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UNIVERSIDAD NACIONAL DE INGENIERÍA, UNI, SEDE ESTELÍ HUMANISMO, CULTURA Y VALORES SOCIALES UNIDAD III. EMERGENCIA DE LA INDIVIDUALIDAD Y SUS CONFLICTOS CONSTITUTIVO 3.1 La emergencia de aspectos críticos del desarrollo de la Modernidad: el problema de la supuesta crisis de la Modernidad como agotamiento y clausura del proyecto de una sociedad de consumo. El capitalismo agresivo y depredador nos ha llevado a una sociedad corrupta. El deterioro de los valores humanos, la deshumanización y la violencia social; son parte de las características negativas de esta sociedad que nos ha tocado vivir. El consumo compulsivo, la necesidad de tener la mayor cantidad de objetos, para intentar ser más que otras personas. La falta de pensamiento autónomo y crítico; la ausencia de solidaridad entre los seres humanos, son muestras de la crisis de la sociedad contemporánea. Se vive artificialmente en cómodas letras; mientras nuestra vida se nos va de las manos. Casi nos hemos acostumbrado a la violencia social diaria en sus más diversos matices: apuñalamientos, robos, insultos y agresividad entre ciudadanos; malos tratos contra la mujer, poca educación en las relaciones interpersonales. Es decir, en nuestra sociedad en muchas ocasiones impera la ley de la selva, y, siguiendo nuestro instinto animal de lucha o huída ante situaciones límites, a veces, cada vez se siente menos ganas de salir a la calle, prefiriendo aislarse en la paz interior de la casa, para leer, escribir, ver cine en vídeo, escuchar música, relajarse y sentirse a gusto con uno mismo. En el contexto actual, en el que todo depende del dinero y del poder; no hay mucho interés en los beneficios de la ética. Si nosotros los humanos seguimos perdiendo el valor de la justicia, la compasión, el apoyo mutuo, la honestidad; en el futuro nos tendremos que enfrentar con más dificultades, videncia y sufrimientos. Hay que intentar, como mínimo, conseguir paso a paso una mejor sociedad basada en la

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UNIDAD III. EMERGENCIA DE LA INDIVIDUALIDAD Y SUS CONFLICTOS CONSTITUTIVO

3.1 La emergencia de aspectos críticos del desarrollo de la Modernidad: el problema de la supuesta crisis de la Modernidad como agotamiento y clausura del proyecto de una sociedad de consumo.

El capitalismo agresivo y depredador nos ha llevado a una sociedad corrupta. 

El deterioro de los valores humanos, la deshumanización y la violencia social; son parte de las características negativas de esta sociedad que nos ha tocado vivir. El consumo compulsivo, la necesidad de tener la mayor cantidad de objetos, para intentar ser más que otras personas. La falta de pensamiento autónomo y crítico; la ausencia de solidaridad entre los seres humanos, son muestras de la crisis de la sociedad contemporánea. Se vive artificialmente en cómodas letras; mientras nuestra vida se nos va de las manos.

Casi nos hemos acostumbrado a la violencia social diaria en sus más diversos matices: apuñalamientos, robos, insultos y agresividad entre ciudadanos; malos tratos contra la mujer, poca educación en las relaciones interpersonales. Es decir, en nuestra sociedad en muchas ocasiones impera la ley de la selva, y, siguiendo nuestro instinto animal de lucha o huída ante situaciones límites, a veces, cada vez se siente menos ganas de salir a la calle, prefiriendo aislarse en la paz interior de la casa, para leer, escribir, ver cine en vídeo, escuchar música, relajarse y sentirse a gusto con uno mismo.

En el contexto actual, en el que todo depende del dinero y del poder; no hay mucho interés en los beneficios de la ética. Si nosotros los humanos seguimos perdiendo el valor de la justicia, la compasión, el apoyo mutuo, la honestidad; en el futuro nos tendremos que enfrentar con más dificultades, videncia y sufrimientos. Hay que intentar, como mínimo, conseguir paso a paso una mejor sociedad basada en la tolerancia, la fraternidad y el respeto mutuo. Comenzando con nuestro entorno familiar, laboral, social, y en consecuencia conseguiremos ser mejores personas y más felices.

Aunque el hombre y la mujer seamos animales racionales evolucionados, podemos intentar ser menos agresivos, frenar nuestros instintos primarios y potenciar nuestra paz y felicidad mental, y en consecuencia directa, mejorar la convivencia entre los seres humanos. Sin olvidar que ante este sistema capitalista, estamos en el legítimo derecho de practicar la Acción Directa en defensa de nuestras libertades individuales, nuestra dignidad y nuestros puestos de trabajo. (IGNACIO ACOSTA)

En estos tiempos el capitalismo mundial, llamado fondo monetario internacional o mundo globalizado, maneja una situación económica general y modula los valores o se cree con este derecho. Pues ha impuesto una demanda material, en la cual no todos pueden acceder pero si tratan de conseguirlo por cualquier medio.

