de corazn negro.

Era medioda, aunque un medioda plido y dbil, y la glida lluvia caa a travs de las desnudas ramas de los negros olmos y retorcidos arces. El suelo por el que transitaban estaba cubierto por una fangosa y hedionda capa de hojas muertas que haban cado el otoo anterior y entonces se pudran sobre la oscura tierra. La primavera tardara mucho en llegar a aquel lugar. Pareca no haber ms seal de vida que los catorce jinetes. De vez en cuando, un pjaro carpintero martilleaba a lo lejos o chillaba un somorgujo o algn otro pjaro. En las ramas bajas, Aric vio telaraas adornadas por gotas de lluvia como ristras de diamantes. --Humo! -grit Von Glick de pronto, y todos tiraron de las riendas de los caballos y olieron el aire. --Tiene razn! -dijo Vandam con ansiedad al mismo tiempo que deslizaba el largo mango de su martillo de guerra de la silla donde iba sujeto. Ganz alz una mano. --Quieto, Vandam! Si nos movemos, lo hacemos como compaa, o no damos un paso. Aric, enarbola el estandarte. Aric se situ junto al comandante y alz el viejo pendn. Tras asentir con la cabeza, Ganz comenz a avanzar y la columna lo sigui en formacin de dos en fondo a travs de los rboles, donde los cascos de los caballos chapoteaban entre el fango de hojas y podredumbre, en direccin al humo. El claro era amplio y abierto, pues los rboles haban sido talados y entonces ardan sobre una losa de piedra situada ante una estatua tosca. Alrededor del fuego haba cinco formas peludas que arrastraban los pies y rendan culto. --Por Ulric! Lobos, adelante! -bram Ganz. Todos salieron al galope y descendieron por la pendiente hacia el interior del claro, donde los caballos hicieron saltar el agua del encharcado terreno con sus pesados cascos. Los hombres bestia que se encontraban ante el altar volvieron la cabeza con terror, profirieron bramidos y corrieron para ponerse a cubierto. Al final de la fila, Morgenstern dio media vuelta para mirar a Gruber, que se haba detenido en seco. --Qu pasa? -bram-. Estamos perdindonos la diversin! --Creo que mi corcel ha perdido una herradura -gru Gruber-. Contina adelante, viejo estpido! Sigue! Morgenstern se volvi otra vez hacia los dems y bebi un largo sorbo de la botella que llevaba en las alforjas. A continuacin, carg pendiente abajo tras el grupo principal al mismo tiempo que profera un tremendo grito. La rama baja lo derrib limpiamente de la silla. El resto sigui

atravesando el claro con un galopar atronador. Aric bramaba con el estandarte en alto. Tres hombres bestia se separaron y huyeron, y los otros dos cogieron picas y se volvieron para hacer frente a la carga mientras chillaban con voces profundas e inhumanas. A esas alturas, Vandam lideraba el ataque, y la cabeza de su martillo de guerra destruy el crneo de uno de los enemigos; la aberracin con cabeza de cabra cay al suelo. Ganz, justo detrs de Vandam, err el golpe sobre la segunda criatura. Intent dar media vuelta, pero el caballo perdi pie sobre las hojas mojadas y resbal. El comandante qued tendido en la tierra. La bestia se volvi para aprovecharse de la situacin; sin embargo, en cuestin de un instante, Aric y Krieber la arrollaron con los caballos y le destrozaron los huesos. Anspach, con el martillo girando en el aire, pas al galope junto al altar para perseguir a uno de los fugitivos. Von Glick lo segua de cerca. --Diez chelines a que soy yo quien lo mata! -ri Anspach. Von Glick imprec e intent darle alcance, pero Anspach lanz su martillo, que vol girando por el aire tras la criatura fugitiva. El arma decapit un arbolillo joven que distaba unos diez metros de la bestia. Anspach, maldiciendo, detuvo el caballo. --Los dioses te ayuden para que alguna vez ganes una apuesta! -le grit su compaero. Von Glick, mientras, continu galopando y alcanz a la bestia en la lnea de los rboles. Le lanz dos golpes, y aunque fall ambos, la criatura se ech atrs y qued a tiro de Dorff, que le aplast los sesos. Las otras dos bestias huyeron bosque adentro. Vandam, sin aminorar la carrera, galop tras ellas. --Atrs! Vandam! Vuelve aqu! -bram Ganz mientras se incorporaba y obligaba a levantarse al conmocionado caballo. Vandam no le prest ninguna atencin. Podan or sus alaridos resonando entre los rboles. --Schell! Von Glick! Id a buscar a ese idiota! -orden Ganz, y los dos jinetes obedecieron. Todos los dems se haban reunido en torno al altar. Ganz volvi la cabeza y vio que Gruber haba desmontado y estaba ayudando a Morgenstern a recostarse contra un rbol. El caballo de Morgenstern estaba trotando por las proximidades, con las riendas cadas. Ganz sacudi la cabeza, blasfemando. Se encamin hacia el altar y contempl la tosca estatua durante un momento. Luego, la hizo pedazos con su martillo. Ganz se volvi y mir a sus hombres. --Ahora ya saben que estamos aqu. Vendrn a buscarnos, y nuestra labor ser ms fcil!

--Vandam? Dnde ests, idiota? -bram Von Glick mientras cabalgaba con lentitud por los oscuros calveros del bosque. Entre los rboles mugrientos haba lagos hediondos, y por los afloramientos de pizarra caan finos hilos de agua salobre. A travs de los rboles, Von Glick poda distinguir a Schell, que cabalgaba en lnea paralela a l. --Vandam! Da media vuelta y regresa, o te dejaremos aqu! gritaba. Von Glick oy movimiento entre los rboles cercanos y alz el martillo en el aire por si acaso, pero fue Vandam quien apareci a la vista. --Has venido a buscarme, Von Glick! -dijo con un bufido-. Pero si eres la gallina clueca de toda la compaa! Te comportas de un modo tan estirado que no reconoceras la valenta aunque proclamara su presencia! Von Glick sacudi la cabeza con cansancio. Conoca demasiado bien la reputacin que tena entre los miembros ms jvenes de la compaa: estirado, inflexible, un viejo aburrido que refunfuaba y se quejaba de todo. Una vez. Jurgen le haba dicho que l era la columna vertebral de la compaa, pero sospechaba que entonces el antiguo comandante haba estado intentando alegrar sus actitudes. Se odiaba por ello, pero no poda comportarse de otro modo. No exista la disciplina en esos tiempos. Los jvenes templarios parecan toros imprudentes, y el peor de todos ellos era Vandam. --Ganz me ha ordenado que te buscara -replic con sequedad mientras intentaba contener el enojo-. Qu sentido tiene alejarse solo, como lo has hecho? En eso no hay gloria ninguna! --Ah, no? -Vandam sonri afectadamente-. Derribe a uno; le part la espalda. El otro, sin embargo, se me escap. Eso era lo peor del asunto: la arrogancia de Vandam slo resultaba comparable a su destreza de guerrero. Malditos sean sus ojos!, pens Von Glick. --Vamos a regresar. Ahora! -le orden a Vandam, el cual se encogi ligeramente de hombros e hizo girar al caballo-. Schell! -llam Von Glick-. Lo he encontrado! Schell! Von Glick an poda distinguir al otro jinete, pero la niebla y los rboles apagaban su voz. --Contina t solo -le dijo Von Glick a Vandam-. Yo ir a buscarlo. Espole el caballo para que avanzara por la orilla de un lago en direccin a Schell, que, por fin, lo vio y cambi de rumbo para encontrarse con l. Von Glick dio la vuelta al caballo. El hombre bestia sali de los arbustos con un alarido feroz.

Impelido por la persecucin de Vandam, se haba ocultado all, pero Von Glick acababa de pasar demasiado cerca de su escondrijo, y el pnico lo haba impulsado a la feroz accin. La punta de hierro de la lanza atraves la parte derecha de la cadera del viejo lobo, que bram de dolor. El caballo levant las patas delanteras mientras el hombre bestia aferraba la lanza y la sacuda, pero sta estaba firmemente atascada en el hueso, la carne y la armadura. Von Glick gritaba, ensartado como un pez; estaba tan echado hacia atrs por la lanza que no poda alcanzar el martillo de guerra. Schell profiri un bramido de consternacin y comenz a galopar. Vandam, al or el alboroto, se volvi y mir con horror. --Por los ensangrentados puos de Ulric! -jade-. Oh, seor, no! La lanza se parti, y Von Glick, entonces libre, cay de la silla de montar y aterriz en un bajo del lago. El hombre bestia se lanz hacia l. De un salto, el caballo de Schell salv el lago por la parte ms estrecha, y el guerrero le asest un golpe con la punta del martillo a la criatura, que muri al instante. Salt del caballo y corri hacia Von Glick, que yaca de lado en las aguas someras y tena el semblante plido a causa del dolor. Daba la impresin de que su armadura roja y dorada se estaba destiendo en el agua. Vandam lleg a toda velocidad, y Schell alz hacia el recin llegado unos ojos feroces y encolerizados, que ardan en su delgado rostro. --Est vivo -sise.

