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El mundo de Krynn es fuente de
nagotables sorpresas, basten doejemplos: en uno de los siete
cuentos incluidos en el present
volumen, un Kender se convierte ecaballero de Solamnia (bueno, cas
o consigue). En otra narración, u
ogro llega a ser salvador de la caz
de los enanos, ¡vivir para ver! E
ibro se cierra con una novela corta
de Margaret Weis y Tracy Hickman
«Hilos de seda», en la que secuenta la suerte que corrieron lo
verdaderos clérigos y cómo Nuitar
guardiana de la magia negra, intenta
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rustar las ambiciones del hechicero
Túnica Negra, conocido como
Fistandantilus.
Contiene los relatos:
Seis cantos por el Templo de Istarde Michael Williams.
Los matices de la fe, de Richard A
Knaak.
Estofado de Kender , de Nic
O’Donohe.
El deseo del goblin, de Nic
O’Donohoe.
Las tres vidas de Horgan
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Embaucabueyes, de Douglas Niles.
Llenando espacios vacíos, d
Nancy Varian Berberick.
Día libre, de Dan Parkinson.
Hilos de seda, de Margaret Weis
Tracy Hickman.
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Margaret Weis & TracyHickman & Michael
Williams & Richard A.
Knaak & Nick O’Donohe &Roger E. Moore & Douglas
Niles & Nancy Varian
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Berberick & Dan Parkinson
El reino de Istar Cuentos de la Dragonlance 04
ePub r1.0
Slashhh 14.01.14
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Título original: The Reign of Istar
Margaret Weis & Tracy Hickman &Michael Williams & Richard A. Knaak &
Nick O’Donohe & Roger E. Moore &Douglas Niles & Nancy Varian Berberick & Dan Parkinson, 1992Traducción: Mila López Díaz-Guerra
Editor digital: SlashhhePub base r1.0
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Prólogo
«Paladine, conoces la perversidad qume rodea. Has sido testigo de lacalamidades que han asolado Krynn…
o puedes menos que admitir que tdoctrina de equilibrio no produce loresultados deseables.
»¡… erradicaremos el Mal
Destruye a los ogros, pon a raya a lodescarriados humanos, asigna territorioejanos a los enanos, los kenders y lo
gnomos, razas que por tu gusto nunchabrías creado!
»¡… te exijo, Paladine, que m
prestes tu poder a fin de aniquilar toda
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as sombras que se ciernen sobrnuestras tierras!».
Así habló el Príncipe de loSacerdotes el día del Cataclismo.
Era un buen hombre, perntolerante, orgulloso. Creía que su líne
de conducta era la correcta, la única, nsistió en que todos, incluidos lo
dioses, la siguieran. Aquellos que s
mostraron en desacuerdo con él fueroconsiderados malignos y, de acuerdcon la ley, tenían que ser «convertidos
o destruidos. Las historias narradas eeste volumen tratan sobre los efectoque tales edictos y creencias tuvierosobre la gente de Ansalon en el tiemp
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anterior al Cataclismo.Michael Williams inicia la serie, d
un modo muy apropiado, con unprofecía de los últimos días en «Seicantos por el Templo de Istar».
«Los matices de la fe», de Richar
A. Knaak, relata la historia de un jovecaballero que viaja a Istar en busca da verdad. La encuentra, aunque no de
modo que había imaginado.Un rudo y maduro instructor d
óvenes caballeros tiene que hacer frent
a los problemas que le plantea un reclutpoco o nada ortodoxo en «Estofadkender», de Nick O’Donohoe.
«El deseo del goblin», de Roger E
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Moore, es un cuento sobre undisparatada banda de refugiados que sunen empujados por la necesidad y qucasi alcanzan el poder de superar eMal. Casi.
«Las tres vidas de Horga
Embaucabueyes», de Douglas Nilesabunda en el tema de aliadonverosímiles, forzados a agruparse a fi
de hacer frente a un enemigo común, dacuerdo con el relato que un amanuense hace a Astinus.
Nancy Varían Berberick escribsobre alianzas de naturaleza mántrigante en «Llenando espacio
vacíos».
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Dan Parkinson narra en «Día Librecómo los seres pequeños y en apariencinsignificantes pueden terminar jugand
un papel importante en la historia. Nuestra novela «Hilos de seda
revela la suerte corrida por lo
verdaderos clérigos y cuenta cómuitari, guardián de la magia negra
ntenta frustrar las ambiciones de
hechicero Túnica Negra conocido comFistandantilus.
Estamos encantados de visitar Kryn
una vez más, junto con muchos de locomponentes del equipo original dragonlance y algunos nuevos amigo
que hemos conocido en el camino
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Esperamos que disfrutéis con la lecturde El reino de Istar y que noacompañéis en los viajes a través dKrynn en los próximos volúmenes desta serie.
Margaret Weis & Tracy Hickma
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Seis cantos por el
Templo de Istar
Michael Williams
De acuerdo con la leyenda, el autor destos cantos es el desconocido bardsilvanesti Astralas, nacido en la épocde la proclamación del Manifiesto de lVirtud. Sobrepasados los cien años dedad cuando inició su viaje, el profetelfo embarcó rumbo a Istar poc
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después de entrar en vigor el Edicto deControl del Pensamiento y regresó couna serie de confusas y turbadoravisiones de un inminente desastreDesapareció en circunstanciamisteriosas aproximadamente en e
iempo del Cataclismo; algunos diceque fue destruido por las sacerdotisaelfas de Istar, en cumplimiento de
edicto. Otros afirman que, durante lodías de pesadilla y caos que siguieron aCataclismo, Astralas viajó por lo
bosques de Ansalon, recitando sidescanso estos cantos. El quinto de estopoemas, la reseña de las propiavisiones, aparece en más de cie
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versiones orales por todo el continenteo obstante, ésta es la única versió
manuscrita conocida.
Quivalen Sat
Custodio de los Archivos Poético
de Qualinest
I
Astralas, llamado al cantoPor el dios flautistaBranchala de las hojas,
llamado cuando yo rondaba
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por los bosques de Silvanost,dos mil quinientos añosdesde la firma de pergaminos,desde el descanso de las armas.
Oh, cuando el dios me llamó,
las lunas gemelas cruzaronsobre la proa de mi barco,y el océano se tiñó de rojo y plata,
luz envolventesobre luz inarticulada precipitándose de la oscurida
establecida,esperando mi canción.
Oh, cuando el dios me llamó,
éste fue mi canto,
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mi profecía apremiada por un viento divino.
II
El lenguaje del viento
es único, pronunciado con el movimientode la nube y el agua,articulado con el susurro de la
hojasen la breve pausaentre la espera y el recuerdo,
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acechante, esquivo como la luz y lpromesa.
El lenguaje del vientoes el año que se desvanece preservado en recuerdos,
anhelando siempreuna estación en que el corazón pudo haber estado en su salvaj
unción.Y el viento es siempre el latido de tcorazón,
palpitando remotocomo las impasibles estrellas,y se mueve desde la llegada a l
partida,
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dejándote sólo una canción:Oh, ése era el lenguaje el viento
dices, ¿qué significado guarda
para las hojas y el agua?,
Y siempre, ¿qué significa?
Así me encontró la primera vezen las riberas del Thon-Thalasen el confín del río,
tras los ministeriosde tintero y tutoría,tras la malograda herencia de días,cuando las largas ideas se esconde
en madriguerasy la infancia bailaen las lagunas de la memoria,
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perdiendo su entidad en la danza.Yo recordaba demasiado,ineficaz para espada y escudo, para libro de hechizos y luna, para altar e incienso, para gramática arcana de las aves
y alambique de las estaciones.el río diciéndome siempre,diciéndome:
Ven, Astralas, ven a las aguas; soy el último hogar, decía,
el refugio de los sueños
y el sueño de la razón. Entra en la corriente, Astralas.
Te llevaré más allá de tus fracasos.
Entra en la corriente y abre lo
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brazos
mientras saltas al torbellino de s
curso,
al movimiento, a la luz en el agua,
al agua misma, extasiado y perdido
mientras el mundo entero s
desvanece.
Y el río hablaba siempre así,
siempre la oscura corrientearrullando al corazón y la menteen ese curso a la derivadonde las naciones cambiantras de ti y se desvanecen,y piensas que han desaparecidoen la necesidad de los ríos,
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en las almenas de los bosques,de modo que, si regresas para retomar tu camino,te pierdes en el laberintode hojas y de inevitable corriente,de proa a popa,
de naciones perdiéndose siempre ea distancia.
Así hablaba el río,y secretamente yo escuchaba atento,suspendido en oscuridad,en la rendición del corazón.
Una barca para la travesíaempecé a fabricar,
pieles desolladas en pozos de cal,
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selladas con seboy cosidas por la fibra del linoa medida que la lezna y la aguja pasan a través y por encimadel flexible esqueleto de madera;las velas se hincharon
con vientos carnívoros,y en ignorancia, en sumisión,la barca bogó sin timón,
botada en corrientes insensibles,llevada hacia el sur donde el Courrain esconde
el borde del mundo.llevado hacia el sur yací sobre cubierta,y la barca fue una cuna, el lecho d
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una novia,un catafalco gris arrastrado hacia l
noche;fue vino fuerte y pócima,sueño más allá de la memoriay más allá de la recuperación,
y, mientras yacíaen el entramado venoso de drizas,decidí no volver a levantarme.
Y el día de mi muertefue el de mi embarque.
III
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Hay algoen el navegar sin timón,
abandonando la esperanzacomo la cáscara inútil del deseo,arquitecturas de barca y cuerpo
que se funden con el aguay el viento que aligera de cargas.En el sur, las velas hinchadas co
palabras,y la barca alzó el vuelosobre el rechazo de las aguas.
El viento habló quedo bajo el latir de las velas:Ven, Astralas, cabalga hasta l
rofecía;
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soy el aliento de un dios,
decía el viento,la fuente de los sueños
y el sutil entramado de
razonamiento.
Astralas, abre tus brazos;
Pasaré entre tus dedos
como luz descompuesta,
como una visión del entrecejo de u
rey enojado. Apresúrate hacia Istar, con su
cúpulas y templos,
donde la luz del sol se reflejaen bronce y plata,
ni cristal y pulido hierro.
Allí tendrás e interpretarás
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diez revelaciones,
en aquella ciudad opulenta
donde la verdad sin dolor
gobierna la medida de un palmo,
reluce como la luz de la luna
sobre aguas inmutables.
Pero tú, Astralas,
marcado por tu terrible viaje,
no puedes hacer tregua con e
viento y el aguaen el palpito de tus venas,
pues están en ti para siempre.
A mi partida,los árboles lloraron sangreque tiñó la blancura
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de abedules y nogales,y relució oscura sobre el arce y e
roble,sangre que caíacomo hojas en miles de países,más amenazadora que un augurio,
brotada de heridas proféticas,a medida que navegaba a través d
a desembocadura
del antiguo Thon-Thalas,como una plegaria derramada en e
océano infinito.
En el intrincado y complejorbellino de presagios,
de extensas profecías,
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llega un momento en que tencuentras
en presencia de oráculos, pero lo que predicenson espejos y humo.
Cuando llegué al Courrainme encontraba en cubierta,trasladado el desaliento
al país de la fe,y, poco a poco, la costa tomó formay un nombre,mientras que el bosque se reducía
Silvanost,verde sobre agua sobre verde.
Al cabo de mucho, a babor,
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aparecieron los fuegos señalizadorede Balifor,
el maltratado país de los kenders,de jupaks y flautasy tesoros saqueados.El humo de la línea costera s
mezclaba en el airecon las nubes de las montañasresolviéndose en martillo y arpa,
en constelaciones veladas,mientras las playas de Balifor suspiraban por la marcha de lo
dioses.
Al norte y al oeste, a lo largo de lcosta,
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abrazadas por el viento perfumadde pinos,
por infusión de cicuta,las amplias llanuras trepabanhacia el verde montañoso,y por doquier, bosque y océano,
océano y bosque entrelazadoscon la bruma del remoto oesteen deteriorados horizontes,
hasta que la fantasía del viajeroimagina que Silvanost se alza d
nuevo
en sueños de recuperación, pero, en lugar de ello,es la Istar dominada por el clero,frecuentada por el sacrificio,
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donde la libertad es incienso,el humo que se alza al cielodestruido en sus propias ceremoniasAllí, en los mares que se bifurcan,en cálidas aguas dañinas
septentrionales,
el viento me llevó hacia el oeste bordeando una tierra desolada.
IV
Ahora el mar es un paísllano y cruel,
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hirviendo con lumbres inconstantes.El aire salinosofoca las luces costeras, pero el mástil, los remo
desarmados,arden con el Fuego de Santelmo,
y una verde incandescenciatiñe las aguas;y a menudo, de noche,
la línea costera es oscuraen contraste con el luminos
arrecife,
con el fénix de Habbakuk, bajo en el borroso oeste,y el viento y el aguason prestados y recónditos como l
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uz.
Y en esas mismas noches,
en la superficie del agua,la tiniebla inexplicablese embarca de estribor a babor
como un sueño de lo más hondo da memoria,
como si del océano
emergiera una nueva islarevelada por la distanciay las extrañas voces de las ballenasLa brújula se agitay se hunde en aguas vertiginosas,y al despertar el albafraccionada en remolinos de espuma
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con el impenetrable jadedel océano a tus pies,despides a la noche, la rechazas,y ésa es la razón por la que est
cantovuelve a ti en silencio,
en pleno mediodía, cuando el macongregado
va cambiando más allá de
pensamiento y la memoria, por encima de las corrientes eternas
Y ahora los vientos del norte,alzándose fieros, ecuatoriales,el viento de orate,los alisios de la profecía,
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me conducen a la bahía.Karthay aparece por estribor,la ciudad de los puertosdonde la torre del hechiceroaguarda la erosión de las montañas,mientras los vientos del norte
arrancan mi barca del abrazo de laaguas.
Nos precipitamos en la bahía d
star como un imprevisto cometa,como algo horrendo aproximándose
a las laberínticas calles en ruinas,al borde del puertodonde el viento pasó sobre mí,encalmando la barca
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al pie de los gigantescos muelles,donde el viento pasó sobre mí,agarrando la telaraña del reinomientras soplaba a su antojo,y nadie supo decir de dónde vino o adonde fue,
y se zambulló por los callejones,saltó por encima de las torres,y arrasó la casa
del último Príncipe de loSacerdotes.
Los augures lo interpretaroncomo otra señal inmutableque añadir a las lágrimas de sangrede los alisos y los vallenwoods,
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las constantes erupcionesde hogueras y forjas,a la huida de los diosesy al retorno de éstos.
Y el anuncio de mi llegada
fue una señal de advertencia.
Diez revelaciones, oh, Istar, yacedormidas
en la gran cúpula de cristaldel Templo de tu Príncipe de lo
Sacerdotes,
donde los muros se apartan de lplomada,
donde los cimientos pasan
de corindón a cuarzo,
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de piedra caliza a arcilla,hasta los sueños tambaleantes de s
basamento.
Diez revelaciones yacen dormidas,y mi canto las ha despertado.
Pues mis palabras son el vientarrasador,
la sangre de los árboles
y el fuego de las playas;los dioses caminan en mi canto,donde diez revelaciones despertaronen las manos de mi canción;las ofrecí, relucientes, fraccionadasy los dioses irrumpieron en mi
manos.
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V
Istar, tu ejército en Balifor
es un guantelete que aprietauna herencia de azogue.
Tus sacerdotes en Qualinostson deslumbramiento de cristalfraccionado en terciopelo rojo.
Tu mano ligera en Hyloroba el aliento de la cuna:hielo en el guante.
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En Silvanost, los blancos muslos das mujeres
vadean a través de las aguas turbiasdel Thon-Thalas.
Tu brazo armado en Solamniase enreda en filamentos,en el callejón de la araña.
Tus hijos de Thoradinrelegan al sueño del olvidolinajes de tierra verde y sol.
Los fragmentos del rememoradErgoth
recogidos en una vasija rota.
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en la dispersión que llaman los docrincones del planeta.
Asoma entre los labios dThorbardin
la hilera de dientes
de túmulos sin nombre.
Tus dedos en Sancristmanosean con torpeza la intrincad
empuñadurade una espada prestada.
Pero, Istar, el último canto es tuyo,el canto en el centro de la
canciones:
un hueso blanquecino sobre el altar.
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VI
Y la última generación de Istar,generación pura,nacida de piedras relucientesarrancadas de la coronadel bonete de un charlatán,cuya bondad es ritualestricto, matemático,
desnudo de los elementosen el fuego del alma,y en la tierra del cuerpo,
en el agua de la sangre
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en la circunferencia del aire.Has pasado a través de tu templohasta el momento indemne, pero ahora toda Istar está ensartada en nuestras palabras,en nuestro propio entendimiento,
mientras tú pasas de la nochea tener conciencia de la noche,que el odio es el sosiego de lo
filósofos;que su costo es eterno;que le arrastra a través de meteoros
a través de la paralización invernal,a través de la rosa marchita,a través de las aguas del tiburón,a través de la negra compresión d
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os océanos,a través de la roca,a través del magma,a ti misma, a un absceso de nadaque reconocerás como nada,que sabrás que se repite una y otr
vez,con las mismas reglas.
Así habla el viento,en un lenguaje único, pronunciado con el movimientode la nube y el agua,articulado con el susurro de la
hojas,en la breve pausa
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entre la espera y el recuerdo,acechante, esquivo como la luz y l
promesa.Así habla el vientoen el largo año preservadoen el recuerdo del corazón,
y siempre anhelantede otro bendito añoen que el corazón
haya estado en su salvaje unción.Y el viento es siempre el latido de t
corazón,
palpitando remotocomo las impasibles estrellas,y se mueve desde la llegada a l
partida,
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dejando sólo una canción:Oh, ése era el lenguaje del viento,
dices ¿qué significado guarda
para las hojas y el agua?
y siempre es lo que significa.
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Los matices de la fe
Richard A. Knaak
Arryl Tremaine entró en la sala de LLocura de Timón, la posada donde s
hospedaba, y de inmediato advirtió quas miradas convergían en él. La rop
que vestía era normal, un sencill
atuendo de viaje, de modo que los questaban en la sala no podíadentificarlo como un Caballero d
Solamnia, pero sí podían ver que er
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forastero. Ello era suficiente para llamaa atención. De no haber tenido l
precaución de dejar la armadura en scuarto, los otros parroquianos nhabrían tenido que disimular qumiraban a cualquier parte y no a él.
Hizo caso omiso de ellos y sencaminó hacia el posadero, un hombrbullicioso y pesado llamado Brek. Fu
el único que lo saludó, seguramentporque sentía cierta afinidad con eoven caballero. El abuelo de Bre
había sido el tal Timón cuya locurhabía dado nombre a la posada, ascomo, probablemente, indujo a lfamilia a abandonar Solamnia. Timó
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había sido un Caballero de la Espada, agual que lo era Tremaine.
Arryl opinaba que el linaje de Timóhabía degenerada mucho en sólo dogeneraciones.
—buenas tardes, caballero Tremain
—dijo el hombre, con un tonrespetuoso. Todos los parroquianoalzaron la vista.
—Maese Brek. —La voz de Arrysonó queda y un poco cortante—. Lpedí que no se dirigiera a mí por m
ítulo. No era corriente ver a un Caballerde Solamnia en el reino de Istar, y aúmenos en la sagrada ciudad del mism
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nombre. Arryl, que procedía de la zonmás alejada del suroeste de su paísamás había llegádo a comprender l
razón. Tanto la orden de caballería comel Príncipe de los Sacerdotes, que era eregente de Istar, servían al mismo señor
el dios de la luz y la bondad, PaladineCompatibles en otro tiempo, parecía quos dos servidores ya no eran capace
de trabajar uno al lado del otro. Corríarumores de que la iglesia sentía envididel poder de los caballeros, y lo
caballeros de la riqueza de la iglesiaPero un Tremaine nunca se habírebajado tanto como para dar crédito semejante demagogia. La Casa Tremain
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habría conocido tiempos mejores, perel orgullo de la familia estaba todavíen flor. El joven caballero había llegada Istar hacía tres días a fin de descubria verdad.
—Mis disculpas, maese Tremaine
¿Habéis decidido tomar vuestra cenaquí? No os hemos visto desde vuestrlegada. Mi esposa y mis hijas teme
que su modo de cocinar no sea dvuestro agrado.
Arryl no tenía ganas de hablar sobr
comidas ni sobre la familia deposadero, y menos aún sobre las hijade maese Brek. Al igual que otramuchas mujeres, se sentían atraídas po
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a apostura del joven caballero, surasgos atractivos, aunque fríos, y sfigura alta y bien proporcionada. Arryno las había alentado en lo más mínim, de hecho, consideraba sacrilega ldea de mezclar placeres mundanos co
el sagrado propósito de su viaje. —He venido sólo para pedir ciert
nformación antes de retirarme
descansar. —¿Tan temprano? Apenas h
oscurecido, señor. —Brek pensó que e
caballero era un poco raro. Era evidentque el posadero había olvidado lorituales diarios de un Caballero dSolamnia, o su abuelo nunca le habí
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hablado de ellos.Arryl frunció el entrecejo. Querí
respuestas, y no más preguntareferentes a sus hábitos personales.
—Vi que la guardia de la ciudaarrestaba a un hombre; un hombre que n
hacía otra cosa que estar en sucarretvendiendo fruta. Yo mismo le comprmercancía ayer. Los soldados no diero
razón alguna que justificara su arrestoalgo impensable en mi país. Lencadenaron y lo arrastraron…
—Estoy seguro de que había umotivo justo, maese Tremaine —sapresuró a interrumpirlo Brek. Drepente, su sonrisa se había vuelt
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forzada—. ¿Os quedaréis para loJuegos? Se comenta que habrá algespecial esta vez. ¡Algunos dicen que ePríncipe de los Sacerdotes asistirá!
—No soy partidario de los aslamados Juegos. Y ya he visto bastant
al Príncipe de los Sacerdotes, gracias.Por dondequiera que Tremaine fuer
en la inmensa urbe, con sus altas torres
sus templos extravagantemente doradosse encontraba con la benevolente imagedel sagrado monarca sonriéndole. E
odos los numerosos estandartemajestuosos, que al principio lrecordaron sus días de instrucción en ealcázar de Yingaard, aparecía el perfi
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estilizado del Príncipe de loSacerdotes. Bustos iguales al que habícolgado en la pared, detrás de maesBrek, invocaban una petrificadbendición sobre el caballero.
Peor eran las estatuas, sobre todo l
que representaba al Príncipe de loSacerdotes sosteniendo en una mano un sonriente bebé y una retorcid
serpiente de muchas cabezas en la otraEl ofidio era la interpretación que eescultor había hecho de la diosa de l
oscuridad, Takhisis la eterna rival dPaladine. ¡Arryl lo consideró un ultrajodos sabían que Huma, un Caballero d
Solamnia quien había derrotado a l
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Reina de los Dragones! ¡Era Huma quiehabía invocado la ayuda de los diosesde Paladine, no el Príncipe de loSacerdotes!
En cuanto a Paladine, la deidad ecuyo honor se había erigido Istar, estab
representado también, pero ni muchmenos con la prodigalidad con que lestaba el cabeza de la iglesia. De hecho
muchos de los tributos a Paladinestaban en la misma altura que los dePríncipe de los Sacerdotes, ¡como s
fueran iguales! —La sagrada Istar parece mánteresada por la mayor gloria de s
sirviente que por la de quien es su seño
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—dijo Arryl con severidad.Brek se puso pálido y miró de reoj
a los tres hombres que estaban sentadoen un nicho de la sala.
—Si me disculpáis, caballero…maese Tremaine, tengo que… ayudar
mi esposa.Maese Brek se marchó antes de qu
el caballero tuviera tiempo de respirar
Al parecer, la velocidad no era uno dos atributos diluidos en la apatía de do
generaciones.
Arryl se encogió de hombros, dimedia vuelta y se encaminó hacia lescalera que conducía a su habitaciónTenía mucho en que pensar. E
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peregrinaje a la sagrada Istar había siddecepcionante. Tremaine confiaba eque sus oraciones vespertinas le dieraa respuesta que necesitaba.
El caballero no había dado más duna docena de pasos cuando una vo
procedente de la mesa del rincón instcon sequedad:
—¿Dispones de un minuto, seño
caballero?Arryl pensó rehusar, pero entonce
reparó en las túnicas blancas y plateada
que vestían los tres hombres.Eran clérigos de la Orden dPaladine. Arryl los saludó con uncortés inclinación de cabeza.
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—Buenas tardes, hermanos. —Que la bendición del Príncipe d
os Sacerdotes esté contigo, hermano —respondió el menos corpulento del tríoque se sentaba en el medio. Sucompañeros no dijeron nada y s
imitaron a saludar con un brevcabeceo. Resultaba evidente que el quhablaba era su superior—, ¿M
equivoco al suponer que tenemos ehonor de dirigirnos a uno de nuestrohermanos solámnicos?
Los dos acólitos, pues no podían seotra cosa, tenían más apariencia dsoldados que de sacerdotes. Claro qua Orden de Paladine contaba co
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combatientes capacitados, a pesar dque les estaba prohibido el uso de armablancas. Luchaban con armas que nenían cuchillas; mazas, por ejemplo
como era el caso de estos dos, que laenían sobre la mesa. Arryl sospech
que actuaban como guardaespaldas deercero, lo que hablaba por sí mismo da autoridad y poder que ejercía.
Tal poder no se reflejaba en sapariencia, ya que el sacerdote erdelgado y tenía los hombros un poc
encorvados. Su rostro era alargado estrecho y a Arryl le recordaba el de unrata. Con todo, el hombre era un HijVenerable.
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—Soy Arryl Tremaine, Caballero da Espada —respondió con cortesía.
—Tal como había imaginado, uguerrero solámnico. —El clérigo juntas manos, con los dedos índice
apretados entre sí, formando un vértic
agudo, como un chapitel. Arryl reparen que el sacerdote llevaba guantes dpiel fina, que hacían juego con su
ropajes clericales. Se preguntó sendría algún problema con las mano
que le obligara a ocultarlas bajo lo
guantes. El tiempo no era tan frío parnecesitar esa protección. El clérigcontinuó—: Disculpa que no me haypresentado. Soy el Hijo Venerabl
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Gurim.Aunque a los ojos de Paladine quiz
fuera un pecado, Tremaine no pudevitar que el semblante del hombre lcausara repulsión. El hermano Gurienía los ojos como una rata que observ
odo. Su nariz era larga y ganchudaDaba la impresión de que se le hubierroto y no se hubiese curado bien, lo qu
era un contrasentido, habida cuenta quGurim debería haber sido capaz dsanarse a sí mismo. El sacerdote estab
casi calvo y peinaba los ralos cabelloen una pobre imitación de la coronmonacal.
Los finos labios de Gurim s
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estiraban en una sonrisa retorcida, hechque contribuía a incrementar ssemejanza con un roedor.
El caballero cayó en la cuenta dque lo estaba mirando con descortéfijeza. Por fin se acordó de contestar
a presentación del clérigo. —Es un honor conocerte. Si m
perdonas, he de retirarme a mi cuart
para preparar mi oración vespertina.Gurim asintió con un cabeceo, per
no despidió al caballero.
—Cuán placentero es conocer a unde nuestros hermanos comprometidos ea lucha contra la Reina Oscura. Cuá
reconfortante es saber que la fe no se h
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debilitado en todos vosotros, locaballeros.
Arryl estaba furioso, pero cuidó dno alterar el gesto. —Nosotros, locaballeros, somos fieles a los principioestablecidos por Paladine. Tenemo
menos fe en el Hombre, no en dios.Gurim inclinó la cabeza y esboz
una desagradable sonrisa.
—¿De veras? —Las manoenguantadas se separaron y el clérigo lapuso en la mesa, con las palmas haci
abajo—. No quiero retrasarte más en tvigilia, señor caballero. Sólo deseabdecirte que es un placer tu visita a IstarRezo porque llegue el día en que vuestr
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Orden ocupe de nuevo el lugar que lcorresponde, como el brazo armado dSu Reverencia contra las fuerzas deMal. Tu presencia me anima a esrespecto.
—Me alegra ser de tu agrado
hermano. —Tremaine hizo una profundreverencia a fin de que su expresiódesdeñosa pasara inadvertida. ¿L
hermandad de la caballería el brazarmado del Príncipe de los SacerdotesLos Caballeros de Solamnia eran ta
firmes en sus creencias como cualquieren la sagrada Istar. Firmes ndependientes… como habí
establecido Paladine, cuando, junto co
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os dioses Habbakuk y Kiri-Jolith, sapareció ante Vinas Solamnus, efundador de la Orden, y le mandó que sseparara de su malvado señor, eemperador de Ergoth.
La Orden había existido desd
mucho antes de que hubiera un Príncipde los Sacerdotes.
Tremaine se encaminó hacia l
escalera. Gurim trazó un símbolo en eaire.
—Ve en paz, señor caballero. Que l
bendición del Príncipe de loSacerdotes esté contigo.Arryl echó una ojeada atrás. —Y que Paladine te guarde
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hermano.La sonrisa de rata de Gurim n
abandonó la mente de Arryl durante todel camino escaleras arriba y hasta dondestaba situado su cuarto. Sólo cuandnició sus oraciones vespertinas l
magen empezó a perder consistencia, únicamente cuando estuvo recogido eo más hondo de su ser, el desagradabl
semblante del hermano Gurim se borrpor completo.
Desgraciadamente, el recuerdo de
hombre no desapareció.Al final del quinto día de estancia ea sagrada Istar, Arryl Tremaine habí
visto más que suficiente. Dudaba de l
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santidad de la ciudad y sus líderes. Istano era el bastión del Bien que habímaginado durante su infancia. No era l
ciudad de los milagros. Algunas zonade la urbe eran hermosas, cierto, perotras eran feas, abarrotadas d
nfortunados que vivían rodeados dmiseria y suciedad. Sin embargo, lmayoría de los ciudadanos de Ista
actuaba como si estos barrios nexistieran, como si creyeran que podíaibrarse de ellos con sólo desearlo.
Aquel día, Arryl le dijo a Brek quabandonaría Istar a la mañana siguiente.Por la noche, Arryl se dirigía a l
posada, que estaba ya a la vista, cuand
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oyó un grito sofocado y un gruñidoGuerrero experimentado en combate, eoven caballero identificó el sonid
como la exclamación de alguien a quiehan golpeado o apuñalado. Procedía dun callejón que había a su derecha.
Siendo ésta la sagrada Istar, la leprohibía a los hombres llevar armas, menos que fueran parte del clero o de l
guardia de la ciudad. Se permitía llevadagas, ya que a nadie le gustaba ir por lciudad por completo desarmado, per
enían que estar enfundadas en la vaina atadas con las correas de seguridad.Arryl se esforzó por soltar la lazad
que sujetaba su daga mientras corrí
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presuroso hacia el callejón. Perquienquiera que lo hubiese anudadhabía hecho un buen trabajo, y el jovese dio por vencido, decidiendo confiaen sus otras habilidades de luchador.
Solinari brillaba con fuerza. A la lu
de la luna, Arryl divisó a tres hombreque luchaban entre sí. Mejor dicho, dogolpeaban a un tercero. Los do
atacantes llevaban espadas a sucostados.
—¡Apartaos y rendíos! —gritó e
caballero, cuando los tuvo casi a salcance.Los dos hombres soltaron al tercero
que yacía inmóvil en el suelo. Uno d
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os atacantes desenvainó un cuchillo. Eotro sacó una espada corta. En lasombras, Arryl no distinguía los rasgode ninguno de los dos, pero supuso lclase de hombres que eran: matones quconfiaban en la fuerza bruta y en l
rapidez de acción, sin que la destrezugara un papel importante.
El primero arremetió con su arma
después lanzó un golpe con su carnospuño. Tremaine dejó que la daga |pasarde largo y desvió el puñetazo con u
golpe de su mano; al mismo tiempopropinó una patada.La dura puntera de la bota alcanzó a
hombre justo debajo de la rótula. Con u
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chillido de dolor, el atacante cayó asuelo, aferrándose la rodilla con lmano libre.
La punta de una espada rozó eantebrazo de Arryl. En lugar dretroceder, como habría hecho l
mayoría de la gente, Tremaine salthacia adelante mientras el segundasaltante completaba su movimiento d
arremetida. El hombre vio lo qupasaba, pero, cuando quiso reaccionar cambiar la dirección de la espada, Arry
a lo había cogido por la cintura.Los dos combatientes chocarocontra la pared del callejón. El atacantquedó atrapado entre el muro y e
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caballero, soltó un gruñido, dejó caer lespada e intentó recobrar el resuellopues se había quedado sin respiraciócon la fuerza del empellón.
Tremaine no le dio cuartel. Con epuño izquierdo le propinó un fuert
golpe en el estómago.Doblado en dos, el segundo hombr
se desplomó.
Arryl oyó un movimiento cerca de é lanzó una patada de lado. El prime
atacante, a punto de saltar sobre él, sali
anzado contra la pared opuesta.Después de aquello, cesó todresistencia.
Sin que apenas se hubiera alterad
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el ritmo de su respiración, el caballermiró en derredor, buscando a la víctima
o le sorprendió ver que habídesaparecido. El desgraciado se habíescabullido a la primera oportunidaque se le presentó. Arryl no podí
culparlo. Eran pocos los que igualabael coraje y la destreza de un Caballerde Solamnia.
Arryl se preguntaba qué hacer coaquellos dos, cuando un grupo dsoldados armados, pertenecientes si
duda a la guardia de la ciudad, aparecipor el final del callejón. —¿Qué pasa aquí? —preguntó u
hombre, adelantándose al grupo. A
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diferencia de los otros, vestía la túnicclerical.
—Estos hombres estaban golpeanda otro. Les ordené que se rindieran, perprefirieron atacarme.
Los soldados entraron en el callejón
Entre varios levantaron a los aturdidoatacantes y se los llevaron casi a rastrasEntretanto, el clérigo ordenó qu
rajeran una antorcha para inspeccionamejor la escena. Tras observar ecallejón y las armas que habían dejad
caer los adversarios de Tremaine, eclérigo volvió su atención al caballeroVista a la titilante luz de la antorcha, lpálida y demacrada faz del sacerdote l
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hacía parecer un cadáver muerto hacíuna semana.
—¿Por qué no llamaste a la guardia —No habrían llegado a tiempo. L
vida de un hombre estaba en peligro. —Eso es lo que tú dices. —La vo
del clérigo sonaba escéptica.Arryl se encolerizó un poco al ve
que alguien ponía en tela de juicio s
palabra, pero se recordó que esacerdote ignoraba que fuera uCaballero de Solamnia.
—¿Es tuya la espada? —El clérigseñaló el arma tirada en el suelo. —No voy armado. La espada y l
daga son de ellos.
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—¿Derrotaste a dos hombres siarma alguna? —El clérigo estabsinceramente impresionado. Tremaine sencogió de hombros.
—Soy un Caballero de Solamnia, da Orden de la Espada. He sid
entrenado para combatir con o siarmas. Los dos que me atacaron apenarepresentaban una amenaza. En mano
de novatos, las espadas y las dagas sopor lo general más peligrosas para ellomismos que para los demás.
Los guardias se miraron ntercambiaron comentarios en voz bajaEl clérigo les ordenó que se callaranArryl reparó en la raya plateada qu
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cruzaba el torso del hombre, igual a lque había visto en la túnica del hermanGurim y de otros cuantos clérigos desdsu llegada. Se preguntó fugazmente qusignificado tendría, pero el clérigatrajo de nuevo su atención.
—¿Cómo te llamas, solámnico? —Soy Arryl Tremaine.Bien, Arryl Tremaine, quiero qu
nos acompañes. —Discúlpame, hermano, pero m
gustaría regresar a mis aposentos. H
descuidado el cumplimiento de laoraciones vespertinas. —Tu dedicación es encomiable
pero esto es asunto de la justicia. La
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eyes de Su Reverencia y del graPaladine han sido quebrantadas. Siduda comprendes que esto es mucho mámportante que dejar de rezar un día
¿verdad?Arryl vaciló un momento; lueg
asintió con un cabeceo. El clérigo tenírazón. Se había transgredido la ley y éera testigo. Sin duda querían qu
estificara contra aquellos dos. —Vamos pues, señor caballero —
dijo el sacerdote con voz placentera—
Camina a mi lado. No es corriente teneentre nosotros a uno de nuestrohermanos solámnicos.
«No es de extrañar», pensó Arry
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para sus adentros. Cuando se marcharde Istar a la mañana siguiente, nuncregresaría.
Los guardias de la ciudad scolocaron de improviso a su alrededor o empujaron con brusquedad. Furios
por su comportamiento descarado, ecaballero se llevó la mano a la espadapero entonces recordó que no sólo él n
era el prisionero, sino también que sarma estaba en el cuarto de la posada.
Para su sorpresa, los guardias l
condujeron al Templo de Paladine. —¿Por qué estamos aquí? —Preguntó Tremaine—. Imaginaba que os criminales se los llevaba al cuarte
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general de la guardia de la ciudad.El demacrado clérigo, que todaví
no se había presentado, dirigió unmirada a Arryl con la que dio a entendeque sólo a un forastero se le ocurriríhacer tal pregunta.
—La guardia de la ciudad es ebrazo armado de la justicia. Determina velar por la ley es asunto de la Orde
de Paladine.A pesar del derecho que asistía a ta
afirmación, el caballero abrigaba su
dudas. —No me has explicado la razón dhaberme traído aquí. ¿He de actuacomo testigo?
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—Eso habrán de decidirlo lonquisidores.
¿Inquisidores? A Tremaine no lgustaba el cariz que estaba tomando easunto.
El templo era tan espléndido com
odo lo demás en Istar. Inmensacolumnas de mármol se encumbraban eel aire. Intrincados frisos en los que s
representaban tanto la historia de Istacomo la gloria de Paladine decorabaas paredes. Esculturas y otros objeto
valiosos se alineaban en los vestíbulosEl templo se había construido muchiempo antes de que el actual Príncip
de los Sacerdotes asumiera el poder
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Las reformas introducidas desde esmomento eran llamativas y parecíaestar fuera de lugar. Sus banderas bustos estaban por doquier, pero en estugar la verdadera grandeza de Paladin
superaba la de su servidor, como era d
usticia.Unas altas puertas dobles de plata
pura plata, conducían a la cámara dond
os inquisidores impartían justiciaTremaine y los otros esperaron variominutos y el caballero empezó
mpacientarse. De improviso, lapuertas se abrieron de par en par. Docorpulentos acólitos, armados cosendas mazas de aspecto contundente, s
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situaron a ambos lados de la entradaguardándola. Uno de ellos hizo un gestcon la cabeza al guía de Arryl.
—Entra.Los guardias empujaron a
caballero, ¡como si él fuera e
prisionero! Les dirigió una miradcolérica.
La estancia estaba alumbrada sól
por unas cuantas antorchas, pero aun asa claridad era suficiente para que Arry
observara el entorno. Era sorprendent
el contraste existente entre esta cámara el resto del templo. Daba la impresióde que los constructores se hubieseolvidado de la estancia una vez que la
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paredes estuvieron levantadas. Para quno cupiera duda alguna, las familiarebanderas y bustos del Príncipe de loSacerdotes estaban presentes, pero pocmás. Él único mobiliario consistía euna mesa y tres sillas, situadas sobre u
estrado.Las puertas se cerraron a su
espaldas.
Tres figuras encapuchadas entraropor una puerta lateral en la que ecaballero no había reparado a causa d
a mortecina luz. La túnica que vestíaera idéntica a las del hermano Gurim el clérigo que estaba a su lado, con lbanda plateada cruzándoles el pecho
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Tremaine dedujo ahora el significado daquel símbolo. Estos clérigos actuabacomo guardianes de la justicia en lciudad del Príncipe los Sacerdotes.
Las capuchas ocultaban los rasgode los recién llegados, que lomaro
asiento en las sillas, de cara al grupque esperaba. El que estaba en el centruntó las manos.
—¿Es éste el involucrado en lpelea, hermano Efram? —preguntó.
El acompañante de Arryl salió de l
fila de guardias y se situó tres pasos podelante. El caballero intentó seguirlopero los soldados formaron un cerradcírculo a su alrededor. Arryl frunció e
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entrecejo, pero se detuvo, suponiendque se trataba de alguna clase dprotocolo.
El hermano Efram hizo unrespetuosa reverencia.
—Éste es —respondió.
El portavoz del triunvirato hizo unseña a alguien que estaba al otro lado da puerta lateral. Arryl se qued
petrificado al ver que los dos hombres os que había vapuleado entraban si
escolta. ¡Era a él al que tenían baj
vigilancia! —¿Es éste el hombre? —lepreguntó la figura central.
Asintieron con un cabeceo.
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—Podéis marcharos.Los dos abandonaron la estancia
Los clérigos encapuchados volvieron satención a Arryl, que estaba cada vemás furioso. Tuvo que recordarse a smismo que se encontraba en un templ
de Paladine. —¿Eres Arryl Tremaine, Caballer
de Solamnia? —preguntó el clérigo.
—¡Sí, lo soy! —respondió coorgullo.
—Conoces la ley escrita, ¿no es así
señor caballero? —dijo el clérigo decentro, juntando las manos otra vez. —En efecto. ¿Qué…? —Entonces, te das cuenta de que l
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has infringido. —¿Que yo…? —Arryl se pus
enso. No podía dar crédito a sus oído—. ¡Soy inocente de cualquier delito¿Qué quieres decir con que he infringida ley?
—Arryl Tremaine —intervino otrde los inquisidores—. Se te acusa dmpedir que dos miembros de la guardi
de la ciudad cumplieran con su deberAdemás, asaltaste y heriste a ambosoldados.
—¡Esto es absurdo! —ReplicTremaine— ¡Estaban golpeando a uhombre desarmado hasta dejarlnconsciente! Cuando intervine no s
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dentificaron. ¡Y me atacaron! ¡Mimité a defenderme!
—¿Dónde está ese tercer hombre—preguntó el mismo clérigo.
—Yo… —Tremaine no tenírespuesta. Su único testigo habí
desaparecido durante la pelea— ¿Cómba a saber que estos hombres era
guardias? ¡Soy inocente! ¡Esto es un
ocura! —Ninguno de nosotros está libre d
pecado —anunció el clérigo del centro
El tercer inquisidor, que todavía nhabía hablado, movió la cabeza en señade asentimiento. El portavoz continuó—Y tú más que nadie, Caballero d
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Solamnia, deberías saber que edesconocimiento de la ley no es unexcusa válida. Piensa el caos qusurgiría si permitiéramos algo así.
Fue como si el mundo dejara dexistir para Arryl Tremaine. Lo únic
que existía eran los tres hombres y sncreíble acusación. ¿Qué pasaba allí?
Comprendiendo que atravesaba u
momento de desconcierto y debilidadaprovecharon la ocasión para prenderloDos guardias lo agarraron por lo
brazos y se los sujetaron a la espalda; lpusieron grilletes en las muñecas, loobillos y la garganta. Arryl er
demasiado orgulloso para presenta
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resistencia. Contra tantos, habría sidnútil. En menos de un minuto, e
caballero estaba encadenado. —Arryl Tremaine —dijo e
nquisidor—, has sido encontradculpable de crímenes contra las leye
establecidas por el Príncipe de loSacerdotes de Istar y por el mismPaladine. Oponerse a esas leyes e
oponerse a tu propia fe.Arryl no dijo nada, aturdido
ntentando comprender qué estab
sucediendo.Por consiguiente, se te sentencia os Juegos, donde entrenarás y luchará
por alcanzar la libertad… si Paladine t
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uzga merecedor de la salvación.¿Los Juegos? Como todo lo demás
ncluso la sentencia de Arryl rayaba eo absurdo, lo inconcebible. Los Juego
eran la propia muerte, unos combatesangrientos, carentes de sentido, qu
ban contra las leyes de Paladinerecogidas en el Código y la Medida.
—Encerradlo en una celda est
noche y ocupaos de que se lo lleve a larena mañana a primera hora —ordenel Inquisidor. El hermano Efram hizo un
nclinación de cabeza. Luego, enquisidor se dirigió a Arryl—. Que ePríncipe de los Sacerdotes vele por talma, señor caballero.
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Los tres clérigos encapuchados spusieron de pie. Arryl sacudió dencima las manos de los guardias y sdirigió a la salida mientras lanzaba unmirada funesta a los inquisidores. Smente registró un rasgo relativo al terce
clérigo, que no había hablado. Arryntento detenerse para mirar con má
detenimiento, pero, a empellones lo
guardias lo obligaron a reanudar lmarcha hacia las puertas.
A pesar de todo, Tremaine estab
seguro de que el tercer inquisidor, y sólél, llevaba un par de guantes finos elegantes.
Arryl Tremaine estaba de pie ant
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os altos muros del estadicontemplándolo con desagrado desprecio. Hasta su peregrinaje dncógnito a Istar, había considerado lo
Juegos como una aberración, el puntnegro de la sagrada urbe cuya existenci
estaba dispuesta a admitir. Ni que deciiene que jamás se había imaginado a s
mismo en su interior, condenado a lucha
por un crimen que no había cometidoAhora era uno más entre un grupo dhombres hoscos subidos a una carret
que se había detenido frente a lmonstruosa construcción de piedra.El estadio parecía lo bastant
espacioso para acoger a todos lo
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ciudadanos de Istar. Desde donde sencontraba, podía ver un trozo de larena, donde los hombres se matabaunos a otros para divertir a las masas.
En Istar el lugar sagrado poexcelencia.
—¡Vamos, bajad, bajad! —ordenun horrendo enano lleno de cicatricesque al parecer era el encargado de
estadio—. Me llamo Arack. Y este eRaag.
El tal Raag era un ogro. De pie
amarillenta y más alto que el espigadTremaine, tenía un rostro verrugoso quArryl dudaba que ni siquiera lconsabida madre fuera capaz de amar
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El ogro era la cosa más monstruosa coque se había topado el guerrersolámnico.
El caballero, con su actituorgullosa y su alta talla erguidasobresalía en comparación con la otr
media docena de cabizbajos prisionerosde aspecto rustico y desaliñado Lmayoría tenía la expresión vil de
criminal reincidente. Sólo dodespertaron el interés de Arryl. Umuchacho vestido con ropas de parche
de colores, que evidentemente no teníni idea de lo que iba a ser de él, y usemielfo cuyo semblante era el dehombre que sabe que está condenado
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Tras estudiar al resto durante el corto frío trayecto desde su celda hasta estugar, Arryl dedujo que la mayoría n
sobreviviría el tiempo suficiente parganarse la libertad.
El caballero echó un vistazo e
derredor y puso mala cara al ver que eexterior del estadio estaba adornado coel semblante benevolente del Príncip
de los Sacerdotes. De inmediato, acudia su mente el recuerdo del hermanGurim.
El hermano Gurim. El clérigo cocara de rata era el responsable de quhubiese sido sentenciado a este lugar; deso no le cabía la menor duda a Arryl
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Una noche en el frío calabozo de lprisión había sido lo bastante larga parque el guerrero solámnico pusiera eela de juicio la ley y la autoridad por l
que había sido juzgado. Había algo raroEra demasiada coincidencia que e
mismo hombre que había hablado con éel día anterior y que le había oído haceunos comentarios sobre Istar que —
Arryl tenía que admitirlo— habían sidmprudentes, fuera uno de lonquisidores de su repentino y demencia
uicio.Máscaras de mármol jalonaban lomuros del estadio, y cada rostrcontemplaba con esculpida ternura a lo
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hilos espirituales del monarca cuandentraban al recinto los días de loJuegos. A través del portón abiertoArryl vio los rostros que adornaban lparte interior del estadioProbablemente el semblante de cad
monarca que subía al poder reemplazabal de su predecesor. Al caballero no lsorprendió comprobar que era escaso e
ributo rendido a Paladine.Una vez más, Tremaine se pregunt
si Istar, baluarte por excelencia d
Paladine, había olvidado a quién debírendir culto en realidad. —¡Tú, el de ahí! —El enano s
acercó a él. Para ser un habitante de la
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colinas, Arack era un tipsorprendentemente magro, como upequeño gato. Conocedor de la fortalezde los de su raza, Arryl se preguntó sograría vencer al enano en un combate
Uno no se ganaba autoridad en u
estadio sin proezas que le respaldara—, ¿Quién eres tú?
—Soy Arryl Tremaine.
—El caballero. —El enano lexaminó, deteniéndose a cierta distancipara mirar el largo y bien cuidad
bigotesolámnico—. Estás en buenforma. El último de los tuyos que vparecía más un mercader que uuchador. Redondo como un barril.
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Raag se echó a reír. Arryl guardsilencio, adivinando que la intención deenano era provocarlo para que luchara.
—Según tengo entendido, vapuleasta un par de guardias de la ciudad —continuó Arack.
—Hice lo que creía que ercorrecto. No sabía que fueran guardia—replicó Arryl con severidad. El enan
resopló desdeñoso. —Sí, eso es lo que dicen todos. —
Arack se volvió a los demás prisionero
señaló a Tremaine—. ¿Veis a esthombre? Luchó contra los guardias de lciudad y derrotó a los dos… ¡y sin otraarmas que sus propias manos!
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Se produjo un sutil movimiento dseparación alrededor del caballerocomo si alguien que se hubiesenfrentado a la guardia estuviermancillado.
—¿Qué arma manejas mejor? —
preguntó el enano, volviendo a lo que lnteresaba. Sus ojos chispeaban co
algún plan. Arryl tuvo la inquietant
sensación de que ese plan tenía que vecon él.
—La espada.
—Especifica. ¿Qué tipo de espada? —Espada ancha. Y la corta. —Tremaine decidió no decirle nada más.
Arack reflexionó con actitu
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pensativa mientras se rascaba la mejilla —Bien. Entonces irás al grupo d
elk. —No lucharé. No formaré parte d
este ritual bárbaro. ¡Este sitio, estoJuegos, son una afrenta!
—¡Irás al grupo de Nelk, sea lo qusea lo que termines haciendo!
Aquello ponía fin a la discusión, e
cuanto a Arack se refería. Se alejó decaballero y se detuvo ante el semielfoque observaba de reojo al solámnico.
Arryl comprendía que seguidiscutiendo ahora sería una pérdida diempo. Guardó silencio y enfocó s
mente en otros asuntos. Se preguntó qu
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pensaría maese Brek al ver que nregresaba. Se le ocurrió que quizás eposadero sabía exactamente lo que lhabía pasado y que tal vez tenía algo quver en ello.
La pelea… cerca de la posada…
o, Arryl no podía creer que alguiefuera capaz de hacer algo tamonstruoso, ni siquiera el herman
Gurim.«¡Mi armadura!» Arryl estab
horrorizado de que hubiesen pasad
antas horas sin acordarse de larmadura transmitida desde su abuelo. —¡Maestro Arack! —llamó. E
enano le echó una ojeada por encima de
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hombro. —¿Qué quieres, señor caballero? —
preguntó con sorna. —¡Mi armadura! ¿Qué ha sido d
ella? —La guardia te la devolverá, si s
decide que la lleves en la arena. ¡Yahora, vuelve a tu sitio!
Entonces, la guardia tenía su
pertenencias. Arryl estaba mupreocupado por la armadura. Los que lhabían visto entrar en Istar vistiendo un
armadura completa, tal vez creyeron quera un caballero elegante y rico, pero lverdad era que, aun cuando la CasTremaine no estaba en la pobreza, habí
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aprendido a ser frugal, como muchos dos de su clase. Arryl había tenido suert
de que la armadura de su abuelo lhubiese servido llevando a cabo mupocos arreglos, y también de que llevarel símbolo de la Orden a la que el jove
Tremaine había aspirado a pertenecesiempre. En las familias solámnicas senía por costumbre guardar un
armadura, mientras estuviera en bueuso, hasta que llegara el momento en quotro miembro de la casa pudier
utilizarla por ser de su talla. Naturalmente, cuando no encajabaentonces había que encargar una nuevaAlgunos caballeros lo preferían, per
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Arryl consideraba un honor vestir la quhabía pertenecido a un honorablantepasado.