 Es el consumismo compulsivo no lógico, porque muchos de estos objetos, no son necesarios pero se lo compra, aunque su salario sea mínimo, provocando la perdida de la coherencia de lo primordial en calidad de vida.

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El deterioro de los valores sociales, el bajo salario, el desempleo y la necesidad de consumir, en el cual el ingreso siempre es insuficiente para dicha demanda a la larga va a terminar en una violencia familiar y social.

Jóvenes sin posibilidad de estudiar, desempleados, algunos adictos a drogas, buscan el ingreso en el robo, a veces despiadado provocando accidentes y/o muertes sin tener el mínimo arrepentimiento, transformándose en animales en una selva que es la misma sociedad. Por eso debemos tener cuidado y volver al respeto, a la responsabilidad, a la solidaridad y al amor a nuestro prójimo para recuperar una sociedad justa.

3.2 entendimiento y emancipación.

3.3 El equívoco diagnóstico posmoderno de la radicalización del individualismo, hedonismo y narcisismo del individuo contemporáneo en una sociedad de políticas de seducción

Individualismo:

El individualismo es la posición moral, filosófica-política, ideológica, o simplemente un punto de vista social que enfatiza "la dignidad moral del individuo" Los individualistas promueven el ejercicio de los objetivos y los deseos propios y en tanto la independencia y la autosuficiencia mientras se oponen a la mayoría

de las intervenciones externas sobre las opciones personales, sean estas sociales, estatales, o de cualquier otro tipo de grupo o institución. En el lado opuesto encontramos el colectivismo.

El individualismo hace del individuo su centro y en tanto comienza "con la premisa fundamental de que el individuo humano es de importancia primaria en la lucha por la liberación. Los derechos humanos y la libertad son la substancia de estas teorías. El liberalismo, el existencialismo y el anarquismo individualista son ejemplos de movimientos que toman al individuo humano como unidad central de análisis."

También ha sido usado como término denotando "La cualidad de ser un individuo; una peculiaridad" El individualismo es también asociado con intereses y estilos de vida artísticos y bohemios donde existe una tendencia hacia la autocreación y la experimentación en tanto opuesta o elusiva de la tradición o las opiniones y comportamientos populares o de masas y en tanto con una posición filosófico-ética humanista.

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Narcisismo:

Narcisismo es una alusión al mito de Narciso, amor a la imagen de sí mismo. Amor que dirige el sujeto a sí mismo tomado como objeto.

Sigmund Freud introdujo en su obra, pero con una definición más difusa.

Si bien se puede aludir a una serie de rasgos propios de la personalidad normal, sin embargo el narcisismo puede también manifestarse como una forma patológica extrema en algunos desórdenes de la personalidad, como el trastorno narcisista de la personalidad, en que el paciente sobreestima sus habilidades y tiene una necesidad excesiva de admiración y afirmación.

Estos desórdenes pueden presentarse en un grado tal, que se ve severamente comprometida la habilidad de la persona para vivir una vida feliz o buena al manifestarse dichos rasgos en la forma de egoísmo agudo y desconsideración hacia las necesidades y sentimientos ajenos.

En su uso coloquial designa un enamoramiento de sí mismo o vanidad basado en la imagen propia o ego. La palabra procede del antiguo mito griego sobre el joven Narciso, de especial hermosura, quien se enamoró insaciablemente de su propia imagen reflejada en el agua.

La psicología humanista considera que el narcisismo patológico coincide con autoestima baja o errónea.

Hedonismo:

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El hedonismo es la doctrina filosófica basada en la búsqueda del placer y la supresión del dolor y de las angustias, como objetivo o razón de ser de la vida.

Las dos escuelas clásicas del hedonismo, formuladas en la Grecia antigua, son la escuela cirenaica y los epicúreos:

Escuela cirenaica : Se plantea que los deseos personales se debían satisfacer de inmediato sin importar los intereses de los demás. Esta teoría fue expuesta por el grupo de los Cirenaicos.

Epicúreos : Formulada por los epicúreos o hedonistas racionales, seguidores del filósofo Epicuro de Samos, quien vivió en Grecia entre 341 y 270 a. C. La doctrina que predicó Epicuro de Samos ha sido modificada o confundida a través de la historia, hasta el punto que algunos lo toman como un libertino mientras que otros lo consideraron un asceta, él consideraba que la felicidad consiste en vivir en continuo placer, porque para muchas personas el placer es concebido como algo que excita los sentidos. Epicuro consideró que no todas las formas de placer se refieren a lo anterior, pues lo que excita los sentidos son los placeres sexuales. Según él, existen otras formas de placer que se refieren a la ausencia de dolor o de cualquier tipo de aflicción. También afirmó que ningún placer es malo en sí, solo que los medios para buscarlo pueden ser el inconveniente, el riesgo o el error.