Ganz atraves el claro del altar hasta el sitio en que Morgenstern estaba rehacindose. --Hablemos -dijo-. Lejos de los dems. Estoy seguro de que no quieres que oigan lo que voy a decirte. Morgenstern, que tena a sus espaldas veinte aos ms de servicio que Ganz, pareci resentido, pero no desobedeci. Mientras hablaban en voz baja, se alejaron hacia el otro lado del calvero. Aric se reuni con Gruber, que se encontraba sentado a un lado, sobre un tronco cado. --Ests bien? -le pregunt. --Mi caballo caminaba mal. Cre que haba perdido una herradura. --A m me parece que est bien -dijo Aric. Gruber alz los ojos y mir al joven con expresin dura, aunque en su rostro flaco y arrugado no haba enojo. --Qu se supone que significa eso? Aric se encogi de hombros. Con su largo cabello oscuro y su perilla

negra bien recortada, a Gruber le recordaba al mismsimo Jurgen de joven. --Lo que t quieras que signifique -respondi. Gruber uni las puntas de los dedos de ambas manos en forma de aguja de campanario y pens durante un momento. Aric tena algo especial. Algn da sera un lder, y lo sera con muchsimo menos esfuerzo que el pobre Ganz, que lo intentaba con ahnco, aunque le gustaba muy poco ese papel. Aric tena un natural don de mando. En su momento, sera un gran guerrero para el templo. --Parece... -comenz Gruber-, parece que carezco del ardor que tuve en otros tiempos. Junto a Jurgen, era fcil ser valiente... Aric se sent a su lado. --T eres el hombre ms respetado de la tropa, Gruber. Todo el mundo lo reconoce, incluso los guerreros ms viejos, como Morgenstern y Von Glick. Eras el brazo derecho de Jurgen. Sabes una cosa? An no he entendido por qu, tras la muerte de Jurgen, t no tomaste el mando cuando te lo ofrecieron. Por qu se lo entregaste a Ganz? --Ganz es un buen hombre... Slido, carente de imaginacin, pero buen hombre. Tena derecho a ello. Yo no soy ms que un veterano. Habra sido un mal comandante. --Yo no lo creo as -lo contradijo Aric al mismo tiempo que sacuda la cabeza. Gruber suspir. --Y si te dijera que lo hice porque Jurgen estaba muerto? Cmo podra haber ocupado el lugar del comandante al que haba jurado lealtad, mi amigo, el hombre al que le fall? --Le fallaste? -pregunt Aric, sorprendido. --Aquel espantoso da del verano pasado, la manada de hombres bestia cay sobre nosotros de improviso. Nos mantenamos juntos o caamos, y cada hombre cubra las espaldas de otro. --Fue un infierno, sin duda. --Yo estaba justo al lado de Jurgen, luchando a su derecha. Vi al hombre toro que acometa con el hacha. Podra haber bloqueado el golpe, haberlo recibido yo mismo, pero me qued petrificado. --No se te puede culpar por ello! --S que se puede. Yo vacil, y Jurgen muri. De no haber sido por mi culpa, hoy estara aqu. --No -dijo Aric con firmeza-. Fue mala suerte, y Ulric lo llam a su saln. Gruber mir al joven a la cara. --Mi valenta se ha desvanecido, Aric. No puedo decrselo a los otros... Ciertamente, no puedo decrselo a Ganz... Pero cuando nos lanzamos a la carga sent que mi valor desapareca. Qu suceder si vuelvo a quedarme petrificado? Y si esa vez es Ganz quien paga el

precio? O t? Soy un cobarde y de nada le sirvo a la compaa. --No eres nada de eso -afirm Aric. Intent elaborar un argumento que sacara al veterano de aquel terrible estado anmico, pero los interrumpieron unos gritos. Morgenstern volvi a entrar a grandes zancadas en el claro, con un Ganz de rostro ceudo tras l. El enorme hombretn lleg hasta su caballo, sac tres botellas de las alforjas y las lanz contra un rbol, donde se hicieron aicos una tras otra. --Satisfecho? -le grit a Ganz. --Todava no -respondi Ganz con estoicismo. --Ganz! Ganz! Los gritos resonaron por todo el calvero. Schell conduca hacia ellos el caballo sobre cuya silla se encontraba, encorvado, Von Glick, y junto a l cabalgaba Vandam para sostenerlo. --Ay, gran Dios del Lobo! -grit Gruber al mismo tiempo que se pona en pie de un salto. --Von Glick! -bram Morgenstern mientras pasaba corriendo junto al consternado Ganz. Bajaron al hombre herido del caballo, y la compaa lo rode. Kaspen, que haba estudiado con un barbero cirujano y con un apotecario, se dispuso a tratar la fea herida. --Necesita un cirujano de verdad -declar el hombre de constitucin ancha y cabellos rojos mientras se limpiaba la sangre de las manos-. La herida es profunda y est sucia, y ha perdido mucha sangre. Ganz alz los ojos al cielo. El anochecer estaba cerca. --Maana regresaremos a Middenheim con la primera luz del da. Los ms veloces cabalgarn delante para traernos un cirujano y un carro. Nosotros... --Nosotros no haremos eso -declar Von Glick con voz dbil y amarga-. No regresaremos por mi culpa. Esta misin, esta empresa, es una causa sagrada destinada a restablecer la fuerza de la compaa y vengar la muerte de nuestro lder. No abandonaremos la labor! No te permitir que abandones esto! --Pero... Von Glick, con gran esfuerzo, se incorpor hasta quedar sentado. --Promtemelo, Ganz! Promteme que continuars! Ganz dudaba. No saba qu decir. Se volvi hacia Vandam, que se encontraba de pie a un lado. --Condenado estpido! Esto es culpa tuya! Si no hubieses sido tan impetuoso, no habras conducido a Von Glick a esta situacin! --Yo... -comenz a decir Vandam. --Cllate! La compaa permanece junta o cae! Has traicionado los cimientos mismos de esta hermandad! --l no tiene la culpa -dijo Von Glick, cuyos ojos destellaban con la

fuerza nacida del dolor-. No, no debera haberse separado del grupo para cabalgar a solas, pero el nico culpable soy yo. Tendra que haber sido cauteloso, debera haber estado atento. Baj la guardia, como cualquier viejo tonto, y he pagado el precio. Silencio. Ganz miraba a un hombre y, luego, a otro. Todos parecan incmodos, azorados, desconcertados. El nimo de la compaa jams haba estado tan decado, ni siquiera tras la muerte de Jurgen. Entonces, haba ira. Ahora slo haba desilusin, y prdida de fe y de camaradera. --Plantaremos el campamento aqu -dijo Ganz, al fin-. Con suerte, los hombres bestia vendrn a buscarnos esta noche, y podremos acabar el asunto. Lleg el alba, fra y plida. El ltimo turno de guardia -Schell, Aric y Bruckner- despert a los dems. Morgenstern atiz el fuego, y Kaspen le hizo otra cura a Von Glick. El viejo guerrero estaba tan plido y fro como la maana, y temblaba de dolor. --No le digas a Ganz lo mal que estoy! -le sise a Kaspen-. Jramelo por tu vida! Anspach iba a abrevar los caballos cuando encontr a Krieber. En algn momento de la noche, una flecha de plumas negras le haba atravesado el cuello mientras dorma. El templario estaba muerto. Todos lo rodearon; en aquella silenciosa maana, parecan ms sombros que nunca antes. Ganz herva de clera y se alej del grupo. En el lmite de los rboles, Gruber se reuni con l. --Es mala suerte, Ganz; mala suerte para todos nosotros, mala suerte para el pobre Krieber, que Ulric acoja su alma. No merecamos esto, y l mereca un final mejor. Ganz se volvi en redondo. --Qu tengo que hacer, Gruber? Por el amor de Ulric! Cmo podr conducir a esta compaa hacia la gloria si no tenemos ni una oportunidad? Destru el altar para atraerlos hacia nosotros, para encolerizarlos y empujarlos a un ataque frontal, a una batalla campal en la que nosotros pudisemos brillar! Pero no! Regresaron, en efecto, y con la tpica astucia bestial nos acosan y matan mientras dormimos! --As que debemos cambiar de tctica -replic Gruber. Ganz se encogi de hombros. --No s cmo hacerlo! No s qu sugerir! No dejo de pensar en Jurgen y en cmo ejerca l el mando. Intento continuamente pensar cmo lo haca l, recordar todos sus trucos y sus ideas. Y, sabes qu? No consigo recordar nada de nada! Con todas las grandiosas victorias que compartimos, y no logro recordar el plan de una sola de ellas! --Clmate y piensa, Ganz -dijo Gruber con un suspiro-. Qu me dices de la Puerta de Kern? Recuerdas? El golpe de triunfo, en aquel caso, fue rodear a los orcos y atacarlos por detrs.

--S, lo recuerdo. Una tctica sensata. --Exacto! -asinti Gruber-. Pero aqulla fue una idea de Morgenstern, no de Jurgen. No es as? --Tienes razn -dijo Ganz, y su rostro se anim-. Y lo mismo sucedi con el asedio de Aldobard... Entonces, fue Von Glick quien sugiri el ataque por dos frentes. --S -convino Gruber-. Jurgen era un comandante excelente, sin duda. Reconoca una buena idea cuando se la proponan. Saba escuchar a sus hombres. La compaa hace la fuerza, Ganz. Nos mantenemos unidos o caemos derrotados. Y si uno tiene una buena idea, un buen lder sabe que no debe ser demasiado orgulloso para adoptarla.

