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    Captulo Tercero

    El Pacifismo Cosmopolita de Norberto Bobbio

    La guerra moderna

    La reflexin de Bobbio sobre el tema de la guerra y de la paz1partedel intento de definir la nocin misma de guerra. En particular, Bobbio seesfuerza por cap tar las novedades que el fenmeno de la guerra presentaen la poca nuclear, en el contexto de la guerra fra y del equilibrio delterror. Es ms, puede decirse que lo que estimula su reflexin y la vuel-

    1 Norberto Bobbio ha afrontado por primera vez el tema de la guerra y de la pazdedicndole todo un curso de filosofa del derecho en la Universidad de Turn duranteel curso acadmico 196465. El manuscrito litografiado en el que estaban recopiladasestas clases llevaba por ttuloIIproblem a delJa guerra e le vie clella pace(CooperativaLibrara Universitaria Editrice, Turn 1965, manuscrito litografiado al cuidado de N.Betti y M. Vaciago). Con este mismo ttulo, en 1966, Bobbio public en Nuovi Argomenti (1, 1966, 34, pp. 2990) lo que se considera generalmente como su trabajo msimportante sobre el tema de las relaciones internacionales. Trece aos despus, en 1979,con el mismo ttulo IIproblem a delta guerra e le vie della pace Bobbio public enil Mulino una recopilacin de escritos en la que, junto al ya aparecido en NuoviArgomenti, se encontraban tres trabajos, publicados entre 1965 y 1977, que tienen una

    particular relevancia terica acerca del tema que nos interesa. Son:Diritto e guerra,de1965,Lidea delta pa ce e i lpacifism o, de 1976 yLa nonviolenza un'alternativa?, de1977. A lo largo de los aos ochenta y noventa, siguiendo fiel a las posturas tericasdefinidas en los escritos de los veinte aos anteriores la nica excepcin es la recon-sideracin de la doctrina de la guerra justa Bobbio ha dedicado una gran cantidadde ensayos breves, artculos y escritos ocasionales al tema de la guerra y de la paz. Estostextos han sido recopilados de manera selectiva por Bobbio en los dos volmenes: IIterzo assente,cit., y Una guerra giusta? Su l conjlitto del golfo(Marsilio, Venecia 1991).Esta ltima y breve recopilacin de escritos est dedicada a la Guerra del Golfo Prsi-co y a las polmicas suscitadas por la toma de posicin de Bobbio a favor de la inter-vencin militar de las grandes potencias contra Iraq y Sadam Husein. Finalmente hayque sealar, como dos contribuciones significativas, la voz Paceen elDizionario di poli-tica(N. Bobbio, N. Matteucci, G. Pasquino (eds.), UTET, Turn 1983) y el trabajoDemo-crazia e sistema internazionale, de 1989, reeditado en la edicin de 1991 deII futuro delta democrazia(Einaudi, Turn). Con la nica excepcin del curso de 196465, no

    publicado en imprenta y que no he podido examinar, en este trabajo he tenido en cuan-ta todas estas fuentes bibliogrficas y slo stas.

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    ve dramtica es el tema de la valoracin tica y jurdica de la guerramoderna ante la amenaza permanente del estallido de un conflicto nuclear.

    Ninguna guerra del pasado , por larga y cruel que haya sido, observaBobbio, ha puesto en peligro la misma supervivencia de la especie huma-na. Ya slo por esta sencilla razn las teoras tradicionales que intentan jus-tificar hoy la guerra aparecen como pueriles o monstruosas. En las cir-cunstancias histricas actuales ya no es posible justif icar la guerra desde un

    punto de vista teleolgico y utilitarista. Ya no se puede sostener, siguiendoa Humboldt, Hegel o Nietzsche, que la guerra es til para el progreso moralde la humanidad. Ni tienen ya sentido las tesis de Cario Cattaneo o VctorCousin, para quienes la guerra era fuente de progreso civil, una especie de

    sangriento pero fecundo intercambio de ideas entre los pueblos. Ni tansiquiera se puede sostener, segn Bobbio, que la guerra es un factor de pro-greso tcnico, como quera el evolucionismo darwimano y spenceriano. Laguerra moderna es pura y simplemente un fenmeno irracional y destruc-tivo, que no ofrece ninguna ventaja desde el punto de vista material, civil otcnicocientfico y que est despojado de cualquier justificacin moral2.

    Por estas razones Bobbio se opone tambin a las versiones ms dbi-les del optimismo blico y tiende a asumir una posicin de radical nega-cin tica y jurd ica de la guerra: para l, ya no slo es insostenible que la

    guerra sea, un factor de progreso, sino tambin que el progreso tcnicocientfico pueda consentir una gradual contencin de la guerra. En reali-dad, el equilibrio del terror nuclear no apunta a la superacin gradual de laguerra sino que vive precisamente sobre la permanente posibilidad dela guerra, una posibilidad que ese equilibrio alimenta de m anera constanteen el terreno de la investigacin tcnicocientfica y de la produccinde armas cada vez ms sofisticadas y destructivas.

    Bobbio es, por tanto, fuertemente crtico tambin con la doctrinaticoteolgica del bellum iiistum, en la que no ve un intento de someter

    la guerra a reglas morales sino, en sustancia, una cap itulacin moral fren-te a las razones de la guerra. La teora de la guerra justa escribe Bob-bio en un ensayo de 1966 ya haba entrado en crisis por la aparicinde la guerra moderna. Y el desencadenam iento de la guerra atmica le hadado el golpe de gracia3. An siendo una teora intermedia entre el beli-cismo y el pacifismo, la teora del bellum iustumha sido usada principal-mente, a partir de Agustn, para negar la validez del pacifismo y admitircomo posibilidad las finalidades ticas de la guerra. Pero hoy est muyclaro, sostiene Bobbio, que esta doctrina no ofrece ninguna certeza en lo

    2 Cr. N. Bobbio,11 problema della guerra e le viedellapace,cit., pp. 3135,4349,6570.

    3 ,Ibid.,pp. 5160. Vase adems el ensayoMorale e gueira en N. Bobbio,II leo assente, cit., pp. 166177.

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    que se refiere a los criterios de valoracin moral de los eventos blicos.

    Adems, tampoco est en condiciones de indicar quin puede juzga r lasrazones y las sinrazones de los beligerantes desde un punto de vista supe-rior y neutral.

    La doctrina de la guerra justa, en definitiva, en vez de lograr quegane quien tiene razn ste debera ser el objetivo de todo procedimiento

    judicial correcto ha sido excogitada y usada para dar la razn a quiengana. Ni siquiera la legitimidad moral de la guerra de defensa de un Esta-do agredido po r otro Estado, argumento central del ius ad bellum sos-tiene, una vez ms, Bobbio se mantiene en la poca nuclear. La propia

    distincin entre guerra de defensa y guerra de agresin es hoy dudosa. Sise usan armas nucleares y su uso puede ser el desenlace fatal de una gue-rra iniciada con armas convencionales la guerra de defensa en sentidoestricto ha perdido toda razn de ser. Los expertos militares reconocen que,en una guerra com batida con armas nucleares, lo que realmente importa esasestar el prim er golpe y hacer que sea un go lpe mortal, que elimine lacapacidad de represalia del enemigo. Lo dems no es sino venganza o sui-cidio colectivo4.

    Por tanto la guerra moderna es, en su significado normativo msamplio e intenso, legibus soluta.Escribe Bobbio:

    La guerra moderna se coloca fuera de todo posible criterio delegitimacin y legalizacin, ms all de cualquier principio de legiti-midad o de legalidad. Es incontrolada e incontrolable por el derecho,como un terremoto o una tormenta. Despus de haber sido conside-rada bien como un medio para realizar el derecho (teora de la guerra

    ju sta ) bien como objeto de reglamentacin ju rdica (en la evolucindel ius belli)la guerra vuelve a ser, como e n la represen tacin hob

    besiana del estado de naturaleza, la anttesis del derecho5.

    Para Bobbio para el Bobbio que escribe a comienzos de los aossesenta del siglo XX la guerra es la expresin evidente de la irracionali-dad anrquica en que se encuentran las relaciones entre los Estados sobe-ranos. El altsimo riesgo presente en el equilibrio del terror seala la debi-lidad de las teoras tradicionales del equilibrio internacional y denuncia, almismo tiempo, la impotencia de las instituciones internacionales que, tras

    el flagelo de la Segunda guerra mundial, se haban propuesto el objetivode garantizar una paz estable y universal, superando la idea del equilibrioy dando vida a poderes supranacionales fuertes.

    4 Cfr. N. Bobbio,Itproblema delta guerra e le vie delta pace, cit., pp. 5556.5 Ibid.,p. 60; cfr. adems N. Bobbio,II conflitto termomicleare e le tradizionali

    giustificazioni delta guerra,en Id.,It terzo assente,cit., pp. 2330 e ibid.. Filosofa deltaguerra nell'era atmica,pp. 3153.

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    Partiendo precisamente de esta consideracin la situacin de anar-

    qua e irracionalidad a la que ha llevado el equilibrio entre las grandespotencias Bobbio traza su original va de la paz, a la que da el nom-bre de pacifismo jurdico o pacifismo institucional.

    Con esta frmula Bobbio pretende diferenciar su pacifismo activotanto del pac ifismo instrumental, que se limita a proponer una intervencin sobre los medios el control sobre la produ ccin de armas, eldesarme, etctera , como de los pacifismos de tipo tico, pedaggico oteraputico, que apuntan a la educacin civil de los hombres o su conver-sin a la virtud de la templanza. En particular, Bobbio se distancia del paci-fismo absoluto de la noviolencia, pese a respetarlo profundamente, por-que ste hace de la paz un fin ltimo, ms que un medio y un valor relativo,

    por muy im portan te que sea6. Adem s, considera que la no vio lencia esescasamente eficaz en el terreno poltico.

    E lpacif ism o jurdico

    Segn Bobbio, la solucin hay que buscarla ms bien en una reformadel derecho y de las instituciones internacionales que extienda a las rela-

    ciones entre Estados el principio de la monop olizacin de la fuerza.Escribe, con su acostumbrada claridad, que:

    para el pacifismo jurdico el remedio clsico es la institucin delsuperEstado o Estado mundial. Lo que hace inevitable el uso de lafuerza en el plano internacional es la ausencia de una autoridad supe-rior a los Estados individuales, capaz de decidir quin tiene razn yquin no la tiene, y de imponer su propia decisin con la fuerza. Poresto, la nica va para eliminar las guerras es la institucin de estaautoridad superior que no puede ser sino un Estado nico y univer-

    sal, por encima de todos los Estados existentes1.

    Y aade, adoptando del modo ms explcito el modelo de la domesticanalogy.

    el razonamiento que est en la base de esta teora es de una sencillezy una eficacia ejemplares: igual que con relacin a los hombres en elestado de naturaleza ha sido necesaria, en primer lugar, la renunciade todos al uso individual de la tuerza y, despus, la atribucin de la

    6 Sobre la paz como valor absoluto o como valor instrumental cfr. la voz PaceenN. Bobbio, N. Matteucci, G. Pasquino (eds.),Dizionario di poltica,cit., particularmentelas pp. 767768.

