Warhammer - Malus Darkblade 5 [Señor de la Destrucción]'.pdf

370

Transcript of Warhammer - Malus Darkblade 5 [Señor de la Destrucción]'.pdf

  • Engaado por el inmundo demonio Tz'arkan, Malus Dark-blade dispone slo de un ao para encontrar cinco artefactos y llevrselos, o su alma inmortal ser condenada. Tras muchos meses de penurias y aventuras, a Malus le queda por recupe-rar un solo talismn: el Amuleto de Vaurog. Al huir de Har Ganeth, el elfo oscuro es capturado y llevado a Naggarond, donde el Rey Brujo le ordena que lidere la defensa contra una invasin del Caos. En medio del estruendo de la batalla, mien-tras asesinos y traidores siguen cada uno de sus movimientos, qu posibilidades tiene Darkblade de encontrar el amuleto y de llevrselo a Tz'arkan antes de que se acabe el tiempo?

  • sta es una poca oscura, una poca sangrienta, una poca de demonios y de brujera. Es una poca de batallas y muerte, y de fin del mundo. En medio de todo el fuego,

    las llamas y la furia, tambin es una poca de poderosos hroes, de osadas hazaas y grandiosa valenta.

    En el corazn del Viejo Mundo se extiende el Imperio, el ms grande y poderoso de todos los reinos humanos. Conocido por sus ingenieros, hechiceros, comerciantes

    y soldados, es un territorio de grandes montaas, caudalosos ros, oscuros bosques y enormes ciudades.

    Y desde su trono de Altdorf reina el emperador KarI Franz, sagrado descendiente del fundador de estos territorios,

    Sigmar, portador del martillo de guerra mgico.

    Pero estos tiempos estn lejos de ser civilizados. A todo lo largo y ancho del Viejo Mundo, desde los caballerescos

    palacios de Bretonia hasta Kislev, rodeada de hielo y situada en el extremo septentrional, resuena el

    estruendo de la guerra. En las gigantescas Montaas del Fin del Mundo, las tribus de orcos se renen para llevar

    a cabo un nuevo ataque. Bandidos y renegados asuelan las salvajes tierras meridionales de los Reinos Fronterizos. Corren rumores de que los hombres rata, los skavens, emergen de cloacas y pantanos por todo el territorio.

    Y, procedente de los salvajes territorios del norte, persiste la siempre presente amenaza del Caos, de demonios y

    hombres bestia corrompidos por los inmundos poderes de los Dioses Oscuros. A medida que el momento de la

    batalla se aproxima, el Imperio necesita hroes como nunca antes.

  • Desiertos del Caos, primera semana del invierno

    El fro viento cambi para soplar a rfagas que transportaban nieve desde el sudeste y susurrar atormentados lamentos en las ramas ms altas de los rboles. Urghal se inmoviliz de pronto, acuclillado en medio del sotobosque cubierto de nieve. Las fo-sas nasales del hombre bestia se dilataron al olfatear la presa, y sus finos labios se contrajeron en un rictus de hambre feroz.

    Urghal gir la astada cabeza a derecha e izquierda y atisbo a sus dos compaeros de caza, Aghar y Shuk, en el momento en que se separaban y tambin se ocultaban. El denso bosque de montaa haba quedado en mortal silencio salvo por el aullido del viento, y las largas orejas peludas del hombre bestia se me-neaban sin descanso al esforzarse por percibir movimientos procedentes de algn punto situado ms abajo de la pen-diente. A lo largo de los anchos hombros del hombre bestia se tensaban y relajaban pesados msculos, y los tatuajes que de-coraban su grueso pellejo se contorsionaban y movan de un modo inquietante. Respiraba lenta y profundamente, y flexio-naba los dedos provistos de garras en torno a la nudosa empu-adura de un garrote toscamente tallado que sujetaba con las

    15

  • anchas manos. La caza haba sido escasa desde que la manada haba regresado a la fisura de la montaa y haba recuperado su antiguo territorio. Dentro de poco, el nuevo seor de la ma-nada comenzara a seleccionar a los dbiles y los lentos para matarlos y asarlos en las hogueras. Urghal no tena la ms m-nima intencin de ser uno de ellos.

    El silencio se extenda por el oscuro bosque, roto slo por el zumbido de las moscas que volaban en crculos alrededor de las llagas abiertas que el hombre tena en el huesudo hocico. Entonces, sin previo aviso, le lleg el crujir de la vegetacin, de zarzas y helechos que eran aplastados, y Urghal oy el repi-queteo de unas pezuas que batan la tierra margosa.

    El hombre bestia escuch atentamente mientras la manada de ciervos corra en estampida cuesta arriba, directamente ha-cia l. Los animales, presas del pnico, aplastaban y rompan helechos y arbustos al abrirse paso a travs del denso sotobos-que. Urghal ya los ola; eran quiz una docena, y el olor de su miedo le causaba escozor dentro de la nariz. Se pas una gruesa lengua negra por los dientes rotos, salivando al pensar en el sa-bor de la sangre salada, caliente.

    Veinte metros. Diez. Ahora Urghal vea ramas que se me-can al acercarse la manada de ciervos. Dbiles sonidos le in-dicaron que sus compaeros de cacera se preparaban para ata-car. Los msculos del hombre bestia se tensaron como resortes que hubiesen estado encogidos justo cuando la manada se le ech encima como una ola.

    Un ciervo sali del sotobosque por la izquierda de Urghal y esquiv gilmente el tronco de un oscuro roble con un movi-miento frentico. El hombre bestia atisbo unos ojos desorbi-tados a causa del terror en el momento en que salt fuera del escondite y acometi al ciervo con el pesado garrote de roble endurecido, que se estrell contra un costado del animal, le as-till las costillas y le parti el espinazo con un seco chasquido. El ciervo bram de dolor y cay de cabeza al suelo.

    Aullidos y rugidos hambrientos estremecieron el aire cuando Aghar y Shuk se unieron al derramamiento de sangre y aco-metieron con dagas y garras a los animales, que avanzaban a saltos. Urghal olfate amarga sangre en el aire y dej escapar

    16

  • una cruel carcajada en el instante en que un ciervo enorme sa-li del sotobosque por la derecha. En el mismo momento, el ciervo vio al hombre bestia; consumido por el terror, el animal sacudi la astada cabeza e intent alejarse de un salto, pero Urghal barri el aire con el garrote manchado de sangre y, tra-zando un silbante arco, parti las lustrosas astas del ciervo y le hundi el crneo. El animal se desplom sobre el nevado suelo con un pesado golpe sordo, sus patas se agitaron debido a los estertores de la muerte. Urghal solt el garrote y cay sobre l para desgarrarle la tibia garganta con los dientes. El hombre bestia devor con ansia la carne mientras el ciervo se estreme-ca y mora; arrancaba bocados que se tragaba enteros en un intento frentico de saciar el hambre que senta.

    Pas un tiempo antes de que Urghal se diera cuenta de lo silencioso que estaba el bosque, y cuando comenz a calmarse su desesperante hambre se pregunt qu podra haber aterro-rizado de aquel modo a los ciervos, habituados a moverse por el bosque.

    El hombre bestia alz el hocico sucio de sangre, se lami la nariz para limpirsela y olfate una vez ms el fro aire. El viento sopl y de nuevo se calm; por encima del rico aroma de la sangre y las entraas desgarradas percibi un leve rastro de algo extrao y amargo que hizo que un escalofro le recorriera el espinazo. Sus compaeros continuaban comiendo, sin ha-cer caso de nada ms que del humeante festn que tenan de-lante.

    Urghal tuvo una premonicin y el miedo le atenaz la gar-ganta. El hombre bestia ense los dientes enrojecidos por la sangre y mir frenticamente a su alrededor para buscar el ga-rrote, que localiz cado sobre la ensangrentada nieve a una docena de pasos de distancia. Se lanz hacia el arma y les la-dr una advertencia a sus compaeros de manada justo en el momento en que el aire se estremeca con un rugido atrona-dor y una forma enorme saltaba desde las sombras de los r-boles.

    La bestia era descomunal e hizo que la tierra temblara al caer sobre dos pies provistos de garras en medio de los sorprendidos hombres bestia. Meda casi diez metros desde el hocico a la

    17

  • punta de la cola, y ocup completamente el pequeo claro donde los cazadores haban tendido la emboscada a las presas. Tena la piel verde oscuro y escamosa como la de un dragn, y sus musculosas ancas estaban cubiertas de cicatrices sufridas en centenares de batallas mortales. Las largas y flacas extremidades delanteras estaban encogidas contra el estrecho pecho de la bes-tia. La fuerte cola, parecida a un cable, equilibr el cuerpo cuando se lanz a recoger dos cadveres de ciervo con las enor-mes fauces de lagarto; se los trag tras masticarlos unas pocas ve-ces. Por entre los dientes como dagas de la criatura cayeron hi-los de espesa saliva mezclada con sangre. Sus ojos rojos se movieron frenticamente dentro de las profundas y huesudas cuencas oculares para examinar los alrededores en busca de otras presas. Volvi a abalanzarse con la velocidad de una serpiente, lanz al aire el cuerpo de otro ciervo y se lo trag de un bocado.

    Gritos y bramidos de miedo resonaron por el claro cuando los cazadores retrocedieron con paso tambaleante ante el re-pentino ataque. Urghal recogi bruscamente el garrote, gru-endo de clera. El hambre guerreaba con el miedo mientras observaba cmo el monstruo se alimentaba de las presas que ellos haban capturado. Cuando la criatura se lanz hacia otro ciervo, Urghal advirti que no se haba dado cuenta de la pre-sencia de los tres hombres bestia, que la rodeaban. La pode-rosa cola estaba ahora cada y se arrastraba parcialmente por el suelo; la piel que cubra la huesuda cabeza estaba arrugada so-bre el crneo como grueso pergamino. Mientras coma, Urg-hal vio que se le marcaban mucho las costillas en los flancos. La criatura estaba muerta de hambre, segn comprendi el hombre bestia, que entenda esa locura demasiado bien.

    Repar en la silla de montar desgastada por la exposicin a la intemperie que el monstruo llevaba sujeta al lomo, justo de-trs de los cados hombros. Haba unas alforjas con los lados maltrechos y desgastados por el uso y el indiferente descuido, atadas detrs de la silla. En las correosas mejillas de la bestia destellaban anillas de plata a las que se haban fijado unas rien-das en otros tiempos. Entonces, vio la larga espada de negra empuadura que iba sujeta mediante correas a un lado de la silla, y supo que el jinete tena que haber muerto haca mucho.

    18

  • Urghal ense los ennegrecidos dientes y les ladr algunas rdenes a sus compaeros cazadores. Les dijo que la criatura era estpida, y que estaba debilitada y hambrienta. Podan sal-tar sobre su lomo y matarla mientras coma, y alimentarse de su acre carne durante muchos das. Aghar y Shuk escucharon, y el encogido vientre les confiri una valenta que de otro modo podran no haber tenido. Aferraron las armas con fuerza y dieron un rodeo hasta los flancos de la criatura. Aghar avanz con cautela a lo largo del costado derecho de la bestia, mientras alzaba la daga para clavrsela profundamente en el cuello. Shuk se acerc de forma sigilosa a la base de la cola de la criatura, preparado para descargar todo su peso sobre el apndice e impedir que lo moviera. Urghal avanz por el cos-tado izquierdo para acercarse ms a la silla de montar. Saltara sobre ella para desenvainar la espada negra y clavarla luego en la parte posterior del cuello del monstruo. Morira antes de darse cuenta de que estaba en peligro.

