Y esta lluvia que no para

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Y esta lluvia que no para [antología]

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antología de poemas y relatos escritos entreenero y mayo de 2012, en el taller de creaciónliteraria que forma parte del plan de estudiosde la licenciatura en lengua y literaturashispanoamericanas, de la coordinación de ciencias sociales y humanidades de la universidad autónoma de san luis potosí. en el taller participaron estudiantes de letras y de antropología.

Transcript of Y esta lluvia que no para

Y esta lluvia que no para

[antología]

Y esta lluvia que no para

[antología]

consigna

rechazo cualquier automatismo,

cualquier pérdida de la conciencia,

cualquier maquinación que trate

de apartar al espíritu de su vigilia…

josé revueltas

B

orrar es nuestra manera de regresar en el tiempo.

Cuando apenas ha sido escrita, la idea advier-

te que puede salir a la calle con mejores ropas o

reencarnar con su desnudez más sincera. Enton-

ces borramos, para volver al principio, para darle una segun-

da oportunidad de existencia a esos rasgos hechos de palabras

(único semblante que importa cuando se intenta fraguar una

presencia a través de la escritura). Por algo los editores hablan

del borrador, es decir, del texto que no ha llegado a ser defini-

tivo. Por algo también ciertos escritores juzgan provisionales

todos sus trabajos, aun los que ya han sido leídos por genera-

ciones. En la escritura nada es irrevocable y la letra impresa

tan sólo brinda la ilusión de lo fijo y lo intacto.

Cuando por voluntad propia borramos una parte o la totalidad

de lo escrito, en cierta forma adelantamos el juicio del tiempo

y quizá de los lectores. Reconocemos el error y deseamos en-

mendarlo, advertimos la falta de empeño y decidimos reen-

cauzar el esfuerzo con más y mejores elementos. Admitimos

[4]

[5]

incluso la inutilidad del empeño. Al juicio crítico sigue la bo-

rradura y la persistencia en la lucha por escribir de veras. Tal

vez el genuino ejercicio de escribir comienza entonces, cuando

los trazos se desvanecen por la acción lateral de la goma sobre

el papel o cuando las grafías se pierden de vista en la pantalla.

Borramos para volver a pensar, para abrirle un espacio limpio

a la memoria, para que el deseo no se aleje de sí mismo.

La antología que comienza tres páginas adelante no es por

tanto el resultado de un taller sino el punto de partida de quie-

nes tienen en sus manos la oportunidad de escribir literaria-

mente. Sus trabajos muestran que una misma anécdota, un

solo motivo o una película (en este caso de Jim Jarmusch) pue-

den ramificarse en innumerables realizaciones literarias, cada

una independiente y legítima. Sus poemas confirman que los

recursos de las vanguardias no son propiedad de unos cuantos

autores, sino flujo constante de posibilidades para articular

forma y sentido. Cada quien ha revisado con mayor o menor

empeño y cada quien ha corregido tanto como ha juzgado ne-

cesario. Queda en su fuero interno reconocer hasta dónde lo-

graron su deseo de convertir una sucesión de palabras en relato

o poema. A ese juicio crítico seguirá el de quienes brinden su

tiempo para sopesar lo escrito. De las lectoras y lectores no pe-

dimos, pues, un trato amable, sino una mente despejada que

nos diga si vamos bien o nos conviene borrar de nuevo.

josé manuel mateo

[relatos]

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el perro

Piensas que la lluvia es ácido que desintegra tu piel. Buscas

dónde guarecerte. No encuentras refugio alguno. Entre las

personas, atropellas y eres atropellado.

El tráfico aumenta la cólera de aquellos que, como tú, desgra-

ciadamente, se encontraban afuera cuando comenzó el diluvio

citadino.

En la esquina un perro escurre agua y mugre. Lo envidias al

verlo tan contento bajo la lluvia.

Hace algunas horas la ciudad semejaba un desierto. Enton-

ces era impensable que una lluvia tan abundante cayera, aun

cuando todos lo desearan.

Buscas un taxi, pero todos están ocupados. Aunque los autos

no avanzan mucho, parecen mejor opción que la intemperie.