    1 Cfr. N. Bobbio, 77problema della guerra e le vie dellapace,cit., p. 80.

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    fuerza a un poder nico destinado a ser el que ostente el monopolio

    de la fuerza, asi los Estados, despus de caer nuevamente en el esta-do de naturaleza a causa de ese sistema de relaciones amenazadorasy precarias que se ha llamado equilibrio del terror, necesitan anlo-gamente pasar de la situacin actual de pluralismo de centros de

    poder , a la fase de concentracin del poder en un rgano nuevo ysupremo, que detente frente a los Estados individuales el mismomonopolio de la fuerza que el Estado detenta frente a los individuossingulares8.

    Bobbio piensa, por tanto, que un orden mundial ms pacfico (aten-cin, no la eliminacin tout courtdel uso de la fuerza) slo podr surgirde nuevas instituciones, que superen el sistema de los Estados soberanos

    el llamado sistema de Westfalia y que atribuyan poderes eficacesde intervencin polticomilitar a una autoridad central de carcter supranacional. A su juicio ste es tam bin el umbral de raciona lidad que lahumanidad tendr que superar para conjurar el peligro de la autodestruccin. Y esta es la perspectiva terica desde la que Bobbio considera que laorganizacin de las Naciones Unidas representa un anticipo y casi el ncleo

    generador de esas instituciones centrales que estarn capacitadas paragarantizar, en el futuro, unas condiciones de paz ms estables y duraderas.El pacifismo jurdico de Bobbio tiene profundas races en los clsicos

    del pensamiento poltico europeo, en particular, en Hobbes y Kant. Podradecirse que Bobbio interpreta y desarrolla el contractualismo de Hobbesen un sentido kantiano, al atribuirle un valor universalista y cosmopolita.Y al mismo tiempo, interpreta a Kant en clave hobbesiana, atribuyendo alfederalismo kantiano el significado de autntico proyecto de superacin dela soberana de los Estados nacionales y de constitucin de un Estado

    mundial9.De Hobbes toma prestadas Bobbio, adems de la idea del estado de

    naturaleza como condicin anmica y anrquica, las categoras depactum societatisypactu m subjectionis.A l utilizar el contractualismo hobbesiano en clave normativa y al aplicarlo a las relaciones entre Estados, Bobbiosostiene que, para pasar de la situacin de anarqua y de guerra a un siste-ma poltico ordenado y establemente pacfico, es necesario que los Esta-dos suscriban tanto unpactu m socie ta tiscomo unpactu m subjectionis.Bobbio entiende metafricamente estos pactos como procedimientos con-sensales mediante los cuales los Estados confieren a un Tercero el poder

    , 8 Ibid.,pp. 8081.' 5 Sobre la discusin entre intrpretes cosmopolitas e intrpretes estatalistasL del pensamiento poltico de Kant cfr. la contribucin de A. Hurrell, Kant and the Kan-[ fian Paradigm in International Relations,en Review of International Studies, 16E (1990), 3, pp. 183205.

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    de regular de manera coactiva sus relaciones y sus eventuales controver-

    sias, y por tanto de garantizar la paz entre las naciones.Del escrito kantianoZum ewigen FriedenBobbio deduce una secunda

    prescripcin: es necesario que los Estados que quieren form ar la federa-cin pacfica y el posterior Estado mundial sean unas repblicas en sen-tido kantiano, es decir, es necesario que, si no son dem ocracias en sentidopleno , sean al menos Estados constitucionales comprometidos con el reco-nocimiento y la tutela de los derechos fundamentales de libertad de los ciu-dadanos 10. Esta es, segn Bobbio, la condicin para que el poder del Leviatn internacional no sea opresivo y el sistema internaciona l se asemeje a

    una democracia internacional, capaz de proteger los derechos humanos,ms all de las fronteras de los Estados e incluso contra su pretensin desoberana absoluta.

    Paz y democracia se implican recprocamente: mientras el despotismopuede ser considerado como la continuacin de la guerra dentro del Estado,la democracia internacional puede ser entendida como el modo de expandiry reforzar la paz, ms all de las fronteras de los Estados singulares11.

    Las instituciones internacionales

    Segn Bobbio, con la constitucin de la Sociedad de Naciones y, des-pus, de Naciones Unidas, la historia de las relaciones internacionales haemprendido, por fin, la va del pacifismo jurdico, abandonando las alter-nativas que siempre se haban practicado en el pasado, a saber, la anarquay la paz imperial. Las dos instituciones internacionales han sido, a decir de

    10 Cfr. N. Bobbio,II terzo assente,cit., p. 9; Id.,IIproblema della guerra e le vie

    della pace,cit., pp. 13,150. En sntesis, el esquema del pacifismo cosmopolita de Bob-bio, conlleva los cuatro pasos siguientes: 1. un pacto preliminar, y negativo, de no agre-sin entre los Estados que pretenden constituir entre ellos una asociacin permanente(pactum societatis,I); 2. unsegundo pacto, positivo, en el que los Estados acuerdan unaserie de reglas comunes para la resolucin de las controversias, evitando as el recurso ala fuerza (pactum societatis,II); 3. la sujecin a un poder comn capaz de hacer respe-tar los dos pactos suscritos anteriormente, recurriendo eventualmente al uso de la fuerza(pactum subjectionis)-,4. el reconocimiento y la proteccin de los derechos fundamenta-les de libertad, en modo tal que se impida que el poder constituido consensualmente seconvierta en desptico.

    11 Cfr. N. Bobbio,II terzo assente , cit.,pp. 89. En otro lugar, sin embargo, Bob-

    bio reconoce que no slo la tendencia actual, sino tambin la leccin de la historia,muestran como la formacin de los grandes Estados ha acontecido ms frecuentemen-te a travs de una potencia imperial, y por tanto desde arriba, que mediante un acuerdoentre Estados, y por tanto desde abajo. La nica verdadera alternativa a la paz de equi-librio ha sido la llamada paz de hegemona o incluso, por utilizar conceptos de RaymondAron, la paz de imperio {ibid.,p. 103).

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    Bobbio, el resultado de un au tnticopactum societa tis,aunque no hayahabido despus el necesariopactum subjectionis, es decir, la sumisin delos Estados contrayentes a un poder comn, al que competa la exclusivi-dad del ejercicio del poder coactivo. Naciones Unidas

    an siendo un paso adelante respecto a la Sociedad de Naciones, queera una pura y simple asociacin de Estados, no ha dado origena unsuperEstado, es decir, a esa forma de convivencia cuyas caractersti-cas fundam entales son el poder soberano y el monopolio de la fuerzalegtima. Las naciones que entonces se haban unido, y todas las que se

    han unido posteriormente, han seguido siendo Estados soberanos ynon han cedido el monopolio de la fuerza a una entidad sup eriorl2.

    An as, sostiene Bobbio, se ha dado un enorme paso adelante res-pecto a la Sociedad de Naciones, tanto por la efectiva universalidad delpacto, como por la atribucin al Consejo de Seguridad, en los artculos 42y 43 de la Carta, de la facultad de em prender todas las acciones necesarias,incluidas las militares, para el restablecimiento de la p a z l3, como, por lti-mo, por su inspiracin democrtica. Esta inspiracin deriva del recono-cimiento de los derechos humanos, que limita la autoridad de los rganosinternacionales surgidos de los acuerdos y no les atribuye el poder ilimita-do de los gobiernos autocrticos. No es casualidad, sigue diciendo Bobbio,que en las Naciones Unidas se haya previsto una institucin caractersticade toda sociedad democrtica, a saber, la Asamblea, en la que estn repre-sentados todos los Estados en condiciones de igualdad y las decisiones setoman por m ayora l4.

    Para Bobbio, mientras en las organizaciones internacionales convivan

    el viejo principio de la soberana de los Estados (con su precario equili

    12 Cfr. N. Bobbio,Le Nazioni Unite dopo quarant'anni,en Id.,II terzo assente,cit., pp. 97, 102103. Vase adems Id.,In Lode deU'Omi, ibid.,pp. 224226.

    13 Cfr. N. Bobbio, 11terzo assente, cit., p. 193.14 Cfr. N. Bobbio,Democrazia e sistema internazionale,cit., p. 207 (El enorme

    avance realizado no consiste slo en la universalidad del pacto, sino tambin, y sobretodo, en su inspiracin democrtica, lo que resulta tanto del reconocimiento de los dere-chos humanos, que limita de manera prejudicial la autoridad que nace del acuerdo y no

    le atribuye, por tanto, un poder ilimitado como el de los Estados autocrticos, como dela creacin de la institucin caracterstica de una sociedad democrtica, la asamblea enla que todos los contrayentes estn representados en pie de igualdad y que decide pormayora). Bobbio atena parcialmente estas afirmaciones, reconociendo que las garan-tas de los derechos humanos, en el sistema internacional, se detienen, salvo raras excep-ciones, en el umbral del poder soberano de los Estados, y recordando que en las Nacio-nes Unidas, junto a la Asamblea est el Consejo de Seguridad, en el que se reserva acada uno de los cinco miembros permanentes el derecho de veto sobre cuestiones no de

    procedimiento (ibid.,p. 208).

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    bro) y la nueva tendencia a originar un poder comn fuerte, el procesode democratizacin seguir incompleto. Hoy lo viejo y lo nuevo coexisten:lo viejo ha perdido legitimidad respecto a la letra y el espritu de la Cartade Naciones Unidas, pero lo nuevo no ha sido completamente realizado otiene escasa efectividad. As, por ejemplo, el art. 43, que prevea la obli-gacin de los Estados miembros de pon er a disposicin del Consejo deSeguridad las fuerzas armadas necesarias para prevenir y reprimir las vio-laciones de la paz, nunca ha sido aplicado y ha cado en d esuso15. Los dossistemas conviven, por tanto, uno al lado del otro, actuando independien-temente el uno del otro y, a menudo, el uno contra el o tro16.

    La guerra justa del Golfo Prsico

    En este amplio marco terico se sita y, en mi opinin, debe servalorada la postura asum ida por Bobbio frente a la G uerra del Golfo.Bobbio ha sostenido que, desde un punto de vista jurdico, la Guerra delGolfo ha sido un caso ejemplar de guerra justa n . Respondiendo a lascrticas suscitadas por esta valoracin, Bobbio se ha referido, por un lado,a la obra de Michel Walzer, Just and Unjust Wars,como una importante

    reelaboracin moderna de la doctrina tradicional del bellum iustumy, porel otro, ha reivindicado la legitimidad del uso de la nocin de guerra

    justa , an atribuyendo a esta nocin el limitado sentido aristotlico (y kelseniano) de conforme a ley o legal. Guerra justa, se apresura a preci-sar Bobbio, no significa guerra santa: significa uso legtimo de la fuer-za. Al haberse producido una agresin contra un Estado soberano y, portanto, una violacin evidente del derecho internacional, las Naciones Uni-das tenan la obligacin de reaccionar ante la agresin recurriendo , a suvez, al uso de la fuerza militar. Es cierto, reconoce Bobbio, que la fuerza

    no ha sido ejercida directamente por las Naciones Unidas y bajo el mandoy el control del Consejo de Seguridad, tal como estaba previsto en el cap-tulo VII de la Carta, pero lo ms importante es que, en este caso,

    la respuesta a la violacin del derecho internacional no se ha confia-do al tradicional derecho de autotutela, que hasta el mom ento, en la

    prctica, siem pre se hab a aplicado, sino que ha sido autorizada, talcomo ha expresado el Secretario General de Naciones Unidas, y harecibido un principio de justificacin de una autoridad superior a losEstados, hasta tal punto de que puede hablarse de respuesta legal,es decir, conforme al derecho constitutivo del rgano supremo de las

    15 Cfr. N. Bobbio,B terzo assente , cit., pp. 100101.16 Cfr. N. Bobbio,Democrazia e sistema internazionale,cit., pp. 210211.