--Y bien? -dijo Ganz, que intentaba parecer ms alegre de lo que en realidad estaba-. Alguna idea? El viento de finales del invierno suspiraba entre los olmos. Los miembros de la compaa tosieron y movieron los pies. --Apuesto a que s... -comenz Anspach, y se ov un gemido general. --Escuchmosle -intervino Ganz con la esperanza de estar haciendo lo correcto. --Bueno, por lo que a m respecta, me gusta apostar -continu Anspach, como si eso fuese una novedad, a la vez que se levantaba para hablar-, y lo mismo les sucede a muchos... Es la oportunidad de ganar algo, algo importante y valioso, algo ms de lo que obtienes normalmente. Estos hombres bestia no son distintos. Quieren vengarse por la destruccin del altar, aunque prefieren no arriesgar su hediondo pellejo en un ataque frontal contra caballera acorazada. Qu probabilidades tendran si lo hicieran? Quieren vivir. Pero si los tentramos con algo ms..., algo que les hiciera pensar que vale la pena arriesgar el cuello para conseguirlo, podramos hacer que salieran. se es mi plan; que les ofrezcamos una apuesta tentadora. Y apuesto a que eso funcionar. Algunos asintieron con la cabeza, unos pocos se mofaron, y Dorff profiri un silbido ambiguo. Morgenstern transform un eructo en una aprobatoria risa entre dientes. Ganz sonri. Por primera vez pareca existir cierta unin, pues todas las mentes trabajaban como una sola. --Pero qu les vamos a ofrecer? -pregunt Kaspen, y Anspach se encogi de hombros. --Estoy trabajando en ello. Tenemos oro y plata; probablemente una buena cantidad entre todos. Tal vez un bote de monedas... Vandam lo interrumpi con una carcajada.

--Crees que eso les importa? Las bestias no le dan mucho valor al oro. --Bueno, qu ms tenemos? -inquiri Schell mientras se rascaba a conciencia una fibrosa mejilla. --Tenemos esto -intervino Aric al mismo tiempo que levantaba el estandarte de Vess. --Ests loco! -grit Einholt, un guerrero silencioso y reservado, que raras veces hablaba, y cuyo estallido los sobresalt a todos. Aric titube y mir el rostro marcado por una cicatriz de Einholt con la esperanza de ver algo ms que desprecio en el ojo sano del hombre. --Piensa! Piensa en el prestigio, la gloria que obtendran entre la inmunda chusma a la que pertenecen si capturaran esto. Piensa en la victoria que sera -dijo Aric, al fin. --Piensa en la ignominia con que nos cubriramos en caso de perder esa condenada cosa! -se burl Vandam. --No lo perderemos -afirm Aric-. Ah est la clave. Es lo bastante valioso como para atraerlos en masa... --Y lo bastante valioso como para asegurar que lucharemos hasta el ltimo de nosotros para retenerlo -acab Von Glick-. Es un buen plan. Ganz asinti. --As que -pregunt Dorff- nos limitamos a... dejarlo a la vista para que lo vean? --Sera demasiado obvio -dijo Ganz. --Y yo no lo dejara -afirm Aric sin ms-. Es mi responsabilidad. No puedo abandonar el estandarte. Ganz se pase por el crculo de hombres. --As que Aric se queda con el estandarte. El resto de nosotros se pone a cubierto, listos para atacar. --Aric no puede quedarse solo... -comenz Gruber. --Continuara pareciendo demasiado obvio -aadi Anspach-. Alguien tiene que quedarse con l. --Yo lo har -se ofreci Vandam, en cuyos ojos haba ferocidad. Ganz saba que el joven guerrero estaba ansioso por enmendar los resultados de su anterior temeridad. Estaba a punto de asentir con la cabeza para aprobar la propuesta cuando habl Von Glick. --Es una valiente oferta, Vandam, pero eres demasiado bueno en la carga para desperdiciarte en eso. Deja que me quede yo, Ganz. Nos quedaremos con el cadver de Krieber, y dar la impresin de que el portaestandarte ha sido dejado aqu para guardar al muerto y al agonizante. --Eso sera ms convincente -opin Anspach. --Yo tambin me quedar -aadi Gruber-. Esperarn que haya al menos dos hombres, y mi caballo ha perdido una herradura. Ganz los mir a todos por turno.

--De acuerdo! Hagmoslo! Por la gloria de Ulric y la memoria de Jurgen! Los diez jinetes montaron y atravesaron el claro entre un estrpito de cascos de caballo para desaparecer en el oscuro bosque. Ganz se detuvo antes de partir. --Que el Lobo corra a vuestro lado -les dijo a Aric, Gruber y Von Glick. Aric y Gruber se ocuparon de poner cmodo a Von Glick junto al altar. Cubrieron a Krieber con una manta de caballo, ataron sus monturas a cierta distancia hacia el oeste y encendieron una hoguera. A continuacin, Aric clav el estandarte en el suelo arcilloso. --No tenas por qu quedarte t tambin -le dijo a Gruber. --S, deba hacerlo -fue la respuesta de Gruber-. Necesito con toda mi alma hacer esto.

El anochecer cay sobre ellos y mote el cargado cielo con oscuros remolinos de nubes. Comenz a llover de manera oblicua, y se levant viento que agitaba el deshilachado borde del viejo estandarte y suspiraba a travs del bosque triste. Los cuatro permanecan junto al fuego: los dos guerreros vivos, el muerto y el hombre que se encontraba a medio camino entre ambos estados. Los ojos de Von Glick parecan turbios y tan oscuros como los cielos. --Ulric -murmur al mismo tiempo que miraba a la fra bveda celeste-, haz que vengan. Gruber tendi una mano y tirone de un brazo de Aria El significado del gesto no necesitaba explicacin. Ateridos de fro, los dos hombres alzaron sus martillos de guerra, se incorporaron y se quedaron de pie junto a las chisporroteantes cenizas con la vista fija en el otro lado del claro. --Por la Llama Sagrada! Aric, hermano mo -dijo Gruber-, ahora veremos una lucha de verdad. Los hombres bestia atacaron. Eran, tal vez, unos ochenta, ms de los que Aric recordaba de la batalla campal de la estacin anterior, cuando los hombres bestia los haban pillado por sorpresa y Jurgen haba cado. Los deformes monstruos iban ataviados con hediondas pieles, y sus cabezas de animal estaban coronadas por toda clase de cuernos, colmillos y astas; su piel era escamosa y peluda, o calva y musculosa, o enferma y flcida. Bramaban al cargar hacia el interior del claro, procedentes de la lnea oriental de rboles. Los preceda su repugnante aliento colectivo. Tenan ojos desorbitados como de ganado demente, y las babeantes bocas abiertas dejaban a la vista encas

ulceradas, dientes negros y colmillos curvos como ganchos. El suelo se estremeca. Aric y Gruber saltaron sobre sus caballos y galoparon para interponerse entre la carga y el solitario estandarte. --Por Ulric! -grit Aric cuando su martillo comenz a girar. --Por los martillos del Lobo! -rugi Gruber al mismo tiempo que mantena quieto al caballo. --Por el templo! Por el templo! -bram una tercera voz, y al volverse, los jinetes vieron que Von Glick, martillo en mano, se encontraba de pie junto al estandarte, en cuya asta apoyaba el peso. Por el templo! -volvi a bramarles. Con gritos de guerra tan feroces como las propias bestias, Aric y Gruber hicieron saltar a los caballos hacia la primera lnea de la manada que se precipitaba hacia ellos, para darse impulso y enfrentarse de cabeza a la carga. Los martillos giraban y volaban. La sangre y la saliva manaba de las cabezas partidas. Los cascos de los caballos destrozaban la carne flcida. Lanzas y espadas soltaban estocadas. Los gritos de guerra de los dos lobos resonaban por encima de todos. Aric se regocijaba; casi haba olvidado el xtasis del combate, la furibunda refriega. Gruber rea con sonoras carcajadas. Acababa de recordar. Von Glick defenda su posicin junto al estandarte, a pesar de que la sangre procedente de la herida abierta chorreaba por su armadura. Mat a la primera bestia que lo acometi, y la segunda se desplom con el crneo hendido. La tercera cay hacia atrs con las costillas partidas. Entonces haba tres, cuatro en torno a l, cinco. Estaba tan metido en la lucha como Aric y Gruber. Aric golpeaba a diestra y siniestra mientras la sangre pintaba su armadura gris y la espuma volaba hacia atrs desde la boca de su frentico corcel. Vio a Gruber que rea, golpeaba... Caa. Una estocada de lanza derrib la montura, y Gruber fue lanzado entre las aullantes bestias, blandiendo el martillo a modo de una furiosa negacin del final. Oyeron un trueno. Arriba, en el cielo, estall la tormenta. Abajo, en el suelo, la compaa de Lobos entr en el claro y acometi a la manada de hombres bestia por retaguardia. Dentro, en sus corazones, Ulric aull el nombre de Jurgen.

Los caballeros de la Compaa Blanca cargaron en una sola lnea, con Ganz en el centro, flanqueado por Vandam y Anspach. --Por los dientes de Ulric, necesito un trago! -grit Morgenstern cuando acometan.

--No, no lo necesitas! En cambio, necesitas este tipo de valenta! replic Ganz con tono burln. Embistieron a la manada de bestias cuando stas se volvan, confundidas, para hacerles frente. Segaron las filas de feroces criaturas, derribndolas y pisotendolas. Los martillos de guerra llovan sobre ellas con tanta furia como la torrencial lluvia del cielo. Los relmpagos iluminaban con sus destellos la grotesca carnicera. Sangre y lluvia saltaban al aire como lanzadas por surtidores. Las aullantes criaturas les volvieron la espalda a sus objetivos primeros y se lanzaron a la lucha contra la caballera. Aric avanz por el terreno sembrado de cadveres y ayud a Gruber a levantarse. El viejo guerrero estaba salpicado de sangre, pero vivo. --Ocpate de Von Glick y cuida del estandarte. Dame tu caballo -le dijo Gruber a Aric. El joven desmont y regres junto al estandarte de Vess, mientras Gruber galopaba hacia la brutal refriega. Von Glick yaca junto al estandarte, que an permaneca clavado en la tierra, rodeado por casi una docena de cadveres de hombres bestia. --Ve..., veamos -jade Von Glick-. As que el atrevido plan de Anspach funcion... Apuesto a que estar contento. Aric comenz a rer, pero luego se detuvo. El viejo guerrero haba muerto.