Decides avanzar unas calles arriba en busca de una avenida

despejada y con algún taxi disponible. Al fin encuentras uno,

haces la parada, se detiene y entras al auto empapado, como

el perro que viste hace unos momentos. De manera automá-

tica saludas al chofer, le indicas a dónde quieres ir. Arranca

el auto.

A medio camino imaginas que estás en tu cama, cómodo y

seco. Dos cuadras antes de llegar a casa, el taxista pierde el

control del auto. Has muerto y no lo puedes creer: como el pe-

rro de la esquina esta mojado y sucio.

Carlos Reyes Torres

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un filete y la vida real

Piensas que la lluvia arreciará, miras el pavimento mojado y

brillante, se te ocurre buscar un refugio, lo más cercano posi-

ble, pero, mala suerte, no encuentras ninguno, así que te deci-

des por apretar el paso y caminar a lo largo de la avenida para

llegar a tu casa.

Aunque la lluvia parece amainar, ya estás bastante empapado.

Te faltan dos cuadras para llegar a casa y agradeces que por lo

menos no haya viento; sin embargo te has puesto de mal hu-

mor: la ropa pesa más de lo normal y el cabello está hecho una

sopa.

Una mujer te mira, camina hacia ti y parece que te habla, la ves

mover los labios rápidamente. No puedes escucharla, el ruido

de los autos te lo impide; te preguntas si la conoces. No, nunca

antes la habías visto. Ya está cerca de ti y tú la tiras de a loca,

aunque no dejas de notar que se ve muy guapa con el cabello

suelto, negro, escurrido. Corres para atravesar la avenida y no

hacerle caso a la mujer, lo único que quieres es llegar a casa

cuanto antes. Esquivas los primeros autos que pasan rugiendo

cerca de ti y casi al llegar a la otra acera un auto te alcanza. No

fue un golpe importante.

Un hombre te pregunta si estás bien, mientras sigues en el

suelo, aturdido. Eres incapaz de responder, buscas con la mi-

rada a la mujer; es inútil, ya estás rodeado de curiosos que no

te dejan mirar más allá del pequeño círculo que han formado

a tu alrededor. Logras levantarte haciendo grandes esfuerzos.

—Estoy bien —le dices al hombre que antes te había pregunta-

do, luego miras a todos y vuelves a decir que estás bien. —Espe-

re al menos que llegue la ambulancia —dice una señora gorda

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enfundada en un impermeable amarillo. —No, está todo bien

—exclamas, y sigues tu camino. Todos permanecen atentos a tu

andar, Después, poco a poco, los curiosos comienzan a disper-

sarse, cambian impresiones y le cuentan lo que ha sucedido a

quienes llegaron tarde para presenciar los hechos.

Caminas un tanto adolorido, pero fuera de eso de veras te

sientes bien; has tenido suerte de que no pasara a mayores el

accidente y das gracias a la fortuna. De pronto, te percatas de

que alguien te sigue, vuelves la mirada hacia atrás y descubres

que es la misma mujer de la que huías antes. Ahora si la ob-

servas con cuidado, es realmente guapa y lleva un libro en la

mano derecha. Aminoras el ritmo del paso para que la mujer

pueda alcanzarte sin mucho esfuerzo. Cuando llega a tu lado

quiere saber si te encuentras bien; tú contestas que sí. —Me

alegro —agrega ella. Por un momento se hace un silencio entre

los dos.

—¿Has leído la Biblia? —pregunta ella de repente.

—Francamente no —respondes.

—Te invito a que lo hagas.

—Si, quizá lo haga esta tarde —comentas con burla. Luego ella

te habla de Jesús, que había sido crucificado para salvarte.

Se te ocurre que si esto fuera un cuento o una telenovela cual-

quiera, invitarías a la predicadora a pasar a tu casa para secarse

el cabello y tomar un café bien caliente y ella aceptaría. En-

tonces le hablarías de que tu color favorito es el rojo y ella te

explicaría que cuando pequeña le gustaba el rosa pero después

prefirió el azul. Te quejarías de tu trabajo, comentarías que muy

pronto piensas dejarlo por uno mejor. En fin, terminarías di-

ciéndole una frase cursi y ella te creería un poeta, de esos que

abundan en la calle.