Ahora no podía hacer nada arespecto, salvo confiar en que ningúmiembro de la guardia encaprichara co
ella.El rostro malicioso de Raa
apareció frente a él. El aliento unció de
ogro golpeó a Arryl como una bofetada. —¡Caballero! —Raag esbozó un
mueca que dejó al descubierto uno
dientes afilados y amarillentos—. Tvenir. —Llévate también a estos dos —
dijo Arack, señalando con el pulgar a
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semielfo y al muchacho de aspectdesconcertado, que vestía unas ropaamplias y de abigarrados colores queran habituales en los campesinos de lopueblos del lejano suroeste de IstarArryl recordó haber oído que lo
habitantes de aquella zona tenían unacostumbres muy relajadas en cuanto aculto de los dioses. Incluso s
comentaba que veneraban a los diosede la Neutralidad, a despecho de loesfuerzos del Príncipe de los Sacerdote
por erradicar dicha práctica. Ecaballero se preguntó qué clase dcrimen habría merecido que un simplmuchacho, quien no debía de sobrepasa
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os catorce años, fuera condenado aestadio, y cómo esperaban que un chicorpe y desgarbado tomara parte en lo
Juegos.En esta época, los Juegos consistía
en combates de verdad y en combates d
orneo, con más abundancia de loprimeros que de los segundos. Ldiferencia entre los dos era que lo
combates «de verdad» significaban poo general «muerte de verdad» también
Los torneos se celebraban entr
gladiadores de extraordinaria destrezaque eran demasiado valiosos parmalgastar sus vidas, y la lucha terminabgeneralmente cuando uno de lo
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combatientes era desarmado. Ningunde los prisioneros estaba destinado formar parte de dichos torneos. LoJuegos en los que Arryl y sucompañeros tenían que participar seríamuy, muy reales.
Raag los condujo al interior deestadio y a la arena. El ruido deentrechocar de las armas era cas
ensordecedor. Un grupo de luchadoresobviamente gladiadores veteranosformaban un círculo y animaban con su
gritos a dos combatientes. Los ruidos da batalla provocaron una sensacióexcitante en Arryl. Estiró el cuello paratisbar algo. Resultaba evidente por l
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frecuencia de los golpes que eran dooponentes que no sólo luchaban covelocidad, sino con destreza.
A despecho del ruido, alguieadvirtió la proximidad de Raag. Aparecer, convenía reparar en s
presencia antes de convertirse en uobstáculo temporal en su camino.
Los gladiadores abrieron un pas
para el ogro que se acercaba. Arryl hizun rápido examen de los hombres: todouchadores endurecidos, pero carente
de la gracia y elegancia de un caballeroDe no existir el estadio, muchos de ellohabrían acabado como mercenarios salteadores de caminos. Probablement
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más de uno habría sido una o las docosas durante el transcurso de su vida.
Raag, brusco como siempre, svolvió hacia Arryl y señaló acombatiente de la izquierda.
—Nelk. Arack dice que luches co
elk.Arryl estaba pasmado. Nelk era u
elfo.
Un elfo manco. Arryl se preguntqué clase de elfo haría de la muerte sprofesión, y dedujo que debía de ser u
elfo oscuro, uno de los desterrados de lsociedad elfa.Tremaine lo estudió con atención
o parecía diferente de los pocos elfo
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que el caballero había visto, salvo pouna mueca sarcástica de la boca que lafeaba los rasgos elegantes y delicadoscomo si Nelk —ése no podía ser sverdadero nombre— hubiese vistdemasiado mundo y no lo hubies
encontrado de su agrado. Pero manejabuna maza con la habilidad de un maestrsolámnico, destreza, por otro lado
necesaria, ya que al elfo le faltaba eantebrazo derecho y por lo tanto npodía utilizar escudo. Su gracia
agilidad innatas también lo ayudaban compensar su minusvalía física.El adversario de Nelk era u
humano, un hombre delgado de cabell
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castaño que no sólo tenía apariencia dserpiente, sino que también se movícomo tal. Luchaba con espada y Arryque sintió una inmediata antipatía por eserpentino individuo, tuvo que admitide mala gana que era muy diestro en s
manejo.Era un duelo extraño, maza contr
espada. Ambos hombres estaban al dí
en su práctica y resultaba evidente queran maestros. Observar a los doexpertos luchadores en acción hizo qu
Arryl olvidara sus preocupacionesAunque Nelk tenía sólo un brazo, lmaza que manejaba media casi noventcentímetros. Se movía con una rapide
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que pocos humanos podían igualar. Sadversario, más pesado, compensaba lcarencia de la agilidad elfa utilizandespada y escudo como muy pococaballeros sabrían hacerlo.
Idas armas chocaban de maner
constante, sin darse un respiro. Cada veque parecía que uno de los combatienteba a romper las defensas del otro, u
contraataque volvía a nivelar lafuerzas.
Entonces, Arryl vio que el human
cometía un error. Al extender demasiadel brazo izquierdo, dejó el costaddesprotegido. Era un error leve, pero umaestro como Nelk debería ser capaz d
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sacar provecho de ello con facilidad.Sin embargo, Nelk hizo caso omiso
La brecha en la defensa del humandesapareció de inmediato. De nuevoambos estuvieron en igualdad.
—¡Detente, Sylverlin! —El elf
retrocedió, sin bajar la guardia.Su serpentino oponente hizo otr
anto. Los dos hombres se hicieron u
saludo y después esbozaron una torvsonrisa. La respiración de Nelk ernormal, sin el menor asomo d
alteración; su adversario humanparecía estar sólo un poco agitado por eextenuante ejercicio. Arryl aplaudipara sus adentros la destreza de ambo
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contrincantes.El elfo se volvió y miró a los recié
legados. El resto de los gladiadores sdispersó mientras Nelk se acercaba parnspeccionar el pequeño grupo que Raae traía.
—¿Y éstos? —preguntó. —Orden de Arack —fue todo cuant
comentó el ogro.
—Míos, entonces. —El elfexaminó al trío de prisioneros. Pareciencontrar divertido al chico, y miró co
desdén al semielfo. La mayoría de loelfos, incluso los elfos oscurosconsideran a los mestizos como serenferiores a cualquiera de las dos raza
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que los ha engrendado. Nelk se detuval llegar frente a Arryl—. Veo que ereguerrero.
—Solámnico —indicó Raag. —Ah. El caballero —dijo Sylverlin
que se acercaba a ellos.
Los dos instructores contemplarocon interés a Tremaine. Éste adoptó unpostura más erguida.
—No lucharé en vuestros Juegos —anunció.
—¿Ah, no? —Nelk se encogió d
hombros— Lo veremos. Arack te hpuesto bajo mi mando y eso es lo únicque cuenta.
—¿Eres demasiado importante par
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nosotros? —siseó Sylverlin. Incluso svoz era de serpiente.
—Arack espera —gruñó Raag.Satisfecho de que Nelk tuviera ahor
a su cargo a los tres prisioneros, el ogrgiró sobre sus talones y se marchó si
decir una palabra más. Nelk lo observmientras se alejaba, como si evaluarcada uno de sus movimientos.
—Todavía te derrotaría, mi bueamigo —comentó Sylverlin con tonndiferente—. Cuando llega el momento
a cabeza le funciona con rapidez, pono mencionar que su piel es tan durcomo un pectoral.
—Conozco muy bien cuáles son mi
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imitaciones y las suyas, Sylverlin. Mávale que te preocupes por las tuyas. Shubiésemos estado luchando a muerte, thabría aplastado las costillas después du última estratagema.
—¿Te refieres a la brecha que dejé
o era un error, mi buen amigo. —Ehombre hizo una burlona reverencia Arryl y después se marchó en direcció
contraria a la tomada por Raag. —Sabía que no era un error —
comentó el elfo con una sonrisa torcida
en tono lo bastante alto para que lescuchara el caballero—. ¿Por qué si nba a pasarlo por alto? —Los ojo
rasgados del Nelk se volvieron haci
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Arryl—. En cuanto a ti, humanoucharás. Y lucharás por la sencill
razón de que si no lo haces, morirásTú… y otros por tu causa. —Su miradfue, como por casualidad, al semielfo al muchacho—. Pero ahora, debería
comer algo, creo. Hoy vas a necesitar doda tu fuerza. Eso tenlo por seguro. V
con ellos.
Señaló a varios gladiadores quanzaban miradas maliciosas a lo
recién llegados y hacían comentario
groseros sobre «últimas comidas»Arryl se puso tenso y su mano buscó unespada que no pendía a su costado. Nelse echó a reír y se alejó sin prisa.
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El semielfo se acercó a Arryl. —Nos matarán aquí mismo si causa
problemas ahora —Susurró—. ¡Emejor conservar la vida y esperar unocasión mejor, humano!
De mala gana, Tremaine se contuv
empezó a caminar. Las palabras desemielfo tenían sentido, pero se preguntcuándo se presentaría esa ocasión mejor
Escapar parecía imposible. El estadiestaba bien protegido; había arqueros centinelas apostados por todas partes.
El semielfo dio un respingo que hiza Arryl alzar la vista. —¿Qué pasa? —preguntó. —¡El inquisidor mayor se encuentr
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en las gradas con los maestros deestadio! —Musitó su compañero—Ruega que no seamos nosotros la caus
por la que está aquí! ¡En tal casonuestras posibilidades de sobrevivipasarán de ser escasas a nulas!
Siguiendo la dirección de los ojodel otro prisionero, el caballero divisó un hombre que había estad
presenciando el combate entre Nelk Sylverlin desde las gradas.
¡El hermano Gurim!
Arryl tropezó y estuvo a punto drse de bruces. Su mirada se quedprendida en los ojos de rata del clérigoAhora estaba seguro. Había entrado e
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una pesadilla instigada por el sacerdotde manos enguantadas.
¿Realmente era esto en lo que shabía convertido Istar?
Sylverlin condujo a Arryl a la arendespués de comer y le entregó un
espada. El caballero la tiró a los piedel hombre. Sylverlin le ordenó que lrecogiera. Arryl le dijo lo mismo que l
había dicho al elfo antes: —No lucharé.Tremaine esperaba que lo golpeara
o lo torturaran. Sylverlin apretó lopuños, como si lo regocijara tal idea. —Déjalo en paz —ordenó Nelk
Hizo que Arryl se apartara a un lado
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levó al semielfo y al muchacho a uvariopinto grupo de desdichados.
Sylverlin frunció el entrecejoevidentemente decepcionado; nobstante, obedeció a Nelk, aunque lanzó una mirada enconada que el elf
pasó por alto. La espada quedó tirada os pies del caballero, como si se tratar
de alguna clase de reto. Arryl se cruz
de brazos y permaneció inmóvil el restde la tarde.
Al final de la jornada, pensó otr
vez que lo castigarían. Nelk le ordenponerse en la fila con los otros. Eso fuodo. Ni la menor mención de castigo
Sylverlin se unió a Nelk; los do
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parecían estar tan ligadas como doramas del mismo árbol. Marcharountos, como si ahora fueran los mejore
amigos.Durante la cena, el semielfo se sent
al lado de Arryl. Nadie más se pus
cerca de ellos. Los otros hombres, tantos gladiadores veteranos como lo
recién llegados, no estaban dispuestos
sentarse junto al guerrero solámnico quhabía luchado con la guardia de lciudad ni con el semielfo cuyo crime
era el hecho de existir. El único quparecía tener ganas de unirse a ellos erel muchacho campesino, que tambiéestaba solo. Dirigió a ambos una sonris
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nerviosa y tímida, esperando, sin duda, que lo invitaran a reunirse con ellosTremaine iba a hacerle una seña, pero scompañero sacudió la cabeza.
—Me gustaría hablar contigo solas. Me llamo Balsar Hermano del So
—dijo el semielfo en voz baja. Era dez atezada y su herencia mestiza le dab
exotismo a sus rasgos. Un suave vell
facial testimoniaba que su mitad humanenía cierta predominancia—. ¿Cuál eu nombre?
Tremaine vaciló. Aunque Solamnise había creado basándose en loprincipios de justicia e igualdad, lomestizos como Balsar Hermano del So
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no eran bien aceptados por la sociedadTal vez su propia situación desesperadhizo más tolerante al caballero.
—Soy Arryl Tremaine. —Al parecer, los dos somos uno
proscritos. —Balsar señaló los banco
vacíos a su alrededor—. No pareces lclase de persona que venga a parar aquíEres un Caballero de Solamnia
¿verdad? —Caballero de la Orden de l
Espada.
—Lo suponía. —Balsar echó unojeada furtiva en derredor, como semiera que hubiese alguien espiando s
conversación—. No tienes qu
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contármelo si no quieres, pero mgustaría saber la razón por la que estáaquí.
—No he cometido ningún delitoSalí en ayuda de un hombre al questaban dando una paliza. No sabía qu
esos matones que lo golpeaban fueran da guardia de la ciudad.
El semielfo esbozó una sonris
amarga. —Aquí, eso es delito suficiente
dependiendo de las circunstancias
Cuéntamelo.Arryl relató lo ocurrido sin omitinada. Después de veinticuatro horas sique nadie quisiera escuchar su versión
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e resultaba grato encontrar un oyentcomprensible. Balsar Hermano del Soescuchó y a medida que avanzaba erelato su expresión fue tornándossombría y amargada.
—Qué suerte tengo. Siempre me ali
con quienes despiertan la ira de lopoderosos. —El semielfo probó su cene hizo una mueca de asco, pero se l
ragó a pesar de todo. La comida deestadio estaba concebida con epropósito de mantener en forma a lo
hombres para la lucha; el sabor no erun punto primordial—. Has hecho quos inquisidores se fijen en ti. Peor aún
has despertado la ira del herman
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Gurim. —¿Pero qué le he hecho a es
hombre? —¿Que qué le has hecho? Puede se
un sinnúmero de cosas. —Balsar hurgas gachas con el dedo. Cuando lo sac
de la pasta, el agujero que había hechno se llenó— Lo peor del estadio no ea posibilidad de morir en la arena, sin
a comida.Arryl no sonrió por el comentario
El semielfo se encogió de hombros.
—Hay algo que tienes que entenderTremaine. En Istar, la iglesia es la ley. Yentre los clérigos, los inquisidores soa justicia, los que definen los precepto
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del Príncipe de los Sacerdotes y cómafectan a los ciudadanos.
—Ojalá estuvieran tan interesadoen los preceptos de Paladine como lestán por los del Príncipe de loSacerdotes —dijo Arryl con severidad.
Balsar abrió los ojos de par en par uego movió la cabeza en un gesto d
entendimiento.
—Vosotros, los caballeros, sois mufirmes en vuestra fe. Por no mencionaque no andáis remisos a la hora d
expresarlo en voz alta. Te has explayada ese respecto durante los últimos días¿verdad?
—¿Y qué, si ha sido así? Estoy e
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mi derecho… —En Solamnia, estarías en t
derecho, pero no aquí… —Balsasacudió la cabeza—. Istar es otro cantarUn Caballero de Solamnia, uno de loegendarios guerreros de la justicia y e
bien, entra en la ciudad santa y descubrque no es tan santa. No me extraña quhayas incurrido en la cólera del herman
Gurim. Para él, eres una amenaza para eorden.
—¿Por expresar mi opinión? —
Arryl reparó en que había levantado lvoz. Miró alrededor, pero todos lodemás ponían un gran empeño edisimular que no lo habían oído—. So
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sólo un hombre. ¿Qué amenaza podrírepresentar?
El semielfo gruñó y empezó a comeas gachas otra vez.
—Has venido a un lugar visitado pomuy pocos de los tuyos —susurró—. Y
de inmediato, has empezado a poner eela de juicio la actuación del clero
Desde hace mucho tiempo, los que rige
star ven en las Ordenes Solámnicas unos rivales que envidian el poder y lriqueza de la iglesia.
Tremaine recordó lo que el hermanGurim había dicho en la posada: «Rezporque llegue el día en que vuestrOrden ocupe de nuevo el lugar que l
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corresponde, como el brazo armado dSu Reverencia…».
—El hermano Gurim puede inclussospechar que esto es un complot dvuestra hermandad para socavar lautoridad de Su Reverencia. Ello e
suficiente por sí solo para ordenar tejecución —añadió el semielfo.
Era una idea tan absurda que Arry
no pudo tomarla en serio. Decidió quhabía llegado el momento de dar otrderrotero a la conversación.
—¿Y tú, Balsar Hermano del Sol¿Qué mal has hecho para ser sentenciada los Juegos?
Tremaine imaginaba un delit
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común, como un robo, pero el semielfse encogió de hombros y dijo:
—Soy mestizo. —Pero eso no es un crimen. —Bienvenido a Istar, seño
caballero. —El semielfo puso de nuev
su atención en las nada apetitosagachas.
Amaneció otro día. Arryl rehus
coger la espada que Sylverlin le tendíaEl gladiador le lanzó pullas, se mofó dél, lo insultó, pero el caballero no se di
por aludido. Nelk observaba en silencio.Sylverlin empujó a Tremaine un pa
de veces, pero sin hacerle daño. E
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caballero se preguntó qué tramaba NelkHabría sido muy sencillo ejecutarlo
pero al parecer alguien deseaba algmás. Alguien quería que luchara en larena. Arryl creyó entenderlo. Si cedíapara el inquisidor sería una victoria ta
grande como si lo hubiese derrotado y lhubiese dado muerte en combateSignificaría que Gurim habí
quebrantado la voluntad del caballero, podría afirmar que era débil.
Arryl estaba decidido a n
doblegarse al arbitrio del inquisidomayor.Por último, Nelk mandó a Sylverli
que entrenara a otros gladiadores en e
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manejo de la espada. El hombre daspecto de serpiente les enseñó cómsimular que golpeaban a un adversario
inguno de los gladiadores veteranoquería morir o matar a uno de sucompañeros de manera accidenta
durante un torneo. Los prisioneros, posupuesto, no tenían opción. Su únicesperanza era sobrevivir el tiemp
suficiente para ganarse la libertad recibir la oferta de ocupar un puesto eos combates de torneo.
—Esta actitud no te beneficia enada, solámnico —dijo Nelk, echanduna ojeada a la espada.
—No lucharé. Ejecútame si quieres
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pero no actuaré en contra del Código a Medida combatiendo para divertir
otros.El elfo se echó a reír. —¿Te enseñaron a ser tan arrogant
en la Orden, o es algo innato en ti? —
Arryl rehusó responder. El elfo sacercó más a él y bajó la voz—Lucharás en los Juegos, caballero
Óyeme bien! Confiaba en que no mobligaras a llegar a esto, pero quierque sepas que…
—¡Nelk! —Llamó Sylverlin—Espectadores!Señaló hacia la derecha con la punt
de la espada. El hermano Gurim s
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encontraba otra vez en las gradas. Lcapucha ocultaba sus desagradablerasgos, pero Arryl lo j reconoció por loguantes. El clérigo llamó con un ademáa Nelk.
El elfo manco lanzó una mirad
arga e intensa al caballero. —¡Puede que hayas echado a perde
u última oportunidad, estúpido humano
—susurró. Nelk y Sylverlin fueron a hablar co
el hermano Gurim. Apenas se había
alejado cuando Balsar Hermano del So el muchacho, cargados con armamentsuficiente para equipar a una legión, sreunieron con el caballero. | El chic
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esbozó una tímida sonrisa, y Tremaine lsaludó con una leve inclinación dcabeza.
—¿Qué quería de ti el Maldito? —preguntó Balsar.
—¿El Maldito? —repitió Arryl co
el entrecejo fruncido. —No sabes lo que «Nelk» signific
en elfo, ¿verdad? No importa. ¿T
amenazó con una paliza? —No, en absoluto, pero creo que v
a pasar algo muy pronto.
—Y tú no harás nada por impedirlo—El semielfo sacudió la cabeza—Aceptarás su castigo… o el hacha, sdeciden que no merece la pena gasta
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iempo contigo. Atiende mis palabrasTremaine. El hermano Gurim te hdejado vivir este tiempo por algunrazón. Tiene fama de jugar con suvíctimas.
—¿De verdad es tan malvado? —
preguntó el chico con timidez. Era lprimera vez que Arryl lo oía hablar—Pero si es un clérigo!
—Sí, ¿y qué? —instó con rabiBalsar Hermano del Sol.
—No lo asustes sin necesidad —
advirtió el caballero. —¡Tú, mestizo! —Uno de logladiadores de confianza de Sylverligolpeó a Balsar en la cabeza—. ¡A lo
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guardias no les gustan laconversaciones en voz baja! Vamosmuévete. ¡Arack contará todas esaarmas antes de dejarte salir del almacén
Balsar Hermano del Sol se tambalepor el golpe, hizo una mueca y echó
andar, con su joven compañeresforzándose para no quedarse atrásTremaine reflexionó acerca de l
advertencia del semielfo, pero continunmóvil. Podía y debía resistir, fuer
cual fuera el castigo que Nelk, o má
probablemente Sylverlin, decidiernfligirle.Arryl miró con fijeza al clérigo, e
un intento de lograr fuerza de volunta
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que los ojos del hombre se encontraracon los suyos. No obstante, Gurim nvolvió la vista hacia él ni una sola vezEl inquisidor sabía que el caballero lestaba observando y hacía caso omisde manera deliberada. Arryl sinti
crecer su cólera. El clérigo lo estabncitando, y su estrategia estaba dand
resultado.
La conversación entre logladiadores y el clérigo fue breve, lque podía ser tanto bueno como malo
elk y Sylverlin volvieron a la arena. Ehermano Gurim, acompañado por lodos corpulentos acólitos que parecían ssombra, abandonó el estadio. E
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semblante de Nelk tenía mía estudiadexpresión de indiferencia. Sylverlianzó a Arryl una sonrisa serpentina.
Nelk no volvió a dirigir la palabral caballero ese día. Nadie habló coTremaine ni le pidió que cogiera l
espada Era evidente que se habíomado una decisión, y los instructore
se limitaban a esperar a que llegara e
momento oportuno para llevarla a cabo.Aquella noche, Arryl Tremaine s
puso en paz con Paladine. No esperab
legar vivo al final del día siguiente.Arryl estaba convencido de la suertque le aguardaba cuando se formaron logrupos. El semielfo, el chico y la mayo
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parte de los gladiadores veteranofueron enviados al extremo opuesto da arena a fin de iniciar una serie d
combates de prácticas. Nelk, Arryl y ugrupo mucho más reducido perseleccionado, permanecieron en e
mismo lugar donde el caballero habíestado el día anterior. Nelk aleccionabal grupo en el modo de utilizar la maz
contra una espada. Parecía preocupadoTremaine dedujo que algo mucho mámportante que la instrucción ocupaba l
mente del elfo. Nelk no le prestó atención a Arrylsalvo para decirle dónde debíquedarse. Desde su posición, e
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caballero podía ver con claridad epalco reservado para las contadaocasiones en que el Príncipe de loSacerdotes acudía a los Juegos, perBalsar le había dicho que otros clérigode alto rango lo ocupaban co
frecuencia.Por consiguiente, no se sorprendi
demasiado cuando el hermano Gurim
sus dos acólitos entraron en el palco upar de horas después de iniciarse loentrenamientos.
El inquisidor mayor se sentó en ecentro del reservado y contempló laprácticas con expresión de aburrimientoLlevaba retirada la capucha y, tal com
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—¿Qué quieres decir? —inquiriTremaine con brusquedad, seguro de quse trataba de una estratagema.
—De un modo u otro, conseguirque hagas lo que quiere, sin que importcuántas vidas cueste. —Su mirada fu
hacia Sylverlin.Arryl lo entendió y el miedo l
atenazó el corazón. Observó a
numeroso grupo situado al otro extremde la arena. Los gladiadores se apiñabaen torno a un cuerpo tendido en el suelo
—A veces, algunos no logran llegaa los Juegos —dijo Nelk.«¡El chico!», fue el prime
pensamiento de Arryl.
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—¡Bendito sea Paladine! —Ecaballero intentó echar a correr, pero eelfo le puso la zancadilla.
Cuando Arryl trató de incorporarseelk apoyó contra su garganta e
extremo ganchudo y dentado de su maza
—Ya es demasiado tarde, señocaballero. Lo era incluso cuandempecé a hablar. —Nelk retrocedió u
paso y permitió que Arryl se levantaraVarios gladiadores del grupo dSylverlin se dirigían hacia ellos
levando una forma inerme. —Se ha producido otro accidente dprácticas —gritó Sylverlin con voovial.
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La víctima no era, en contra de loemores de Arryl, el muchacho.
—Balsar Hermano del Sol —musitel caballero. Una lona desgastada sucia cubría en parte el cuerpo desemielfo, pero la sangre ya empezaba
empaparla. Arryl dedujo que Balsahabía muerto de manera instantánea.
—¿Qué ocurrió? —preguntó Nelk.
¿Qué es lo que ocurre siempre? —Replicó el gladiador que iba a lcabeza, un hombretón grande como u
oso, con el rostro y los brazos llenos dcicatrices—. ¡Se arrojó prácticamentsobre la espada! ¡Se le advirtió depeligro de moverse así, pero no hiz
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caso! El maestro Sylverlin no pudevitar traspasarlo de parte a parte —añadió el gigantón, por si acaso.
¡Sylverlin!Como por casualidad, la punta de l
maza de Nelk se posó sobre el hombr
de Arryl. El caballero captó la indirect observó con impotente furia cómo lo
gladiadores sacaban el cadáver de l
arena. Los ojos de Tremaine fuerohacia el asiento del inquisidor mayorPor primera vez, el hermano Gurim l
devolvió la mirada. —Los accidentes pueden ocurrir ecualquier momento —comentó Nelk coono despreocupado—. Sobre todo a lo
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que no están acostumbrados al manejde armas. Por ejemplo, ese chico…
Tremaine se volvió hacia el elfbruscamente.
—¡No harías tal atrocidad! —El sí —contestó Nelk, mientra
señalaba al hermano Gurim—, ¿Serácapaz de cruzarte de brazos mientraotros mueren por tu obstinación?
El Código y la Medida de locaballeros decía lo contrario. Permitique otros murieran en su lugar serí
equivalente a un comportamientcobarde. —El chico puede salvarse —dij
elk con suavidad—. Es a ti a quie
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quiere el hermano Gurim, no a él.Sí, para demostrar que un clérig
podía hacer que un Caballero dSolamnia cediera a sus principios. Parhacer que un caballero se doblegara a lvoluntad del clérigo. El semblante de
hermano Gurim era impasible, pero nsus ojos. El inquisidor ordenaría lmuerte del muchacho si Arryl rechazab
sus exigencias. Arryl se volvió hacielk.
—¿Qué le ocurrirá al chico? —
preguntó. —Se descubrirá que ha habido uerror. Debería haber sido enviado rabajar limpiando los suelos del templ
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durante un mes a fin de cumplir ssentencia. Estas equivocaciones ocurrea veces. —Nelk se encogió de hombro—. Hay ocasiones en que tales fallos srectifican, y otras no.
«¡La sagrada Istar!», pensó Arry
con amargura. No tenía opción. ECódigo y la Medida exigían quprotegiera a los inocentes de cualquie
daño. —Acepto, siempre y cuando t
personalmente me garantices la vida de
muchacho. —Empeño mi palabra en ello. Tú nhas tratado con las excentricidades denquisidor como lo he hecho yo, Estar
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satisfecho de perdonar la vida del chicoaunque sólo sea para demostrar lbenévolo que es.
Cosa extraña, en los ojos del elfo sadvertía alivio, noto el caballero. Nelevantó la maza de su hombro y, dándol
media vuelta, apoyó la punta en la tierraAquel gesto era una señal, la seña
de la derrota de Arryl.
En el momento en que la maza tocel suelo, el inquisidor se incorporó abandonó el estadio. No se demoró, n
anzó una última ojeada. El hermanGurim había visto a su adversaridoblar la rodilla y eso era todo cuantquería. Por ahora. El elfo manco sonrió
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—Recoge tu espada y únete nosotros. Quiero ver qué puedes hacecon un arma.
Tremaine se agachó y aferró lespada que le habían ofrecido día tradía. «Sí, veréis lo que soy capaz d
hacer con un arma», juró para suadentros. Se había visto obligado omar esta decisión, pero, ahora que l
había hecho, no tenía intención dretroceder. Los gladiadorecomprobarían qué significab
enfrentarse a un verdadero caballero.El hermano Gurim vería lo qusignificaba en realidad ser un Caballerde Solamnia.
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Nelk se aseguró de que Arryestuviera presente cuantío la guardia da ciudad se llevó al muchacho de
estadio Le llevó un buen rato a uno dos guardias explicar a encolerizad
Arack que se había cometido un
equivocación. Evidentemente, al enanno le gustaban los errores. Descargó sfuria en el desdichado comandante d
os soldados con unas palabras tademoledoras como sus puños. Tremaincomprendió que la ira de Arack er
verdadera. Ello contribuyó a convenceal caballero de que el chico recibiría siduda un castigo más leve.
—Te di mi palabra —dijo Nelk.
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Fue ese mismo día, poco despuédel traslado del muchacho, cuando emaestro instructor de espada lanzó sreto al caballero. Observó el combatde entrenamiento el elfo y Arryl coavidez y envidia. No los interrumpió
sino que aguardó paciente a pocopasos. Por fin Nelk hizo un alto.
—¿Qué quieres, Sylverlin?
La punta la espada del serpentinhumano señaló al caballero.
—A él. Necesito comprobar s
estará listo para los Juegos. —Arryadelantó un paso, todavía acalorado poa muerte del semielfo, Nelk se apresur
a interponerse entre los ***.
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—Lo estará. Yo me ocupo de ello. —¿Tú? —Sylverlin frunció e
entrecejo—. Te equivocas, amigo NelkEste pertenece a mi grupo.
—Eres tú quien se equivoca, amigSylverlin.
El humano miró de soslayo acauteloso caballero.
—Qué pena —dijo, mientras s
encogía de hombros—. Confiaba en qunuestras espadas se cruzaran. No tendresa suerte. Habrás muerto antes de qu
se me presente la ocasión.Arryl iba replicar, pero Nelk fumás rápido. Hizo girar su maza y aparta un lado el arma del espadachín.
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—No desees el mal para otrosSylverlin. Los dioses tienen lcostumbre de volver esos deseos econtra de quien los formula.
El serpentino guerrero se echó a reírhizo una burlona reverencia al caballer
se alejó sin pronunciar otra palabraArryl apenas podía reprimir el deseo dcargar contra él.
—Te tiene entre ceja y ceja. Esto lcambia todo —masculló el elfo.
Tremaine estudió los rasgos de Nelk
tuvo un mal presagio al reparar en lexpresión sombría de su compañero. —¿A qué te refieres? —Sylverlin nunca ha demostrad
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nterés por aquellos a los que elijo paruchar conmigo. Pero tú, caballero, ere
algo especial para él. Odia y siempre hodiado a los tuyos. Mató muy deprisa aúltimo caballero. Algunos comentan ques uno de los vuestros, expulsado de l
Orden. ¿Quién sabe? El único hombrcon quien ansia combatir más qucontigo, soy yo, y eso le está prohibido
Sylverlin nunca discute las órdenes dehermano Gurim.
Arryl estaba sorprendido.
—¿Voy a luchar contigo en la arena? —¡Tienes que luchar conmigohumano! —Nelk hizo una pausa después añadió en un susurro—: N
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podía salvar al semielfo, pero quizáesté en mi mano salvarte a ti, Caballerde Solamnia.
Al principio, Arryl pensó que nhabía oído bien. Nelk hizo un gesto coa cabeza apenas perceptible.
—Puedo salvarte de la arena, ArryTremaine, al igual que he salvado otros. No sería el primero.
Tremaine había soportadsuficientes traiciones. Se apartó del elfo
—¡No caeré en más trampa
endidas por el hermano GurimEntrégame a Sylverlin. ¡Al menos, él npretende ser distinto de cómo es erealidad! ¡Tiene una deuda pendient
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conmigo por la muerte de BalsaHermano del Sol!
—¡No es ninguna trampa! ¡Hsalvado a otros y, si hubiese estado emi mano, habría salvado incluso amestizo! ¡Escúchame bien, pues dud
que tengamos mucho tiempo más parhablar! Hay un modo de que escapes da arena y de Istar. ¡Pero para que teng
éxito has de confiar plenamente en mí! —¿Por qué habría de hacerlo? —
dijo Arryl con sorna.
Nelk tiró la maza y agarró la espaddel caballero por el cortante filo de lhoja.
—¿Estás loco? —Arryl apartó co
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premura el arma, pero la sangre manaba de la herida abierta en la palma de
elfo. —Observa —instó Nelk. Cerró lo
ojos y musito algo. Arryl sintió unvibración en el aire.
¡La herida del elfo empezó curarse! Despacio al principio después con incrementada rapidez, e
profundo corte se cerró. Se formó uncostra a lo largo de la herida, la cuaambién desapareció un segund
después. En un visto y no visto, todcuanto quedo del corte fue una fincicatriz; aun así, Nelk no habíerminado todavía. Incluso la cicatriz s
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desvaneció, y la sangre que le manchaba palma fue la única evidencia de l
herida que se había infligido a sí mismoelk se limpió la mano en la camisa.
—¡Eres un clérigo de Mishakal! —susurró Arryl, boquiabierto.
—Sirvo a la diosa, sí. —Pero… el brazo que te falta… —Decidí no curarme a fin de oculta
el hecho de que la diosa favorecodavía a aquellos que le son devotos
Si hicieras que el hermano Gurim s
autolesionase para comprobar si ecapaz de sanarse, descubrirías que enquisidor carece de la fe necesaria,
quizá sea su dios quien no tenía fe en é
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—El elfo contempló con fijeza a scompañero—. ¿Me harás caso ahora¿Creerás en mí?
Tremaine bajó la espada. —Si creyera que mi sentencia e
usta, no te prestaría oídos. Pero en Ista
no hay justicia. —Sacudió la cabeza—Muy poca fe, aparte de la tuya. ¿Quengo que hacer?
—Sylverlin está ansioso por luchacontigo, pero he conseguido que se mconceda el derecho a enfrentarme a ti e
a arena. Cuando empiece el combatabierto, debemos asegurarnos de quSylverlin no se interpone entre nosotrosLa lucha tiene que ser entre mi maza y t
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espada. —Nelk sacudió la cabeza—Hasta ahora, siempre he confiado en mdestreza, sin descubrir mis planes aquellos a los que rescaté, por temor que sintieran miedo y acabaran poraicionarme tanto a mí como a ello
mismos. Pero la situación con Sylverlin también tu valía como guerrero, ha
hecho necesario este cambio. Ahora m
encuentro con que soy yo quien debconfiar en ti, caballero.
—¿Y qué pasa con Sylverlin? ¡N
puede quedar sin castigo por lo quhizo! —Deja al maestro de espada a m
cuidado. Se acerca el momento en qu
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se producirá un choque entre él y yoPuede llamarme amigo, pero no existe emenor afecto entre nosotros. Tal vedesees ahora su muerte, caballero, peren la seguridad de que tengo mayores
más importantes razones que tú par
vengarme de él. Lo que debmportarnos más en este momento e
asegurarnos de que sólo nosotros dos,
nadie más, nos enfrentamos en loJuegos. No debemos permitir que nadise interponga entre ambos.
Arryl no estaba todavía conformcon dejar a Sylverlin en manos del elfopero Nelk era un clérigo…, uverdadero clérigo.
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—Acataré tu decisión, pero dime¿por qué te arriesgas en este lugar? ¿Poqué lo haces?
El elfo reflexionó antes de respondeal caballero.
—Porque hay que mantener e
equilibrio… E Istar amenaza concurrir en el error de inclinar la balanz
demasiado hacia un lado.
—Está bien. Explícame tu plan¿Qué ocurrirá cuando nos enfrentemoen combate?
Nelk dio unos golpecitos en el pechdel caballero con el extremo de su maza —En ese momento, mientras l
multitud y el hermano Gurim presencia
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a lucha, te mataré, señor caballero.¡Qué ansiedad de contemplar sangreEl día de los Juegos llegó pronto
aunque no tan pronto como Arryhubiese deseado. El caballero sencontraba entre las filas de gladiadore
que aguardaban impacientes; sus ojorecorrieron el estadio abarrotado. Istaparecía estar hoy especialmente ansios
de ver correr sangre. Tremaine habíoído rumores de que él era la atraccióprincipal. Se había corrido la voz d
que había un Caballero de Solamnientre los combatientes. A pesar de qusu armadura seguía en poder de lguardia de la ciudad, no le cabía l
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menor duda de que la mayor parte de lmuchedumbre lo había identificado entros demás.
Frente a él se hallaban Nelk… Sylverlin.
El palco del Príncipe de lo
Sacerdotes estaba abarrotado, perocomo era habitual, el sagrado monarcno se encontraba presente. El reservad
acogía a un grupo de hombres ataviadocon idénticas túnicas blancas plateadas. Sentado en el centro, estab
el único que llevaba guantes: el hermanGurim. Arryl no distinguía bien surasgos, pero supuso que el inquisidomayor estaba sonriente. Para Gurim
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odo marchaba a la perfección. Ese dímarcaría un nuevo triunfo.
Arryl deseó arrastrar al falso clériga la arena y gritarle la verdad.
La parte del torneo ya habíerminado. Sólo restaba el ilusiv
combate final. Un combate sin normas eel que un hombre sólo podía confiar esobrevivir hasta el límite de tiempo
Arryl oyó a algunos prisioneromaquinando desesperadamente parquedarse detrás, lejos del resto de lo
combatientes. Sus planes se vinieroabajo cuando Arack les informó que lrresolución no salvaría la vida
ninguno de los presentes. Los arqueros
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situados en lo alto de las gradas, teníaorden de disparar contra cualquiegladiador que rehuyera la batalla. Loprisioneros tenían que luchar. Mientrao hicieran, tenían una oportunidad
Arack puso énfasis en esto último, y lo
prisioneros se mostraron máesperanzados.
Arryl podría haberles dicho l
verdad. Estaban condenados. Lmayoría eran inexpertos luchadores, pesar de los días de entrenamiento
Habían aprendido lo suficiente para tiraajos y cuchilladas, pero los luchadoreexpertos eran pocos y estaban mudistanciados entre sí. Los maestros d
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os Juegos no querían que sugladiadores escogidos murieran.
Arryl sabía lo que ocurriría, pueelk lo había puesto al corriente. Lo
uchadores expertos estabadentificados por los veteranos. Dos
ncluso tres, combatirían con ellos, eanto que el resto caería sobre los otro
prisioneros. Daría la impresión de se
una lucha nivelada, pero la experienci la brutal destreza de los gladiadore
cambiarían las tornas a su favor casi d
nmediato. La multitud aclamaría, ya qua mayoría de sus favoritos vencería nadie pensaría en los muertos, que, al fi a la postre, eran criminales convictos.
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Sylverlin sonreía expectante. Nelmiraba a Tremaine con una expresiócasi indiferente. Iba armado con unmaza de cadena de aspecto siniestro que daba un alcance que casi duplicaba e
de su otra arma. Tremaine estaba alg
desconcertado por el cambio e intentno pensar en lo que podría hacerle ugolpe accidental. Para defenders
contaba con un escudo oxidado, sespada y su destreza.
Los cuernos emitieron su toque
muerto. Los gladiadores cargaron contrsus oponentes preestablecidos. Todoevitaron al caballero, enterados de que estaba reservado a Nelk. Todos, salv
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Sylverlin, que echó a correr en pos deelfo. Tremaine lanzó un grito dadvertencia.
Nelk giró sobre sus talonesSylverlin pasó a su lado como uncentella, con la espada enarbolada.
—¡Eres mío, caballero! —siseSylverlin.
Tremaine hizo un movimiento en s
dirección. Nelk corrió hacia ellos, como s
planeara unirse a Sylverlin en la luch
contra Arryl. La bola cubierta dpinchos de la maza del elfo se balanceatrás y adelante, como un horrendpéndulo, y arañó la pierna de Sylverlin.
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El maestro de espada aulló de dolo cayó hecho un ovillo al suelo, ahor
ensangrentado, de la arena. —La diosa ha bendecido mi maza —
dijo Nelk, sonriendo a Arryl, al tiempque arremetía contra él y trazaba un arc
mortífero con el arma.El elfo manco se movía con má
rapidez de lo que había imaginado e
solámnico y lo golpeó con una precisióetal. Si no hubiera sido por la confianz
que tenía en él, Arryl habría sospechad
que Nelk trataba de matarlo de verdad.Tremaine alzó su espada arremetió, manteniendo a raya al otrocomo habían planeado. Nelk hizo u
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gesto con la cabeza y, aprovechando questaba de espaldas a la muchedumbre, lguiñó un ojo al caballero. Los dogiraron uno en torno al otro, amagandgolpes, pero, en opinión de loespectadores, eran demasiado experto
para caer en semejantes artimañas. Lmultitud vitoreó.
De repente, como salido de la nada
Sylverlin apareció en escena. Sencaminó hacia Nelk con la espadenarbolada, dispuesto a ensartar al elf
por la espalda. No había tiempo para advertir elk, y en cualquier caso tampoco l
oiría. El caballero arremetió haci
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adelante. Nelk reaccionó a su ataquapartándose hacia un lado, sin haberspercatado todavía del verdaderpeligro. El golpe de Sylverlin alcanzó aelfo en el hombro, pero el movimientde Nelk dejó al gladiador humano
descubierto ante Tremaine.El acero del caballero se hundi
hasta la empuñadura en el estómago d
Sylverlin. Arryl sacó la espada de uirón. El gladiador se desplom
despacio al suelo.
Arryl sintió un ruido metálico a suespaldas. Con un Resto maquinaempezó a volverse, luchando contra empulso de retroceder. Éste era el pla
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de Nelk.Una gruesa cadena se enrolló e
orno a su cuello. Arryl Simulo debatirspara librarse del cerco, y entonces cayen la cuenta de que Nelk no fingía, quntentaba matarlo de verdad.
La multitud había cesado de gritar contenía el alíento, excitada.
—¡Sylverlin era para mí! —gritó e
elfo en voz alta, y apreto aún más lcadena.
«De nuevo mi confianza ha sid
raicionada… y esta vez será fatal»pensó Tremaine.Intentó levantar la espada y alcanza
con ella al elfo, pero carecía de la
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fuerzas necesarias. El arma escapó dsus dedos inertes. Trató de hablar, dmaldecir a Nelk, de suplicar. De suabios sólo salió un patético sonid
ahogado. El moribundo caballero vio lfigura blanca y plateada del inquisido
mayor incorporarse por la excitación.La cadena aplastó la tráquea d
Arryl. El dolor fue espantoso. Luchó po
respirar, pero se ahogó en su propisangre. Se le doblaron las piernas, habría caído al suelo si la cruel caden
no lo hubiera sujetado de pie. Vio lagradas y después el cielo; se desplomóUn fuego abrasador le quemó los ojosos pulmones, el cerebro. Cuando la
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lamas se apagaron, todo fue oscuridad. —Confía en mí —susurró una voz…
se echó a reír.Cuando Arryl despertó, comprendi
dos cosas.La primera, que, a despecho d
saber que había expirado, no estabmuerto.
La segunda, que estaba tendido boc
arriba en un campo que debía dhallarse lejos del estadio, ya que no oíos gritos de la muchedumbre ni veía lo
altos muros del recinto.Mareado y confuso, se llevó la mana la garganta con un gesto maquinal aiempo que se sentaba. Estaba bien
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leso, sin el menor rastro de heridasComo había ocurrido con la mano deelfo…
Al mirar en derredor, Arryl vio elk encaramado a lomos de un caball
negro. Sujetaba las riendas del corce
del propio caballero. La armadura, lapreciada armadura de su abuelorelucía con la luz del sol, empaquetad
con cuidado y atada con correas a ucaballo de carga.
—La experiencia de la muerte deb
de haber sido peor para ti que para lootros que hice volver a la vida. Llegué dudar de que consiguieras despertar.
¡Volver a la vida! El caballero s
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puso de pie y miró con gesto ceñudo adivertido elfo.
—¿Qué quieres decir con «volver a vida»? ¡Me mataste!
—Sí. Y después te traje de vueltaEs uno de mis poderes como clérig
verdadero. —¡No eres un clérigo de Mishakal
—El caballero recordó sus último
pensamientos—. ¡Me dijiste que eraservidor de la diosa!
—¡Ah! Nunca me preguntaste de qu
diosa —dijo Nelk con astucia.Arryl se llevó la mano a la espada al punto descubrió que el arma npendía de su costado. Nelk alzó l
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espada y la funda. —Fuiste tú quien decidió que er
seguidor de la diosa del Bien, no yo. Nsoy clérigo de Mishakal, cierto. Soservidor de Kinthalas, a quien vosotrolamáis Sargonnas.
¡Sargonnas! El consorte de la Reinde la Oscuridad, Takhisis.
—¿Por qué me trajiste de vuelta a l
vida? —Inquirió Tremaine codesconfianza—. ¿Por qué? ¿Con qupropósito?
Nelk consideró el asunto. —Lo que te conté en el estadio everdad, caballero. Existe un equilibrique hay que mantener, aunque he d
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admitir que a Su Oscura Majestad lgustaría que se inclinara a su favorHago cuanto está en mi mano por ayudaa aquellos que creo que contribuirán a lcausa. Todos cuantos he rescatado estáen deuda con mi Señora, aunque no s
den cuenta de ello. —¿Y esperas que te lo agradezca
—preguntó con sequedad Arryl.
—Yo no espero nada. Encuentrdivertida la idea de que un Caballero dSolamnia, encarcelado y condenado po
a Orden de Paladine, le deba la vida un servidor de la eterna adversaria de sdios.
Tremaine no podía negar lo qu
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decía el elfo, pero no estaba dispuesto que Sargonnas ni Takhisis poseyeran ealma de un caballero. Antes moriría…otra vez.
—¡No soy tu esclavo, elfo oscuroDame mi espada y lucharemos. Esta vez
impiamente. —Te devolveré la espada, seño
caballero; y el resto de tus pertenencias
que tuve que ingeniármelas parconseguir. En cuanto al combate, tal vesea ése el destino que el futuro no
guarda, pero no en este momento. Nucharé contigo. Y no creo que mataques sin haber un desafío.
Nelk arrojó la espada al caballero
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Tremaine recogió el *** enfundada, perno la desenvainó.
—Por si le sirve de alivio a tconciencia, te diré que ínula te ata ni tobliga a mí. Puedes seguir tu caminoibre de nuevo, pero quizá con un poc
más de comprensión del mundo. —Nelsonrió—. Tienes mi palabra.
—¿Y ahora, qué pasa? ¿Dónd
estoy? —preguntó Arryl con gestsevero.
Lo que más deseaba en ese moment
era regresar al alcázar de la Orden recapacitar. Había habido un tiempo eque el mundo era blanco y negro, perahora se había tornado confuso, co
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demasiados matices grises. —Nos encontramos a una jornada d
cabalgada al noroeste de Istar, en uugar seguro, aunque no deberíamo
retrasar mucho la partida. Tú tienes quponerte en camino y yo he de regresar…
—¿Regresar a Istar? ¿A los Juegos? —Por supuesto. Me dieron permis
para llevar el cadáver de Sylverlin a su
familiares —dijo Nelk con gestsombrío—. Eran unos chacalesDisfrutaron al ver su despojos. M
hiciste ese favor, caballero. Sylverlihabía descubierto mi secreto y mamenazó con descubrirme. Ahora estmuerto y mi secreto a salvo… durante u
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iempo. Sólo tú sabes que soy uclérigo, y dudo que estés dispuesto nformar al hermano Gurim, ¿verdad?
Tremaine guardó silencio. Nelasintió con un cabeceo.
—Lo suponía. Puede que Gurim
Arack o cualquier otro descubran que hestado salvando vidas, pero, hastentonces, seguiré sirviendo a la diosa
Habrá otros como tú. Los inquisidoreson unas personas muy ocupadas. —Eelfo sonrió, y el gesto le dio un
apariencia muy semejante a la dSylverlin—. Si te encuentras lo bastantfuerte para cabalgar, te recomiendo que pongas en marcha. Más vale no corre
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riesgos innecesarios. —Rehúso darte las gracias. —He hecho lo que debía. —Nel
aguardó a que Tremaine hubiermontado antes de añadir—: Trecomendaría que no te pusieras t
armadura hasta que te encuentres lejode Istar.
—Comprendo…
Nelk cogió con firmeza las riendade su caballo.
—Que la bendición de Kinthalas
Chis lev sea contigo.El solámnico alzó la vista al oípronunciar el segundo nombre. Chisleera una deidad neutral que sentí
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predilección por la raza elfa. Era lencarnación de la naturaleza, de la viden los bosques. Los ojos del Nelk sencontraron con los del caballero.
—Sí, no negaré que mi propisangre, por muy oscura que sea, pued
ser en parte responsable de este desede mantener el equilibrio de la vida.
El clérigo hizo que su caball
volviera grupas y se dispuso a marcharo obstante, Arryl sentía la necesida
de aferrarse a algo sólido, algo qu
explicara lo inexplicable. —Aguarda, Nelk. Necesito saber…Balsar me dijo… Nelk no es tu nombre¿verdad?
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—No, señor caballero. —La voz deelfo dejó entrever un tono amargoDetuvo a su caballo—. Ese me lmpusieron cuando fui desterrado. Niene una traducción exacta, pero e
esencia significa «impío, carente de fe»
Para mi pueblo, ese nombre fue el peocastigo que pudieron infligirme.
—¿Cómo pudieron…?
—Según sus creencias, siempre fuun traidor de la tradición. Aun cuandadoraba a los dioses, no lo hacía de
modo que los elfos consideraapropiado. En ese aspecto, mi gente sparece más a los clérigos de Istar de lque está dispuesto a admitir. —El elf
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alzó la mano en un gesto de despedida… de bendición—. Que tus propia
creencias se mantengan firmesCaballero de la Espada. Pero ojalá quno te hagan ciego a la verdad.
Arryl Tremaine permaneció inmóvi
en el mismo sitio hasta que Neldesapareció tras una colina cercana. Ecaballero todavía no sabía a qu
atenerse con el elfo, que era y no erodo cuanto Arryl había esperado de u
servidor de la Reina de la Oscuridad.
Para su sorpresa, llegó a lconclusión de que, en medio de tantcorrupción y locura que había visto en lciudad sagrada, su fe seguía firme…
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ello gracias a un elfo oscuro. Todavía nalcanzaba a comprender cómo. Y quiznunca lo entendería. Pero Nelk tenírazón. De ahora en adelante, Arrydefendería sus creencias y lucharícontra la injusticia… donde quiera qu
a encontrara. —Que Paladine también te guarde
elk —dijo, mientras montaba en s
caballo—. Tenías razón. Volveremos encontrarnos.
Pues tenía la intención de regresar
algún día, a Istar. La sagrada Istar.
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Estofado de Kender
Nick O’Donohe
Moran adelantó a un espadachín, colocó la pieza de lado a fin de preveni
una emboscada. —Tu mercenario corre peligro.Rakiel frunció los labios.
—Por primera vez en nuestras vidas—Alargó un brazo esbelto, de delicadomúsculos, y retiró al mercenario a u
callejón.
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Los dos hombres jugaban aDraconel, que según se decía había sidnventado por el propio Huma con e
propósito de mantener a los caballeroistos para la guerra. La parrilla duego estaba extendida sobre un mapa d
lk Tsaroth y el bando del dragón movípequeños grupos de incursión por callesecundarias, por los desagües, y en e
nterior de carros de mercado. Moranacostumbrado al juego abierto del queran partidarios los caballero
solámnicos, estaba intrigado por eestilo subrepticio de Rakiel; intrigado… un poco escandalizado. Adelantó a u
segundo espadachín.
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—Preparo una salida por la callGrimm.
—Tu franqueza te honra. —Rakieretiró de la calle Grimm a un arqueroculto previamente en ella—. Quizanto da si tus caballeros moralment
obligados por el honor dejan dcombatir batallas.
En otro tiempo, el cáustic
comentario del clérigo habría herido losentimientos de Moran. Alto y delgadoMoran se despertaba día tras día en u
echo amplio y solitario, sabiendo quhabía dedicado su vida a prepararspara una batalla que jamás combatiríauna batalla gloriosa a lomos de u
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dragón, como en la que había luchado egran Huma. Pero los dragones habíasido expulsados. Istar se ocupaba draer «la paz» al mundo, y él se habí
volcado en ejercitar a escuderonovicios con una ferocidad que le habí
ganado el apodo de Loco Moran.Ahora, ya cincuentón, Loco Mora
era una leyenda, parodiado por s
severidad, respetado por su enseñanzaPocas veces sonreía. Jamás reía.
El lejano ruido de una puerta a
abrirse, abajo, distrajo a Rakiel deuego. Se asomó por la ventana de lorre.
—Alguien ha entrado. ¿Má
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novicios? —Pronunció la palabra codesagrado. Istar empezaba a sentirsofendida por las apelaciones a la piedade los Caballeros de Solamnia, comasimismo, quizá, por su riqueza.