En pleno combate, Morgenstern blanda su martillo de guerra y haca avanzar el caballo a travs de la masa de cuerpos, golpeando a diestra y siniestra, y matando enemigos con tanta facilidad como si hubiesen sido una hilera de nabos sobre cubos puestos boca abajo. Rea con sus caractersticas carcajadas estridentes y golpeaba a todos los enemigos que tena a su alrededor. Cerca, Anspach vio el despliegue de destreza que haca, y se uni a su risa mientras destrozaba hombres bestia con el martillo. En el corazn de la refriega, Vandam, el ms feroz de todos, con la gloria cantando en sus venas, mataba una bestia tras otra, el triple que cualquiera de ellos. An estaba matando monstruos cuando varias lanzas lo derribaron. Entre el tumulto, Ganz vio al enorme hombre toro, el jefe de la manada, la bestia que haba matado a Jurgen. Carg hacia l, pero su martillo fue arrastrado hacia abajo por el peso de unas criaturas que lo aferraban. El hombre toro blandi su arma para matarlo. El hacha fue parada por el mango del martillo de Gruber, que, acompaado por su grito de guerra, cabalg hasta situarse a la derecha del comandante para guardarle el flanco. Ganz logr liberar el martillo y,

antes de que el enorme monstruo de cabeza de toro pudiese volver a golpear, le aplast el hocico contra el crneo en medio de una explosin de sangre. --En el nombre de Ulric! -grit Ganz, regocijado, y en los cielos reson un trueno como un aplauso.

Del campo barrido por la lluvia se elevaba humo y vapor de sangre. Los templarios del Lobo desmontaron uno a uno en medio de la carnicera y se arrodillaron en el fango para darle las gracias al furibundo cielo. La terrible lluvia les lavaba la sangre de las armaduras mientras la plegaria les purificaba el espritu. De la horda de hombres bestia, no haba sobrevivido ni uno solo. Ganz caminaba en silencio para examinar a los cados. Von Glick se encontraba a los pies de Aric, y el comandante estaba seguro de que el joven guardaba el cuerpo del viejo guerrero ms de lo que guardaba el flameante estandarte. Vandam, atravesado cuatro veces por toscas lanzas, se hallaba contorsionado sobre una pila de cadveres. --Ha encontrado la gloria que buscaba -coment Morgenstern-. Ha sido trasladado a una compaa mejor, la del propio Ulric. --Que los lobos guarden su alma valiente -dijo Ganz. Al otro lado del ensangrentado campo batido por los cascos de los caballos, Dorff comenz a silbar una tonada que se pareca a un himno de batalla. Anspach se uni a l y se puso a cantar, dando forma y meloda a las notas de Dorff. Einholt se uni a ellos, con voz suave y baja. Era una cancin de duelo, de victoria y prdida, una de las favoritas del viejo Jurgen. Al cabo de tres versos, todas las dems voces se haban sumado al canto.

Volvieron a entrar en Middenheim tres das ms tarde, y tambin entonces estaba lloviendo. Mitterfruhl ya casi haba llegado, pero el sumo sacerdote abandon los preparativos del templo y sali, atrado por los emocionados susurros. l y su squito esperaban en la plaza del templo cuando la Compaa Blanca entr: once jinetes orgullosos tras el estandarte de Vess, con tres nobles muertos atados a sus corceles. En formacin de honor detrs del sacerdote inmvil, las compaas Roja, Gris, Dorada y Plateada -los destacamentos de guerreros que, junto con la Blanca, conformaban las fuerzas del templo- alzaron sus voces en guturales vtores. Ganz, desde lo alto del caballo, baj la

mirada hacia el sumo sacerdote. --La Compaa Blanca ha regresado al templo, seor -dijo-, y el nimo ha regresado a la Compaa Blanca.

Los muertos entre nosotros El Dios de la Muerte me contemplaba mientras yo preparaba el cadver para sepultarlo. Sus ojos en sombras no eran visibles, pero poda sentir su mirada fija en mis manos mientras stas se movan sobre el cuerpo fro que tena ante m, y vio que la obra era buena. La atmsfera de la bveda del subterrneo del templo era quieta y hmeda; ola ligeramente a moho, a cenizas y a los millares de muertos de Middenheim que haban pasado por all en su viaje final. Enton las palabras del ritual en un susurro, con la mente concentrada slo en el ritmo y el poder que contenan, mientras mis manos se movan segn los sagrados gestos de la ceremonia. Haba hecho eso muchas veces antes. El cuerpo que tena delante no era ms que un cadver, pues su alma ya haba sido bendecida y liberada, y haba volado hacia el otro mundo. Mi cometido entonces era sellar el cuerpo, asegurarme de que ninguna otra entidad pudiese ocuparlo y tomar posesin de aquella envoltura vaca. Un paso que son en los escalones de piedra se entrometi en mi concentracin e interrumpi el encantamiento. Morr ya no estaba vigilando; la talla de la deidad patrona situada sobre el altar volva a ser slo una talla. Los pasos se detuvieron por un instante, y luego continuaron bajando hacia el Factorum. La alta y madura figura del hermano Gilbertus bloque por un instante la dbil luz al pasar por la puerta. Saba que sera l. --No te molesto, verdad? -pregunt. --S -dije sin ms-, me molestas. Es el tercer encantamiento del Rito Funerario que has interrumpido este mes, hermano, y como penitencia ocupars mi lugar en su ejecucin. Se llevarn este cuerpo a medioda para enterrarlo en el bosque, as que te sugiero que comiences con el ritual en cuanto hayas acabado de decirme por qu has venido. Gilbertus no protest. --Han encontrado un cuerpo -dijo. --Por si no te has dado cuenta, hermano, ste es el templo de Morr,

que es el Dios de la Muerte. Nosotros somos sacerdotes de Morr y trabajamos con cuerpos. Un cadver ms apenas constituye un motivo para irrumpir en el Factorum mientras otro sacerdote lleva a cabo una ceremonia. Es evidente que tu perodo de aprendiz en Talabheim te ha enseado bastante poco. Puede ser que tenga que darte ms lecciones. Se qued mirndome con rostro inexpresivo. Mi sarcasmo le haba pasado por alto o no lo haba entendido. Yo contempl su copete encanecido y las arrugas de la edad que le rodeaban los ojos, y por un momento pens en lo viejo que era para ser un sacerdote novicio. Pero, bien mirado, tambin yo haba ingresado en el templo a una avanzada edad. Muchos lo hacan. --Se trata de una mujer -explic l-. Asesinada. Pens que querras saberlo. --Dnde? -pregunt tras parpadear. --En el corazn. Con un cuchillo. --Preguntaba en que lugar de la ciudad, zoquete. --Ah! En el callejn que est detrs de La Rata Ahogada, en el Ostwald. --Voy a salir. -Me quit los ropajes rituales y los arroj a un rincn de la sala-. Comienza ahora con el Rito Funerario, y habrs acabado para cuando yo regrese.

Un fro viento de Jahrdrung silbaba sobre los tejados de pizarra y entre los inhspitos edificios de piedra de Middenheim. Si hubiese habido hojas en los pocos rboles que crecan en la cumbre de aquella roca, el pinculo en el aire que los hombres llamaban Ciudad del Lobo Blanco, habran sido arrancadas y lanzadas hacia el cielo. No obstante, nos encontrbamos en los ltimos das del invierno, el festival de Mitterfruhl an no se haba celebrado y los pimpollos primaverales todava no se vean. Pasara algn tiempo antes de que naciera nueva vida. El viento atravesaba mi fina tnica mientras yo ascenda a travs del parque de Morr, donde la hierba escarchada cruja bajo mis pies, y sala a las calles que se hacan ms estrechas y descuidadas a medida que se alejaban hacia el suroeste para internarse en el distrito de Ostwald, abarrotado de gente por la bulliciosa actividad matinal. Haca un fro tremendo y me maldije por no ponerme una capa antes de salir del templo, pero la prisa era ms importante que mi bienestar. Los rumores y las falsedades se propagan con rapidez en una ciudad tan compacta y atestada como Middenheim, y cuando se trataba de una muerte sin explicacin, el hecho de que alguien hablase mal del muerto slo entorpecera mi trabajo.