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Pero como esto es la vida real, te molesta su voz que suena

como pito; es guapa pero de una voz espantosa. Por eso, cuando

te pregunta si quieres que te lea un pasaje de la Biblia, tú con-

testas que no: pierde su tiempo contigo. Y como es la vida real,

ella no insiste, se aleja, se detiene frente a la puerta de una casa

y toca el timbre.

Llegas a tu casa. Pones a descongelar un filete de pescado.

Tomas del librero una novela policiaca. La historia te atrapa,

empiezas la quinta página cuando tocan a tu puerta. Abres y un

muchacho con uniforme de una empresa de pizzas está parado

frente a ti.

—Su pizza, señor.

—Yo no pedí ninguna pizza.

—Pero…

Cierras la puerta con enfado. El muchacho toca insistente-

mente, pero decides no hacerle caso y echas un ojo al filete que

sigue congelado en un plato, sobre la mesa.

José Alberto Navarrete Lezama

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lluvia seca

¿Piensas que la lluvia es seca y podría lastimarte?

Sabes que no es así, sin embargo, la evitas al caminar durante

los días de tormenta.

¿Acaso has notado que te mira el tipo de la esquina?

Sí, se burla de tus zapatos mojados; no se da cuenta de que él

también está empapado, aunque de él escurra una lluvia seca.

Sigues caminando, te topas con una criatura sonriente, esqui-

vas su mirada, avanzas por la avenida, donde corren presurosos

ríos de tinta imborrable.

En la esquina miras hacia atrás y observas a la criatura son-

riente; ves que alegre va brincando, esquivando los charcos ya

formados, mientras tanto, tu escapas entre la gente, gente que

te empuja, empapada de prejuicios y etiquetas, su lluvia seca.

Esa lluvia te moja hasta los zapatos.

María Elena Arévalo Rangel

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renée

Renée espera sentada en la cafetería; su café está perfecto, pues

ya le ha puesto leche y azúcar. Le da un sorbo, toma un cigarro

de la cajetilla y le da una calada, en eso, tú, mesero de nombre

olvidado, te acercas a ella.

— ¿Señorita le sirvo más café? —preguntas.

— No, ¿qué has hecho? Ya tenía el color y la temperatura ade-

cuada.

— Lo siento, en verdad lo siento.

Ella, indignada, tiene que preparar su café otra vez, le da un

sorbo justo antes de probar otra vez su cigarrillo; mientras tan-

to, hojea una revista.

Te acercas otra vez; apenado por tu error intentas sonreírle,

pero ella desvía la mirada y tú sientes miedo. No era una revis-

ta. Ella hojea un catálogo de armas de fuego.

— Lo siento —le dices con voz apagada.

Pobrecito, te alejas de Renée desconcertado. Ella continúa

hojeando su catálogo, bebe su café y fuma otro cigarrillo. Tú,

mesero de nombre olvidado, te desesperas e intentas arreglar

tu error conversando con la mujer. Eres un iluso, ella no cono-

ce a ninguna Gloria, tienes que irte de allí.

—¿Sabe? Café y cigarrillos no es un buen almuerzo —insistes.

— No se preocupe, éste no es mi almuerzo.

¡Ay¡ Para colmo, la has ofendido con tus comentarios, tú solo

esperas que ella no regrese a matarte cuando finalmente haya

comprado un arma de fuego.

Mauricio Anaya Rosillo

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enmudecencia

—¿Qué dices?

—Nada.

—¿Entonces?

—No dije.

—¿Nada?

—No.

—¿Qué cuentan?

—Nada.

—Pregunto…

—¿Qué cosa?

—Si escuche…

— Yo los escuche.

—¿A mí?

—A los dos.