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    Naciones Unidas. Este hecho podra representar un paso adelan te en

    ese pioceso de formacin de un poder comn por encima de los Esta-dos, y po r tanto de transformacin del sistema internacional, en el quela propia organizacin de Naciones Unidas, an en su no plenamen-te desplegado potencial, representa una eta pa ls.

    Aunque la guerra del Golfo no se corresponde con el modelo idealdel pacifismo institucionall9, la autorizacin dada por el Consejo de Segu-ridad para el uso de la fuerza puede verse como una etapa de la etapa,pues, una vez atenuado el tradicional contraste entre las grandes potenciasha sido, por fin, posible

    el ejercicio de esa forma primordial de poder com n, ya hoy posibleen el sistema tendencialmente anrquico de los Estados, mediante laimp erfecta pero perfectible institucin de la prim era o rganizacininternacional de hecho univ ers all9.

    En este punto hay que registrar una notable atenuacin de la oposicinde Bobbio expresada en su trabajo de 1966 a toda justificacin ticao jurdica de la guerra en la poca nuclear. Y sin embargo, en mi opinin,no haber dudas acerca de la coherencia con que Bobbio aplica el esquemadel pacifismo jurdico al caso de la Guerra del Golfo. Adems hay quereconocer, tambin por parte de quienes no han compartido la postura deBobbio y quien escribe es uno de ellos , que Bobbio nunca ha oculta-do su perplejidad respecto a la eficacia de la guerra. Y a la vista del luto,las destrucciones y los riesgos de escalationque la perduracin del con-flicto iba generando de modo creciente, finalmente tambin ha manifesta-do graves dudas con relacin a su oportunidad y a su carcter inevitable21.

    Cuestiones abiertas

    Ms de una vez y en diversas circunstancias, Bobbio se ha lamentado,haciendo autocrtica, de haber abierto en el curso de su larga militanciaintelectual una gran cantidad de cuestiones tericas, sin haber logrado

    jams cerrar ninguna. Personalmente, creo que ste es uno de los mritosfilosficos de Bobbio, prueba del carcter abierto y explorador de su pen-

    samiento.

    17 Cfr. N. Bobbio, Una guerra giusta?, cit., pp. 11 ss.18 Ibid., pp. 2223.19 Cfr. N. Bobbio, entrevista enL Unitdel 9 de marzo de 1991.20 Cfr. N. Bobbio, Una guerra giusta?,cit., p. 23.21 Ib id .,pp.57, 75 ss., 8790.

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    Por tanto, terminar este ensayo sealando algunas cuestiones que la

    reflexin de Bobbio sobre el tema de la paz y la guerra deja, a mi juicio,abiertas. Al criticar las soluciones propuestas por Bobbio tambin quierorendir homenaje al carcter no dogmtico de su pacifismo jurdico (oinstitucional) y a la vocacin filosfica que lo sostiene.

    Para m, la construccin terica del pacifismo jurdico deja esen-cialmente sin resolver las tres cuestiones siguientes.

    1) En &1 plano metodolgico es dudoso que el modelo de la domesticanlog^est en condiciones de proporcionar esquemas argumen-

    tativos fiables para la construccin de una teora de las relacionesinternacionales y, en particular, de una teora depeace-making. Escontrovertido, que la sociedad mundial contempornea admi-tiendo qup exista pueda considerarse en algn sentido anlogaa la naciente civil societyque ha sido el soporte del proceso de for-macin del Estado m oderno europeo22.

    2) En segundo lugar, no es cierto que la conce ntracin en manosde una autoridad internacional suprema (el Tercero super partes)del podermilitar, hoy difuso a causa de anrquica sobe-

    rana de losEstados, sea la nica o la m ejor va para construirun sistema internacional ms seguro, ordenado y pacfico. Lateora de los regmenes internacionales de Stephen Krasner yRobert Keohane, por ejemplo, parece contradecir esta asuncin,mostrando que hay amplias reas de anarqua cooperativa den-tro de las cuales las obligaciones jurdicas internacionales sonefectivas y estn sancionadas eficazmente, a n en ausencia deuna jurisdiccin centralizada y obligatoria. E n el m bito inter-nacional, la ausencia de una jurisd iccin centralizada no parece

    ser equivalente a una situacin de anomia y anarqua en el sen-tido h obbesiano del bellum omnium contra omnes. El mismoHobbes, por otro lado, distingua entre el estado na tural purode los individuos y el estado de naturaleza de los Estados yatenuaba implcitamente, en el segundo caso, la hiptesis panconflictualista23. Pese a toda ausencia de armona de intereses,

    22 Sobre este tema me permito remitir a mi Cosmopolis, cit., pp. 128146.

    23 Cfr. T. Hobbes,De cive(1642), en Id., Operepolitiche, edicin a cargo de N.Bobbio, UTET, Turn 1959, pp. 88,144. Hedley Bull ha sostenido que, para Hobbes, losEstados son, con respecto a los individuos, menos vulnerables y tienen, por tanto, menosmiedo a morir, entre s son desiguales en poder y recursos, son menos agresivos yestn ms dispuestos a la cooperacin; cfr. H. Bull, Hobbes and the International

    Anarchy, en Social Research, 48 (1981), 4, pp. 717738; Id., The Anarchica! Society,

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    los actores estatales muestran la tendencia, aunque sea en un

    contexto de imponentes asimetras de poder y recursos a interactuar, a adaptarse y a cooperar con los dems actores en labsqueda de ventajas recprocas. Se trata de una condicin quepodra cali ficars e, por usar el penetrante oxmoron propuestopor K enneth Waltz, como de ord en anrqu ico24. o podrahablarse de sociedad anrquica, segn la interpretacin rea-lista de la tradic in grociana propuesta por Hedley Bull en suclsico tra bajo25.

    3) Finalmente, es una cuestin abierta la de si la organizacin delas Naciones Un idas representa un paso adelante respecto alas instituciones in ternac ionales an teriores, en particu lar a laSociedad de Naciones. Puede dudarse de que haya sido un pro-greso si se tiene presente, con Gaetano Arangio R uiz y Benedetto Conforti, el ca rcter jerrquico de las Naciones U nidas yla falta de una estructura con stitucional comparable, de algnmodo, con la de un Estado de derecho; y si se tiene en cuenta el

    prin cipio de desig uald ad fo rmal, y no slo de hecho, que laCarta de las Naciones U nidas aplica a sus miembros. F inalmen-te, se puede poner en duda que las Naciones Unidas nazcan deun pacto universal, se inspiren en principios democrticos y con-fen el poder coercitivo a un Tercero el Consejo de Seguri-dad dominado por los cinco miembros permanentes realmen-te neutral y super partes.

    Todo esto son problemas cruciales, que la reflexin de Bobbio deja

    abiertos para la duda y la indagacin ulterior. Lo que en cambio, en miopinin, est fuera de duda es el rigo r intelectual y la intensidad moralcon que un pesimista existencial como Bobbio, se ha enfrentado al pro-

    blema de la guerra y se ha esforzado en trazar una va para la paz. En la

    cit., pp. 4651; para una interpretacin opuesta cfr. D. P. Gauthier,Hobbes on International Relations, apndice a The Logic o fLeviathan, Clarendon Press, Oxford 1969,pp. 207212; vase adems, sobre el tema, el cuidadoso anlisis textual de M. Geuna,

    M. Giacotto,Le relazioni fira gli Stati e it problema della pace: alcuni modelli teoricida Hobbes a Kant, en Comunit, 39 (1985), 187, pp. 7994.

    24 Cfr. K. Waltz, Theoiy o fInternational Politics,Newbery Award Records, NuevaYork 1979, trad. it. il Mulino, Bolonia 1987, pp. 213 ss.

    25 Vase H. Bull, The Anarchical Society,cit,,passim.Los dos pilares del ordeninternacional son, para Bull, el elemento hobbesiano del equilibrio de los poderes y elelemento grociano de la aceptacin por parte de los Estados de las reglas y las normasinternacionales.

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    78 Los seores de la paz

    conclusin de su ensayo de 1966, que he citado ms de una vez, Bobbio

    escribe:no soy un optimista, pero no po r ello creo que haya que rendirse. Loque est en juego es demasiado importante como para que no deba-mos, cada uno desde su sitio, tomar partido, aunque las probabilida-des de ganar sean pequesimas. A lguna vez ha sucedido que un gra-nito de arena levantado por el viento ha frenado una mquina. A unqueslo hubiera una probabilidad infinitesimal de que el granito de arenalevantado po r el viento se pose en los engranajes y detenga su movi-miento, la mquina que estamos construyendo es demasiado mon s-

    truosa como para que no m erezca la pena de safiar al de stino26.

    26 N. Bobbio,II problema della guerra e le vie della pace, cit., pp. 9495.

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    Captulo Cuarto

    Teora del Derecho y Orden Global.Un dilogo con Norberto Bobbio

    E l encuentro con Kelsen

    D.Z.:Tu encuentro con Kelsen ha sido decisivo para tu formacincomo terico del derecho. Me parece que has conocido a Kelsen, incluso

    personalmente, en Pars.N.B.: Es cierto, coincid con Kelsen en Pars en 1957. La ocasin

    fue un seminario internacional organizado por el Institut Internationalde Ph ilosoph ie Politique , en la Fond ation Thiers. E l tema de 1957 era

    Le droit naturel.R ecuerdo que en el encuentro de Pars Kelsen mostrapreciar los argumentos de mi ponencia sobre el derecho natural. Yrecuerdo que en suA llgemein e Theorie der Norm en , en la edicin vienesa de 1979, hay observaciones sobre un texto que yo haba escritoantes del encuentro de Pars, esto es, Considrations introductives surle raisonnem ent des juriste s,publicado en la Revue internationale dePhilosophie en 1954.

    D.Z.:A ti se te considera el autntico importador del kelsenismo enItalia...