Moran se atusó el bigote con gest
pensativo. —Los chicos están emplazados par
mañana, y los he entrevistado a todos
repasado sus referencias. —Reflexionsobre quién podría ser el que llegaba—La carne la fruta y otras provisione
fueron entregadas ayer, y el cocinero sha despedido esta mañana. —Todos lococineros juiciosos se despedían antede la temporada de la instrucción d
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reclutas— Probablemente sea algúvoluntario —decidido.
Rakiel resopló con desdén. —Estás soñando. En estos tiempos
os voluntarios van a los clérigos. Locaballeros sólo consiguen hijo
segundos sin fortuna. Y pobrenecesitados —añadió con un leve tonde burla—. Gente que cree que el tesor
de los caballeros estará a su disposiciócuando firmen su alistamiento.
Moran dio un respingo. Rakiel er
un «huésped» de Mansión de la Mediden Xak Tsaroth, cuya misión en preparaun informe para los clérigos sobre lcaballería y sus métodos d
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adiestramiento. O, al menos, eso era lque decía. De hecho, nunca perdía lmenor oportunidad para desacreditar os caballeros, y mostraba un interé
excesivo en el tesoro. —Estos novicios no son de esa clas
—replicó Moran con gesto estirado. —Tal vez no tengan interés en e
oro. ¿Pero qué me dices del primero, d
Saliak? Hambriento de poder, te lgarantizo.
—Su padre es un caballero —repus
Moran—, el hijo aprenderá a dirigir. —De hecho, el padre era un hombrempobrecido y amargado, y ello habíafectado a Saliak, el hijo. Moran habí
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encontrado al muchacho arroganteegocéntrico y con una vena de crueldadSin la disciplina de la Orden, laaptitudes y el evidente valor del chicnunca llegarían a nada positivo.
—Así que Saliak aprenderá a dirigi
—dijo Rakiel con tono incrédulo—. Efin, «no nos conduzcas al mal», comreza el dicho. ¿Y qué me dices d
Steyan? Un zoquete grandullón y torpe.Moran desestimó el comentario co
un ademán.
—Yo soy grandullón. Y era torpe. Eun chico tranquilo y un poco sensibleSaldrá adelante.
Steyan se había ganado el afecto d
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Moran cuando, durante la entrevista, eugar de preguntar acerca de espadas
armaduras en primer lugar, el muchachsoltó de buenas a primeras:
—¿Es duro ver morir a los amigosQuerría salvarlos.
—A veces no es posible —fue lescueta respuesta de Moran.
El espigado muchacho se habí
rascado la cabeza mientras musitaba: —Eso es duro.Aun así, había aceptado aprender
ser un caballero, como deseaban supadres. Era el cuarto hijo y, obviamenteno heredaría nada. Tendría que abrirscamino por sí mismo.
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Moran sacudió la cabeza y volvió amomento presente.
—¿Qué te parecen Janeel y DeinSus padres están bien limados y sinaje es bastante sólido.
—Sus mentes son bastante fáciles d
nfluir —remedó Rakiel, cruzándose dbrazos— Veremos si llegan a algo. Amenos tienen más posibilidad que e
gordo. Ese no aguantará más de un día. —El «gordo» tiene también u
nombre —dijo Moran enfadado, aunqu
no logró recordarlo. En la entrevisteste chico había mantenido agachada lcabeza casi siempre y había dejado qusu hermano mayor llevara la batuta; e
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hermano no se había dirigido a él por snombre ninguna vez—. Aquí aprenderá ener amor propio.
—Sólo si los otros lo dejan. Y éstoson la flor y nata de la juventud quviene a la caballería. Es probable qu
en un tiempo fuera distinto, ¿pero cómpuedes preocuparte de esos…, esos…desechos? No valen el dinero que cuest
su adiestramiento. ¿De verdad crees qupodrás hacer de ellos unos caballeros?
Antes de que Moran tuviera ocasió
de contestar, el sonido de unos lejanopasos, abajo, lo hizo ladear la cabeza. —Tenía razón. Es un voluntario. —¿No vas a salir corriendo a s
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encuentro? —preguntó Rakiel coacritud.
—Si de verdad quiere ser ucaballero, subirá la escalera hasta efinal. ¿O es que piensas que miaposentos están en la torre con e
propósito de alejarme del polvo y ecalor? —Loco Moran empezaba a entraen su papel. Añadió con satisfacción—
La instrucción se inicia con la subida desta escalera y nunca cesa. Incluye esen tu informe.
Las pisadas se detuvieron al otrado de la puerta y de inmediato soyeron unos golpes de llamada. «Sivacilación —pensó Moran—. Bien»
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Esperó ante la puerta, con la «Máscarapuesta: la expresión facial fiera y ebigote erizado, que dejaba sin el menovestigio de seguridad a los novicios que los chicos habían aprendido conocer y a temer. Moran imaginab
siempre que la Máscara la tenía colgaden la puerta, donde podía cogerla «ponérsela» sobre su verdader
semblante antes de descender al salónferior para impartir instrucción teóric práctica a los reclutas.
Los golpes de llamada cesaronSiguió un extraño ruido, como sarañaran la madera, y después nadaMoran, con la espada en la mano, abri
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a puerta con brusquedad y blandió eacero a la altura del pecho de un hombroven.
La espada trazó un arco al nivel dos ojos del chico que estaba en l
puerta; el muchacho ni siquier
parpadeo.«Un niño», pensó Mora
decepcionado. Entonces se fijó en su
ojos: limpios e inocentes, perpensativos, que lo miraban desde urostro en el que se marcaban la
primeras (¿prematuras?) arrugas. Ecabello le caía revuelto sobre la frentempidiéndole casi la visión.
Moran lo examinó como un guerrer
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examina a un nuevo adversario. El chicvestía un jubón de tela basta y unacalzas descoloridas. Sostenía uestropeado morral hecho con piel doveja y en la otra mano una pieza datón que a Moran le resultó familiar.
El chico contemplaba con interés acaballero. Moran Tenía una nariaguileña y un frondoso bigote blanco
ofrecía un aspecto fiero y lejano, salven las contadas ocasiones que sonreía.
—Podríais haberme matado —dij
el chico.»lo dice sin miedo. Ni el menoasomo», pensó Moran.
—Todavía estoy a tiempo. ¿A qu
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has venido?Rakiel casi dio un brinco ante e
amedrentador retumbo de «la voz»compañera inseparable de la Máscara.
—Quiero llegar a ser un Caballerde Solamnia —respondió el chico.
Rakiel soltó una risita. El alborozdel clérigo se cortó de raíz cuandMoran, con un simple giro de muñeca
anzo hacia atrás la espada, que se hincen la pared opuesta con un golpe sordo vibrante.
El instructor resistió el impulso dcomprobar dónde había clavado earma. «Mientras tengas algo pendiente afrente, da siempre por sentado que lo h
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hecho en el lugar preciso», había dichTalisin, el mentor de Moran. Acaballero le causaba ciertcomplacencia que su destreza hubiermpresionado a Rakiel tanto como a
muchacho.
—¿Nombre? —Tarli. Hijo de… —vaciló antes d
añadir— De Lorena, de la calle de lo
Sepultureros. Era costurera y hacímortajas.
Por primera vez en la vid
profesional de Moran, la Máscarestuvo a punto de resquebrajarse. —Lorena ¿Una mujer de pie
morena, esbelta, de cabello rojo, más
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menos de la mitad de mi talla?Tarli sacudió la cabeza. —Las canas se mezclaban con e
rojo del cabello cuando la enterraronDe eso hace un año.
Moran sintió como si la Máscara l
estuviera mirando a él; su propiseveridad le hacía daño.
—Nos conocíamos. Trabajó para…
para un amigo mío. Tienes la aldaba dmi puerta en la mano —añadió con tonbrusco.
—En efecto. —Tarli giró elamador entre los dedos, como si lsorprendiera verlo allí. Se lo entregó acaballero—. Se soltó.
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El chico atisbo bajo el brazo dMoran y contempló con fijeza los libroencuadernados que había en unestantería, sobre la cama.
—¿Las tácticas Brightblade? ¿DBedal Brightblade? —Tarli se coló po
debajo del brazo del caballero y entren la habitación aunque no lo habíanvitado a hacerlo. Cruzó ante e
perplejo clérigo y sacó el libro ecuestión—. Manuscrito. —Pasó lahojas hasta llegar a una ilustración en l
que se detallaba un complicadmovimiento de finta y ataque e intentejecutarlo con la mano izquierda—. ¿Lhabéis escrito vos?
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—En efecto. —Moran procuró qusu voz no denotara la satisfacción qusentía. Le había costado años de lectur más años de pruebas técnicas hast
estar seguro de cuál era el estilo dcombate utilizado por Bedal Brightblad
—. Existen doce copias de este librouna para cada instructor de escuderosademás del original.
Sin darse cuenta de ello, habídejado de lado la Máscara y «la voz», as hizo aparecer otra vez de inmediato.
—La esgrima no es lo mámportante. Si deseas ser un caballeroestán el Código y la Medida, y es todo que cuenta. El Código son cuatr
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palabras, la Medida treinta y sietvolúmenes de trescientas páginas caduno. ¿Cuál de los dos es mámportante?
—La Medida —respondió Tarli coseguridad; luego añadió con idéntic
firmeza— A menos que sea el Código.Moran apuntó con el índice al chico —Est Sularis oth Mithas. Mi hono
es mi vida.Tarli lo miró sin comprender. —¿Acaso no lo es de todo e
mundo? —preguntó.Moran lo observó con fijeza un largrato hasta asegurarse de que nbromeaba. Rakiel los contemplaba a lo
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dos con expresión divertida que no somaba el trabajo de disimular.
—Lleva tus cosas al barracón de lplanta baja, Tarli —dijo Moran—. Laclases empiezan mañana.
—Sí. —El chico añadió co
premura—: Señor. —Hizo unreverencia y chocó con la mesa dondestaba el juego de Draconel; las pieza
se tambalearon. En su camino hacia lpuerta dio un fuerte golpe a Rakiel coel morral.
—Tarli —llamó Moran.El muchacho se dio media vuelta cobrusquedad y tiró al suelo ucandelabro. Al recogerlo, derribó l
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arra de agua que había sobre el muebleel recipiente de cristal se hizo añicosMoran lo miró con gesto severo.
—El libro. —¡Oh! Sí. —Tarli se lo devolvió—
Me gustaría leerlo.
Los dos hombres oyeron el ruido depetate dando tumbos tras el chico hastque llegó abajo.
Rakiel contempló a Moran con unexpresión mezcla de perplejidad desagrado.
—No irás a admitirlo, ¿verdad? —Él ya lo ha decidido.El clérigo soltó una ris
desagradable.
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—¿Tan desesperados estáis locaballeros?
—Para los caballeros, el honor esten primer lugar a hora de hacer unelección, y en segundo la nobleza de lfamilia. —No siempre había sido así.
—Pero si ni siquiera sabes quién eel padre. —El clérigo Frunció los labio—. Puede que ni siquiera él lo sepa.
—Entonces juzgaré al muchacho posu valía, no por su familia.
—Es intolerable —dijo Rakiel co
gesto estirado—. No solo es un chicvulgar, sino también un bastardoprobablemente.
—No tanto como un clérigo al qu
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podría señalar —rezongó con voz bajMoran.
—Y demasiado bajo —siguimachacando Rakiel—. Casi no parecun humano. ¿Se te ha ocurrido que quizsea un…?
—Lorena era muy baja —dijo ecaballero con expresión inocentemientras miraba a través de la ventana.
Nadie recordaba que hubiese habidun verano más caluroso. Todos loviajeros que tenían sombrillas d
cáñamo embreado o lienzo encerado lahabían abierto y yacían debajo de ellasLos demás iban con pasos cansinohasta las murallas de la ciudad y s
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umbaban a la estrecha sombra demediodía.
Sólo Moran, un delgado caballerde aspecto cansado, cabalgaba bajo eardiente sol tirando de un carro quransportaba una espada, un escudo y u
cadáver. El cuerpo había sidreverentemente envuelto en una mantaMoran lo había mantenido fresco con e
agua de su ración de viaje. Pasó ante eobelisco situado a las afueras de lciudad y echó una ojeada a la últim
ínea de la inscripción:Que los dioses nos recompensen poa gracia de nuestro hogar.
Volvió la cabeza a otro lado.
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Moran cruzó frente al Templo dMishakal, ya casi terminado. Algunovagabundos lo contemplabaembobados, más impresionados por lobra de cantería que el polvoriento solitario Caballero de Solamnia.
Llamó a un desvencijado edificio dmadera. La pared trasera de piedra erel muro lateral de la entrada de acceso
a escalera conocida por la «Senda de lMuerte». Una joven acudió a la llamada
—Busco a Alwin, el sepulturero —
dijo Moran. —Ha muerto —repuso la joven— Enegocio es mío ahora. Me llamo Lorena
Moran la miró y su prime
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pensamiento fue: «Es una chiquilla»Luego, al fijarse en sus ojoscomprendió enseguida que era una mujeadulta, aunque más baja que la mayoría.
Lorena no alcanzaba a ver poencima de los costados del carro. Trep
por una rueda, echó una ojeada y dio urespingo al descubrir la espada y eescudo.
—¿Quién era? —Parecía una niñiten un espectáculo de marionetas quaguardara anhelante la siguient
sorpresa.El brillante cabello pelirrojo sextendió sobre sus hombros al inclinarspara observar a Moran, quien quitaba l
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manta que envolvía al cadáver: Talisincuyo bigote negro parecía aún máoscuro en contraste con la pálida pieLa parte trasera del yelmo estabhendida por la mitad.
—El mejor espadachín desd
Brightblade, muerto por un hacharrojada —contestó Moran deprimidoSe volvió hacia la joven, avergonzad
de sentir el ardiente escozor de laágrimas—. Remienda la túnica y l
capa, ponle polainas nuevas… y cuant
sea necesario. Será enterrado con sfamilia; era un noble y un héroe, y emejor… —Moran fue incapaz dcontinuar.
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Con una fuerza sorprendente, Lorenarrastró el carro al interior del edificioMidió el cuerpo rápidamente y calculel coste de la tela y la mano de obrmientras Moran aguardaba de piesumido en un hondo pesar.
—Vuelve dentro de dos días —dija muchacha.
El caballero se daba media vuelt
para marcharse cuando Lorena lo detuvponiendo una mano en su brazo.
—Y después visítame a menudo. —
El reparó en la franqueza de sus ojos, eo dulce de su voz—. Necesitaráhablar, y yo… —De pronto, parecisentirse turbada; se arregló la ropa y s
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atusó el cabello—. Eres distinto dcuantos conozco. Me encantan los sitioextraños y los hombres extraños.
Mientras se alejaba, la oyó cantacon aquella voz clara y joven«Devuelve a este hombre al seno d
Huma…». El propio Moran habíentonado ese canto hacía dos días, coa voz quebrada por el dolor. Para s
sorpresa, regresó a visitarla a la semande celebrarse el funeral.
En la pared del fondo de la clas
colgaba un tapiz prestado por lopoderes de la ciudad y procedente de lgalería de arte permanente, qurepresentaba caballeros moñudos e
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dragones plateados y dorados, con laanzas apuntadas hacia unos dragone
rojos y sus jinetes. Los dragonesbordados con hilos metálicos, brillabaen la triste y gris estancia de manerperturbadora.
Los novicios estaban excitados. Dode ellos saltaban sobre los bancos en usimulado combate de esgrima, y cas
odos los demás formaban un círculo eorno a la primera pelea del reciéniciado curso entre dos chicos qu
rodaban por el suelo.Moran entró en la sala, cargado codos pectorales. Los chicos se quedaroclavados en el sitio y después s
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sentaron presurosos. A Tarli le sangrabel labio inferior. Otro novicio, Saliakenía los nudillos manchados de sangre.
«Ajá, ya ha empezado», pensMoran. Se dirigió en silencio a la mescolocada bajo el tapiz y se puso de car
a los novicios, que ahora estabacallados y sentados en los bajos bancode madera. Sólo Tarli, que se habí
puesto aparte de los demás, era tan bajque los pies no le llegaban al suelo.
Otros dos novicios se sentaba
separados del resto: el desmañado chicalto y el gordo. Moran, con su largexperiencia, sabía que los tres serían eblanco de los barracones.
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Soltó uno de los pectorales cobrusquedad sobre la mesa. El fuertgolpe metálico hizo que todos los chicodieran un brinco.
—Esta es la armadura de uCaballero de la Espada —dijo co
frialdad—. El agujero que veis lo hizuna lanza, durante un combate.
Soltó el segundo pectoral sobre l
mesa con idéntica brusquedad. —Esta la llevaba puesta un novici
en la última semana de instrucción par
legar a ser escudero. El agujero lo hizambién una lanza, durante las prácticas»Los agujeros son muy semejantes
También lo eran las heridas…, amba
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mortales.En el silencio que sobrevino, uno
cuantos chicos intercambiaron miradanerviosas.
—¿De verdad puede una lanzatravesar una armadura así? —pregunt
Tarli con interés.Sin pronunciar una palabra, Mora
dio la vuelta a los pectorales y mostr
os pequeños orificios de salida quhabían hecho las puntas de las lanzasUno de los novicios tuvo una arcada
Moran recorrió con la mirada el grupo encontró al chico en cuestión. —Janeel, ¿tienes algo que decir?El muchacho carraspeó.
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—Señor, si sirve de ayuda para loentrenamientos, mi padre conoce a uverdadero sanador, un clérigo.
—Mientras estéis haciendo lnstrucción no habrá pectorales d
armaduras ni sanadores. —Dejó pasa
unos segundos para que el significado dsus palabras quedara claro—. El mayofavor que puedo hacer a los Caballero
de Solamnia es acabar con cualquiera dvosotros que sea incapaz de defenderspor sus propios medios, antes de qu
fracaséis en el campo de batalla, dondotros caballeros dependerán dvosotros. Cuando un novicio muere, ldoy las gracias a Paladine porque hay
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ocurrido aquí y no más adelante. —Bajun poco el tono de voz—. Esa es lrazón por la que os daré todas laocasiones de morir que sea capaz dmaginar, antes incluso de que seái
escuderos. —Se encaminó a la puert
que había al fondo de la sala—Regresaré. Si alguno de vosotros quiermarcharse, que lo haga ahora. —Clav
os ojos en Saliak, que ya tenía aspectde cabecilla— No avergoncéis ninguno para obligarlo a quedarse. Serí
casi un asesinato.Abandonó la habitación y fue nspeccionar una vez más el equipo d
entrenamiento.
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Poco tiempo después, volvió a lclase y se dirigió a la mesa. Cuando sdio media vuelta, se encontró con ugrupo de novicios asustados perdecididos, que acababan de aprendeque el honor podía acarrear la muerte
pero que estaban dispuestos a sehonorables.
Vio vacío el sitio donde Tarli habí
estado sentado.Sintió alivio, tanto por el chic
como por sí mismo, pero también l
asaltó una inesperada decepción qusólo merced a la Máscara logrdisimular.
—Los que habéis decidido quedaro
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—dijo—, puede que muráis por elloUnos en los entrenamientos, otros eservido, y algunos en combate… Sncluso hoy en día. —Los añoranscurridos hacían más llevadero e
dolor que le causaba la historia qu
contaría a continuación—. El primecaballero al que serví como escudermurió en combate. Desde entonces, m
uré a mí mismo que prepararía bien odos los novicios para que tuvieran un
vida honorable y una muerte adecuada.
Los chicos lo miraban atentos, dejó que la idea penetrara en sus mentesPor primera vez, estos muchachoempezaban a entender cómo podría se
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su muerte. También, por primera vez esus vidas, experimentaban el coraje dhombres adultos.
Observó sus rostros y se sintialiviado por la marcha de Tarli; el chicenía una inocencia que lo
entrenamientos habrían destruido…Un terrible rugido sonó directament
debajo de Saliak, que soltó un agud
chillido de sobresalto, se incorporó dun brinco y salvó a trompicones lsegunda y tercera filas de bancos par
correr en busca de la salida. Casi todoos demás se levantaron también de usalto, pero enseguida volvieron a suasientos, con expresión abochornada.
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Saliak casi llegó a la puerta antes dvolverse a mirar. Con una sonrisnocente, Tarli salió gateando de debaj
del banco delantero y se sentó en el sitide Saliak. Este regresó casi a hurtadilla se puso al lado de Tarli.
—Lo siento, señor —dijo Tarli Moran, sonriendo y con los ojorelucientes.
La Máscara permaneció inalterablecomo si no hubiese pasado nada, pero Moran no le pasaron inadvertidas la
duras miradas de los abochornadonovicios ni el profundo odio reflejaden el rostro del humillado Saliak.
«Ah, Tarli, Tarli —pensó Moran
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sintiendo una inesperada oleada dafecto exasperado—. Yo no habrípodido trazarte un camino más rigurosdel que tú acabas de marcarte».
Cuando terminó la clase, Rakiesalió de detrás del tapiz de dragones
desde donde había estado observando. —¿Qué opinión te merecen? —
preguntó.
—La de siempre —respondiescueto Moran—. Demasiada ambicióndemasiada energía y muy poco seso.
Rakiel soltó una risita. —¿Y conseguirás que utilicen lcabeza?
—El miedo lo hará.
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Moran miró por la ventana y vio quSaliak lanzaba un golpe malintencionada la nuca de Tarli. El chico lo oyó veni—cómo, Moran no alcanzó a imaginarl— y lo eludió agachándose. Saliak sambaleó por el impulso. Tarli se echó
un lado, y el otro se fue de bruces asuelo. Sin levantarse, Saliak arrojó unpiedra y alcanzó a Tarli en el hombro
Moran dio la espalda a la ventana. —Esta tarde haremos las primera
prácticas con la lanza. Eso asustaría
cualquiera. En adelante, pensarán mubien lo que hacen antes de actuar. —¿Incluso el tal Tarli? —Rakie
sacudió la cabeza—. Admítelo, no sirv
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para estar aquí. Es dos palmos más bajque cualquiera de los otros, y ya se hhecho enemigos. —Hizo un gesto ddesagrado—. Lo que es peor, gastbromas como un kender. Francamentedudo que una simple clase práctica d
anza lo haga reflexionar. —¿«Una simple clase práctica d
anza»? Si es eso lo que piensas, tal ve
deberías intentarlo tú.Rakiel echó un vistazo al tapiz; su
ojos se detuvieron ni las puntas de la
anzas. —En otro momento. ¿Continuamoesta noche con la partida de Draconel?
Moran señaló con la cabeza el nich
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oculto tras el tapiz. —Estaré observando a los chico
durante un rato. ¿Qué tal después de lcena? Será un placer.
—Y, cosa rara, aquí ***Lo que era cierto. Por lo menos
Rakiel era alguien con quien hablar. Aclérigo no le pasó inadvertido lchocante de la frase.
—¿Un placer? De verdad, Morandebes de estar muy falto de compañía.
Solo por primera vez en su vida
pasó con ella la mayor parte del veranoAl principio, le habló de los lugares quhabía visitado, y después sobre Talisin cuán doloroso había sido verlo morir e
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una escaramuza sin importancia con upuñado de goblins.
Por último, le confió su mayosecreto: que ya no estaba seguro de qusignificaba ser un caballero, y que nsabía al abrigar dudas sobre la Medida
había o no violado el Código.Lorena se había reído, como hacía
menudo, y le había dicho que er
demasiado serio. El intentó, commuchas otras veces, revolverle ecabello, y ella, como siempre, se agach
eludiendo su mano.Todas las mañanas durante aqueverano, Moran se despertaba irritadoPor las noches, la irritación se tornab
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pación, como ocurre a veces, haciendque los hombres maduros se sientaóvenes de nuevo. Permaneció tumbado
despierto durante horas, la noche en quLorena dio un brinco y saltó a sus brazoél la cogió en el aire, como hací
siempre), le besó la punta de la nariz e dijo: «Espero que tu sentido del hono
no sea tan maleable como tiernas son tu
caricias».«¿Lo es? —se había preguntado—
¿Deseo continuar siendo un caballero
vivir para una guerra que nunca habrá, haría mejor dedicando mi vida Lorena?».
De eso hacía dieciocho años, poc
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antes de que naciera Tarli.Con la brisa de la tarde, la
monturas de madera colgadas de lacuerdas y poleas se mecían en medio dcrujidos. Los ojos de los escuderofueron de las monturas a las perchas d
escudos y lanzas con puntas metálicas, observaron con desconfianza lamanchas marrones de óxido de aspect
sospechoso que se marcaban en lapiedras del patio. Los adoquines shabían fregado bien, pero las mancha
parecían haber impregnadprofundamente la piedra.Moran se sentía orgulloso d
aquellas manchas; había emplead
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muchas horas la pasada semanpintándolas y dándoles un aspectantiguo.
—Bien.Todas las cabezas se volvieron haci
él. Estaba parado debajo del arco de l
puerta, con una lanza de tres metros medio metida bajo el brazo con lfacilidad de quien sujeta una fusta.
Saludó con la lanza, eludiendo eápice del arco por escasos centímetrosTocó su hombro derecho con la lanza
después el izquierdo, y a continuación lhizo girar dos veces para terminaponiéndola de nuevo bajo el brazo; todello sin rozar el arco.
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Tarli aplaudió. Su aplauso perdifuerza y por último cesó ante las fríamiradas de sus compañeros.
—La lanza es el arma tradicional decaballero —anunció Moran en voz alt—. Huma consagró una de ellas
lamada la Gracia de Huma, a PaladineUn solo caballero, con una sola lanzaderrotó a cuarenta y dos enemigos en e
sitio de Tarsis. —Miró con desdén agrupo—. Permitid me que también omencione que tal vez, sólo tal vez
vuestra lanza os mantenga vivomientras sois escudero*, Posteriormentpracticaréis con lanzas de infantería. Poel momento… —De repente, movió e
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arma de manera que la punta casi rozó lnariz de Saliak; acto seguido se lcambió a la mano izquierda de manerque por poco no ensartó a Tarli. Saliase encogió. Tarli, para complacencia dMoran, ni siquiera pestañeó—. Tú y tú
elegid lanzas y montad. —¿En los barriles? —preguntó Tarl
excitado. Observó ion fijeza la
monturas de madera, cuyas riendapasaban por unas ranuras y se unían as cuerdas de las poleas.
—No son barriles, piltrafa dredrojo —siseó Saliak. —Tampoco son caballos —replic
Tarli, encogiéndose los hombros—
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¿Qué se supone que son? —¿Y qué más da? —dijo Salia
mientras sacaba una lanza de la perchaLa alzó con un movimiento brusco después la bajó, en un torpe saludo. Erfuerte y de brazos largos, de manera que
a despecho de su inexperienciacontrolaba bien el arma.
Tarli alzó otra lanza y se tambale
hacia atrás al perder el equilibrio por epeso.
—Es demasiado larga —protestó
ganándose con ello las Metiloflosarisas de sus compañeros de clase.Moran lo miró con solemnidad. —Crece para que esté a tu medid
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—dijo.Saliak prorrumpió en carcajadas.Con la lanza sujeta torpemente por e
centro, Tarli se dirigió a su montura, questaba señalada con impactos de lanzaDebajo de la silla, a ambos lados
sobresalían dos tablas gruesas y cortasEl chico las examinó.
—Si fueran más grandes, pensarí
que son alas. —Se volvió a mirar Moran, con el rostro iluminado—. Ssupone que la montura es un dragón
¿verdad? Nos entrenáis luchar a lomode dragones, como el tapiz que hay en lclase.
»Buena conjetura», pensó Moran
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Puede que en otros tiempos aquellfuera cierto, pero en la actualidad estclase de reconstrucción se mantenía ehonor a Huma y con el propósito dhacer que los escuderos principiantes ssintieran torpes y así bajarles los humos
Sin Embargo, no hizo ningúcomentario en voz alta humó a entregaas cuerdas a los colaboradores, lo
chicos se encargarían de mover lobarriles en el aire.
—Colaboradores, cuando dé l
señal, izad las monturas. Jinetesmontad, coged las riendas y los escudos sujetad vuestras lanzas.
Los dos combatientes subieron a su
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monturas. Saliak se sentaba con fácicomodidad, con las rodillas dobladasen la postura inconfundible de quieposee corcel y ha cabalgado. Tarli sólalcanzaba los estribos incorporándose medias.
Ajustaron las lanzas en el soportgiratorio de la silla, de manera que lmayor parte del peso del arma quedab
en la parte delantera. Tarli logrmantener la lanza levantada apoyandcasi todo su peso en el extremo de
mango. Viró la punta con movimientoorpes.Saliak balanceó la suya hacia lo
ados, arriba, abajo y en círculo. Luego
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sonrió a Tarli. —Despídete.Moran aguardó un instante antes d
dar la señal. —¿Sí? ¿Quieres decir algo? —
preguntó a Steyan.
El muchacho, que parecía no habepegado ojo hacía noches, lanzó unmirada especulativa a Saliak.
—No, nada —farfulló por últimoAlgunos novicios parecieron sentirsaliviados.
Moran se volvió hacia los jinetes bajó la mano que tenía levantada. —¡Ahora!Los chicos tiraron de las cuerdas,
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as monturas se mecieron en el aire.Tarli estuvo a punto de dejar caer l
anza cuando el barril dio un bruscirón hacia arriba; sus colaboradore
habían tirado demasiado fuerteposiblemente de manera intencionada
Logró recuperar el equilibrio, pero lanza se salió del soporte y el muchach
se vio obligado a soportar todo su peso
La punta descendió a un nivel que nrepresentaba amenaza para nadie, salvsus propios colaboradores.
«Buen comienzo —pensó Moran—Más vale que cometa errores aqudonde tiene posibilidad de sobrevivir».
En la primera pasada de los jinetes
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Saliak lanceó el escudo de Tarli y lo tiral suelo. Sus compañeros de clasvitorearon.
Tarli echó un vistazo al escudo caíd luego, apartándose el pelo de la frente
miró de hito en hito al exultante Saliak
La expresión de Tarli era excitada desconcierto, pero sin el menor atisbde temor.
Saliak tiró de las riendas, y sucolaboradores lo arrastraron hacia atrá lo lanzaron directamente contra Tarli.
El jinete viró su lanza lateralmenteTarli se agachó sobre la silla, evitandel golpe.
Ya fuera de manera intencionada
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accidental, Saliak sesgó las riendas dsu oponente. Los colaboradores de Tarlsin que se lo indicara señal algunairaron alocadamente.
El muchacho se tambaleó de lado ado, intentando no acabar aplastad
contra los muros del patio. Volvió lmirada hacia Moran; los ojos del chicpedían ayuda o consejo.
El instructor observó la escena esilencio.
Saliak tiró hacia atrás de las riendas
su montura coleó inmóvil; contemplel vuelo de Tarli. Tras secarse lapalmas en las polainas, Saliak aferró lanza con firmeza. Sus colaboradore
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iraron despacio hacia atráspreparándose para lanzarlo en archacia adelante.
Tarli contempló frustrado la lanzque apenas conseguía sostener. Dmproviso, se puso las riendas entre lo
dientes y, colocando la lanza en cruzcomo una barra de equilibrio, la golpecontra el pomo de la silla. El arma s
partió en dos.Los presentes dieron un respingo
Tarli arrojó al suelo la mitad delantera
ató con rapidez las riendas rotas eorno al mango y empezó a girar el trozde astil por la correa de cuero, sobre scabeza. El palo roto zumbó como s
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fuera algo vivo. La montura de Tarli sbalanceaba alocadamente. Saliaarremetió contra él, apuntando su lanzdirectamente al pecho desprotegido dsu oponente.
Tarli se inclinó de lado, al tiemp
que golpeaba con su lanza rota la dSaliak. Ésta se quebró, y los fragmentorebotaron contra el escudo de Saliak
o golpearon en la frente.Aturdido, el chico soltó las riendas
Tarli movió su pequeño cuerpo al centr
de la silla e hizo girar el mango de lanza con mayor rapidez.Las dos monturas, fuera de contro
pasaron una al lado de la otra. Tarl
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consiguió propinar otros cuatro golpes Saliak antes de que éste cayera ebrazos de sus colaboradores.
Tarli desmontó con facilidaddescolgándose por un estribo a fin dacortar la distancia de caída. Corri
hacia donde Saliak estaba sentadofrotándose los ojos con gesto aturdidoTarli se inclinó sobre él y le dio una
palmaditas en la espalda. —Vamos, no llores.Moran había visto a un hombre mira
a otro del mismo modo que Saliak mira Tarli. Fue en una taberna del puerto dTarsis. En la lucha que siguió salieron relucir unos garfios; el recuerdo todaví
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e revolvía el estómago a Moran.Saliak se incorporó, no si
dificultad, y se dio media vuelta. Tarlse encogió de hombros y fue a reunirscon los demás, pero los otros chicos leludieron y se acercaron a Saliak
ncluso el muchacho alto y delgado, ascomo el gordo, rehuyeron a Tarli, siduda por miedo a las represalias de su
condiscípulos. Moran los observó cogesto impasible.
—Las prácticas se han terminad
hasta que las monturas estén reparadas—La expresión de los chicos fue más dalivio que de desencanto—. Volved vuestros barracones.
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Tarli se quedó atrás para recoger lmprovisada arma que había hecho coas riendas y la lanza rota. Levantó l
vista al advertir que el caballero estabde pie junto a él.
—Me he hecho un enemigo —dijo e
muchacho. Moran asintió con ucabeceo.
—¿Sólo uno?
Una sonrisa asomó fugaz al rostrcansado de Tarli.
—Saliak es el chico más popular d
Xak Tsaroth. Quizá del mundo entero. Sfamilia patrocina su propio festival eotoño. Su padre y su abuelo fuerocaballeros. —Pareció que el desánim
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se apoderaba de Tarli por un instante—Me pregunto qué se sentirá al tener upadre tan importante que todo el munde respeta aun cuando no hayas hech
nada para merecerlo.Dicho esto, abandonó el pati
mientras balanceaba por la correa efragmento de lanza. Moran lo siguió coa vista, sintiendo un profundo dolor e
su interior.Paseaban por el mercado a
atardecer, Lorena tirándole de la mano
Más que amantes, parecían padre e hijaDe vez en cuando, un soplo de brisbarría el mercado y ella se atusaba ehermoso cabello cuidadosamente, cas
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con remilgo, colocándolo bien sobre laorejas. A Moran le encantabobservarla.
Disfrutaba explicándole cosas sobras diversas mercancías del mercado
«Ese artilugio es creación de lo
gnomos del Monte Noimporta…Probablemente esté prohibida su venta no cabe duda que es peligroso. Ese tip
de hacha, los enanos la usan en el nortpara cortar leña. Las hojas duran la vidde un enano, por no mencionar la
nuestras. Esa hamaca está hecha por loejedores de Tarsis. Talisin y yo fuimoallí una vez, cuando yo era joven…»Enmudeció.
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Lorena posó la mano en su brazo«Lo sigues echando de menos».
«Él lo fue todo para mí cuando erun muchacho. Me llevaba a todas partes la gente se portaba bien conmigo po
el sólo hecho de que estaba con é
Aprendí del él todo lo que sé».«Fue como un padre para ti. Todo
necesitamos a alguien así». Lo miró co
expresión crítica. «Tú serías un padrmanívilloso».
El bajó la vista hacia la joven
nervioso. «¿Por qué dices eso?».Lorena se echó a reír y se colgó dsu brazo como si fuera una cría. «Porqusé que te preocupa. No te gustan la
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bromas, ¿verdad? Algún día“caballero” conseguiré que te rías otrvez».
Aquella noche, ya tarde, Moran salial patio, acosado por la melancolíaHabía cenado con Rakiel y despué
estuvo espiando a los novicios desduno de los nichos de observacióexistentes en la Mansión de la Medida.
El caballero esperaba novatadas abusos, pero los novicios de este añparecían más crueles que los de curso
anteriores. Hasta cierto punto, Tarlenía la culpa. O, mejor dicho, scorrigió Moran, la presencia de TarlLos novatos siempre atacaban a los qu
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eran diferentes, y Tarli lo era tanto…Como si al pensar en él hubies
nvocado al muchacho, Tarlí aparecipor una ventana de los barracones.
—Buenas noches, señor. Por ciertoos he hecho un favor.
—¿Un favor? —El instructor yestaba aprendiendo a mirar codesconfianza las iniciativas del chico.
Tarli asintió con un cabeceo. Debíde estar de puntillas para que lo vierdesde abajo.
—He hecho más de esas lanzacortas, como la que utilicé hoy. —¿De veras? Eh, un momento
¿Cómo las has hecho?
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—Con las otras lanzas. Ya os dijque eran demasiado largas. Las partí eres, casi todas… Algunas por la mitad
para los chicos más grandes. —¿Has roto las lanzas? —Mora
estaba boquiabierto. «¡Huma no
asista!»—. ¿Todas?Tarli rebulló intranquilo. —Bueno, eso creo. Además de la
de las perchas, encontré las del armaridel almacén, que estaba lleno coanzas, las de colores. ¿Es que hay más?
¡Dulce nombre de Paladine! —¿Las de colores…? ¿Te refieres as rojas, plateadas y doradas? ¿Las d
gala, que utilizan los caballeros en lo
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desfiles? —Moran sacudió la cabezanegándose a creerlo—. ¡Pero si estababajo llave!
—Bah, no me deis las gracias —dijTarli, haciendo un ademán comrestando importancia al favor que habí
hecho— No era una buena cerraduraResultó fácil. Buenas noches, señor. —Saltó y desapareció de la ventana. Debí
de haber estado subido a una banqueta.Dominado por el pánico, Mora
salió disparado hacia la armería. Pas
argas horas revisando las lanzas y cofirmando que no había forma de rensamblarlas.
El tesoro cubriría el gasto d
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reemplazar el lote, pero el papeleo que esperaba iba a ser un trabajo duro, u
arduo reto en sí mismo.Por último, Moran acept
agradecido la oferta de Rakiel dredactar la petición de fondos. La ayud
del clérigo compensó casi, aunque ndel todo, su zahiriente son risa en la quse leía: «te lo advertí».
—El robo con allanamiento podríser una profesión alternativa en el futurdel muchacho. Dime, ¿de verdad pued
el tesoro permitirse malgastar dinero eentrenar a un bastardo y un vándalo? —El tesoro puede permitirs
reponer la mansión entera —replicó co
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sequedad Moran. —¿De veras? ¿Sólo con los fondo
que ponen a tu disposición? —Rakiearqueó la ceja en un gesto dncredulidad—. En fin, esperemos qu
Tarli no tenga unos proyectos ta
ambiciosos. —¿Cómo dices que lo llaman? —
preguntó Rakiel, mientras movía u
espía en el tablero de juego. Moramasticó un bollo del desayuno antes dcontestar.
—Estofado kender. Afirman que nes humano. —Movió un soldado dnfantería, lanceando al espía de maner
accidental—. Colgaron su petate en alto
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fuera de su alcance, y lo llamaroanimal y lo encadenaron. Se supone quo no tengo que saberlo.
Rakiel miró con fijeza al caballeroconmocionado. Moran untó mantequillen otro bollo.
—Oh, y el chico alto, Steyan, eMonte Noimporta. Anteanocheaserraron parcialmente las patas de s
cama; cuando la cama se rompió, lobligaron a levantarse para arreglarlaMaglion, el gordo, es Panza gully. Hace
que se coma las sobras de la mesa fingen que es medio gully y que le estáhaciendo un favor.
—¿No vas a impedírselo?
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—¿Por qué? —Moran parecísorprendido—. Me paso el día enterentrenándolos hasta casi matarlosdespués los mastico y los escupo. Ssienten frustrados todo el tiempo. Sdesquitan los unos con los otros por l
noche. —Señaló a Rakiel con ecuchillo de la mantequilla—. Entoncesuna noche, alguno de ellos empezará
pensar en la Medida. A pensar dverdad. Sentirá miedo, pero senfrentará a los otros y dirá: «Esto n
está bien. No deberíamos hacerlo». Adía siguiente, todos vivirán el Código.Iba expresión de Rakiel denotab
que no estaba convencido.
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—Ocurre todos los años —asegurMoran.
—Y, entretanto, los dejas que sorturen unos a otros. Incluso cuando loman con tu propio…
—¿Mi propio qué? —El cuchillo d
mantequilla seguía siendo un cuchillo dmantequilla, pero de repente la hojpareció brillar más con la luz de l
ventana. —Nada. —Rakiel sonrió co
nerviosismo—. No sé en qué estarí
pensando.Como ocurría con cualquier asuntnformal de los caballeros, las clases smpartían en el lenguaje conocido com
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Común Culto. Sólo la parte inicial eren la antigua lengua. Moran se situó ea primera fila de bancos mientras lo
novicios decían: «Est Sularis otMithas» y tomaban asiento.
El instructor estaba entre Tarli
Saliak, que habían acabado por sentarsuntos durante el curso. Ninguno de lo
chicos quería parecer cobarde po
cambiarse y separarse del otro. AdemásSaliak disfrutaba dando codazos golpes a Tarli cuando creía que Mora
no estaba mirando.En lugar de ir a la mesa, el caballerse sentó en el banco y se volvió haciSaliak una vez recitado el Código.
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—¿Por qué pronuncias esapalabras?
—Porque vos nos lo ordenáis —contestó Saliak, nervioso.
Alguien soltó una risita. —¿Y por qué lo ordeno?
—Porque el Código es important—contestó Tarli.
Moran se volvió hacia el chic
exhibiendo toda la dureza de lMáscara.
—¿Qué lo hace ser importante?
Antes de que Tarli tuviera tiempo dresponder, Moran giró con brusquedaa cabeza hacia la segunda fila.
—Tú, Maglion. ¿Qué hac
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mportante al Código?Maglion se puso rojo como la grana —Su sig… significado… —No. —Moran se incorporó
caminó hacia el frente con pasodeliberadamente lentos. Luego dijo e
voz baja—: El Código no significa nadaEl Código es todo. De día o de nochedespiertos o dormidos, el honor e
vuestra vida.»Cuando eso se entiende, actuar ma
resulta tan imposible como levantarse d
entre los muertos. —Miró fríamente Maglion—, ¿Lo comprendes? —Sí. —Pero la expresión del chic
era desdichada.
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—Sí, lo comprendes —se mostró dacuerdo Moran—. Quizá no te gusta.
El muchacho se puso aún mácolorado.
—Bueno, quiero decir, que… si ucaballero ha sido insultado… digamos
ratado injustamente de manerrepetida… —puso todo su empeño en nmirar a Saliak— ¿entonces se supon
que ese caballero debe enfrentarse a lpersona que lo maltrata? ¿Un dueloQuiero decir, por venganza.
—Por honor. Nunca por venganza. —Sí, de todas formas, te enfrentas él, ¿cuál es la diferencia?
Moran se echó hacia adelante, co
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as manos apoyadas en la mesa. —Supón que alguien te atorment
durante meses y tú lo desafías y exigeque se disculpe. Si no lo hace, puedeuchar con él. Pero si te ofrece un
sincera disculpa, no tienes más remedi
que aceptarla y no luchar. Esa es ldiferencia.
Steyan masculló algo entre dientes.
—¿Es eso un problema? —preguntMoran con voz sosegada.
El muchacho se rascó la cabeza
miró a uno y otro lado en busca dayuda, y por último dijo: —Es duro. —Lo es. —De manera deliberada
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Moran se despojó de la Máscara y hablcomo un simple ser humano—. El honorcuando forma parte de tu vida, aunquno sea fácil o no puedas eludirlo dningún modo, sabe mejor que la comido la bebida. Cuando no lo quieres, t
corroe, día y noche. —¿Qué pasa cuando una clase d
honor entra en conflicto con otra? —
preguntó Tarli, que mostraba una actitusolemne poco habitual en él.
Moran no respondió enseguida
Cuando habló, lo hizo despacio midiendo las palabras. —Aprende esto, y apréndelo bien
Sólo hay una clase de honor. Nunc
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creas que una situación en conflicto coel código y la Medida significa que haconflicto entre dos honores.
Relajó la tensión. Sólo él sabía qucrisis de fe originaba en un hombre estclase de preguntas.
—No obstante, surgen conflictoentre distintas clases de deberes —agregó.
A finales de verano, Lorena dijo coactitud traviesa: «¿Eres un hombre dcostumbres domésticas al que le gusta l
familia?».«Ya sabes que sí». Moran le habíenseñado el panteón familiar y le habírelatado la mayor parte de la historia d
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sus antepasados.Ella le dio unos golpecitos con e
dedo en las costillas, juguetona. «Lo ququiero decir es que si serías bueno coun niño, sin que importara quién es cómo es».
«Por supuesto que sí».Lorena agitó los brazos, riéndose d
él; pero también había lágrimas en su
ojos. «Me refiero a cuidarlo y educarlo atender sus necesidades. ¿Promete
que lo harías, aun cuando ese niño s
nterpusiera entre ti y cualquier cosa qudesearas hacer?». Sus risas cesaron«Por favor…».
Moran dijo sin la menor vacilación
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«Haría eso y mucho más. Fuera lo qufuera a lo que tuviera que renunciar». Lalzó en sus brazos con facilidad y lbesó repetidamente. Le prometió qusiempre, por amor a ella, «cuidaría educaría» niños.
Ahora, al mirar atrás, comprendique su promesa lo había convertido eel mejor maestro que jamás tuvo l
caballería.Moran estrechó los ojos al salir a
patio.
—Demasiada luz, ¿no os parece? —preguntó con tono despreocupadoDurante los meses pasados, los noviciohabían aprendido a temer aquella
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preguntas superficiales. El caballermiró con sorpresa a su alrededor—¿No? Ah, claro. Sois jóvenes. No lnotáis. Pero no os preocupéis. Yo mocuparé de que no os duelan los ojos danto guiñarlos.
Tendió a cada muchacho una venda es dijo que se las pusieran unos a otroso sin recelo, le dio a Saliak la d
Tarli. El chico mayor la ató a la cabezdel pequeño y sólo le faltó plantar el pien su espalda para apretar más el nudo
Tarli soltó una corta exclamación dsorpresa, al tiempo que se llevaba lamanos a la cabeza.
—¿Algo va mal? —preguntó Moran
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—En realidad, no. —Por fin, Tarlcomentó vacilante— Está muy prieto me hace daño.
—Considera el dolor como unconveniente más. Quizá tengas quuchar algún día sintiendo dolor. —Pos
una mano sobre el hombro del chicoprincipalmente para que no se movier—. Ahora, véndale a Saliak los ojos.
Saliak dio un respingo. No habípensado en eso. Tarli, con la piefruncida bajo la ceñida venda, esboz
una mueca maliciosa. Saliak no dijnada cuando Tarli apretó con todas suganas, pero Moran vio que el chicmayor hacía un gesto de dolor.
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Moran entregó a cada uno de lochicos, vendados y tanteantes, una dagaMaglion dio un grito al pincharse udedo con la punta; los demás pegaron ubrinco al oírlo. Moran los condujo unras otro hasta uno de los muros
dejándolos de espaldas contra la pared. —Y ahora —dijo con voz calmos
—, todo cuanto tenéis que hacer e
cruzar el patio sin que los otros oapuñalen. Muy sencillo, a mi entender.
Lo era. Si se utilizaba el oído y s
recordaba que las armas defensivas soan importantes como las ofensivas, larea no encerraba mayor dificultad. Lo
novicios empezaron a cruzar el pati
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con precaución, arrastrando los pies. No era tan peligroso como parecía
a mayoría de los chicos tenían miedo danzar cuchilladas, convencidos de qu
al hacerlo se arriesgaban a que el filo dotra daga les cortara la mano.
Moran se movía entre ellosfrenando con una espada torta lesporádica arremetida de algún novicio
más frecuentemente tocando la espaldde un chico para recordarle que estabdesprotegido.
Ya fuera por un sexto sentido poccomún o por imprudencia —Moran nsupo determinar cuál de los dos—, Tarllegó hasta la mitad del patio dand
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saltos antes de que los demás hubieseavanzado un paso. Solo en el centroadeó la cabeza escuchando con atenció eludiendo a cada novicio que se l
acercaba dando un paso de lado, eanto que los demás caminaban d
puntillas rehuyendo al resto mientraarremetían contra nada y esquivabaambién nada.
Tarli alcanzó el muro opuesto en uiempo récord y se quedó quieto, atento
Moran sintió una oleada de orgullo.
—Eh, kender —llamó con voz quedSaliak, cerca del centro del patio—Pequeño Estofado kender, acércatechico. —Chasqueó la lengua—. Teng
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algo para ti. —Se apartó del puntdonde estaba un momento antes, y quhabía hecho un blanco fácil con spropia voz.
Tarli sonrió y caminó de vuelta acentro del patio. Fue detrás de Salia
repitiendo, paso por paso, todos sumovimientos.
—Aquí, kender —llamó el chic
mayor, con voz dulce— No tengamiedo, pequeñín. ¿No quieres msorpresa?
Tarli se humedeció con saliva unuña y después la puso contra la nuca dSaliak.
—Depende. ¿Qué es? —pregunt
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con tono coloquial.Saliak se quedó petrificado al senti
el roce de lo que creía era la fría puntde una daga. Al oír la voz de TarlFaron se deslizó furtivo en su direccióncon la daga adelantada. Tarli retrocedi
un paso, y Saliak se apartó casi de ubrinco.
Faron lanzó una veloz cuchillada, l
bastante baja para partir en dos ecorazón de Tarli. Éste, con la cabezodavía ladeada, había captado el roc
de una tela. Se giró y golpeó a Faron ea muñeca con la empuñadura de su daga. El otro chico dio un grito y tiró earma, que Tarli se apresuró a recoger.
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Faron se puso a gatas para buscar ldaga. Tarli estaba detrás de él y gritó:
—¡Janeel!Janeel arremetió contra él, tropez
con Faron, y también perdió su armaTarli se situó entre los dos y empezó
vocear: —¡Paladine me asista! ¡Steyan
Cualquiera de vosotros! ¡Que alguie
me ayude! Me tienen sujetos los brazos.Varios chicos avanzaron hacia lo qu
creían una presa fácil.
Después de que los dos o treprimeros tropezaran y cayeran en umontón, los demás corrieronevitablemente la misma suerte.
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De manera gradual, los gruñidos os rezongos del derrotado montón d
piernas y brazos acabaron en nadaAparte de Tarli, sólo Saliak seguía dpie, fintando con resolución de un lado otro del vacío patio.
—¿Dein? —Llamó Saliak, al tiempque se hacía a un lado—. ¿Faron?
Dein y Faron, medio enterrados en e
montón de cuerpos, se maldecían uno aotro y también a Tarli.
Saliak había enrollado su camisa e
orno al brazo, a guisa de escudmprovisado, y tanteaba con la dagpara encontrar a alguien.
—¿Janeel? —Su voz sonab
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asustada—. Respondedme alguno.Entonces hizo algo que impresionó
Moran. Saliak corrió hacia un extremdel patio, con los brazos extendidosCuando tocó el muro, dio media vuelta echó a correr hacia el lado opuesto.
Fue sólo cuestión de suerte el que eambas ocasiones pasara de largo juntal montón de chicos. Se quedó quieto
empezó a gritar: —¿Estáis todos bien? Por el ruid
parece que os estéis quejando
¿Necesitáis ayuda?«El peor de todos se estconvirtiendo en un caballero», pensMoran con satisfacción. Para entonces
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Saliak estaba asustado de verdad. —¡Respondedme! —Brincó hacia u
ado, como si algo invisible hubiessaltado sobre él—. ¡Señor, decidme questán bien!
Aunque guardó silencio, Mora
estaba conmovido.Tarli se acercó de puntillas a Saliak —¡Tararí-tatí-tatí! —gritó, al tiemp
que le daba repetidos golpes en lacostillas con el dedo.
Saliak chilló y acuchilló el aire co
movimientos enloquecidos. Tarlretrocedió de un salto y se echó a reírLos otros, al oír el jaleo, se esforzaropor levantarse en medio de gruñidos
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maldiciones.Taciturno, Moran vio que e
ejercicio estaba resultando un desastre.Muy bien, quitaos las vendas.Los que podían, ayudaron a los qu
no podían. Se quedaron boquiabierto
con lo que vieron: a sí mismosdesuñados, en el centro del patio, Tarli, todavía con los ojos vendados, d
pie sobre un montón de dagas. Su actitudenotaba una gran seguridad en smismo.
así todos los chicos teníacontusiones, y sólo alguno que otro cortsuperficial. Moran llegó a la conclusióde que el ejercicio podía considerars
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un éxito. Saliak tiraba de la venda coodas sus fuerzas.