El callejn situado detrs de la taberna de La Rata Ahogada era estrecho e inclinado, hediondo y superpoblado. Una pareja de la guardia de la ciudad intentaba, sin demasiado xito, mantener alejados a los mirones, pero la gente retrocedi un poco cuando me aproxim. Los ropajes oscuros de los sacerdotes de Morr tienen ese efecto, que no es debido al respeto. A nadie le gusta que le recuerden su condicin mortal. Cuando la multitud se dividi para permitirme el paso, vi la mollera calva del capitn de la guardia, Schtutt, que se encontraba de pie junto al cadver. Alz los ojos, me vio y sonri al reconocerme. Tena el rostro arrugado por la mediana edad y la buena vida. Aunque nos conocamos desde haca aos, no le devolv la sonrisa. Comenz a decir algo a modo de saludo, aunque yo ya me haba acuclillado junto al cuerpo. Era una mujer..., o lo haba sido. Probablemente, tena apenas veinte aos; probablemente, haba sido hermosa. El cabello era de un castao oscuro y ondulado. Algo de su rostro deca que tena sangre de Norsca, aunque resultaba difcil saberlo con seguridad porque le faltaba un ojo y la mayor parte de una mejilla. Tena las orejas ms delicadas que antes hubiese visto. Sus ropas, llamativas pero baratas, haban sido tajadas en todos los sentidos por una hoja cortante -un cuchillo de caza o una daga, conjetur-, antes de que el golpe fatal se deslizara entre sus costillas y le atravesara el corazn. Haba sido un asesinato preciso, y alguien haba hecho muchos esfuerzos para que pareciese menos perfecto. Le faltaba el brazo izquierdo, y una tosca manta marrn cubra un objeto que haba a unos sesenta centmetros de ella. La sangre derramada sobre el empedrado haba comenzado a impregnar la tela. No era Filomena. Filomena haba sido rubia.

Record dnde estaba y alc la mirada hacia Schtutt. --Qu hay debajo de la manta? --No la levantes -murmur l, con un tono nervioso en la voz. Luego, se volvi hacia el grupo de buitres y chismosos, y habl con voz sonora-. Muy bien, largaos. No hay nada ms que ver. Agente, scalos a todos de aqu. Dejadle lugar al sacerdote de Morr para que haga su magia. Yo no tena planeado hacer magia ninguna, pero esa sugerencia, aparejada con el olor a muerte del estrecho callejn, bast para que la mayora de los presentes se alejaran en silencio. El bueno del viejo Schtutt... Baj los ojos hacia m durante un segundo, con la expresin colmada por alguna tensin que no pude identificar, y se inclin para

levantar una punta de la manta. Debajo haba algo que no era humano: una extremidad que tal vez meda un metro veinte de largo. No tena ni mano ni huesos, sino grandes ventosas como cuencos en la parte inferior. Ola a podredumbre y a algo amargo y penetrante, como ajenjo y vino rancio. Me sobresalt. Sent sobre la espalda la mirada de Schtutt, y tambin la de un guardia. Estaban mirando la cosa que haba debajo de la manta, o me observaban a m para ver cmo reaccionaba? Me di cuenta de que se me haba acelerado la respiracin e intent controlarme. Respira profundamente. Los sacerdotes de Morr no sienten temor en ningn caso. No pueden verlos en estado de pnico. --Bien -dije, y me levant. Mustrate firme, decidido-. Necesitamos un carro para llevar todo esto al templo. De costados altos, si es posible. --Cuando vena hacia aqu, vi la carreta de un basurero -sugiri uno de los guardias. --Eso nos ir bien. Ve a buscarla. -Esper hasta que se marcharon, y luego hice un gesto hacia la manta-. Cuntos han visto esto? --Dos o tres. --Asegrate de que no hablan del tema. Amenzales, mteles dentro el miedo de Ulric, cualquier cosa menos cortarles la lengua. Lo ltimo que necesitamos es que cunda el pnico porque haba un mutante dentro de la ciudad. --Un mutante -dijo Schtutt. Su voz careca de entonaciones, como un eco. Era como si no se hubiese atrevido a usar esa palabra hasta que yo la pronunci en voz alta y confirm sus peores miedos. Un tentculo? Bueno, no se lo haban cortado a un pulpo de los pantanos ni a un kraken del Mar de las Garras, no en un callejn de Osrwald. Pero entonces que haba dicho la palabra, tena que impedir que la repitiera donde pudiese orlo la gente. --Habr que hacer una investigacin a fondo, una diseccin. Si se trata de un..., bueno, lo quemaremos con discrecin. Por el amor de Ulric, no vayis por la ciudad hablando de mutantes. Ni siquiera entre los guardias. Guardoslo para vosotros. Eso s: haced circular la descripcin de la muchacha: edad, estatura, ropa, todo menos lo del brazo. -Me frot las manos porque se me estaban quedando congeladas. Tenemos que llevar el cuerpo al templo para que yo pueda empezar a trabajar. Dnde est esa condenada carreta? Lleg al fin, y el cuerpo fue cargado en el vehculo sin ceremonias; los basureros no estaban muy contentos por el hecho de que su trabajo hubiese sido interrumpido. Nadie quera tocar lo que haba debajo de la manta. Por ltimo, yo lo levant envuelto en la tela, lo dej junto al cadver en la parte trasera de la hedionda carreta y luego retroced para limpiarme las manos en la fina tnica sin que Schtutt me viera hacerlo.

El conductor hizo restallar el ltigo, y el caballo viejo tir del vehculo, que descendi con estrpito, lentamente, por los mugrientos adoquines de las calles del tugurio hacia el espacio abierto del parque de Morr, con el templo en el centro. Schtutt y yo caminbamos detrs de la carreta. --Tienes alguna idea de quin era? -pregunt. --Aparte de ser un... -Schtutt capt mi mirada feroz-. No, no lo sabemos. Iba vestida como una moza de taberna, o tal vez una muchacha de la noche; pero no habra conseguido trabajo con un brazo as. Aunque quiz lo camuflaba con magia. Podra haber atrado a alguien a ese callejn, haber anulado el hechizo, y entonces l la mat a causa del horror. O tal vez fue un asesinato ritual. Dicen que hay poderosos cultos de adoradores del Caos dentro de la ciudad. Encontramos sacrificios; principalmente, gatos. -Se estremeci-. Si pensara que iba a haber problemas con el Caos, cogera a mi familia y me marchara de Middenheim. Me ira al norte. Mi hermano tiene una hacienda a unos cincuenta kilmetros de distancia. Crees que cincuenta kilmetros son suficientes para escapar del Drakwald? No respond porque estaba siguiendo el curso de mis propios pensamientos. Schtutt pareci contentarse con continuar charlando sin que le contestara. --No deberamos aguardar a que ellos acten. Tendramos que descubrirlos y quemarlos. Y quemar tambin sus casas, hasta los cimientos -dijo, y en su voz haba un cierto regodeo-. Hacer que viniesen a investigar algunos cazadores de brujas. Recuerdas a los dos que llegaron de Altdorf? Diecisiete adoradores del Caos descubiertos y quemados en tres das. Son el tipo de hombres que necesitamos. Eh? Dieter? Eso acab con mi concentracin. Nadie me llamaba Dieter por entonces; no, en los ltimos ocho aos, desde que haba ingresado en el templo. Desvi la vista hacia l y lo mir a los ojos, en silencio. Pasado un momento, l los apart. --Por las barbas de Ulric! -mascull-. Ya no eres el mismo hombre de antes. Qu te han hecho en ese templo de necrfagos? Se me ocurrieron un centenar de respuestas, aunque ninguna adecuada para ese momento, as que no dije nada. El silencio es lo primero que aprende un sacerdote de Morr, y yo he aprendido bien la leccin. Un vaco sin palabras se prolong entre nosotros, hasta que lo rompi Schtutt. --Por qu lo haces? -pregunt-. Es lo que no entiendo. Recuerdo cuando eras uno de los mejores comerciantes de Middenheim. Todos acudan a ti para todo. No eras slo rico, eras... --Era amado. -Schtutt guard silencio, y yo prosegu-. Amado por

mi esposa y mi hijo, que desaparecieron. Ya lo sabes. Todos lo saben. Nunca los encontraron. Gast centenares de coronas, miles de ellas para buscarlos. Y descuid mi trabajo, mi empresa quebr y yo renunci. Ingres en el templo de Morr y me hice sacerdote. --Pero por qu, Dieter? -Ese nombre otra vez. No era el mo, ya no-. All no podrs encontrarlos. --Lo har -respond-. Antes o despus, sus almas irn a reunirse con Morr, y sern recibidas por las manos del dios, y entonces lo sabr. Es la nica certidumbre que me queda ya. Era el no saber lo que estaba matndome. --Por eso lo haces? -pregunt l-. Investigar las muertes inexplicadas? Por si se trata de ellos? --No -repliqu-. No, eso es slo para matar el tiempo. -Pero yo saba que estaba mintindole.