    Con una sonrisa malvada, Urghal se volvi hacia Shuk..., y demasiado tarde, vio una forma oscura que saltaba desde las profundidades del bosque y caa sobre el lomo del hombre bes-tia con un chillido aterrador. Urghal oy un entrechocar me-tlico cuando el atacante salt sobre el torso desnudo de Shuk, y luego vio que unas manos plidas rodeaban el amplio pecho del hombre bestia para clavar los dedos como garras en el pe-llejo cubierto de cicatrices y en los poderosos msculos. Shuk bram de terror y dolor al mismo tiempo que echaba atrs la astada cabeza y pasaba las manos por encima de los hombros para intentar sacarse de encima al atacante, pero el agresor de plida piel se aferr a su vctima como una araa caverncola y se le peg an ms al lomo.

    Cuando la figura con armadura acometi la garganta de Shuk, Urghal atisbo una cara plida y angulosa enmarcada por un pelo largo, negro, y enredado. Los ojos tan oscuros como el Abismo se clavaron en los de Urghal. Unos labios, azulados, se tensaron para dejar a la vista dientes blancos y perfectos, y el atacante desgarr la musculosa garganta del hombre bestia. Por los labios de Shuk sali un chorro de sangre mientras l in-tentaba contener la fuente roja que manaba con fuerza por la

    19

  • herida del cuello. Urghal observ cmo el monstruo de negros ojos hunda la cara en la herida abierta para arrancar bocados de carne como una rata frentica.

    El agonizante hombre bestia cay de rodillas, ahogndose con su propia sangre. Urghal aferr el garrote y bram un de-safo justo cuando la escamosa bestia que tena al lado se volva y acometa a Aghar. La cola como un ltigo de la criatura azot en la direccin contraria y se estrell contra el pecho de Urghal. El poderoso golpe le parti algunas costillas como si fueran ra-mitas y lo lanz de espaldas hasta el otro lado del claro, donde se estrell contra el tronco de un enorme roble. Aturdido por el doble impacto, el hombre bestia se desplom y sinti que los huesos rotos raspaban entre s dentro de su pecho.

    Mientras la respiracin le resonaba en la garganta, Urghal vio que Aghar cargaba contra el atacante de negra armadura. El cazador bramaba con frentica furia, y la esbelta figura le respondi con un gruido bestial. Abri de par en par la boca ensangrentada y se puso de pie con inquietante rapidez para recibir de frente la carga del hombre bestia.

    Aghar le pasaba la cabeza y los hombros al enemigo, y era el doble de ancho. Urghal esperaba que el atacante fuese de-rribado al suelo por la furiosa carga del cazador, pero los dos chocaron y se produjo un estruendo de carne y acero. Una p-lida mano ascendi y cogi al hombre bestia por la garganta, y los dos forcejearon durante varios segundos. Salvajes grui-dos guturales se alzaban de la desesperada lucha; Urghal no sa-ba con seguridad de qu garganta salan los terribles sonidos. Luego, con un repentino gesto convulsivo, Aghar logr soltar el brazo que sostena la daga y apual una y otra vez a la fi-gura, pero el arma tintine contra el peto y las hombreras de acero del combatiente de menor estatura.

    Se oy un pesado golpe sordo y, a continuacin, un crujido de huesos partidos. Aghar se estremeci, y sus pies con pezu-as se alzaron del suelo a causa del impacto. El hombre bestia se dobl por la cintura, ahogndose de dolor por habrsele partido el esternn, y el atacante de ojos negros lo agarr por las astas y le hizo girar bruscamente la cabeza para partirle el cuello.

    20

  • Urghal sinti que la fra mirada del asesino se posaba en l. Gruendo de dolor, el hombre bestia luch para ponerse de rodillas. Sin previo aviso, una bota de metal se estrell contra uno de sus hombros y lo lanz al suelo, donde cay de espal-das una vez ms. El guerrero de plida piel haba atravesado la docena de metros que los separaban en un abrir y cerrar de ojos. El hombre bestia gru, desafiante, y alz el garrote con una mano, pero al fijar los ojos en el semblante del guerrero, el arma cay de su entumecida mano.

    Insondables ojos negros, carentes de iris y pupila, contem-plaban a Urghal desde la desalmada voracidad del Abismo. De la boca y el puntiagudo mentn del guerrero goteaba sangre que manchaba los dorados ornamentos de la armadura. Re-gueros rojos fluan hacia el interior de las hendiduras y los n-gulos de tres crneos de oro que el enemigo llevaba incrusta-dos en el peto, y una gruesa gargantilla de oro rojo le rodeaba el nervudo cuello. Justo por encima de la curva de la gargan-tilla sobresala la herrumbrosa empuadura de la daga de Ag-har. La larga hoja se haba clavado limpiamente en la garganta del guerrero, y la punta asomaba en ngulo oblicuo por debajo de la oreja derecha.

    Mientras Urghal lo miraba, el guerrero cogi la empua-dura con una mano ensangrentada y se arranc lentamente la daga. Un hilo de espeso color negro cay de la horrenda herida. Venas negras y gruesas como cuerdas se retorcan igual que gu-sanos debajo de la piel de la garganta del guerrero y a lo largo del dorso de sus manos.

    El guerrero dej que la daga resbalara lentamente de sus go-teantes dedos. Cay justo al lado de la cabeza de Urghal, pero el hombre bestia no hizo el ms mnimo movimiento para re-cogerla. Con una terrorfica sonrisa roja, el guerrero de ojos negros abri la boca para proferir un sonido que no poda na-cer de la garganta de ningn ser vivo, y la febril mente del hombre bestia se quebrant al orlo.

    El alarido de terror de Urghal estremeci los rboles de ne-gras ramas cuando el asesino tendi hacia l unas manos se-mejantes a zarpas.

    21

  • Poco a poco, a medida que la carne del hombre bestia le lle-naba el hambriento estmago, Malus Darkblade recobr un cierto grado de cordura. Su cuerpo, marchito como una raz encogida por las penalidades de pesadilla del viaje, comenz a estremecerse y a dolerle cuando el demonio afloj la despia-dada presa. La conmocin causada por la toma de conciencia fue tan intensa que durante un agnico instante el noble tuvo la certeza de que iba a morir. Cay de espaldas, con trozos de carne desgarrada an en las manos, y voce su miserable odio a los agitados cielos del norte.

    Una parte de l crea que ya estaba muerto. Su mente retro-ceda ante los pocos recuerdos que tena de las ltimas sema-nas, impulsado cada vez ms al norte por la implacable volun-tad del demonio. Sin dormir, ni comer, ni descansar durante semanas enteras, haba sido empujado hasta lmites difcil-mente soportables por ningn cuerpo viviente. Incluso la casi ilimitada resistencia de Rencor haba sido forzada hasta el punto de ruptura y ms all.

    Pero haban llegado a la montaa rota. Cerca de all estaban el camino plido y el terrible templo. En muchas ocasiones durante las ltimas semanas haba pensado que eso no sera posible, pero ahora, cuando estaba tan cerca de la meta, no quera nada ms que morir. Llor amargamente ante tal pen-samiento y sinti que por las mejillas hundidas le bajaban g-lidas lgrimas.

    Levntate, Darkblade dijo el demonio, y su cuerpo obedeci la implacable orden. Los destrozados msculos se tensaron dolorosamente para impulsarlo hacia arriba y po-nerlo de pie con un gemido de rabia impotente. Se acerca tu hora final.

    El cuerpo de Malus atraves corriendo el claro en direccin a Rencor. Sus labios se movan en silencio al intentar proferir oscuras maldiciones a travs de su garganta destrozada. Desde algn punto situado ladera arriba le lleg un coro de aullidos y la ondulante, fnebre nota de los cuernos. El estruendo de la batalla haba llegado hasta el campamento de los hombres bestia, y ahora la manada se haba puesto en marcha.

    Al acercarse Malus, Rencor gimi y se acobard, para luego

    22

  • lanzarle dentelladas, impelido por el miedo. El demonio azot al nauglir con su negra voluntad, y el glido se someti, entre gimoteos, y permiti que el noble subiera a la silla con movi-mientos bruscos y que comenzara el ltimo tramo de su larga, infernal odisea.

    Los toques de los cuernos se apagaron, pero los aullidos de los hombres bestia se aproximaban mientras el demonio con-duca a Rencor en torno al flanco de la ladera. Mientras cabal-gaban cay la noche. Malus se meca en la silla, y sus ojos se desviaban hacia la espada de negra empuadura que descan-saba junto a su rodilla izquierda. Con toda su voluntad intent obligar a la mano a coger la espada bruja, pero Tz'arkan se lo impeda con determinacin.

    Todo ha sido para nada, se dijo, mientras el demonio lo compela a avanzar hacia el templo como si fuera un cordero ofrecido en sacrificio. Pens en Hauclir, y en los campos cu-biertos de muertos. Pens en el autarii posedo por el demo-nio y en los desgarradores alaridos de su hermana. Todo para nada.

    El odio y la aversin ardan como carbones encendidos den-tro de su pecho, y el dedo meique de su mano izquierda se movi.

    Malus apenas si se atrevi a respirar. No lograba conven-cerse de que haba esperanza, pero incluso en las profundida-des de la privacin y la desesperacin siempre haba lugar para el odio. Con el odio todo es posible, pens. Sus ensangren-tados labios se tensaron para dibujar una sonrisa temblorosa.

    Recuerdos a medio formar perseguan al noble mientras co-rran a travs de matorrales y helechos. Los ecos de los hom-bres bestia que lo perseguan le trajeron a la mente una huida desesperada a travs de esos mismos bosques, haca exacta-mente un ao. De vez en cuando pasaban junto a un soto o una depresin boscosa que le parecan familiares, aunque una parte de l saba que era slo un engao de su mente.

    Ahora los gritos de los hombres bestia sonaban cerca, tal vez a unos ochocientos metros ladera arriba, donde la manada quedaba oculta en las profundidades del bosque. El suelo se aplan repentinamente, sin previo aviso, y Malus se encontr

    23

  • en un camino de plidas piedras cubiertas de nieve, a las que no haba afectado el paso de los milenios. Era un camino cons-truido para los pies de los conquistadores, con piedras talladas en forma de crneo, y otras erectas colocadas a intervalos a lo largo del recorrido para alabar a los Poderes Malignos y exal-tar las proezas de los paladines del Caos que gobernaban all. Un ao antes, las blasfemas runas de las piedras erectas no te-nan ningn significado para Malus; ahora las miraba a travs de unos ojos contaminados por el demonio, y los nombres que estaban tallados en los menhires se le grabaron a fuego en el cerebro. Malus senta que su cordura se desmoronaba a cada momento que pasaba, mientras se aproximaba al templo; de-sesperado, recurri a su odio y lo aliment con toda la amar-gura y la rabia que el ao de servidumbre haba generado en su interior. El noble se concentr en la empuadura de la es-pada, y les rez a todos los dioses malditos que fue capaz de mencionar para que le concedieran la fuerza necesaria para sa-car la impa arma de la vaina.