—No puedo quitármela —dijorritado.
Varios chicos intentaron desanudaa venda, pero sólo consiguieron apreta
más los nudos. Por fin, Janeel le pidió Tarli una daga.
Tarli se encogió de hombros y se l
anzó, con un movimiento fácil y ligerosin necesidad de mirar, y después cortsu propia venda; recogió su morral y e
rozo de palo atado a la correa, de loque nunca se apartaba, y se encaminó acomedor, solo, haciendo girar el palo escuchando el zumbido que hacía.
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Saliak se frotó las marcaenrojecidas que tenía en la cabeza anzó una mirada feroz al muchacho qu
se alejaba. —Mataré a esa pequeña alimaña. L
mataré. Lo mataré.
—Saliak —llamó con frialdaMoran, que se encontraba detrás de éEl chico giró sobre sus talones
enrojeciendo j hasta la raíz del cabello. —¿Señor? —Te daré un consejo: no lo intente
mientras estés con los ojos vendadosPodrías herirte a ti mismo.Steyan soltó una carcajada. Saliak l
anzó una mirada asesina.
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«Pagará por esa risa», pensó coristeza Moran. Rakiel contempló a lo
chicos salir del patio renqueando. —Tarli tiene un oíd
extraordinario… para ser un humano —comentó el clérigo.
—Es una cualidad corriente en lohumanos —replicó Moran con irritació—. Yo mismo… —Enmudeció si
erminar la frase. —¿Ibas a decir algo sobre tu sentid
del oído? —lo zahirió Rakiel.
—Que es muy aguzado. —Clavó lmirada en el clérigo, como retándolo que dijera algo más.
Rakiel sonrió, se encogió d
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hombros y se alejó.Tan pronto como estuvo a solas
Moran empezó a recoger y a contar ladagas. El resultado fue desastrosoFaltaban varias. Recuperó unas cuantaen la inspección que hizo en lo
barracones (y en el morral de Tarli). Echico fue muy impreciso sobre lo quhabía ocurrido con el resto.
El registro efectuado en la mansióno tuvo resultados positivos.
Moran pasó la tarde ocupado co
más papeleo, asistido por un sarcástic escéptico Rakiel. La partida dDraconel al final de la jornada, en lque Moran perdió siete soldados d
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nfantería a manos de los escuadronesuicidas de Rakiel, no contribuyó mejorar el humor del caballero.
—¿Más gastos? —preguntó Rakieuna semana más tarde.
Moran gruñó. Esta vez era par
reemplazar las ollas y sartenes que Tarlhabía utilizado como «armaduras» paruna batalla nocturna en los barracones.
—¿Es que nadie te pide cuentacuando gastas más de normal? —preguntó el clérigo.
—No. —Moran apretó los dientesdespués, más calmado, agregó—: Locaballeros confiamos unos en otrosRelleno los impresos, firmo y sell
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documentos, y soy depositario del oro a plata guardados en la tesorería, e
cuarto que está abajo, cerca de lobarracones de los novicios, y… ¡Oh, poPaladine! —Era la primera vez en veintaños que Moran juraba en voz alta.
Rakiel se quedó sorprendido al veque un hombre mayor pudiera correr tadeprisa.
Cuando el clérigo llegó a lesorería, resoplando y jadeando por e
esfuerzo, Moran estaba de pie ante l
puerta abierta y contemplaba con fijezas estanterías cargadas con bolsas doro, monedas, cofrecillos, cuencos cálices. Los huecos vacíos saltaban a l
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vista. Moran echó una ojeada al pasill después se volvió hacia el clérigo.
—Toma. —Le entregó una llave Rakiel—. Haz un inventario y luegcierra a cal y… Echa la llave. —Eclérigo mintió con gesto aturdido—
Después quédate sentado contra lpuerta hasta que haya regresado.
Moran esperaba que el registro l
levara mucho tiempo, pero fue mubreve. Encontró los objetos que faltabacolocados sobre el alféizar de piedra d
una de las ventanas de los barracones:Un cáliz de oro con gemancrustadas y el pie tallado i unió un
garra de grifo que aferraba una bas
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semiesférica de plata.Un cofre de mármol co
ncrustaciones de ónix, cuya assuperior tenía la forma de un dragórojo lanzándose sobre un caballero y scorcel. Los ojos del dragón eran rubíes
el escudo del caballero era unesmeralda tallada.
Una bandeja, adornada con perlas
azabache y diamantes, que representaba Tumba de Huma a la luz de la luna. L
bandeja estaba apuntalada de maner
que el reflejo de la luz en los diamantese proyectaba en el techo. —¿A que son preciosos? —Tarl
estaba sentado en la cama del rincón
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Faltaban las patas del mueble; tal vehabía cambiado de sitio con Steyan. Echico se encontraba solo en lhabitación, tallando con gesto tranquilel palo atado a la correa. Moran señalos objetos colocados en la ventana.
—¿Son…? ¿Tú…? —¿Que si los he puesto ahí? Sí. Lo
omé prestados. —Sin soltar el palo
Tarli se acercó a la ventana—. A lhabitación le hacía falta un toque alegre estas cosas estaban arrinconadas e
unas estanterías oscuras, ¿podéicreerlo? Pensé que servirían comrecordatorio de nuestra instrucción algunos de nosotros —concluyó co
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actitud sosegada. —¿Son éstas todas las cosas qu
has… cogido prestadas? —No podía transportar más. —Tarl
echó una mirada crítica a la austera riste estancia— Quizá regrese a busca
más… —¡No! —exclamó Moran; luego
más calmado, añadió—: No vuelvas
entrar en el almacén. No vuelvas a sacacosas de allí. No hagas nadrelacionado con el almacén, a meno
que tengas un permiso mío por escritpara ello. —Muy bien, señor. —Tarli parecí
desconcertado.
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—Ahora me llevaré estas cosas a ssitio. —Moran recogió el cáliz, el cofr la bandeja.
—¿Por qué? Guardados en escuarto oscuro no hacen servicio alguno nadie.
—Los caballeros prefieren que estoobjetos estén guardados bajo llave parmpedir su robo —dijo con delicadez
Moran. —¡No! —Tarli estab
conmocionado— ¿Ladrones? ¿Aquí? —
Una idea monstruosa se abrió paso en smente—. ¿Entre los novicios? —Se han dado casos —respondió e
caballero, con sequedad.
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Rakiel había terminado de hacer enventario cuando Moran regresó. E
clérigo añadió los últimos tres objetos. —¿Quieres ver la lista?Moran sacudió la cabeza. Se sent
con pesadez en un arcón de roble cuy
oxidada cerradura, según advirtió coalivio, estaba cerrada e intacta.
—Está todo. Siento haberte dad
anto trabajo. —No tiene importancia. —Rakie
dobló la lista y la guardó en su
vestiduras—. Presumo que fue Tarlquien las robó. ¿Has notado que…?Moran lo interrumpió. —Ve al sótano y tráeme un puñad
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de espigones y un martillo. Voy clausurar esta puerta.
Rakiel no se movió; miraba acaballero con actitud sombría.
—¿Has notado que los novicios nse equivocan al decir que parece u
kender? —Dijo con determinación—o tiene las orejas puntiagudas, claro —
se apresuró a añadir—, ni tampoco llev
recogido el pelo en un copete. Es algmás alto, pero sus costumbres, smprudencia, su…
Moran miró ceñudo al clérigo. —Lorena era humana. Muy baja, un poco rara, pero humana. Vete.
Rakiel se marchó. El caballero
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sentado en el arcón, a solas en el cuartoencorvó los hombros y cerró los ojosdemasiado cansado incluso para evocaa Lorena.
Moran ordenaba los manuscritos. Ecurso casi había finalizado.
La partida de Draconel habíerminado también; la noche anterior, la
fuerzas de Rakiel, diezmadas tras mese
de tácticas brutales, se habían retiraden desbandada. Moran mató y capturantas piezas como la compasión y l
ogística permitían, y después aceptó lhosca felicitación de Rakiel; de buengana, bajó las escaleras para comprobacómo iban las cosas en los barracones.
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Retrospectivamente, Moran desehaberse quedado con Rakiel.
Oculto en el nicho, vigiló a lomuchachos. Esta iba a ser la últimnoche que pasaban allí. A la mañansiguiente, los novicios recibirían l
única de escuderos y se les daría lonombres de los caballeros a los quhabrían de servir.
Los chicos habían conseguido bajcuerda pasteles y cerveza, si bien Moraestaba enterado; sin embargo, n
parecían sentirse muy inclinados comer y beber. Ya no era divertidromper las reglas.
Por desgracia, ninguno de ello
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había perdido la costumbre de intimidaa sus tres víctimas.
—Panza gully puede celebrarlo ponosotros —dijo Janeel con fingidcordialidad.
Dein y Faron habían atado lo
brazos de Maglion a la cama. El chicapenas ofrecía ya resistencia y empujaba los otros de manera mecánica. Sól
sus ojos denotaban furia y dolor.Steyan, con las piernas doblada
contra la espada y metido en un arcó
abierto, observaba la escena torcienda cabeza en una postura forzada, ya quenía el cuello doblado y la barbill
pegada contra el pecho para caber en e
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nterior del baúl; en el exterior demueble había una etiqueta que decía«Artilugio gnomo para reducir tamaño»
Tarli estaba encadenado amordazado. Delante de él había uhueso mordisqueado y un letrero:
¡CUIDADO! ¡KENDERPELIGROSO! ¡MUERDE!
El muchacho observaba a los otro
con tranquila indiferencia. —No podemos permitir que pase
sed. —Janeel vació una jarra entera d
cerveza en la boca de Maglion; por lnariz del grueso muchacho salió espumamientras se atragantaba y tosía.
»Y ahora… —Janeel balanceó u
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pastel delante de Maglion, como si fuerun mago—. ¡Un dulce de nuez! Esthecho con miel de verdad. ¿No lquieres? Quizá debería dárselo Estofado kender. —Sostuvo el pastefrente a la nariz de Tarli—. ¡Pobr
Estofado kender! Tiene que mendigapara que lo inviten. —Se giró y aplastel dulce en el rostro de Maglion—
Panza gully se lleva el premio. Agarral muchacho gordo por el pelo parobligarlo a abrir la boca y le metió tod
el pastel a la fuerza. Una única lágrimde frustración y cólera resbaló por lmejilla de Maglion.
—Espera. —La voz sonó molesta
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avergonzada. Para sorpresa de Moranera Saliak quien había hablado—. Estestá mal. Yo estaba equivocado.
Limpió a Maglion la cara con spropia toalla y después le desató lobrazos. El muchacho gordo le cogió l
prenda y acabó de limpiarse sin deciuna palabra.
—Pensé que era divertido. —Salia
se agachó y desanudó las correas atadaa las rodillas y codos de Steyan—Creía que eran raros, distintos d
nosotros, y que hacerles esto era sólo…una broma.Steyan salió tambaleante del arcón
cayó. Saliak le frotó los brazos y la
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piernas para que se reanimara el riegsanguíneo.
—Era lo que pensábamos todos¿no? —Saliak miró en derredor coansiedad—. Todos nos reíamos. —Suojos fueron a donde estaba Tarl
enrojeció y miró a otro lado. CuandSteyan consiguió moverse en medio dgruñidos, Saliak se dirigió hacia Tarl
—. Nunca pensé seriamente en eCódigo. —Soltó la cadena. Mientras lquitaba la mordaza, agregó—: Y l
Medida la consideraba… bueno, unontería de la disciplina en clase. No tculparía si quisieras golpearme.
—Me parece justo —dijo Tarli, qu
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acto seguido le dio una patada en lngle.
Los otros dieron un respingo dsorpresa, un gesto de dolor compartidoLa expresión de Maglion y Steyan ercomo cuando un rayo de sol se abr
paso tras un aguacero de primavera. —¿Es éste el modo en que lucha u
caballero? —preguntó Saliak jadeante
cuando fue capaz de incorporarse. Tarlse encogió de hombros.
—¿Prefieres luchar cara a cara?
—En este momento preferiría nuchar. —El rostro de Saliak tenía uinte verdoso.
—Pero insultaste mi honor
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Repetidamente. Y ahora lo sabes.Saliak parpadeó varias veces; a
parecer, tenía problemas para enfocaos ojos.
—La Medida dice que si elijo nuchar y me he disculpado, entonce
ienes que aceptar mis disculpas. —En efecto. —Tarli asintió con u
cabeceo. Luego añadió con un tono ta
ndiferente que heló la sangre a Mora—: Pero mi propio código está poencima de la Medida. ¿Cara a cara?
Saliak aceptó moviendo la cabezarriba y abajo, gruñendo por el esfuerzo —Bien. —Tarli levantó la cabeza d
Saliak.
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Con el chico más alto de rodillasos dos muchachos estaban a la mism
altura. Tarli se cogió ambas manos y laestrelló contra el mentón de Saliak, qucayó de espaldas.
—Esto puede doler un poco…
Tras darle otros cuantos puñetazosTarli lo apuntaló con el bastón de lcorrea y comenzó a propinarle un
paliza sistemática. Moran, qucontemplaba acongojado la escena, tuvque admitir que Tarli no sabría much
sobre la compasión o la Medida, persus conocimientos de anatomía eraextraordinarios.
Por último, tambaleándose bajo e
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peso, Tarli llevó al derrotado Saliak a lcama. Steyan y Maglion estrecharon lmano de Tarli. Luego, para gran alivide Moran, los dos muchachos vistieron vendaron a Saliak. Parecía que, por finodos hablan comprendido lo que par
un caballero significaba la MedidaTodos, menos Tarli.
Moran detestaba hacer aquello.
Podía ver el sonriente rostro dLorena, inquisitivo y totalmentconfiado. Durante todo aquel verano, s
había comportado como si creyera qunadie le haría daño, y él había intentadcon todas sus fuerzas no ser jamás quiea hiriese.
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Después de desayunar, Rakiemostrándose ostentosamente compasiv haciendo gala de una exagerad
afectación, bajo las escaleras y mandó Tarli que subiera.
Moran sostuvo una última pugn
consigo mismo. «Lo mejor que podríesperar, es que pasaran muchos añoantes de que el chico fracasara. Y
entonces vendría el juicio, y everedicto, y las rosas negras dculpabilidad sobre la mesa», se dijo.
Tomó asiento, mientras ensayaba lque iba a decir. A pesar de los muchoaños que llevaba viendo la marcha dos escuderos, Moran seguía detestand
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as despedidas; sobre todo, lanesperadas.
Al final del verano, Lorena fue buscarlo. «Me marcho. No pregunteadonde, ni me sigas».
Él se opuso, pero la joven s
mantuvo firme en su decisión. «Tú tieneus obligaciones. Tu honor es tu vida
¿recuerdas? Mantón tu honor en m
nombre. Acuérdate de lo que mprometiste».
Lo besó. El intentó retenerla, pero l
muchacha se escabulló entre sus brazo se marchó… de Xak Tsaroth y de svida. Llevaba consigo un morral quMoran no sabía que tuviera. Dolido, l
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contempló mientras se alejaba y cómo satusaba el pelo sobre las orejas cuandel aire arremolinado de los cruces dcalles se lo revolvía. No miró atrás unsola vez.
Moran se volcó en sus estudios
Años más tarde, cuando se enteró quLorena había regresado, no fue visitarla.
Tarli llamó a la puerta. Por una vezMoran no se puso la Máscara y dejó lmisma expresión apacible y fatigada qu
había visto reflejada momentos antes eel espejo. —Adelante.Tarli llevaba consigo su morral y e
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palo con la correa. Miró al caballercon gesto inquisitivo.
—Nunca os había visto sentado evuestro escritorio, ¿Es ahí dondescribisteis Las tácticas Brightblade?
—Sí. —Moran señaló la otra sill
con un ademán—. Siéntate. —Sin mádilaciones, comenzó—: Tarli, hobservado tus progresos durante la
pasadas semanas. Has hecho maravillasa despecho de tu talla pequeña. —Emuchacho movió arriba y abajo l
cabeza con actitud ufana—. En todas lasituaciones, y sé que en algunas sesionede entrenamiento te has enfrentado a uverdadero peligro, has demostrado un
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ausencia total de temor. —Por supuesto. —Tarli parecí
desconcertado. —A la mayor parte de tu
condiscípulos les ha parecido muchmás duro. Después de casi dos década
de instruir novicios, probablemente seael muchacho más arrojado a quien hentrenado.
El rostro de Tarli se iluminó con unsonrisa. Moran no correspondió agesto.
—No obstante —prosiguió—, escoraje lo has demostrado… en fin, dmanera muy peculiar. En lugar dutilizar armas, las rompías o… la
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omabas prestadas. En lugar de aceptaa enseñanza como se impartía, l
moldeabas a tu gusto. No seríexagerado afirmar que incluso variastel modo de entrenamiento de todos lodemás.
—Hice cuanto estuvo en mi mano esu favor. —Tarli estaba muy tieso en lsilla; parecía no comprender qué estab
ocurriendo. —También hubo cierto problem
de…, de propiedad privada. —Mora
ntentó dar un rodeo al asunto—. Parecque no reconozcas la propiedad de otrocomo algo prohibido, que no está a tdisposición.
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Tarli frunció el entrecejo, con gestde fastidio.
—Si la gente le pusiera etiquetas as cosas…
—No puede etiquetarse todo. Yentre unas cosas y otras… —Mora
agitó la mano—. Lanzas, dagas, librodiversos, vituallas… Éste ha sido ecurso más costoso que recuerdo.
—He oído comentar a la gente quel coste de la vida ha subido en toda lciudad —dijo Tarli mientras se rascab
a cabeza. —Por último, en privado, has tenidque soportar ciertas… injurias por partde otros chicos —continuó Moran co
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cortedad—. La mayoría de las veces, lhas llevado con paciencia.
—Entonces, lo sabíais. —Tarli teníos ojos abiertos de par en par.
Moran asintió. —Es preciso que esté enterado d
cómo responderíais cada uno dvosotros ante diversas circunstanciasSer un caballero significa aprender
actuar como tal. —Con los ojoprendidos en Tarli, finalizó—: No sóldurante los entrenamientos o e
combate, sino en todo momento.Aguardó. —Entonces sabéis también lo d
anoche —dijo por fin el chico, si
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mostrarse turbado. —En efecto. —Moran carraspeó—
Luchaste en abierta oposición a lMedida. Lo que dijiste, más que lo quhiciste, pone de manifiesto que no creeen ella. —El caballero suspiró—
Créeme, Tarli, lo siento más de lo qupuedes imaginar. Pero tú no estás hechpara ser un caballero. Tienes tu propi
estilo de hacer las cosas, tu propio puntde vista sobre los derechos de otros, y tpropio código de honor; y nunca s
acomodarán para convertirte en ucaballero. —Con la conciencia tranquilpero sintiéndose desgraciado, se volvihacia Tarli.
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—Tenéis toda la razón, señor. Lcaballería no encaja conmigo. —Echico lo dijo como si la culpa fuera da Orden. Moran lo miró con atención.
—¿No te importa? —Ya no. —Tarli frunció el entrecej
—. Me habría importado cuandempecé. ¿Sabíais que le prometí a mmadre hacerme caballero? —Mora
sacudió la cabeza, en parte pardespejar la confusión—. Me dijo qusería bueno para mí y para la caballería
—Tarli suspiró hondo—. A vecesdurante estas semanas pasadas, me hpreguntado si no lo diría en broma.
«Posiblemente», pensó Mora
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mientras sonreía con tristeza. Sí, era máque posible.
—En fin, es hora de marcharse. —Tarli se incorporó, pero no se movió desitio—. Por cierto, tengo otro nombreseñor.
—Es de suponer. —Moran se pusenso.
—No lo utilizo puesto que mi padr
mi madre no estaban casados. —Mira Moran con sus ojos sinceros nocentes.
—El nombre de tu madre esuficientemente digno —dijo ecaballero con severidad. Desde aqueverano, Lorena había adquirido en l
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mente de Moran la categoría de unmujer espiritual, alguien cuyo amor erdemasiado elevado y puro para ecaballero.
—Puedo utilizar el otro nombre poderecho. —La voz de Tarli no sonab
amarga o irónica; se limitaba a exponeun hecho—, ¿Lo sabíais?
—Di por sentado que tú l
gnorabas. Ello no es un insulto a tmadre —se apresuró a añadir—. Eruna mujer maravillosa. La conocía mu
bien, ¿sabes? —Sí, estaba enterado.Moran se humedeció los labios, qu
de repente se le habían quedado mu
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secos. —Por supuesto, tienes derecho
utilizar el nombre de tu padre. Creo…—Hizo una pausa y ciñó los brazocontra el pecho—. Creo que estaríorgulloso.
—¿Lo estás? —preguntó Tarli covoz queda.
La sencilla franqueza de la pregunt
dejó estupefacto a Moran. Tarli tuvo qurepetirla. Por fin, el caballero balbuceó
—Yo, eh… Ella nunca me lo dijo…
—Bueno, mi madre me lo contó. Ysiempre decía la verdad. —Tarli asumiuna actitud tolerante, como quiedisculpa la equivocación de otro—. M
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dijo que probablemente no te gustaríque tomara tu nombre. Que tal vez thiciera sentirte incómodo, al dedicarte nstruir chicos. Le parecía absurdo, per
creyó que tú lo preferirías así. —Fue buena conmigo cuando más l
necesitaba. Siempre lo fue, salvo cuandse marchó. —Hizo una pregunta a la quhabía estado dando vueltas diecioch
años—. ¿Sabía que me habría casadcon ella si se hubiese quedado?
Tarli parecía desconcertado.
—¿Es que nunca te lo dijo? Lsabía, pero pensaba que no funcionaríaErais muy distintos. Pero creo que tamaba —añadió con serenidad.
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—También yo lo creo. —Brevemente y con pesadumbre, Morapensó en las exigencias de la caballeríaen el escándalo que se consideraba en lOrden un asunto de bastardía, y en ehecho de que los conflictos del debe
pueden ser tan dolorosos como loconflictos de honor—. Tienes mpermiso. Si lo deseas, utiliza mi nombre
—Gracias. —Tarli sonrió—. Percreo que seguiré utilizando el míoademás del patronímico formal, ahor
que soy adulto. —¿Y qué nombre es ése? —preguntMoran, divertido ante este repentinadulto de dieciocho años.
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—Tarli Semikender —contestó emuchacho con tranquila seguridadMoran abrió la boca lentamente, sisalir de su asombro.
—¿Semi… kender? —repitió con uhilo de voz.
—Eso es. —Tarli jugueteó con efragmento de lanza atado a la correa.
Las palabras de Lorena acudieron
a mente de Moran: «¿Sin que importarquién es el niño, o cómo es?». Y su risa«Me encantan los sitios extraños y lo
hombres extraños». El repetido gesto datusarse el cabello sobre las orejas. —¿Semikender? —Bueno, supongo que tambié
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podría utilizar «Cabello de Fuego». Eun nombre respetado entre su gente¿sabes? Al principio no quise usarlopues podría parecer un encumbramientsocial.
A Moran le daba vueltas la cabeza.
—¿Semikender? —repitió. ¿Cómpodía haber sido tan estúpido? ¿O erque no quería admitirlo?
—Así es. —La mirada de Tarli sornó reflexiva, lejana—. Mi madre dej
a los suyos y vino aquí. A todos lo
kenders les gusta vagabundear. Por esse marchó también de aquí… en parte.Tarli paseó por la habitación
cargado con su morral, observando co
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gesto ausente las cosas. Más tarde, eperturbado Moran descubriría quhabían desaparecido una botella dvino, un cuchillo de mesa y una copia dLas tácticas Brightblade.
—Será mejor que me ponga e
camino.Tarli no había dado dos paso
cuando se detuvo y rebuscó en s
morral, que parecía estar lleno reventar.
—¿Te importaría devolverle esto
u amigo clérigo? —¿Te los dio él? —preguntó ecaballero, mientras cogía los rollos dpergamino que el chico le tendía.
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—Bueno, no exactamente. —Tarlesbozó una mueca traviesa—, Una nochno tenía nada para leer, y su cuarto nestaba cerrado con llave… más menos. —Su rostro se animó—. Lrelativo al tesoro de los caballeros e
muy interesante.Moran desenrolló el prime
pergamino (el sello ya estaba roto)
eyó:Al reverendo Hijo Venerabl
Astinus, en Istar.
Saludos y las bendiciones de loÚnicos Dioses Verdaderos tic sservidor y vuestro hermano Rakiel. Quvos y ellos intercedáis por él.
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Escrito cuando la luna Solinari esten fase menguante del mes en que la lunLunitari se sitúa en ascendente en LReina de la Oscuridad.
Hasta el momento, todo marcha bienHe descubierto la cuantía de los biene
de los caballeros aquí, en Xak Tsaroth, pienso que es excesiva para una fuerzdefensiva de entrenamiento en tiempo
de paz. Mi recomendación es que lglesia haría mejor uso de ella.
He tenido acceso una vez al tesoro,
adjunto una lista detallada de scontenido. No sé con seguridad cómo srealiza el transporte del dinero y lometales preciosos desde la tesorería
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dónde lo almacenan los caballeros, perespero descubrirlo pronto.
El viejo que instruye a estopalurdos es un necio…
Moran cerró los ojos; recordó Rakiel haciendo preguntas, Rakie
rellenando formularios, Rakieofreciéndose a tramitar las solicitudepara las lanzas.
—También tengo esto. Lo guardé poel mapa. Los mapas me encantan. Perno creo que vuelva alguna vez aquí —
dijo Tarli.El «mapa» era el plano de lprimera planta de la Mansión de lMedida, con el almacén marcado e
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rojo. Al final del pergamino habídibujada una plantilla exacta de la llavde la tesorería.
—Lo mataré —musitó Moran, perno acababa de pronunciar las palabracuando ya se había echado atrás. N
había honor alguno en que el mejonstructor solámnico matara a un clérig
que temblaba de pies a cabeza cuando e
caballero manejaba un cuchillo de untamantequilla.
Moran dio la vuelta al pergamin
con gesto pensativo. Si pudiera dasatisfacción de algún modo a su honor refrenar el impulso de matar a Rakieesta página, por sí sola, enviada a l
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Orden de la Rosa, humillaría a loclérigos y probablemente dejaría a locaballeros en Xak Tsaroth libres de lnfluencia de la iglesia durante los año
venideros. —Gracias por enseñarme esto —
dijo Moran.Tarli sonrió y miró afectuoso a
caballero.
—Tío Moran, has sido muy buenconmigo.
—¿Tío Moran? Puedes llamarm
«padre».El chico asintió en silencio, casi coimidez.
—Me gustaría. Casi has sido un guí
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espiritual para mí, ¿sabes?Moran, sosteniendo todavía el plan
de la tesorería hecho por Rakiel, tuvuna idea descabellada.
—Todavía puedo ser tu guía —dijentamente—. Dime, Tarli, ¿hacia dónd
e diriges?El muchacho frunció el entrecejo
pensativo.
—No tengo ni idea —dijo poúltimo—. Tal vez vaya a reunirme dnuevo con la familia de mi madre. Ya h
vivido con ellos, y son agradables. —Frunció aún más el entrecejo, y Moracreyó estar viéndose a sí mismo eaquel gesto—. Pero a veces pienso qu
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debería hacer algo con mi futuro, buscauna profesión.
Moran respiró hondo. Cuando hablóo hizo midiendo las palabras.
—¿Has tomado en consideracióngresar en el clero?
Por su expresión en blanco, erevidente que Tarli nunca se lo habíplanteado. La expresión perpleja s
ornó en otra maravillada. —¿Sabes? Creo que tienes razón —
dijo muy excitado—. Son perfectos. L
pasaré estupendamente. Cuanto máconozco a los clérigos, más me parecque mi código se parece al suyo muchmás que al de los caballeros. —Alzó l
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vista bruscamente hacia Moran—. Sintención de ofender.
—Oh, no me ofendo. —El caballercontuvo una sonrisa.
—Dime, ¿aceptan los clérigos gente corriente…, gente como yo?
«¡Ah, Tarli, no hay gente como tú!»pensó Moran con afecto. Su mano scerró con fuerza en torno a la misiva d
Rakiel. Resultaba duro no matar a uhombre por una deuda de honor, perquizá fuera mejor actuar así.
—Redactaré una recomendaciónLos clérigos me deben un gran favorSerás admitido, sin necesidad de márámites. —Se imaginó a Tarli en un
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clase de clérigos en ciernes. Esto ermejor que matar a Rakiel en un combatdesigual.
—Gracias. —Tarli estabsinceramente sorprendido y complacid—. Madre dijo siempre que te portaría
bien conmigo. —¿Y qué harás como clérigo?Los ojos de Tarli asumieron un
expresión remota y soñadora. —Iré con el pueblo de mi madre
Algo me dice que necesitarán clérigo
en el futuro. —Hizo girar el palo qulevaba a un costado—. Y perfeccionaresta arma que he inventado para ellosEs estupenda en la lucha para gent
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bajita. He de encontrarle un nombre. —Giró la vara sobre su cabeza— ¿A quhace un sonido precioso? ¡Juup! —imitcon gesto alegre—. ¡Juup!
Moran garabateó una breve nota. —Entrega esto a los clérigos
espera. Voy a enviar… unas cartas a loCaballeros de la Rosa. —Tras una brevpugna moral con su conciencia, agreg
—: Espero que la iglesia te abra muchapuertas.
—Y, si no lo hace, las abriré y
mismo. —Tarli guardó la nota en smorral, que en esos momentos estabque reventaba. Luego, dijo rápidament—: Adiós, padre.
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Los brazos de Moran recordaron lque dieciocho años no habían podidborrar. Se cerraron en torno al muchach lo apretaron con fuerza. Tarli besó a
caballero en la mejilla. Ni siquiera lMáscara habría evitado que las lágrima
humedecieran los ojos del hombre.Tarli se bajó al suelo y, en un gest
sorprendentemente parecido al d
Lorena, se arregló el cabello sobre laorejas. No tenía que hacerlo, ya que, pesar de ser muy agudas, era
exactamente iguales a las de su padreCaminó hacia la puerta y de repente svolvió.
—Quizá pueda enseñar a lo
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clérigos tanto como he enseñado a locaballeros.
Y, sin más, se marchó.Moran se asomó a la ventana
estalló en carcajadas por primera vedespués de muchos años cuando vio
Tarli alejarse a la grupa del caballo dRakiel.
—Quizá lo hagas, Tarli. ¡Sé que l
harás!
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El deseo del goblin
Nick O’Donohe
El humano manejaba una pica con uncruceta montada a continuación de l
ancha punta de acero. Dicha piezprevendría que, al lancear un jabalí, eastil se hundiera en el animal y ést
hiriera al cazador, pero el humano ncreía que la cruceta fuera necesaricuando atravesara con la pica al kender
Si el arma hacía diana, lo que hiciera e
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kender no supondría diferencia alguna.El hombrecillo le sacaba sólo cie
pasos de ventaja ahora, era evidente qua caza lo estaba agotando. Por otrado, el hombre había corrido en pos d
presas toda su vida. Sabía qu
aguantaría bien la marcha por la suavpendiente cuesta abajo, y estaba segurde que ganaría terreno, alcanzaría a
pequeño infiel y conseguiría scabellera. En Aldhaven daban unrecompensa de cinco monedas de or
por la caballera de un kender. Ellsignificaba la cerveza de todo un mesAdiós, kender.
Pero el hombrecillo era rápido; es
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había que reconocerlo. El sucio cabellcastaño se sacudía atrás y adelantmientras corría entre zarzas, vadeabarroyos y brincaba sobre rocas en saterrada huida; sus pies descalzos erarápidos y firmes, incluso en los declive
arenosos. Pero sus armas eran mácortas que las del humano. El cazadosabía que así era como los dioses de
Mal marcaban a sus criaturas, comiembros deformes que eran el reflejde sus almas. Había gente que matab
criaturas de esta perversa raza por mode la justicia, pero las causas justas neran el aliciente del cazador. El dinerde la recompensa era razón suficient
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para él.El kender desapareció tras un
cuesta, trastabillando y a punto de caeal tropezar con la raíz saliente de uárbol. El hombre aceleró la marchapresintiendo que el final se aproximaba
unca había matado a un kender, aunquhabía acuchillado a un viejo gobliborracho detrás de un granero y do
veranos atrás habían atacado a un crisemielfo, golpeándolo con un garrothasta el punto que ni su propia madre l
habría reconocido. El cazador solhabía cobrado dos piezas de oro poaquella cabellera, lo que todavía lenfurecía cuando lo recordaba. Esta ve
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no lo timarían, o el gordinflón clérigo dAldhaven que pagaba las recompensarecibiría una pequeña lección sobre laconsecuencias de no cumplir lprometido a hombres honrados.
El cazador llegó a lo alto de l
cuesta, con los músculos de los brazoensos, listos para lanzar la pica
arremeter con ella; allí abajo estaba e
kender, desplomado. El infortunadhombrecillo había caído sobre uronco, en el cauce seco de un arroy
alfombrado de hojas muertas; al parecerse había herido una pierna, pues, pomás que lo intentaba, no lograbncorporarse.
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Pronto le dejaría de doler, pensó ehombre mientras enarbolaba la pica paratravesar la esbelta caja torácica dekender. El humano estaba tan cerca de spresa que veía sus castaños ojodesorbitados por el miedo. El kende
alzó los brazos para frenar el golpepero unas manos no podían parar unpica.
Algo semejante a una araña roja negra salto de los arbustos en la orilldel cauce, a la derecha del cazador. E
un puño rojo blandía un machete dacero que arremetió con tal velocidaque resultaba imposible frenarlo. Udolor lacerante sacudió el cuerpo de
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cazador desde su muslo derecho, dondel acero se había abierto paso con uajo a través del pantalón, piel
músculos hasta hincarse en el durhueso. Cegado por la agonía, el cazadose desplomó. La punta de la pica choc
contra el suelo, y el arma escapó de sudedos y fue a caer a sus espaldasEntonces, lo único que pudo hacer fu
gritar.El cazador de cabelleras tuv
iempo de pensar mientras chillaba. N
quería morir allí, así que trató dncorporarse y correr, pero habíperdido la sensibilidad de la pierndesde la herida para abajo. Bajó la vist
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aterrado y vio que tenía el muslo abierthasta el hueso roto. Se apretó la carnpara cerrar el tajo y detener lhemorragia, pero tenía las manoresbaladizas por la sangre. El airestaba cargado con el penetrante olo
del rojo fluido. Oyó un movimiento en lsenda, a sus espaldas. Con la visióborrosa, el cazador atisbo al goblin qu
se acercaba con actitud despreocupada el machete teñido de sangre colgando duna mano.
El cazador sabía que se trataba de ugoblin porque era muy parecido al viejborracho que había matado, pero éstera joven y corpulento y no mostraba e
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menor signo de embriaguez. Vestía unharapienta túnica negra, sujeta con ufino cinto de cuerda. Bajo la sucia pierojiza se marcaban sus nervudomúsculos. Sus ojos negros parecíaranquilos y hasta sonrientes, bien que l
expresión del rostro redondo era fría mpasible como piedra. El goblin ech
un vistazo al ahora silencioso kender
después se inclinó y recogió la pica coa mano libre para examinar la punta
Arrojó a un lado el machete.
—¡No me mates! —Chilló ehombre, en el lenguaje usado en ecomercio—. ¡En nombre de los diosesno me mates! ¡Perseguía al kender
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Busca a un sanador, por favor! ¡Te daro que pidas, cualquier cosa, pero no m
mates, por favor!El goblin soltó un suave resoplid
desdeñoso y miró al cazador. —¿Buscar clérigo? ¿Qué crees har
clérigo a mí cuando llamo a puerta, eh¿Crees quizá clérigo dice: «Eh, goblinoma plata para ti. Sé bueno, puedes ir
casa», eh? —¡No me mates! —El hombr
sollozó, y las lágrimas se deslizaron po
sus mejillas. El dolor de la pierna erespantoso y la sangre no dejaba dmanar—. Por favor, no me mates. Pofavor.
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El goblin levantó la pica, sopesandsu equilibrio; acto seguido la aferrfuerte con ambas manos, la hincó en eabdomen del cazador y apretó y retorciel arma hasta que cesaron los gritos espasmos del hombre y su cabeza cay
sobre las hojas muertas, con la boca os ojos abiertos para siempre.
El goblin sacó la pica de un tirón
a clavó en el suelo. Recuperó smachete y limpió la hoja en los suciopantalones del cazador; luego s
ncorporó y miró otra vez al kender, questaba de pie en la zanja seca dearroyo, contemplando fijamente ahumano muerto.
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—¡Mierda! —Dijo el hombrecill—. Actuaste demasiado deprisa.
El goblin alzó la barbilla y calcula distancia que lo separaba del kender
La pica lo alcanzaría con un bueanzamiento y el machete arrojándol
con el giro preciso. Pero el kender nhacía nada que requiriera atenciónmediata y no parecía estar armado.
—¿Demasiado deprisa dices? —preguntó el goblin con cierta curiosidad
—Sí. Otro par de pasos, y habrí
caído en el agujero. —El kendeadelantó el pie izquierdo y hurgó umontón de hojas secas; se movió unestaca, que dejó al descubierto una larg
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oscura grieta en el suelo. El gobliadelantó un paso con cuidado y vio queen efecto, había un agujero en el centrdel cauce seco del arroyo. Hubo dreconocer que era una trampdiestramente preparada.
El goblin retrocedió mirando akender con cierto respeto. Hacía añoque no veía a un miembro de esta raza
había supuesto que no quedaba vivninguno por estos parajes. Señaló con lpunta del machete al humano muerto.
—¿Quería recompensa por cabelleruya? —Supongo que sí —dijo el kender
que seguía mirando al hombre—. M
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disponía a desollar a un ciervo cuandme descubrió. Sin mediar palabrempezó a perseguirme y yo huí a lcarrera. —El kender suspiró y alzó lvista hacia el goblin, olvidándose decazador—. Oye, ¿tienes hambre?
El estómago vacío del goblin habírugido ante la mención del ciervo. Podíaguantar varios días sin ingeri
alimentos sólidos, pero hacía ya dodías que no comía y el sabor de lhierba y las hojas no era de su agrado
Trabajaba como informador y sicario dun prestamista humano en Dravinar deEste cuando los hombres del Príncipe dos Sacerdotes habían irrumpido en e
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almacén con luces mágicas y espadas eas manos. El goblin fue el único que s
escabulló por la claraboya antes de quos guardias le echaran el lazo. Lo
gritos de los ladrones y malhechores shabían ido perdiendo en la distancia
sus espaldas, a medida que se daba a lfuga por los tejados y por último huía campo traviesa. Se había mantenid
durante un tiempo con la comida robaden granjas, pero, tras la primera medidocena de saqueos, los granjeros y
esperaban preparados la visita dposibles merodeadores. —¿Tienes hambre? —Repitió e
kender, que aguardaba todavía un
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respuesta—. Tengo un ciervo entero y nse desperdiciará la carne si lo comemoentre los dos. ¿Te apetece un poco?
El goblin lo pensó un momentoreceloso de que hubiera gato encerraden la oferta, pero su estómago s
mpuso. —Sí —fue su lacónica contestación
La novedad de la situación lo tení
maravillado. Hasta ahora, nadie le habípreguntado si tenía hambre. Nadie shabía preocupado por él ni poco n
mucho.Como medida de seguridad y por sel kender tramaba algo raro, aferró cofirmeza el machete y también cogió l
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pica. —Bien, entonces pongámonos e
marcha —dijo el kender, indicando agoblin que lo siguiera con un ademámientras se metía entre los árboles—Ten cuidado con el agujero. Tardé un
semana en preparar las estacas que haen el fondo.
—Deberíamos regresar y enterrar a
humano allí mismo —comentó el kendemientras se abría paso por la profundcapa de hojas secas—. Lo digo por lo
perros asilvestrados, los lobos y demábichos. Y también por el olor. No vivpor aquí, así que no me causarímolestias, pero, al fin y al cabo, teng
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varias trampas por los alrededores; hay humanos rondando siempre por lzona, ya sabes. Me pregunto si alguno lechará de menos… a ese hombre, quierdecir. A nosotros, la gente como tú como yo, nadie nos echa en falta. Per
os humanos cuidan los unos de lootros. Nosotros no tenemos a nadie qunos cuide. Nuestra única meta e
conservar la vida cuando vienen lohumanos. Así ha sido siempre, ¿no? Mipadres me dijeron que no era así, per
os hechos me han demostrado lcontrario. Decían que algunos humanoeran amables. Yo nunca he visto a unque lo sea. Quizá mis padres m
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contaban un cuento, ¿verdad? Teníacostumbre de relatarme historias sobrhéroes y dragones y espíritus y elfosAlgunas eran muy bonitas. ¿Tú sabealguna historia? Apuesto a que sí, uzgar por el modo en que manejas t
machete. Me alegró verte apareceraunque tuviera preparada la trampa
unca se sabe qué puede ocurrir. Un
vez encontré a un lobo en una de mirampas y casi me caí dentro a
asomarme. El lobo estaba moribundo
me dio pena, así que tuve que rematarloOlvidé que, además de humanos, otracriaturas podían caer en las trampasHabría sido… eh… i-ró-ni-co, si m
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hubiese caído yo. Mi padre me enseñesa palabra. Era bueno en el lenguaje¿Cómo te llamas?
El goblin vaciló. La cháchara dekender era más que molesta y tenía visode hacerse aún más fastidiosa, per
seguirle el juego en su parodia de urato amistoso mantendría a
hombrecillo con la guardia bajada. S
suponía que los kenders eran gente dfiar, aunque insoportablemente fisgones
—No tengo nombre —contestó co
irantez. —¿En serio? Es el primer caso quconozco. ¿Es que tus padres no tlamaban de ninguna manera?
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El goblin no había conocido a supadres, ya que lo habían vendido en emercado de esclavos cuando era uncriatura y se había escapado al llegar a adolescencia. Los ladrones y asesino
que trabajaban también para e
prestamista lo habían llamado muchacosas, pero ninguna de ellas merecía serecordada.
—Eh… No —dijo por último egoblin—. No sé por qué.
—Qué raro. Creía que todo e
mundo tenía nombre. El mío es… —enmudeció y bajó la vista, asaltado pouna súbita turbación. Luego agregó dmanera precipitada—: Bueno, lo qu
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mporta es que estamos vivos y eso es lque cuenta. Mi padre siempre lo decíaEra un tipo listo.
El cuerpo del ciervo estaba en unadera, entre un montón de hojas. El asti
roto de una flecha sobresalía de
costado del animal, detrás de la patdelantera izquierda; un arco estabrecostado contra un árbol cercano. E
vientre del ciervo estaba parcialmentcortado y las moscas se arremolinabasobre las entrañas expuestas. El kende
rebuscó entre las hojas y recogió ucuchillo de hoja larga con mango dhueso. El goblin se tensó, pero el kendese limitó a sentarse junto al ciervo
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acabó de trincharlo. No paró de hablar durante todo e
proceso. Su charla fluida acerca debosque y sus secretos despertó el interédel goblin, que sospechaba tendría quvivir en terreno agreste una larg
emporada. Era evidente que el kendelevaba allí bastante tiempo y habí
aprendido mucho.
En el fondo, el goblin sabía que unde estos días no tendría más remedique matar al kender, sobre todo si l
comida escaseaba y había qucompartirla. Hasta entonces, escucharí aprendería, y estaría en guardia por s
acaso la empalagosa amistad del kende
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resultaba ser tan falsa como la de uhumano.
El goblin guardó sus espaldas, y ekender charló y charló. El kender cogiprestadas cosas del goblin y el goblias recuperó. Tres semanas pasaro
volando. Mes y medio después llegaríaas lluvias invernales.
El minotauro se había desplomad
en una fría charca de agua estancada hojas ocres, donde yacía inconscienteSu respiración, lenta y trabajosa, creab
un continuo remolino de hojas en tornal hocico, en tanto que las moscas sdaban un festín en las heridas infectadaque le surcaban la espalda y lo
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hombros. Una cadena de seis metros dargo, con los eslabones de hierr
cubiertos de barro, unía los grilletes das muñecas; se había quedad
enganchada en un tronco y el debilitadminotauro había sido incapaz de soltarl
antes de desmayarse.El goblin cogió al kender por e
brazo cuando el hombrecillo dio un pas
hacia la oscura figura desplomada. —¡Maldición, eres loco! —gruñó—
¿Qué haces, eh? Un mordisco y no
quedamos en huesos —Levantó la picaferrada en su puño rojizo—. Lo remat dormimos tranquilos.
—¡No! —El kender sujetó el braz
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del goblin y tiró hacia abajo. Por unstante, el goblin se resistió y a punt
estuvo de volver la pica para atravesael pecho del kender, pero se contuvo yen lugar de eso, se limitó a soltarse das manos del hombrecillo propinándol
un empujón que lo tiró patas arriba.El kender se incorporó al instante
con el rostro congestionado por la rabia
—¡No! —Gritó otra vez—. ¡Quierayudarlo! ¡Si fueras tú, querrías qualguien te ayudara! ¡Mira sus cadenas
Era un esclavo de los humanos! ¡Quiersalvarlo! —¡No comida para alimentarlo e
nvierno! —Replicó el goblin—
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Vivimos bien, ahora estómagos llenospero comida desaparece cuando lluvia viene. Tú dices que pasaba
hambre en fría época de lluvias, la cazmala. El también hambre. ¿Con qualimentas, eh? ¿Quieres que devora un
pierna tuya?La acalorada discusión continu
durante varios minutos. Por fin, el gobli
soltó una maldición, le dio la espalda akender y desanduvo los tres kilómetroque había hasta la cueva donde vivían
Maldito fuera el pequeño bastardo¿Acaso pretendía fundar una ciudad emitad del bosque? El muy necio nutilizaba la cabeza. El minotauro er
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más peligroso que una compañía de lguardia de la ciudad. El goblin habívisto una vez a un minotauro encadenadarrancar de un mordisco el brazo decapataz de esclavos, aunque sabía que lmatarían por hacerlo. El minotaur
había estallado en estruendosacarcajadas hasta que los humanos ldejaron inconsciente propinándol
garrotazos antes de llevarlo a rastrahacia su muerte.
Echando chispas, el goblin recorri
a cueva de un extremo a otro; por fireparó en que hacía frío. El kender shabía ocupado siempre de recoger leñpor las tardes mientras él afilaba su
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armas y descansaba. Todo habífuncionado bien hasta ahora. Ya sabícómo encender fuego frotando un palopero ignoraba dónde encontraba ekender la leña para la hoguera. Cuandsalió de la cueva, lo único que vi
fueron palos finos y hojas que no servíapara hacer un buen fuego.
También el kender se ocupaba cas
siempre de la caza y de cocinar.El goblin se paseó de un lado a otr
de la cueva durante otro rato.
Quizá podría hacerse un pacto con eminotauro. El goblin no se hacílusiones acerca de que el minotaur
fuera o no un aliado amistoso, per
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ncluso un bruto como él vería la ventajde tener dos seres inferiores cuidandsus heridas y cazando para él. Y tener umonstruo así con ellos tal vez no fueran mala idea, si se lograba manejarlo
Los minotauros eran tan salvajes
brutales como uno podía imaginar. Eracondenadamente fuertes, mucho más quos humanos, a quienes odiaban más qu
a cualquier otra raza; como tambiéodiaban a los traficantes de esclavossobre todo a los virtuosos habitantes d
star.El goblin se maldijo por pensar questo podía funcionar. El kender le estabcontagiando su locura. Lo que deberí
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hacer era matar al kender y al minotaur dejar que se pudrieran.
Pero el kender era el que se ocupabde cazar y cocinar.
Malhumorado, el goblin cogió otrvez sus armas y salió de la cueva. L
vida no era justa. Y él odiaba que no lfuera.
El cansado kender alzó la vista
estaba metido en la charca hasta larodillas, junto al minotauro. Una sonrise iluminó el semblante al ver acercars
al goblin. —Sabía que me ayudarías —dijcon alivio.
Entre los dos hicieron una burd
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narria antes de que anocheciera, uniendcon cuerdas dos largos y gruesos palos una esterilla de cáñamo que el kendecogió desarticulando una trampa paranimales. Había pasado la medianochcuando llegaron a la cueva con e
minotauro y lo tendieron en el interiorLa inmensa bestia no había hecho emenor movimiento. El goblin se dirigi
ambaleándose hacia un rincón, donde sdejó caer y se quedó dormido dnmediato.
Cuando despertó, hacía un buen ratque había amanecido. Sobre el hueco da lumbre había ensartada carne d
venado asada, ya fría; también el fueg
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levaba apagado mucho tiempo. Laheridas infectadas del minotauro estabaimpias y vendadas con trozos de tel
del montón de ropa apilado en la cuevaescamoteada de los tendederos de variagranjas. Al parecer, el kender no habí
encontrado nada con lo que cortar lcadena que el minotauro arrastraba que había sido cuidadosament
enrollada en un montón, al lado de lbestia.
El goblin se frotó la cara y s
ncorporó. Reparó en que el cansancihabía vencido al kender, que dormísentado con la espalda recostada en lpared de la cueva; en el regazo tení
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unos trozos de tela, y en las manos unaguja de hueso enhebrada con hilo hechde fibras. Había estado cosiendo unburda manta.
Entonces el goblin vio que eminotauro, todavía tumbado boca abajo
o estaba observando. Los apagadoojos de la bestia eran tan grandes comos de una vaca y con el mismo colo
castaño oscuro. Unas largas cicatricesurcaban el hocico y la frente demonstruo. Uno de los grandes ollare
estaba desgarrado a causa de una antiguherida. Entre los gruesos labiodestacaba el apagado brillo de unodientes largos y amarillentos.
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Simulando que no había sidsorprendido con la guardia baja, egoblin saludó a la bestia con un brevcabeceo. De repente, la idea de tener un minotauro en la cueva no le parecían buena como antes. El goblin cas
podía sentir los enormes dientes de lbestia desgarrando su carne de umordisco. El minotauro no hiz
movimiento alguno para levantarse, y egoblin se ocupó de algunas tareas dpoca importancia con una actitud d
forzada indiferencia. El minotauro debíde estar muy débil para pasar por alto ubanquete con una presa viva. Él tomuna decisión.
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Finalizadas las tareas, el goblin sacercó al agujero de la lumbre y cortcon el machete un pedazo de ciervasado. Muy despacio, fue hacia eminotauro y se arrodilló cerca de lcabeza astada, llena de cicatrices. E
semblante de la bestia era indescifrablecarente de expresión.
Si esto funcionaba, contarían con u
nuevo aliado. El goblin estabconvencido de que el minotauracabaría por matarlos al kender y a él s
no tenían cuidado o si llegaban a pasahambre. Sin embargo, el goblin habírabajado con seres brutales toda s
vida, y sabía el valor de la fuerza de
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número. Confiaba en que el minotaursupiera también esta lección. Por lmenos, no era humano. No es que fuerun gran consuelo, pero en los tiempoque corrían, ya era algo.
El goblin acercó el trozo de cierv
al hocico del minotauro y dejó que loliera. Después lo puso frente a la bocde la bestia.
Sus inmensos ollares aletearon resoplaron. El minotauro rebulló upoco y después hizo un gesto de dolor
Retrajo los labios, dejando a la vista lodientes, al tiempo que cerraba los ojospero enseguida se obligó a relajarse abrirlos de nuevo.
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Con un movimiento comedido y lmirada prendida en el machete que egoblin sostenía en la otra mano, eminotauro abrió la boca; su dentadurpodía rivalizar con la de un oso de graamaño y su aliento era increíblement
apestosa. Con gran delicadeza, cogió erozo de ciervo y empezó a masticar.
Pasaron cuatro semanas. E
minotauro se recuperó. El kender ncabía en sí de gozo y parloteaba sidescanso, hasta el punto de que el gobli
soñaba con asesinarlo para hacerlcallar. Tanto el goblin como el kendecazaban ahora; el minotauro se sentaben la cueva, silencioso. Aunque nunc
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hablaba, el goblin temía que la bestireaccionaría de manera violenta en emomento en que los dos seres mápequeños le pidieran algo, así qurabajó más de lo que jamás habírabajado cuando sólo eran el kender
él, y refunfuñaba por ello en voz bajaPero, en el fondo, estaba satisfechoEmpezó a pensar que la idea de traer a
minotauro a la cueva había sido suyaDe nuevo tenía un jefe, un jefe fuerte quse zamparía humano para desayunar s
así lo decidía. Valían la pena lamolestias a cambio de tener poder seguridad… siempre y cuando eminotauro no pasara hambre.