Óscar Arriaga Olguín

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ficción x

El sonido inundó mi oído: una voz me hizo despertar. Abrí un ojo

sin percibir imagen alguna; el segundo recibió toda la luz. Junto

a la cama, del lado izquierdo, una máquina mostraba coordena-

das y números; al parecer se trataba de mis signos vitales.

Varios electrodos están unidos a mi mano, a mi nariz, a mi pe-

cho. Recuerdo entonces el accidente, por eso estoy aquí. Dos

personas se acercan charlando, usan batas y aparatos extraños.

—El experimento está terminado —dijo uno de los sujetos

apuntándome con el índice—. Anote la fecha y hora —ordenó.

Los aparatos alertaron a los sujetos y ambos observaron que

yo había recuperado la conciencia. —El proyecto 2301188 está

reaccionando —dijo uno. Retiré los electrodos de mi cuerpo,

me levanté de la cama y salí de la habitación por un pasillo es-

trecho con múltiples puertas en cada pared.

Con horror vi que dos hombres de vestiduras negras me se-

guían. Empujé una puerta, atravesé el umbral y la atranqué con

una silla. En la habitaciónsólo había una cama. Vi otra puerta y

al abrirla me encontré en un baño. Alguien acababa de salir; un

periódico en el piso y un rastrillo en el lavabo así lo indicaban.

Sin duda se trataba de un periódico, aunque no se parecía en

nada a los que yo recordaba. 25 de febrero de 2090. Ésa era la

fecha. Levanté la mirada y me vi en el espejo del baño. Toqué mi

rostro, pero ése no era yo. ¿Quién era entonces? No sé que me

ha pasado, pero lo voy a descubrir.

continuará…

Óscar Arriaga Olguín

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un día con sol

Desperté y al ver que el sol iluminaba mi habitación pensé que

sería un gran día. Salí de casa con rumbo a la escuela, cuando

de pronto y sin saber cómo, grises nubes ocultaron el sol; unos

minutos después comenzó a llover. Sin importar el inesperado

cambio de clima seguí caminando; después de todo, la lluvia me

refrescaba el ánimo. Al cruzar una calle me tropecé y caí en un

charco. Me puse de pie enseguida, como si nada hubiera pasa-

do, pero entonces vi a un tipo que, sin por lo menos disimular,

se reía de mí, como si él no se encontrara en las mismas con-

diciones: completamente mojado. Continúe mi camino; junto

a mí pasó una linda chica que al mirarme se detuvo, sintién-

dome avergonzado y antes de que ella lograra articular palabra

comencé a correr, escuche su voz a la distancia. Me detuve y

mientras volteaba un automóvil me atropelló.

Desperté en un cuarto de hospital. Como en la mañana an-

terior el sol iluminaba el espacio. Di media vuelta en la cama y

entonces la vi: allí, a mi lado estaba esa linda chica. Sin lugar a

dudas, éste sería un gran día.

Pamela Ortega Rodríguez

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sueño de café

Eran las 2 p.m. en punto y Renée no sabía qué hacer. Nervio-

sa, encendía su cigarro en el área de fumadores del coffee shop

mientras esperaba a que se colocaran todas las estatuillas do-

radas y se extendiera la kilométrica alfombra roja. ¿Quién ca-

rajos iba a sospechar de ella? ¿Acaso eso no pasa también en

tnt? Nadie, ni su sombra, podría saber sus planes. Ansiosa y

hojeando su catálogo, indispensable para toda mujer de armas

tomar, repasaba el plan una y otra vez: “avanzar lentamente y

actuar como la verdadera”.

La cafetería estaba casi sola, únicamente unos cuantos clientes

se encontraban sentados cerca de ella: una pareja al fondo y dos

mujeres cerca de la puerta del establecimiento. El ambiente

dentro del Sogni di caffè era tranquilo, los grandes hits de Paul

Personne sonaban seductores en la rocola. Renée se servía una

taza de café más cuándo al ritmo de Disparue entraron como

marabunta varios hombres vestidos de negro formando una

valla humana para que Alfred Molina se deslizará entre aquel

camino de centinelas. Por la reacción de la jefa de meseras, ya

estaban esperándolo con una mesa reservada en la zona vip.