El carro rod por la tierra dura del parque de Morr, an demasiado congelada para cavar sepulturas, y se detuvo en el exterior del templo. La piedra oscura del edificio y las ramas desnudas de los altos rboles que lo rodeaban como manos tendidas que ofrecieran una caja cerrada a un dios invisible estaban silueteadas contra un cielo gris, cargado con la nieve que todava no haba comenzado a caer. Schtutt y su ayudante transportaron el cuerpo escaleras abajo hasta la penumbra abovedada del Factorum, mientras yo los segua con la manta y su desagradable contenido en los brazos. No haba ni rastro de Gilbertus ni del cuerpo que haba quedado preparado para ser sepultado. Bien. El cuerpo de la muchacha fue tendido sobre una de las grandes losas de granito, y coloqu el tentculo a su lado, sin desenvolverlo. El hedor de la carreta de basura impregnaba las ropas de la muerta, pero haba otro olor, acre y desagradable. En la quietud y penumbra reinantes, podra haber sido cualquier mujer hermosa que dorma. Contempl fijamente su forma inmvil. Quin era? Por qu la haban matado de un modo tan deliberado, tan fro? Por qu haban disimulado el hecho para que pareciese otra cosa? Tendra un enemigo poderoso, o la haban matado por otra razn? Sera ms importante muerta que viva? El brazo... Schtutt arrastr los pies y tosi, y pude percibir su inquietud. Tal vez, los cuerpos que yacan sobre las otras losas tuviesen algo que ver con eso. --Ser mejor que nos marchemos -dijo. --S -repliqu con brusquedad. Quera quedarme a solas con el cuerpo para hacer el intento de

percibir algo que me indicara quin o qu la haba matado. No es que me guste la gente muerta. No me gusta. Es slo que la prefiero a la viva. --Necesitaremos un informe oficial -aadi l-. Si se trata de un mutante, habr que decrselo al Graf. Le hars la diseccin hoy? --No -respond-. Primero hacemos los rituales para darle descanso al alma. Los har yo personalmente. Luego, hacemos la diseccin, para dejar constancia en los archivos y para aumentar el precioso papeleo del Graf. Despus, si no podemos encontrar a un familiar prximo, se le hace un funeral de indigente. --La arrojaris desde el barranco de los Suspiros? -pregunt Schtutt con voz escandalizada-. Pero seguramente los mutantes deben ser quemados para purificarlos, no? --Acaso he dicho yo que fuera una mutante? -inquir. --Qu? Cog la seccin de tentculo que se encontraba junto al cadver y la acerqu a l con brusquedad. Estaba fra y hmeda, y tena un tacto gomoso. Schtutt retrocedi como un perro golpeado. --Hulelo -le dije. --Qu?! --Hulelo. Lo olfate con precaucin y, luego, me mir. --Y bien? -pregunt. --Es... agrio. Como algo rancio. --Vinagre. -Dej el tentculo donde estaba antes-. No s de dnde ha salido eso, pero s s que no se encontraba unido a nadie que estuviese vivo esta maana. Esa condenada cosa ha sido escabechada.

Finalmente, tras prometer que intentaran averiguar la identidad de la muchacha, Schtutt y su hombre se marcharon. Estuve a punto de pedirles que no lo hicieran. El modo menos probable de averiguar algo sobre una muerte en Ostwald, con sus serpenteantes callejones y oscuros trapicheos, es hacer que guardias de pesadas botas anden por ah formulando preguntas con toda la sutileza de un ogro que no se ha duchado. Aunque obtuvieran una respuesta, no servira de nada. Yo continuaba deseando averiguar quin era la muchacha, pero cuanto ms pensaba en el asunto ms me convenca de que era su muerte, y no su identidad, lo que revesta importancia. Alguien haba querido convencer a la gente de que haba mutantes en la ciudad, y lo habra logrado si la investigacin hubiese quedado en manos de gente como Schtutt. No es un mal hombre, reflexion mientras preparaba el ritual. Nos conocamos muy bien en la poca anterior a mi ingreso en el

templo: por entonces, l era un comerciante joven que intentaba abrirse paso hasta las franquicias que posean familias mucho ms antiguas y poderosas que l. Luego, la familia Sparsman lo haba denunciado por evasin de impuestos, y una parte de la condena haba sido trabajar durante un mes en la guardia de la ciudad. Y all qued todo, porque all encontr su lugar en la vida, y era mucho mejor capitn de la guardia que comerciante, lo cual no significaba que fuese un capitn de la guardia demasiado bueno. Encend la ltima de las velas que haba colocado en torno al cuerpo. Con los adecuados gestos rituales, salpiqu un poco de agua bendita sobre el cadver, respir profundamente y comenc a entonar el hondo y bajo Rito Innombrable. En mi interior, esperaba. El espritu de Morr se movi por encima y a travs de m, dentro de las estructuras que haba creado con las manos y la mente, y fluy desde mi interior para envolver el cuerpo de la mujer que tena delante, para bendecirlo y protegerlo del mal. Y luego, se detuvo. Algo se resista. La energa del Seor de la Muerte flotaba en m, en espera de que yo la utilizase. Pero me senta como si estuviese intentando unir dos piedras imn: cuanto ms me esforzaba, cuanto ms me aproximaba al cadver, mayor era la repulsin. Continu entonando las palabras del ritual para atraer hacia m una mayor cantidad de la energa de Morr, al mismo tiempo que intentaba esparcirla sobre el cadver, pero resbalaba como la lluvia sobre el cuero engrasado. Algo iba mal, muy mal, aunque no estaba dispuesto a renunciar. Segu entonando el ritual, reuniendo todas mis fuerzas para empujar el poder de Morr sobre el cadver. La resistencia disminuy, pero no pude quebrantarla. Haba llegado a un punto muerto. Una de las velas chisporrote y se apag, consumida hasta el final. Cuando comenc el ritual tena unos ocho centmetros de largo, tal vez diez. Deban de haber pasado horas. Interrump el canto y el poder divino sali de m, llevndose consigo las pocas energas que me quedaban. Tena las rodillas flojas como ramitas verdes y senta que me balanceaba a causa del agotamiento. A solas entre las sombras, contempl el cuerpo. En el Factorum, reinaba un silencio absoluto, que slo quedaba interrumpido por mi suave respiracin agitada; la quietud era total..., aunque la atmsfera resultaba tranquila. Haba tensin, como si el ambiente aguardara algo. El helor de la primavera y las fras piedras parecan clavarme alfileres a travs de la tnica, y me estremec. Por un momento, sent lo que la gente normal debe sentir cuando entra aqu: el terror de verse rodeada por los muertos; el terror de no entender. Apagu con los dedos las restantes velas y me apresur a marcharme, escaleras arriba, hacia la calidez relativa del cuerpo

principal del templo, y sent que al hacerlo se desvaneca mi miedo momentneo. Por un instante, consider la posibilidad de acudir a la nave principal para rezar un rato; pero, en cambio, atraves la entrada lateral que lleva a las dependencias privadas de los sacerdotes, recorr el estrecho corredor de piedra y llam a la puerta del padre Zimmerman. Me senta incmodo por tener que hacer eso; a veces, sin embargo, la nica manera de enfrentarse con un problema es pasrselo a los que estn ms arriba. Desde dentro de la habitacin me lleg un arrastrar de pies y una voz amortiguada. Luego, alguien abri a medias la puerta desde el otro lado, y el hermano Gilbertus se desliz al exterior. Me record a un gato que se moviera por un espacio pequeo, o a una serpiente. Me dedic su suave sonrisa y desapareci camino de la rectora. Abr la puerta del todo y entr. El padre Zimmerman se encontraba sentado ante su escritorio y daba la impresin de que haba estado escribiendo una carta. La tinta le manchaba los dedos, y en el suelo haba plumas rotas. Al volverse para mirarme, vi que tambin tena tinta en la blanca barba. --Qu sucede? -pregunt No cre que la irritacin de su voz fuese porque hubiera interrumpido la reunin. Probablemente, tena ms que ver con el hecho de que yo no le gustaba. A m me pareca bien, porque l tampoco me gustaba. --Hay un cuerpo nuevo en el Factorum, padre. --Los cuerpos son nuestro material de trabajo, hermano. Habrs observado eso en los aos que llevas trabajando aqu. Pens en lo que yo le haba dicho antes a Gilbertus, y maldije al de Talabheim. Sin duda, haba ido all con el cuento de mi falta de respeto hacia los muertos. --He estado intentando bendecirlo para la sepultura -continu-. La bendicin no..., no se asienta. Es como si algo se resistiera. --Se trata de la muchacha mutante? Maldito el de Talabheim, mil y mil veces maldito. --S, pero no es... --Desperdicias demasiado tiempo con la escoria callejera y los residuos de la vida, hermano. No es una buena actitud para un templo como el nuestro, que tiene un cierto prestigio dentro de la comunidad. Deberas pensar en otras cosas y dedicarte ms a las buenas obras en las que te he sugerido que te empees. --Yo no trabajo para ti. Trabajo para Morr. --Tal vez seras ms feliz si trabajaras para l en un ministerio solitario? Nos han pedido que establezcamos un santuario en una de las ciudades de los Desiertos; para atender a su plaga de vctimas, ya sabes. Podra recomendarte para el puesto. Hizo un gesto hacia su escritorio. Obviamente, tena en la cabeza

asuntos de traslados y administracin, pero siempre haba sido un tipo intolerante, arribista y chupatintas, ms preocupado por las apariencias que por los autnticos asuntos de la obra de Morr. Yo lo odiaba, pero me di cuenta de que no iba a conseguir lo que quera si no me disculpaba, as que apret los dientes y transig. --Lo siento -dije en un susurro-, pero en el Factorum tengo un cadver que no puedo purificar y preparar para la sepultura. No s si est encantado u otra cosa; pens que tal vez t lo sabras y que querras que te pusiera al corriente del hecho. --Y pensaste que yo, dado que soy un sacerdote de ms edad y experiencia, y con ms poder, podra hacer el Rito de Purificacin en tu lugar. Es eso? Eso era, as que asent con la cabeza... Pero al ver que su expresin cambiaba supe, al instante, que haba cometido un error. Era la respuesta que l quera or. Me mir con rostro ceudo. Entonces poda sentir su desagrado hacia m, y acababa de darle una excusa para descargarlo. --Pensaste -sise- que el sumo sacerdote del templo de Morr, de Middenheim, tiene tiempo para ensuciarse las manos bendiciendo el cadver de una fulana de la calle? --Yo no... --Tienes el descaro de pedirme que malgaste mi tiempo con una de tus vidas despreciables, una mutante, para colmo? Te atreves a entrar aqu e insultarme...? Baj la cabeza y dej que las palabras me pasaran por encima. No era nada que no hubiese odo antes. La antipata que haba entre el padre Zimmerman y yo constitua una de las principales razones por las que an era un sacerdote de segundo grado despus de ocho aos de servicio en el templo, y probablemente no ascendera ms. Eso ya lo haba aceptado. Poda ser que el padre estuviese a punto de retirarse, pero su puesto pasara a alguien que actuara como l, pensara como l y a quien yo le desagradase tanto como a l. Quiz se tratase de Gilbertus, que an siendo nuevo, en los ltimos tiempos pareca estar hacindole mucho la pelota. Era ambicioso ese Gilbertus. La carta que haba sobre el escritorio del padre posiblemente hablaba de l. De pronto, las palabras aminoraron la velocidad y cesaron. Estaba a punto de comenzar un nuevo prrafo, as que volv a prestar atencin. --Como penitencia, quiero que vayas al barranco de los Suspiros, donde encontrars al hermano Ralf, que debe oficiar all un funeral, y que lo reemplaces. Luego, regresa aqu y rzale a san Heinrich, para que tus buenas intenciones no nublen tu sentido comn. Empate en las oraciones, hermano. Reza hasta la dcima campanada. Eso es todo. Me march.