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El viento se hizo más frío. El kendehizo varias incursiones en granjascolocó más trampas y trajo máprovisiones y comida a la cueva. Egoblin se las ingenió para construir uncubierta con ramas gruesas y rocas en l
boca de la cueva para resguardarse defrío y que al mismo tiempproporcionaba un mayor camuflaje e
caso de que los humanos merodearapor allí. El minotauro consumía uciervo entero cada tres o cuatro día
ahora, y sus músculos aumentaromarcándose bajo su fea y velluda piemarrón como bultos de acero. Seguía sidecir palabra, aunque el kender hablab
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sin parar mientras atendía gustoso a sunuevos amigos con una expresióbeatífica en el rostro.
El kender todavía cogía prestadaas cosas del goblin, pero al goblin y
no le importaba. Tenía otras cosas má
mportantes por las que preocuparse. Sechaba encima la época de lluvianvernales.
El goblin vio que su presa, uenorme gamo que les habríproporcionado alimento para medi
semana a todos, daba un salto que lponía fuera del alcance de su arco y sperdía entre los árboles. El grito lhabía espantado. Maldiciendo en vo
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baja, el goblin se agachó entre loarbustos y se esforzó por captar algúsonido distinto del susurro de las hojas.
No oyó nada. ¿Habría sido upájaro? Aflojó los dedos que scerraban tensos sobre el arco y l
flecha.Oyó el ruido otra vez. No. No era u
pájaro. Parecía el grito de un humano
Probablemente había caído en una de larampas del kender. Quizás el kender l
había oído también, pero no se lo veí
por ninguna parte. Típico. Sin duda shabía distraído con cualquier cosa otrvez, en lugar de dedicarse a la caza. Ersorprendente que hubiera sobrevivid
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anto tiempo.Si el humano estaba solo, resultarí
fácil rematarlo y apoderarse de supertenencias. Tal vez incluso llevardinero. El goblin no tenía intención dvivir en el bosque para siempre. No l
vendría mal ahorrar unas monedas parel futuro.
Agazapado, el goblin avanzó
ravés de la agostada malezadeslizándose de árbol en árbol. Uviento frío le rozó el rostro y agitó su
negros harapos. Encajó la flecha en earco. Contaba sólo con otras tres sfallaba el primer tiro, lo que ocurría menudo. No era tan experto cazado
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como el kender.Unas risas llegaron a sus oídos
Risas humanas. El goblin se agachó escuchó atento; después continuavanzando con más lentitud. Camufladentre afloramientos rocosos y denso
zarzales, trepó a lo alto de una loma.Alguien decía algo en una lengua qu
no era humana; sonaba como el lenguaj
elfo, de Silvanesti. El que hablaba lhacía en voz baja y las palabraresultaban confusas.
—No te entiendo —dijo una vohumana en un lenguaje que el goblirecordaba bien de sus días en Dravinadel Este—. Habla en istariano, chico.
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Alguien murmuró otra vez. El goblicasi había llegado a lo alto de la loma
o se veían centinelas. Revisó cocuidado el arco, las flechas y emachete, y a continuación empezó gatear hacia el tronco de un árbol caído
sobre el que crecían zarzas enredaderas. El viento cubría el ruidde sus movimientos.
—¡Que los dioses te maldiganHabla en un lenguaje comprensible! —
Al otro lado de la loma se escucharo
os secos chasquidos de unas bofetadas.Unos segundos más tarde, el goblilegó al árbol caído y se asomó a
declive de la ladera.
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Eran tres humanos, dos hombres una mujer. Todos iban vestidos con laropas de cuero marrón y distintivo dos guardabosques independientes dstar. Defensores en el pasado de l
región boscosa occidental del reino, lo
guardabosques independientes no eraen la actualidad mejor que lomercenarios y cazadora de recompensas
Un hombre delgado, de pelo rubio, snclinaba sobre el rostro de un elf
cuyos brazos estaban atados al tronco d
un árbol. La cabeza le colgaba sobre epecho; entre los mechones rubiosblanqueados por el sol, se veían locortes y las magulladuras que l
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marcaban el rostro. Tenía los ojohinchados y amoratados. Sus finas topasdemasiado ligeras para este tiempo fríoestaban corladas y hechas jirones dmanera deliberada.
—¿Es que no me escuchas? —
nquirió el hombre rubio. Su manderecha aferró el cabello del elfo y tirhacia atrás ion rudeza para levantarle l
cabeza—. ¿Pasa algún sonido a travéde esas orejas puntiagudas? ¿Para qunos seguías? ¿Qué te traías entre manos?
El elfo empezó a mascullar a travéde unos labios tumefactos y partidosLas rodillas ya no lo sostenían y sseguía en pie era porque lo sujetaban la
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ataduras.El goblin se mordió el labio inferior
Un elfo y varios guardabosquesFantástico. Dos de los peores enemigopara un goblin. Quizá debería habeambién un enano, para completar e
cuadro. Aunque, a juzgar por laapariencias, j pronto habría un elfmenos en este mundo, cosa que al gobli
e parecía muy bien. La pena era que loguardabosques ya habrían desvalijado su víctima. El día no se le presentab
muy provechoso al goblin. —El elfo dijo algo sobre una espad—comentó el corpulento hombre dcabello oscuro que observaba de cerc
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a escena. Su voz sonaba insegura—¿No encontró el capitán una espadarga, un trasto ceremonial de algun
clase, metido en la caja que llevaba eelfo al que atraparon los muchachoayer?
—También a mí me pareció qudecía «espada» —intervino la mujer degrupo. Los rasgos de su rostro eran lo
más vulgares que el goblin había visten una humana, y el cabello corto, decolor de la paja seca, parecía estropajo
pero tenía una fuerte musculatura. —¡Eh, elfo! —gritó el hombre rubiocon la boca pegada al oído deprisionero. El elfo se encogió e intent
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girar la cabeza hacia un lado—. ¡Eh! ¿Eque no me oyes? ¿Quieres esa preciosespada con gemas incrustadas? ¿Era eso que buscabas?
Al no recibir respuesta, el hombrrubio descargó un puñetazo en e
abdomen del elfo. Los treguardabosques esperaron a que eprisionero vomitara, se atragantara
boqueara para coger aire. —Estamos perdiendo el tiempo —
dijo la mujer—. Tenemos que regresa
con las tropas. Lo que deberíamos hacees coger la espada y vendérsela a loclérigos de Istar. ¡Conseguiríamos unfortuna! En cuanto a él, podemo
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destriparlo aquí mismo o llevarlo conosotros.
—¡Chist! —siseó el hombre rubioal ver que los labios del elfo se movíanSe acercó más a él y escuchó atento. Egoblin no oyó nada.
—Así que era la espada, ¿verdad—dijo el hombre. Sin aguardarespuesta, añadió—: ¿Es mágica, chico
¿Tiene poderes mágicos?Los otros dos humanos se pusiero
algo tensos, desconcertados por l
pregunta. Observaron fijamente al elfoTras una pausa, el prisionero asintió coun cabeceo; estaba casi inconsciente.
—Maldito —masculló el hombr
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rubio. Alzó la vista hacia los otros dohumanos, esbozando una sonrisa.
Hubo un susurro en el aire, seguidcasi de inmediato por un ruido sordo vibrante. En el mismo instante, enombre corpulento de cabello oscuro s
dobló hacia atrás, llevándose las manocrispadas a la espalda, donde una flechde color pardo se le había hincado entr
os omóplatos. La flecha estaba hundidcasi hasta el penacho; el hombre hizo uextraño ruido siseante y cayó de bruce
al suelo. —¡Por la grandiosa Istar! —exclama mujer, con los ojos desorbitados
Desenvainó la espada, y ella y e
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hombre i ubio corrieron a refugiarsdetrás de árboles separados. Sagazaparon contra los troncos, amboperfectamente visibles para el goblin. Eguardabosque tendido en el suelo no smovió. El elfo colgaba inerte de l
cuerda que lo sujetaba al tronco, con lcabeza hundida en el pecho. El tirempezó a soplar con más fuerza.
El goblin alargó despacio la manhacia un lado. Sus dedos tocaron lcurva madera de su arco.
El hombre rubio perdió los nervios se dio a la fuga. Se apartó del árbocorriendo en línea recta hacia unoarbustos que había a unos treinta metro
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de distancia. La mujer empezó a correras él, pero debió de oír el silbido de lflecha, ya que se zambulló en el suelo rodó sobre sí misma hasta metersdetrás de dos árboles que crecían muuntos. Desde allí, escuchó el grito de
hombre rubio mientras se retorcía ddolor entre las hojas y helechos muertos
—¡Me rindo! —chilló la mujer d
rostro vulgar, en el lenguaje comercia—. ¡No disparéis! ¡Tengo familia qupagará por mi rescate!
—¡Entonces sal a descubierto! —contestó la voz del kender. «¿Cómno?», pensó el goblin—. ¡Tira tu espada
—¡Pagarán un gran rescate por mí
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—gritó la mujer otra vez. El goblin via palidez de su semblante, tan blanc
como el de una persona ahogada. Daba impresión de que se pondría loriquear en cualquier momento. E
hombre rubio había dejado de chillar
daba gritos apagados mientras intentabsacarse la flecha profundamente hincaden la zona lumbar de su espalda.
—Sal despacio —dijo el kender—Muy, muy despacio.
La mujer arrojó a su lado su inúti
espada y después se incorporó. Lemblaban las piernas; cruzó las manosobre la cabeza.
—¡No disparéis! —chilló de nuev
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mientras miraba en derredor con loojos desorbitados y los labioemblorosos.
—Estoy aquí —dijo el kender, quse incorporó, con el arco bajado percargado con una flecha.
Al verlo, la mujer se quedboquiabierta, sorprendida por su cortalla y reconsiderando, evidentemente
sus probabilidades de supervivencia. Egoblin lo leyó en su rostro. «Si consigacercarme lo bastante a ese pequeñ
bastardo, lo haré picadillo. Es mi únicposibilidad», fue lo que pensó la mujer. —Mi familia puede pagar un bue
rescate por mí —dijo, con voz má
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firme—. Montones de oro, lo juro. Perno me hagas daño. Promete que no me lharás.
—Lo prometo —dijo el kender.La flecha que se clavó en el pech
de la mujer la cogió desprevenida. S
ambaleó hacia atrás, con las manoodavía enlazadas sobre la cabeza. Lo
ojos casi se le salieron de las órbita
antes de derrumbarse de espaldas, sique de sus labios escapara siquiera ugemido. El goblin bajó su arco. Era l
única vez en cuatro días que hacía diana la primera. Saludó al kender agitanda mano y a continuación empezó a bajaa cuesta en dirección al jadeant
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hombre rubio.El goblin encontró al minotaur
sentado a la entrada de la cuevarebañando el hueso de una pata dvenado. El aire trajo el abrumador oloa sangre seca y estiércol podrido. L
verdad es que el goblin empezaba acostumbrarse a aquella peste.
—Eh —dijo, casi disculpándose.
El minotauro, con las orejas tiesaen un gesto de alerta, volvió la vista edirección al goblin. Sus amarillo
dientes arrancaron una tira sobrante dcarne. Los gruesos eslabones de lcadena que colgaban de los grilletecerrados en torno a las muñecas de l
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bestia tintinearon al sacudirse con eirón.
El goblin sintió la bilis revuelta eel estómago, pero siguió andando ncluso se atrevió a sonreír.
—Kender y yo ir a cazar ciervo
pero matar humanos. Tres derribadosEncontramos condenado elfo, mucho maherido, y traemos aquí. Elfo no bueno
¿verdad? Lo sé, pero quizás elfo conocbosque, buenos métodos de caza. Quizáobliguemos que nos enseñe. Quiz
conviene mantener elfo vivo por ahora¿Vale?El goblin vaciló, preguntándose si e
minotauro habría entendido algo de l
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que había dicho. No había pronunciaduna palabra desde que lo habíaencontrado. Los humanos afirmaban quos minotauros tenían pocas luces, per
el cerebro de éste era más obtuso quuna piedra.
El minotauro siguió mordisqueandel hueso, sin quitar sus inexpresivoojos marrones del goblin. Éste pens
que había hecho cuanto estaba en smano por salvaguardar la vida del elfoal menos, hasta que el asunto de l
espada mágica quedara claro. Despuéde eso, no le importaba si el minotaurse daba un festín con carne Silvanesti eel momento en que el kender le volvier
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a espalda. Tras despedirse deminotauro con otro cabeceo, el gobliregresó junto al kender para ayudarlo ransportar el elfo a la cueva. Allendieron al herido en la cama de
kender, un montón de harapos extendido
sobre el suelo de tierra.El kender actuó con frenesí y, a
poco rato, el elfo estaba desnudo
envuelto cómodamente entre las mantadel hombrecillo. El goblin se dedicó examinar el botín que había recogido d
os cadáveres de los guardabosques, ascomo también del elfo. El kender lavcon delicadeza el rostro del elfo. Egoblin contó con cuidado treinta y sei
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monedas de oro istarianas, diez de plat dos anillos. Era más dinero del quamás había tenido, incluso en lo
mejores tiempos de Dravinar del Esteo podría gastarlo, pero lo hací
sentirse tremendamente bien. Envolvi
el dinero en un trapo para que nintineara y lo metió en un saquillo, qu
después ató a sus ropas por la part
nterior, detrás del cinturón, donde nsiquiera los ágiles dedos del kendepodrían alcanzarlo.
Cogió la mochila del elfo y lnspeccionó. La compleja elaboración el pintoresco diseño llamaron satención brevemente, pero enseguid
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desató las correas y miró en su interior.Resopló con desdén. Libros
papeles… Y una pequeña bolsa comonedas de oro, doce en total, con lmagen de un rey elfo cincelada en un
cara y un cisne en la otra. Silvanestis, n
cabía duda. Los guardabosques ndebían de haber registrado el equipajdel elfo o esto no se les habría pasad
por alto. El goblin palmeó el oro; estaba punto de vaciar el resto del contenidde la mochila en el agujero de la lumbr
cuando reparó en el libro mávoluminoso.Salvo por el color, blanco, era igua
al libro de hechizos rojo que el gobli
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había visto leyendo a un Túnica Roja udía, hacía tres años, a orillas de uarroyo de montaña. Por supuesto, egoblin había evitado al hechicero dandun rodeo, consciente de que era mejono mezclarse con hechiceros. El gobli
miró el libro antes de echar una ojeadal vapuleado elfo. Si los guardabosquehubiesen encontrado el libro, el elf
estaría muerto hacía horas. El goblin spreguntó si no habría sido lo mejor. Uminotauro sabía sólo una forma de mata
al menos lo hacía rápido; un hechicerconocía miles, y a menudo se lo tomabcon calma. Los habitantes de Istaquemaban hechiceros en la hoguera
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pero no era raro que, al poco tiempo docurrir tales hechos, ciudades y puebloenteros fueran presas de las llamas. Mávalía evitar a un hechicero que levantaa mano contra él.
El goblin se mordió el labio inferior
Sí, más valía eludir a un hechiceropero quizá fuera mejor hacerse saliado, incluso de un elfo, si era posible
El kender no había dejado dparlotear mientras terminaba de limpia vendar las heridas del elfo. El gobli
salió de sus reflexiones con usobresalto y se entretuvo en encender lumbre hasta que el kender salió de l
cueva para lavarse en el arroyo. Una ve
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a solas, el goblin puso otra vez en ssitio todas las monedas silvanestis, saseguró de que todas las cosas del elfestuvieran ordenadas en la mochila cerró las correas. A continuación cogia mochila y la bolsa del dinero y la
guardó en el fondo de la cueva, donde eminotauro y el kender no pudieraencontrarlas. (El kender ya habí
explorado a fondo la pequeña gruta y nera probable que lo hiciera otra vez)Así pues, no quedaba más que esperar…
reflexionar.El elfo recobró el conocimiento esmisma tarde. El kender se encontraba su lado y se puso muy alegre; lueg
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habló sin parar durante dos horasagobiando al elfo con preguntas a laque éste no podía responder por estaaún muy débil. Ello dio oportunidad aherido para examinar el entorno reparar en la presencia del goblin y de
minotauro; tras ver a este último, el elfabrió desmesuradamente los ojos pareció estar demasiado asustado par
moverse. El goblin se mantuvo esegundo plano y, sin pronunciar unpalabra, se ocupó de realizar pequeña
areas que por lo general hacía ekender. El minotauro se limitó a resoplacuando vio al elfo; después salió de lcueva, se sentó fuera y comenzó
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devorar un buen trozo de jabalí reciécazado en una de las trampasdesgarrando la carne ruidosamente coos dientes.
Cuando el kender salió corriendpara coger agua fresca del arroyo, e
goblin se acercó y tomó asiento junto aelfo, que intentó apartarse. El goblisimuló no darse cuenta.
—¿Te sientes bien? —preguntó en lengua comercial. Sólo conocía una
cuantas palabras silvanestis y nunc
había tenido ocasión de aprender eenguaje goblin, lo que tampoco habrívalorado el elfo—. Ningún humangolpea cara por diversión ya, ¿eh?
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El elfo parecía no saber qué decirSus ojos eran dos esferas inyectadas dsangre, rodeadas de grandes hematomaque cubrían casi todo el rostro.
—No preocupes, ¿eh? —Dijo egoblin esbozando una mueca—. Lo
humanos que encontraste, enfermaronMurieron. No pudimos hacer nada. Tavez los enterramos más larde. Quizá má
humanos en el bosque, buscando, pero túa salvo aquí. —El goblin alargó la man tocó suavemente al elfo con el índic
—. Eh, ¿tú Silvanesti?El elfo guardó un obstinado silenciomirando al goblin ion los labioapretados.
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—¿Sí? ¿No? Bah, no importa —dijel goblin, mientras se hurgaba las uñapara quitarse la porquería—. Tpiensas: «A goblins no les gustan elfosQuizá me hace mal». —El goblin miral elfo a los ojos y sonrió—. Quiz
goblin desea que vivas. Quizá todoayudamos unos a otros. Llevas túnica¿eh?
El elfo se humedeció los labios pareció que superaba un obstáculnterno.
—Sí —susurró. Saltaba a la vistque estaba asustado, pero el goblin sdio cuenta de que quería dominar emiedo. Orgullo, sin duda. Y tal vez un
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arrogante franqueza—. Llevo la túnicbla… —Un doloroso golpe de tos lnterrumpió; tragó saliva y continuó co
voz debilitada—: Soy un Túnica Blanca —Ummmm. —El goblin puso u
gesto raro y bajó otra vez la vista a su
uñas. ¡Cómo no!—. Magia buena nmucha ayuda, ¿eh? ¿Tal vez buscabaalgo cuando humanos te cogieron?
El elfo iba a contestar, pero cambide parecer. Sus ojos se prendieron eos del goblin.
«Te pillé», pensó el goblin. —Los humanos que te pegarodijeron que cogieron espada mágica delfo, quizá no hace mucho. Quizá
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humanos van a Istar con espada y dan aPríncipe de los Sacerdotes. ¿Qupiensas que Príncipe de los Sacerdotehace con espada? Quizá corta en dos pequeño elfo, o cabezas a goblins.
El semblante del elfo se contrajo
Hizo un esfuerzo para incorporarsepero fue en vano.
—No —musitó, mientras se tumbab
con una expresión desesperada—. ¿Lcogieron? ¿Estás seguro de que lienen?
—Ajá —asintió el goblin, simulandndiferencia—. Dijeron que espada tenígemas. Espada bonita. Ahora, humanohan marchado.
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—Mi primo —susurró el elfocerrando los ojos. Respiró hondo variaveces antes de proseguir—. Deben dhaber capturado a mi primo. Buscaba srastro cuando mi caballo se rompió unpata. Entonces los humanos m
encontraron. Me preguntaron por qué loseguía, pero yo no iba tras ellos. Sólquería encontrar a mi primo y la espada
—Se incorporó un poco y miró al gobli—, ¿dijeron algo sobre mi primo?
El goblin se encogió de hombros
sacudió la cabeza Sabía lo que debía dhaber sucedido. Y que el elfo bién lsabía.
El elfo contuvo un gemido mientra
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ntentaba otra vez levantarse, perestaba muy débil y cayó hacia atrásagotado. El sudor le perlaba la frenteSu respiración se hizo trabajosa, perpoco después se regularizaba al perdeel conocimiento y quedarse dormido.
Durante varios minutos, el goblisiguió sentado al lado del elfo, esilencio. El instinto le decía que l
espada tenía que ser mágica. Un elfoespecialmente uno que era mago, nperdería tiempo buscando una simpl
arma. ¿Pero qué sería lo que hacía lespada? El goblin había oído contar quas armas mágicas podían hace
cualquier cosa. Algunas arrojaban rayos
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otras ardían como antorchas, y otrahendían la piedra. Al goblin jamás se lhabía pasado por la cabeza que algunvez llegaría a poseer una espada mágicaPero ahora sí lo pensaba.
—¿Cómo está? —Preguntó el kende
cuando regresó con un cubo lleno dagua—. ¿Aún sigue vivo? ¿Ha dichalgo?
El goblin resopló y se incorporósacudiéndose las manos.
—Aún vive. No habló mucho
necesita dormir. Quizás estará biepronto. —Bajó la vista a la figurdormida—. No mal elfo. Quizá nolevamos bien, ¿eh? Siempre hay un
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primera vez para todo. —Mala idea huir —dijo el goblin
a mañana siguiente, cuando al salir da cueva encontró al elfo de pie en L
entrada. Un frío viento gemía entre laramas de los árboles. El cielo estab
encapotado, como siempre.El elfo se volvió y estuvo a punto d
desplomarse, pero busco apoyo en l
pared. Vestía unas ropas robadas que ekender le había proporcionado. Estabaviejas, despaletillas y no eran de s
alla, pero eran mejor que nada. —No iba a escapar —dijo el elfcon voz queda. Dirigió Una miradnquieta al minotauro, que deambulab
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despacio entre los troncos desnudos, cierta distancia. Se había enrollado lcadena a la cintura y la había atadcomo un cinturón, dejando longitusuficiente para tener libertamovimientos en los brazos y las manos
El tintineo de eslabones acompañaba supasos. El goblin movió la cabeza en ugesto de aprobación.
Es bueno que te quedas. No hacaballo, no hay suerte —Señaló ebosque con un ademán—. Bonito hoga
nuestro ¿Te gusta? ¿Quizá pasas muchiempo con nosotros?El elfo miró a otro lado mientra
abría y cerraba los puños. S
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respiración era agitada.«Estás agotado y dolorido, per
quieres escapar. Quieres escapar apoderarte de esa espada. Es taevidente que da risa», pensó el goblin.
—Yo… —empezó el elfo. S
retorció las manos, sin darse cuenta do que hacía. Sus ojos seguían prendido
en el minotauro, que se entretenía e
partir ramas gruesas como el brazo dun hombre como si fueran palitos uego las arrojaba a un lado. Más tarde
el kender las utilizaría de leña para lumbre. —Cuéntame historia, por qué está
ahora aquí —pidió el goblin mientras s
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sentaba en una piedra. Se sentíranquilo, a pesar de no tener a mano n
el machete ni la pica. Sabía que no lonecesitaba.
El elfo se contempló entonces lamanos crispadas, en silencio.
—Nada de historia, ¿eh? —Dijo egoblin con fingido desencanto—. Quizcuentas mejor buena historia sobr
espada mágica. Ya no importa. Espadha desaparecido. Los humanos la tienenCuenta algo sobre espada. Es buen
empezar el día oyendo historias. —Era una simple espada —contestel elfo, sin levantar la vista. Aflojó lopuños. El goblin esbozó una muec
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desabrida. —Una simple espada, ¿eh? ¿Segur
que vistes Túnica Blanca?El elfo enrojeció, acusando la pulla
pero siguió con la vista gacha. —Era un regalo para un amigo —
dijo—. Tenía… un gran valosentimental para mí.
—Ummmmm. Como historia, no gra
cosa —comentó el goblin tras pasar uminuto sin que el elfo añadiera más—Te encontramos, disparamos a humanos
salvamos tu vida, te curamos, y tú nienes historia que contar. ¡Ah, lomagos son todos iguales! —Gesticulcon las manos como si se resignara a l
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ngratitud del mundo—. Hasta salvamoibro blanco. Lanza todos los hechizo
que quieras. Juega a ser buen mago todel día. Pero sigue sin haber espadaSigue sin haber historia. ¡Ah!
El elfo parpadeó y volvió la mirad
hacia el goblin. —¿Mi libro de hechizos? —
preguntó sorprendido—. ¿Tienes m
ibro de hechizos? ¿Dónde está? —En cueva —contestó co
ndiferencia—. Todo a salvo para t
Algunos goblins no son estúpidosTrabajando en equipo, quizá seguimovivos. Luchando entre nosotros, todomuertos. Llega el invierno, ¿sabes
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Lluvias empiezan pronto. Quizá tú haceconjuros y todos aún vivos eprimavera. Te quedas, recuperas fuerzasAquí estamos a salvo de los humanosTe vas… bien, no importa. Pero lohumanos, quizá, no tan amables l
próxima vez.El goblin sabía que podía ser un
buena jugada. Si el elfo hubiera poseíd
magia suficiente para recuperar lespada, la habría tenido ya en su poderPero no la tenía, ni había evitado que lo
guardabosques lo golpearan y, hasta emomento, ni siquiera había sido capade huir. Tal vez sus dotes mágicas nvalían para nada. Pero tal vez sí, y sól
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necesitaba un poco de tiempo parprepararse. Podía ser una buena jugadncitarlo de este modo; incitarlo par
que revelara sus secretos, como se atraa un animal con el cebo al lazo de lrampa.
—No confías en mí —dijo poúltimo el goblin—. Quizás es mejorElfos y goblins, como agua y fuego. Lo
humanos matan a los dos, pero nmporta. Quizás eso te parece bien a t
¿eh? —El goblin soltó una risa breve—
Mira! Me ves a mí, ves al kender, veal minotauro. Trabajamos juntosTambién tú estás vivo. ¡Piensa! Lomagos son buenos pensando. ¿E
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verdadero enemigo quién es, ehPiensa!
Pasó un minuto sin que el elfrespondiera. Parecía turbado con lapalabras del goblin.
—Lo siento —dijo por fin—. Jamá
maginé que… bueno, que… —Que un goblin puede ser listo
¿eh? ¿O un kender?
O… —El goblin señaló con epulgar al minotauro—. Istar nos hizistos. No es momento para estupideces
os unimos o Istar consigue nuestracabelleras. Tú, mago, quizá vales máoro que yo, que el minotauro y que ekender. —El goblin esbozó una muec
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mientras se frotaba el pelo corto crespo—. Pero mi cabeza me gustmucho, ¿eh?
El elfo sonrió también. Despuémiró a su alrededor y su sonrisa sborró mientras contemplaba los árbole
desnudos y las nubes bajas, como smirara más allá.
—Tu primo muerto —dijo el gobli
con voz queda— ¿Por qué arriesgas lvida por espada?
Era el momento de la verdad. E
goblin estrechó los ojos y se inclinhacia adelante.El elfo bajó la vista a sus manos
as apretó con fuerza unos durante uno
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segundos interminables. —Era un regalo para mi primo —
dijo por fin, con expresión ausentecomo si contemplara algo que sólo épodía ver—. La forjé con la ayuda dmis compañeros de las Ordenes de l
Alta Hechicería. Durante años, mi primha protegido de Istar a muchos magosenfrentándose por ello a su propi
familia, y deseábamos recompensarlo dalgún modo. Propuse fabricar unespada para él, una que pudiera utiliza
del modo que juzgara conveniente. —Eelfo respiró hondo y soltó el airdespacio, sin alzar la vista. Sus ojoparecían chispear—. Cabalgué a s
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encuentro, en un lugar acordadpreviamente, al sur de aquí. Pero unpatrulla istariano nos sorprendió. Lespada ya estaba en su poder, pero nuvo tiempo de abrir la caja antes d
separarnos. Intenté encontrarlo
Entonces mi caballo… En fin, yconoces el resto de la historia.
El goblin asintió con gesto solemne
«¡La espada! —Gritó para sus adentro—. Háblame de la espada, gusano elfo»
El elfo se humedeció los labio
antes de continuar. —Al arma se le impuso el nombrde Espada del Cambio. Queríamos hacerealidad el mayor deseo de mi primo
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cuanto fuera con el beneplácito de lodioses, y por ello dotamos a la espaddel poder necesario para hacerloOtorga un deseo a quien la maneje. Nes todopoderosa, pero los dioses de lmagia conceden al usuario lo que pida
dentro de lo razonable. —La idea lhizo sonreír—. Me siento culpable pohaberme preocupado más por la espad
que por la vida de mi primo, pero esarma puede hacer un gran daño si cae emalas manos. Sin duda, el Príncipe d
os Sacerdotes hallaría el modo dutilizarla para incrementar su poderPodría desterrar traidores, ganabatallas, alargar sus años de vida. Y
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ahora… —Alza las manos y después ladejó caer. Sus hombros se hundieron.
El goblin dirigió despacio lnformación. La idea de que una espad
fuera capaz de desplegar tal poder ercasi demasiado ridícula para creerlo
pero los aspectos prácticos quacarreaba poseer semejante arma no se pasaron por alto. Un abanico d
deseos pasó por su cabeza: comidariquezas, mujeres, fuerza física, mandonmortalidad… Pediría cualquiera d
estas cosas si la espada fuera suya; y lharía, si algún día llegaba a serloEmpezó a darle vueltas a la idea de queal vez, la espada no estaba del tod
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fuera de su alcance. Desde luego, no lvendría mal descubrir si el elfo sabíalgo más que resultara útil parobtenerla. Tendría que prepararse parel viaje, aunque ello significarabandonar al elfo, al minotauro y al…
—¡Guau! —exclamó el kender.El elfo giró sobre sus talones
estuvo a punto de caer otra vez. E
goblin brincó sorprendido. El kendeestaba sentado en la ladera, sobre lboca de la cueva, junto a unos retoño
de árbol que crecían a seis metros ddistancia. Los ojos le relucían dexcitación.
—¡Una espada que puede hacer tod
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eso! —dijo maravillado—. ¿Tú tambiépuedes hacer magia? No acabo dcreerlo. Parece imposible. ¿Vas recuperar la espada? ¿Podemos vecómo lo consigues? ¿Qué aspecto tieneMis padres me hablaron sobre la magi
dijeron que no había nada mejor. Mencantaría ver una espada encantada¿Dónde está? ¿Conseguirás encontrarla?
El elfo tragó saliva despacioparecía desconcertado y vacilante. Smirada fue del goblin al kender d
manera alternativa. —Si supiera dónde se encuentran lohombres que la cocieron, puede quuviera oportunidad de recobrarla —
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dijo—. Si mi primo…, si mi primo hmuerto, entonces deberé asegurarme dque esa arma no quede en manos dstarianos. No lograría dormir sabiend
que la tienen y que pueden utilizarla. —¡Fantástico! —gritó el kender
ncorporándose de un brinco—¿Podemos acompañarte? Él y yo somograndes cazadores —señaló al goblin—
Y podemos rastrear y colocar trampas hacer un montón de cosas más. Y eminotauro puede transportar cosas. ¡E
muy fuerte! No te estorbaremos, lprometo. ¡Nos portaremos bien! ¿Vas realizar conjuros para recuperar lespada? ¡Me muero de impaciencia po
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verlo!Tanto el elfo como el goblin miraba
al kender aturdidos. El goblin volvió lvista hacia el elfo y éste al minotauroque ahora estaba sentado bajo un árboechando un sueño.
—Bueno… —empezó el elfo. —¡Pongámonos en marcha! —Chill
excitado el kender—. ¡Cogeré mi
cosas! —Descendió la cuesta patinandopasó corriendo entre las ramas qucamuflaban la boca de la cueva y entr
en ella.Elfo y goblin se miraron. Los doparecían a punto de preguntar algo, perni el uno ni el otro abrieron la boca. Po
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fin, el elfo carraspeó. —La verdad es que deberí
recuperar esa espada. Los istarianos lutilizarán contra nosotros y contrcualquiera que no comparta sus ideas, odos sufriremos las consecuencias. Fu
una estupidez fabricar esa arma. Ypermitir que esté en manos de gente asísería una necedad aún mayor.
El goblin se encogió de hombros miró al minotauro.
—Por mí, vale. Recobrar la espada
quiero decir. Lo sabes. Y también ir dar un paseo. Pero quizás el grandullóno le gusta caminar con nosotros —dijen un susurro, mientras señalaba con u
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gesto de la cabeza al minotauro—. Edifícil estar seguro con él.
—Tal vez podamos hacer algrespecto a ello —sugirió el elfopensativo—. No me gusta actuar asípero… ¿Podrías buscar el libro blanc
que dijiste que habías encontrado? Creque hay un conjuro que quizá… —Nerminó la frase.
El goblin actuó con afectaciósimulando que miraba a los árbolemientras recordaba y luego hizo u
ademán al elfo para que lo siguiera anterior de la cueva.Las cosas marchaban de un modo ta
perfecto que al goblin le costaba trabaj
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creerlo. La posibilidad de que tuvierpronto en sus manos la espada lexcitaba tanto que lo aturdía. Debícalmarse y utilizar la cabeza. Era mucho que había en juego para permitirse u
error. Además, tenía que empezar
pensar qué deseo pediría en el momenten que sus dedos se cerraran sobre lempuñadura del arma. Eran tantas la
cosas que siempre había deseado, ahora…
No se oía nada en el bosque,
excepción del rumor de las hojas secas el del frío viento entre las ramadesnudas. Debajo del árbol donddescansaba, el minotauro estab
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recostado contra el tronco, con los ojocasi cerrados y totalmente quieto, salvel leve subir y bajar de su inmenspecho al respirar. Una de sus grandeorejas se agitó para espantar a un tában enseguida se giró hacia la boca de l
cueva, como la otra.Viajaron hacia el este durante e
resto del día, bajo un cielo encapotado
Atrás quedaron los bosques que ekender conocía de toda su vida. Ehombrecillo estaba muy excitado con e
viaje y parloteaba sin cesar, aunqumiraba atrás de vez en cuando y eocasiones guardaba silencio. El goblimarchaba deprisa para mantener el pas
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de los otros, al tiempo que lanzabnerviosas ojeadas al tranquilminotauro. Al parecer, el conjuro deelfo había surtido efecto y habíamansado a la enorme bestia, si bien egoblin tenía cuidado de no molestarla
o tenía sentido tentar la suerte. Una veque el elfo estuvo seguro de que eminotauro obedecería y de qu
comprendía lo que le decía en la lengucomercial, apenas prestó atención a lbestia, limitándose a ordenarle qu
ransportara los bultos más pesadosentre los que había unas cuantas bolsaque el elfo había dejado caer cuando lohumanos lo capturaron. El mago meti
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mucho jaleo preocupándose de manerexagerada por ellas y asegurándose dque estaban indemnes y a salvo.
Los guardabosques independientehabían dejado tras filos un rastro muclaro. El goblin escupió desdeños
mientras el kender seguía las huellas sidificultad. En los viejos tiempos, segúhabía oído decir el goblin, ningún bich
viviente habría sido capaz de encontrael camino tomado por un guardabosqueEvidentemente, eso había pasado a l
historia.Aquella noche se acostaron taagotados que ni siquiera tuvieron ganade hablar. El kender hizo la primer
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guardia, demasiado excitado para podedormir. No obstante, charlaba sin cesaconsigo mismo, de manera que impidial elfo y al goblin conciliar el sueño por último el elfo lo relevó y lo obligó que durmiera un rato.
En la tarde del segundo día, el rastrde los guardabosques confluyó con el dotro grupo más numeroso de humano
con caballos y carros. Las señales de ucampamento ] al borde del bosque eramuy recientes y hacía menos de un dí
que lo habían levantado. En un clarhabían prendido una hoguera y eabultado montón de ceniza todavíhumeaba un poco.
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También había una tumba, con uabollado yelmo elfo clavado sobre lierra que la cubría. El mago posó la
manos sobre ella un instante y despuése incorporó sin decir una palabra. Egoblin advirtió que los ojos del elf
estaban enrojecidos. Se encogió dhombros; el deseo de venganza haría quel elfo luchara con más ahínco. Y
además, ya había un elfo menos en emundo.
—Debemos avanzar con má
precaución —dijo el kender, arrastrandos pies descalzos sobre un tramo dhierba alta aplastada—. Si se detieneal caer la noche para descansar, lo
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alcanzaremos mañana por la mañanaPero también ellos pueden cazarnosHemos matado a tres de suexploradores, pero tal vez no los echede menos enseguida. Parece que sounos veinte hombres, probablemente co
armaduras. Puede que también lleveesclavos. Esas huellas de ahí son dpies descalzos. Tal vez los esclavo
vayan en los carros mientras están emarcha. Las huellas parecen de niños, quizá de mujeres también.
—¿Hacia dónde se dirigen? —preguntó el elfo, resguardándose loojos para otear a lo lejos. Aunque ecielo estaba cubierto, el sol conseguí
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abrirse paso entre los irregularedesgarrones de las nubes.
—Al este. Posiblemente de regresa Istar. En apariencia es una patrullregular de control de fronteras. Tododeben de estar deseando volver a casa
Cuando era pequeño, solían recorrer lobosques, pero últimamente apenas se love por aquí. Tenemos que ir agachados
al resguardo de los árboles mientras sefactible. —El kender se volvió a miraal elfo—. Por cierto, ¿qué conjuro
utilizarás cuando encontremos a lohumanos?El mago bajó la vista al tiempo qu
esbozaba un atisbo de sonrisa.
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—Todo este asunto fue idea tuyaSupuse que lo sabías.
—Pues no. Tú eres el hechicero por tanto quien sabe sobre esas cosas¿Planeas lanzar una bola de fuego sobrellos? ¿Piensas hacerlos saltar por lo
aires? ¿Podré presenciarlo si guardsilencio?
El goblin, que se había vuelto par
reemprender el viaje, se detuvo parescuchar la respuesta del elfo. La mismdea acerca de las tácticas a seguir l
había estado dando vueltas a la cabezapero tenía pensado plantear la preguntpor la tarde, cuando acamparan. ¿Haríel elfo todo el trabajo por ellos?
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Los labios del mago se apretaron. Srostro ya no estaba tan hinchado, y locortes y las contusiones habíaadquirido un tono verdoso.
—Ya veremos —dijo— Llevo unacuantas cosas que pueden servirnos
Tendré que pensar una estrategia, perno cabe duda de que podremos montaun buen espectáculo. Te aseguro que l
patrulla no lo olvidará jamás.El kender asintió con un excitad
cabeceo, el goblin con satisfacción. E
minotauro deambulaba un poco máadelante y dio patadas a unas piedras.La suposición del kender sobre l
ocalización de los istarianos resultó se
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bastante acertada. A última hora de larde, incluso el goblin se dio cuenta d
que seguían muy de cerca a los humanosEl peculiar grupo de compañerodecidió acampar durante la nocheaunque no encendieron hoguera par
evitar que los descubrieran. Planeabasorprender a los humanos a la nochsiguiente.
El elfo suponía que sería la últimoportunidad que tendrían de hacerlantes de que los humanos entraran en u
erritorio más protegido.Aquella tarde, antes de que el cieloscureciera, el elfo resumió el plan quhabía desarrollado para asaltar e
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campamento istariano. Sacó de labolsas los objetos que la orden le habídado antes de partir con la Espada deCambio y explicó sus distintautilidades, punto por punto. Sería difícimponerse a los humanos, sobre tod
eniendo en cuenta que los superabamucho en número. Pero el elfo hizhincapié en el hecho de que los cuatr
enían a su favor el factor sorpresa y lmagia. Si un kender y un goblin habíasido capaces de matar a tre
guardabosques, no cabía duda de quenían posibilidades en uenfrentamiento con el resto.
El kender estaba fuera de s
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excitado con el plan; el minotaurparecía indiferente, como si no lnteresara el asunto. El goblin escuch
atento las explicaciones y luchó parcontrolar su creciente tensión. En sfuero interno, se felicitó a sí mismo po
no haber quemado en la lumbre loibros del hechicero y por la astucia co
que había logrado ganarse la confianz
del elfo. El hechicero era un tiprealmente peligroso. Parecía ser capade hacer cualquier cosa.
fue ese mismo pensamiento el que lrajo a la memoria una historia que egoblin había oído contar, y la sangre se heló en las venas por el miedo. A
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pesar de ello, hizo la pregunta cofingida inocencia. Carraspeó para atraea atención de todos.
—Oí comentar a hombres de Istarmucho atrás, que sacerdotes oyen tupensamientos aunque no hablas. —E
goblin se dio unos golpecitos en lcabeza con el índice— ¿Quizás haráeso contigo y nosotros, nos descubrirán?
—Dudo que vaya un clérigo entrellos, pero es posible —contestó el elfodesasosegado con la idea—. También y
he oído comentar que los sacerdotes teen la mente. Sólo los clérigos de altrango pueden hacerlo, pero… En finesperemos lo mejor.
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—Sí, esperemos lo mejor. —Egoblin sonrió— Quizá tú puedes tambiéhacer ese truco de escuchar ideas, ¿ehOyes sus ideas y así sabemos qupiensan, ¿no?
—No, me temo que no. Hay cierto
conjuros que jamás fui capaz ddominar, y el de leer las mentes es unde ellos. Tampoco aprendí a lanza
bolas de fuego, pero creo que eso puedsolucionarlo. Siempre deseé ser capade arrojar bolas de fuego, pero lo qu
engo preparado es mejor.El goblin se echó a reír mientramovía la cabeza arriba y abajo. Smente estaba a salvo. Sus planes n
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corrían peligro. Era tanto su alivio qucasi le daba vueltas la cabeza. Sabía quos Túnicas Blancas no mentían, y sentí
agradecimiento y desprecio por iguahacia el elfo a causa de ello.
En contra de su costumbre, el gobli
se afanó en preparar el campamento sique nadie se lo pidiera, pero fue ucambio bien acogido por el elfo y e
kender. El goblin ya sabía lo que teníque hacer para conseguir la espadcorriendo el menor riesgo posible. Sól
necesitaba ponerle las manos encimunos pocos segundos, el tiempsuficiente para formular su deseo, quahora ya sabía de memoria. Después, la
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preocupaciones habrían acabado parél.
El elfo hizo la primera guardia. Lodemás se tumbaron entre la maleza qucrecía al pie de una colina. El minotaurse limitó a tumbarse sobre el suelo, e
medio de tintineos de cadenas, y squedó dormido al instante. El kender el goblin se acostaron también. Tra
argos minutos de esforzarse para relajaos músculos del estómago, agarrotado
por la tensión, el goblin cerró los ojos
se dispuso a disfrutar del descanso quanto necesitaba. —¿Estás despierto? —le llegó l
voz del kender. Sufrió un sobresalto
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abrió los ojos de inmediato. Entoncecomprendió que el kender no le hablaba él. La voz queda procedía de ldirección donde el elfo se habínstalado para hacer su guardia.
—Claro que estoy despierto —
contestó el mago.El goblin suspiró y alzó ligerament
a cabeza. Con su visión nocturna
distinguía al elfo sentado en el suelounto un tronco caído, a unos quinc
metros de distancia. El kender se abri
paso entre la oscura maleza y tomasiento junto al elfo. El pequeño latosestaba arrebujado en una de las mantaque habían traído de la cueva. El gobli
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ntentó cerrar los ojos y dormir, perahora le resultaba imposible conciliar esueño. Se resignó a permanecedespierto un rato más, vigilando al elf al kender y escuchando s
conversación.
—No podía dormir —dijo el kenderacercándose más el mago—. Estoy upoco excitado con lo de mañana por l
noche. Ya he tomado parte en otrapeleas, pero nunca en una como ésta¿Es malo estar tan nervioso?
—No —dijo el mago— También yestoy un poco… excitado, pero enerviosismo desaparecerá. Tú recuerdo que tienes que hacer y, cuando llegu
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el momento, estarás preparado para elloEl kender soltó un sonoro suspiro. —Así lo espero. No hago más qu
pensar cómo se desarrollará todo y soncapaz de frenar la imaginación
olvidarlo. Tengo la cabeza llena d
cosas.«Tienes la cabeza llena, sí. Llena d
paja», pensó el goblin.
—¿Sabes? No te he preguntadcómo te llamas —dijo el elfo—. Hestado tan preocupado que me olvidé d
hacerlo.Hubo un breve silencio. —Bueno, tampoco pensab
decírtelo, porque estuve hablando con e
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goblin hace unas cuantas semanascuando nos conocimos, y me dijo que nenía nombre —contestó por fin e
kender—. Pensé que sería una des-core-sía decirle mi nombre si él no tenía
Mi padre me enseñó esa palabra.
—Ummmmm… Bien, así que tpreocupa ofender a como quiera que slame, al goblin, ¿no?
—Sí. Y por tanto tampoco tú debedecirme cómo te llamas. Tenemos quser justos.
El goblin sacudió la cabeza cofastidio. Hacía tiempo que habírenunciado a llegar a las profundidadede la rara mente del kender
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Sencillamente, no tenía sentido. Aun assintió algo extraño al oír las razones quenía para no haberle dicho nunca s
nombre. Aquello le causaba una vagncomodidad, aunque no sabía por qué.
El hombrecillo se había id
arrimando al elfo de manera que ahorestaba casi pegado a él. El mago alzó ebrazo y lo echó por encima del tronc
para no golpear la cabeza del kendecon el codo.
—La magia es fantástica —dijo e
kender—. No imaginaba que tú tuvieraanto poder. He deseado presenciar algmágico toda mi vida, porque mis padresiempre me contaban historias sobr
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hechicería. Decían que era lo mámaravilloso del mundo, pero que ernjusto pues los kenders no puede
ejecutar hechizos, por mucho questudien. Sin embargo, los elfos y lohumanos saben hacerlo. ¿Es eso cierto?
—Me temo que hay algo de verdaen ello —contestó el mago—. Lokenders pueden ejecutar hechizos s
sirven a los dioses, pero las Ordenes da Alta Hechicería están cerradas par
ellos. —Se encogió de hombros, pero e
su voz se advertía un deje de alivio.El goblin estaba espantado. ¿Ukender realizando conjuros? La soldea le daba escalofríos. Por los dioses
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a había suficientes problemas en emundo. Istar sería una amenaza pequeñen comparación con un hechicerkender.
—Por cierto —dijo el elfo—. Eses mío.
—¿El qué? ¡Oh, lo siento! —Ekender le devolvió algo al mago— Scayó de tu bolsillo.
El elfo puso el objeto en el suelofuera del alcance del hombrecillo.
—Si pierdo alguna cosa más
mañana no podré ejecutar los hechizo—advirtió. —Oh. —Sobrevino una breve paus
—. Toma. Encontré esto también.
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El elfo cogió los objetos al tiempque daba un hondo suspiro.
—Gracias —dijo, y el silencio reindurante un buen rato.
—Solía preguntar a mis padres spodría aprender a hacer magia cuand
fuera mayor —habló de nuevo el kende—. Mi madre dijo que quizá fuera mejoque no pudiera, ya que si quieres se
hechicero tienes que pasar una prueba, que te obligan a hacer cosas horribles eese examen. ¿Es verdad?
El elfo guardó silencio casi uminuto. Aquel silencio era distinto dede alguien que sólo está pensando. Egoblin no pudo menos que torcer u
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poco la cabeza para escuchar mejor y nperder una sola palabra.
El kender dio un suave codazo amago.
—¿Qué? —preguntó el elfdesconcertado—. Ah, sí. El examen. E
efecto, tenemos que pasar la Prueba euna torre de la Alta Hechicería. Erealidad, la prueba no te obliga a qu
hagas cosas horribles, pero tienes…ienes que… eh… soportar y supera
grandes dificultades. Las cosa
horribles… te ocurren a ti. Creo que nme apetece hablar sobre mi prueba eeste momento. Quiero tener la mentdespejada y alerta para mañana.
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—Oh. —De nuevo, hubo un brevsilencio—. ¿Crees que yo sería un buehechicero? Tengo trece años. ¿Es unedad suficiente para convertirse emago?
Aquello sorprendió al goblin. Habí
visto pocos kenders en su vida, perocomo todos tenían la talla de los niñohumanos, no se había parado a pensar e
a edad de éste, dando por hecho quendría alrededor de los treinta. N
había imaginado que nadie, y menos u
kender, tuviera tanta habilidad parsobrevivir en un terreno agreste y tantoconocimientos a los trece años.
—Un poco joven todavía —coment
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el elfo—. Aunque unos cuantohechiceros empiezan a tu edad, más menos. Algunos incluso un poco antes.
El kender pareció sumirse ereflexiones tras aquellas palabras.
—¿Podrías realizar algún conjur
para mí? —preguntó de sopetón.El goblin parpadeó sobresaltado
¿Qué?
—Bueno, sí que podría —repusdespacio el mago—. Pero la mayoría dos conjuros que tengo ahora he d
reservarlos para mañana noche. —Hizuna breve pausa y después añadió—: Efin, supongo que podría realizar unpequeño. Volveré a aprenderlo por l
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mañana para reemplazarlo. —¿De veras? —El kender se ech
hacia adelante, excitado—. ¿Un conjurde verdad?
Bajó la voz al tiempo que echabuna ojeada al goblin y al minotauro. E
goblin cerró los ojos, aunque suponíque no sabrían si estaba o no despierto menos que se acercaran a él.
—Vale, estoy dispuesto —susurró ekender—. No prenderás fuego a nada¿verdad? Todo está muy seco, pues n
ha llovido hace cinco días. Cualquieotra cosa valdrá. —No te preocupes. —El mago alz
as manos—. Impil-teh peh.
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Una tenue luz azulada, una bolminúscula del tamaño de una uñaempezó a brillar en la oscuridad, entros dedos del elfo. El goblin contuvo e
aliento, por miedo a hacer el menoruido que lo descubriera. Tampoco é
había visto ejecutar magia hastentonces, y la visión lo asustaba tantcomo lo excitaba y lo fascinaba.
Los dedos del elfo iniciaron unomovimientos en torno a la bola, y lpequeña esfera respondió yendo de un
mano a otra, balanceándose atrás adelante. Un instante después, la bola sdividía en dos esferas del mismamaño; luego cada una de ellas s
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dividió otra vez y fueron cuatro, despuéocho, todas rodando al ritmo marcadpor las manos del elfo. A la tenue móvil luz, el goblin vio los ojos dekender, brillantes.
El elfo varió el movimiento de la
manos. Las ocho bolas azules empezaroa girar una detrás de otra en un pequeñcírculo, al tiempo que cambiaban d
color, de azul a violeta, después rojonaranja, amarillo, verde y, por últimootra vez azul. Luego cada bola cambió
un color distinto del resto y todagiraron en torno a los dedos del magmientras éste manipulaba su esencimágica. Formaron una figura ovalada e
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el aire y giraron más y más deprisahasta que pareció que había un cordódorado de luz que daba vueltas sobre smismo, al igual que lo hace una monedsobre su canto un momento antes de caesobre una de las caras.
El elfo tenía los labios fruncidos, eun gesto de concentración. El círculempezó a variar de forma mientra
giraba en el aire y tomó la de ucuadrado, después la de un triángulo y continuación la de una estrella de cinc
puntas. Luego alteró su forma más aúnun pájaro, un conejo, un pez, todo ellen un remolino silencioso.
Los dedos del elfo variaron e
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diseño una vez más. Ahora era unreluciente columna verde que sestrechaba y giraba cada vez mádespacio hasta detenerse sobre su palmextendida; de ella empezaron a crecehojas, como si fuera una planta viva
Cada hoja surgía delineada y después srellenaba con un color suave; del tallprincipal crecieron espinas. La part
superior de la planta floreció en ubrillante capullo rojo que, poco a pococreció hasta que una rosa carmesí s
alzó hacia el cielo.El mago articuló una palabra en vobaja, y la planta desapareció dando pasa una pequeña bola de luz blanca. A
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cabo de un momento, surgió la figura dun ratón que correteó de un lado a otrsobre la palma del mago, ion lcuriosidad de un roedor vivo. Cuanderminó de explorar la mano, el ratón srguió sobre las patas posteriores
ejecutó una breve danza, hizo unprofunda reverencia al kender y al mago se desvaneció en un punto de luz qu
se apagó lentamente.Todo volvía a estar a oscuras. E
goblin estaba tan absorto que casi habí
olvidado respirar. Cerró la boca poco poco, sin querer creer que todo hubieracabado. Parpadeó y tuvo que esforzarspor contener el impulso de frotarse lo
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ojos. Era magia. Magia de verdad.Entonces oyó gemir al kender.Volvió la mirada hacia la pequeñ
figura sentada junto al elfo. El kender scubría los ojos con las manos y drepente soltó un hipido y se echó
lorar.El mago le rodeó los hombros con e
brazo.