Entretenida con el espectáculo, Renée dio un sorbo a su segun-

da taza de café. “Si que hay variedad en este cafecito, pseudo

italiano con su blues francés y sus actores importados”, se dijo

mientras el recinto comenzó a llenarse de estrellitas artificiales

y de achichincles que cerraban la retaguardia de aquellos seres

de un mundo peliculeramente hollywoodense.

Comenzó a escuchar la plática de todos, el bullicio fue en au-

mento. Bien podía estar escuchando la conversación de rza,

gza y Bill Murray o la charla, tipo la hora del té inglesa, acerca

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de quién ganó más premios en el festival de Cannes y en los re-

cientes SAG Awards que sostenían Molina y Steve Coogan. En

aquel rincón que antes ocupara la pareja de tórtolos —los que de

seguro tenían a Paul sonando— se encontraba ahora un grupo

de rock alternativo y los que seguramente pusieron a sonar a

The Strokes con su mejor indie.

Eran ya las 4:30 pm y su decimoquinta taza de café se había

enfriado. Todas las estatuillas habían sido colocadas, la alfom-

bra carmesí resplandecía con su característico brillo de tela de

treinta mil euros el metro. De la horda de estrellas hollywoo-

denses y músicos extravagantes sólo quedaban unos cuantos.

Renée decidió abandonar la cafetería y poner en marcha su

plan de usurpación que hasta el momento no parecía estar en

práctica. Pero antes de salir dos tipos altos ataviados de negro

la detuvieron. Asustada y sin saber qué hacer comenzó a bal-

bucear, hasta que una voz gruesa que reconoció al instante, le

dijo: —Renée, qué sorpresa encontrarte aquí; por cierto, llamé

a Lauren hace media hora. Dijo que no podía participar en el

proyecto, así que ahora es todo tuyo. Qué suerte encontrarte

aquí antes de la ceremonia.

Ella no contestó, Alfred y Steven la miraban con una enorme

sonrisa, aún no era la hora del tradicional desfile por la red car-

pet y su plan ya era todo un éxito, sólo tenía que hacer una cosa

más y todo iría de maravilla: impedir a toda costa que la verda-

dera Renée Zellweger se escapara de su cautiverio y frustrara

su sueño de recorrer aquella tan soñada alfombra. Sí, fue una

excelente idea entrar al Sogni di caffè.

Teresa de Jesús Ramos Rivera

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lluvia sólida

Mientras caminaba por la avenida Carranza, rumbo a mi re-

unión masónica, mi zapato derecho experimentó un contacto

extraño. Sin duda había dado un mal paso: mi rostro se contrajo

de dolor y, con enfado, comprobé que mi cuerpo no había sabi-

do fijarse en dónde convenía pisar. Fue en el cruce de Carran-

za y Avanzada donde pasó la desgracia. Mi zapato izquierdo se

incrustó en una de las alcantarillas gigantes que el municipio

instaló recientemente. Tal parece que incluso cuando hacen

algo bien no prevén las consecuencias de sus decisiones. Cada

alcantarilla, en esta avenida, es del tamaño de la calle, con ren-

dijas de casi veinte centímetros, donde cabe perfectamente la

punta de un zapato y, por ende, puede producirse un accidente

vial. Precisamente como ocurrió conmigo: todo mi cuerpo se

inclinó hacia el frente y la mochila contribuyó bastante para

darle impulso a la atroz caída.

“Esto no es gracioso”, pensé instantáneamente cuando vi que

un tipo se burlaba de mí. El sujeto, que parecía esperar el bus que

va en dirección al centro, se dignó a acercarse. Era uno de esos

días en donde casi nadie sale de su hogar, excepto quienes tra-

bajan. El hombre me ofreció ayuda pero la rehúse: —Estoy bien,

gracias; sólo mi ropa, al igual que la tuya, está más mojada.

No dije nada más y el tipo se fue. Decidí volver a mi casa, de-

cisión que sin duda habría de resultar perjudicial porque justo

ese día iría a la reunión una de las personas más importantes de

San Luis Potosí a quien le hubiera podido pedir una beca para

mi viaje a Uruguay.