Era de noche. Yaca despierto sobre mi estrecha cama y contemplaba los dibujos que la luz de la luna proyectaba sobre la pared de piedra de la diminuta ventana de mi diminuta celda; el duro resplandor del aura de Morrslieb eclipsaba poco a poco la luz ms clida de Mannslieb. Tena el cuerpo absolutamente exhausto, agotado de energa a causa del ritual que haba hecho aquel da, pero saba que esa noche no podra dormir. Para empezar, tena demasiado fro, con o sin primavera, y la fina manta no lograba calentarme lo suficiente como para que me sintiese cmodo. Adems, no poda apartar a la muchacha muerta de mis pensamientos. Quin haba sido? De dnde proceda para morir de modo tan ignominioso en las calles de Middenheim? Su muerte tena algo que ver con su identidad, o sencillamente haba sido casual? Tal vez estaba en la taberna equivocada y le haba dicho una palabra amable al hombre equivocado. que la haba llevado a un callejn oscuro al aproximarse el alba, y la haba apualado una y otra vez con un cuchillo corto, inclinando cuidadosamente la hoja para hacer que el ataque pareciese producto del frenes. Luego le haba amputado un brazo para reemplazarlo por algo inhumano y, tras esconder el brazo real -deba llevar un saco consigo, probablemente uno grande e impermeable-, se haba marchado. Poda visualizar el tipo de hombre que deba ser, pero en ese preciso momento no estaba interesado en l. Quera imaginarla a ella. Haba sido hermosa alguna vez. Posiblemente, era hermosa la noche anterior: lo que quedaba de su complexin no tena las mejillas coloradotas debidas al alcohol que presentaban las prostitutas habituales. Arrugas de risa marcaban apenas la piel fresca que le rodeaba la boca y los ojos, y no llevaba pintura alguna en el rostro. No se trataba de una mujer que se hubiese valido de sus encantos fsicos para ganar dinero; no, durante mucho tiempo, en todo caso. Qu haba trado a aquella belleza de Norse hasta Middenheim? Los de Norse eran demasiado pragmticos y realistas para creerse las viejas historias sobre la ciudad de lo alto del risco, segn las cuales tena las calles pavimentadas con el oro extrado de la montaa que haba debajo. Hasta all la haba llevado algo ms que los sueos de otras ciudades y fortunas fciles. Probablemente, haba sido un comerciante o un viajero -tal vez de Norsca, aunque quiz no, ya que eran leales a los suyos, sobre todo cuando se hallaban en el extranjero-, quien la haba abandonado cuando ella mir a otro hombre o qued embarazada, o sucedi cualquiera de las otras mil cosas por las que un hombre rompe las promesas hechas a una mujer. Cunto tiempo habra pasado desde que la estabilidad y el amor

que ella crea poseer se revelaron como una broma hueca? Las ropas que llevaba parecan bastante nuevas y seguramente demasiado costosas para el tipo de mujer que iba a beber a La Rata Ahogada, as que era probable que no llevase mucho tiempo en las calles, a menos que le hubiese robado a alguien recientemente. No; la gente puede disimular cuando est viva, pero el rostro de un muerto revela el verdadero carcter que hay tras l, y en lo que quedaba de sus rasgos no haba visto nada del delincuente de poca monta. Y tampoco haba en l nada de la prostituta endurecida y desgastada. Era nuevo, para ella, eso de tener que valerse de sus encantos y de un vestido escotado para ganarse la vida, o al menos demasiado nuevo para que pudiera diferenciar entre el tipo de hombre que sera bueno con ella y el que detestaba a las mujeres as y no quera nada ms que hacerles dao. Alguien de la ciudad tena que saber quin era, y yo quera bendecirla con su verdadero nombre cuando la sepultara. Alguien lo saba. Podra ser la persona que la haba matado, y eso significaba que deba encontrarla. Nadie de La Rata Ahogada admitira recordar nada de la noche anterior... Era esa clase de lugar, y ni siquiera el miedo a Morr los persuadira para que hablaran. Se oy un sonido dbil, una repentina vibracin que recorri todo el edificio del templo. Volvi a producirse pocos segundos despus. Luego, hubo una pausa, y de nuevo se escuch una tercera vez. Procedente de algn lugar situado ms abajo del pasillo, lleg el sonido de un raspar de madera, el golpe de una puerta abierta de sbito y pasos que corran. Por un instante, pens en levantarme e investigar, pero decid que an estaba demasiado cansado debido al ritual, y me di la vuelta en la cama. Que lo averiguara Zimmerman. Si tanto defenda su condicin de jefe del templo, que acarreara con una parte de la responsabilidad que conllevaba el cargo. Volv a sumirme en mis pensamientos. Ese brazo..., el brazo que no era de ella. Todo se reduca a eso. Haba modos ms fciles de propagar el miedo al Caos y la mutacin en una ciudad como Middenheim que el de falsear el asesinato de una mutante en un callejn. As pues, por qu? La nica razn que se me ocurra, era que un mutante muerto provocara una investigacin oficial, mucho papeleo y probablemente un ascenso para alguien de la guardia. Quiz se llevara a cabo una cacera de brujas, y un par de viejas seran quemadas. Y el templo se vera implicado porque nosotros tendramos que hacer la diseccin del cadver y redactar el informe oficial, lo cual significaba que ste sera el primer lugar al que se llevara el cuerpo. Pero por qu? Y por qu el cadver de una belleza de Norsca, alta y de piel blanca, tan annima como yo, en vez de una prostituta local? Se oy un alarido y me despert de golpe; deba haberme quedado dormido. Alguien corra por el pasillo al que daba mi habitacin y gritaba algo. Se oy un estrpito lejano.

Problemas. Sal a toda velocidad y me puse el hbito mientras caminaba. Estaba oscuro y no pude ver a nadie a la dbil luz de la luna, pero de la nave principal del templo me llegaba mucho ruido, as que me encamin hacia all. La luz oscilante y los gritos me dijeron que iba en la direccin correcta. La puerta de comunicacin estaba abierta...; no, haba sido arrancada de los goznes y yaca en el suelo. Salt por encima de ella y entr en la nave principal. Era un desastre, como si por all hubiese pasado una tempestad. Todo estaba destrozado. Las Llamas Eternas haban vuelto a apagarse, pero a la dbil luz de las lmparas de noche situadas en las columnas, pude ver a tres sacerdotes, dos pertrechados con armas improvisadas una escoba y una vara de oficio-, que se movan en crculos, pero a prudente distancia de alguien. Era ella.

Era ella. El rostro que yo haba estado imaginando cuando yaca en mi cama sonrea estpidamente, con una sonrisa muerta. Tena un aspecto fatal, como le sucedera a cualquiera a quien hubiesen asesinado el da anterior. Sus movimientos eran convulsivos, bruscos, y no pareca haber luz en sus ojos ni expresin en su rostro muerto, excepto aquella sonrisa alelada. Con el nico brazo que tena aferraba el torso del hermano Rickard; el resto del cuerpo yaca a pocos metros de distancia. Mientras la observaba, solt el cuerpo y comenz a volver la cabeza de un lado a otro, como si intentara percibir algo con algn extrao sentido inhumano. Pareca que... No s qu pareca. --No os acerquis! Era el padre Zimmerman. Dudo que ninguno de nosotros tuviese intencin alguna de acercarse ms. Adopt una postura teatral y comenz a entonar una oracin. Por el sonido de las palabras se trataba de un ritual, pero no era uno que yo reconociera. La cabeza de la mujer se irgui de repente, como si hubiese encontrado lo que buscaba, y a continuacin avanz con paso lento y rgido hacia l. --Padre! Aljate! -chill, mientras buscaba desesperadamente un arma con la que defenderme. El culto de Morr nunca se ha lucido por su armamento, y sus templarios no estn precisamente preparados para la batalla. El cadver avanz otro paso hacia el padre. El no cesaba de entonar las palabras, entonces con mayor rapidez, y a su rostro afloraba el pnico. Yo podra haber corrido para arrastrarlo a una distancia segura, pero no lo hice; en cambio, hu hacia el altar mayor. All se encontraba el disco plano del gran cuenco, cuyo chapado de oro y el espeso lquido que contena destellaban en la suave luz. Detrs de m, se oy un alarido agudo, como el de una vieja.