—¿Qué te pasa? —preguntdesconcertado.
El kender se recostó contra el pech
del elfo; los sollozos sacudían smenudo cuerpo. Transcurrieron largominutos.
—Papá y mamá me dijeron que l
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magia era maravillosa —musitó entrhipido e hipido—. Dijeron que nunca lhabían visto, pero que sabían que eralgo bueno. Deseaban con todo scorazón verla, pero nadie quismostrársela. Me dijeron que lo
hombres no eran tan malos, y que, tavez, algún día, un humano o un elfo noa enseñarían si teníamos paciencia co
ellos. No creían que un humano lehiciera daño, pero ellos se lo hicieronLos humanos hicieron mucho daño
papá y a mamá, y yo no pude ayudarloporque estaba demasiado asustado y mhabía escondido, y, cuando los humanose marcharon, tuve que enterrarlos
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rezar las oraciones que me habíaenseñado. Estaba demasiado asustadpara ayudarlos, incluso cuando lehicieron mucho daño. Ojalá hubiesenido magia en ese momento par
haberlos ayudado. Anhelaban tanto ve
magia… —Siguió sollozando, con erostro hundido en las ropas del elfo.
El goblin reparó en que tenía lo
puños apretados, temblorosos. Algo lescocía en los ojos y le costaba trabajver. Despacio, abrió las manos y s
cubrió la cara con ellas. Detestaba ldebilidad, la había odiado toda su vida ahora lo dominaba por completo. S
odió a sí mismo por ello, y todo po
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culpa del kender, de ese maldito, débiestúpido y miserable kender. Unohilillos húmedos le escurrían, por lamejillas; el goblin se mordió el labihasta que notó el sabor de la sangre.
«Mañana. Que llegue pront
mañana», deseó. No lucían las estrellas. Las llama
altas de una hoguera ardían en la cumbr
del cerro, visibles entre la espesarboleda y la maleza. Los grillocantaban por todas partes.
—Así que crees que sabes cómmanejar a esa chica elfa, ¿no? —Dijo eguardia con una mueca—. ¿No te parecque es un pastel demasiado grande par
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i?El sonriente guardia había vuelto e
rostro hacia su compañero, que estabnclinado para recoger leña. El gobli
hundió su cuchillo en los riñones dehombre, atravesando la armadura d
cuero. El dolor fue tan intenso, que eguardia supo que iba a morir. Estabaterrado e intentó gritar, pero no sali
sonido alguno de su boca, tapada con lmano callosa del goblin, que le torció lcabeza hacia atrás con increíble fuerza
El hombre alargó las manos hacia lespalda para agarrar a su atacante, pera agonía del dolor se adueñó de s
cerebro y le hizo olvidar todo lo demás
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El goblin dejó que el cuerpo sdesplomara en el suelo.
—Puedes apostar a que sé cómmanejarla —dijo el guardia que recogíeña. Se acuclilló para colocar mejor l
caiga sobre los hombros y luego alarg
a mano para coger otros trozos dmadera—. El bien redime a los suyosreza el dicho, y yo voy a redimir a es
muchacha elfa antes de que llegue star. Ya a saber lo que es un hombre; o voy a ser el clérigo mayor. Puede
quedarse con los otros esclavos. Pero hesperado mucho tiempo para renunciaahora a ésta.
Recogió el último trozo de leña; e
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ese momento, la mano del goblin scerró con fuerza sobre su boca y lapretó contra su pecho. La afilada hojhendió con facilidad la garganta dehombre. El guardia supo lo que pasabapero no pudo hacer nada por evitarlo
ampoco le fue posible gritar.El silencio se adueñó otra vez de
oscuro bosque, y enseguida se reanud
el chirrido de los grillos. Todo estabmpregnado del olor a sangre.
El goblin esbozó una mueca, limpi
a hoja del cuchillo y echó a andar entros árboles. No sentía el menor signo ddebilidad; no con el conjuro de fuerzmágica que el elfo le había echado. S
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creyó capaz de alzar en vilo a un caballsi quería; quizás a diez caballosAdemás, llevaba un anillo que alterabos sonidos a su alrededor, de maner
que un hombre pensaría que habíescuchado el ulular de un búho si e
goblin hablaba, o el soplo del viento scaminaba. Aquello era demasiado buenpara ser verdad. En su excitación
apenas advertía el frío.El campamento de los istariano
estaba en lo alto del cerro, donde lo
hombres se apiñaban en torno a lhoguera para resguardarse del cortantaire. Cuesta abajo, en un claro, mediocultas por los árboles, había varia
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carretas junto a todos los caballos de lostarianos. El elfo había explorado eerreno por medio de hechizos e inform
que en uno de los carros había esclavosuna mujer elfa, un viejo enano y trechiquillos, humanos o elfos, no estab
seguro. Las otras tres carretas estabavacías. El kender calculaba que eraunos veinte hombres y el goblin que era
veinticuatro; veintiuno, ahora que habímatado a tres mientras rodeaba ecampamento.
El elfo y el minotauro se habíaquedado abajo, junto a las carretas, paratacar a los centinelas que estaban allíEl mago ejecutó un hechizo par
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silenciar el tintineo de las cadenas deminotauro. El goblin se agazapó y sacun frasco estrecho, de cerámica, de usaquillo de cuero que colgaba de scinto de cuerda. Era la hora. Quitó eapón de corcho y se bebió el contenido
hizo una mueca de asco al paladear eamargo sabor del líquido. Se limpió loabios mientras se incorporaba, arrojó a
suelo el frasco y echó a andar mediagachado hacia el resplandor de lhoguera.
A cada paso, imaginaba la espadmágica. Se vio a sí mismo manejándolaen lugar de su machete, y se vio tambiédespués de haber formulado su deseo, e
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único deseo. La idea casi lo hizavanzar demasiado deprisa y descubrisu presencia a los humanos, que sencontraban directamente frente a él, upoco más adelante. Se agazapó tras uárbol, confundiéndose con la oscuridad
Se encontraba a sólo sesenta metros da hoguera que ardía en lo alto del cerro
—No es como si matáramos a gent
de verdad, ¿sabes? —El humanhablaba en voz baja, pero su tono erseguro y enterado. Cambió de postura
su armadura tintineó. Cota de mallaquizá con pectoral—. Tú y yo somopersonas de verdad. Conocemos ldiferencia entre el bien y el mal. Lo
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dioses nos han bendecido con unrevelación que ninguna otra raza tieneEsa revelación es ver nuestro destino
o somos como esas razas mestizas qusólo ven la comida del día siguiente. Nmerecen respirar el mismo aire qu
nosotros. Por los dioses benditos, ¿tgustaría vivir en una ciudad cogoblins?
Eran dos hombres los que estabadelante del goblin, a unos nueve metrode distancia, cerca de un montón d
arbustos y ramas de un árbol caídoPodía verlos bien con el resplandor da hoguera. Uno vestía cota de malla y e
otro cuero remachado. El goblin supus
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que el de la cota de malla era ecabecilla, tal vez un caballero. Serídifícil matarlo si no se hacía de lmanera adecuada. El goblin se preguntsi debería evitarlos con un rodeo, perno le gustaba la idea de dejar a nadi
vivo tras él, sobre todo a alguien a quieno le gustaba vivir con goblins respirar su mismo aire.
El hombre de las ropas de cuerremachado apartó la vista de scompañero; los dedos que sujetaban l
anza se aflojaron un poco. —No, Reverencia —farfulló.El goblin se quedó petrificado
«¡Dioses de Istar! ¡Un clérigo!», pensó
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Quizás uno de los que oían lo qupensabas.
—Bueno, a mí tampoco me gustarí—dijo el hombre de la cota de mallamirando al otro humano mientraesbozaba una sonrisa a medias—. A
nadie le gustaría. Sabes las maldadeque hacen los goblins, ¿no? Claro que sTenemos que destruirlos, y sabes que e
correcto. Y a los kenders. Disculpa si thago esta pregunta, ¿pero crees qualguno de los dioses del Bien habrí
creado a un kender? —Bueno, ellos… —Se interrumpióEra evidente que intentaba enfocar estcon mucho cuidado— No son… Quier
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decir… Los kenders causan problemaso sé, pero…
El hombre de la cota de mallresopló divertido. Volvió la vista hacia distante hoguera del centro de
campamento, a cuyo alrededor s
arracimaban los petates de dormir. Eenue resplandor del fuego se reflejó e
el pulido peto de acero.
—Lo que intentas decir es que lokenders no son tan malvados como logoblins, ¿cierto?
El hombre vestido con cuero aspirhondo, lo pensó mejor y no dijo nada. —Así que crees que los kenders n
son tan perniciosos como los goblins. —
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El de la armadura suspiro— Piensas quactuamos mal, ¿no? Cumplimos lvoluntad de los dioses del Bien y dePríncipe de los Sacerdotes, ¿y piensaque eso está mal?
—No. —El hombre parecía mu
asustado. El goblin apenas pudescuchar su respuesta—. No, no es esoReverencia.
—Ah —dijo el clérigo, al pareceaclarado el malentendido—. Según ecapitán, ésta es tu primera campaña. S
que resulta duro, y a veces todo parecmuy confuso. Quizá siempre, ¿no?El otro hombre bajó la vista al suel
pareció que asentía con un cabeceo
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sin querer hablar.El peor temor del gobli
desapareció. Si este clérigo leía lamentes, ahora no lo estaba haciendo. Egoblin estudió el terreno que tenía antsí y después sacó algo de un bolsillo
o podía contar con llevar a cabo ugolpe efectivo a través de la cota dmalla, tendría que recurrir a la poció
de poder. Salió despacio de la sombrdel árbol.
—También para mí fue muy confus
cuando empecé. —De repente, la vodel clérigo sonaba extrañamentvulnerable—. Fue terrible al principio
o me preocupaba luchar contra lo
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goblins, pero otras cosas mdesazonaban. Tuvimos que combatir coenanos una vez. Me aterrorizaron cosus ojillos mudables, sus espesabarbas, sus cuerpos achaparradosLuchaban como… —El clérigo bajó l
voz y volvió los oscuros ojos hacia enuevo recluta— como si estuvieraposeídos por los Siete Malignos.
En el silencio que siguió a supalabras, sólo se oyó el 1 crepitar de lhoguera. El viento pareció soplar co
más fuerza a su alrededor. —Fue una guerra terrible en lamontañas —continuó | el clérigo con voqueda—. Vi a mis amigos mori
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aplastados por avalanchas, atravesadopor dardos y flechas. Los tuve en mibrazos, con los miembros segados pohachazos, suplicándome que los sanaraEso fue lo que los enanos hicieron conosotros en las montañas.
No luchaban como humanos. No erahumanos. Eran seres malignos. Entonceo comprendí todo y por fin creí en s
maldad. Ojalá hubiese habido un modmejor de aprender la lección sin habeenido que pasar por aquello. No quier
volver a ver morir a mis amigos en mibrazos de ese modo, desangrándose sipoder hacer nada para evitarlo, pueodos mis conjuros los había utilizad
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antes en sanar las heridas de otros. —Los ojos del clérigo relucían combrasas. Alzó la mano y dio unapalmadas en el hombro del soldado—Me gustas, muchacho. Me recuerdas como yo era, antes de aquella guerra e
as montañas. Ojalá no cambiaras nuncaLo digo de verdad. Así eres mucho máfeliz.
El soldado carraspeó y esbozó unímida sonrisa. El clérigo le sonrió a s
vez. El hombre más joven se llevó l
mano a la frente para limpiarse el sudorAlgo se movió entre sus pies y sdeslizó despacio por sus piernas. Esoldado se incorporó de un brinco a
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sentirlo. Algo lo tenía agarrado por loobillos, y perdió el equilibrio; al cae
al suelo soltó la lanza. El clérigempezó a sacudirse los muslos cogestos frenéticos. Veía hierba alta enredaderas y raíces y zarza
enredándose en torno a sus piernas comcadenas de hierro. Los dos hombreabrieron la boca para gritar, pero n
emitieron sonido alguno. En lugar dello, los grillos chirriaron más alto, eviento sopló con más fuerza, los pájaro
nocturnos piaron. Los hombres questaban junto a la hoguera, en lo alto decerro, siguieron ocupados en suasuntos, sin advertir nada.
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El goblin salió de la oscuridadEnroscó un cable flexible en torno acuello del clérigo y apretó. Los ojos dehumano se desorbitaron; intentó meteos dedos bajo el cable, pero no habí
hueco. La lengua le asomó entre lo
dientes y sus ojos en blanco miraron siver las estrellas.
El soldado caído en el suelo s
debatió para librarse de las plantas que apretaban piernas, tronco y brazos
subían hacia su rostro; gritó y gritó, per
sólo oyó a los grillos y a los pájaronocturnos y al viento que agitaba lacopas de los árboles.
Entonces el clérigo se desplomó d
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espaldas sobre las retorcidas plantas; loscura sombra soltó el Lazo corredizo miró con frialdad al hombre caído. Esoldado lo vio y entonces creyó lo quel clérigo había dicho sobre los seremalignos; lo creyó todo, y chilló com
un loco hasta el último momento. Nadio oyó.
«Demasiado bueno para se
verdad», pensó el goblin. —¿Dónde se han metido, en nombr
del Abismo? —rezongó el capitán, sin l
menor consideración hacia los hombreque dormían a su alrededor.El goblin llegó a la conclusión d
que tenía que ser el capitán, aunque n
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levaba armadura. Su porte y actitudenotaban al primer vistazo que era uhombre con mando.
—¡Eh, tú! —Gritó a un centinelsituado al otro lado del campamento—Ve a buscar a esas comemierdas y dile
que el fuego se está apagando; y qumuevan sus culos gordos deprisa vuelvan con la leña ahora mismo. Dile
ambién que quiero verlos después. Sienen tiempo para cazar ardillasambién lo tendrán para hacer otra
areas que les voy a encargar. ¡MuéveteLos hombres siguieron dormidos. Ecentinela se cuadró y se metió entre loárboles, pasando ante el invisible gobli
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dejando atrás al barbudo capitán quespantaba mosquitos e insectos cachetes.
—Odio estar en el campo —rezongel capitán—. Detesto acampar descubierto, acosado por insectos qu
muerden y pican. A la naturaleza lmporta un bledo mi persona, mi rango
ni nada. No hay modo de defenders
contra eso.El goblin echó un vistazo a
centinela que se alejaba. No er
probable que encontrara a los doúltimos cadáveres al estar cubiertos dplantas, pero, si continuaba en aquelldirección, se toparía pronto con los tre
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primeros. El tiempo se estaba acabandoEscondido tras un grupo de retoños dárbol, el goblin se frotó los músculos dos brazos mientras volvía la vista haci
el campamento. Contó doce petateextendidos alrededor de la hoguera; e
capitán estaba de pie, ocupándose émismo de hacer la guardia. Los otrohombres debían de encontrarse en l
adera, más abajo, con los caballos y lacarretas, si es que seguían vivos, cosque el goblin dudaba.
El kender tenía que estar a punto dentrar en acción. El goblin debía llegaprimero y buscar la espada. Se tomiempo para escudriñar el campament
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con los ojos entrecerrados para eludir eresplandor del fuego, buscando alguncaja que pudiera contener una espadaLas provisiones y los bultos estabaapilados en un único montón, al borddel claro, a unos dos tercios de
perímetro por su izquierda. Ndistinguía bien lo que había en la pila dobjetos, pues el fuego restaba eficacia
su visión nocturna. Su única esperanzera que el capitán hubiera considerada espada lo bastante valiosa par
levarla al campamento y así evitar qua robaran.El goblin se movió sigiloso par
apartarse de la luz y empezó a recorre
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el perímetro del campamento, hacia lzquierda. Procuró no pensar en l
posibilidad de que el elfo, el minotauro incluso el kender encontraran primera Espada del Cambio. Había soñadanto con el arma durante los do
últimos días, que no podía imaginar nposeerla. La ganancia era mucha, y él sa merecía. La concesión del dese
compensaría toda una vida de soledadprivaciones y tratos brutales. Lo librarípara siempre de sufrimientos.
Todavía se sentía como si el conjurde fuerza siguiera funcionando. Ignorabsi la poción de control de plantas estabo no activa, pero no le importaba. S
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podía acercarse lo suficiente a lopaquetes de provisiones y encontrar lespada, no le haría falta enredar a losoldados con las plantas otra vez; todcuanto tendría que hacer sería huir coel botín. No. Cambió de parecer
Utilizaría los efectos de la poción sodavía funcionaba. Mejor serínmovilizar a todo el mundo co
enredaderas hasta que hubiesformulado su deseo. Entonces ya nadmportaría.
La ladera del bosque descendía eun pronunciado declive por detrás de lopaquetes de provisiones, y caía a plomunos seis metros. El goblin gateó ta
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pegado al suelo como le fue posible, siapresurarse. En cualquier momento, eguardia que había entrado en el bosquencontraría alguno de los cadáveres daría la alarma. Pero el goblin no podípermitirse ir deprisa. Alcanzó el bord
del herboso barranco. Estaba sumido eas sombras proyectadas por las caja
de provisiones y baúles, qu
nterceptaban la luz de la hoguera. Egoblin decidió correr el riesgo dasomarse, agazapado, y echó un vistaz
al campamento.Justo en ese instante, el kender llegvolando del cielo y aterrizó en medidel campamento, a dos metros escaso
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de distancia del capitán, así como depropio goblin.
Ocurrió tan deprisa que el goblin squedó paralizado cuando alzaba un pipara dar un paso, y el capitán ni siquiergritó para despertar a los demás. E
kender se limitó a mirar en derredordespués saludó al capitán con la mano esbozó una sonrisa traviesa. Llevaba e
oscuro cabello lleno de enredos y srostro, marcado de cicatrices, pringadde barro; se acercó al capitán hasta cas
rozarlo. El kender vestía sus habitualeharapos sucios, una mezcla de ropadesgarradas y pieles de animales, sostenía entre sus brazos una bols
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grande: la bola de fuego. —¿Qué demonios…? —musitó e
capitán. Su mano derecha fue hacia ldaga que llevaba enfundada a lespalda. Sin que se alterara sexpresión, saludó al kender moviendo l
otra mano.El kender brincó en el aire, dio un
voltereta hacia atrás, y aterrizó de nuev
sobre sus pies, con el rostro radiante dexcitación. Hizo un gesto con la cabezal capitán, señalando brevemente haci
el cielo, como instándolo a que saltarambién.El hombre se humedeció los labios
Sus dedos se afanaban en desatar la
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correas de seguridad que sujetaban ldaga a la funda.
—Eh… me temo que soy incapaz dvolar como tú —dijo, esbozando unsonrisa forzada—. Pero ha sido undemostración fantástica.
Por el rabillo del ojo, el gobliatisbo un brazo que salía despacio entras mantas de un petate, situado a tre
metros detrás del kender, y se acercabhacia una espada tendida en el cielo. Aparecer, el capitán también lo habí
visto, pero, tras echar la primera ojeadaevitó mirar otra vez hacia allí. —¿Sabes hacer más trucos? —
preguntó el capitán en un tono cas
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amistoso. —¡Claro! —Contestó el kender
cuya expresión se tornó contrita dnmediato—. No debo hablar —farfull
en tono de disculpa—. Un error mío. Dodas formas, aquí tienes mi últim
ruco.El soldado del petate a espaldas de
kender levantó la espada y después, mu
despacio, rodó sobre sí mismo haciadelante para situarse a una distancia ea que pudiera utilizar el arma. El gobli
se puso tenso. No tenía la menor idea dqué hacer a continuación.El kender se agachó y saltó en e
aire. Todavía con la bolsa en los brazos
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voló hacia la oscuridad. El soldadarremetió; la espada trazó un arcdescendente, pero falló su blanco pocompleto.
—¡Alerta! —bramó el capitánolvidándose de la daga y desenvainand
su espada larga—. ¡A las armasArriba, moved vuestros gordos culosA las armas, malditos seáis!
El kender había desaparecido en eoscuro cielo sin estrellas. El gobliretrocedió tras los arbustos, hasta e
mismo borde del barranco. No tenía víde escape. Buscó cobertura poniendo eronco de un árbol entre sí mismo y e
campamento que despertaba, y maldij
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para sus adentros al kender por estar punto de provocar su muerte.
Hombres soñolientos y asustadosalieron precipitadamente de entre lamantas y buscaron a tientas armas corazas, escudos y yelmos. El capitá
miraba a lo alto, esperando atisbar akender en el oscuro cielo, a la vez quprofería maldiciones.
—Siento haber fallado, capitán —dijo el soldado que había intentadatravesar al kender—. Lo tenía just
delante cuando de pronto se elevó. ¿Eque es un hechicero? —Tiene que serlo —contestó e
oficial con voz tensa, todavía con l
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mirada prendida en lo alto— Volaba. —¿Qué sucede, capitán? —gritó un
de los hombres, con la mitad de unarmadura puesta y un hacha en la mano.
El barbudo capitán bajó la vistaTodos sus hombres estaban ya de pie
amontonados a su alrededor. —Tú —dijo, señalando a un hombr
pelirrojo—. Baja y trae al clérigo
puede que tengamos problemas. Dilque hay un hechicero suelto por loalrededores. Lleva a tres hombre
contigo. No… ¡Oh, maldita sea! —Ecapitán se llevó las manos a los ojos se los frotó con fuerza; otros hombreque estaban cerca de la hoguera hiciero
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o mismo. De las llamas saltabachispas a medida que una lluvia dpolvo negro caía sobre ellas. Era enicio de la bola de fuego.
El goblin comprendió el peligro quse avecinaba cuando el polvo negr
empezó a caer y los hombres a maldecirSupo que tenía que huir, pero vaciló unstante antes de echar a correr, pues n
sabía adónde ir sin que lo descubrieranAquel segundo era todo el tiempo deque disponía y lo perdió.
Se produjo una explosión de lublanca y amarilla, tan grande como unmanzana de casas. La onda expansiva sextendió más allá de la hoguera hast
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abarcar todo el claro, perfilando locuerpos de los hombres lanzados al airdurante un instante, antes de engullirlos.
Un sólido muro de calor abrasador aire se precipitó sobre el goblin a travéde las ramas y las hojas, incinerando lo
árboles a su paso. Las llamas lalcanzaron, le chamuscaron el vello dos brazos y el pelo, prendieron fuego
sus harapos y abrasaron hasta el últimcentímetro de piel expuesta a aquenfierno. En medio de la agonía, e
goblin alzó los brazos en un gestnstintivo para protegerse. No tuviempo de sentir verdadero miedo, ni d
reaccionar, salvo para moverse.
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Se dio media vuelta y se arrojó poel barranco. Cayó por el aire, bañado ea luz del fuego, sintiendo un instante e
rugido del viento en los oídos mientrael distante suelo salía a su encuentro.
El impacto le dejó vacíos de aire lo
pulmones cuando cayó en la tierra. Rodcuesta abajo en un loco torbellino dbrazos y piernas hasta que chocó contr
un árbol. No podía respirar. Un millóde espinas y ramas le habían desgarrada piel abrasada. Una masa de hoja
ardientes cayó a su alrededor. Se obliga ponerse de rodillas sin pensar en nadmás. Luchó por llevar aire a supulmones y sintió como si una docena d
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afilados cuchillos se los atravesaranEra el dolor más espantoso que jamáhabía sentido, peor que las quemadura los cortes. Se puso de pie
conmocionado, sin atreverse a respiraotra vez, y avanzó a trompicones, si
reparar en nada, hasta que tropezó coun tronco. Algo lo golpeó en la frentcomo un martillo, y el mundo se sumi
en la oscuridad.Durante un minuto, el goblin no pud
recordar qué ocurría ni qué estab
haciendo allí. De lo único que erconsciente era de aquella peculiasensación de entumecimiento. Unamágenes extrañas empezaron a acudir
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su mente, parte de alguna horriblpesadilla que giraba en su cabeza comun torbellino. Recordaba quién era, perno dónde se encontraba ni por questaba allí. Yacía de espaldas, notandque una especie de insensibilida
desaparecía para dar paso poco a poca un creciente dolor que abarcaba todsu cuerpo. Soñó que lo había bañado u
río de lava y lo habían golpeado cogarrotes.
«Estoy en el bosque, de noche. Ha
una gran hoguera en lo alto de un cerrosobre mí. Debería marcharme de aqupero no sé dónde estoy ni por qué mencuentro en este lugar», pensó.
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Empezó a rodar sobre sí mismopero enseguida se detuvo e hizo unmueca al sentir un horrible dolor que sniciaba en lo más hondo de su pecho
Poco a poco recordó al kender, despuéal minotauro y al elfo. Incluso se acord
de la espada, pero no tenía ni idea dpor qué le interesaba. Poco despuésambién recordó aquello.
Por fin se puso de rodillas, pero squedó quieto, estremecido por lapunzadas que le producía en el pech
cada inhalación. La explosión se debía a bola de fuego hecha por el elfo coaquel polvo de carbón, y que según supalabras había fabricado con la ayud
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de unos gnomos, que le habíaproporcionado el polvo para eencantamiento. El goblin se preguntó sel kender habría sobrevivido a lexplosión al encontrarse tan alto en ecielo.
El elfo le había advertido al kendeque no permaneciera suspendido en eaire demasiado tiempo, ya que e
hechizo perdería fuerza y el hombrecillse precipitaría a su muerte. Quizás ekender no había tenido que preocupars
por tal posibilidad, si la curiosidahabía sido más fuerte que él y habíntentado presenciar la explosión d
cerca. El goblin se encontró deseand
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que el kender siguiera por allí. Al fin al cabo, se dijo, él había hecho todo erabajo.
Entonces recordó al elfo y aminotauro. El elfo estaría buscando lespada en este mismo momento,
contaba con la ayuda del minotauro, ascomo con sus otros hechizos.
«No importa —pensó de repente e
goblin—. Voy a matar a ese elfo. Voy matar a ese elfo y al minotauro tambiénPuedo hacerlo; he matado a un montó
de hombres hoy. Los mataré a todos. Sofuerte, nada puede ocurrirme. Sólo tengque apoderarme de esa espada, y eso eodo cuanto necesitaré. Tengo qu
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hacerlo ahora».Con cuidado, buscando apoyo en e
ronco, el goblin se puso de pie empezó a caminar a trompicones cuestarriba.
El humo se extendía por el campo
medida que las llamas prendían en loárboles secos y arrojaban al cielo milede chispas ardientes. Las nubes s
iñeron de color naranja.El goblin remontaba el cerro paso
paso, y cada movimiento era una agonía
Sus abrasadas manos se aferraban a laramas, a los matojos y a las piedrasTrepó hasta creer que llevabnterminables años haciéndolo. Er
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como si hubiera estado haciendo lmismo desde su nacimiento. En variaocasiones comenzó a delirar y balbuceacerca de cosas que parecían tenemucho sentido pero que enseguida sborraban en su mente. Chilló y cantó y
aferrándose a la hierba, se arrastrsobre el estómago y tiró de sí mismhacia arriba. Vio que lo habí
conseguido. Todavía estaba cantandalgo, una tonada que había oído a loasesinos de la cuadrilla en Dravinar de
Este, pero olvidó la canción cuando lsobrevino un golpe de tos causado poel humo y el hedor de carne quemadaDescansó un momento y después se aup
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para echar un vistazo en derredor.Le llevó un poco de tiempo, per
por último comprendió que el fuego ea cumbre del cerro estaba apagándose
Y sólo tardó unos segundos en llegar a conclusión de que era probablement
obra del hechicero elfo. El goblicontempló en silencio cómo un pequeñfuego que tenía delante se consumía e
una mancha ennegrecida de ceniza humo. Sólo la debilitada hoguera decampamento emitía algo de calor y luz.
El goblin tembló cuando un violentescalofrío lo sacudió. Sabía que sdebía tanto al miedo como a su estadfísico, sobre todo por las quemaduras
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Tenía que encontrar la espada. Npodría resistir mucho más tiempoAvanzó a gatas, con el cuerpestremecido de dolor, y buscó en emontón de provisiones y cajas.
Entonces oyó que alguien caminab
a trompicones en su dirección, a travéde los abrasados restos del campamentoEl goblin tosió y miró a su alrededor.
Una aparición ennegrecida, coarmadura de la guardia, alargó lobrazos hacia el goblin mientras s
acercaba. Su rostro estaba quemado dal manera que era irreconocible, y lamanos, sin dedos, eran dos muñonenegros.
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La figura caminó con movimientorígidos hacia el goblin, dejando tras dsí un rastro de humo procedente de suropas chamuscadas. El hombre estabciego y desprevenido.
El goblin chilló aterrorizado. N
siquiera pensó en huir o luchar. Todcuanto sabía era que eso era un hombrmuerto, un hombre en cuya muerte é
había tomado parle, y que ahora venía vengarse. Conocía todas las historiasobre muertos y no quería saber ningun
más.La horrenda aparición tropezó en ucadáver tendido en el suelo y sdesplomó con un grito amortiguado
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Trató de incorporarse durante umomento; luego quedó tendido nmóvil.
El hedor llegó entonces al goblinque tuvo una arcada, pero se obligó apartar la vista del hombre muerto
reanudar su avance a gatas. Sabía quencontraría cosas peores a medida quse acercara al centro de la explosión
pero no le importaba. Tenía quencontrar la espada.
Un revoltijo de madera carbonizad
surgió a la mortecina luz de la fogata, unos diez metros de distancia. En uarranque de energía que no creía tenea, el goblin soltó un grito d
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satisfacción y gateó con rapidez sipreocuparse de sobre qué tenía qupasar para llegar hasta allí.
Sus dedos impacientes se alargarohacia las cajas humeantes. Vio que, eefecto, habían sido las provisiones de
campamento, pero todavía cabía lposibilidad de que la espada sencontrara entre ellas. Estaba ya ta
cerca, tan próximo al único poder qupodría poseer, que siguió buscando sipensar en más. Se puso de rodillas
ntentó examinar las cajas a la mortecinuz de la fogata.Casi de inmediato, vio una qu
estaba apartada del resto. Era el estuch
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de un arma, en su momento cubierta delegantes tallas elfas en la superficie dmadera, pero ahora medio abrasada. Erun poco más grande de lo que sería unespada. El goblin la cogió mientraanzaba un grito inarticulado y l
arrastró hacia sí; la manoseó buscandos cierres. Sus dedos tocaron uno, l
abrieron y levantaron la tapa.
Pero la caja estaba vacía.Parpadeó.Ya estaba vacía.
Miró de nuevo en su interior.Seguía estando vacía.Vacía. Vacía.Alguien se movió por e
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campamento, a sus espaldas.El goblin se dio media vuelta
iritando, pero sin sentir dolor alguno. —¡Oh, dioses! —exclamó la vo
sofocada del elfo. Su semblante estabpálido por la impresión y se cubrió l
nariz y la boca con un pañuelo parevitar el pestilente hedor—. ¡Estáherido! ¡No te muevas!
El goblin bajó despacio la visthacia la mano derecha del elfo, en la qusujetaba una reluciente espada larga co
gemas incrustadas.El elfo enfundó el arma en una vainque el goblin no conocía.
—Encontré la Espada del Cambio e
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poder de uno de los guardias, junto a locaballos —dijo, mientras se apresuraba llegar hasta el goblin y se arrodillabpara examinarle las heridas—. Ehombre acababa de ganarla en unpartida de dados o algo por el estilo. E
minotauro se encuentra al pie de lcuesta. Los esclavos huyeron a lacolinas. Te llevaré a un arroyo par
avarte las heridas. Si ese kender estpor los alrededores, haremos que tvende. Maldita sea, estás mu
malherido. ¿A qué distancia tencontrabas de la bola de fuego? ¿Npudiste alejarte a tiempo?
Los hombros del goblin se hundiero
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pareció que se derretía sobre smismo. El elfo alargó las manos y lcogió con suavidad por un brazoratando de ayudarlo. El goblin s
encogió al sentir el doloroso tacto, perno se levantó. Se sentó en el suelo y s
quedó mirando la piel del elfo corostro inexpresivo.
—Vamos —dijo el elfo— Tenemo
o que vinimos a buscar y ahordebemos ocuparnos de tus heridas. —Dnuevo alargó las manos hacia el goblin
que alzó la vista hacia su rostro coexpresión estúpida. Entonces bajó loojos y vio la espada.
»Vamos —insistió el elfo.
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El goblin rebulló y alzó las manohacia el elfo al tiempo que se ponía ecuclillas. Respiró hondo y se lanzhacia adelante, eludiendo los brazoendidos del elfo. En el momento qu
sobrepasaba su costado, aferró l
espada con las dos manos. El armresistió el tirón un instante y despuésalió de la vaina.
Tenía la espada. ¡Tenía la espada! —¡Dioses, no! —gritó el elfo
mientras se volvía hacia él.
El goblin retrocedió a trompicones estuvo a punto de caer antes drecuperar el equilibrio. Faltó poco parque el elfo lo agarrara, pero la hoja d
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acero se interpuso en su camino.El elfo esquivó el arma y saltó haci
atrás, en el último instante. —¡Por favor! —suplicó—. ¡No sea
oco! ¡No tienes ni idea de lo qusostienes en la mano!
El goblin lo miró en silencio umomento y después se echó a reír; fuuna risa salvaje, demente, que resonó e
a noche. Sus ojos eran dos relucienteesferas de negrura en medio de srostro, abrasado y sucio. Su pecho s
estremecía como si cada inhalación lmatara. —Dame la espada —exigió el elf
—. ¡Dámela!
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El goblin hizo un gesto de negativsin dejar de reír. Se sentía mareadocomo si el alma estuviera abandonandsu cuerpo.
—Es mía —consiguió articularaunque el dolor le atravesaba lo
pulmones con cada palabra—. ¡Es mespada! ¡Mi espada!
—¡Lo echarás todo a perder, necio
—Chilló el elfo—. ¡Es una espada ddeseos! ¡Podemos combatir a Istar coella! ¡Podemos salvarnos a nosotro
mismos y a nuestros pueblos de Istar sa utilizamos bien! ¡Ahora tenemos loportunidad de hacerlo! ¡Dame lespada!
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El goblin sacudió la cabezdespacio. Mantuvo la punta del armdirigida hacia el elfo, listo pararremeter en caso de que el otro hicieralguna tontería, como cargar contra éPero el goblin se sentía muy cansad
ahora, como si llevara un año sidormir. La espada pesaba mucho y epecho empezaba a dolerle más qu
antes. Intentó tragar saliva, pero incluseso le causaba un gran dolor.
El elfo, que había estado medi
agachado, con los brazos extendidohacia él, cambió de postura. Se pusderecho y bajó los brazos poco a poco.
—Bien —dijo con voz indiferent
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—. Debí haberlo imaginado. Si es lque quieres, así será. —Alzó las mano— No me dejas otra opción.
Las manos del elfo empezaron brillar.
El goblin abrió la boca, levantó l
espada… y no logró recordar su deseo. —¡Aliakiadam vithofo milgreya! —
gritó el elfo— Soma-litarak ciondiama
freetra…Una forma enorme y oscura salió d
entre los matorrales, a espaldas del elfo
a luz de la moribunda fogata silueteó scorpachón pardo y largos cuernos. Egoblin vio al minotauro y cayó despaldas al tiempo que lanzaba un grit
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salvaje. El impacto vació de aire supulmones. No soltó la espada, sino qua sostuvo ante él.
El minotauro movió sus inmensobrazos en un arco amplio; la oscurcadena de hierro zumbó en el aire
golpeó al elfo en la espalda, con lfuerza de un mazo gigante. El elfo salianzado hacia adelante y cayó al suel
hecho un ovillo. El brillo mágico de sumanos perdió fuerza… y se desvaneció.
El elfo se retorció en el suelo
boqueando para coger aire. Consiguigirar sobre sí mismo y se sentó parhacer frente al minotauro. Su pecho sagitaba con movimientos espasmódico
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su rostro estaba contraído en un gestgrotesco de dolor. El goblin vio que lcamisa del elfo, en la espalda, tenía unmancha oscura y húmeda donde U gruescadena lo había golpeado. Sin atreversa mover un sólo músculo, el goblin mir
fijamente al minotauro que se erguía antel elfo. Sus enormes manos balanceabaa cadena, dispuestas a propinar otr
golpe.El goblin intentó recordar su deseo
pero no lo consiguió. Tenía la mente e
blanco. —¿Y bien? —dijo el minotauro en lengua comercial, sin apartar los ojo
del elfo— ¿No vas a echarme u
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hechizo?El mago resollaba, como si l
costara un gran trabajo respirar. Egoblin miró a la enorme bestia y lolvidó todo.
—Puedes…, puedes hablar —jade
por fin el elfo. —Y muy bien —respondió e
minotauro. Articulaba las palabra
despacio, pero con un perfecto dominide la lengua comercial—. Hadescubierto algo de tu mundo que hast
ahora no sabías. He oído decir que loelfos valoran el conocimiento, así questa información te hará un gran servicien el más allá.
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—Aguarda —dijo el elfo, intentandrecobrar el aliento—. Espera umomento. Salimos… para recuperar lespada… para así utilizarla… contrnuestro… enemigo común… IstarTenemos que…
—No —lo interrumpió el minotaur—. Cada uno de nosotros salió parapoderarse de la espada para su
propios propósitos. —El minotauranzó una fugaz ojeada al goblin—magino que nuestro amigo gobli
simplemente busca poder. Quizá. Quierser un dios. Pero yo busco en la espadalgo mucho más sencillo.
El goblin se preguntó si no estarí
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soñando. El elfo se irguió un poco, perparecía incapaz de sentarse derechohizo un gesto de dolor mientras sdejaba caer de nuevo en el suelo, bocabajo, respirando de manerentrecortada.
—Parece que no me has escuchad—dijo el minotauro. La cadena sbalanceó suavemente entre sus manos.
—¡Sí! ¡Te he escuchado! —Sapresuró a responder el mago—. ¿Poqué? ¿Por qué?
—Porque así es el mundo: sólo lofuertes merecen gobernar, y debevalerse de cuanto esté a su alcance parconseguirlo. Porque el verdadero pode
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radica en el caos, .en la destrucción dodas las fronteras, leyes y limitaciones
de manera que todos los seres puedacombatir entre si por el derecho gobernar. Una vez que tenga esa espadame habré asegurado la ocasión d
dominar el mundo, de mar a mar y máallá, para siempre, formulando el desede que el mundo civilizado perezca. Mi
congéneres y yo alcanzaremos por fin libertad y dominaremos lo que quede d
esta tierra triste y torturada.
—Qué locura —susurró el elfomirando de hito en hito al minotauro. —No más que tu esperanza d
destruir una parte del poder de Istar co
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esta espada. A tu manera, abrirías lapuertas del caos, pero dejarías lusticia y el orden del mundo intactos
Aquellos que promulgan las leyes dirigen ejércitos probablementconsiderarían a los minotauros ta
molestos como los considera Istar… al vez no estuvieran tan dispuestos
preservar nuestra raza par
esclavizarnos.El goblin imaginaba que el elfo tení
a espalda rota y, en efecto, así debía d
ser, pero el mago pareció reunir fuerzapara volver a hablar. —Si usamos… todos la espada
podemos… acabar con el poder… qu
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star ejerce sobre todos nosotros —suplicó con voz débil—. Podemoempezar a… erradicar la esclavitud…as masacres y los prejuicios en todo e
mundo, y ser libres. ¡Podemos… creaun mundo nuevo!
—¿Acaso no intentaste sometermcon uno de tus hechizos cuando salimoen esta misión? —Inquirió el minotauro
arqueando una de sus gruesas cejas—Si ése es un ejemplo de cómo sería tmundo nuevo, confieso que no l
encuentro atractivo. Me libré de thechizo, sólo gracias a mi fuerza dvoluntad…, la misma que me ayudó sobrevivir el tiempo suficiente en est
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paraje agreste, hasta que ese patétickender me encontró. Además, no tengnada en contra de la esclavitud y lamasacres… siempre y cuando sean lominotauros los que esclavicen y matenAsí es el mundo. Vosotros, los elfos
deberías salir de vez en cuando dvuestros bosques para descubrir cómson las cosas en realidad. —El sudo
resbaló por el hocico del minotauro—Esto se está alargando demasiado. Tú yhas tenido tu diversión esta noche
Ahora me toca a mí.Adelantó un paso, al tiempo qugiraba los brazos y la cadena. El elfalzó una mano.
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— Elekonia xanes —dijo, apuntandcon el índice al minotauro.
Un pulsante chorro de luz blancbrotó del dedo del mago y alcanzó epecho del minotauro, que se encogió echó atrás la cabeza, rugiendo de dolor
Después siguió avanzando, enloquecido arremetió con la cadena cortar l
cabeza del elfo. El goblin salió de s
estupor y rodó sobre sí mismo parquitarse de en medio.
El mago lanzó un grito estrangulad
cuando la cadena lo golpeó. El goblioyó un segundo golpe y un terceromientras seguía rodando para alejarse.
Fue entonces cuando recordó s
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deseo.Lo recordó perfectamente. Dejó d
rodar y sostuvo la espada por lempuñadura, tendido boca abajo, simirar hacia donde el minotauro azotabal caído elfo.
—Deseo —empezó el goblin covoz ahogada; las manos le temblaban sentía fuego en los pulmones— ser un…
Oyó el rugido del minotaurdirectamente a sus espaldas. Dominadpor el pánico, levantó la espada a
iempo que la bestia saltaba sobre él.Hacía frío, pero el goblin no lsentía demasiado. La frialdad del suelpenetraba en su cuerpo y sus huesos
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pero era una sensación distante, irrealEra raro que no sintiera dolor. Poalguna razón, pensó que debería sentirlo
Alguien llamaba; alguien que estabmuy cerca. El goblin abrió los ojos y vias nubes grises en lo alto; escuchó lo
crujidos de las ramas agitadas por eviento. Algo trío y húmedo le cayó en lfrente. Lluvia, quizá.
Se oyó un ruido nuevo. Era eestúpido kender. Estaba llorando. Egoblin rebulló e intentó mirar en l
dirección del sonido, pero no podímoverse bien. También le costabrabajo respirar.
Unas pisadas sonaron a su lado
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Unas manos pequeñas y frías le tocaroas mejillas y le retiraron el polvo y l
sangre. Giró la cabeza y vio un rostrdelgado, de ojos marrones y enredadcabello castaño.
—¿Estás vivo? —Preguntó el kende
con voz quebrada—. Vi que te movíasPor favor, dime que estás vivo.
El goblin se humedeció los labios
Tenía la boca muy seca y con un gusthorrible.
—Sí —musitó. Hablar le hací
daño. El viento se llevó sú voz. —Ciento no haber estado aquí —dijo el kender, conteniendo los sollozosSus manos siguieron limpiando el rostr
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del goblin—. Me perdí anoche a causde la explosión y el viento, y me estrellen unos arbustos. Caí rodando muchrecho y seguí cayendo y chocand
contra cosas y enredándome en zarzas casi me torcí un tobillo. ¿Qué ocurrió?
—Lucha —logró articular el goblin¿Es que el kender le iba a dar la tabarrcon su cháchara hasta que muriera? E
cualquier caso, sospechaba que eso nardaría en suceder. Entonces recordóntentó mirar en derredor y musit
atemorizado—: Minotauro. —El minotauro está ahí. —El kendemovió el brazo señalando a su derech—. Lo siento. Está…, está muerto. —
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Empezó a llorar otra vez, pero logrcontenerse—. Los humanos lo matarocon la espada de las gemas. El elfambién está muerto. Los humanos l
apalearon hasta matarlo. No quiero quú también mueras.
Sacando fuerzas de flaqueza, egoblin se obligó a incorporarse un poc miró en la dirección señalada por e
kender. El minotauro yacía en el suelohecho un ovillo, con la reluciente hojde la espada saliéndole por la espalda
El goblin recordó entonces el rugido da bestia al precipitarse sobre el acero caer con todo su peso sobre el pecho a cabeza del goblin. Después e
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horrendo aullido estrangulado mientrase incorporaba e intentaba respirar covarios palmos de acero atravesándolos pulmones y el corazón.
El goblin se tumbó otra vezuchando contra el sordo dolor qu
sentía en el pecho. «Debería estacontento —pensó—. Maté a uminotauro. Pero me siento muy cansado
o merece la pena moverse. Sólquiero… Oh. El…».
—Espada —dijo, señalando a
minotauro—. Espada. —¿Qué? —El kender se limpió loojos y se acercó a él.
—La espada —susurró el goblin
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ntentó alcanzarla. Todo se estabponiendo muy oscuro y eso lo asustabapero su mano cogió la del kender y ya nsintió tanto miedo «Estúpido kender»pensó, y el mundo se desvaneció en lnada.
Había palas en una de las carretade transporte. Al kender le llevó el restdel día cavar una tumba lo bastant
grande para enterrar a sus tres amigosEl goblin había le había pedido lespada, así que el kender la limpió co
cuidada tras sacarla del pecho deminotauro, sin tocar una sola vez la hojaLa sostuvo por la empuñadura cuando sdisponía a colocarla al lado del goblin.
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—Quisiera… —susurró el kenderque cerró los ojos para recordar mejoa oración de despedida que sus padree habían enseñado. Pero sólo s
acordaba de las últimas palabras de lplegaria, así que fue lo que dijo—
Deseo que tengas paz en tu viaje, espero que estés esperándome al finadel trayecto.
Como tenía los ojos cerrados no vique la espada emitía un suave fulgomientras hablaba. El resplandor ya s
había apagado cuando colocó el arma eas manos del goblin.El kender llenó la tumba de tierr
hasta la mitad y después la cubrió co
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piedras para evitar que los lobos y otraalimañas sacaran los despojosEmpezaba a amanecer cuando terminó larea.
Dejó los cadáveres de los istarianodonde estaban y se puso en marcha d
regreso a casa.Unas gotas de lluvia comenzaron
caer sobre la cumbre del cerro. A lo
pocos minutos, la tierra se inundaba coel frío y cegador aguacero.
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Las tres vidas de
Horgan
Embaucabueyes
Douglas Niles
Investigación de Foryth Teel
escriba al servicio de Astinus d
Palanthas
Mi muy honorable maestro:Por desgracia, la informació
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relacionada con la historia de los enanode las Khalkist durante el siglprecedente al Cataclismo es escasa y sveracidad muy cuestionable. Aun asprocuraré recopilar los fragmentos quhe descubierto y presentároslos d
manera razonable, en la medida en qusea posible.
La historia comienza con la invasió
de las montañas Khalkist por lostarianos, en el 117 a. C.,
continuación de la reacción de lo
enanos a la proclamación del Manifiestde la Virtud (118 a. C.). La negativa dos enanos de las Khalkist a renunciar
Reorx y jurar obediencia sólo a lo
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dioses del Bien fue vista como uabierto desafío a la autoridad dePríncipe de los Sacerdotes. De ldesastrosa campaña resultante se haceógicamente, una brevísima mención eas historias humanas que ha
sobrevivido hasta nuestros días.Las pocas rutas existentes qu
atraviesan las cumbres de las alta
Khalkist —entre las más notables, lopasos Pilar de Piedra y Oso Blanco—eran las únicas calzadas de superfici
que conectaban los sectores oriental occidental del imperio de IstarEncolerizados por la insolencia de lproclamación humana, los enanos diero
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a espalda a los lucrativos ingresogenerados con el peaje por los pasos cerraron las fronteras de su reino a Istar
La invasión se inició a finales deverano siguiente (117 a. C.)retrasándose hasta entonces a fin d
reducir al máximo las dificultades qupresentaba la profunda capa de nieve eesas alturas. Se enviaron dos legione
contra cada uno de los dos pasoprincipales, un ejército formado pounos cuarenta mil hombres. El abrupt
erreno confinaba a cada ala en uestrecho y profundo valle, y aunquambas fuerzas marchaban a pocas leguade distancia entre sí, no estaban e
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condiciones de prestarse apoyo en ecaso de que surgieran dificultades.
Los enanos sacaron provecho de estdesventaja, saliendo al paso de laegiones meridionales con unos ocho mi
esforzados guerreros. Entretanto, el al
septentrional del ejército istarianavanzaba a paso de tortuga por terrenmás escabroso en dirección a la elevad
divisoria.Llevando a cabo el ataque en el su
por medio de una emboscada en el vad
de un tumultuoso río, el comandantenano eligió el momento más oportunpara el asalto. (A propósito, lonformes indican, aunque no confirman
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que el ejército enano estaba dirigido poel propio Gran Thane Rankil epersona). El ejército de las Khalkisaguardó hasta que la mitad de las tropastarianas hubo cruzado y aniquiló unegión completa y hostigó a la segund
odo el camino de regreso hasta laierras bajas. Allí se quedaron la
restantes fuerzas humanas, con e
espíritu combativo quebrantado. Lacumbres se alzaban como dagadentadas hacia el oeste, arrojando sobr
star las sombras de un anticipadanochecer. (¡Suplico a VuestrExcelencia disculpe mi excesmetafórico!).
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Para entonces, las legioneseptentrionales habían penetrado en epaso del Pilar de Piedra sin haber vista un solo enano. Entonces, de manerrepentina, comenzó el ataque, golpenesperados desde cubierto. Parece qu
hubo una simple repetición en la tácticaUna cuña de fornidos y barbudo
enanos armados con hachas o mazo
cargaba desde una loma o una barranc caía sobre la columna humana
después desaparecían antes de que e
ejército istariano hubiese agrupado sufuerzas. Los ataques se repitieron y lposición de las legiones se hiznsostenible. Las tropas humanas tenía
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que soportar raciones escasas, rigoredel mal tiempo y continuos combates dhostigamiento, pero sus generaleordenaron que se mantuvieran firmes.
Tras varias semanas de soportaestas condiciones, durante las cuale
odo enano varón adulto capacitado para lucha formó parte del ejército de la
Khalkist, los centuriones al mando d
as dos legiones atrapadacomprendieron lo precario de ssituación. La comida empezaba
escasear y la amenaza del invierno sanunciaba en los crudos vientootoñales. Desesperados, locomandantes ordenaron la retirada
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star.Los humanos rodearon sus pesada
carretas de provisiones arrastradas pobueyes con un nutrido contingente dguardias y se lanzaron a toda marchdesde los valles altos. Los bueye
encabezaron la carga contra laapretadas formaciones de enanos cuandas fuerzas de las Khalkist decidieron l
estrategia de obstruir la retirada deejército istariano.
Los informes de fuente istariana
Excelencia, confirman la veracidad desta última táctica al afirmar que lpresencia de los bueyes resultaba menudo efectiva contra los enanos
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Parece ser que los encargados de lacarretas alimentaban a las bestias couna papilla mezclada con ron antes das batallas, un efectivo estimulante quiene fama de convertir en criatura
agresivas a los bueyes, por lo genera
ecuánimes. Son unos animales mugrandes, por supuesto, y en proporciócon los enanos, debieron de parece
elefantes.A pesar de ello, los rechoncho
habitantes de las montañas intentaro
detener al ejército istariano, aun cuandUna barricada tras otra caía ante lapesadas bestias de carga a medida quos bueyes desbarataban la
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agrupaciones de enanos.Con todo, el Gran Thane Rankil s
mantuvo inflexible en su decisión ddestruir las dos legiones.
Por fin los humanos fueroacorralados antes de atravesar el últim
río, un lugar histórico llamado puentThoradin que he logrado localizar en umapa anterior al Cataclismo, y qu
conducía a la seguridad de las planiciede Istar. Aquí aguardaba una compañíde enanos jóvenes, cerrándoles el paso
de nuevo los bueyes entraron eacción.En este punto, Excelencia, se hac
difícil separar la leyenda de la realidad
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Sabemos que el ejército humano sperdió en su totalidad, la mayor derrotmilitar sufrida por Istar hasta la fechaEn cuanto al curso de la batalla, se sabmuy poco.
No obstante, he descubierto un
historia no muy creíble. De acuerdo couna leyenda enana, un joven de esta razaun tal Horgan Escudero, se valió d
cierta gran magia —a la que a menudse hace referencia como el poder dReorx— como señuelo para atraer a lo
bueyes y apartarlos del puentedesviando la funesta carga que habríasegurado la huida de los humanos. Sdice que el tal Horgan vestía una túnic
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con un bordado de hilos de plata qurepresentaba el símbolo de la GraForja de Reorx. De hecho, Excelenciaparece ser que el joven ejecutó umilagro. Se han citado muchadeclaraciones de enanos que vieron l
lama de Reorx encenderse en el joveHorgan y llevar al desastre al ejércitenemigo.