    N.B.:En realidad fue Treves, que ya en 1934 haba publicado un libro,II diritto come relazione, ampliamente dedicado a Kelsen. En cambio mikelsenismo, por el que hoy soy considerado el mayor responsable de lakelsenitis italiana, empez unos aos ms tarde. Durante el perodo demi aprendizaje, Kelsen, que ya haba publicado dos obras importantes, los

    Hauptprobleme der Staatsrechtslehre, de 1911, yDas Problem der Sou-veranitt,de 1920, apenas empezaba a ser conocido en Italia. En 1934

    publiquL indirizzo fenomenologico nella fi lo sofa sociale e giuridica.Eneste libro, que obviamente no estaba dedicado a Kelsen, me refera, sin

    embargo, varias veces a sus tesis. Me ocupaba tanto de las crticas dirigi-das por Kelsen a la teora del Estado de Rudolf Smend, como a la polmi-ca antikelseniana de su ex discpulo Fritz Sander (que falleci unos aosdespus). En 1934, en el trabajoAspetti odierni della fi lo sofa giuridica inGermania,analic adems la obra de dos discpulos de Kelsen, Flix Kaufmann y Fritz Schreier, que hab an intentado conciliar el criticismo de laescuela de Marburgo con la fenomenologa.

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    80 Los seores de la pa z

    D.Z.:Es cierto que t ya habas ledo y tratado algunas obras de Kel-sen desde principios de los aos treinta. Sin embargo, tu encuentro decisi-vo con la obra de Kelsen no parece muy anterior al principio de los aoscincuenta. T mismo, en un reciente escrito, hablas de conversin, trasuna fase ms bien critica con respecto a Kelsen.

    N.B.:Mi primer escrito directamente dedicado a Kelsen,La teora puradel diritto e i suoi critici,apareci publicado en la Rivista trimestrale didiritto e procedura civile veinte aos despus de mis exordios filosfico

    jurdicos, es decir, en 1954. Pero mi conversin al kelsenismo, por usarotra vez esta expresin, haba ocurrido aos antes. En mis clases paduanasde 194041 haba un apartado sobre la construccin escalonada del orde-

    namiento jurdico: me refera al clebre Stufenbude Kelsen, que ya desdeentonces me haba fascinado. Y, puedo aadir, que ya en los cursos de filo-sofa del derecho que iiripart en la Universidad de Camerino en la segun-da mitad de los aos treinta el esquema de mis clase se divida en tres par-tes: las fuentes del derecho, la norma jurd ica y el ordenam iento jurdico.Y este esquema estba directamente influenciado por mis lecturas kelsenianas. En realidad, mi conversin a Kelsen coincidi con la ruptura vio-lenta con el pasado caecida en la historia de nuestro pas entre la segun-da mitad de los ao treinta y los primeros aos cuarenta. A esa fractura

    histrica se ha correspondido una discontinuidad tambin en mi vida inte-lectual, tanto privada como pblica.

    D.Z.: Tu adhesin al kelsenismo, por tanto, se inserta en el marcogeneral de una reaccin contra la filosofa especulativa y en particular con-tra el idealismo?

    N.B.:Yo dira que s. Mientras se estaba perfilando el fracaso del fas-cismo, nos dimos cuenta de que la filosofa especulativa nos proporciona-

    ba muy poca ayuda para comprender lo que haba ocurrido en Europa y enel mundo durante la segunda guerra mundial. Era necesario volver a empe-

    zar de cero y acom eter estudios de economa, de derecho, de sociologa yde historia. Tras abandonar la filosofa especulativa por la filosofa posi-tiva segn la leccin de Cario Cattaneo entend que la filosofa delderecho no poda sino resolverse en la teora general del derecho. Por tanto,una vez concebida la teora general del derecho como teora formal, acabpor encontrarme cara a cara con Kelsen y su reine Rechtslehre.Y eso mellev a asumir la defensa de Kelsen frente a sus detractores, que entonceseran numerosos en Italia, tanto entre los socilogos como entre los iusnaturalistas y los marxistas. Y cort lazos con las generalidades idealistas de

    la filosofa del derecho italiana, que entonces se concentraba, en la estelade Croce y Gentile, sobre temas como el del puesto que haba que otor-garle al derecho en el mbito de las ciencias del espritu. Mis trabajos Lateora pura de l diritto e i suoi critici, que he citado antes, y Formalismogiuridico e formalismo etico, publicado en la Rivista di filosofa en juliode 1954, dieron, por as decirlo, un sello pblico a mi kelsenismo, que sin

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    IV. Teora del D erecho y Orden Global. Un dilogo con Norberto Bobbio

    embargo, se remontaba a varios aos antes. Dicho coloquialmente, podra

    decirte que para nosotros Kelsen era como uno de casa y lo era desde losaos treinta. Ya en 1932, como ves, haba hecho que me llegasen losHaupt-probleme der Staatsrechtslehre[Bobbio ensea el volumen de la edicinoriginal, profusamente anotado por l, que lleva una fecha escrita a manofebrero de 1932],

    El modelo kelseniano

    D.Z.:T has declarado que Kelsen siempre ha sido, en el campo de lateora del derecho, tu autorprinceps.Adems, has reconocido que los doscursos de filosofa del derecho que impartiste en Turn en 195758 y 195960 (Teora de la norma jur dicay Teora del ordenamiento jurd ico)esta-

    ban muy directamente inspirados en Kelsen. Estos cursos se han converti-do para ti y para muchos otros docentes italiano, y no slo italianos, en unasuerte de modelo terico.

    N.B.:S, es cierto. Mi contribucin a la fortuna de Kelsen en Italia sedebe esencialmente a mi enseanza universitaria. Kelsen se ha convertido

    para m en el autorprincepspor una razn muy simple: yo pensaba que enuna facultad de derecho la enseanza de la filosofa del derecho tena quecoincidir con la teora general del derecho o, como dije entonces, con lafilosofa del derecho de los juristas y no con la de los filsofos. Yla monumental obra kelseniana me ofreca exactamente el modelo que nece-sitaba: una teora general del derecho rigurosa, sistemtica y con una cla-ridad ejemplar, siendo sta una cualidad ms b ien rara incluso entre los

    juristas alemanes. Tambin se trataba de una propuesta terica muy origi-nal, que no tena nada que ver con las elucubraciones especulativas del idea-

    lismo italiano, entonces muy presente tambin en la enseanza de la filo-sofa del derecho (adems, tampoco se puede decir que esta tradicin devaguedad y oscuridad especulativa haya sido totalmente superada hoy enda en nuestras disciplinas tericojurdicas). Kelsen era el nico autor queofreca una alternativa terica clara. Despus, unos aos ms tarde, emer-gi tambin la figura de Herbert Hart, con quien he tenido una relacin

    personal e intelectual ms estrecha que con Kelsen. Hart era ingls, perosu investigacin terica estaba muy conectada a la cultura jurdica alema-na y, bsicamente, desarrollaba la reflexin kelseniana. Esto explica por

    qu mis clases de filosofa del derecho, en particular mis cursos de teorageneral del derecho, no podan dejar de estar fuertemente influenciados porKelsen, en particular por una de sus obras ms importantes, la Reine

    Rechtslehre,que yo utilic en su primera edicin de 1934. Y no hay queolvidar que yo empec a impartir clases de filosofa del derecho, en la Uni-versidad de Camerino, precisam ente en el invierno de 1935, por tanto casicoincidiendo con la publicacin de esta fundamental obra de Kelsen. Kel

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    82Los se ore s d e l a pa z

    sen era, y no poda ser de otra forma, naturaliterel inspirador de mi acti-vidad como joven profesor de filosofa del derecho (an no haba cumpli-do los treinta aos). Incluso la articulacin de mis dos cursos turineses quehas citado, reproduce una distincin fundamental propuesta por Kelsen: laque hay entre la teora de las normas (singulares) y la teora del ordena-miento como conjunto estructurado de normas. No necesito aadir que latesis, que mantuve entonces, segn la cual lo que ide ntifica al derech o noes el carcter de sus normas sino la estruc tura de su ordenamiento, estabaimplcita en la distincin, propuesta por Kelsen, entre el sistema estti-co, propio de la moral, y el sistema dinmico del derecho. Esta distin-

    cin, como es sabido, ser central en el pensam iento de Hart, que hablarde normas primarias y norm as secundarias, incluyendo entre estas ltimaslas normas sobre la producc in jurdica. D igo esto, aunque es cierto que latesis central y unificadora de aquellos dos cursos mos, la de que la defi-nicin del derecho no hay que buscarla en los caracteres distintivos de lanorma jurdica sino en los del ordenamiento jurdico, est influida tambinpo r la d oct rina ita liana de l a ins titu cin.

    D.Z .:Recuerdo, s in embargo, que t has hablado de un excesivo kelsenismo a propsito de t us cursos universitarios. Por tanto, tu kelsenismono ha sido nunca sin reservas, a partir de tu trabajo de 1954, que, aunqueescrito para defender a Kelsen de sus detractores italianos, no careca denotas crticas. En ese trabajo apuntabas la irrac ionalidad de los valorescomo elpu nc tum dol ens de la teora kelseniana y te referas a la relacinentre teora pura del derecho y sociologa del derecho como a otra posibleapora del normativismo kelseniano. Y en u n escrito posterior habas sea-lado como un lmite general de la obra de Kelsen su escasa atencin al pro-blema de l a fu nc in del dere cho , que l habr a sac rif icado en f avo r de unanlisis puramente estructural.

    N.B.: Es cierto. Pero lo que m e haba atrado de la teora de K elsen erala concepcin jerrquica del ordenamiento jurdico (normativamente

    jerrq uic a, obvi amente, no pol ti cam ente), el Stufenbau.Su construccinescalonada introduca un orden esencial en las relaciones entre las normas

    ju rd ica s, des de l as no rm as con tractu ale s has ta la jur isd icc in, l a l egisla-cin y por encima la Constitucin. Claro, queda el delicado problema dela Grundnorm,de la norma fundamental, que es una solucin que siguesuscitando dudas y alimentando discusiones tericas. Yo digo, sin embar-go, que la norma fundamental es en Kelsen una especie de cierre lgicode su sistema...

    D.Z.: Pero, no has sido precisamente t quien nos ha mostrado queen la prctica ningn sistema de pensamiento puede ser cerrado, an menoslgicamente..,?

    N.B .:Cierto, tienes razn. El cierre kelseniano del ordenam iento jur-dico es como rem itir desde las causas ltimas a la causa primera, desde lasdeterminaciones empricas a la causa sui.P or tanto, en un pensador esen-

    cialmente no metafsico, com o Kelsen, el cierre del sistema atravs dela Grundnormno es sino, por as decirlo, un cierre de conveniencia.Es un

    poco com o la idea de la soberana abso luta del e stado nacional. La idea dela soberana como poder de los poderes es un cierre de conveniencia nodistinto de la Grundnorm concebida como norma de las normas. Conestas nociones no se corresponde, no puede corresponderse algo verificable

    D.Z. :T, sin embargo, has mantenido, en tu trabajo Kelsen e ilproblema delpotere, de 1981, que la norma fundamental hace referencia indi-recta a una ideologa, que no es la ideologa del Estado burgus, como sos-tenan polmicamen te los marxistas, sino la del Estado de derecho.