Al bajar del taxi, vi a mi vecina, que también iba llegando en

taxi a su casa. No estaba tan mojada como yo, pero, por su ma-

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nera de mirarme, parece que se percató de que yo me había caí-

do. La lluvia aún no había menguado, por eso cuando presentí

que me iba a dirigir la palabra, agaché la cabeza para evitar la

conversación. Mientras los taxis avanzaban y mi vecina abría la

puerta de su casa, no supe cómo pasó, un Jetta me aventó hacia

un poste de luz, a unos metros de donde estaba mi vecina.

Realmente no recuerdo del todo lo que pasó, sólo empecé a

escuchar gritos ensordecedores y después sólo un susurro.

—Mamá, yo sólo quería invitarlo a la casa, para que se secara,

pero por vergüenza no lo llamé a tiempo. ¿Por qué pasó esto?

—No lo mires, no fue culpa tuya, ya estará con su papá.

Dejé de escuchar del todo. Comencé a entrar en una obscuri-

dad tremenda y, al instante, observé una de las luces más bellas

que jamás, nadie, ha visto. Era una luz pequeña pero tan inten-

sa que aun cuando alguien quisiera apagarla sólo conseguiría

encenderla aún más.

Steek Absalón Martínez Torres

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una historia corta

Una mujer está sentada en la mesa de un café. Enciende un ci-

garrillo, hojea una revista, agrega unas cucharadas de azúcar a

su taza y mira por la ventana próxima. Es de mañana y el sol

tímidamente empieza a iluminar el establecimiento.

La mujer es delgada, viste una blusa que deja al descubierto

sus hombros, falda corta, mallas y zapatos de tacón alto. Hay

una expresión de seriedad en su rostro, lleva los ojos delinea-

dos y su nariz es algo afilada. Se concentra en la revista, aunque

a veces desvía la mirada hacia la calle o recorre con la vista el

negocio.

Un mesero se acerca a la mujer, le ofrece más café y un sánd-

wich. Ella contesta que no quiere café ni sándwiches. Él la ob-

serva como si la reconociera.

—Disculpa, ¿tú eres Gloria?

—Sí. ¿Cómo sabes mi nombre?

—Porque te he soñado.

—¿Y si tú también eres parte de un sueño?

—Eso no puede ser. ¿Cuándo se ha visto?

—Está bien. Yo sólo decía.

El mesero se retira, atiende a un cliente que acaba de entrar:

un hombre con traje blanco. Después de un rato regresa a don-

de la muchacha.

—¿Más café?

—No, gracias.

—Pero, ¿cómo está eso de que soy parte de un sueño?

—Sí, claro, puede ser, no me preguntes cómo.

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Gloria despierta, toma un baño, se viste y sale a la calle sin

rumbo fijo. Ernesto se prepara para salir a su trabajo, está em-

pleado de mesero en un café. Rogelio se viste con un traje blan-

co y decide tomar el desayuno; tiene el tiempo suficiente para

ello y luego dirigirse a su empleo. Mientras bebe su taza de café

trata de recordar lo que ha soñado, pero le es imposible.

José Alberto Navarrete Lezama

[poemas]

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suena

suenaresuenares

suenasuenaresuenasuena

resuenaasuenasuenaresuenaa

suenasuenaresuenaasueanare

suenasuenaresuenasuena

suenaresuenares

suena

sonaja

suena

sonaja

suena

sonaja

suena

sonaja

suena

sonaja

María del Rocío Flores Quistán

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Es

una

fo

rma Continuar en Sin m

ás remedio La vida no

c

ompl

ic

ada e l vertiginoso que seguir pued

e d

el se

r sendero respirando entender

se

la vida es un rehiletede sen

sacionese

s un

mi s

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o

Teresa de Jesús Ramos Rivera

29

Es

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ás remedio La vida no

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e d

el se

r sendero respirando entender

se

Revólver

Tú y yo somos los muertos, la carroña de esas aves

He venido darte muerte

a

Me han enviado

cobardes

los

Diana Alicia Almaguer López

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Vivir creer soñar amarodiar reír

Confusión LA MENTE DEL SER HUMANO LA COMPONEN

SIEMPRE SE COMPONE DE PALABRAS pasióndesilusión coraje

Pensar gritar olvidar

recordar ocultar

Alejandra Cázares

31

Lo

… .. que

….. … escurre

... en

mis

… oídos

… son

jugos

de

tu

olvido.