En el arte de la seducción todo se estudia al detalle. Cuando tienes a alguna persona en mente, analizas cada gesto suyo, cada mirada o cada palabra que tiene hacia ti. Sus comportamientos dicen mucho de ella y te ayudan a obtener información sobre si le interesas de verdad o simplemente eres uno más. En hm te ayudamos a interpretar otro factor importantísimo en la seducción: el tiempo.

Quizá te parezca una tontería, pero el modo en que ella usa el tiempo contigo puede hacer que saques varias conclusiones. Las mujeres tienen el timing más controlado de lo que imaginas. Según un estudio de la web de citas match.com, después de haber salido juntos un sábado noche, el 23% de los hombres ya da señales de vida el día después. Si esperas más de día y medio, tus posibilidades de volver a verla se reducen considerablemente.

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En la era del Whatsapp y el Facebook, esperar más de tres días para no parecer un desesperado es lo peor que puedes hacer. El “¿por qué no me dice nada?” es lo menos malo que pensará. Interpretará que no le interesas solo por esperar más de lo necesario. Porque el universo de los tiempos es más complejo de lo que crees, aquí va una pequeña guía para facilitarte un poco las cosas.

La respuesta al mail

Ya es un poco raro que le pidas una cita por mail, pero tal vez es el único medio que tienes de momento. ¿Cuánto tiempo ha tardado en responderte?

Salvo imprevistos, todos controlamos el correo al menos una vez al día. Y con los smartphones nos enteramos al instante de haber recibido un mail. Si le interesa quedar contigo, lo más probable es que te responda en menos de 24 horas. Si tarda más de tres días no es buena señal, pero siempre puede haber algún motivo por el que no lo ha hecho antes. En este caso, ¡más vale tarde que nunca! De todas formas, intenta buscar un medio más inmediato para comunicarte con ella.

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UNIDAD IV

1.1 La noción de los posmoderno y su diagnóstico sobre la actual fase del desarrollo de la Modernidad como una cuestión de hipersensibilidad estética y de equivoco entre la Modernidad como proyecto emancipatorio y los procesos de modernización como desarrollo de la técnica.

El término posmodernidad o postmodernidad fue utilizado para designar generalmente a un amplio número de movimientos artísticos, culturales, literarios y filosóficos del siglo XX, que se extienden hasta hoy, definidos en diverso grado y manera por su oposición o superación de las tendencias de la Edad Moderna.

En sociología en cambio, los términos postmoderno y postmodernización se refieren al proceso cultural observado en muchos países en las últimas dos décadas, identificado a principios de los 70. Esta otra acepción de la palabra se explica bajo el término posmaterialismo.

Las diferentes corrientes del movimiento postmoderno aparecieron durante la segunda mitad del siglo XX. Aunque se aplica a corrientes muy diversas, todas ellas comparten la idea de que el proyecto modernista fracasó en su intento de renovación radical de las formas tradicionales del arte y la cultura, el pensamiento y la vida social.

Uno de los mayores problemas a la hora de tratar este tema resulta justamente en llegar a un concepto o definición precisa de lo que es la postmodernidad. La dificultad en esta tarea resulta de diversos factores, entre los cuales los principales inconvenientes son la actualidad, y por lo tanto la escasez e imprecisión de los datos a analizar y la falta de un marco teórico válido para poder hacerlo extensivo a todos los hechos que se van dando a lo largo de este complejo proceso que se llama posmodernismo.

Pero el principal obstáculo proviene justamente del mismo proceso que se quiere definir, porque es eso precisamente lo que falta en esta era: un sistema, una totalidad, un orden, una unidad, en definitiva coherencia.

Se suele dividir a la postmodernidad en tres sectores, dependiendo de su área de influencia. Como un periodo histórico, como una actitud filosófica, o como un movimiento artístico. Histórica, ideológica y metodológicamente diversos, comparten sin embargo un parecido de familia centrado en la idea de que la renovación radical de las formas tradicionales en el arte, la cultura, el pensamiento y la vida social impulsada por el proyecto modernista, fracasó en su intento de lograr la emancipación de la humanidad, y de que un proyecto semejante es imposible o inalcanzable en las condiciones actuales. Frente al compromiso riguroso con la innovación, el progreso y la crítica de las vanguardias artísticas, intelectuales y sociales, al que considera una forma refinada de teología autoritaria, el

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posmodernismo defiende la hibridación, la cultura popular, el descentramiento de la autoridad intelectual y científica y la desconfianza ante los grandes relatos.

Escuela de la Bauhaus.