    N.B. :S, he propuesto esta interpretacin. Para Kelsen, que, no lo olvi-demos, es un pensador democrtico y pacifista, remitir a la norma funda-mental es probablemente u n modo de sustraer el ordenamiento jurdico alarbitrio del poder poltico, de afirmar la primaca del derecho y de los dere-chos de libertad frente a la raz n de estado. Sin descuidar que, en el planointernacional, el derecho, para Kelsen, est ligado a un valor fundamental,que es el de la paz. Y seguram ente es por esto, en nombre de una explci-ta ideologa pacifista y antiimperialista, por lo que l afirm a la primacadel derecho internacional frente a los ordenamientos jurdicos de los esta-dos nacionales individuales. Para Kelsen, como por otro lado para ThomasHobbes, el derecho es el instrumento para introducir relaciones pacficasentre los hombres y entre los Estados. Para Hobbes la ley natural funda-mental, la norma fundamental podramos decir, espa x querenda est. Estacoincidencia entre Hobbes y Kelsen siempre me ha impresionado. Proba-

    blemen te no sea cas ual ida d que y o, des pus de habe r es tud iado a Kelsen,haya dedicado muchas energas al estudio del pensamiento poltico de Hob-

    bes. Para ambos la paz es el b ien fun dam enta l qu e slo pue de ser g aranti-zado por el derecho. Un fam oso ensayo de Kelsen se titula, precisamente,

    Peace through Law...D.Z. : Perdona si te interrumpo otra vez. Quisiera objetar que en Hob-bes, en real idad , si ha y algo de fu ndamen tal en la base del derecho , noes una norma abstracta o formal que cierra el ordenamiento jurdico. Setrata ms bien de una condicin de hecho, antropolgica y sociolgica, muyexterna a las formas jurdicas y que en cambio, po r as decirlo, impide alordenamiento jurdico cerrarse en s mismo: es la inseguridad radical de lacondicin humana de la que derivan la agresividad, la violencia, el miedo,la necesidad de seguridad y la exigencia de proteccin poltica. Si esto esas, el realismo de Hobb es est bastante alejado de la metafsica norma ti-va de Kelsen. Quiz en este aspecto resulte ms plausible acercar a Hobbesa un crtico despiadado del Estado de derecho y del normativismo kelse-niano como Cari Schmitt. Si se admite, como t haces, que la Grundnormen Kelsen es una solucin de conveniencia, entonces se abre el paso auna fundacin no formali sta de la forma jurdica. Se pe rfila as, en el fondo,la idea schmittiana del estado de excepcin o, si lo prefieres, la idea de

    IV Teora de l De recho y Orde n Globa l. Un di logo con No rbe rto Bo bbi o 83

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    84 Los seores de la pa z

    que la fuerza del derecho, como escribi Marx, es indisociable del derecho

    de la fuerza.N.B .: Quiz yo no haya adoptado nunca una posicin suficientementeclara sobre este punto que reconozco que es delicadsimo y de una ambi-gedad, me temo, insuprimible: la relacin entre derecho y poder. Por unlado, es el derecho el que atribuye po der lex facit regem, pero por otrolado es siempre el poder el que instituye el ordenamiento jurdico y garan-tiza su efectividad: rex fa c it legem.Y no s puede negar que esta ambi-gedad est presente tambin en el Kelsen terico del derecho y del Esta-do, o po r lo meno s no ha sido superada po r l. Tam bin para Kelsen, a

    causa de la incierta dialctica que establece entre validez y efectividad delas normas, se puede dec ir que en el vrtice del sistema normativo lex etpotestas convertuntur.

    D.Z.: Pero permteme volver un momento a una cuestin a la que toda-va no has respondido directamente: en qu sentido tu kelsenismo, comot mismo has declarado, ha sido en algunos de tus escritos excesivo?Hay aspectos del pensamiento de Kelsen a los que nunca te has adherido?

    N.B.: S,el planteamiento de mis cursos universitarios de filosofa delderecho era estrictamente kelseniano. Quiz segu un poco acrticamentealgunos aspectos formales de la teora de Kelsen. Con esto no quiero decir,sera injusto conmigo mismo , que en m is lecciones no hubiera m uchascosas no kelsenianas. Por ejemplo, el inters por el anlisis lingstico mevena de estudios anteriores al encuentro con Kelsen. Tambin me ha lle-gado, de lecturas e investigaciones diversas, el inters por la lgica dentica, que propici el planteamiento del problema de las lagunas del orde-namiento jurd ico y de las antinom ias entre las norm as. Y, como ya hedicho, tambin saqu provecho de la doctrina italiana del derecho comoinstitucin. Lo que nunca me ha convencido, tanto en Kelsen como, y sobretodo, en los kelsenianos, es la adhesin a la filosofa neokantiana. Para m

    Kelsen ha sido siempre un jurista y slo un jurista. Y por esto, como hasrecordado, no he cejado de sealar las que, desde el principio, me han pare-cido insuficiencias filosficas generales de su an importantsima obra.

    D.Z:.T siempre has estado muy atento al anlisis conceptual y en par-ticular al anlisis del lenguaje, pero nunca has llegado a metas propiamenteformalistas y de anlisis lgico. Quiz el lmite ms extremo de tu adhe-sin a las tesis formalistas lo represente tu ensayo Scienza de l diritto e ana-lisi del linguaggio,publicado en 1950 en la Rivista trimestrale di dirittoe procedura civile. Este ensayo ha ejercido una gran influencia en los estu-

    dios filosficojurdicos italianos y ha dado lugar a una autntica escuelade pensamiento, de Scarpelli a Pattaro, a Ferrajoli y a los ms jvenes. Sinembargo, en varias ocasiones, has manifestado, incluso a m personalmente,dudas autocrticas a propsito de las tesis all sostenidas.

    N.B .: S, en aquel ensayo quiz se produzca un acoplamiento excesi-vamente rpido entre el formalismo lgicolingstico del Crculo de Viena,

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    que indudablemente me haba influenciado, y el formalismo jurdic o Sin

    embargo, no creo que en aquel escrito hiciera una referencia directa a Kelsen

    Formalismo y antiformalism o

    D.Z .: Llegados a este punto me resulta inevitable pedirte un esclareci-miento sobre tu formalismo. T mismo has declarado repetidamente quete consideras un formalista en el terreno jurdico, pero u n antiforrnalistaen tica. Tu iuspositivismo, has escrito y declarado en varias ocasiones, ha

    sido siempre un iuspositivismo crtico. Qu significa exactamente estopara ti?N.B .: Cuando yo hablo de iuspositivismo distingo entre tres posibles

    interpretaciones: el positivismo jurdico como mtodo, es decir, como modode estudiar el derecho en cuanto conjunto de hechos, de fenmenos o dedatos sociales y no como un sistema de valores, un mtodo que por ello sitaen el centro de la investigacin el problema formal de la validez del dere-cho y no el axiolgico de la jus ticia de los contenidos de las norm as; est,en segundo lugar, el positivismo jurdico entendido como teora: existe una

    teora del iuspositivismo que recorre todo el siglo XIX y que nace en losaos de las grandes codificaciones. Para esta concepcin, desde l'cole del'exgsea laRechtswissenschaftalemana, el derecho coincide sin residuoscon el ordenamiento positivo que emana de la actividad legislativa del Esta-do. Es una concepcin imperativista, coactivista, legalista, que sostiene lanecesidad de una interpre tacin literal y mecnica de las norm as escritaspor parte de los intrpretes y, en particular, de los jueces; y hay, por fin, unatercera interpretacin, que es la que he llamado ideologa del positivismo

    jurdico: es la idea de que la ley del Estado merece obediencia absoluta en

    cuanto tal, teora que puede ser sintetizada en el aforismo Gesetz ist Gesetz,la ley es la ley. Yohe rechazado siempre el iuspositivismo en sus aspectospropiam ente tericos e ideolgicos, mientras que lo he aceptado desde elpunto de vista metodolgico. Lo he aceptado en el sentido de que el cient-fico del derecho es qu ien se ocupa de analizar el derecho vigente en unadeterminada y particu lar comunidad poltica. No se plantea, por tanto, tare-as ticas o ticojurdicas de carcter universal, lo que, obviamente, noexcluye que se pueda, o se deba, ocupar tambin de iure condendo....

    D.Z .: Te interrumpo, una ltima vez, para subrayar que esta adhesin

    tuya al iuspositivismo metodolgico nunca te ha impedido reivindicar parala conciencia del individuo una libertad de crtica del ordenamiento jur-dico positivo desde un punto de vista externo: poltico, ideolgico o tico.En segundo lugar, y retom o as el tema que ya he apuntado, en tu iusposi-tivismo metodolgico existe una relacin, en mi opinin, un poco ambiguacon la teora de los derechos humanos. A n negando la posibilidad de unfundamento filos fico y por tanto universal de los derechos subjetivos,

    IV. Teora d el Derecho y Orden Global. Un dilogo con N orberto Bobbio 85

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    parece que te cues ta re nuncia r a la idea de cierta universalidad de estos

    derechos. Y creo encontrar la prueba de esta noble am bigedad tuya, sipuedo decirlo as, en los argumen tos con los que te opones a la pena demuerte.

    N .B .:No s, no s ... Por lo que se refiere a la pena de muerte, recuer-do haber discutido en dos de mis ensayos las tesis favorables y las contra-rias. Y entre las contrarias he criticado, porque la considero insuficiente,la postura utilitarista, que se opone a la pena de muerte porque no la con-sidera socialmente til. La pena de muerte, sostienen los utilitaristas, noejerce ningn efecto disuasorio relevante, o ms disuasoro, que penas ms

    benvolas. Por esto debe ser evitada, como un coste social no necesario.Yo objeto que esta oposicin a la pena de muerte es demasiado dbil, por-que deja abierto el recurso a la pena capital todas las veces en las que stase revele socialmente til o necesaria. Tienes razn al decir que, al final,reivindico pura y simplemente el derecho a la vida y la prohibicin paracualquiera, incluido el Estado, de suprimir la vida de un hom bre, sea cualsea el crimen que pueda haber cometido. Y quiz tengas razn al sospe-char que aqu se d en m, inconscientemente,cierta forma de kantismo,es decir, de apego a la idea de que algunos valores, como el respeto a lavida humana, deben sostenerse en todo caso. Sin embargo quiero recor-

    darte que siempre he considerado m uy problemtica la tesisde la univer-salidad de las leyes morales e incluso he sostenido con fuerza que no hayninguna norma o regla moral o valor ni tan siquiera el principiopacta surt servando que, por fundamental que sea, nodeba someterse histri-camente a excepciones, com enzando por las dos eximentes principales queson el estado de necesidad y la legtima defensa. Pero tam bin he sosteni-do que en el caso de la pena de muerteestas dos excepciones, tan a menu-do invocadas, no valen: a diferencia del individuo, que en esos dos casosno puede elegir un comportamiento distinto, el Estado siempre tiene la

    posibilidad de elegir entre la pena de muerte y otra sancin.D.Z .; Permteme una observacin conclusiva en el tema de tu forma-lismo o normativismo kelseniano. Qu piensas hoy de las crticas que elrealismo jurdico americano y escandinavo han dirigido a la tradicin euro-pea del formalismo y del conceptualismo jurdico? Una de las tesis funda-mentales de los iusrealistas es la centralidad normativa, no slo jurisdic-cional, del juez. El juez , sostienen ellos, desempea una funcin creadoradel derecho respecto de la norma escrita, del law in books,para decirlo con

    palabras de Roscoe Pound. En una situacin de hipertrofia y de turbulen-cia de la legislacin estatal que hace del ordenamiento jurdico por

    mucho que le pese a Kelsen algo cada vez menos unitario, coherente ycompleto, no existe en tu opinin el riesgo de que los iusrealistas termi-nen por tener razn, en el sentido de que el poder del intrprete, en primerlugar del juez, sea un poder discrecional creciente, que tienda a convertir-se cada vez ms en un poder directamente poltico?