Aquí varían los informes de detalleespecíficos, pero me han asegurado quos testigos hablaban de rayos de lu
plateada que emanaban unas veces desuelo y otras de las nubes. Otroescucharon coros de voces celestialescantos que conmovían incluso lo
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corazones de los duros enanos con spura belleza. ¡Oh, Excelencia, mestremezco al imaginarlo!
Perdonad mis divagaciones. Ecualquier caso, con el fracaso de lcarga de los bueyes, la defensa de
puente se mantuvo firme y el ejércithumano encontró su triste destino. Segúa leyenda, el río se tiñó de sangre hast
a propia Istar. (¡Un anuncio, si queréisdel gran derramamiento de sangre coque los dioses castigarían a esa pervers
ciudad! Indiscutiblemente, Excelenciafue una señal de lo que acontecería: ¡lcreación del mismísimo Mar SangrientoCuán espléndida es la voluntad de lo
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dioses, que se nos muestra a través de lventana de la historia! La historifinaliza con el nuevo apodo de HorgaEmbaucabueyes impuesto al joven por eGran Thane en persona.
Al parecer, técnicamente, Horga
Escudero era demasiado joven parservir en el ejército. Pero, a medida qua guerra se convirtió de manera gradua
en una batalla épica, todos los enanoóvenes que pudieron escaparse de su
hogares se apresuraron a tomar la
armas. Al parecer, Horgan fabricó unbarba con pelo de cabra que se pussobre su incipiente vello facial a fin dadoptar una apariencia de madurez. E
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ruco funcionó, y fue admitido en una das últimas compañías reclutadas para i
a la guerra.Fue esta compañía de jóvene
enanos, que apenas habían recibidnstrucción militar, la que fue destinad
al valle del Pilar de Piedra. Estnexperta unidad se encontr
defendiendo la última posición en la rut
de escapada de los humanos. Entonceocurrió el milagro; los bueyes siguieroal joven hasta la cuneta y la carga de
ejército humano fue detenida.En la ceremonia, parece ser que se otorgó a Horgan algún puesto oficia
quizás honorario. No lo sé con certeza
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En la historia no vuelve a hacersmención de él.
He incluido esta nota legendariaExcelencia, para que os sirva desparcimiento, más que por cualquieotra razón; no puedo atestiguar s
veracidad. Sin embargo, siento —espero que a vos os ocurra otro tanto—que esta historia tiene algo de cierto. E
cuanto al resto de mi misión, apenas hhecho progresos. Muchos han oídcontar historias acerca de un valeros
correo de las Khalkist, alguien quransportaba textos históricos de loenanos al interior de las montañas evísperas del Cataclismo, a fin d
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preservarlos para una época futura. Pernadie ha podido darme la menor pistsobre la localización de dichescondrijo.
Como siempre, seguiresforzándome para sacar a la luz mi
cosas de esta oscura fase en la historide nuestro mundo.
Vuestro más humilde siervo
Foryth Teel, escriba de Astinu
¡Oh eminente historiador!:Disculpad por favor mi inexcusablretraso en presentar este informe.
Suplico vuestra indulgencia par
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relataros mi más recientdescubrimiento, y la luz que arroja sobra imagen que tenemos de la historia. O
escribo al mortecino fulgor de una veladesde un valle barrido por el viento, eas altas Khalkist.
No regatearé esfuerzos parcomunicar las razones que me trajerohasta aquí y las nuevas que teng
mientras la sangre siga fluyendo por midedos entumecidos por el frío.
No había escrito, Excelencia, porqu
he estado recorriendo los senderos de lhistoria durante muchos meses. Viajpor las montañas para investigar enforme que se había filtrado hasta m
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desde las más enrevesadas fuentes: uoven mozo de cuadra, que tenía u
primo que visitaba las altas regionesdonde oyó las historias relatadas popastores… etcétera.
Lo esencial del rumor que llegó
mis oídos era la historia de un fabricantde quesos que tenía un hato de vacaecheras en los valles altos de la
Khalkist. Un día, buscando refugio, esthumilde lechero topó con una cueva quhabía permanecido oculta desde lo
iempos del Cataclismo y que unreciente avalancha había dejado adescubierto.
En el interior de la cueva encontr
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un esqueleto y un paquete de pergaminoprietamente enrollados. Llegó a mimanos una tira de la tela que envolvía epaquete. Vuestra Gracia podrá imaginami excitación cuando vi que el tinte dedibujo del tejido señalaba s
procedencia enana… ¡del preCataclismo!
¿Podría tratarse del mensajer
perdido? ¿El que puso a salvo loregistros de los enanos, incluso mientrael Cataclismo sembraba muerte
destrucción por todas las tierras dstar? Esperaba que así fuera, aunque nenía la certeza.
Sin embargo, aquella evidencia n
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había podido llegar en un momentmejor. Merced a mi incesante abnegada dedicación, había hecho urepaso exhaustivo de toda ldocumentación obtenida de mis fuenteocales, sin ningún resultado. Parecí
que la historia de los enanos de laKhalkist, correspondiente a todo usiglo antes del Cataclismo, se perderí
en la leyenda; pero ahora…, ¡ahorengo esperanza! De hecho, la pruebenía la base suficiente para apartarm
de la comodidad de mi estudio, sin lmenor protesta por mi parte, y llevar cabo la afanosa búsqueda dconocimiento para la biblioteca.
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Mi viaje a las montañas ha sidarduo en extremo. Ojalá pudieseis verExcelencia, los escarpados que se abrea mis pies, las vertiginosas crestarocosas que se ciernen en lo alto, comaguardando el momento de arrojar un
aplastante jabalina pétrea sobre mpobre cabeza desprotegida. Persiempre tengo presente mi deber
soportándolo sin quejas, como voordenasteis.
Más estoy apartándome del tema
Por fin llegué a un pequeño y remotpueblo, Saas Grund, todavía variokilómetros más abajo de la granja defabricante de quesos. Aquí, no obstante
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el honrado lechero se reunió conmigo me proporcionó uno de los pergaminoque había descubierto. Dicho ejempladespertó mi deseo por más, de modque, con enérgica y abnegadresolución, mañana acompañaré a es
hombre a zonas más altas de la montañaa su vivienda, sin importarme loprecipicios que me salgan al paso, ni l
profundidad de la capa de nieve. Nsiquiera el gélido aguijonazo del mortaviento me disuadirá, ni hará que añor
este fuego agradable… el mismo luegque, aun ahora, alivia con su calor mihuesos y mis cansados músculos promete reavivar mis pobres
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entumecidos dedos. El fuego, y un pocde vino con especias…
Disculpadme. De nuevo me hperdido en divagaciones.
En resumen, os escribo esta nota estnoche, mi muy venerado historiador, co
a esperanza de que muy prontrecibiréis el resto de mi informe. Inclusen el único pergamino que he leíd
detenidamente, he descubierto unhistoria de relevancia para mi trabajanterior. Pese a ello, he de admitir qu
os la presento con cierta turbación, yque parece contradecir un incidentsobre el que informé con anterioridad.
El pergamino que leí es el diari
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personal de Horgan Embaucabueyes, eoven guerrero sobre el que os conté qu
había desviado a los bueyes de manermilagrosa en la batalla del puente dThoradin. Fue escrito años más tarde, eel 92 a. C. para ser exacto, mientra
rabajaba al servicio de su Thane.En su diario, Horgan rememora l
historia de aquel día de batalla, cuand
fueron derrotadas las fuerzas invasorahumanas. Describe el sólido puente dmadera, que sólo después supo que s
lamaba el puente de Thoradin. Lbatalla sostenida veinticinco años atráhabía quedado plasmada vívidamente eel lienzo de su cerebro. Todavía podí
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oír el blanco espumear del agua bajo supies. Veía, como si acabase de ocurrir, os bueyes avanzando hacia é
pesadamente, en medio de resoplidosechando por los negros ollares chorrode vapor.
Y, como ocurre siempre, con lorecuerdos llegó la culpabilidad, lpersistente sensación de vergüenza qu
amás le había dado respiro.Conocía el relato que la leyend
había creado, por supuesto: el poder d
Reorx lo había bendecido en el momentdecisivo de la batalla y había dominada mente de los inmensos bueyes qu
dirigían la caravana humana
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nduciéndolos a apartarse del camino rompiendo de ese modo la carga que siduda habría abierto una ruta de escape ravés del puente. Horgan recordabncluso las expresiones de asombro emor en los rostros de sus compañero
de filas cuando presenciaron e«milagro».
Aun así, en su fuero interno, evocab
el ciego terror que se había apoderadde él oprimiéndolo como los sofocanteanillos de una serpiente, amenazand
con aplastarle el pecho y esparcir suentrañas en el río. Su único pensamientera huir, pero la impresión impidió qusus piernas respondieran ni siquiera
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este simple instinto básico. Mientras sucompañeros se dispersaban a salrededor, aterrados por la proximidade las bestias, Horgan, aturdido, diunos pasos vacilantes hasta encontrarssolo, plantado ante la carga de bueyes.
En sus palabras tenemos prueba duna cosa, Excelencia: es cierto que lobueyes inspiraron pánico en las tropa
enanas, un terror que parece peculiar desta raza. Por supuesto, la mayor partde la Guerra de Istar se había combatid
en terreno demasiado agreste para quas bestias jugaran un papel importantepero en terreno llano estas criaturanmensas lanzadas a la carga debiero
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de resultar verdaderamente intimidantea los enanos.
A Horgan le daba vueltas la cabeza aquí, por sus propias palabras
descubrimos otra de las causas de svergüenza. ¡Al parecer, el joven héro
estaba borracho como una cuba! Antede la batalla, y en contra de las órdenesél y otros cuantos de su pelotón había
escamoteado una botella de ron mufuerte. Horgan afirma que se tragmucho más de lo que era su ración. D
hecho, puntualiza que las manos lemblaban tanto que se derramó encimel brebaje.
ahora se encontraba allí, paralizad
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por la impresión, gesticulando como uoco…, para algunos, como uluminado. Por fin, los mensajes d
echar a correr lanzados por su cerebrlegaron a las piernas y Horgan di
media vuelta, hacia la cuneta. El puent
quedó franco para las carretas de lohumanos.
Pero los bueyes hicieron caso omis
de las órdenes de los conductores yvirando bruscamente, se salieron de lcalzada. En medio de ensordecedore
mugidos, pateando la tierra con sunmensas pezuñas, y resoplando por lagitación, las bestias corrieron en pode Horgan siguiendo con determinació
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al enano hasta la cuneta. A los ojos dos demás enanos, fue como un milagro
Las carretas se quedaron atascadas dnmediato en el barro, obstaculizando l
calzada y el puente, de modo que todo eejército humano fue aplastado. Sól
Horgan Embaucabueyes sabía lverdadera razón.
Los bueyes lo contemplaba
fijamente, estólidos, con los ojovidriosos y un aliento rancio quapestaba… a ron. Recordaréis que a la
pobres criaturas se las había alimentadcon una buena dosis de ese brebaje. Yahora, en mitad de la batallaprobablemente cuando empezaban
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sentirse sobrias, olisquearon al tambiéembriagado enano ¡y lo siguieroansiosas, esperando que hubiera máron!
Ni que decir tiene que ninguno dos otros enanos imaginó lo que pasaba
Horgan era un héroe. Después de lbatalla, cuando presumiblemente hastel último enano apestaba a ron, el Than
destinó a Horgan al cuerpo de élite dos Exploradores del Thane.
Como uno de los exploradore
comprometido bajo juramento al GraThane Rankil, el trabajo de Horgan erpatrullar de manera rutinaria laabruptas cumbres de las Khalkist, qu
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formaban la frontera del reino enanrodeado de enemigos. Los exploradorehabían sido elegidos entre los veteranode la Guerra de Istar que habíaprobado su valía. HorgaEmbaucabueyes trabajó al servicio de s
Thane durante veinticinco años, ucuarto de siglo tras la victoriosa guerraPatrullar a solas a través de la
cumbres, combatir con grupos dsalteadores humanos e intrusos, era unvida solitaria y aventurera que a
parecer agradaba a Horgan.Por cierto, mi venerado historiadorparece ser que Horgan realizó bien sabor. Hace mención a su rango d
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capitán y que fue asignado a patrullar laáreas más remotas del reino. Fue uno dos pocos enanos que trabajaban solos.
Sus propias palabras nos revelan emodo en que su servicio cambió en loaños precedentes al 92 a. C. Patrullab
por las montañas como siempre, alerta cualquier incursión humana. Pero en loúltimos tiempos había aparecido u
nuevo enemigo, uno que representabuna grave amenaza a los exploradoresolitarios, aislados en sus puesto
fronterizos: los ogros.Durante muchos años, los obtusohumanoides habían evitado lamontañas, ya que el odio inherente entr
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ogros y enanos estaba profundamentenraizado en ambas razas. Los enanoscon una mejor organización y dirigidopor heroicos luchadores, habíaexpulsado a los ogros en sigloprecedentes; pero ahora volvían
acosados por la amenaza mayor que eraos cazadores de recompensas de
Príncipe de los Sacerdotes. Aquello
despiados asesinos los perseguían agual que a los goblins, los minotauros
otras criaturas que habían sid
declaradas «malignas» por el dirigentde Istar. Las cabelleras y cráneos destos desafortunados seres, incluidomujeres y niños, se llevaban a Istar
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donde se pagaba por ellos una jugosrecompensa en nombre de los dioses.
Horgan empezó su diario mientraseguía el rastro de uno de estos ogrosAl parecer, muchos pensamientobullían en su cabeza desde hacía tiempo
agitados sin duda por los largoperíodos de marcha en soledad. Ehecho de escribir revela una necesida
de comunicarse, pues relata la historide estos días con minuciosidad.
Avistó por primera vez al ogro a un
distancia de kilómetros, en la orillopuesta de un lago de alta montaña. Eopinión de Horgan, el ogro no lo habívisto a él. Sólo gracias a sus diligente
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esfuerzos, logró Horgan localizar erastro de la criatura.
Persiguió a su presa durante tredías, a lo largo de valles y escarpadode las Khalkist. El ogro se abría paso ravés de una serie de cañada
sembradas de matorrales, avanzanddespacio y con precaución. Eexplorador enano acortó distancias d
manera gradual, a pesar de que duranta persecución no volvió a divisar a
ogro. Horgan se preguntó si la criatur
no se habría dado cuenta de que alguiea seguía. De ser así, tal vez lo conducía una trampa. El enano se encogió dhombros, aceptando la amenaz
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mplícita en tal posibilidad, pero sin quflaqueara por ello su propósito.
En cualquier caso, Horgan siemprobservaba su entorno como si esperaruna emboscada en cualquier momentoLos aguzados ojos del enan
examinaban cada parche de terrenduro, cada banco de arroyo o risccercano, calculando las posibilidades d
cobertura, de ataque, de rulas de escapeodo ello sin alterar el ritmo constant
de sus firmes pasos.
La senda descendía ondulante desdas altas crestas. El ogro y, unokilómetros detrás, el enano bordearoas estribaciones de las montaña
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Khalkist, cerca de los límiteFronterizos, donde los puestoavanzados de Istar hacían valer larrogancia del Príncipe de loSacerdotes al pie del reino enanoAunque alerta a la posible aparición d
os humanos, Horgan continuó lpersecución acortando la distancia má más.
En la mañana del cuarto día, Horgalegó al lugar de acampada más recient
del ogro, donde la ceniza de la hoguer
odavía estaba caliente. Su presadedujo, le llevaba apenas cuatro horade ventaja. El rastro de La criatura lCondujo a lo largo de una vereda poc
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marcada, que seguía el trazado de uangosto y tortuoso valle. Un arroycaudaloso serpenteaba remansado discurría rugiente de manera alternativunto a Horgan, en la misma direcció
que el rastro del ogro.
A veces, las laderas montañosas derecha e izquierda se encumbraban tapróximas que la cañada más parecía un
garganta. La visibilidad al frente era menudo muy limitada, aunque de vez ecuando el enano podía divisar vario
cientos de metros de la senda al girar eun recodo. De tanto en tanto, la rutcruzaba el arroyo por un burdo persólido puente de troncos.
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Se acercaba a uno de estos puentesdonde el torrente se precipitaba por uprofundo barranco de quince metroscuando su persecución alcanzó su puntculminante. Tres troncos de pino, largo rectos, habían sido atados juntos par
formar una pasarela sobre la corrienteHorgan notó un hormigueo instintivo odos sus sentidos se aguzaron a
máximo.El enano atisbo huellas que s
desviaban a un lado de la senda, ante
del puente. Se volvió para investigar se asomó entre dos piedras angulosasEl rastro del ogro se dirigía a lestrecha boca de una cueva, a menos d
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reinta metros de distancia, desaparecía en su interior.
«Muy astuto», pensó HorgaEmbaucabueyes mientras estudiaba esombrío nicho. La hendidura vertical ea roca alcanzaba una altura de unos tre
metros, pero su anchura apenas tenía lmitad. El ogro podía estar al acecho ecualquier parte de la cueva, tal ve
armado con una ballesta o una lanzaCualquiera de estas dos armas utilizadacontra el enano podía poner fin a l
pelea aun antes de comenzar.Entonces, para su sorpresa, Horgaatisbo movimiento en el interior de lhendidura. Una forma oscura se acercó
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a entrada. El cuerpo del enano se pusen tensión. Su mano derecha apretó esuave mango del hacha, en tanto que szquierda iba hacia la espalda par
coger el escudo que llevaba colgado.La corpulenta forma se movió haci
adelante, abandonando el abrigo de lasombras. Al verla, Horgan sintió eantiguo odio racial que latía en lo má
hondo de la naturaleza de su raza. Unmperiosa necesidad de atacar al ogr
acució al enano con una aterrador
ntensidad. La: enorme boca demonstruo se abrió; los labios, grueso* grises, se movieron de maner
grotesca. Horgan reparó en que l
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criatura tenía tres grandes dientes qusobresalían en su mandíbula inferior, edecir, que contaba con un colmillo extra
—Gobasch lucha.Las palabras, pronunciadas e
Común en una voz profunda y gutura
sobresaltaron a Horgan. Habímaginado a su oponente como un
bestia estúpida, incapaz de comunicars
o hablar. Miró de hito en hito al ogrodemasiado perplejo para responder.
La criatura avanzó hacia Horgan. E
ancho torso del ogro descansaba sobrunas piernas tan gruesas y nudosas comraíces de roble. El rostro, a despecho dos tres afilados colmillos, no er
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bestial. Los brazos, nervudoserminaban en dos puños enormes y caslegaban a las rodillas del ogro. Llevab
un chaleco de piel, sucia y tiesa, y smano derecha sostenía una espada largalena de mellas y abolladuras. Los ojo
del ogro eran pequeños, perlamativamente brillantes, y observaba
al enano con una franca expresió
evaluativa.Horgan afirma en su diario que no l
atemorizó la talla de su oponente. (D
hecho, Excelencia, es histórico que loágiles enanos, con su corta estatura, havencido a los corpulentos ogros ecombates cuerpo a cuerpo. Además, ha
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razón para dudar de que fuera sincero esu diario personal.
Entonces Horgan se sorprendió a smismo sintiendo, aunque regañadientes, respeto por el ogro. Esthabía salido a descubierto, abandonand
el escondrijo donde podía habepreparado una emboscada, parenfrentarse a su enemigo en una liz
usta. —A menos que quieras rendirte a l
egítima autoridad de Rankil, Gra
Thane de las Khalkist, no tendrás máremedio que luchar conmigo —le dijo eenano, tras unos momentos de mutuvaloración, El ogro resopló con desdén
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—Gobasch no rinde… ¡Gobascmata!
A despecho de su baladronada, eogro no avanzó. Alzó la espada, Horgan vio que la longitud del armsobrepasaba con creces su propia talla
La hoja era de bronce, repleta dmuescas y abolladuras. Gobasch sostuva espada en posición horizonta
dispuesto a frenar cualquier acometidapero no a atacar.
Horgan vaciló. Recuerda que sinti
pena por aquel ser sin hogar que estabante él, obligado a refugiarse en esaierras por el acoso de los mismo
humanos que perseguían a los enanos
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En ese momento, Horgan se avergonzde tal sentimiento.
Durante varios segundos, las docriaturas, enemigos mortales por raza atavismo, permanecieron inmóvilesHorgan percibía que el ogro deseab
más escapar que luchar. Él mismo estabextrañamente reacio a combatir, aunquno comprendía por qué.
Entonces, como un fogonazo, le vina la mente el recuerdo de su cobardía eel puente de Thoradin. La sangre se l
agolpó en las mejillas por la vergüenz la rabia. Aferró con firmeza el hachaa levantó y adelantó un paso, con e
escudo colocado ante el pecho.
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Gobasch enarboló su enormespada.
De repente, de mutuo acuerdaunque no se cruzó palabra entre ellosos dos contrincantes se detuvieron. U
sonido nuevo había roto s
concentración. —¡Caballos! —gruñó Horgan, a
dentificar el inconfundible trapaleo d
cascos sobre roca. —¡Hombres! —gruñó a su ve
Gobasch, en un tono más alto que e
enano, pero aun así contenido. No sin irritación, Horgan reparó eque la observación del ogro era másutil que la suya; los humanos, no su
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monturas, eran lo importante.El enano se apartó del ogro co
precaución, decidido a investigar lnueva intrusión sin dejar una brecha esus defensas que pudiera aprovechar soponente. Pero Gobasch buscó otra ve
el refugio de su oscura cuevadesapareciendo por la sombríhendidura. Horgan creyó atisba
aquellos dos pequeños y brillantes ojoreluciendo en su dirección y en la devalle.
De inmediato, el enano se dio medivuelta, se agazapo y escudriñó la sendque discurría más abajo. Un instantdespués los divisaba: tres humanos
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caballo que remontaban el valle al pasoLlevaban yelmos plateados y petos, y eque iba a la cabeza lucía una llamativcapa roja. Del yelmo colgaba una pluma juego. Los dos que cabalgaban detrávestían unas ondeantes capas cortas d
color verde y no llevaban insignia drango en sus cascos.
Horgan echó otro vistazo a la cueva
En su interior todo era quietudAudazmente, enarboló su hacha y escud salió al camino. Llegó al inicio de
burdo puente antes de que los jinetes, ea otra orilla del arroyo, lo divisaran. —¡Alto! —ordenó el humano de l
capa roja, a la par que alzaba la mano
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Sus dos compañeros tiraron de lariendas y observaron a Horgan codesconfianza. La túnica del enanoadornada con el símbolo del mazo deGran Thane, lo señalaba claramentcomo un oficial y, al parecer, esto no er
del agrado de los humanos.Fue el hombre alto, el que habí
dado la orden de detenerse, quien habl
primero. Horgan lo identificó como ucenturión de Istar por la espada corta dempuñadura dorada que, por e
momento, seguía enfundada en la vaina. —Saludos, enano —dijo ecenturión, articulando la palabra de umodo que parecía un insulto, al menos,
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os oídos de Horgan. El hombre gritabpara hacerse oír sobre el estruendo deorrente que corría por la garganta
quince metros más abajo, y entre ellos.Horgan estudió al humano e
silencio. Montaba un caballo grande, u
bayo que cabrioleaba y pateaba el sueloimitado, al parecer, por la demora.
—Habéis cruzado la frontera d
nuestro reino —gritó su vez HorgaEmbaucabueyes con tono seco—. Estes la tierra del Gran Thane Rankil de la
Khalkist, y vosotros sois intrusos. ¡En snombre, os ordeno que partáis! —Manoseó el hacha con fácil soltura, sólpara demostrarles que no lo asustab
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respaldar sus palabras con U acción. —¡No podemos partir! —replicó e
humano con voz alta y el tono firmodavía. Horgan supuso que el tipo l
estaba pasando mal intentando parecepersuasivo cuando tenía que gritar a fi
de hacerse oír— ¡Nuestra misión esanta!
Horgan parpadeó, momentáneament
perplejo por la respuesta, perenseguida se impuso la cólera.
—¡Nada de Istar puede ser santo! —
replicó con desprecio. —¡Hay oro por medio! —añadió eoficial, aunque su rostro se habíencendido por la furia. Los otros do
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inetes desmontaron con tranquilndiferencia y se quedaron ]junto a lo
caballos mientras hablaban en voz bajaHorgan se concentró en el centurión.
—¡Arrogancia istariana! —espetcon acritud el enano, cuya voz rebosab
desprecio. —¡Mide tus palabras, enano! —
replicó el oficial con tono j admonitori
—. ¡El poder la Suma Bondad no puedomarse a mofa!
—¡Dad media vuelta y volved a
valle, así no tendréis que oír palabraofensivas a vuestros oídos… o a los dvuestro precioso monarca sacerdote!
—El Príncipe de los Sacerdotes h
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ofrecido una recompensa por acabar coas razas malignas. Hoy, a primera hora
hemos divisado a un ogro moviéndospor esta senda. ¡Nuestra obligación ematarlo y llevar su cabeza al alto tronde Istar!
La mente de Horgan era un herviderde ideas. ¡Istar! Recordaba muy bien as legiones marchando hacia el corazó
de las Khalkist un cuarto de siglantes… ¡y con una misión tan falaz coma de ahora! Entonces la excusa de Ista
para agredir a su raza había sido lnsistencia de los enanos de adorar Reorx, su deidad tradicional en todAnsalon.
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A los ojos del arrogante Príncipe dos Sacerdotes, Reorx, un dios neutra
no era mejor que cualquier deidad dMal. ¿Cuántos humanos habían perecida causa de tal soberbia? Horgan lgnoraba. (Nosotros, sin embargo, l
sabemos, Vuestra Gracia; el númerrondaba entre los treinta y dos mil reinta y cuatro mil hombres).
La sangre se agolpó en las mejilladel enano al comprender el alcance desta nueva arrogancia del Príncipe d
os Sacerdotes. ¡El emperador mundiaen ciernes osaba enviar grupos de suagentes a territorio enano ecumplimiento de sus edictos!
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—¡Cualquier enemigo que sencuentre aquí es víctima por derechdel Gran Thane Rankil, ya se trate dhumanos, ogros o cualquier otro intruso—gritó Horgan.
—¡Pagarás caro tu atrevimiento
renacuajo! —bramó el oficial humanoEn un movimiento grácil, su mano denvainó la larga espada de relucient
acero. El enorme bayo irguió la cabezcon ansiedad.
De inmediato, Horgan echó u
vistazo a los otros dos humanos, quhabían estado charlando ociosamentuntos a sus caballos. Este gestnstintivo le salvó la vida, pues, co
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sorprendente rapidez, uno de elloapartó su capa verde y alzó un arma, unballesta.
El explorador retrocedió un pasoasentando con firmeza los pies sobre lresbaladiza superficie del puente d
roncos. Horgan se agachó, al tiempque levantaba el escudo para protegersa cara. El dardo de la pequeña ballest
se hincó en la defensiva superficimetálica con tal fuerza que tiró despaldas al enano. Golpeó con fuerz
os troncos al caer y logró mantener duras penas el equilibrio al borde depuente.
El corazón se le subió a la gargant
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mientras se balanceaba, a punto ddesplomarse al vacío. Bajo él vio correel agua helada entre los afilados cantode una barrera de granito. Un instantdespués se había recuperado y sagazapaba sobre el puente.
Frenético, el ballestero encajó otrdardo en la acanaladura del arma empezó a girar la manivela para tensa
el fuerte muelle. El centurión, todavímontado, observaba a Horgan con loojos desorbitados y los labio
retorcidos en una mueca fanática. Apesar de todo, tenía todavía el suficientdominio para contener a su caballo.
Por un vertiginoso instante, escrib
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Horgan, el miedo lo dejó paralizadoOtro puente acudió a su memoriaveinticinco años atrás. También allí suojos se habían quedado prendidos en lohumeantes ollares de una bestia enormsubyugada al servicio de los humanos
La de ahora era distinta, como lo era epuente, pero, con una súbita deslumbrante claridad, comprendió qu
os humanos eran iguales. (Este puntoExcelencia, parece que se abrió paso ea mente de Horgan con la radiant
nitidez del no naciente. De hechocontinúa hablando sobre ello. Hresumido páginas enteras en el párrafanterior).
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Quizá fuera este nuevo enfoque, quizá simplemente la experiencia de loaños al servicio del Thane, lo qumbuyo en él la voluntad para actuar.
—¡Por Reorx y Thoradin! —gritómientras corría puente adelante
directamente hacia los humanos. Lorefuerzos metálicos de sus botahicieron saltar astillas de los troncos,
o propulsaron a una velocidad quevidentemente sorprendió a lostarianos.
—¡Detenedlo! —Chilló el centuriónen cuya voz se advertía una mezcla dalarma y estupor—. ¡Disparad!
El ballestero bajó el arma
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apuntando con dificultad al pecho dHorgan. Por fortuna para él, el blancaumentaba de tamaño a cada segundque pasaba. Desgraciadamente, dnuevo según la perspectiva deballestero, el blanco no actuaba de u
modo previsible.Al final del puente, Horgan s
zambulló de cabeza al suelo y
haciéndose una bola, rodó haciadelante. Oyó el vibrante chasquido da ballesta y la maldición lanzada por e
humano cuando el proyectil pasnofensivamente sobre el bulto compactque era el cuerpo del enano.
Dando un salto en el aire, Horgan s
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puso de pie con el escudo y el hachdispuestos para el combate.
—¡Ja! —gritó, mirando al bayo quresoplaba sin cesar. El animal reculembloroso, apartándose de la extrañ
figura.
—¡Pagano! ¡Paladine te maldiga pou insolencia! —aulló el centurió
mientras se esforzaba por controlar a
caballo, que cabrioleaba con agitación. —¡Largaos! ¡Volved a Istar! —chill
Horgan, que pasó como un vendava
unto al oficial y se abalanzó sobre lodos caballos que el tercer hombrsujetaba por las riendas.
Las pobres bestias contemplaro
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aterradas al enfurecido enano. Unstante después, dieron media vuelta
salieron al galope senda abajo. Los dosubalternos vacilaron un momento, peruego echaron a correr tras los animales
poco inclinados a quedarse sin montura
tener que atravesar territorio hostil pie.
—¡El fuego, que es la recompens
del Mal, será tu justo final! —El oficiaanzó su maldición mientras azuzaba s
caballo para que girara hacia el enano
Pero Horgan fue más rápido, y de nuevse situó a la entrada del angosto puente.Furioso, el centurión condujo a s
corcel hasta el mismo borde de l
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garganta y lanzó una malévola estocada Horgan. El enano se agachó y la hojde acero silbó sobre su cabezaPropinando hachazos salvajes, Horgahundió su arma en la pierna del jinete.
El hombre lanzó un aullido de dolo
pánico, al tiempo que se esforzaba pomantener el equilibrio. El caballo sapartó de un salto del borde de l
garganta. El oficial herido cayó al suel aterrizó con brusquedad al mismo fil
del precipicio.
—¡No eres mejor que ese ogro! —siseó el humano. Sus dedos agarraron arrancaron un puñado de hierba mientraresbalaba hacia su muerte—. ¡Lo
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dioses maldigan a todos los quobstaculizáis la justicia del Príncipe dos Sacerdotes!
Horgan contempló cómo el humanresbalaba por el borde del precipiciocon los puñados de hierba arrancados d
raíz entre sus dedos crispados y los piepataleando al vacío. El centurión sretorció en el aire; su semblante era un
máscara de puro terror. Después, con lroja capa ondeando a su alrededor, ehombre se estrelló contra las rocas de
echo del arroyo. El color de la prendse confundió con el de la sangre, qufluyó veloz corriente abajo.
(Advertid, Excelencia, si disculpái
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este aparte, que, una vez más, concurra imagen de sangre fluyendo hacia Istar
Un anuncio del Mar Sangrientonterpretado por la mano de un enan
aventurero, nueve décadas antes deCataclismo. ¡Oh, poesía
precognición!).Horgan cruzó el puente con paso
cansinos. Recordaba al ogro por el qu
se había iniciado esta pelea con unvacía sensación de lejanía.
Aquí, en su diario, Horga
Embaucabueyes deja constancia de quhabía llegado a un punto decisivo en svida.
Estaba asqueado y lleno de odi
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hacia los humanos y su arrogante señorPensando en el ogro, el enano encontrdifícil sentir la misma clase dantagonismo, a despecho del odio raciaque tan unido iba a su propio ser. Spreguntó si el humano, con su últim
aliento, no habría dicho una verdad sidarse cuenta. ¿De verdad eran loenanos mejores que los ogros? ¿N
enían mucho más en común con loogros, en ciertos aspectos, que con suvecinos de Istar, supuestament
civilizados?Regresó al claro y encontró Gobasch de pie ante la boca de la cuev mirándolo con una expresión d
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desconcierto. —¿Por qué luchas por mí? —
preguntó el ogro.Horgan frunció el entrecejo. Sí, ¿po
qué? ¿Para de ese modo tener el honorel placer de matarlo él? Tenía que habe
una razón mejor, se dijo a sí mismo. —¡A ningún humano se le h
permitido entrar en estas* montaña
desde hace veinticinco años! —resoplcon enojo. El ogro estaba ante él, con lenorme espada cruzada frente al pech
en un gesto defensivo y la barbillevantada con determinación. Gobasccontempló de hito en hito al enanocuyos ojos estaban prendidos en los tre
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colmillos del ogro. —¿Y a nosotros? ¿Desde cuándo
—gruñó Gobasch. Mientras se debatíaún con la pregunta, Horgan supo lrespuesta. Si cumplía con su obligacióahora, no sería mejor, a su modo d
entender, que los cazadores drecompensas humanos a los que acababde enfrentarse.
—Muévete —le dijo a Gobasch—Lárgate de aquí! —Señaló el valle, l
ruta del ogro antes de que Horgan l
alcanzara. Allí, entre las estribacionesse extendía terreno agreste… y, máallá, las llanuras de Istar.
El ogro parpadeó, desconfiado.
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—¡Muévete, por Reorx! ¡Antes dque cambie de parecer! —gritó HorgaEmbaucabueyes.
Parpadeando todavía, Gobasch mircon cautela sobre su hombro. Y siguihaciéndolo todo el tiempo mientra
descendía por la senda, hasta perdersde vista.
En este punto, Horgan deja de lad
su diario. No volvió a coger pluma papel hasta pasado un año y sólo fupara registrar brevemente los sucesos d
este intervalo, Siendo un enano honradoHorgan Embaucabueyes informó dencidente a su Thane. Las palabra
finales del diario resultan difíciles d
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eer, pero indican que su gesto generoscon el ogro le costó su puesto en loexploradores y el destierro de la cortdel Gran Thane.
No obstante, mientras leía supalabras, escritas en el año posterior
su destierro, no encuentro en ellas señade arrepentimiento, ni deseo de cambiaa decisión tomada con Gobasch, E
Ogro. En todo caso, las palabrarebosan de orgullo.
Este es el primer rollo d
pergaminos que encontró el quesero. Yme lleva a creer, Excelencia, que lahistorial del Último Mensajero sociertas. En alguna parte, en las cumbre
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que se alzan sobre mí, se encuentra lumba de este héroe que puso a salvo l
historia de los enanos de las KhalkistSalgo en busca de este tesoro, unoportunidad que cualquier historiadoaprovecharía… aunque, me atrevo
aventurar, no con tanto estoicismo como.
Con la llegada del alba, maestro, m
pondré en camino hacia los heladoerraplenes que han enmarcado mi límit
visual durante estos pasados meses. O
enviaré noticias tan pronto como me seposible, aunque dudo que exista uservicio para despachar mensajes donde me dirijo. Hasta mi siguient
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comunicación, os saluda,vuestro devoto servidor Foryth Teel
escriba de Astinu
Mi muy honorable maestro:
Sólo puedo rogar a los dioses deBien y la Neutralidad para que estmisiva recorra de vuelta el camino po
el que he viajado recientemente. Mpropia supervivencia la entiendo comprueba de la divina providencia… y, e
caso de que esta nota llegue a vuestramanos, proclamaré la benévolntervención del propio Gilean.
Por supuesto, Vuestra Gracia, sig
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adelante, como siempre, sin proferiquejas; pero —¡por los diosesExcelencia!— ¡qué cumbres surgesobre mí y por debajo de mí! ¡Laatronadoras avalanchas vomitan smortal peso en mi camino una docena d
veces al día! Y ello, junto con una rutpeligrosa por la presencia dmonstruosos osos, unas bestias cuya
fauces podrían arrancar los miembros a cabeza de un hombre sin esfuerz
aparente…
Disculpadme, señor. No estoy mubien de los nervios. A decir verdad, nvimos osos. Con todo, conocer spresencia, estad seguro, me ha impedid
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conciliar el sueño Hubiera una horseguida.
He llegado al refugio del quesero ante mí se extienden los pergaminos dos enanos de las Khalkist. No bien mi
manos se desentumezcan lo suficient
para desenrollar los papeles, procedera su lectura. (Por la mañana, esperosaldrá el sol y con su tibio calor pued
que logre salvar algunos de mis dedos).Entretanto, espero el regreso de est
humilde lechero que se ha aventurado e
a noche. Prometió traerme algnteresante. Pero, hasta su vuelta, lopergaminos que me rodean ocuparán matención, tarea a la que ahora m
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dedicaré.Excelencia, horas de lectura m
permiten presentar un resumen de lorestantes pergaminos. Posterioreesfuerzos tuvieron el provechosresultado de datos, todos ellos relativo
a la historia de los enanos de laKhalkist, pero, ¡ay de mí!, apenas nadreferente a la década inmediatament
anterior al Cataclismo. El misterio de sdesaparición persiste.
He desenterrado unos cuanto
detalles de interés, en su mayoríextraídos de las historias de la culturpopular enana. Me he esforzado, comsiempre, para entresacar de esta
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eyendas los hechos más concluyentes:El valiente mensajero que dio s
vida para transportar a un lugar segurestos pergaminos, salvó extensodocumentos financieros. Es evidente quel Thane gravó con fuertes impuestos
os enanos durante el período del 60 aC. al 10 a. C. A partir de ese momentos registros contributivos terminan. ¿S
gastó este enorme tesoro? ¿Para qué¿Está oculto en alguna parte? ¿Ldestruyó el Cataclismo? ¿O se l
levaron los enanos de las Khalkiscuando se marcharon… a donde quierque se marcharan?
Un documento enano está fechad
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con posterioridad al 10 a. C., lo que enusual no sólo por la fecha, sin
porque, una vez más, nos encontramocon nuestro amigo, HorgaEmbaucabueyes… aunque sólo de modcircunstancial. El documento en s
mismo es la historia de una batallsostenida en el paso del Pilar de Piedraalrededor del año 7 a. C. Es el últim
contacto conocido, en los registrohumanos, con los enanos de las Khalkist
Parece evidente, conforme a Istar
que la invasión de las montañas en eaño 7 a. C. ordenada por el Príncipe dos Sacerdotes tuvo mucho más éxit
que el intento llevado a cabo ciento die
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años antes. Aun así, los relatostarianos referentes a grandes victoria justa masacre de los «paganos enanos
son, en el mejor de los casos, grotescaexageraciones.
Para empezar, los datos probado
ndican que esta guerra fue uncontienda con pocas batallas. De hechosólo he encontrado evidencia de un
sola escaramuza de cierta importanciaOcurrió en la calzada del paso del Pilade Piedra y se aclama en las crónica
starianas como la mayor victoria dePríncipe de los Sacerdotes: una «derrotcompleta» de los defensores.
No obstante, hay una nota sobre est
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batalla en uno de los pergaminos y enteresante contrastar la versión enan
con la de los humanos. Desde el puntde vista de los enanos, el combate scontempla como una operación dresistencia de éxito moderado. S
defendió una cañada de la calzaddurante un día y después se abandonócomo ocurrió con muchas otra
posiciones enanas en esta guerra.De hecho, da la impresión de que lo
enanos combatían con el único propósit
de ganar tiempo para realizar unretirada definitiva a una posición remote inaccesible a cualquier asalto. Poúltimo, se replegaron tan lejos que lo
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humanos no lograron encontrarlos.En su arrogancia, el Príncipe de lo
Sacerdotes declaró «ganada» la guerra sus enemigos «destruidos». Si
embargo, lo que parece que ocurrió erealidad es que los enanos se limitaron
dejar las montañas en poder de lohumanos y desaparecieron. Su ruta descapada y destino siguen siendo uno
de los mayores misterios del mundo.Disculpadme, Vuestra Gracia; esto
divagando. Hay dos Únicos punto
asociados con la batalla del Pilar dPiedra sobre cuya veracidad tengo lsuficiente certeza como para reseñarlos
El primero, es la curiosa referenci
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que se hace de Horgan Embaucabueyesquien de nuevo interpreta un papemportante en el escenario de la historia
Fue el general al mando del ejércitenano que hizo frente a Istar. (Me hadelantado en el relato, Vuestra Gracia
Un nuevo Thane Rankilsen, había subidal trono. El destierro de Embaucabueyefinalizó en el 12 a. C. El venerabl
guerrero había sido readmitido en lsociedad. Poco después, tomó el manddel ejército combatiente).
El segundo, es una historia que niene fácil explicación, pero la mencióque de ella se hace es suficiente parmerecer que se la incluya aquí. A
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medida que la batalla perdía intensidadas fuerzas humanas —en una rarniciativa— intentaron cercar al ejércit
enano. Los informes indican que sáctica casi tuvo éxito, a no ser por l
repentina intervención de refuerzos. Un
nesperada brigada salió de lamontañas para apoyar a los enanosrompió la acción envolvente de lo
humanos y permitió que el ejércitenano escapara.
Lo curioso es la identidad de est
brigada de rescate, pues sabed que todaas fuentes de información son firmes esu insistencia en que el ejército de laKhalkist fue salvado por una brigada d
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ogros. De dónde vinieron o adondfueron son preguntas que tentarán futuros historiadores. Lo que sé es estoos ogros lucharon como aliados de lo
enanos contra Istar y después, al iguaque ellos, desaparecieron.
¿Inverosímil? Desde luego. Perparece ser un hecho cierto.
He de preguntarme, como sé que vo
mismo, Excelencia, debéis dpreguntaros: ¿pudo ser la devolución dun favor, una vida por otra?
Gobasch y Horgan se encuentran dnuevo en el campo de batalla, con locuerpos destrozados del ejército humandesperdigados a su alrededor com
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hierbajos pisoteados. —Estoy de nuevo en tus tierras
enano —dice el ogro esbozando unmueca torcida que deja a la vista sures colmillos.
Horgan alza la mirada hacia l
bestia mientras su ejército escapametiéndose en cuevas y túneles, dándola espalda a un sol que la mayoría d
ellos no volverá a col templar en toda svida.
—Gracias por venir —respond
Horgan con voz queda.Los dos se estrechan las manodesmañadamente. Él se hunde en ehorizonte proyectando las sombras d
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montañas sobre el campamento humanen el valle. Multitudes de hogueraparpadean en la oscuridad y comienza eebrio jolgorio. Para los humanos, eruna «victoria».
—Ahora son vuestras montañas —
añade el enano, mi tras se da medivuelta para reunirse con los suyos—Cuidadlas bien.
—Haremos todo lo posible —contesta Gobasch.
Oigo un ruido en la puerta, Vuestr
Gracia. Es mi anfitrión, que regresa coun misterioso paquete. Me trae… ¡ecráneo del solitario mensajero que trajos secretos de los enanos hasta esto
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remotos picachos antes del CataclismoMi corazón de historiador se conmuevpor el bravo héroe, que entregó la vidpara que sus escritos pudieran leerse eedades futuras.
¿Quién fue esta alma valerosa? ¿Po
qué se aventuró a solas para salvar erelato de la historia?
Imaginaos mi conmoción
Excelencia, cuando el quesero mmuestra la blanquecina calavera, lorestos de este valiente personaje, pues e
cráneo pertenece… ¡a un ogro! En lmandíbula inferior, y fácilmentreconocibles, sobresalen treamarillentos colmillos.
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Como siempre, Excelencia, busco lverdad en vuestro nombre.
Vuestro humilde y devoto servidoForyth Teel, escriba de Astinus.
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Llenando espacios
vacíos
Nancy Varian Berberick
El minotauro cayó de rodillas en loagrietados y sucios adoquines decallejón del Pordiosero. El hombrebestia con cabeza de toro, cuernos taargos como mi antebrazo, una mata d
pelo que le llegaba a los omóplatos una espesa capa de vello rojiz
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cubriéndole el cuerpo, espumeaba por lcomisura de los labios como un animal.
Había capturado al minotauro dodías antes, en lo que fue el finanesperado de una búsqueda infructuos
de herejes. Había venido hacia mí com
una tormenta, saliendo de entre la althierba de la sabana, con un cuchillo ecada mano; cargó contra mí rugiendo
con los oscuros ojos encendidos por egozo de la batalla. A los minotauros nes gustan mucho los humanos ni ningun
otra raza, y les encanta luchar. Pero ésteal parecer, no había tenido en cuenta mcaballo. El rucio se encabritó, agitandos cascos, y el minotauro se desplom
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antes de comprender qué lo habígolpeado. Estuvo inconsciente el tiempsuficiente para tener oportunidad datarle muñecas y tobillos con grilletes cadenas. Estos hombres-toro poseen unfuerza increíble y el único modo d
cogerlos prisioneros es inmovilizarloasí.
Nunca me ha gustado llevar hereje
vivos a Istar, pero a veces no hay máremedio que hacerlo, como en plencalor del verano, cuando no te apetec
viajar con los cadáveres. Así son lacosas y las estaciones, y así es comestaba trabajando en aquel largo caluroso verano en el que tenía treinta
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cinco años. Hacía quince que estabmetido en el negocio de recompensasHabía pasado buenos y malomomentos, con los bolsillos llenos doro 1 o, como era más habitual, vacíosEn Istar se me conocía por Doune e
Cazador, y era bueno en mi trabajo.Aquella tarde, el callejón de
Pordiosero estaba muy tranquilo y sól
se oían las maldiciones y jadeos deminotauro arrodillado sobre loadoquines. Las ratas corrían por lo
sucios canales de desagüe. Chamizoambaleantes y casas grisáceas sin pintase apiñaban unos contra otros, vacíos con aspecto solitario. Al anochecer, lo
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alcahuetes y rateros sacaban mábeneficio en los aledaños del templo. Ea distancia, más allá del callejón, má
allá del mercado y de la subasta desclavos, se alzó un himno, un conjuntde voces elfas, tan dulces y suaves com
se sueña que debe de ser un cantcelestial. El sagrado coro había iniciados oficios vespertinos. Mujeres elfas
famosas en todo el mundo por sdevoción, alzaban sus espirituales voceen una plegaria a los dioses del Bien
Hoy ensalzaban al recto Paladine y a lamable y compasiva Mishakal.El minotauro se incorporó co
esfuerzo y levantó la oscura y astad
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cabeza. Escupió en dirección al temploYo debería haberlo pateado por ellopero, como no había nadie cerca qupresenciara lo que podría considerarsmi propia omisión herética, dejé en paal minotauro. Yo no era de los qu
orturan a los prisioneros. Hacerlo emal negocio.
Una vez tuve un socio, un Enano d
as Montañas. En aquellos tiempos ecargo de herejía no se imputaba a loenanos. Se llamaba Toukere Golpe d
Martillo. Llevaba en el negocio de larecompensas más tiempo que yorecuerdo todos los consejos que me dio
—Hay una cosa que tienes que sabe
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sobre este negocio, Doune, amigo mí—dijo una vez— No permitas que losentimientos influyan en la persecuciónAlgunos creen que eso significa no dejaque se interpongan sentimientos tiernos
ada de piedad, nada de esa estupide
sensiblera Pero los sentimientos duroson igualmente perjudiciales. Si quiereque los negocios te vayan bien, tendrá
que vaciar todos esos espacios dondestán tus sentimientos, los tiernos y loduros. La clemencia te cuesta dinero
Doune. Como también atormentar a uhombre pateándolo y golpeándolcuando, de todas formas, va a moripronto.
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Toukere hizo una pausa para echaun buen trago de cerveza y se limpió lespuma de su negra barba. Aquel dícomíamos en el Ciervo Saltarín, unaberna famosa por la calidad de s
cerveza. A Toukere le encantaba l
buena cerveza, y afirmaba que nadipodía hablar bien o juiciosamente menos que se hubiera echado uno
ragos. —Un hereje es un hereje, Doune e
Cazador, ya sea una mujer llorosa con s
bebé en brazos o un feo minotaurcargado de cadenas. Lo único que tiene que interesar es cuánto vas
cobrar por ellos. Preocuparte por lo
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sentimientos, suyos o tuyos, es unpérdida de tiempo.
Un hereje es un hereje.El curso de los acontecimiento
enseñó a Toukere que esta simpldefinición jugaba a favor del Príncip
de los Sacerdotes. Poco tiempo despuéde aquella noche, el regente de Istar diun nuevo giro a su lógica religiosa
Decidió que, puesto que los enanoadoraban a los dioses de la Neutralida—Reorx el Forjador, el dios artesano, e
más venerado entre ellos—, entonceoda la raza tenía que ser malignporque no rendían culto a los dioses deBien. La noticia de que un cazador d
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recompensas cobraría sesenta piezas doro por un enano llegó a la oficina deencargado de los pagos. Nunca supe qué dios veneraba Touk, siquiera sveneraba a alguno, pero la noche en qua noticia se hizo pública, parti
levando consigo más oro del que yhabía imaginado que tuviera; noemborrachó, a mí y a todos los qu
estábamos en el Ciervo Saltarín hasta epunto de que olvidamos dónde noencontrábamos —o quiénes éramos—
se escabulló por la puerta trasera.Abandonó Istar sin mí y sin decirmuna palabra de despedida.
»Ah, sí. Robó en un pequeñ
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santuario de Mishakal cuando salía de lciudad, a fin de disponer de algo ddinero para el viaje; sin duda andabalgo corto después de su estratagema eel Ciervo Saltarín. El clérigo desantuario presentó resistencia, y murió
a mañana siguiente a causa de laheridas sufridas. De este modo, lrecompensa por Toukere Golpe d
Martillo era mayor que la pagada pocualquier enano medio: cien piezas doro, sesenta por herejía y cuarenta po
asesinato.Esto ocurrió hace años. Desdentonces, he oído rumores de qualguien en la calzada a Xak Tsarot
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había reclamado por fin el pago de lrecompensa por Touk. Superé la marchde mi socio y casi conseguí del todo necharlo de menos, pero perdí el gustpor la cerveza y me acostumbré a tomavino. La cerveza no sabía igual despué
de que Touk se marchara.Así pues, al final de aquel largo
caluroso día de verano, con la dorad
uz del crepúsculo bañando loadoquines del callejón del Pordiosero el aire vibrante de himnos, no le di un
patada al minotauro. Actúe del mismmodo que Toukere y yo solíamos: tiré da cadena e hice que mi prisionero s
pusiera en marcha otra vez.
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Lo conduje callejón adelante hastas amplias avenidas donde los ricos
poderosos vivían. Las altas y hermosaorres de Istar se alzaban relucientes
nuestro alrededor, Llevé al minotaurpor una ancha calle flanqueada po
árboles, donde los macizos de floreformaban fragantes y exuberantemedianerías, y los colibríe
revoloteaban en el aire como joyavivientes. La calle conducía al templdetrás del sagrado edificio s
encontraba la prisión.La gente que iba a rezar se parabpara vitorear a nuestro paso y, en uexceso de fervor, un joven, vestido co
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brocados cortados al dictado de la modpara imitar atavíos de caza, recogió upuñado de lo que mi caballo habídejado caer en los adoquines y se larrojó al hereje.
Pero después el audaz petimetre n
supo qué hacer con la porquería quenía en las manos. Me estuve riendodo el camino hasta la prisión, y seguí
riéndome cuando entregué el minotaura los guardias y fui a la oficina deencargado de los pagos para cobrar m
oro. El despacho era un sitio pequeñoun reducido cobertizo de maderadosado a la parte posterior de lprisión, donde el príncipe de lo
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Sacerdotes no pudiese verlo. No lncomodaba que sus clérigos
escribanos pagaran recompensas por loherejes. Pero no quería verlo.