Las principales características del pensamiento posmoderno son:

Antidualista: Los posmodernos aseveran que la filosofía occidental creó dualismos y así excluyó del pensamiento ciertas perspectivas. Por otro lado, el postmodernismo valora y promueve el pluralismo y la diversidad (más que negro contra blanco, occidente contra oriente, hombre contra mujer). Asegura buscar los intereses de "los otros" (los marginados y oprimidos por las ideologías modernas y las estructuras políticas y sociales que las apoyaban).

Cuestiona los textos: Los post modernos también afirman que los textos -históricos, literarios o de otro tipo- no tienen autoridad u objetividad inherente para revelar la intención del autor, ni pueden decirnos "que sucedió en realidad". Más bien, estos textos reflejan los prejuicios, cultura y era particulares del escritor.

El giro lingüístico: El posmodernismo argumenta que el lenguaje moldea nuestro pensamiento y que no puede haber ningún pensamiento sin lenguaje. Así que el lenguaje crea literalmente la verdad.

La verdad como perspectiva: Además, la verdad es cuestión de perspectiva o contexto más que algo universal. No tenemos acceso a la realidad, a la forma en que son las cosas, sino solamente a lo que nos parece a nosotros.

Si bien la acepción más frecuente de posmodernidad se popularizó a partir de la publicación de La condición posmoderna de Jean-François Lyotard en 1979, varios autores habían empleado el término con anterioridad. Es muy importante destacar que no deben confundirse los términos modernidad y posmodernidad con modernismo y posmodernismo, respectivamente. Modernidad se refiere a un periodo histórico muy amplio que supone referirse a sus características políticas, sociales, económicas, etc. Así podríamos, por ejemplo, hablar de la civilización o

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cultura moderna en un sentido muy amplio y ese es el sentido que generalmente se le da en el ámbito de la filosofía política, la teoría sociológica y la teoría crítica. Siguiendo el mismo ejemplo, puede hablarse de la cultura posmoderna. Por otra parte, el par modernismo y posmodernismo se usa para referirse a una corriente estética que emergió primeramente en la literatura, en las artes plásticas y luego en la arquitectura. Así, en este segundo caso, podemos hablar de la literatura modernista o posmodernista, al igual que en el arte. Por ejemplo, suele decirse que la Ciudad de las Vegas en EE. UU. es un caso paradigmático de arquitectura posmodernista. La confusión entre ambos planos ha generado muchas dificultades de comprensión y debe tenerse siempre en cuenta.

El arte de Banksy pone de manifiesto las paradojas que encierra la posmodernidad.

Por ejemplo en el sentido estético, el pintor inglés John Watkins Chapman designó como «posmodernismo» una corriente pictórica que intentaba superar las limitaciones expresivas del impresionismo sin recaer en el convencionalismo de la pintura académica; el término no se popularizó, prefiriéndose la designación de «posimpresionismo» sugerida por el crítico Roger Fry.

Aunque el posmodernismo en este sentido no guarda más que una relación muy lejana con el posmodernismo tal como se entiende habitualmente —coincidiendo por lo general, de hecho, con los principios teóricos y metodológicos del modernismo artístico— la relación de ambigüedad entre la superación y la conservación que dificulta la definición del mismo ya se hace aparente aquí.

En el sentido cultural más amplio —o más bien dicho en el sentido de civilización— el uso que Arnold J. Toynbee haría del término para indicar la crisis del humanismo a partir de la década de 1870 está relacionado con fracturas amplias que exceden con mucho los aspectos estéticos y se relacionan con la organización social en su conjunto, como también lo observaría Marx, Freud y Nietzsche.

En 1934 el crítico literario Federico de Onís empleó por primera vez el posmodernismo como una reacción frente a la intensidad experimental de la poesía

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modernista o vanguardista, identificada sobre todo con la producción de la primera época de Rubén Darío; de Onís sugiere que los distintos movimientos de retorno o recuperación —de la sencillez lírica, de la tradición clásica, del prosaísmo sentimental, del naturalismo, de la tradición bucólica, etc.— son provocados por la dificultad de las vanguardias, que las aísla del público. Varios de estos rasgos reaparecerán en análisis posteriores, aunque la obra de Onís no dejó huella directa en la tradición teórica.

El uso del término por Bernard Smith en 1945 para designar la crítica a la abstracción por parte del realismo soviético y por Charles Olson para indicar la poesía de Ezra Pound estaba a caballo entre las dos concepciones anteriores. Si bien subrayaba la ruptura con las tendencias del modernismo, se carecía de un armazón teórico que permitiese distinguir la producción de las vanguardias —en sí compleja y multiforme— de la de sus críticos de una manera decisiva. Sólo a fines de la década de 1950, a partir de los trabajos de los críticos literarios Harry Levin, Irving Howe, Ihab Hassan, Leslie Fiedler y Frank Kermode, el término comenzó a utilizarse de una manera sistemática para designar la ruptura de los escritores de posguerra con los rasgos emancipatorios y vanguardistas del modernismo, concebido éste último como la exploración programática de la innovación, la experimentalidad, la autonomía crítica y la separación de lo cotidiano.