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    IV. Teora de! Derecho y Orden Global. Un dilogo con Norberto Bobbio

    N.B .:Personalmente sostengo que lo que se encuentra en crisis no es

    tanto el modelo normativista como el iuspositivismo. Est en crisis la ideo-loga positivista de la primaca de la ley estatal, de la supremaca de la legis-lacin frente al derecho jurisdiccional y al derecho pactado. Lo est por laescasa calidad tcnica de la produccin legislativa, por su cantidad desor-

    bitada y tambin por la creciente complejidad de los fenmenos socialesque tiene que regular. Y pienso que la tesis de la centralidad del juez afir-mada en el pensamiento jurdico americano por evidentes razones histri-cas e institucionales, debera ser tomada en consideracin o al menosreplanteada en el mbito continental. Y quiz debera prestarse mayor aten-cin a las tesis de Bruno Leoni, que en el pasado posiblemente haya criti-cado de forma un poco expeditiva. Leoni, muy ligado al mundo anglosa-

    jn y en part icula r al libera lismo conservador de M ilton Friedman yFriedrich Hayek, contrapuso la tradicin anglosajona del rule ofla w a lapraxis continental del Estado de derecho. Como es sabido, sostuvo que losderechos fundamentales del ciudadano se garantizaban mejor en la tradi-cin anglosajona que en la continental. Esto porque, para l, la tradicincontinental se caracterizaba por el despotismo de la legislacin, mientrasque el rule oflaw anglosajn conceba al derecho como un proceso de lentatransformacin normativa, socialmente difusa y espontnea, secundada porel limitado pode r innovador de los jueces, ms que superada por el ex-traordinario poder del legislador...

    D.Z:.E sta idea de Leoni y de Hayek (que sobre este punto es deudorde Leoni) tambin a m me parece que ha de ser reconsiderada atentamen-te, aunque est ocasionada po r preocupaciones conservadoras. Y no debesilenciarse que se trata de una idea antinormativista que, en oposicin a lahegemona moderna del derecho pblico, reivindica la primaca del dere-

    cho privado. No es casualidad que tanto Leoni como Hayek hayan sido cr-ticos muy duros del voluntarismo jurdico de Kelsen. Para ellos, las liber-tades modernas tienen races en el ius gentium : es el derecho de losmercaderes, son las costumbres de los puertos y de las ferias lo que ha esta-blecido las premisas del afianzamiento en occidente de sociedades libresy abiertas. Este mrito, en cambio, no debe atribuirse a las revolucionesburguesas. Ellos sostienen que el ideal de la libertad individual la liber-tad de los ingleses ha florecido en los pueblos que se han dedicadomayormente a actividades exploradoras y comerciales de gran magnitud...

    N.B:. Sustancialmente estoy de acuerdo contigo. Precisamente sobreeste tema he escrito hace irnos das una larga carta de respuesta a un eco-nomista liberal que, siguiendo a Leoni, contrapone el derecho como fen-meno espontneo, pactado, fundado esencialmente en el contrato, a la legis-lacin como expresin del poder centralista y tendencialmente despticodel Estado. As pues, no tengo ninguna dificultad en reconocer que todo el

    planteamiento kelseniano, a la luz del cual m e he formado como tericodel derecho hace ms de medio siglo, se encuentra hoy en graves dificul-

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    tades, sino en un autntico descrdito. Reconozco que las cosas han cam-

    biado mucho. Adems de esto, hay que tener presente que Kelsen era unpublicista, ven a del derecho pblico: vea, por tanto, el derecho muchoms desde el punto de vista del poder que desde las libertades de los indi-viduos, de la vida privada, de laprivacyindividual. Pero aqu tampoco hayque exagerar, inviniendo unilateralmente la relacin entre derecho pbli-co y derecho privado, cuya distincin estaba ya presente en el pensamien-to jurdico romano. Ls romanos distinguan claramente las relaciones jur-dicas dirigidas a

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    IV. Teora del Derecho y Orden Global. Un dilogo con N orberto Bobbio

    por el derecho in ternacional, cuya plena juridic idad tenda a ponerse en

    duda. Haba tambin, aunque fuera minoritaria, una doctrina monista quenegaba tout courtla existencia de un ordenamiento jurdico internacionaly no reconoca otro derecho que el de los Estados soberanos. Kelsen daliteralmente la vuelta al planteamiento tradicional y propone un monismoque hace del derecho internacional el nico ordenamiento jurdico obje-tivo autntico, del que los ordenamientos estatales no seran ms que una

    parte, y una parte subordinada y adems, en perspectiva, destinada a disol-verse junto con la soberana de los Estados. Se trata de una propuesta, enmi opinin, extraordinaria, porque es la nica que puede encaminar al dere-

    cho internacional hacia el cumplimiento de su funcin esencial, que es, poras decirlo, la de organizar la paz. Estoy convencido, como sabes, de quemientras la primaca siga siendo no del derecho internacional sino de losordenamientos jurdicos de los Estados individuales, la paz no podr ase-gurarse nunca de una manera estable.

    D.Z .: Sostienes por tanto que Kelsen ha ejercido una influencia direc-ta tambin sobre tu pacifismo institucional?

    N.B .:No hay ninguna duda. Y te confieso que me sorprende que, comot dices, yo no lo haya escrito nunca explcitamente o que no se trasluzca

    de manera evidente de mis escritos sobre el tema de la guerra y de la paz.Kelsen es el jurista que no slo sostiene que el fin principal del derecho esla paz y no la justicia, sino que llega a sostener que el derecho en parti-cular el derecho internacional es el nico medio para garantizar una pazestable y universal. Quin, si no l, puede ser el autor emblem tico delpacifismo jurdico o institucional, como he llamado yo a mi postura?Y cuando, despus de haber criticado otras formas de pacifismo, al finalpropuse la idea de un pacifismo enclavado en instituciones jurdicas real-mente supranacionales y no slo internacionales, siempre tuve en

    mente la idea kelseniana de la primaca del derecho internacional. Y tuvepresente su oposicin al sistema de los Estados soberanos en nombre de lapaz y de un ideal antiimperialista. (Y, lo digo entre parntesis, qued bas-tante desconcertado cuando, en la segunda edicin de laReine Rechtslehre,de 1960, Kelsen introdujo una correccin no leve en este punto: cambi eltrmino paz por el de seguridad colectiva, obviamente en nombre deuna ms rgida concepcin instrumental y antifinalista del derecho).

    D .Z .:Por tanto, me parece claro que ha sido sobre todo, si no exclusi-vamente,Das Problem der Souveranittel libro de Kelsen que ha inspira-do tu pacifismo institucional, ya que es all donde Kelsen, adems demantener la primaca del derecho internacional, lanza un ataque muy fuer-te contra la soberana de los Estados y contra la misma idea de Estadonacional, en nombre de la concepcin (de origen teolgico) de la unidaddel gnero humano como civitas maxima.En nombre de este ideal cos-mopolita tan clsico como l escribe, de esta idea tica supremaKelsen llega incluso a predecir la extincin de los Estados y el nacimien-

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    to de un Estado mundial o universal y de un ordenamiento jurdico pla-

    netario, capaz de garantizar la paz mediante el uso de una fuerza interna-cional legtima. Es ste pues el modelo que ha inspirado lo que yo he lla-mado tu pacifismo cosmopolita?

    N.B.-.En oierto sentido s, no lo niego, si bien tend ra que introduciralgunas precisioneSy matizaciones en tu reconstruccin. De todosmodos,permteme recordar lo que sostuve en el ensayo de 1966, citado por ti, en elque me he ocupdo>ms extensamente del tema de la paz. Entonces distin-gu tres formas dpacifismo: el que llam instrumental, que se limita a

    proponer una intervencin sobre los medios, como el control sobre la pro-

    duccin de armamento,! el desarme, etc.; examin despus el pacifismo deorientacin ticrofeligiosa, pedaggica o teraputica, dirigido a la conver-sin de los hombres~0la virtud de la templanza o en cualquier caso a su edu-cacin moral'yoiyll^ propuse, finalmente, la idea de un pacifism o institu-cional porque me he ido convenciendode que el nico pacifism o sostenible,esto es, concrtamente!realizable y eficaz, es el que se confa al desarrollosupranacional de las instituciones internacionales actuales. El razonamien-to (hobbesiano) en el que se basa mi postura es muy simple: as como loshombres en el estado de naturaleza debieron primero renunciar colectiva-

    mente al uso individual1de la fuerza y despus atribuirla a un poder nico,detentadordel mopopoo de la fuerza, as los Estados, que hoy viven en eseestado de naturaleza que es el .temor recproco, deben realizar un paso simi-lar. Deben hacer converger su poder en un rgano nuevo y supremo que ejer-za en relacin alos Estados individuales el mismo monopolio de la fuerzaque el Estado ejerce en relacin a los individuos. Est claro que, siguiendotambin aqu a Kelsen, he adoptado del modo ms explcito el modelo dela domestic analogyque has criticado en un reciente libro tuyo.

    D.Z.-. S, como sabes, yo mantengo que no se puede dar por sentada laexistencia de una sociedad mundial que pueda asimilarse sensatamentea la civil societyde Europa del Norte entre los siglos XVII y xvm . No creoque la llamada sociedad civil global pueda servir de base a la unifica-cin poltica del planeta, mediante repeticin a escala mundial del caminoque ha llevado a la formaciti del Estado moderno europeo. Por lo dems,es el mismo Kelsen en Peace through Law,quien pone en guardia contraun uso demasiado ligero de la domestic analogy, al plantear la posibilidadde una federacin mundial de los Estados hoy existentes.