    El aire zumbaba y crepitaba con energas invisibles a me-dida que el demonio del interior de Malus se acercaba al tem-plo. Sobre la torturada piel del noble restallaba energa sobre-natural, y los rboles de negras ramas que flanqueaban el camino eran agitados por un viento invisible. El paso de Ren-cor se aceleraba constantemente, como si el nauglir estuviera siendo arrastrado como el hierro hacia una piedra imn. Un extrao zumbido comenz a aumentar de volumen en la parte posterior del crneo de Malus.

    Para cuando giraron en el ltimo meandro del serpenteante camino, Rencor iba casi al galope. El golpeteo de sus patas re-sonaba contra los rboles que crecan apretadamente, y du-rante un vertiginoso momento Malus se sinti como si lo hu-bieran hecho retroceder en el tiempo y galopara con un destacamento de guardias con armaduras detrs. Pens en Dalvar, el canalla diestro con la daga, y en Vanhir, el altivo ca-ballero lleno de odio.

    Pens en Lhunara, cabalgando en silencio a su lado, con aquella feroz sonrisa que destellaba en la oscuridad. El noble apart los recuerdos y se trag la amarga bilis.

    24

  • Y entonces, el aire tembl con el grito de un centenar de vo-ces furiosas. Los hombres bestia alzaron las armas y desafiaron al jinete solitario que corra por el camino hacia ellos. La ma-nada haba adivinado hacia dnde se diriga, y le haban salido al paso a poca distancia de la meta, exactamente como lo ha-ban hecho haca doce meses.

    Pero esa vez no lo acompaaba ningn guardia armado que pudiera abrir camino ante l. Los hombres bestia conforma-ban una muchedumbre que aullaba y ruga, y ocupaban todo el ancho del camino flanqueado de rboles que tena delante. Hachas, garrotes y mandobles herrumbrosos eran agitados a la luz de chisporroteantes antorchas. Rencor tropez al dete-nerse, siseando y bramando de agitacin mientras la manada corra hacia ellos.

    Malus percibi que se le presentaba la oportunidad. El de-monio tendra que dejarle desenvainar la Espada de Disformi-dad si no quera que los vencieran. Con toda su voluntad ali-mentada por el odio, intent que la mano bajara hasta la espada.

    Pero cuando estaban a pocos metros del glido, los hombres bestia cayeron de rodillas y apoyaron la cornuda cabeza sobre las piedras con forma de crneo.

    La profeca se ha cumplido! grit un chamn, cuyo nico ojo, rojo, brillaba en medio de su estrecho crneo. El Bebedor de Mundos ha llegado! Inclinaos ante el bendito Prncipe de Slaanesh, y que la endecha de la Noche Eterna sea entonada!

    El demonio volvi a controlar la acosada mente del nauglir, y la bestia de guerra se lanz al trote por el sendero que se abri en el centro de la postrada multitud. Malus tembl de furia e impotencia cuando pasaron a travs de la manada sin que los retaran, y recorrieron el corto trecho hasta donde los rboles se espaciaban. Ms all se alzaba una estructura ancha y baja, escalonada, construida con piedra completamente negra, sin ventanas y desprovista de toda ornamentacin, tan fra y sin alma como el mismsimo Abismo. En torno al templo haba una muralla hecha con la misma piedra, y una entrada en forma de arco. Un ao antes se haba librado all una batalla desespe-

    25

  • rada; esqueletos de hombres bestia y deformes bestias del Caos sembraban an el suelo, donde haban cado ante las ballestas y espadas de los druchii. Crujieron bajo los pesados pasos de Rencor cuando el glido atraves la entrada y se detuvo en el patio que haba al otro lado.

    All haba ms huesos que hablaban de otra carnicera: enormes crneos y pilas de huesos oscuros que en otros tiem-pos haban sido nauglirs, y esqueletos de druchii dentro de ar-maduras herrumbrosas. Yacan en la nieve blanca, en el sitio en que l los haba asesinado haca casi doce meses.

    Haba matado a sus propios guardias por vergenza, inca-paz de soportar que vieran que el demonio lo haba esclavi-zado. Ahora se encontr ante sus negras miradas vacas y dese poder moler sus grises huesos hasta convertirlos en polvo.

    El cuerpo de Malus se puso bruscamente en movimiento y baj de la silla de montar. Con el rostro contorsionado por un rictus de rabia y frustracin, el noble slo poda observar con impotencia cmo sus manos soltaban la Espada de Disformi-dad de la silla y luego recogan la vapuleada alforja que conte-na el resto de las reliquias del demonio. Al retirarla, Rencor se desplom de costado, como si al fin lo aliviaran de un peso te-rrible. Sus flancos se estremecan, suban y bajaban agitada-mente, y su respiracin era un jadeo entrecortado.

    Ha llegado el momento dijo el demonio, cuya voz cruel reverber dentro del crneo de Malus. Deprisa, ahora! Lleva las reliquias a la sala del cristal, y dentro de poco tu maldicin habr acabado.

    Lleno de terror, Malus le volvi la espalda al nauglir agoni-zante y march como un condenado hacia la sombra del tem-plo del demonio.

    26

  • La ciudad de Har Ganeth, ocho semanas antes

    Sobre la Ciudad de los Verdugos flotaba un palio de humo que enguirnaldaba las anchas colinas con serpentinas grises, y que olan a ceniza y grasa de carne asada. En lo alto de los cam-panarios afilados como cuchillos de la fortaleza del templo do-blaban las campanas de sacrificio para llamar a los fieles a desnudar sus armas y dar gracias por la liberacin de Har Ga-neth. Alaridos de tortura y el aullido de las turbas hambrien-tas ascendan como un himno de alabanza hacia el nublado cielo de verano.

    La lucha haba sido violenta durante ms de una semana, y los barrios bajos de Har Ganeth eran los que ms haban su-frido. Dos das despus de haberse acabado los tumultos, las estrechas calles que conformaban un laberinto an estaban atestadas de cadveres y de carbonizados restos de edificios consumidos por las llamas. Salpicaduras recientes de rojo vivo pintaban las murallas enmohecidas de la Ciudad Blanca, y las umbras avenidas estaban inundadas por el hedor a osario de los campos de batalla. Los tenderos y comerciantes caminaban con sumo cuidado entre las pilas de escombros, en busca de

    27

  • objetos tiles. Grupos de nios pequeos correteaban por las calles empedradas, blandiendo diminutos cuchillos mancha-dos de sangre y cordones trenzados con cuero sin curtir, en los que enhebraban dedos cortados decorados con anillos de plata y de oro. Hachas y cuchillos de carnicero destellaban y corta-ban con un golpe sordo los cuellos de los muertos para sepa-rar las vrtebras con un chasquido hmedo, y los druchii re-cogan las cabezas cortadas para apilarlas en la parte exterior de las puertas, manchadas de sangre. Apenas unos das antes, muchos de esos mismos elfos oscuros haban cogido antorchas y armas y se haban alzado contra los sacerdotes del templo de Khaine, convencidos de que el Apocalipsis estaba cerca. Pero el pretendido Portador de la Espada de Khaine haba resultado ser un impostor, y los lderes del levantamiento haban huido o haban sido asesinados, as que las gentes de la ciudad haban agachado la cabeza y haban apilado crneos en el exterior de sus tiendas y hogares, rezando para que la vengativa sombra de los ejecutores del templo pasara de largo. Cada vez que oan pasos firmes, encogan los hombros y bajaban la vista hacia el ensangrentado empedrado, temerosos de atraer la atencin de los ejecutores del templo o, peor an, la hambrienta mirada de las Novias de Khaine, sedientas de sangre.

    As pues, cuando los pesados pasos del nauglir y el apagado entrechocar metlico de la armadura resonaron por las calles, la gente de Har Ganeth apart los ojos y no le prest la ms mnima atencin al noble jinete... ni a la espada de negra em-puadura que llevaba colgando a un lado. Slo los cuervos de la ciudad repararon en su paso, y alzaron picos manchados de sangre de su hinchado banquete, al tiempo que agitaban grandes alas lustrosas.

    Sangre y almas! graznaron, exul tantes, mientras miraban a Maius Darkblade con ojos amarillos. El Azote! El Azote!

    Condenados bichos fastidiosos, pens Malus, cuya ce-uda expresin ahond an ms la depresin de sus mejillas y marc arrugas en torno a sus finos labios. Rencor, al percibir la irritacin de su amo, sacudi la voluminosa cabeza y lanz dentelladas a los cuervos, que daban saltitos de un lado a otro; todo qued salpicado con la venenosa saliva de sus dentudas

    28

  • fauces. El noble domin al glido con un tirn experto de las riendas y condujo a la bestia de guerra alrededor de los restos quemados de una carreta volcada. En lo alto haba ms silue-tas negras que volaban en crculo y planeaban como sombras detrs de l. Le haban enseado que los cuervos eran sagrados para Khaine. Es la espada la que los alborota tanto se pre-gunt, o soy yo?

    Algo fro y duro se desliz como una serpiente en torno al corazn de Malus. Una voz sise como plomo fundido a lo largo de sus huesos, y le dio dentera.

    Una distincin carente de sentido se burl Tz'arkan. T y la espada ardiente sois ahora uno solo y el mismo.

    El noble se irgui bruscamente en la silla de montar cuando una ola de glida presin se form detrs de sus ojos, y sus pu-os de metal aferraron las gruesas riendas con la fuerza sufi-ciente como para hacer que el cuero crujiera. Reprimi una salvaje maldicin y parpade a causa de los puntos negros que pasaron ante su campo visual. El pulso le lati con fuerza en las sienes, donde las venas se le hincharon.

    El dominio de Tz'arkan sobre l era casi completo. Para empezar, era la condenada maldicin del demonio lo

    que haba llevado a Malus hasta Har Ganeth, en busca de una de las cinco reliquias arcanas que liberaran a Tz'arkan de su prisin de cristal, situada en los Desiertos del Caos, y a Malus le permitiran recuperar su alma robada. La Espada de Disfor-midad de Khaine era una de esas reliquias, pero a lo largo de los milenios transcurridos desde el encarcelamiento del demo-nio la espada haba hallado el modo de convertirse en posesin del templo de Khaine, donde la guardaban en espera del da en que el elegido del Seor del Asesinato acudiera a reclamarla y anunciara el cataclsmico Tiempo de Sangre. Segn los an-cianos del templo, el elegido no era otro que el propio Male-kith, el despiadado Rey Brujo de Naggaroth, pero Malus sa-ba que sa era una ficcin de conveniencia, una mentira destinada a conservar la riqueza y el poder temporales.

    La verdad, como suceda a menudo en la Tierra Fra, era ms tenebrosa que eso.

    Malus logr rer amargamente entre dientes.

    29

  • Es posible que el gran demonio se haya enmaraado en sus propias redes tejidas de engao? gru. Lamentas ahora haberme convertido en tu instrumento? Despus de todo, fueron tus maquinaciones las que pusieron la espada en mis manos. Mi destino, como tan alegremente lo expresaste.

    Haba aprendido mucho sobre el destino en los diez meses transcurridos desde que haba entrado en la cmara de Tz'ar-kan, all en el norte. Destino era la palabra que usaban las ma-rionetas para describir los tirones de los hilos invisibles. No ha-ba sido el destino lo que haba arrastrado a Malus hacia el norte en busca de poder y riquezas; lo haban apuntado hacia el templo de Tz'arkan y lo haban soltado como si fuera una flecha: su media hermana Nagaira lo haba manipulado para que emprendiera la expedicin. Y, a su vez, ella haba sido ma-nipulada por la madre del propio Malus, la hechicera Eldire. De algn modo, Eldire se haba enterado de la existencia del demonio y de sus planes de siglos de antigedad. Conoca la profeca y el Tiempo de Sangre, y haba dedicado aos a mol-dear personas y acontecimientos para lograr que dieran fruto. No para servir a Tz'arkan, sino con el fin de utilizar los ardi-des del demonio para sus propios secretos propsitos. Era un acto de ambicin e implacabilidad descomunales que culmin con el nacimiento de su hijo, Malus. Ella lo haba adoctrinado para que fuera la palanca que pondra en movimiento los ines-crutables designios del demonio.