La concepción no estaba exenta de dificultades, y algunos autores a los que Levin y Howe —ambos intelectuales «comprometidos» y de izquierdas— criticaron, como Samuel Beckett, fueron simultáneamente percibidos por otros teóricos de la cultura —entre ellos Theodor Adorno, un modernista destacado en derecho propio— como la forma más refinada de modernismo. Sin embargo, lo central de esta noción —el posmodernismo como renuncia a la teleología emancipatoria de las vanguardias— sigue siendo considerado el rasgo más distintivo del posmodernismo.

El rasgo fundamental de la ruptura no estuvo en la corrección de la frialdad y las deficiencias arquitectónicas de los edificios modernistas, sino en el rechazo absoluto de la posibilidad de producir una innovación verdaderamente radical. El eje del pensamiento moderno —tanto en las artes como en las ciencias— había estado centrado en la idea de evolución o progreso, entendido como la reconstrucción de todos los ámbitos de la vida a partir de la sustitución de la tradición o convención por el examen radical no sólo del saber transmitido —como por ejemplo la forma sinfónica en música, el retrato de corte en pintura o la doctrina clásica del alma en antropología filosófica— sino también de las formas aceptadas de organizar y producir ese saber —como la tonalidad, la perspectiva o la primacía de la conciencia; la noción de discontinuidad había adquirido dignidad filosófica a través de la interpretación marxista y nietzscheana de la dialéctica de Hegel.

En el sentido cultural o de civilización podemos señalar que las tendencias posmodernas se han caracterizado por la dificultad de sus planteamientos, ya que no

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forman una corriente de pensamiento unificada. Sólo podemos indicar unas características comunes que son en realidad fuente de oposición frente a la cultura moderna o indican ciertas crisis de ésta. Por ejemplo la cultura moderna se caracterizaba por su pretensión de progreso, es decir, se suponía que los diferentes progresos en las diversas áreas de la técnica y la cultura garantizaban un desarrollo lineal marcado siempre por la esperanza de que el futuro sería mejor. Frente a ello, la posmodernidad plantea la ruptura de esa linealidad temporal marcada por la esperanza y el predominio de un tono emocional nostálgico o melancólico. Igualmente, la modernidad planteaba la firmeza del proyecto de la Ilustración de la que se alimentaron -en grado variable- todas las corrientes políticas modernas, desde el liberalismo hasta el marxismo, nuestra definición actual de la democracia y los derechos humanos.

La Posmodernidad plantea posiciones que señalan que ese núcleo ilustrado ya no es funcional en un contexto multicultural; que la Ilustración, a pesar de sus aportaciones, tuvo un carácter etnocéntrico y autoritario-patriarcal basado en la primacía de la cultura europea y que, por ello, o bien no hay nada que rescatar de la Ilustración, o bien, aunque ello fuera posible, ya no sería deseable. Por ello, la filosofía posmoderna ha tenido como uno de sus principales aportes el desarrollo del multiculturalismo y los feminismos de la diferencia.

Los principales opositores a los planteamientos de la posmodernidad han sido los miembros de la teoría crítica y los marxistas más contemporáneos que, si bien reconocen los fallos de la modernidad y su centro ilustrado, reconocen como valiosos e irrenunciables ciertos valores democráticos de igualdad y ciudadanía. Dichos valores, plantean estos autores, -como por ejemplo Jürgen Habermas- son la única salvaguarda frente a la fragmentación social y la precarización del estado nacional. Por ello plantean que, más que buscar una posmodernidad, hay que llevar a cabo -como proyecto filosófico y político- una nueva Ilustración de la modernidad.

Luego de los atentados del 11 de septiembre y los profundos cambios geopolíticos que éstos conllevaron, además del debilitamiento de la fuerza jurídica vinculante de los derechos humanos, la discusión de la posmodernidad perdió empuje, ya que, como hemos dicho antes, ésta se caracteriza -por lo menos hasta el momento- por sus definiciones por negación. El término Posmodernidad ha dado paso a otros como modernidad tardía, modernidad líquida, sociedad del riesgo, globalización, capitalismo tardío o cognitivo, que se han vuelto categorías más eficientes de análisis que la de Posmodernidad. En cambio, el Posmodernismo sigue siendo una categoría que en los ámb

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1.2 La Modernidad en América Latina y el problema de la identidad. Los modelos posibles para la comprensión del problema de la Identidad Latinoamericana: la cuestión de la esencial reivindicación de lo propio frente al reconocimiento de la hibridación cultural y la valorización de los procesos modernizadores en Latinoamérica.