Óscar Orlando Hernández Tristán

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1. 2 la

Poca boca toca la loca

loca la toca

toca boca la

loca boca

1.1 La sonaja Suena Asuena Resuena

Suena asuena resuena la sonaja

Asuena resuena la sonaja suena

Resuena la sonaja suena asuena

María del Rocío Flores Quistán

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C O N R R N O C

E S E N T I I T N E S E

M I E N T O S I I S O T N E I M

N S E N T I M I I M I T N E S N

E N T O M I E N N E I M O T N E

T O M I E N T T N E I M O T

O S I N S E N N E S N I S O

T I M I N N E I M I T

T O M I I M O T

E N N E

TO

M I E N T O

S I N R E M O R D

I M I E N T O M I

E N T O S I N

S E N T I M

I E N

María Elena Arévalo Rangel

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sin-toma

La sensibilidad cubre mi cabeza como la ociosidad plantea mis dudas acarreamos la zozobra de las nochespara emigrar hacia tus palabras sin sentido.Pavorosa corrosión de lamentos lúdicos que siempre jugando con tus lágrimas secan sueño en sueño tus poros antes letras.

Óscar Orlando Hernández Tristán

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duda

Si tan sólo un momento volviera,

aunque se marchara después,

¡cuántas cosas de amor le dijera!

Con mi llanto bañaría sus pies…

Dime, luna, si esta noche

con tus rayos lo puedes ver.

Dime, lucero del alba,

si su espíritu me ha sido fiel.

Samara Gordoa Díaz

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edades

Edad tardía,

edad temprana,

años que pasan.

Años que van y vienen.

Tiempo recorrido,

reloj descompuesto.

Tardía edad.

Correr de los días,

desacompasado tiempo.

Temprana edad.

Añoranza dulce

detenida en un suspiro.

Años van. Años vienen.

Tiempos que perduran.

Descompás

de la vida.

Teresa de Jesús Ramos Rivera

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diecinueve

Los 19 años son más conocidos como los casi 20.

Décadas incompletas.

Así como incompleta es la idea de lo que seguirá.

La nostalgia abruma a una infancia que se queda atrás.

Sólo en los recuerdos estará ese niño que tienes que dejar

pasar.

Y aviva las ilusiones de una etapa que no tardará en comenzar.

A los 19 años uno vive confundido y ansioso.

A la puerta de una nueva etapa a la que no se sabe si se quiere

o no llegar.

Pamela Ortega Rodríguez

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sola con la poesía

La poesía es oír cantar a los ángeles cuando entran al infierno.

Es ir a pedir paz y amor cuando estás tras rejas.

Es el llanto desconsolado del asesino cuando es liberado.

Es el grito descabellado de una doncella, la dulce sonrisa de

una tormenta.

Es dejar de amar y ceder ante el demonio de tu felicidad.

La poesía es la filosofía de un loco enamorado.

Es la religión de un chiflado excéntrico que vaga en busca de

amor.

Es el par de zapatos mojados por una lluvia seca.

Es estar en el paraíso aun cuando estás en un campo de

concentración.

Es quitar las notas del refrigerador y por fin respirar.

María Elena Arévalo Rangel

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busco y no hallo

Busco y no hallo

fractura tan ácida

un habla tan expuesta

sólo aquí contradice al lector

nunca hubo un abrazo

para las palabras del aprendiz

lo concreto no encuentro

busco verso a favor

acero y no hueso

palabras ni más ni menos

que nunca hubo…

sólo aquí

Mauricio Anaya Rosillo

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manifiesto

La poesía es una avenida azul, un joven con el caminar

sombrío, la vagabunda mente que busca anclar al

menos una neurona.