    Pero las profecas, por su propia naturaleza, eran cosas poco fiables, traicioneras.

    Otros haban intentado someter a Malus a su voluntad, o reclamar para s el poder de la profeca. Nagaira haba tratado de subyugarlo mediante el engao y la brujera, porque bus-caba utilizar al demonio para sus propios firmes. Peor an, su deforme medio hermano Urial, envenenado antes de nacer por Eldire y entregado al templo como vctima de sacrificio, haba sobrevivido al Caldero de Sangre y haba sido iniciado en los misterios del culto de Khaine. Los miembros disidentes del culto que se negaban a aceptar a Malekith como Portador de la Espada de Khaine crean que Urial era el elegido, y las cir-cunstancias de la profeca encajaban bastante bien. Lo prepa-

    30

  • raron en secreto para que reclamara la espada cuando llegara el momento propicio, y despus de que su media hermana Yasmir se revelara como una santa viviente del Dios de Manos Ensangrentadas, Urial traicion a Malus y huy a Har Ga-neth, donde convoc a los fanticos del templo para derrocar a los herticos ancianos del culto.

    Durante una semana, la Ciudad de los Verdugos se rompi en pedazos cuando los fanticos encabezaron una sangrienta re-belin de los ciudadanos. Urial haba estado realmente muy cerca de lograr sus objetivos. Demasiado cerca como para re-sultar un consuelo, admiti Malus para s mismo mientras, con gesto ausente, se llevaba una mano al peto para tocar el punto en que la espada de Urial se le haba deslizado entre las costillas. De no haber sido por el poder del demonio, habra muerto.

    Tz'arkan haba clavado sus garras profundamente en el cuerpo de Malus y haba propagado su corrupcin un poco ms cada vez que el noble haba recurrido a su infernal fuerza. Incluso ahora senta la piel como si fuera de hielo, y los mscu-los, marchitos y dbiles, ansiosos por volver a probar el demo-naco poder. Le quedaban slo unos pocos meses para recupe-rar el ltimo de los cinco talismanes del demonio, y llevarlos todos hasta el templo del norte, o su alma se perdera para siempre; pero Malus no poda evitar preguntarse si no sera ya demasiado tarde. Habra luchado durante los ltimos diez meses por la recuperacin de su alma slo para convertirse en husped del demonio cuando Tz'arkan estuviera libre?

    Malus tena motivos para creer que se haba sido el plan del demonio desde el principio.

    Druchii necio le espet el demonio. La Espada de Disformidad no est destinada a ser blandida por los que son como t. T la ves como una hoja afilada nada ms, pero es un talismn de poder supremo. Como siempre, juegas con fuerzas que superan tu capacidad de entendimiento.

    El noble se dio cuenta de que Rencor olfateaba el hinchado cadver de un caballo que an estaba atrapado entre las lanzas de un carro volcado. Malus clav las espuelas en los flancos de la bestia de guerra, y el nauglir se sobresalt y volvi a avanzar al trote.

    31

  • Ah!, pero te equivocas respondi. Yo la considero una buena arma, adems de un talismn de gran poder..., uno que tengo toda la intencin de usar como mejor me parezca. Qu te importa a ti, siempre y cuando est cumpliendo con tus malditas rdenes?

    En verdad, Malus crea que conoca el motivo de la preocu-pacin del demonio. La Espada de Disformidad irradiaba po-der como un hierro al rojo vivo, e incluso en ese momento poda sentir el calor que le manaba a travs de la vaina y le pe-netraba en los huesos. Pareca un poder suficiente para reem-plazar los glidos dones del demonio y resistirse a la voluntad de Tz'arkan, o al menos eso esperaba l.

    Imaginas que llevas junto a la cadera una mera es-pada? No. sa es la voracidad del propio Khaine en forma tangible sise el demonio.

    En ese caso, me ocupar de que sea bien alimentada re-plic Malus.

    Por supuesto que lo hars dijo Tz'arkan con tono de burla. No tienes eleccin. La espada se ha apoderado de ti, y como ha sucedido con todos los que la han blandido antes que t, un da se volver contra ti si no le das lo que le corresponde.

    Algo en el tono de voz del demonio hizo pensar a Malus. Baj los ojos hacia la negra empuadura de la Espada de Dis-formidad, y sinti un repentino escalofro.

    No es ms que otra mentira se dijo. Pos una mano so-bre el negro pomo de la espada y sabore su calidez. Es la nica posibilidad que tienes contra Tz'arkan, y el demonio lo sabe.

    Entonces, ser mejor para ti que nos separemos antes de que la espada acabe conmigo dijo el noble.

    La risa del demonio se grab como cido en los huesos de Malus.

    No, mejor para ti, Darkblade. Es mala cosa que ests que-dndote sin tiempo; ahora juegas con un talismn mgico que desea tu sangre. No lo entiendes? Tu perdicin est sellada! Lo mejor que puedes desear ahora es encontrar el Amuleto de Vau-rog y regresar a mi templo del norte antes de perderte. De otro modo, tu alma me pertenecer hasta el fin de los tiempos.

    32

  • Con la risa del demonio resonando desagradablemente dentro de la cabeza, Malus tacone a Rencor para que fuera a medio galope, sin importarle ya lo que el glido atrapara con las fauces o aplastara con las patas. Sus pensamientos hervan como el horrendo estofado del Caldero de Khaine, mientras consideraba el siguiente movimiento que hara.

    Cuanto ms descenda por la amplia colina, mayor era la devastacin que encontraba. Los distritos de la nobleza que ro-deaban la fortaleza del templo, cerca de la cumbre, haban quedado en su mayora intactos; cada hogar era como una pe-quea ciudadela, idealmente diseada para rechazar todo lo que no fuera el ataque ms decidido. Los distritos de los ple-beyos, situados ms abajo de la pendiente, haban sufrido mu-cho ms, primero a manos de los guerreros del templo, y luego, debido a los sucesivos tumultos que se haban produ-cido en Har Ganeth durante das enteros. Muchas estructuras de piedra haban quedado ennegrecidas por los incendios, y varias se haban derrumbado completamente y su carbonizado contenido haba quedado desparramado por las calles.

    Pero el barrio de los comerciantes y el distrito de los alma-cenes, situados al pie de la colina, eran los que se haban lle-vado la peor parte. Muchos tenderos haban cerrado sus puer-tas con la esperanza de aguantar hasta que pasara la tormenta, pero cuando los tumultos se convirtieron en una guerra abierta entre los fanticos y los leales al templo, esa zona de la ciudad se haba transformado en territorio de nadie, atrapada entre las facciones combatientes. Las tiendas haban sido sa-queadas o quemadas durante los tumultos, y luego los saquea-dores las haban dejado limpias del todo al decaer la lucha.

    Ms all del barrio de los comerciantes, el mercado de es-clavos y el distrito de los almacenes estaban en ruinas. All era donde los combates haban sido ms terribles; cuando Urial y sus fanticos se apoderaron del templo, dejaron a los leales fuera, en las calles. Grandes grupos de guerreros formados por brujas de Khaine y ejecutores haban sido aislados por turbas de ciudadanos frenticos, y se haban visto obligados a refugiarse en establos para esclavos o en los edificios de las empresas na-vieras. Los incendios provocados por la encarnizada lucha ca-

    33

  • llejera se haban mantenido durante das sin que nadie los ex-tinguiera, y el aire que rodeaba la zona estaba cargado de jiro-nes de humo maloliente. Cuando cambiaba el viento, Malus entrevea las murallas de la ciudad, que se alzaban intactas por encima de la devastacin. Si para algo haban servido, haba sido para limitar la carnicera y volver la furia de Har Ganeth contra la propia ciudad, que se haba hecho pedazos a s misma.

    El noble an se encontraba en el distrito de los almacenes, a menos de ochocientos metros de la puerta de la ciudad, cuando oy los primeros gritos de la turba. Sus rugidos lo arrancaron de la amarga ensoacin, y los gritos de Sangre para el Dios de la Sangre! resonaron de modo extrao a lo largo de las calles en ruinas. El sonido pareca proceder de un punto situado justo ante l, aunque no poda estar seguro de nada en medio del humo. Por un fugaz momento pens en cambiar de rumbo, pero en un ataque de irritacin apart el pensamiento a un lado. Adivinaba tras de qu iba la turba, y no inclua a los de su condicin. El noble espole la montura para que continuara avanzando a travs del humo, y las anchas patas del nauglir siguieron aplastando huesos carbonizados a cada paso.

    Mientras continuaba por la avenida sembrada de escom-bros, el ruido de la turba a ratos aumentaba y luego disminua, apagado por las ruinas y el cambiante viento, hasta que Malus comenz a creer que los druchii se alejaban de l en direccin oeste. Los gritos fueron apagndose, y cuando hubo avanzado durante unos minutos en relativo silencio, se permiti relajarse por fin. Justo en ese momento, como provocada por la risa de un dios caprichoso, una rfaga de viento arrastr el humo que rodeaba al noble, y la gente estall en sanguinarias aclamacio-nes a menos de una docena de pasos a la izquierda de Malus.

    Eran treinta o cuarenta figuras que ocupaban una ancha ca-lle lateral, junto a los restos de un largo almacn de una sola planta. La mayora eran ciudadanos plebeyos ataviados con ro-pones sucios de holln y que llevaban espadas o hachas en las mugrientas manos, pero los cabecillas del grupo eran un par de jvenes brujas de Khaine y un puado de ejecutores. Los

    34

  • sirvientes del templo se encontraban de pie sobre una gran pila de escombros, para que la turba viera bien lo que hacan. Las blancas piedras sobre las que estaban presentaban dibujos en-carnados: listas de vivido rojo que cambiaban a un tono ladri-llo apagado y luego a un marrn rojizo oscuro donde la san-gre coagulada se haba acumulado en las grietas y hendiduras. En las pendientes del montculo yacan cuerpos decapitados que derramaban sus humores sobre el adoquinado.

    Varios druchii se debatan y siseaban en manos de la turba, aguardando su turno ante los draichs de los ejecutores. Haban cometido el error de aliarse con los fanticos durante la re-vuelta, y no haban tenido la prudencia de volver a cambiar de bando al fracasar el levantamiento. O tal vez haban sido sim-plemente sorprendidos en el lugar y el momento equivocados. Malus repar en que uno de ellos ms bien tena aspecto de comerciante de Karond Kar, con su kheitan de color ail y las cadenas para esclavos colgndole de la cadera.

    Por el momento, a los indefensos prisioneros les haba sido concedido un respiro. Los sirvientes del templo tenan ofren-das mucho ms dulces a las que dedicar su atencin.