Posmodernidad en América Latina

H. C. F. Mansilla

La posmodernidad, con un envidiable éxito publicitario, ha llamado la atención sobre lo deleznable y lo pernicioso de los fundamentos de la modernidad y las magnas teorías que la han acompañado. En esto reside básicamente la legitimidad de los teoremas de los posmodernistas.

Aunque estos enfoques sean mucho menos originales de lo que suponen sus autores (enunciados sustanciales de esta corriente fueron anticipados por el escepticismo clásico de la época helenística, por el movimiento romántico del siglo XIX, por Arthur Schopenhauer y Friedrich Nietzsche y por el ala no marxista de la Escuela de Frankfurt), pueden servir para enriquecer los planteamientos relativos a los cimientos mismos del sistema civilizatorio ahora predominante en el Nuevo Mundo.

Es importante recordar, empero, que toda una gama de pensadores no marxistas ya habían señalado críticamente lo censurable de estos elementos fundacionales de la modernidad, aunque de manera menos refinada y sistemática.

Contribuciones

Entre los puntos de la discusión actual a los que ha contribuido la posmodernidad se encuentran:

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una visión más favorable a la heterogeneidad sociocultural, político-ideológica y económico-productiva, lo que conlleva una indulgencia mayor hacia diferencias de todo tipo;

un cuestionamiento de la significación positiva atribuida a los procesos de industrialización y modernización y al crecimiento económico incesante en cuanto elementos determinantes de la nueva identidad colectiva y de una evolución histórica considerada como la única lograda y popularmente aceptable; y

un énfasis mayor en la inconmensurabilidad de los fenómenos sociales y culturales, en la índole contingente y aleatoria de los procesos históricos y políticos y finalmente en la naturaleza autónoma de muchas áreas y subsistemas del quehacer humano.

Aunque la posmodernidad no se ha preocupado por problemas concretos de la realidad económica y política, algunos de sus exponentes podrían coincidir con pensadores críticos de otras tendencias en las siguientes apreciaciones:

un sano escepticismo frente al gobierno de las mayorías, por más que éste haya sido legitimado por procedimientos electorales democráticos;

una razonable desconfianza hacia los grandes sistemas de control social y, por consiguiente, hacia toda forma de tecnocracia y burocracia, por más “modernas” que estas parezcan ser; y

una puesta en duda de los supuestos nexos entre crecimiento económico y justicia social o entre desarrollo y democratización.

A causa de los decursos históricos concretos del terrible siglo XX, parece conveniente renunciar a definiciones normativas de la identidad social y a todas las leyes y lógicas de la historia y, en cambio, concebir el campo de la praxis humana como una amalgama de los elementos más dispares, como un campo donde no hay líneas prefijadas de desenvolvimiento y donde la evolución efectiva depende de constelaciones inestables y hasta impredecibles de los factores más diversos. Constelaciones que, empero, ofrecen genuinas oportunidades para los intentos de modificar o reconstruir el tejido social en forma autónoma.

Una visión posmodernista o, mejor aún, una auténticamente crítica, podría vislumbrar en estas constelaciones factores posibilitantes de innovaciones en las esferas de la convivencia social, por más modestas que estas resultasen, evitando así los extremos del pesimismo histórico clásico, que estima la historia universal como una mera sucesión de hechos luctuosos, y del optimismo doctrinal, que ve en ella la acción benéfica de leyes inexorables y, por consiguiente, de líneas ascendentes de progresividad general.

Toda concepción razonable del carácter esencialmente fragmentario de la evolución humana mantiene una reserva escéptica con respecto a los grandes edificios teóricos que se distinguen por su sistematicidad y su carencia de contradicciones internas; lo más interesante y original de las creaciones intelectuales reside probablemente en sus inconsecuencias y fracturas, en sus dilemas y preguntas, y no tanto en sus pasajes convincentes, en su argumentación metódica o en sus conclusiones normativas.

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Así como el legado más notable de la tradicionalidad es la diversidad organizativa, económica, cultural y político-institucional de las sociedades pre-industriales, el aporte más relevante de los enfoques posmodernistas, del liberalismo crítico y de toda teoría anti dogmática, podría ser la defensa de la heterogeneidad de todo tipo y el rechazo de los procesos de homogeneización y uniformización, que son propios e inseparables del capitalismo occidental y del socialismo marxista.

Al no reconocer una cimentación unívoca de la verdad y tampoco un propósito teleológico en el desenvolvimiento histórico, se diluyen los criterios para juzgar la superioridad o inferioridad de los diferentes sistemas de organización social, de los múltiples períodos evolutivos y de los resultados inherentes a distintas formas de convivencia humana. Desaparecen los parámetros de absoluta certidumbre para evaluar y establecer jerarquías entre los productos generados por la pluralidad de pautas de comportamiento y estructuras institucionales; todos los fenómenos históricos, culturales y sociales resultan ser elaboraciones contingentes y, por lo tanto, reversibles y temporales del quehacer humano.