    N .B .: Una de las objeciones que se pueden hacer a tu crtica de ladomestic analogyes que la formacin de los grandes Estados federales,

    por ejemplo Estados Unidos, ha vuelto a reco rrer, a nivel de relacionesentre Estados, precisamente ese proceso de concentracin del poder que,entre los siglos XVII y xvm , caracteriz la salida de Europa de la anarquafeudal. Estos Estados se construyeron exactamente sobre la domestic ana-logy,no hay ms remedio que admitirlo... T podrs sostener que la ideade un Estado federal mundial es una utopa, que aqu las diferencias cul-

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    turales, econmicas, religiosas, etc. son mucho mayores. Esto no quita que

    el Estado federal sea hoy una realidad institucional concreta y que asumirlocomo modelo para la organizacin de instituciones supranacionales no seaalgo absurdo en el plano terico, no sea un despropsito... Por lo demses ya una rea lidad la tendencia de los Estados contemporneos a concen-trar una parte de su poder en organismos supranacionales. Basta pensar enel Tribunal internacional para la exYugoslavia, cuyo presidente es Anto-nio Cassese, y en el Tribunal penal internacional para Ruanda. Y sta esuna lnea de desarrollo que precisamente K elsen haba indicado y auspi-ciado fervorosamente cuando en 1944, en Peace through Law,propona la

    constitucin de una jurisdiccin penal internacional que persiguiera a losciudadanos individuales por los crmenes de guerra de los que ueran res-ponsables. Y es precisamente lo que est haciendo, aunque sea slo parala exYugoslavia, el Tribunal de la Haya. Estamos, pues, en presencia deuna tendencia a construir el sistema jurdico internacional no ya como unaasociacin entre Estados, sino incluyendo, como sujetos de derecho, a todoslos ciudadanos de todos los Estados. Esto tambin se corresponde con una

    previsin de Kelsen, adems de haber sido reconocido por laDeclaracin universal de derechos de l hombrede 1948, segn la cual tambin los indi-

    viduos son sujetos del ordenamiento internacional. Y, por tanto, una partedel poder de los Estados respecto de sus ciudadanos le es sustrada y quedaconcentrada en instituciones supranacionales que se encargan de la tutelade los derechos fundamentales incluso contra las autoridades de los Esta-dos. Cmo podr realizarse concretamente la proteccin internacional delos derechos humanos por ejemplo, mediante qu instituciones judicia-les es una cuestin muy delicada, pero esto no quita que vayamos len-tamente encaminndonos hacia una situacin en la que los individuos nosern simplemente ciudadanos de un Estado, sino que sern tambin ciu-dadanos o sujetos de entidades supranacionales o incluso de un Estadofederal de dimensiones universales. Esto es, para m, lo que se correspon-de con el ideal kantiano del derecho cosmopolita, el derecho a la ciuda-dana universal, sobre cuya base todos los hombres, en cuanto tales, sonciudadanos del mundo. Es cierto que esto se corresponde tambin con algoque pertenece a la tradicin catlica. Nadie es extranjero es la esplndi-da frase que le he odo pronunciar recientemente al Papa. Pero, en mi opi-nin, ste es tambin el verdadero ideal del derecho...

    D.Z.:Pero hay qu ien sostiene, pienso po r ejemplo en Serge Latouche,que tras la victoria planetaria de la economa de mercado, nos estamos con-virtiendo cada vez ms en extranjeros los unos para los otros, hasta el puntode que hoy podramos decir que todos son extranjeros. Y, por otra parte,hay quien piensa que las diferencias entre las culturas y entre los pueblos,y con ello tambin en cierto modo sus divisiones polticas, son una rique-za amenazada por el proceso cosmopolita de occidentalizacin delmundo, guiado por la superpotencia estadounidense.

    IV Teora del D erecho y Orden Global. Un d ilogo con Norberto Bobbio 91

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    N.B.\Entiendo, entiendo... Pero lo importante es que haya una ten-

    dencia en curso, y esto, para mi, es innegable, que nos lleva hacia la reali-zacin del ideal kantiano del derecho cosmopolita. E l ideal es para m quelos sujetos de derecho en el sistema mundial sean los individuos y no losEstados... 1

    D.Z.-.Pero, si imaginamos la construccin de un sistema poltico mun-dial en el que por una parte estn los individuos y por otra parte los pode-res centralizados de un Estado mundial sin que exista ya la mediacin deestructuras polticas intermedias, no nos arriesgam os a dar vida a cierto

    jacobinismo cosmopolita? En realidad, no me resulta fcil entender cmo,una vez suprimida la soberana de los Leviatanes nacionales por conside-rarla responsable d e la1anarqua internacional y de la guerra, la soberanadesptica o totalitaria del Leviatn no reaparece, e infinitamente reforza-da, bajo la veste del Estado universal que unifica en s la totalidad del poderinternacional, nteS'difuso y disperso en mil recovecos. Y el Leviatn esta-ra obviamente encarnado po r un restringido directorio de grandes poten-cias econmicas y militares.

    N.B .: Ya he tenido oportunidad de decir que, si bien es verdad queen una priffiea lectura tus tesis anticosmopolitas no me han convencido

    yo sigo siehdo un cosmopolita impenitente... , tambin me han indu-

    cido a reflexionar extensamente. Y esta objecin tuya es una de las que meha hecho pensar Sin embargo tendramos que lograr entender por qu hoy,en cada cohtinente, existe una tendencia difundida a dar vida a entidades

    polticas y jurdicas supranacionales, de extensin regional. El ejemplo conmucho ms importante es el proceso de unificacin europea, que no paray que adems se est expandiendo territorialmente. Los Estados Unidos deEuropa, perspectiva a la que ninguna fuerza poltica continental se oponehoy, representan el xito de la tendencia que t criticas, es decir, la que llevaa la superacin de la dispersin del pod er y a su concentracin en organis-

    mos supranacionales.D.Z. :Tienes razn, si bien no deberamos infravalorar los riesgos queel proceso de unificacin conlleva para los derechos y los intereses de lossujetos europeos ms dbiles, sujetos individuales y colectivos. R alf Dahrendorf, entre otros muchos, ha denunciado con fuerza este peligro a pro-

    psito del Tratado deMaastricht.La Unin Europea est, por ahora, muylejos del modelo de Estado constitucional o simplemente de Estado dederecho. Por otra parte, no parece emerger algo que se pueda llamar socie-dad civil europea y que pueda legitimar democrticamente la constitu-cin de un Estado federal. Y desde un punto de v ista ms general, estclaro que la unificacin europea conlleva un fortalecimiento, ante todo eco-nmico y militar, de una de las reas ms ricas y desarrolladas del planetay una creciente distancia de los pases del Mediterrneo. Tambin en el

    plano terico resulta muy dudoso que la tendencia a la formacin de agre-gaciones econmicopolticas regionales vaya en una direccin inclusiva,

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    es decir, cosmopolita, y no en un sentido exactamente inverso, exclusivo

    que conlleva el aumento de las desigualdades en derecho, poder y riquezaentre los Estados del planeta y entre sus ciudadanos.N.B .: Y s in embargo el ciudadano italiano, como el ciudadano francs

    o alemn, se convierte poco a poco en ciudadano de Europa. Y sta debe-ra ser una etapa, como me gusta decir, en la superacin de las grandesmurallas que dividen el mundo. Pero no se me escapan, obviamente losobstculos que ex isten y que se hacen cada vez ms graves a medida quese extiende el rea territorial que se querra unificar polticamente.

    IV. Teora d el Derecho y Orden Global. Un dilogo con Norberto Bobbio 93

    La teora de la guerra justa y la guerra moderna

    D.Z .: Paso, para concluir nuestro dilogo, a un tema del que te has ocu-pado mucho y que nos ha dividido durante la Guerra del Golfo Prsico. Esel problema de la calificacin jurd ica y moral de la guerra. T has critica-do en varias ocasiones, en particu lar en el ensayoIIproblema della guerra e le vie della pace,la doctrina de la guerra justa y has proclamado su obso-lescencia en la era nuclear. Has sostenido que la guerra moderna es, tanto

    desde el punto de vista tico com o desde el punto de vista jurdico, legibussoluta.Esta se sustrae, has escrito, a todo criterio posible de legitimaciny legalizacin. Es incontrolada e incontrolable por el derecho, igual que unterremoto o una tormenta. Tras haber sido considerada bien como un medio

    para realizar el derecho (teora de la guerra justa) bien como objeto de regla-mentacin jurdica (en la evolucin del ius belli),la guerra vuelve a ser,como en la representacin hobbesiana del estado de naturaleza, la anttesisdel derecho. Este rechazo intransigente tico y jurdico de la guerra por tu

    parte est m uy lejos del pensam iento de Kelsen, que, aunque con ambige-

    dades y oscilaciones, hizo suya la doctrina del bellum iustum.Me parecesin embargo que, ms recientemente, has cambiado de opinin en estepunto. Has apreciado, por ejemplo, el lib ro de Michael Walzer,Just andUnjust Wars, y en una intervencin periodstica tuya despus de la Guerradel Golfo, como he sealado, sostuviste que la tradicin de la guerra justatiene todava algo importante que decirnos. Crees de verdad que esta doc-trina contiene todava elementos vlidos o interesantes?

    N.B .: Quisiera subrayar que mi reflexin sobre el problema de la gue-rra se inici en los aos sesenta, es decir, en el perodo de la guerra fra y

    del equilibrio del terror. Cuando he definido la guerra como un evento quese sustrae, como un desastre natural, a cualquier valoracin jurdica omoral, me refera esencialmente al conflicto nuclear. Y mantengo esta con-viccin. Sin embargo existe el riesgo de que, de esta postura, se deduzcael principio de que en poca nuclear cualquier tipo de conflicto armado seailegtimo e injusto. Incluso se puede llegar a sostener que tambin seaninjustas una guerra de defensa contra una agresin o una guerra de libera-

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    cin nacional. No comparto esta conclusin, porque pienso que se debe

    distinguir entre la violencia primera y la violencia segunda, entre elprimero que usa la fuerza militar y quien se defiende. Normalmente quienusa la fuerza en primer lugar es el prepotente y quien ejerce la fuerza ensegundo lugar es el ms dbil, obligado a defenderse: y las dos posturas no

    pueden situarse jurdica y mora lm ente en el mismo plano. Es el cls icotema de la agresin y de la resistencia a la agresin. S bien que no resul-ta nada simple, en las situaciones concretas, determinar con nitidez quines el agresor y quin es la vctima, por ejemplo, en el caso de una guerracivil. Y, sin embargo, no podemos olvid ar lo sostuve tambin durante la

    Guerra del Golfo que si no introducimos criterios de valoracin jurdi-ca y moral del uso de la fuerza militar corremos el riesgo de dar siemprela razn a los prepotentes. Acostumbro a decir que si todos fueran objetores de conciencia menos uno, ste ltimo podra aduearse del mundo. Losprepotentes estn contentsimos de encontrarse fren te a adversarios querenuncian a usar la fuerza. De esto estoy absolutamente convencido. Lodigo con el mximo respeto hacia la no violencia y hacia el pacifismo abso-luto. S, debera ser un pacifismo verdaderamente absoluto, practicado portodos... pero sabemos que no es as y que quiz nunca podr ser as.