    Dos druchii oscilaban sobre la pila de piedras donde la presa de hierro de los ejecutores los mantena de pie. Llevaban el torso desnudo, pero Malus repar en los mugrientos ropones blancos cuyas mangas desgarradas tenan enrolladas en la ca-dera. El pecho y los brazos musculosos estaban muy contusio-nados y ennegrecidos; al mirarlos, el noble bien podra haber credo que los haban sacado de entre los escombros de uno de los edificios cercanos. Lo ms revelador era que no haba en sus cuerpos ninguna cicatriz de espada o hacha, a pesar de las luchas que haban arrasado la ciudad.

    Eran fanticos, miembros de la faccin renegada que segua la verdadera fe de Khaine. Asesinos sin igual, no llevaban arma-dura alguna a la batalla y se ataviaban de blanco para mostrar mejor los rojos favores de su dios. Cientos de ellos haban acu-dido a Har Ganeth cuando Urial los llam, y haban causado un espantoso nmero de bajas entre los guerreros del templo durante el alzamiento. Cuando se hizo evidente que la rebelin haba fracasado, la mayora de los supervivientes se haban dis-

    35

  • persado por la campia, cosa que haca que los prisioneros fa-nticos fuesen an ms tentadores para las vengativas brujas de Khaine. Aquellos dos sufriran durante semanas bajo las exper-tas manos de las brujas, antes de que sus restos fueran entrega-dos al Caldero de Khaine. Era la peor suerte posible para los verdaderos creyentes, que le rezaban diariamente a su dios para que les concediera una gloriosa muerte en la batalla.

    Malus observ framente a los condenados y dio gracias a la Madre Oscura por aquella distraccin. Mejor vosotros que yo, pens, y luego frunci el ceo con irritacin cuando Ren-cor ralentiz la marcha hasta casi detenerse al sentir el olor de la sangre fresca. El noble pos una mirada colrica sobre la es-camosa montura, e iba a espolear a la bestia para que volviera a acelerar hasta el medio galope cuando, de repente, un grito angustiado ascendi desde la pila de escombros.

    Lbranos de esto, santo! le grit a Malus uno de los fa-nticos. Desenvaina tu espada y mtanos, en el nombre del Bendito Asesino!

    Las cabezas se volvieron. Malus sinti las miradas depre-dadoras de las brujas de Khaine sobre la piel, y se le eriz el cabello. De repente, el aire pareci cargado de una tensin contenida, crepitante de energas colricas, como en los mo-mentos anteriores a una tormenta de verano. Tambin Ren-cor percibi el cambio y le gru amenazadoramente a la turba.

    Condenada suerte la ma, maldijo el noble. No reconoca ninguno de los dos rostros implorantes de los fanticos. Cuando haba llegado por primera vez a la ciudad para buscar una ruta secreta que le permitiera entrar en la fortaleza del templo, accidentalmente haba ido a parar entre los verdaderos creyentes. Incluso haba contribuido a provocar los primeros dis-turbios con la esperanza de distraer an ms a los ancianos, y haba acabado por encontrarse con muchos ms problemas de los que haba pretendido.

    La turba miraba a Malus como lo habra hecho una manada de perros salvajes. Con su gastado ropn y la araada arma-dura tena ms aspecto de caballero sin tierra o de noble exi-liado que de hereje de ojos enloquecidos. La cara del noble es-

    36

  • taba demacrada, lo que resaltaba sus prominentes pmulos y su ahusado mentn. Sus ojos de color latn brillaban dentro de las cuencas oculares hundidas, rasgo que lo distingua como elegido de Khaine. Ms formidable an era la palidez gris de su semblante, como si el druchii estuviera aquejado por una enfermedad terrible.

    Nadie va a salvarte de tus pecados, hereje le espet Ma-lus al mismo tiempo que tiraba de las riendas de Rencor. Khaine no tiene fra misericordia para los de tu calaa.

    El nauglir sacudi la enorme cabeza y dio un paso de lado, reacio a apartarse de la turba. Cerr en el aire las enormes fau-ces y gru amenazadoramente, y los druchii le sisearon a modo de respuesta.

    Una de las brujas del templo apunt a Malus con su espada. Sobre sus musculosos brazos y largas piernas desnudas brilla-ban regueros de sangre fresca.

    T no eres un sacerdote del templo dijo con voz ronca, como si un aire fro se hubiese alzado de una tumba.

    Nunca he dicho que lo fuera replic Malus con voz tensa, mientras intentaba controlar al glido.

    Rencor giraba en crculos y pateaba el suelo, alejndose de la turba para luego dar media vuelta y volver hacia ella como hierro atrado por una piedra imn. La tensin del aire conti-nu aumentando hasta darle dentera al noble. Qu estaba su-cediendo, en el nombre de la Madre Oscura?

    Cobarde! Apstata! grit uno de los fanticos, y se lanz hacia delante aunque lo retenan las manos de los ejecu-tores.

    Apresadlo dijo la bruja con frialdad. La turba estall en vigorosos alaridos y blandi las armas al

    correr hacia el noble, momento en que Rencor se abalanz ha-cia ellos con un rugido como respuesta y casi derrib a Malus de la silla.

    El noble sinti que la tensin contenida estallaba en una r-faga que crepitaba por el aire y chisporroteaba sobre las zonas de la piel que llevaba descubiertas. Fue como el hirviente des-tello de una llama o de un relmpago de verano. Malus grit de perplejidad y clera mientras se esforzaba por mantenerse

    37

  • erguido sobre Rencor, que atravesaba la muchedumbre. Cru-jieron huesos y salt sangre al aire cuando el glido atrap a un druchii por el hombro derecho y le cort el brazo de una den-tellada. El angustiado alarido de la vctima destroz los ner-vios de Malus.

    Rencor rugi y acometi a otro que pasaba corriendo por su lado; lo atrap por la cadera y lo lanz al aire. Malus maldijo y aporre los flancos de la bestia con las espuelas, pero el nau-glir se haba vuelto loco de frenes y desgarraba enemigos con temerario abandono.

    La turba, enfurecida, rode a la bestia. Una espada reson contra el peto de Malus. Plidos rostros manchados de sangre alzaban hacia l miradas furiosas y en los oscuros ojos arda el delirio de la batalla. Unas manos desnudas lo aferraron por el faldar de malla y la pierna derecha, e intentaron derribarlo de la silla. Gruendo como un lobo, Malus consigui liberar la pierna y golpe con el tacn el rostro del hombre, pero otras manos se cerraron en torno a su tobillo y tiraron.

    Sinti que se deslizaba inexorablemente de la silla. La rabia y la desesperacin le hirvieron en las venas. Sin pensar, Malus baj la mano hacia la Espada de Disformidad. La empuadura estaba caliente al tacto, y pareci que la larga espada arcana sal-taba fuera de la vaina con un siseo ominoso.

    Rugiendo blasfemias, Malus levant la hoja negra como el bano hacia el tormentoso cielo. Por encima del estruendo de los gritos de la turba, el noble oy el horrible chillido de una de las brujas del templo, y entonces descarg la espada con un terrible barrido que atraves brazos y cabezas. La sangre se en-negreci y se sec cuando la espada absorbi profundamente el caliente lquido vital y el dolor de los mortales.

    Los rugidos sanguinarios se convirtieron en alaridos de te-rror y desesperacin. Los druchii retrocedieron ante los humean-tes cadveres de sus hermanos, mientras gritaban el nombre de Khaine. Malus salt tras ellos, con la cara transformada en una mscara de clera frentica.

    En lo alto, los graznidos de los cuervos resonaban a modo de risas en el tormentoso cielo.

    38

  • La cara de la bruja de Khaine estaba extraamente serena. Ma-lus admir la perfeccin de alabastro de sus altos pmulos y la sutil curva de la elegante mandbula. Sus ojos color latn eran serenos, los carnosos labios estaban ligeramente separados y tenan el vivido color rojo de la juventud. En otro tiempo po-dra haber sido una princesa de ojos violeta de la perdida Na-garythe a punto de susurrar sus secretos al odo de un amante.

    Estando lo bastante cerca como para besar aquellos labios perfectos, Malus realiz una inspiracin temblorosa y arranc del cadver la Espada de Disformidad. La antigua hoja rasp contra la piedra al salir de la pila de escombros que haba de-trs de la espalda de la bruja, cuyo cuerpo se desliz de la larga cuchilla y se desplom sin vida en el suelo.

    Por un momento, el noble parpade como un borracho ante el cuerpo de la bruja, como si lo viera por primera vez. Tena la piel caliente, febril, y sus nervios an resonaban con las ltimas notas de la sed de sangre. Su mirada se desplaz ha-cia la punta de la espada, que sealaba en direccin al suelo. Una tenue espira de vapor rojo ascenda de su agudo filo.

    Mediante la fuerza de voluntad, Malus alz la cabeza y con-templ la estela de asesinatos que se extenda por toda la larga y ancha calle.

    Cuerpos destrozados y extremidades cercenadas yacan en enredada alfombra sobre el empedrado. Muchos tenan las he-ridas en la espalda, ya que haban muerto cuando intentaban escapar. Bajo la dbil luz solar destellaban armas rotas que se-alaban el lugar donde otros haban intentado luchar contra la voracidad de un dios. Todos los rostros que vea Malus es-taban contorsionados en un rictus de terror y dolor, todos me-nos los semblantes de los dos prisioneros fanticos. Sus cuer-pos decapitados continuaban de rodillas sobre los adoquines, con los brazos extendidos en gesto de xtasis religioso.

    Bendita Madre de la Noche susurr Malus con horro-rizada reverencia-, qu he hecho?

    Has saciado la sed de la ardiente espada sise Tz'arkan. Por el momento.

    Docenas de personas pens el noble, incapaz de apartar los ojos de la carnicera. Docenas de personas condenadas.

    39

  • Lo ltimo que recordaba claramente era que estaba desenvai-nando la espada. Despus de eso..., slo risas y alaridos terri-bles. Pensar que haba perdido el control de aquella manera lo aterrorizaba.

    Se oan gritos distantes en direccin al barrio de los comer-ciantes. El noble busc a los ejecutores del templo y encontr los cuerpos en la base de la pila de escombros, a pocos metros de distancia, rodeando el cadver de la segunda bruja de Khaine. Intent contar los cuerpos de los plebeyos, pero aban-don el intento, asqueado. No haba manera de saber con cer-teza cuntos eran, ni si alguno podra haber escapado de la ma-tanza y haber corrido en busca de ayuda.

    Malus oblig a su cuerpo a moverse y avanz serpenteando rpidamente entre los muertos. De forma distrada repar en la poca sangre que haba: slo carne ennegrecida y rganos marchitos.

    Rencor no se encontraba lejos del lugar en que Malus haba desmontado, y se alimentaba con desconfianza de uno de los druchii muertos. El nauglir se apart con temor cuando el no-ble se acerc. Malus gru con irritacin a la bestia de guerra.

    Quieto, maldito! grit, y se dio cuenta de que su mano cea lentamente la empuadura de la espada.

    Entonces, se inmoviliz. Mientras observaba la espada con desconfianza, la desliz lenta y deliberadamente dentro de la vaina. Dos veces pareci atascarse en la boca de la funda, cosa que lo oblig a retirarla ligeramente para intentar envainarla de nuevo. Cuando por fin el arma acab de entrar, el noble suspir de alivio.

    Al cabo de un momento, el calor que le inundaba los mscu-los comenz a desvanecerse, como si fuera un hierro retirado del fuego, y volvi a sentirse fro y desgraciado una vez ms.

    Atrapado entre el dragn y el mar profundo, pens Ma-lus, mientras luchaba contra una ola de desesperacin. Cul era peor destino?