Lados oscuros

Es indispensable, por otra parte, consignar los lados oscuros del posmodernismo. Pensadores adscritos a tendencias marxistas ven en él una barrera a la praxis y al pensamiento emancipador, arguyendo que las teorías posmodernistas son insensibles a aquella realidad conformada por la opresión social y la explotación económica.

Pero aun sin compartir esta posición, se vislumbra en el posmodernismo un claro desinterés por la historia como proceso global, por la praxis política emancipadora y por las metas de todo proceso evolutivo. La negativa a efectuar juicios de valor sobre los variadísimos fenómenos sociales y artísticos puede comprenderse como una indiferencia básica frente a las opciones políticas del momento, como una pérdida de capacidad para elaborar un horizonte de sentido histórico y como una carta blanca para la mediocridad estética.

Entre las consecuencias de esto se hallarían la impasibilidad ante la suerte siempre precaria de los regímenes democráticos, la carencia de una sólida propuesta política y económica de gobernabilidad y la apología del sistema existente en un momento dado, porque éste representaría el marco general de referencia, que seria superfluo sobrepasar.

La posmodernidad parece así conllevar un efecto político conservador -como lo vio Jürgen Habermas-, a lo que se asociaría un sentimiento muy extendido de desconcierto, desencanto y escepticismo con respecto a los designios humanos de transformar o hasta de mejorar el mundo. A este respecto el posmodernismo reproduce, sin ninguna innovación, elementos centrales del escepticismo clásico.

Estas actitudes y secuelas que acompañan a la posmodernidad tienen que ver con su herencia nominalista y positivista, con su desdén exagerado por las cuestiones históricas, con su negativa dogmática a establecer jerarquías de valores y evidentemente con su inclinación, así sea indirecta, a legitimar el presente y sus modelos sociales.

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La prohibición fáctica de elaborar juicios valorativos conduce a que en las esferas de la ética, la estética y la política, la praxis humana quede librada a una arbitrariedad bastante irracional; el resultado puede muy bien consistir en aquella “culminación del nihilismo”, a la cual los filósofos posmodernistas no son refractarios. Si se supone que todo es intercambiable con todo, se llega a consentir y hasta celebrar la implantación de criterios meramente cuantitativos y a elogiar la declinación de los parámetros cualitativos; si se considera que todo es canjeable, sustituible y reproducible, entonces realmente anything goes.

Esta conocida máxima de Paul K. Feyerabend implica, empero, que las diferencias entre democracia y dictadura, entre una acción benéfica y otra maligna, se diluyan en lo azaroso de los caprichos subjetivos.

La crítica, muchas veces justificada, de lo sólido, de las identidades aparentemente consistentes y de las verdades avaladas por la tradición o el poder político, puede ser proseguida por los posmodernistas de modo exorbitante hasta conseguir que toda significación pierda su sentido, que todo pueda ser combinado con todo y que desaparezca toda gradación entre las obras de arte y del saber. Esta intención, que configuró uno de los puntos centrales del surrealismo, puede ser también interpretada como el anhelo íntimo y, en el fondo, decisivo de integrar en la conciencia individual los fenómenos dispersos del universo, pero bajo la modalidad de un caos informe y primitivo.

Se trataría, en última instancia, de una concepción armonicista y de una renovación de la mística religiosa llevada a cabo por ateos confesos y por teóricos nihilistas.

Uno de los aspectos más reprobables del posmodernismo es su talante dogmático, recubierto por un delgado barniz de tolerancia, regocijo y serenidad: sus representantes se burlan de todos los que no profesan las corrientes del día, que no estudian aquellas temáticas que están momentáneamente de moda y que sienten algún respeto por las tradiciones intelectuales. Por otra parte, los posmodernistas se molestan rara vez en poner en cuestión los presupuestos teórico-históricos de su propia doctrina y en analizar las consecuencias políticas y sociales que ella entraña.

En todo caso, los enfoques posmodernistas, en su apología del nihilismo y del anything goes, terminan por calificar el humanismo de una simple nostalgia restauradora, de una añoranza por Dios y por un sujeto imaginario…, cosas ahora prohibidas por el nuevo dogmatismo. Según esta visión el humanismo se reduciría a una ilusión pasajera, el yo consistiría en un receptáculo casual de sensaciones y pasiones, y la filosofía y la religión representarían solo ideologías, es decir argumentos destinados a legitimar y cohonestar transitorios intereses materiales.