    D.Z.: Quisiera observar, sin embargo, que stos son argumentos prc-ticos que no llevan necesariamente a la conclusin de que la guerra moder-na pueda ser, en determinadas c ircunstancias, moralmente jus ta (o injus-ta). Si el recurso a la guerra est determinado por un estado de necesidad

    por ejemplo, la necesidad de defenderse de una agresin no por estose convierte en un acto mralmente justo si es verdad que ello comportade todos modos, en poca nuclear, destrucciones y sufrimientos inmensosy, sobre todo, el sacrificio de un altsimo nmero de personas inocentes oincluso vctimas del rgimen desptico como t dices, vctimas del pre-

    potente que ha sido el primero en desencadenar la violencia, como haocurrido en la Guerra del Golfo. Tambin una guerra de defensa compor-ta, en poca nuclear, una extenssim a violacin de los derechos funda-mentales de miles o cientos de miles de personas. Y por tanto, tambin unaguerra de defensa sigue siendo, por usar tu expresin, legibus soluta.

    N.B .: Pero hay que meditar sobre el hecho de que, en cualqu ier caso,los violentos existen... Por eso, po r ejemplo, en el plano interno se ha lle-gado a atribuir al sistema poltico, al Estado, el monopolio del uso de lafuerza: se ha hecho para controlar y reducir la violencia difusa, para pro-

    teger a los ciudadanos de las agresiones de los violentos. Y por tanto no seve por qu no se puede hacer esto tambin en el plano internacional, dandovida aqu tambin a formas de monopolio del uso de la fuerza y legiti-mando, por consiguiente, el recurso a la fuerza militar contra quien ejerzaprimero la violencia. Adem s, hay que aad ir que hoy, en el plano inter-nacional, se est verificando un fenmeno nuevo y m uy grave: se vuelve a

    presentar, se renueva y se extiende la violencia privada. Es casi un retorno

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    IV. Teora del Derecho y Orden Global. Un dilogo con Norberto Bob bio

    a la situacin medieval. Los grupos criminales que practican el comercio

    clandestino de armas, el trfico de drogas y la explotacin de mujeres y demenores, se est multiplicando y reforzando a nivel planetario. La mafiapor ejemplo, es un fenmeno que desde occidente se ha extendido tambina Rusia y a China. Y se trata de organizaciones criminales extremadamen-te potentes y am ad sim as, que disponen tambin de armas pesadas. Fren-te a este fenmeno, el poder de represin del que disponen los Estados esdel todo insuficiente. Su propia soberana podra ser superada por el ex-traordinario poder de las organizaciones criminales, tal y como se ha vistoen cierto modo en Albania y quiz tambin en la guerra de la exYugosla-

    via. No es arriesgado hipotizar que en un futuro prximo haya guerras com-pletamente distintas de las que hasta ahora han visto el combate entre Esta-dos. Por lo dems, estas guerras eran en cierta medida moderadas,sometidas a reglas de ius in bellorelativas por ejemplo al trato a los pri-sioneros, la exclusin de ciertos tipos de armas, etc. Todo esto puede con-vertirse en algo totalmente superado, risible...

    D.Z. \ Y por tanto t piensas que slo un pod er supranacional, unajurisd iccin y una polica supranacionales podran estar en grado de con-trolar este nuevo tipo de violencia internacional privada?

    N.B.: Yo en este momento me limito a constatar que hoy se dan con-flictos y guerras de nuevo tipo. Un espectculo espantoso... Es evidente quelos poderes y la jurisdiccin de los Estados individuales son insuficientes.

    D.Z.: Me imagino que tambin po r estas razones miras con aprobacinal Tribunal penal internacional de la Haya, operante para la exYugoslavia,y al de Ruanda. Y pienso que sobre todo ests a favor de la perspectiva,sobre la que se discute desde hace ms de cincuenta aos, y que hoy pare-ce concretarse, de que se constituya bajo el estandarte de las Naciones Uni-das un Tribunal penal internaciona l permanente. Este tribunal debera

    juzgar a todos los responsables de crmenes contra la humanidad y de otroscrmenes de guerra particularmen te graves, sobre la base de un Cdigopenal internacional.

    N.B.: Es natural que me muestre del todo favorable, y lo soy en la mspura lnea kelseniana. Kelsen fue el primero, en el escrito de 1944 que yahemos citado ms veces, que propuso la institucin de este tipo de Tribu-nales internacionales. S que hay discusiones de carcter formal a prop-sito del Tribunal de la Haya. Hay quien sostiene que se trata de un Tribu-nal especial o que el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas habra

    ido ultra viresal decidir su institucin. Pero pienso que, de todos modos,era necesario em pezar y que ha sido justo empezar as. Pero ms all deesto estoy, sobre todo, a favor del hecho de que nos encaminemos hacia unordenamiento internacional en el que los sujetos de derecho ya no sean slolos Estados, sino tambin, y sobre todo, los individuos. As se est reali-zando, lo repito, un proyecto que Kelsen fue el primero en vislumbrar ytuvo el coraje de concebir.

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    Captulo Quinto

    La Soberana: nacimiento, desarrollo y crisisde un Paradigma Poltico Moderno

    La parbola de la soberana

    Aunque el trmino apareca ya desde el siglo XIII en algunos autoresmedievales, la soberana es, sin embargo, una idea caracterstica de lamodernidad: est ligada al nacimiento, con el Renacimiento y la Reforma,del Estado moderno europeo. El Estado modgrno se afirma entre el si-glo XVI y el x v i i con algunas caractersticas que lo d iferencian claramen-te del orden po ltico medieval: es un Estado territorial, nacional, tenden

    cialmente laico y dotado de estructuras normativas y administrativascentralizadas. Es un Estado soberano, en el sentido de que, a diferencia delas.monarquas_cristianas medievales y del mismo Imperio cristiano, esindependiente de to dq ppd er poltico o religioso, existente fuera de l. Ensu Trmulacin clsica la nocin de soberana se expresa como suprema

    potestas supfidrem nonxeconoscens. A partir de Jean Bodin, que a finales del siglo XVI elabora la primera teora moderna al respecto, se predicala soberana tanto del Estado en su conjunto como de algunos de sus mximos rganos o autoridades, como el Rey o el Parlamento. Tan slo a ellosles compete, en particular, el poder de decidir la guerra, de llamar a filas alos soldados para defender la patria contra el enemigo externo y de con-cluir la_paz. Solamente mucho ms tarde la soberana se referir tambin,

    Hacia la mitad del siglo XVII la paz de Westfalia cierra el periodo de lasguerras de religin y reduce el Sacro Imperio Romano Germano a una puraexpresin verbal. A partir de este momento la soberana del Estado moderno se manifiesta tambin en las relaciones internacionales, como categora del /uspublicum euFopaeum.El orden internacional est ya fundado enEuropa ri el sistema denlos Estados soberanos, es decir, en el equilibrioentre sujetos polticos que m antienen relaciones jurdicas paritarias, reco-nocen las respectivas sobe ranas territoriales y no se entrometen en los

    /asuntos intemosljeos. / et d s?-/ o i iAl com iezodel siglo XIX las guerras napolenicas, que trastornan los

    equilibrios tradicionales entre las potencias europeas, representan una pri-mera seal de crisis del sistema westfaliano. A stas le sigue la constitu

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    T98 Lo s se or es d e la pa z

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    cin de la Santa Alianza, che puede ser considerada el primer intento dedar vida a un sistema de instituciones supranacionales para garantizar elorden y la paz.

    Sin embargo, el sistema de los Estad os soberanos se dirige hacia unacrisis particularmente grave en ocasin de la Primera guerra mundial: laguerra ha demostrado que el equilibrio entre las potencias europeas yajioest en condiciones de garantizar un entramado estable y pacfico de lasrelaciones internacionales, que ahora se extienden mucho ms all_de Euro-

    pa. La Soci edad de N aci one s ( 1920 ) es el pri me r inte nto, titu beante y mu ypron to abocado al fracaso, de da r vida a una conc ertacin ins tituc ional entre

    los Estados. La crisis se agudiza an ms con el estallido de la Segundaguerra mundial, desencadenada por el expansionismo nacionalista de losregmenes fascistas y nazi. Al final del conflicto, las potencias vencedorasdeciden dar vida a nuevas instituciones internacionales las Naciones Uni-das que gara ntcenla estabilidad y la paz mundial, superando el sistemaanrquico del equilibrio entrcjestados igualmente soberano^ La nuevaestrategia apunta a la con centracin de poder polticomilitar en m anos de|organismos supranacionales que reduzcannotablemente las prerrogativas; soberanas de los estadosna cionalss, f\ |vv conrcvV*>*i'

    Hacia el final del milenio, un factorjiuevo acenta la crisis de la idea ^europea de soberana: es el proces de globalizacin en acto en sectores ^fundamentales Be la produccln dustriai, de las finanzas, de los transy i J\

    por tes y de las comun ica cion es de masa. Lo s e stad os nac ionale s no p are -cen ya idneos p ara afrontar los problemas internacionales la paz, eldesarrolo ecomico, la proteccin de los derechos humanos, la tute la delmedio ambiente, el equilibrio demogrfico que han alcanzado una

    | dim ensin planetaria y exigen estrate gias, instituciones polticas y orde ^namientos jurdicosgrobales.

    Ya desde as comienzos, en la nocin de soberana se diferenciadaentre soberana externa, expresin con la que se designa el carcter originario yT ndepdecia del E sta da m cionalrespectoaotras_au toridades

    l polticas y religiosas, y soberanainterna, expresin,qug,indica.la supre-maca que el estado ejerce sobre sus sbditos (o ciudadanos), adems de

    ; sobr Tos pode res y las autoridadesi que op eran en su interior. En el planotricopltico es adems fundamental la distincin entre una nocin absolutay una nocin limitadade soberana. Con la primera se alude a lascncepciones de la soberama^picamente expresadas por autores como Jean

    / Bodin y Thomas Hobbes, que han caracterizadojos regmenes absolutis-tas de las grandes monarquasjiacionales, que se han consolidado en" Ercr

    pa entr e el sigl o_xv l y el siglo XVII. Con la segunda se designan las con-cepciones ce la soberana estatal elaboradas por pensadores como JohnLocke, Benjamn Constant, Albert V Dicey, etc., que son propias de losregmenes liberales del siglo XIX y de los liberaldem craticos y socialdemocrticos contemporneos. Hay que aadir que hoy no faltan autores para

    V. L a Soberana: Nacim iento, De sarrol lo y Crisis...99

    eslos cua les la idea de soberana, si bien en una acepcin limitadaincompatible con las de Estado de derecho y Estado Constitucional

    Una consideracin aparte merece la idea de soberana popula r queentreel siglo x v i i y el x vn i se extiende en la cultura poltica y, en particlar, iTls colonias de Nueva Inglaterra. En el Co/ra/ Soc

  • 7/26/2019 Zolo Los Seore de la paz 3 4 y 5 Desblo

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    100 Los seores de la paz

    tico exento de especificaciones nacionales y de lmites territoriales (uni-versitas humanitatis), y de un dominusjnundi,el emperador, cuya autoridad est por encima de cualquier otra autoridadtemporal. Es una concep-cin poltica inspirada en el principio de la reductio ad unum comofundamento del orden universal, un principio que la cultura medieval here-da de la romana y combina con el universalismo espiritual y temporal dela iglesia catlica.

    L a nocin moderna

    La transformaci