    40

  • La luna brillaba a lo largo de las filigranas de oro de la vaina de la espada y encenda un fuego oscuro en las profundidades del rub oblongo que estaba engarzado en la juntura de la empu-adura con la hoja. Durante un momento, Malus admir la reliquia con temor, mientras la sujetaba cuidadosamente, en-vainada, con ambas manos. Imagin que poda sentir su calor, que palpitaba suavemente como un corazn dormido. Se lami con nerviosismo los labios fros, y luego, con una profunda inspiracin, deposit el arma sobre la tela que tena extendida encima del regazo y procedi a envolverla de un extremo a otro con capas y ms capas de desgastada lona. Con cada capa se senta un poco ms fro, un poco ms pequeo y ms marchito que antes. Cuando hubo acabado, at el paquete con bra-mante basto y lo llev hasta donde estaba Rencor. El glido se hallaba sentado bajo los rboles del otro lado del pequeo claro del bosque y observaba a su amo con ojos desconfiados rojo brasa.

    Con la cara convertida en una mscara de inflexible deter-minacin, Malus puso la Espada de Disformidad junto a las alforjas y la sujet a la silla al lado de la bolsa en la que guar-daba el resto de las reliquias del demonio. A regaadientes,

    41

  • apart las manos del arma y le dio unas palmaditas en el flanco al nauglir.

    Hoy no habr cacera dijo en voz baja, mientras mi-raba las oscuras profundidades del bosque circundante. A saber con qu te tropezaras.

    Haca apenas unas pocas horas que se haba puesto el sol, y estaban a unos quince kilmetros de Har Ganeth, en las pro-fundidades de las boscosas colinas que haba al noroeste de la ciudad. El claro era uno que haba frecuentado durante los dos meses que haba dedicado a rondar por el Camino de los Es-clavistas que conduca hasta la Ciudad de los Verdugos. In-cluso haba en l un pequeo colgadizo construido con ramas de pino que ofreca una cierta proteccin contra los elemen-tos, y una reserva de lea. Sin embargo, encender un fuego era algo fuera de discusin. Lo ltimo que quera era anunciar su presencia, y de todos modos dudaba de que las llamas pudie-ran calentar sus huesos malditos.

    Haba escapado de la ciudad sin ms incidentes, aunque al llegar a la amplia puerta haba odo el primer grito de alarma procedente del lugar de la masacre. Malus confiaba en que los ciudadanos culparan del ataque a una banda de fanticos, pero no tena ninguna intencin de poner a prueba esa teora. Haba salido casi al galope por la puerta abierta, aliviado al encontrarse con que el Camino de los Esclavistas estaba casi desierto. Durante las horas siguientes se haba dirigido hacia el oeste a lo largo de la senda, con la mirada atenta por si vea nubes de polvo alzarse en el horizonte.

    Malus tena una muy buena razn para salir de Har Ganeth lo ms rpidamente posible: era muy probable que Malekith estuviera en camino hacia la ciudad con un ejrcito a sus es-paldas, alertado del alzamiento del templo. Aunque l haba sido quien haba puesto fin personalmente al intento de golpe de Urial, el noble dudaba de que el Rey Brujo fuera a manifes-tarle gratitud alguna. Malus haba sido un fugitivo desde prin-cipios de verano, despus de asesinar a su padre en la fortaleza Vaelgor, situada a unos escasos treinta kilmetros al nordeste de all. Lo haba hecho para apoderarse de la Daga de Torxus, otra de las malditas reliquias del demonio, aunque el mvil no

    42

  • tena ninguna relevancia de acuerdo con las leyes de aquel te-rritorio. El padre de Malus haba sido el vaulkhar de Hag Graef, uno de los tenientes del Rey Brujo, y nadie mataba a uno de los vasallos de Malekith sin su permiso. Esperaba que el Rey Brujo lo creyera muerto, asesinado junto con miles de druchii en una confusa batalla nocturna librada en el exterior de Hag Graef haca varios meses, aunque no estaba dispuesto a apostar su vida en ello. Estaba convencido de que su medio hermano Isilvar, ahora nico heredero de Lurhan, y vaulkhar de Hag Graef, saba la verdad. La pregunta era qu hara con ese conocimiento. Isilvar tena muy buenas razones para de-sear su muerte, y la de menor importancia era una horrible ci-catriz que le cruzaba el cuello, producto de una herida que le haba hecho Malus en una batalla librada bajo la torre de su hermana Nagaira, haca algunos meses.

    Con el ceo fruncido mientras pensaba, Malus registr las al-forjas y sac una bolsa de tela manchada de aceite, y una pe-quea botella de vino. Luego, cogi la pesada hacha de batalla del lazo que haba en la silla de montar, y se dej caer, exhausto, junto a la armadura que protega el flanco del glido. Cuando se recost contra el costado del nauglir, la gran bestia se movi y la enorme cabeza se volvi para fijar en l una mirada colrica de sus ojos como cuentas. Malus le respondi con altanera.

    chate le advirti, e intent de nuevo ponerse c-modo.

    El nauglir volvi a retroceder al sentir su contacto, se puso de pie y le dedic a su dueo un siseo de advertencia.

    De acuerdo, de acuerdo! le espet Malus. Recogi bruscamente el hacha y la reserva de comida, y se

    march a grandes zancadas al otro extremo del campamento. Se sent pesadamente, con la espalda contra un tronco medio podrido, y clav en la bestia de guerra una mirada asesina.

    Ya veremos si dejo que te comas el siguiente caballo muerto con el que nos encontremos.

    Pasados unos momentos, Rencor volvi a echarse con cui-dado y apoy el hocico en el suelo, desde donde poda man-tener vigilado a Malus. El nauglir haba estado actuando de modo muy extrao desde que haban regresado de la Ciudad

    43

  • de los Reyes Intemporales, situada muy al norte, en los De-siertos del Caos. Haba ido all en busca de la autntica Espada de Disformidad, y haba cado en las garras de los fanticos druchii, locos por el poder que haba robado. Haban inten-tado matarlo y alimentarse de su esencia vital, y a tal fin lo ha-ban crucificado en la amplia plaza del exterior del templo.

    No haba tenido ms alternativa que recurrir al poder de Tz'arkan para escapar. Lo que haba sucedido despus de eso era ms bien confuso. Lo siguiente que recordaba con claridad era encontrarse en el puente de piedra del exterior del Sancta-sanctrum de la Espada que haba en la fortaleza del templo de Har Ganeth, observando cmo su media hermana Yasmir devoraba el corazn an palpitante del hermano de ambos, Urial.

    La profeca del Azote sostena que estaba destinado a casarse con Yasmir, ahora considerada una santa viviente del Dios de Manos Ensangrentadas. Despus de ser testigo de lo que le ha-ba hecho a Urial, la mera idea de casarse con ella le helaba la sangre. Si tengo suerte, tal vez la Espada de Disformidad me matar antes de que ese asunto se convierta en un problema, pens Malus con crudeza.

    A medida que las lunas ascendan en el cielo, haca ms fro en el claro. Incluso a finales de verano la Tierra Fra era fiel a su nombre. Malus desenvolvi su magra reserva de pescado sa-lado con salsa amarilla y comenz a comer, masticando con te-nacidad la dura carne blanca, que haca bajar con sorbitos de vino avinagrado. Se tom su tiempo para comer; a pesar de lo mal que saba, siempre era mejor que las duras galletas con que se alimentara al da siguiente.

    Para cuando acab, las lunas brillaban casi directamente so-bre su cabeza, y su respiracin se condensaba en forma de te-nue niebla en el aire fro. Malus se acab testarudamente el te-rrible vino y reuni todo su valor. La otra razn por la que haba escogido un lugar tan aislado para acampar era porque tena una tremenda necesidad de informacin, y haba con-versaciones que era mejor mantener en privado.

    Tambin tena la terrible sensacin de que no iba a gustarle lo que estaba a punto de or.

    44

  • Malus se limpi la cara y guard el pao y la botella vaca, para luego sentarse con las piernas cruzadas, de espaldas con-tra el tronco cado, con el hacha robada al alcance de la mano. El noble se quit el guantelete que le cubra la mano izquierda. Un liso anillo de plata destell en uno de sus dedos como una franja del ms puro hielo. Lo alz hacia la luz lunar, e hizo una mueca al reparar en que las venas del dorso de la mano es-taban negras a causa de la corrupcin del demonio.

    El noble cerr el puo y concentr su implacable voluntad en un solo pensamiento.

    Eldire. Una dbil brisa que le era familiar pas como un fantasma

    por el rostro del noble, y el demonio se retorci de furia en su interior, e hizo que se le contrajeran los msculos y se le enco-gieran las entraas. Malus se desplom de costado con un ge-mido, doblado en dos a causa de la repentina ola de nusea y dolor. La presin aument dentro de su cabeza, como si el de-monio le estrujara el cerebro con un tornillo de carpintero, e hizo que ante sus ojos danzaran chispas. Malus rod hasta que-dar boca abajo y vomit la comida sobre el fro y duro suelo, mientras respiraba con jadeos superficiales al ritmo del palpi-tante dolor de cabeza.

    El noble volvi a rodar sobre un costado y se detuvo contra el tronco cado. Percibi aroma a ceniza, y de repente el dolor y las nuseas comenzaron a retirarse como una negra marea oleosa. El palpitar de la cabeza cedi, y Malus crey or la co-lrica voz del demonio retrocediendo hacia una distancia in-finita. Cuando se hubo apagado, l qued tembloroso y lo inund un pesado fro que pareca nacer de sus mismsimos huesos.

    Qu has hecho? pregunt una voz de mujer, dura y fra como mrmol tallado. Las palabras tenan un eco peculiar, como si ella hablara desde las profundidades de un pozo de agua. Estpido! Malus, qu has hecho?

    Los ojos del noble se abrieron. Por encima de l flotaba una resplandeciente aparicin envuelta en una plida luz plateada.

    Hola, madredijo, y logr rer con amargura. Cmo he echado de menos tu amorosa voz!

    45

  • Ella era escultural y regia, e iba ataviada con los gruesos ro-pones oscuros del convento de las brujas. Tena cogidas ante s las plidas manos, y el trenzado pelo blanco que aureolaba los crueles ngulos de su rostro pareca forjado con luz lunar. Su forma era insustancial; el noble poda ver a travs de ella como si estuviera hecha de niebla la figura echada de Rencory sus ojos rojo brasa al otro lado del claro. A pesar de todo eso, Malus senta el peso de la mirada de Eldire como si fuera la punta de una daga contra su piel.

    Impertinente desdichado! le espet Eldire. Tu cuerpo ya le pertenece completamente al demonio. Tus venas laten con energas inmundas. Incluso puedo ver al demonio mismo deslizndose como un leviatn bajo tu plida piel!

    Se me enrosca en torno al corazn como un nido de ser-pientes? se burl Malus mientras se limpiaba la boca con el dorso de una mano. Aplasta mi marchito cerebro con sus goteantes fauces? Tus dones se han desperdiciado en este caso, madre. Eso lo he sabido durante cada minuto de cada da desde hace casi un ao.

    El fantasmal semblante de Eldire relumbr de furia. Esto es mucho peor que la mera posesin, nio! Has

    dado el ltimo paso. Ya te advert sobre ello en la tumba de los enanos!