Los mortales podríamos aspirar entonces únicamente a una idea pragmatista y relativista de la verdad: ésta se limitaría a lo que nos es conveniente en un momento dado. La conciencia moral sería una falacia, el derecho natural una ficción, los ideales de la emancipación una teoría entre otras, los grandes conflictos sociales y los debates meros juegos lingüísticos,

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los grandes textos literarios y filosóficos meros pre-textos para otros textos, los derechos humanos una convención aleatoria.

Esto trae consigo la abdicación de las facultades críticas de la filosofía y de las ciencias sociales y, consiguientemente, la transformación de éstas en algo muy modesto: según Richard Rorty, la superficialidad y la ligereza de la filosofía posmoderna, interpretadas por él como elementos positivos y constituyentes de la misma, coadyuvarían a desencantar el mundo y a convertir a sus habitantes en seres pragmáticos, más tolerantes, liberales y receptivos con respecto a las bondades de la racionalidad instrumental.

Necesidad de verdad

Contra estos frívolos excesos y las francas necedades de la posmodernidad hay que insistir en un concepto enfático de verdad y en la necesidad de algunos criterios de corte universalista.

Sin ellos estamos inermes ante los problemas realmente graves de nuestro tiempo, que como la crisis ecológica, la explosión demográfica, el renacimiento de fundamentalismos religiosos y étnicos o las demandas de las masas empobrecidas, trascienden las fronteras de estudios culturales y discusiones bizantinas, los intereses grupales o la perspectiva de una sola generación.

Las modas del día, las señales del mercado, los presuntos requerimientos momentáneos de las soberanías nacionales y todo criterio pragmático de utilidad, no pueden conformar los únicos puntos de vista para comprender la realidad y actuar sobre ella. Concepciones cualitativas globalizantes son sencillamente imprescindibles para la dilucidación de asuntos de ética y estética, para tratar adecuadamente el terreno de la política y para comprender la esfera de las genuinas creaciones artísticas y literarias.

Solo criterios cualitativos allende el relativismo extremo nos permiten percibir lo rescatable de la religión, de la cultura cotidiana preindustrial y de la solidaridad tradicional, fragmentos civilizadores que aún pueden ser útiles para mitigar la marcha del pensamiento pragmatizado y tecnocrático de la modernidad prosaica, en torno a la cual los enfoques posmodernistas extienden el cómodo manto del silencio, exhibiendo una clara complicidad con los fenómenos que dicen examinar. Después de todo, el posmodernismo se revela como una ideología legitimadora de la modernidad tardía, y de ninguna manera como una visión crítica de la misma.

La popularidad

Finalmente es útil mencionar algunos motivos de la popularidad actual de la posmodernidad y de sus muchas variantes, como el deconstructivismo, el posestructuralismo, la concepción del “pensamiento débil” (Gianni Vattimo), los estudios poscoloniales y subalternos y otras modas del corto verano del irracionalismo. Muchos de sus adherentes más fogosos son antiguos marxistas desencantados y con una cierta conciencia de culpabilidad o fracaso, que, plegándose a las corrientes de moda -una

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tendencia que siempre fue extremadamente difundida en América Latina- tratan de aniquilar todo indicio de aquellas doctrinas revolucionarias que hace poco tiempo tenían aún notables facultades para movilizar y encandilar masas y espíritus.

De la misma manera borran en sus conciencias toda huella de teorías revolucionarias, cuya carencia más grave en la actualidad resulta ser que han perdido el favor de la opinión pública. Las propensiones autorreferenciales del posmodernismo, el “todo vale” y la pretendida igualdad y validez de todo enfoque teórico les exime cómodamente de toda autocrítica, de todo esfuerzo por esclarecer su pasado intelectual y político. Los posmodernistas permutan así un sistema doctrinario desautorizado por la historia por otro conjunto de ideas no menos dogmático, pero que posee la innegable ventaja de gozar de la popularidad de los medios modernos de comunicación.

Con argucias que concuerdan aparentemente con los hábitos tolerantes y pluralistas del momento, rechazan todo análisis serio de posiciones disidentes, puesto que toda corriente teórica sería tan válida o tan inconsistente como cualquier otra. La flexibilidad conceptual que propaga el posmodernismo se inserta adecuadamente en la oscuridad de sus textos, en la proverbial y farragosa longitud de los mismos, en la carencia de lógica argumentativa, en su inclinación a combinar todo con todo, en su desdén por la historia de las ideas y en su clara afición a mezclar fragmentos de erudición con cúmulos de sinsentido lógico y oportunismo político.

En la sociedad contemporánea del consumo masivo, del gusto plebeyo y de la desorientación política, la posmodernidad ha resultado ser el instrumento ideal para conciliar el cinismo práctico y la retórica intelectual, y para hacer pasar esta deleznable mixtura por el último grito de las modas teóricas de alcance mundial.