Es la voz amarga, rebelde, pagana y suicida. Es la lengua

con piel de cascabel.

Es el grito imprudente de los amantes en medio de la

noche estrellada.

Es el canto alegre de protesta. Es el CANTO.

Es el dedo índice apuntando hacia la mancha roja en la

pared blanca.

Es el silencio sepulcral en esta ciudad-caos.

La poesía son los ojos del mendigo y su hedor de siglos.

La poesía son los pies enlodados del niño famélico, y

su cara manchada de tizne. La poesía es hija de la

tiznada.

Es la sonrisa esquiza, el llanto infinito, la desilusión

instantánea de mirar al ser amado con otro amor.

Como un bebé, la poesía nace libre, es el hombre quien le

pone grilletes.

La poesía es la mierda más pura. La mierda-diamante.

La poesía no existe sin la vida, más aun, la vida no existe

sin la poesía.

Carlos Reyes Torres

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la comida: ellos y nosotros

Qué sería de nosotros sin la comida

No sentiríamos ese placer del bocado

Aquellos pasteles de chocolate

O el delicioso bufé de los restaurantes

No comeríamos aquella carne

Aquellos dulces de colores

Que de niños degustábamos

Sin que importara otra cosa

En resumidas cuentas: es así que sin comida

Enfermaríamos, moriríamos, nos comeríamos,

Qué sería de ellos con la comida

Ellos sentirían el placer del bocado

Y de su estómago lleno a reventar

Probarían los más apetitosos manjares

Aquellos bufés, dulces, pasteles

No pensarían jamás en el hambre

No morirían, no enfermarían

Si todos tuviésemos comida

Gilberto Jasso Padrón

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manifiesto

Con palabras en desorden

Creen escribir un mundo ordenado.

Aves de rapiña con sentimientos despechados

Le escriben al amor, encantados.

Desdeño a quien escribe con palabras de poco alcance,

Al que vive confiado en que la rima es el arte.

Escriben para que no les entiendan,

Creyendo que entenderás todo.

Escriben incoherencias para que sentencies

Que en esos balbuceos está el origen del todo.

Malditos aquellos que se hacen llamar eruditos

Porque nadie los entiende.

Total, para hacer un pinche poema, sé incoherente, da igual.

A mí la poesía me es indiferente.

Michel Enrique Hernández Macías

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silencio

Shshshshshshshshshshshshshs

¿Te callas?

Shshshshshshshshshshshshshs

Cállate

Shshshshshshshshshshshshshs

¡Cállate!

Shshshshshshshshshshshshshs

Puuum Ahhhhhh!!!!!!!

Adriana del Carmen Zavala Alonso

índice

4 Consigna

9 El perro

10 Un filete y la vida real

13 Lluvia seca

14 Renée

15 Enmudecencia

16 Ficción x

17 Un día con sol

18 Sueño de café

20 Lluvia sólida

22 Una historia corta

27 Suena…

28 Es una forma…

29 Revólver…

30 Vivir…

31 Lo que…

32 1.2

33 Con resentimiento

34 Sin-toma

35 Duda

36 Edades

37 Diecinueve

38 Sola con la poesía

39 Busco y no hallo

40 Manifiesto

41 La comida: ellos y nosotros

42 Manifiesto

43 Silencio

© obranegra [por las características editoriales]

edición y diseño: josé manuel mateo

la ilustración de portada se basa

en una fotografía de josef koudelka

(sin título, francia, 1987).

obranegra 2012

cordillera central 361 casa c

lomas cuarta sección

78216, san luis potosí, s.l.p., méxico

[email protected]

y esta lluvia que no parareúne poemas y relatos escritos entre

enero y mayo de 2012, en el taller de creación

literaria que forma parte del plan de estudios

de la licenciatura en lengua y literaturas

hispanoamericanas, de la coordinación de ciencias

sociales y humanidades de la universidad autónoma

de san luis potosí. en el taller participaron

estudiantes de letras y de antropología.

en la composición se empleó

la familia filosofía en 11.5 / 16.5 puntos

junio de 2012.