    Imaginas que lo he hecho por propia eleccin? con-traatac el noble, que hizo una mueca a causa del dolor que le atenazaba las entraas, se incorpor de forma cansina y apoy la cabeza en el tronco cubierto de musgo. La maldita Es-pada de Disformidad no estaba en el templo, despus de todo. Tuve que entrar en los Desiertos del Caos para conseguirla. Su mirada se pos en el dorso de su mano de negras venas, y su enojo se desvaneci en una ola de asco. Era esto o la muerte; no tena ninguna otra alternativa. Por ahora, estoy vivo, y mientras est vivo podr luchar. Alz la vista hacia la formidable mirada de la vidente. Y ahora tengo la espada.

    Los ojos de Eldire se abrieron apenas unos milmetros ms, y la furia mengu en su semblante de alabastro.

    Desenvainaste la espada ardiente? dijo con una voz li-geramente ms cavernosa que antes.

    46

  • Haba razones de mucho peso para hacerlo en aquel mo-mento. No te aburrir con los detalles replic Malus con amargura. Tz'arkan se sinti aun menos complacido que t, lo que hace que me pregunte si tal vez el poder de la Espada de Disformidad es lo bastante fuerte como para contrarrestar la influencia del demonio.

    Eldire mir a su hijo con el ceo fruncido. Tal vez concedi con un suspiro parecido a un soplo

    de viento salido de una sepultura. A la voracidad de Khaine le importan poco los planes de otros seres, aunque sean demo-nios tan poderosos como Tz'arkan. De hecho dijo al mismo tiempo que su expresin se volva colrica otra vez, es pro-bable que la Espada de Disformidad sea la nica razn por la que an te queda algo de conciencia. Al mirarte, me maravi-lla que el demonio no pueda hacerte bailar como si fueras una marioneta.

    La idea hizo que un escalofro recorriera la espalda de Ma-lus. Su mirada se desvi hacia el paquete que contena la Es-pada de Disformidad. Poda permitirse continuar alimen-tando su voracidad? Poda permitirse no hacerlo?

    Puede ser que el demonio posea mi cuerpo, pero te ase-guro que mi voluntad contina intacta dijo. Yo no bailo para nadie, y mucho menos para ese maldito demonio. Hizo una pausa mientras observaba las negras venas que palpitaban bajo su piel. Lo que quiero saber es qu suceder cuando el demonio quede libre.

    La vidente frunci los labios con gesto pensativo. Esa es una pregunta interesante dijo. Por derecho, tu

    alma ser extinguida como la llama de una vela cuando Tz'ar-kan reclame tu cuerpo como husped. Sin embargo... Pa-sado un momento, Eldire se encogi levemente de hombros. No lo s. Es posible que la espada contrarreste el poder que el demonio tiene sobre ti, pero puedes estar seguro de que, hasta que llegue ese momento, Tz'arkan tomar cualquier medida que pueda para lograr que el asunto se decida a su favor.

    Malus le dedic a su madre una dura mirada. As que ests diciendo que no todo est perdido. Estoy diciendo que si eres muy listo y muy afortunado,

    47

  • podras lograr cambiar una condena por otra replic la vi-dente con socarronera. La Espada de Disformidad te ma-tar antes o despus, Malus. Ahora que la has desenvainado no puedes dejarla.

    El noble suspir con cansancio. Todos morimos, madre dijo con los ojos fijos en la os-

    curidad-, as que no es un precio demasiado alto, verdad? Osadas palabras para alguien que nunca ha hablado con

    los muertos replic Eldire. De todos modos prosigui al mismo tiempo que alzaba una mano para impedir una con-testacin de su hijo, lo hecho, hecho est. Tienes la espada, y eso es lo que importa. Eso deja una sola reliquia por recu-perar.

    El Amuleto de Vaurog asinti Malus con tristeza. No tengo ni idea de dnde est, y dispongo de muy poco tiempo para buscarlo. Segn creo, me quedan dos meses para regresar al templo y poner al demonio en libertad, y necesito casi un mes y medio slo para hacer el viaje. Le lanz a El-dire una mirada de soslayo. As pues, a menos que tengas el poder necesario para hacerme volar, nada ms cuento con dos semanas para encontrar la ltima reliquia.

    Eldire se alz el fantasmal ruedo del ropn y se inclin ha-cia Malus de modo que madre e hijo quedaron casi nariz con nariz.

    Te gustara tener un par de alas, Malus? pregunt con voz peligrosamente dulce.

    La sarcstica rplica de Malus se transform en hielo ante el tono de la voz de su madre.

    Eres... generosa... dijo con cautela, pero tal vez de-bera preocuparme por encontrar primero la reliquia y hacer el viaje despus.

    Eldire le dedic una sonrisa lobuna. Una decisin muy sabia dijo a la vez que volva a er-

    guirse. Me estoy quedando sin tiempo anunci. Ha-blar contigo de esta manera es muy agotador, especialmente ahora que el demonio se ha hecho tan fuerte. Hay algo que quieras de m?

    Tena la esperanza de que supieras algo del amuleto re-

    48

  • plic Malus con rapidez, mientras se obligaba a sentarse con la espalda recta. Por eso te he llamado.

    El amuleto? dijo Eldire. Su forma ya estaba perdiendo la nebulosa consistencia, disipndose como la niebla mati-nal. Es un talismn potente, forjado con metal de meteo-rito en pocas pasadas. Ninguna arma puede herir al guerrero que lo lleve.

    No me importa lo que hace! grit Malus. Sabes dnde est?

    La imagen de Eldire comenz a desdibujarse y disolverse en niebla informe. Su respuesta fue poco ms que un suspiro.

    La senda que va hasta la quinta reliquia lleva a Nagga-rond replic la vidente. Busca el amuleto en los pasillos sin luz de la Fortaleza de Hierro.

    Para cuando Malus acab de entender lo que acababa de or, Eldire haba desaparecido. Mir a Rencor. El nauglir levant la gran cabezota y lanz un bufido de irritacin.

    Ni yo mismo podra haberlo expresado mejor asinti el noble, de malhumor, y cruz apretadamente los brazos so-bre el pecho. La fortaleza del propio Rey Brujo. Debera ha-berlo sabido.

    Una condena por otra, pens amargamente para s mismo, mientras senta que la corrupcin del demonio ascen-da como una marea negra desde sus huesos y se propagaba por debajo de su piel.

    Malus despert con dolores de pies a cabeza. El claro estaba baado por la perlada luz de los momentos previos al amane-cer, y por encima del suelo se enroscaban jirones de niebla. Ya-ca de costado, bien envuelto en una gruesa capa que estaba empapada por el roco de la maana. Rencor dorma a poca distancia de l, con la cabeza metida detrs de la larga cola, si-seando como una tetera hirviente.

    Unos largos dedos le acariciaban suavemente el cuero cabe-lludo, con las puntas tibias contra la piel hmeda y fra. Su mente enturbiada por el sueo sabore la sensacin de las ye-mas rozndole la oreja derecha y haciendo que una impresin de calidez recorriera el borde externo del pabelln auditivo.

    49

  • Un reguero clido le corri entonces por la mejilla y por el labio superior. Saba a sal y hierro.

    Los ojos del noble se abrieron de par en par. Separ los la-bios para hablar, pero las palabras fueron ahogadas por una de-moledora ola de dolor irradiada desde su crneo. Malus se debati dentro de los estrechos confines de la capa, pero por mucho que lo intent no logr recuperar la libertad de movi-miento.

    La sangre corri a chorros por su cara y su cuello. Le inund el ojo derecho, y reprimi un alarido al sentir otra feroz ola de dolor.

    Impotente, parpadeando para librarse de las gotas de san-gre que se le adheran a las pestaas, Malus volvi la cabeza, y al alzar la mirada, se encontr con una figura con armadura que estaba arrodillada junto a uno de sus hombros. Le corri ms sangre por la parte posterior de la cabeza, como si su cr-neo fuera una botella de vino rota.

    La brillante sangre pintaba las manos gris plido de Lhu-nara, se acumulaba debajo de las destrozadas uas negras y co-rra en regueros zigzagueantes por sus muecas. Sus labios azu-les se separaron en una sonrisa de demente, y su nico ojo sano brill con resplandor febril. El otro ojo, hinchado y ennegre-cido por la sangre putrefacta, giraba errticamente dentro de la cuenca.

    Tenemos una misma mentalidad, mi seor dijo con voz burbujeante a causa de que los pulmones se le licuaban, mientras alzaba las manos hacia la espantosa herida que tena en el lado derecho de la cabeza.

    Se oy cmo sus dedos resbalaban sobre algo mojado cuando se meti dentro de la cavidad craneal infestada de gu-sanos la materia gris que sostena.

    Una misma mentalidad dijo, tendiendo las manos ha-cia la cara de l. Un mismo corazn. Un mismo ojo...

    Malus se despert entre alaridos, debatindose sobre la resba-ladiza marga, hmeda de roco.

    El corazn le dio un vuelco al descubrir con horror que te-na los brazos y las piernas apretadamente envueltos. An me-

    50

  • dio ciego y desorientado, se retorci y patale, escupiendo y bramando como un maldito. Luego, con un convulsivo tirn logr soltar una pierna y se dio cuenta de que estaba enredado en su propia capa.

    Jadeando furiosamente, Malus se oblig a cerrar los ojos y pos la cabeza sobre la tierra hmeda. Cuando se tranquiliz el enloquecido ritmo de su corazn, desenred las extremida-des lenta y cuidadosamente, y abri la capa, sin hacer caso del helor de las primeras horas de la maana.

    Por ltimo, cuando su respiracin se hizo ms lenta, el no-ble abri los ojos. Ya haba amanecido haca un rato, y una d-bil luz solar atravesaba las apretadas ramas de lo alto. Una gruesa raz sobresala del suelo bajo su espalda y le causaba do-lor en la columna vertebral.

    Con el ceo fruncido, Malus levant la cabeza. Yaca en una senda abierta por animales entre dos sotos de altos robles. Ver-des helechos goteantes le rozaron las mejillas y le provocaron un escalofro.

    No se encontraba ni remotamente cerca del claro en el que haba acampado.

    Mientras maldeca, sooliento y legaoso, se puso de pie. El bosque se extenda en todas direcciones. Tena trocitos de ho-jas entre las placas de la armadura, y las palmas de las manos manchadas de tierra. Bendita Madre de la Noche pens. Cmo he llegado hasta aqu? Los recuerdos de la noche an-terior eran borrosos en el mejor de los casos. Recordaba estar sentado en la oscuridad, intentando pensar en un modo de en-trar en Naggarond, nada menos..., y entonces las cosas se vol-van vagas. Acaso me emborrach con aquel maldito vino avi-nagrado?

    Se volvi lentamente, mirando con ansiedad los alrededo-res para intentar orientarse. El sendero de caza le resultaba fa-miliar, y al menos se diriga hacia la linde sur del bosque. Des-pus de frotarse la cara con las manos sucias, comenz a avanzar senda abajo, al mismo tiempo que se daba cuenta de pronto de que no vea su hacha de guerra por ninguna parte.

    Sigui el sendero a lo largo de aproximadamente un kilme-tro y medio a travs del denso follaje, y cada vez se senta ms

    51

  • confuso y aprensivo. Por el camino comenz a ver signos que indicaban que podra haber seguido antes esa misma senda. Las huellas someras y las ramas rotas daban la impresin de que ha-ba caminado tambalendose como un borracho en la oscuri-dad. Era asombroso que no se hubiera ensartado en una rama baja ni se hubiera partido el crneo contra un rbol.