Rode el cuenco con las manos y lo levant. Era pesado, y el lquido chapoteaba entre los someros bordes. Al volverme, o el chasquido, y en un instante vi morir al padre Zimmerman, cuya columna vertebral haba quedado partida como si fuese una ramita seca. La muerta solt el cuerpo, que cay al suelo entre temblores. Yo avanc con pasos medidos por el suelo cubierto de baldosas de mrmol. El lquido se meca dentro del gran cuenco y se derramaba un poco a cada paso. El cadver-marioneta mova la cabeza de un lado a otro en busca de un nuevo objetivo, mientras yo me iba acercando. Los otros dos sacerdotes retrocedieron para alejarse de nosotros. Ya estaba a cuatro metros de distancia, a tres... Su cabeza gir hacia m. y el rostro destrozado desnud los dientes para dedicarme una sonrisa muerta. Le lanc el gran cuenco, y el contenido sali volando hacia ella como un aguacero. No slo era agua, sino tambin aceite bendecido para ungir a los deudos. La cubri y empap los restos de las prendas que una vez haban sido elegantes. El cuenco se estrell contra el suelo con estrpito, y rod hasta quedar boca abajo. Retroced de un salto, cog una lmpara de noche del nicho en que estaba, en la columna ms cercana, y se la lanc a la empapada abominacin. Fue como una flor al abrirse, o como el sol cuando sale entre las nubes. El templo qued inundado por la luz de la mujer en llamas. Arda. Algo en ella tuvo que percibir lo que estaba sucediendo porque comenz a debatirse contra las llamas. Cay, su cuerpo cruji, y percib olor a asado. Los otros dos sacerdotes -Ralf, segn pude ver, y Pieter- estaban inmviles a causa de la conmocin y observaban cmo ardan el cuerpo y el templo. Yo no tena tiempo para eso; me encamin hacia las puertas principales y sal al feroz fro de la noche. La mente trabajaba a toda velocidad mientras caminaba: mujeres de Norsca muertas, brazos desaparecidos, cadveres animados. En los escalones encontr a Gilbertus, que suba. --Adonde vas? -pregunt. --A dar la alarma. --Ya lo he hecho yo. Qu era? --Un cadver animado. Alguien estaba controlndolo. El padre ha muerto. --Ah! -No pareci sorprendido-. Volvers dentro? --No -respond-. Para empezar, hay un incendio, y adems, s quin mat a esa muchacha. --Ah! Quin? --Un nigromante -contest-. Un nigromante agraviado.

Si uno quiere informacin sobre agravios, debe hablar con un enano. No me entusiasmaba la idea de tener que ir a ver a aquel enano en particular a tales horas de la noche; no, porque fuese a estar en la cama -saba que no sera as-, sino debido al lugar en que se encontraba. La zona de Altquartier ya resultaba bastante desagradable durante el da, pero pasada la media noche era de lo peor: las fulanas ms tiradas, los delincuentes ms insignificantes y la gente ms desesperada. Y en el corazn de aquella zona estaba La Casa Bretoniana. Iluminado por la dura luz de la luna, el lugar pareca tan cochambroso como yo lo recordaba: una pequea y vieja taberna, con el frente pintado de negro, cristales rajados en las ventanas y olor rancio a col hervida que se filtraba desde el comedor barato de la planta superior. Pareca cerrado, pero saba que no poda estarlo; los lugares como se nunca estn cerrados si el patrn o dueo te debe un favor. En tiempos anteriores, haba pasado all buenas veladas, haba obtenido datos tiles y me haba peleado dos veces. Esperaba que eso ltimo no se repitiera esa noche. Llam a la puerta que, pasados unos segundos, se abri con un crujido. --Quin es? --Estoy buscando a Alfric Medianariz. --Quin lo busca? --Dile... -hice una pausa-. Dile que lo busca el hombre que fue Dieter Brossmann. La puerta se cerr. Poda imaginar la conversacin que tena lugar al otro lado. Transcurrido un largo minuto, la hoja volvi a abrirse para dejar a la vista a un hombre bajo y achaparrado, con un corte de pelo en forma de cuenco. --Entra -dijo. Lo hice. Hay un truco con los ropajes y vestidos largos que todas las damas bien nacidas conocen y todos los sacerdotes deberan aprender: camina con pasos leves y cortos, y si lo haces bien parecer que te deslizas por el suelo, no que caminas. En el caso de los hbitos negros de un adorador de Morr, el efecto puede resultar muy inquietante. El silencio cay sobre el lugar cuando entr, y la quietud lo cubri todo como un manto de fra escarcha mientras atravesaba la pequea sala. Haba tal vez unas diez personas, desde matones baratos que beban cerveza barata hasta los de menos mala fama con su copa de vino o de absenta. Un hombre tocado con un plano sombrero bretoniano que se encontraba sentado en la barra inclin la cabeza y alz su vaso hacia

m. Tena el rostro arrugado por la edad y la vida dura como si fuera un cuadro antiguo, y sus ojos parecan huevos escalfados inyectados en sangre. Lo reconoc de los viejos tiempos, pero no logr recordar su nombre. Probablemente, tena varios. Se oy un sonido que proceda de uno de los reservados del otro extremo de la sala. Nadie mir hacia all, por lo que supe que se trataba de quien yo estaba buscando, y me deslic hacia l. El ancho cuerpo de Alfric estaba encajado all dentro. Lo acompaaban uno de sus secuaces y un humano gordo, ataviado con ropas opulentas. ste estaba sentado al otro lado de la mesa, que en el de los enanos se vea cubierta de jarras vacas y monedas de oro. Alfric alz la mirada. En su barba haba ms gris de lo que yo recordaba, y las cicatrices que rodeaban su nariz destrozada estaban de color rojo fuego, signo seguro de que haba estado bebiendo en abundancia, aunque habra sido imprudente por mi parte suponer que estaba borracho o con la guardia baja. --Buenas noches, hermano -dijo-. Sintate. En qu puedo serle de utilidad al templo de Morr esta noche? Yo no me sent. --Alfric Medianariz, el nombre de cuya familia es Rompeyunques dije, en cambio-, he venido para restablecer el equilibrio de honor entre nuestras familias. --Ah, s? Alfric no pareca interesado. Advert, sin embargo, que el humano gordo estaba sudando. No se trataba de un comerciante, al menos no de uno bueno: estaba claro que no tena el temple necesario para negociar en asuntos delicados. Ociosamente me pregunt quin sera y qu le habra causado tanta desesperacin para ir a ver a Alfric despus de la segunda campanada de la noche. Pareca preocupado, pero era su problema. Yo tena los mos que atender. --Hace cinco aos -comenc-. Yo... Oh, qu diantres! Me ahorrar las formalidades. Me debes un favor por la vez en que quem el cuerpo de aquel tendero al que le dispar tu nieto. Vengo a que me lo pagues. --As es, y ests en tu derecho. -Alfric bebi un sorbo de la jarra-. Siempre has sido impaciente. Siempre has querido que las cosas se hagan a tu manera. El nombre y el gusto en el vestir son las nicas cosas que has cambiado desde que desapareci tu familia? -No dije nada-. Entonces, an no los has encontrado? Bueno, si necesitas ayuda, ya sabes adonde debes venir. Saba que intentaba pincharme para demostrarme lo disgustado que estaba por interrumpir sus negociaciones, as que no le contest. --El templo fue atacado esta noche -dije-. Alguien anim un cadver contra nosotros. Al parecer, lo enviaron a matar gente, no a causar desperfectos, pero produjo muchos, de todas formas. Y el padre Zimmerman ha muerto.

Aunque era la segunda vez que deca eso, result la primera que lo entenda. De repente, me sent muy cansado. Junto al comerciante haba un sitio vaco, as que me sent. Alfric me observ con sus oscuros ojos destellando como piedras mojadas a la dbil luz de las lmparas. --Parece el trabajo de un nigromante. --Eso pens yo. -Hice una pausa-. Hay alguno de..., de ese oficio en la ciudad? --Ninguno que yo sepa, y eso probablemente significa que no los hay. Call para beber otro sorbo. Yo confiaba en l, ya que los ojos y odos de Alfric estaban por todo Middenheim. Los enanos haban construido la ciudad, y sus tneles an la recorran como los tneles de la carcoma en un mueble podrido. Alfric y sus informadores los conocan bien; escuchando desde las entradas secretas y espiando a travs de agujeros, estaban al corriente de todas las idas y venidas de la ciudad. Alfric Medianariz era el mejor informador y el ms grande de los chantajistas de la ciudad. --As pues, quin podra haberlo hecho? Conoces a alguien que tenga resentimientos contra el templo? -pregunt. Alfric hizo girar la cerveza por dentro de la boca y trag. --Calla. Estoy pensando en nigromantes. Bebi otro gran sorbo y lo sabore con detenimiento. Nigromancia, pens. Si se trataba de un nigromante, careca de sentido preguntar por sus resentimientos. Los nigromantes odiaban a los sacerdotes de Morr tanto como nosotros los odibamos a ellos. Los dos bandos tratbamos con la muerte, pero mientras nosotros la veamos como un pasaje, una etapa dentro de un proceso, ellos la consideraban una herramienta. Nosotros estbamos interesados en liberar a las almas; ellos deseaban esclavizarlas con su magia oscura e impa. Por supuesto que estaban resentidos con nosotros. Por supuesto que cualquier nigromante ambicioso querra destruir el poder del templo de Morr. Y si eso significaba matar a sus sacerdotes... Bueno, al igual que en nuestro caso, los cadveres eran la mercanca de su oficio. No obstante, haba algo en la forma en que se haba movido el c