    Cuando ya haba recorrido dos kilmetros y medio, se en-contr luchando para reprimir una creciente ola de pnico. Entonces, oy un familiar siseo como de una tetera hirviendo en direccin sudoeste. Con un suspiro de alivio, el noble aban-don el sendero y se dirigi hacia el siseo, avanzando sonora-mente a travs del sotobosque a causa de la impaciencia. Tras unos doce metros, el bosque comenz a hacerse menos denso, hasta que al fin tropez con la periferia de su campamento. Rencor se puso de pie al verlo aparecer sbitamente, y se le di-lataron las fosas nasales al percibir su olor.

    Malus se detuvo en seco al borde del claro, y recorri el pe-queo espacio con mirada precavida. El hacha continuaba donde la haba dejado, tambin estaba en el mismo sitio el pe-queo paquete de tela que haba contenido la comida de la no-che anterior. Movindose con cuidado, atraves el campa-mento y se acerc al nauglir.

    Tranquilo, Rencordijo mientras tenda las manos ha-cia las alforjas.

    El glido le buf y lo mir funestamente con uno de sus ojos rojos mientras el noble rebuscaba entre sus cosas.

    Las tres botellas de vino restantes no haban sido tocadas por nadie. Comprob cada sello de cera y descubri que esta-ban perfectamente intactos.

    Rencor se removi sobre las grandes patas con garras, y gru de irritacin.

    Bueno, bueno dijo Malus, que sujet bien las alforjas y le dio al glido una palmada en un flanco. Vete a cazar. Necesito pensar.

    El noble se apart mientras la enorme bestia de guerra se deslizaba con asombroso sigilo por el espeso sotobosque. En-tonces, se volvi y, una vez ms, observ el terreno de la zona en la que se haba sentado la noche anterior. No se vea nada

    52

  • que indicara que haba habido alguien ms all. Era como si simplemente se hubiera levantado y se hubiera marchado os-curidad adentro.

    Malus se instal cansadamente contra el tronco e intent lim-piarse un poco la tierra de las palmas de las manos. Por mucho que lo intentaba, no consegua recordar gran cosa de la noche anterior desde el momento en que haba hablado con Eldire. Podra haberle hecho ella algo? Y de ser as, por qu? Sacudi la cabeza con irritacin. La idea no tena ningn sentido.

    Luego, estaba la pesadilla. Haba odo hablar de druchii que gritaban, que incluso se levantaban y caminaban cuando eran presas de fuertes pesadillas. Haba habido en aquel sueo algo ms que l no recordaba? Acaso la horrenda visin de Lhu-nara lo haba hecho huir hacia las profundidades del bosque?

    Quiz deba comenzar a beber hasta dormirme otra vez murmur amargamente. O ponerme una maniota cada noche, como si fuera un caballo.

    Desde el norte le llegaron ruidos de un movimiento fren-tico repentino: algo enorme avanzaba por el bosque partiendo ramas y golpeando pesadamente contra los troncos de los r-boles. Malus gru con suavidad. Rencor ya haba encontrado el desayuno.

    Entonces, como a modo de respuesta, oy nuevos sonidos provenientes del sur, en la direccin del camino.

    Sin pensarlo, Malus recogi el hacha y rod silenciosa-mente para ponerse de pie con las piernas flexionadas, y se qued observando con cautela desde detrs del tronco cado. Se mantuvo perfectamente inmvil, sin apenas atreverse a res-pirar, y forz los sentidos al mximo. Momentos despus oy un susurro mucho ms suave en el sotobosque, a unos veinte metros hacia el sudeste. El noble cerr los ojos e intent visua-lizar mentalmente el terreno circundante. Cualquier cosa que fuera, daba la impresin de que estaba avanzando por la senda de caza que recientemente haba seguido Malus.

    De pronto se oy otro crujido de ramas rotas, esta vez pro-cedente directamente del sur. El noble ense los dientes.

    Por el sonido pareca tratarse de una partida de caza, y se di-riga hacia l.

    53

  • Despus de todo por lo que haba pasado en los ltimos diez meses, Malus ya no crea en la suerte. Quienesquiera que fue-sen los cazadores, no haban tropezado simplemente con l por casualidad. Dudaba de que fueran ciudadanos de Har Ga-neth, ya que el campamento estaba demasiado lejos y dema-siado adentrado en los bosques como para llamar la atencin de una banda de refugiados. Una posibilidad era una partida de cazadores autarii. Los sombras consideraban suya toda la ca-dena montaosa y el territorio de colinas situado al norte del Camino de los Esclavistas, y no era inaudito que pequeos grupos de incursin llegaran hasta las estribaciones meridio-nales para robar a las caravanas de esclavos que se dirigan al oeste. Pero ningn autarii que mereciera tal nombre sera tan torpe como para delatar su posicin, particularmente en las profundidades de los bosques.

    Eso dejaba una sola posibilidad: eran hombres del ejrcito de Malekith.

    Malus apret con fuerza el mango del hacha de guerra y mir por encima del tronco hacia las sombras de los rboles. Era posible que slo se tratara de una partida de cazadores que buscaran ciervos o faisanes con los que alimentar a la horda del

    54

  • Rey Brujo. Tambin caba la posibilidad de que fueran otra clase de cazadores que peinaban el bosque en su busca. Pero cmo pueden haberme encontrado?, pens Malus. Sin duda, conoca esos bosques mejor que cualquier soldado de Nagga-rond, y la tarde anterior haba tenido el cuidado de borrar su rastro.

    Algo se movi en el sotobosque a la derecha del noble, to-dava a unos quince metros de distancia. Los cazadores se mo-van con cautela y se desviaban ligeramente al oeste. Volvi la mirada hacia el este, con la esperanza de captar alguna seal del segundo grupo de cazadores, pero el denso follaje se lo im-pidi. Sin embargo pens, si yo todava no puedo ver-los, ellos no pueden verme a m.

    Entonces, le lleg el seco sonido de una rama al partirse cerca de la senda de caza. A unos diez metros de distancia, se-gn calcul, y tambin un poco ms hacia el este. Los dos gru-pos estaban dando un rodeo en torno al borde del campa-mento. Y an ms, de repente se dio cuenta de que no haba odo indicio alguno de movimiento en direccin sur. Saben dnde est el campamento pens mientras senta que se le erizaba el pelo de la nuca. Estn intentando rodearlo, im-pedirme que pueda huir hacia el norte.

    Tena que moverse ya, antes de que el lazo se cerrara a su al-rededor. Por suerte, Rencor se encontraba ahora en alguna parte situada al norte de donde l estaba, desayunando. Tena la certeza de que si poda llegar hasta el nauglir, podra dejar atrs a quienesquiera que estuvieran acechndolo, y huir ha-cia el norte, adentrndose en las estribaciones de las colinas. Por supuesto, eso significara internarse sin permiso en terri-torio autarii, pero para hacerlo primero tendra que sobre-vivir.

    An muy agachado, dio media vuelta y se escabull hacia el otro lado del campamento. En ese instante, se alzaron soni-dos de movimiento al este y al oeste. Los cazadores se haban puesto en marcha.

    Malus agach la cabeza y sigui el sendero que haba dejado Rencor cuando se haba marchado. O al menos lo intent, por-que a medio metro del borde del claro se estrell de cabeza

    55

  • contra unos matorrales de zarzas a travs de los cuales el glido de piel de hierro se haba limitado a pasar por la fuerza. Las es-pinosas ramas hirieron la cara y cuello del noble, y le arranca-ron un estrangulado siseo de dolor. Malus le asest tajos de ha-cha a las matas con la esperanza de que unos pocos bastaran para abrirle camino, pero las finas ramas verdes rebotaban contra el arma y salan disparadas de vuelta hacia l como l-tigos. Peor an, el ruido resultante era considerable y lo haca sentir peligrosamente expuesto. Malus renunci despus de unos cuantos tajos ms, y corri hacia el oeste en busca de un paso entre el sotobosque.

    Oy que alguien sala al descubierto y entraba a toda velo-cidad en el claro, a slo una docena de metros detrs de l. Sin aguardar a ver de quin se trataba, continu agachndose y es-quivando delgados arbolillos jvenes y helechos colgantes, hasta llegar al final de las zarzas para luego girar otra vez en di-reccin norte. Su tensa mirada se volva a derecha e izquierda con la esperanza de ver alguna seal que le indicara por dnde haba ido el nauglir, pero el paso del glido era casi invisible para sus ojos inexpertos. Ese maldito bicho mide casi nueve metros de largo y pesa una tonelada se dijo con irritacin, y, sin embargo, puede moverse como un autarii por el bosque cuando quiere. Por un momento pens en silbarle era ms fcil hacer que el glido fuera hacia l que lo contrario, pero estaba seguro de que los cazadores tambin lo oiran. No tena ni idea de qu sucedera en ese caso, y no quera averiguarlo.

    Malus forz el odo para percibir los sonidos de la persecu-cin, y se mantuvo en las zonas del bosque que ofrecan me-nor resistencia, renunciando a la ocultacin en bien de la ve-locidad. El suelo comenz a ascender suavemente, iniciando el lento ascenso hacia las bajas estribaciones de las montaas que an se encontraban a ms de un kilmetro y medio de dis-tancia. Al cabo de pocos minutos lleg a una pequea depre-sin boscosa y, por impulso, se adentr en ella en lugar de ro-dearla.

    Las sombras eran densas bajo los rboles, que crecan muy apretados, pero al menos eso significaba que haba menos so-tobosque a travs del que tener que abrirse camino trabajosa-

    56

  • mente. Casi de inmediato encontr un estrecho sendero de caza que serpenteaba por el centro de la depresin, y lo sigui sin vacilar. Segundos despus lleg a un gran charco de sangre fresca que atravesaba la senda y vio un par de grandes huellas bien conocidas en las proximidades.

    Malus se agach, con la respiracin agitada. Haba encon-trado el sitio en que Rencor haba tendido una emboscada a su presa, pero el maldito glido no se vea por ninguna parte. El nauglir, como muchos otros depredadores, prefera arrastrar su comida hasta un lugar ms seguro, en el que se sintiera lo bastante a salvo como para comer. Esto significaba que la bes-tia de guerra poda haberse alejado en casi cualquier direccin.

    Un estremecimiento de las sombras que se produjo a la iz-quierda de Malus hizo que se volviera, con el arma a punto. All no haba nadie. El noble gir lentamente en crculo, en busca de cualquier seal de peligro. Hasta donde poda ver, sin embargo, estaba solo.

    A aproximadamente una docena de metros detrs de l cru-jieron unas ramas. Los cazadores haban llegado al extremo sur de la depresin.

    Malus se acuclill y recorri con mirada rpida el terreno circundante. Se atreva a oponer resistencia all, o era mejor continuar huyendo? Ahora lamentaba haber dejado la Espada de Disformidad atada a la silla de montar de Renco

    Movindose tan silenciosamente como poda, Malus rode el charco de sangre para no dejar un rastro que sus enemigos pudieran seguir, y se desliz dentro del denso bosque, hacia el oeste de la senda. Enredaderas y zarzas le tiraban del pelo y le araaban la armadura de acero, pero resisti la tentacin de apartarlas con el hacha. Por el contrario, se adentr ms pro-fundamente en la vegetacin, con la esperanza de que se ce-rrara detrs de