Las paredes de la oficina estabarepletas de los habituales anuncios d
que se pagarían recompensas poaquellos que sirvieran a los dioses de l
eutralidad y del Mal; por kenders
elfos y humanos, enanos, ogros goblins, minotauros o cualquier clérigque rehusara adorar a los dioses de
Bien.Se había doblado de nuevo lrecompensa por Binza, el infame herejproscrito que declaraba reverenciar
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os dioses del Bien, pero qudespreciaba la práctica del Príncipe dos Sacerdotes de valerse de la tortura a ejecución para convencer a la gent
de que debía adorar a aquellos sabios dulces dioses.
(Menudo defensor del Bien es el taBinza. Podéis preguntar a cualquiersobre él y os dirá que robó y asesinó
oda una familia de peregrinos que sdirigían a Istar para orar en el GraTemplo. O la otra historia de cóm
saquea santuarios de los caminos y mata los clérigos. Una de las que gozan dmás popularidad es la de que entra hurtadillas en los velatorios y roba lo
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céntimos de plata que cubren los ojodel muerto. En resumen, que Binza nparece ser mucho mejor que el Príncipde los Sacerdotes).
Todo cazador de recompensas sabíque podría retirarle siendo más rico qu
un noble elfo si lograra capturar Binzapero, aunque todos conocíamos cuáleeran sus crímenes, nadie en tod
Ansalon sabía dónde se escondía essujeto. Ni siquiera se sabía qué aspectenía. ¿Era enano, humano o elfo? Habí
rumores para todos los gustos.Aquel día me limité a echar unojeada rápida a la hoja de recompenspor Binza. Hubo un tiempo en que habí
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ansiado darle caza, pero ya no. Y ahorrecordaba lo que Toukere solía decisobre él:
—Cuando piensas en ello, Douneamigo mío, caes en la cuenta de qunadie sabe en realidad si este terribl
hereje, Binza, es algo más que un masueño que el Príncipe de los Sacerdoteiene de tanto en tanto, cuando h
comido demasiado y no hace bien ldigestión. Me gusta el oro como cualquiera. Puede que más, ¿verdad
Pero me dedico a las presas fáciles. Niene sentido perder el tiemppersiguiendo a un viento de sabana qucambia de dirección constantemente.
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Dicho esto, pedía otro pichel dcerveza.
Había un kender en el CiervSaltarín. La calificación de herética dsu raza no impedía que los kenderacudieran a Istar, a pesar de que n
pocos miembros de esa casta de libreadoradores habían hallado allí sdestino. Ah, pero ya conocéis a lo
kenders: la muerte no les quita mucho esueño a esos ladronzuelos de dedoágiles. Este era joven, un tipo d
apariencia agradable, como son los dsu raza cuando no te martirizan con sncansable cháchara e interminable
desatinos. Pelirrojo, delgado, d
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esbeltos y ágiles dedos de ladrón, vestíos acostumbrados ropajes multicolore
kenders: polainas amarillas, camisazul, chaqueta verde y botas de piel dgamo teñida de color púrpura. Llevabcolgados seis o siete saquillos
mochilas, todos llenos a reventar coobjetos absurdos y porqueríaseguramente.
Aparte del kender, el tabernero y yoel establecimiento se encontraba vacíoLa gente prudente estaba todavía orand
o manteniéndose discretamente fuera da vista, Había mesas de sobra dondelegir, pero el kender se había sentado a que estaba junto a la única ventan
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del Ciervo Saltarín, la que tenía eablero marcado con muescas d
cuchillo, donde Toukere y yo nosentábamos a repartir la suma de unrecompensa y a beber cerveza. Venturael tabernero, siempre tenía esa mes
reservada para mí, ya estuvierabarrotado o vacío el local. Ahora simitó a encogerse de hombros cuand
me vio fruncir el entrecejo al encontrael sitio ocupado.
—Te busca, Doune —dijo.
Había una ganancia de treintmonedas de oro en copete de kendesentado a la mesa. «Ah, qué considerades la vida, cuando la recompensa vien
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en busca del cazador», pensé. Manosea empuñadura de mi espada, le dije
Ventura que me preparara algo de come que lo quería tener listo cuand
volviera de llevar al entremetido kendea prisión. Pero Ventura me cogió por l
muñeca y apretó con fuerza. —Quizá deberías comer antes, ¿eh
Doune?
El kender ladeó la cabeza, con loojos relucientes y sonriendo como salgo le hiciera gracia.
Entonces alguien me dijo —una vode mujer, tan suave y letal como unhoja de acero al hendir el frío airnocturno— que nadie iba a lleva
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kenders a ningún sitio esta noche.Giré veloz sobre mis talones, con l
espada desenfundada a medias, y popoco no me ensarté en la hoja de sarma. La alta espadachina apoyó cosuavidad la punta del acero contra m
garganta. El tabernero no alzó la voz na mano en mi defensa.
—¿Cuánto te han pagado, Ventura
—pregunté con acritud. —Sólo lo justo —contestó, si
molestarse siquiera en simular cortedad
o añadió más y lo oí meterse en lcocina. —Tranquilo —instruyó l
espadachina, sonriendo y pronunciand
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as palabras de manera que parecían unpulla—. Tranquilo, Doune, si es que tgusta vivir.
Me gustaba, y mucho. Bajé la puntde mi espada, pero no la guardia.
Era humana, como yo, pero ib
vestida y equipada como un elfo cuyfamilia está bien situada. Seda y piel dgamo y botas de montar de la mejo
calidad. He de decir que tenía un bueipo, con sus largas piernas, esbelt
cintura y curvas en los sitios adecuados
sobre esto último no había mucho qumaginar, ya que el escote de su blusmostraba algo más que el collar de plat zafiros que llevaba.
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—¿Cómo sabes mi nombre? —pregunté.
—¿Quién no ha oído hablar dDoune el Cazador? —Esbozo unsonrisa tan jactanciosa como la de umalicioso pilluelo—. De donde vengo
eres toda una leyenda.| La luz del candil se reflejó en lo
aceros interpuestos entre nosotros, e
suyo en alto, el mío inclinado e inútiHizo mi gesto al kender.
—Peverell, descárgalo del peso d
sus armas —instruyó.El kender hizo lo que les encanthacer a los de su raza. Cogió mi dagaencontró un pequeño puñal que siempr
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levaba enfundado en mi bota, y mquitó la espada de la mano antes de qume diera cuenta de que hacímovimiento alguno para cogerlaTambién se apoderó de los avisos drecompensa que había recogido y l
paga que había cobrado en la oficinhacía menos de una hora. Sin duda mhabría quitado hasta los dientes si s
compañera no le hubiese dicho que yera suficiente.
—Y ahora, Doune el Cazador
siéntate conmigo y con Peverell paromar un trago y un bocado, ¿eh? —Dija espadachina mientras envainaba s
espada—·. Podría serte provechoso.
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Eché una ojeada al kender, que habíregresado a la mesa y repasaba mucontento lo que me había quitado.
—Hasta ahora no lo ha sido —repliqué.
—Supongo que tienes razón. ¡Pev
Devuelve a Doune su bolsa de dinero.El kender hizo un mohín de protesta
pero vació las monedas de oro sobre l
mesa y después me lanzó la bolsa. —Y el oro —dijo la mujer co
firmeza.
El kender ladeó la cabeza, y sugrandes ojos relucieron. Hubo unmirada de entendimiento entre los dos ycosa sorprendente, Peverell recogió la
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monedas, se acercó a mí y me laentregó todas. Tomé el oro, lo guardé ea bolsa y lo escondí en el bolsillo má
hondo, sin quitarle los ojos de encimmientras volvía trotando a la mesa. Erncreíblemente silencioso, para uno d
su raza. —¿Es que le han arrancado l
engua? —pregunté, sonriendo co
acritud. —No. Se la cortaron. El resultado e
el mismo —contestó la mujer—. U
cazador de recompensas lo prendió y funcapaz de soportar su cháchara. Pero nconsiguió retenerlo. Es muy difíciretener a un kender. Aunque supongo qu
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ú lo sabes. —El tono de su voz se tornfrío, dejando de lado la pretendidcortesía—. Vayamos al grano, ¿Tnteresa saber dónde se esconde e
hereje Binza, o te conformas con esmiserable puñado de oro?
Ventura trajo platos llenos a rebosacon cordero, repollo y patatas, un jarrde vino para mí y un gran pichel d
cerveza para los otros dos. El viejVentura estaba muy satisfecho consigmismo y actuaba como si yo le debier
un favor.A través de la ventana, muy alto eel cielo, vi las de lunas, la roja y lplateada, brillando con fuerza. Ventur
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había atrancado la puerta y encendisolo unos pocos candiles necesariopara ver lo que comíamos. Lespadachina me dijo que se llamabAlycia. Explicó que era hija de umercenario y que desde la muerte de s
padre ella había continuado el negocifamiliar alquilando su espada caravanas de mercaderes que, par
legar a las llanuras de Istar, tenían quatravesar los pasos de montaña por loque rondaban goblins.
Alguien puede pensar que el oficide mercenario es un modo algo raro dganarse la vida una mujer que llevcollares de zafiros, pero yo no tení
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razón para dudar de que Alycia fuercapaz de hacer lo que afirmaba. Shabía puesto a mi espalda con grarapidez y la fina espada enjoyada no erun objeto extraño en su mano; nobstante, tampoco tenía razón para cree
que supiera más que yo o que cualquieracerca del paradero de Binza.
—Bien —dijo, tragándose otr
pedazo de cordero con el apetito de ucargador de muelles—. No es mucho lque puedo decirte para convencerte d
que sé dónde se esconde Binza… salvque un amigo mío lo rastreó hasta sguarida hace menos de dos semanas.
—¿Y ese amigo tuyo no lo capturó
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o mató?Se echó a reír y el kender aplaudi
divertido, con sus ojos castañorelucientes de regocijo.
—Mi amigo no es tan estúpido compara ir solo tras un hombre que s
supone que ha hecho todo eso de lo quse acusa a Binza. —Sonrió con astuci—. Si fuera una presa tan fácil, no cab
duda de que a estas alturas ya lo habríatrapado algún cazador de recompensas¿no? Pev y yo nos íbamos a encontra
aquí con ese amigo para ir iras Binza lores. Pero nuestro amigo… no está libreResoplé con desdén. —¿No está libre para hacerse rico?
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—Ha sido encarcelado. —Alycidejó la jarra de cerveza en la mesa, euna absoluta actitud de negociante. Hizuna seña a Ventura, que se apresuró rellenar el pichel—. El tabernero dicque conoces bien la prisión… al habe
contribuido en gran parte a llenarldurante estos años. Ayúdame a libertar mi amigo y podrás acompañarnos.
—¿Quieres que organice una fuga da prisión? Lo siento. Mi trabajo e
meterlos en la cárcel, no sacarlos.
—Exactamente. Ésa es la razón que hace perfecto para el trabajo. Lhabrás llevado a cabo antes de qunadie se haya dado cuenta de lo qu
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pasa.Me quedé pensativo y ella
mpaciente, se inclinó sobre j la mesacon los ojos azules relucientes.
—Una cuarta parte, Doune. Ayúdama sacar a mi amigo de la prisión y no
pondremos en camino para obtener unrecompensa tan grande que nunca svaciará el escondrijo donde esconda
ese tesoro. En fin, la mujer no exagerabmucho en cuanto a la cuantía de lrecompensa, y yo siempre estaba a l
caza del oro. Pero también era prudente —Supongamos que organizo la fugde la cárcel. ¿Qué I impedirá que tú us amigos os libréis de mí y vayái
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solos tras la recompensa?Los ojos de Alycia se tornaron frío
penetrantes. Desenvainó su espada o llevé mi mano hacia donde deberí
haber estado la mía. Sin embargo, nhizo ningún gesto amenazador y se limit
de dejar la enjoyada arma sobre lmesa, entre los dos.
—Esta es la espada de mi padre —
dijo, pasando por alto mi gesto—. Jamáhe hecho un juramento sobre ella que nuviera intención de cumplir. Le cre
Quizá fuera su tono de voz, quedo vibrante con un fiero orgullo. O quizfue su mirada, firme y recta, como la lureflejada en el cortante filo del acero
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Por el rabillo del ojo vi a Peverell quseguía con el dedo una de las viejacuentas que Toukere y yo habíamohecho sobre el tablero de roble.
«Cuando quiero, soy honradoDoune, amigo mío. Y, cuando un hombr
reparte las ganancias con su socio, máse vale ser honrado o se merecerá que l
maten».
Mientras pronunciaba estapalabras, Toukere tenía la misma miradque Alycia tenía ahora. Yo siempr
uzgaba a un hombre por esa clase dmirada, su ausencia o presencia. O a unmujer. Supongo que también me lié dello en esta ocasión.
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—¿Quién es este socio tuyo? —pregunté—. ¿Un amante? Alycia sacudia cabeza y los rizos de su cabello, corl oscuro, brincaron.
—Dinn es un amigo. A veces scomporta como un tonto impulsivo, per
e tengo un gran aprecio. Procede dunas tierras donde sólo tienen unpalabra tanto para la lealtad como par
el honor. Enemigos difíciles, estagentes; y buenos amigos. Mi padre sganó su amistad, y Dinn dice que yo l
he heredado. —Bajó el tono de voz—Por el alma y la espada de mi padre jurque actuaré honradamente contigoDoune.
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Era un juramento muy serio. Yo nsabía de ninguno que igualara el suyo.
Me preguntó si tenía padre; le dijque debía de haberlo tenido en algúmomento. ¿Y madre? Muerta, respond
i hermana ni esposa, aventuró
Contesté que suponía bien, y que ningunde las mujeres que conocía tenía la clasde alma por la que me mereciera la pen
urar por ella. Alycia me miró con unburlona expresión de exageradcompasión.
—Bueno, tampoco espero que ellahagan un juramento por mi alma —rezongué.
El kender silbó una nota creciente
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como una pregunta, para atraer latención de Alycia. Cuando lconsiguió, se golpeó los puños después enlazó las manos. Alycia sencogió de hombros, como quien hlegado hasta el fondo de un cofre y n
espera encontrar más que polvo. —Supongo que la gente que tiene t
rabajo no cuenta con muchos amigos —
me dijo. —No muchos —respondí con u
ono sin inflexiones—. Y el único qu
uve murió hace mucho tiempo. —¿Era un buen amigo?Un buen compañero, un soci
honrado, y alguien que huyó de Istar d
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manera que hubiera suficientes testigoque atestiguaran que yo no tenía nadque ver en ello.
—Sí —repuse con voz queda—. Erun buen amigo.
Se quedó pensativa; sus ojos azule
a no tenían un brillo burlón, sino queran serios y dulces.
—Júralo por la memoria de t
amigo, Doune el Cazador. Jura quactuarás honradamente conmigo. —Suojos se ocultaron tras el oscuro velo d
as pestañas. En sus labios bailó fugauna sonrisa secreta—. Será suficiente.Era cuanto necesitaba escuchar
Coloqué mi mano sobre la suya y prest
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uramento en memoria de mi amigo.Fue una suerte el que esperara a qu
hubiese jurado para decirme que ssocio era el minotauro al que habílevado a prisión hacía unas horas. Un
suerte para ella, pero no tanto par
Peverell. El pequeño kender mudo ricon tantas ganas que cayó de la silla y sdio un buen batacazo. Y tampoco lo fu
para mí. Había pasado dos días ecompañía del minotauro y sospechabque no iba a sentirse muy inclinado
aceptarme como socio en la caza dBinza. Pero ya me había comprometidbajo juramento, y por la memoria dTouk.
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Además, había que tener en cuentodo ese montón de oro.
Peverell estaba impaciente poforzar la cerradura de cada puerta de lprisión. Cuando le dije que nentraríamos de ese modo, me demostr
o ofendido que se sentía por semejantdesaire a sus habilidades rateras. Podríser mudo, pero había perfeccionad
hasta la categoría de arte la ejecución dgestos obscenos e insultantes. Alycia lranquilizó, y a partir de ese momento e
rabajo de la noche no pasó de ser unrutina: conseguir armas para eminotauro, monturas para Alycia y parmí (no tenía sentido obtener caballo
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para Peverell ni para Dinn; Alyciafirmó que ninguno de los docabalgaría aunque les pagaran por ello) después sobornar al guardia adecuad comprar al clérigo indicado. La
sumas de los dos sobornos fuero
abultadas: las noventa piezas de oro qume había ganado por el minotauro bastante más. Alycia tuvo qu
desprenderse de su hermoso collar dzafiros.
—Lo considero como una inversió
—dijo. Señaló con el pulgar mi bolsvacía y sonrió con frialdad—. Deberíahacer lo mismo.
Lo hice. Una cuarta parte de l
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recompensa por Binza haría parecer eoro pagado por los sobornos como lcalderilla del plato de un pordiosero.
Tenía razón sobre Dinn. Habrírenunciado alegremente a toda esperanzde libertad con tal de tener la meno
ocasión de matarme. Pero Alyciconsiguió dominarlo, y fue todo uespectáculo verla codo con codo co
aquel bruto, hostigándolo con siseantesusurros, como una vieja verdulerencolerizada.
—Usa la cabeza, Dinn —dijo. Ensistió, varias veces, en que recordarel motivo por el que estaban aquExigió, también varias veces, qu
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cumpliera lo que había prometido.El kender, olvidada ya su rabieta, s
acercó al alto y pelirrojo minotauro gesticuló de manera aparatosa.-Dinsoltó un gruñido, sacudió la astadcabeza y pidió malhumorado a Alyci
que tradujera. —Dice lo que ya sabes muy bien
Dinn. Te necesitamos.
Aquello hizo que el minotaurcondescendiera.
—Eh… bien —gruñó, mirándome d
hito en hito—. Entonces, pongámonos emarcha. —Gracias, amigo mío. —Alyci
palmeó el áspero hombro de Dinn y s
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puso de puntillas para besarle el fehocico, lo que le hizo lanzar unos suavegruñidos y carraspeos.
No le quité ojo de encima, a pesade la actitud general de contento amistad. Yo había sido el que lo habí
avergonzado arrastrándolo encadenadhasta Istar. Por lo general, a lominotauros les gusta borrar un recuerd
vergonzoso matando a cualquiera que lsepa.
La sabana es un lugar desapacible
caluroso, seco y sin señales de terrenoÉsta es la tierra de los clanes nómadas en ella no existen fronteras que cruzarnada que te advierta que te encuentras e
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erritorio de un clan, ya que los nómadano tienen territorios individualesSiempre en movimiento, sin instalarsen ninguna parte, los trenzas largaconsideran toda la sabana de spropiedad. No dan un buen recibimient
a los visitantes: una punta de flecha dpedernal, o la pétrea cabeza de unanza.
Avanzamos con precaución, Alycia o cabalgando, Dinn caminando
grandes zancadas por delante: un alto
astado corredor veloz dirigiéndosnvariablemente hacia el oeste, a labrumosas montañas azuladas. A vecePeverell trotaba a su lado, invisible a n
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ser por la hierba dita que apartaba a spaso, el leve rastro de un kendepequeño y mudo. Pero más a menudo ibunto a Alycia. Como a todos los de s
raza, le encantaba hablar y ella era mápaciente con su lenguaje silencioso…
por supuesto lo comprendía muchmejor que el minotauro.
Yo estaba acostumbrado a cabalgar
solas desde que Toukere y yo nohabíamos separado; y también estabacostumbrado al silencio. Pero pront
descubrí que me gustaba el sonido de lvoz de Alycia: quedo por el peligrovibrante cuando el asunto le interesabadulce cuando pensaba en voz alta
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Alycia pensaba mucho en voz alta, sobrpolítica, historia y dioses.
—Te diré algo, Doune el Cazador —comenzó un cegador mediodía en que lsabana se ondulaba bajo la caricia de uviento ardiente—. Siempre he oíd
decir que los dioses están a favor deequilibrio; bondadosos, neutrales malignos ponen su peso en la balanz
contra el caos. Creo que es la política lque hace herejes, no las ideaequivocadas. Lo que, si se da crédito
o que se comenta, es lo que piensa esproscrito, Binza. —Me miró de reojo repitió—: Si se da crédito a lo que scomenta.
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Parecía saber mucho sobre Binza se me ocurrió si no habría concebidalguna idea romántica por el proscritoSe lo pregunté en tono de chanzaPeverell, que trotaba a nuestro ladoalzó la vista hacia mí, gesticuló co
rapidez y se echó a reír en silencio. —¿Qué ha dicho? —pregunté. —Desatinos propios de kender —
respondió ella con gesto estirado—. Nme siento atraída por Binza. Una buencazadora debe conocer a su presa, l
que piensa, cómo se defenderá, dónde sesconde, en qué es vulnerable. —Sonrió, como si le hiciera gracia algque había pensado—. ¿No estás d
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acuerdo, Doune el Cazador?Respondí que era un cazador d
recompensas, no de jabalíes. —Oh, claro. —Se rió, de nuevo co
sorna—. Y uno muy bueno, que npierde tiempo en pensar sobre lo
herejes que apresa, ¿cierto? —No tendría sentido hacerlo. L
único que cuenta es la promesa del oro
pagadero a la entrega. —Le dediqué unsonrisa desganada—. Gracias a lpolítica.
Peverell gesticuló otra vez. Su rostrera un claro interrogante; en estocasión, Alycia tradujo.
—Quiere saber si considera
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personas a los herejes.Sacudí la cabeza. —Son ganancias.El kender hizo más gestos, y Alyci
me dirigió una larga mirada; sus ojoeran graves y pensativos, como si m
estuviera sopesando en una balanza. —Estás tan hueco que el aullido de
viento levantaría ecos en tu interior, ¿n
es así, Doune el Cazador? —¿Es eso lo que ha dicho? —No. Lo digo yo. ¿Cómo ha
legado a estar tan vacío? —Gajes del oficio. —Incómodovarié el rumbo de la conversación—¿Por qué te preocupa cómo me siento
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o veo que tú muestres muchcompasión por Binza.
Ella apartó la mirada hacia ldorada y ondulante sabana.
—Mis sentimientos por Binza son…personales —respondió—. No so
cazadora de recompensas profesional. —Vaya, vaya. ¿Qué hizo, robar lo
céntimos que cubrían los ojos de
cadáver de tu padre?La joven se encogió, y yo lament
haber dicho aquello. Pero mi palo d
ciego había tocado una llaga. Una qudolía. —Vamos, Alycia —dije
sorprendiéndome a mí mismo por l
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dulzura con que había hablado—. No tpreocupes por mí ni por misentimientos. Al fin y al cabo, no tienemucho que ver contigo, ¿eh?
El conocido brillo zahiriente volvia sus ojos.
—No mucho —respondióechándose a reír.
Me pareció que su risa era forzada.
Esa fue la clase de conversación qumantuvimos durante los largos calurosos días por la sabana. A veces s
mofaba de mí, como había hecho en eCiervo Saltarín; a veces estaba seria, eso me gustaba más. Pronto empecé desear que el kender se quedara co
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Dinn. Comenzaba a gustarme lcompañía de Alycia, su cercanía, su vozncluso sus pensativos silencios.
Esos silencios eran prometedoresPor la noche, mientras dormíamosseparados por una hoguera y ell
arrebujada en toscas mantas, esaposibilidades se convertían en sueños eos que el minotauro y el kender n
enían Cabida. Pero el kender pasabcada vez más tiempo con nosotros, dmanera que estábamos juntos los tres —
Alycia, Peverell y yo— cuando, al finadel tercer día de viaje, mientras el sol shundía en un rojo crepúsculo frente nosotros, Dinn divisó a la mujer y a
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niño nómadas.Mi caballo cabrioleó inquieto
apartándose de los cuernos deminotauro. Dinn esbozó una mueca apercatarse del detalle y ladeó la cabezde manera que una de las astas se acerc
peligrosamente al flanco del animal… a mi pierna.
Señaló a la alta hierba, donde s
abría en dirección opuesta al viento. —Dos trenzas-largas —dijo
Alycia.
La mujer nómada corría veloz, pesar de que iba encorvada al cargacon el peso del niño que se aferraba a sespalda. La cabeza del crío botab
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fláccidamente al ritmo de las amplias rápidas zancadas de la mujer. Una de lapiernas del niño, de piel tostada por esol, estaba manchada de sangre. Ldirección que llevaba la mujer la harícruzar nuestro camino.
Respondiendo al hábito desarrolladdurante quince años, alargué la manhacia el rollo de cuerda que colgaba d
mi silla de montar. Un buen lanzamient los tendría, a ella y al niño, atrapados
derribados y atados.
—¿Cuánto darán por esos dosDoune el Cazador? —preguntó Alycia aadvertir mi gesto.
Le dije que ochenta monedas de oro
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cuarenta por cada uno. La mujer no valímás que el niño. Alycia sonrió cofrialdad.
—Tu parte en la recompensa poBinza supondría cien veces eso. ¿Estáconmigo, Doune el Cazador?
No le respondí. Estaba observando a mujer que corría. Aunque el vientapaba nuestras palabras susurrantes,
nuestras monturas no hacían ruido, alg—el silencio de los pájaros, tal vez—debió de ponerla sobre aviso. Echó un
breve ojeada por encima del hombro ropezó, sobresaltada al vernos. Suojos eran grandes y oscuros, comagujeros vacíos en una máscara d
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error. La visión me hizo estremecerencogiendo mi corazón como si ymismo sintiera aquel mieddesesperado.
La mujer reaccionó enseguida, saupó más al niño sobre la espalda
corrió más deprisa.Aparté la mano de la cuerda. Alyci
me miraba. Su expresión no er
evaluativa, ni zahiriente. Más biensonreía del modo en que uno lo haccuando conoce a alguien y piensa que l
gusta lo que ve. Peverell nos miralternativamente a uno y a otro, después gesticuló algo. Sus manos smovían tan rápidas que el significado d
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sus gestos escapaba a mi comprensiónpero Alycia lo entendió. Una expresióceñuda reemplazó su sonrisa mientras ldecía que dejara de decir insensateces.
Dicen que la luna roja, Lunitari, ehija de Gilean, el dios que es e
guardián de todo el conocimiento quposeen las deidades. Solinari, el satélitplateado, es hijo de Paladine, y vigil
oda la magia que se ejecuta en emundo. Esa noche, mientras los demádescansaban y yo rondaba impaciente
desvelado, observé cómo estas dounas —o, si lo preferís, hijos de diose— salían. La primera fue LunitariCuando escudriñé hacia el este, a travé
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de las llanuras, creí divisar las altaorres de Istar perfiladas contra el rojiz
disco, oscuras como un irregulamordisco arrancado del borde de luna. Después se alzó Solinari, un poc
al norte de Istar, eludiendo los afilado
dientes de la urbe del Príncipe de loSacerdotes.
Qué tonta fantasía, ¿no? Bueno, tení
un montón de ideas rondándome lcabeza, demasiadas para dormir, evocaba una y otra vez lo que habí
sentido cuando Alycia me sonridespués de dejar marchar a lonómadas.
Eso era una fantasía aún más tonta
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¿Por qué iba a importarme la opinióque tuviera de mí? Sí, tenía unas largapiernas y era encantadora. Sus ojoazules, cuando no miraban burlonessugerían posibilidades, inspirabasueños. Su cuerpo era curvilíneo, y si
duda cálido y blando, en los lugareustos; pero también lo eran los de otra
muchas mujeres, y yo lo sabía bien. L
única diferencia entre Alycia y ellas erque manejaba bien una espada, tenía unconversación agradable… y m
conducía hacia una cuarta parte de unabultada y estupenda recompensa.A veces me miraba de una forma qu
me hacía desear ser lo que parecí
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esperar que fuera.¿Vacío? Puede que en algú
momento. Quizá todavía lo estuvieraPero cuando Alycia me miraba con sudulces ojos, algo esperanzados gravemente pensativos, me hacía pensa
que tal vez ella sería capaz de llenaalgunos de esos espacios vacíos en mnterior.
Sacudí la cabeza con fuerza, como sntentara librarme de tal insensatez. Er
una insensatez, me dije. ¿Acaso un
mujer no es tan buena como cualquieotra para una noche fría?Estaba mirando la luna platead
cuando pensaba eso, así 1 que supong
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que podría decirse que rezaba por algoquizá por recibir una respuesta entender por qué me importaba lo qupensaba Alycia de mí.
Por supuesto, Solinari no tenímucho que decir sobre el tema. Lo
hijos de los dioses tienen asuntopropios de 1 los que ocuparse.
Cuando las lunas hubiero
sobrepasado ya el cénit, terminé mronda, pasé despacio junto al dormidminotauro y me senté con Peverell frent
a la hoguera. El kender me miró de reoj después gesticuló algo a AlyciaCuando le pregunté qué había dicho, ellardó un poco en contestar. Me dio l
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mpresión de que no pensaba cómraducirlo, sino si debía hacerlo. Por fi
ella repitió los gestos del kenderdespacio, como cuando uno pronuncientamente cada palabra a alguien qu
no oye bien. El gesto era alzar amba
manos como para rodear algo con ella luego un movimiento brusco haci
abajo.
—El ocaso del sol —deduje. —Correcto.Levantó cuatro dedos y supuse qu
esto, unido al gesto anterior, significabel paso de cuatro días. —Correcto de nuevo. —Sus ojo
azules brillaron mientras realizaba e
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gesto de «puños juntos-apretón dmanos» que ya sabía que significab«amigo»—. Éste lo conoces.
¿Y este otro?Repitió el último gesto de Peverell
golpear con el puño derecho la palma d
a mano izquierda colocadhorizontalmente. Entonces imitó lexpresión del kender: ojos y boc
abiertos por la sorpresa. —¿Qué crees que significa eso
Doune el Cazador?
—No tengo ni idea.Sus labios esbozaron una sonrissecreta.
—Es el punto clave de todo lo qu
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Pev ha dicho. Dejare que pienses eello.
Pasé la noche escuchando el vientque descendía susurrante desde el cielestrellado, dando vueltas y más vueltas os gestos de Peverell. Pensé que, ta
vez, el gesto de Peverell de dar con epuño en la palma significaba unemboscada. Si era así, quizás Alycia
él preveían la sorpresa de Binza aencontrarse por fin atrapado. Y todo ellal cabo de cuatro días. Pero en est
nterpretación no encajaba el gesto damistad.Por último, antes de quedarm
dormido, recordé la extraña sonrisa d
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Alycia.También recordé que ésa no era l
primera ocasión en que la había vistsonreír así. La primera vez fue en eCiervo Saltarín, justo después de buscaun motivo por el que pudiera presta
uramento. Juramento que quizá nunchabría hecho si hubiese sabido que erDinn a quien tenía que sacar de l
prisión.La sospecha se abrió paso en m
nterior, fría y reptante como un
serpiente.Tal vez, me dije, había otra manerde interpretar los gestos de Peverell y lsecreta sonrisa de Alycia. Puede que s
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estuvieran riendo de la sorpresa que mlevaría cuando descubriera que suramento sobre la espada de su padr
no tenía mayor significado que el medipara alcanzar un fin: la escapada deminotauro de la cárcel, la captura de
hereje Binza, y una recompensa divididen tres partes en lugar de cuatro.
Cuatro días. Amistad. Un gest
violento y demoledor. Sorpresa.¿Y las miradas evaluativas d
Alycia, sus ojos dulces, su sorprendid
complacencia cuando dejé marchar a lonómadas? ¿Qué significaban? Useñuelo, tal vez. En la saltana, mejor socuatro personas que tres… hasta que lo
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res llegaran a donde querían.Era el momento de largarse. E
momento de romper Compromisos marcharse.
Me quedé. Por el oro, me dije a mmismo. Lo que no admití, y entonces n
siquiera sabía, era que había sido Unecio que había llegado demasiado lejoen mis tontas fantasías para volverm
atrás.Alycia se mostró reservada a parti
de esa noche. Encerrada en un taciturn
mutismo, hablaba con Dinn sólo cuandno tenía más remedio, y a mí apenas mdirigió la palabra. Algo rondaba scabeza, y, si hablaba de ello con alguien
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era con Peverell…, que parecía saber, ncluso compartir, lo que la inquietaba.
Conversaban en aquel grácil silencioso lenguaje de los gestos, y poconsiguiente yo no tenía ni idea de poqué se mostraba tan repentina
crecientemente distante.Dejamos atrás la sabana tres día
después del encuentro con la mujer y e
niño nómadas. Acampamos esa noche eun cañón cerrado, una larga hendedurde piedra flanqueada por altas paredes
donde no era necesario montar guardiaEl único camino de entrada al cañón erperfectamente visible desde ecampamento.
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No habíamos hecho más quencender el fuego cuando Alycia miró ederredor y descubrió que el kender nestaba.
—Dinn, ¿adónde ha ido? —preguntó.
El minotauro repitió el gesto dgolpear la palma abierta con el puño.
—¡Maldita sea! Le dije que… —M
miró de reojo y no terminó la frase—¿Estás seguro, Dinn?
El minotauro se encogió de hombro
antes de responder. —Nunca estoy seguro de lo quntenta decir, pero es lo que me pareci
entender.
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Esa respuesta no le gustó a AlyciaTampoco le gustó que yo le preguntarqué significaba ese gesto.
—Significa que el kender va a teneun buen problema cuando vuelva ponerle los ojos encima —contest
furiosa. No añadió una palabra más.Mientras comíamos, la luna roj
alumbró las altas paredes del cañónderramando luz sobre la piedra convirtiendo las sombras en un encaj
púrpura. Alycia, que había mostradener muy buen apetito en el CiervSaltarín. Picoteó sólo su comida, cogesto ausente. Cuando se cansó de eso
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enrolló una burda manta de lana a guisde almohada y se tumbó delante defuego.
Yació en silencio, contemplando lestrecha franja de cielo estrellado quasomaba entre las paredes del cañón, E
itilante fulgor de la hoguera teñía supálidas mejilla de un color rosa fuerte hacía que su oscuro cabello brillara
pero yo sólo la miré por el rabillo deojo. Dinn estaba sentado en las sombrade la noche, afilando sus dagas
Trabajaba con movimientos seguros guales y a veces saltaban chispas de lpiedra y el acero. Cuando esto ocurríael minotauro levantaba la vista hacia m
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con sus oscuros ojos relucientes y suargos y amarillentos dientes asomandras lo que parecía una sonrisa.
—Doune —dijo Alycia al cabo dun rato—, estamos cerca de la guaridde Binza. Mañana jugáremos a alg
completamente diferente.Aparté la vista de Dinn; no m
gustaba cómo sonaba aquello.
—¿Qué quieres decir?Ella me miró; sus ojos no era
dulces ni pensativos, ni incisivos n
burlones. Sonreía. Y su expresión erndescifrable. —¿Puedo confiar en ti, Doune?Respondí con sinceridad, aunque n
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sabía adónde quena ir a parar con spregunta. Y, no. No recordé mis propiadudas. Las que me habían acosaddurante los tres últimos días.
—Juré que sería honrado contigoAlycia.
—Por la memoria de tu viejo amigo No dije nada; estaba pensando en e
gesto de Peverell del puño golpeando l
palma de la mano, y que se habírepetido esta noche. ¿Emboscada Binza, o traición a mí? No lo sabía,
esperaba ver adonde llevaba la preguntde Alycia.Dinn puso a un lado sus dagas
ambién aguardó vigilante. Pero n
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vigilaba a Alycia, sino a mí. —Doune —siguió ella—, dijist
ambién que la caza de recompensas nes más que un negocio. ¿Podemoconfiar en que estarás de nuestro ladoocurra lo que ocurra mañana?
Solté una risa desabrida. —A menos que el tal Binza dispong
de un ejército. Entonces puedes esta
segura de que haré lo que cualquiepersona con sentido común haría: echaa correr. Vivir para cazar otro día, ¿no
Has elegido un momento raro parhablar sobre esto. —No tan raro —dijo, encogiéndos
de hombros—. Dime, Doune el Cazador
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¿qué harías si…?Un penetrante silbido, un
combinación de notas lo bastante agudapara que el vello de la nuca se merizara, rompió el silencio de la noche.
—Goblins —gruñó Dinn, mientra
recogía sus dagas.Escudriñé las oscuras alturas y sól
vi sombras y el reluciente ojo funesto d
a luna roja. Esperé atento otro silbidde Peverell, pero sólo oí efantasmagórico eco del viento nocturn
atrapado en el cañón. Entonces, loscuridad tomó solidez en la forma dgoblins alineados en lo alto de laparedes, negras siluetas recortada
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contra el cielo iluminado por la lunaConté una docena. Aunque la distancipodía engañar a la vista en los detallessupe que hasta el último de ellos ermás alto que yo y más musculoso inclusque el minotauro.
Quizá penséis que nada de estmportaba mucho, que podíamos huir a
abrigo de las sombras y la oscuridad
dirigirnos a la entrada del cañón arriesgarnos a correr y escondernohasta que los perdiéramos en la noche
as montañas. No era posible.Un corpulento goblin avanzó hasta eborde del precipicio. Sostenía algo ealto, como un clérigo oscuro qu
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ofreciese un sacrificio. Alycia maldijen voz baja. El goblin sostenía al kendesobre su cabeza, utilizando al mudPeverell como rehén y escudo.
Peverell se retorcía furioso entre lamanos del goblin, como si todo su afá
fuera hacer perder el equilibrio a sapresador para que se precipitara avacío y a una muerte segura. Se debatí
con tanta furia que comprendí que nsiquiera se le pasaría por la cabeza quél también se estrellaría, hasta que s
encontrara cayendo en el aire. Nobstante, su constitución era muy livian no tenía ni la décima parte de fuerz
que el goblin. Sus afanes sólo sirviero
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para fastidiar al goblin.Alycia hizo un gesto a Dinn
señalando la entrada del cañón. Unmirada bastó para que surgiera entrellos un entendimiento mutuo sinecesidad de palabras, como tod
formara parte de un plan expuesto discutido. Fuera lo que fuera, aminotauro no le gustaba, pero Alyci
alzó la mano y acarició su peludhombro rojizo.
—No te preocupes, amigo mío
Estaré bien. Y ahora, vete. Vete.Dinn obedeció, como hacía siemprepero al resplandor de la hoguera vi qusus ojos relucían con todo el brillo fero
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del animal y tan rojos como Lunitarsuspendida en el cielo sobre las negraparedes del cañón. Una terribladvertencia, aquella mirada; y dirigida mí.
—No te preocupes —dije, con u
ono sarcástico—. También yo estarbien, Dinn.
Hizo un alarde de control y se limit
a amagar una arremetida cuando pasó mi lado… y si hoy todavía tengo los doojos es porque me mantuve inmóvi
como una piedra cuando uno de sucuernos me pasó rozando la cara. Alycisonrió con gesto frío, ausente.
—No deberías pincharlo de es
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modo, Doune. Puede llegar el momenten que yo no esté presente parcontenerlo.
—Puede llegar el momento en quo celebre tal circunstancia.
Ella no dijo nada, sin duda porqu
sabía reconocer una bravata cuando loía. Miré por encima del hombro hada boca del cañón, una bostezant
negrura con plateadas estrellas colgadaen lo alto. Me volví hacia Alycia, y vque me estaba estudiando.
—¿Es aquí donde un cazador drecompensas rompe los compromisos echa a correr, Doune el Cazador?
Resoplé con desdén.
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—¿Acaso puedo? —Ve e inténtalo —dijo con una vo
carente de inflexiones. Señaló a logoblins con la reluciente punta de sespada. Habían encontrado una estrechsenda que descendía serpenteante po
as negras paredes del cañón. Avanzabadespacio, obligados a mantenerse detrádel que todavía se escudaba tra
Peverell. Pero su marcha era constante vi que mi primer cálculo había sid
erróneo. Eran más de una docena; por l
menos, el doble de esa cifra. —Aquí no hay ganancias para tiDoune el Cazador.
|Ninguna, desde luego.
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En ese momento, el satélite plateadoel hijo de Paladine que aparecía despuéde Lunitari como siempre, asomo poencima de las pedregosas paredes decañón, A su luz vi el perfil de Alyciablanco como el mármol, su atenció
estaba volcada en el kender atrapado eas garras del goblin.
La corpulenta criatura arrojó a
kender al suelo y se echó a reír al verlgolpearse contra la piedra y caerodando el resto del trecho hasta e
suelo del cañón. Peverell quedó tendiden el mismo sitio en que había caído, eun penoso enredo de brazos y piernasCuando miré a Alycia, vi un fino hilill
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de plata en su mejilla, como lágrimas duz de luna.
—¿Estás conmigo, Doune eCazador? ¿O me abandonarás a msuerte?
Ahora no me estaba sopesando, n
zahiriéndome. Realmente no sabía cuásería mi respuesta. A la luz del sabihijo de Paladine, vi en sus ojos l
certeza de que, conmigo o sin mprobablemente no saldría con vida deste cañón. Y vi que deseaba creer qu
o no la abandonaría.Sería un necio si me quedaba, pereso no era nada nuevo en mí. Había sidun idiota durante los tres últimos días, a
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no largarme cuando no estaba seguro dque pudiese confiar en ella. ¿Por qué mhabía quedado?
Fue un instante inestimable, uno desos espacios intemporales del alma eque comprendes que ha pasado algo qu
e ha cambiado. Tales momentos tienesu inopinado y súbito lado absurdo que hace reír, aunque sea en silencio. Un
vez había preguntado a la luna plateadpor qué me importaba lo que Alycipensaba de mí. Un poco tardía en l
respuesta había sido Solinari, perahora me respondió, suavemente, comun susurro al oído:
«Qué momento más condenadament
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noportuno para descubrir que te haenamorado…».
Puede que Alycia oyera mi risnterna, pues por un fugaz instante m
sonrió, como si estuviera de acuerdoalcé mi espada, sintiéndome confortad
por su fiable equilibrio. —Juré compórtame honradament
contigo, Alycia. A mi entender, es
significa permanecer ahora a tu ladocuando los goblins entraron en el cañóestábamos pegados uno al otro, espald
contra espalda.Luchar de noche es mal asunto, todsombras y acero reluciendo a la luz da luna, todo sudor frío y el corazó
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brincándote en el pecho. Cuando lafuerzas están equilibradas, resulta difícidistinguir al compañero del enemigopero eso era algo por lo que no teníamoque preocuparnos. Las fuerzas nestaban equilibradas. Sólo éramo
Alycia y yo, sin dejar por un momentque quedara entre los dos ni siquiera ehueco del ancho de una espada.
Manejaba su arma como si ejecutaruna danza, blandiendo el acero dmanera que su silbido resonaba en e
cañón. Cualquier goblin que se acercardemasiado perdía, como mínimo, umiembro. Uno perdió la cabeza. Todeso estaba bien y resultaba mu
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espectacular, pero a mí me gustaba ehabitual y fiable estilo de fintar arremeter. Había atravesado a los doprimeros goblins que me atacaron y mdisponía a hacer lo mismo con eercero, cuando oí el rugido de Dinn e
alguna parte próxima a la entrada decañón. No podía volverme para ver quo había hecho bramar de ese modo
pero noté que Alycia soltaba unexclamación ahogada, un suave siseque se sumó al silbido de su espada.
El goblin que había ocupado el lugadel que había matado antes, hizo unfinta de lado y arremetió por debajo dmi guardia. Me cogió por la garganta,
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ogró lo que ninguno de sus compinchehabía conseguido: separarme de Alycial arrojarme con fuerza contra epedregoso suelo. La oí maldecir, vi ecielo cuajado de estrellas, y sentí lagarras del goblin abriéndome surcos e
a cara.El goblin sabía cómo utilizar la
rodillas. En un visto y no visto, me dej
sin aliento al hincar una de ellas en mestómago y casi sin sentido al clavarma otra en la entrepierna. Giré d
costado, doblado por el dolor. El goblime clavó los colmillos en el músculentre el cuello y el hombro, y mordicomo si quisiera abrirse camino
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bocados hasta el corazón.Una daga me pasó silbando po
encima de la cabeza y el frío acero marañó la mejilla. El goblin se desplomsobre mí, con el arma atravesándole lgarganta. No me detuve a felicitarme po
a buena suerte que había tenido.Me abalancé a trompicones par
recoger mi espada y vi a Alycia rodead
por tres goblins grandes como peñascosde piel gris, garras y largos colmillogoteantes de saliva. Su espada centelleó
vibrando al cortar el aire. Corrí junto ella. Renqueante y todavía mediencogido por el dolor, no sabía qupodía hacer para ayudarla. Aun así corr
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a su lado. Su fina blusa de seda estabmanchada de sangre, y la luz de la lunplateada me descubrió que no era lnegra sangre de los goblins. Era rojcomo los pétalos de una rosa, y era della. Alycia me recibió con un grito d
úbilo. Descabecé a un goblin con useco golpe de mi espada, aparté ecadáver de una patada y, una vez más
Alycia y yo estuvimos espalda contrespalda. Los goblins se abalanzarosobre nosotros en medio de aullidos
como pesadillas que han cobrado vidaos superaban mucho en número combatimos con el único propósito dmatar a cuantos nos fuera posible ante
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de caer nosotros.Muy próximo, escuché u
ensordecedor silbido, penetrante, agud apremiante. ¿Peverell? No. Imposible
Alguien gritó: «¡Binza!» como si fuerun grito de guerra, una llamada a la
armas.Alcé la vista mientras pensaba
«¿Dónde?». Y acto seguido: «Como s
no tuviéramos ya suficienteproblemas», Pagué caro aquel momentde distracción. Caí bajo el peso de do
goblins, y Alycia pateó y golpeó con lespada a mis atacantes al tiempo quchillaba «¡A mí! ¡A mí!», como si dierel punto de reagrupación a un ejército.
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La noche estalló; parecía que launas y todas las incontables estrella
habían reventado para llover rojo rociar plata sobre mí. En la tormenta duz, las sombras saltaron hasta triplica
su altura. El semblante de Alyci
brillaba blanco como la nieve, sespada como hielo reluciente. Uconfuso tropel de gritos y chillidos llen
a enloquecida noche, como si de verdahubiera acudido un ejército.
Demasiado tarde para mí, empero
cubierto de cuchi liadas y sangrando…Peverell —contusionado, arañado sonriente— se dejó caer de rodillas a mado mientras gesticulaba como un loco
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pero no entendí lo que decía. La luz, lacarreras la lluvia roja y plateadempezaron a apagarse y después sdesvanecieron por completo, llevándosconsigo sensación y sonido.
Volví en mí en otro lugar, una sólid
cabaña tan luminosa, brillante y limpique, a no ser por mis heridas y debilidaque contradecían la idea, podría habe
creído que el cañón era sólo productde una pesadilla. Lo primero que vi fua Peverell, que parloteaba con un
anciana en su estilo silenciosorevoloteando y agitando las manosDespués de un rato, la anciana, cuyrostro arrugado semejaba una manzan
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de invierno, lo ahuyentó como quieespanta a una gallina molesta que se hmetido en la casa. Me pregunté, de umodo vago, de qué habrían estadhablando, pero el sueño se adueñó de motra vez.
Dormí largo y tendido, con cortontervalos entre sueño y sueño. Unarde me desperté para encontrar a Din
de pie a mi lado. —Están saldadas nuestras cuentas
humano —dijo—. La cuidaste cuando y
no pude hacerlo. Ellos tienen razónservirás, Doune el Cazador, si es quvives. —Dijo esto último refunfuñandoal tiempo que sacudía la astada cabez
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con gesto sombrío.Dinn no era el único que dudaba qu
me sobrepusiera a mis heridas. Tampoco las tenía todas conmigo, pero Alyci
no estaba dispuesta a admitirlo. Siemprse encontraba cerca, y una mañana, a
despertarme, la vi de pie en el vano da puerta, mirando hacia afuera. Llevab
un vendaje en el brazo izquierdo, po
encima del codo. Vestía una túnica azuclaro de un tejido ligero, con el repulgrozándole los morenos tobillos.
No sé por qué lo recordé en esmomento, mientras la veía como una floque el viento hubiese traído hasta lpuerta, pero en mi memoria oí otra ve
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gritar a alguien: «¡binza!», y a ella: «¡Amí! ¡A mí!».
—¿Eres Binza? —le pregunté.Se volvió hacia mí, con sus azule
ojos seriamente pensativos. Estabsopesando un riesgo.
Sí —dijo por último—. Como verásDoune el Cazador, Dinn sabe dónde sesconde ese terrible hereje, Binza.
—¿Pero por qué…?Ella sacudió la cabeza, posó un ded
en mis labios y después me besó en l
frente. Para comprobar si tenía fiebredijo.Más tarde, ese mismo día, desperté
Alycia no estaba en la cabaña, pero n
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me encontraba a solas. Tenía una visitaSe hallaba sentado en una silla arrimada la cama, con una jarra de cerveza en lmano. Sus ojos, oscuros y un pocmoteados de azul, estaban algdesenfocados, como si sus pensamiento
estuvieran muy lejos.Al mirarlo con más detenimiento, v
que lo que había tomado por un reflej
de luz en su negra barba, era en realidael plateado del paso del tiempo. Habíenvejecido, lo que no era de sorprender
Habían pasado siete años desde lúltima vez que lo había visto. Al reparaen que estaba despierto, se giró entonces descubrí que le faltaba un
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pierna. En su lugar, atada al muñón quantes había sido la rodilla, llevaba unpata de palo.
Aunque moverme me hacía dañoevanté mi mano izquierda, con la palm
hacia arriba, y la golpeé con mi puñ
derecho. Ahora sabía el significado deextraño gesto de Peverell: un martillgolpeando el yunque.
Cuatro días. Sorpresa. Amigo.Toukere Golpe de Martillo. —Touk —dije, aunque con vo
ronca por el esfuerzo de que sonarcalmada—. ¿Dónde estoy? —Ah, bueno, eso es toda un
historia. —Levantó la jarra, bebió y m
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a ofreció. —No, ya no bebo cerveza.Touk esbozó una leve sonrisa, com
si mirara atrás por un largo camino quleva a un viejo recuerdo.
—Supongo que te hartaste la noch
que partí de Istar ¿eh? Bien, entoncesescúchame con atención, Doune eCazador. Tengo mucho que contart
acerca de mí y del Valle.Me dijo que había dos mago
viviendo en el Valle. Ellos habían sid
os que hicieron que lloviera luz roja plateada sobre el cañón. Esbozó unmueca maliciosa mientras comentabque los magos habían hecho un bue
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rabajo al dar un susto de muerte a loerdos goblins con su jueguecito duces. Me contó que había cinc
clérigos, y algunos declaraban salineación con los dioses. Bien por sublancos ropajes. Otros vestían el rojo d
a Neutralidad. Según Toukere, habísido uno de los clérigos de túnica roja eque había sanado lo peor de mis heridas
—Y hay bastante gente, jóvenes viejos, abuelas y madres y niños, parlenar una pequeña villa —continuó— A
algunos los viste en el cañón, que nestá muy lejos de aquí. Buenouchadores, cuando tienen que serlo
pero más que nada son granjeros.
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—Pero esto no es una villa, Touk¿verdad?
Admitió que no lo era, exactamenteEl Valle era una cañada hondaflanqueada por las altas laderas de dopicos montañosos. La gente que viví
allí cazaba en las tierras altas, criabvacas, gallinas y cerdos, tenía una buenorja y un paso amplio para vadear e
río. El padre de Binza había descubiertel lugar.
—Alycia…, Binza… me dijo que s
padre era un mercenario.Touk se encogió de hombros. —Lo fue, durante un tiempo, per
era un buen pensador y llegó a l
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conclusión de que esa costumbre quiene el Príncipe de los Sacerdotes d
matar en nombre de la virtud es uextraño hábito. Una vez que la idea sapoderó de él, ya no lo abandonó. Sopuso a las persecuciones del Príncip
de los Sacerdotes con todo cuanto teníacuerpo y alma. Hizo algo más quhablar. Creó este asentamiento.
Has llamado Alycia a su hija, peres un nombre para sus viajes —continuToukere—. Nosotros la llamamos Binza
Pues así es como la llamó su padreBinza del Valle. —Touk me explicó que los qu
vivían en el Valle eran libres d
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reverenciar a los dioses que quisieranMuchos de ellos habían llegado pooscuros caminos, perseguidos pocazadores de recompensas y empujadopor la desesperación a territorio goblinDijo que hasta el último de ello
humanos, enanos, elfos, un kender y uminotauro— le debían la vida a Binzaa hereje que, como su padre, no creí
que el tormento y la ejecución fueran lomedios idóneos para honrar a los diosedel Bien.
—Nos llevamos bien, Doune eCazador. Con ello quiero decir que nnos matamos unos a otros por cosamportantes, y nos sentimos libres par
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pelearnos por cosas pequeñas.¿Nos?Apuró la cerveza y golpeó su pata d
palo con la jarra la. Dio un levrespingo de dolor al hacerlo y entonceme fijé en que la madera estaba mu
nueva. La amputación era tan recientque aún no había tenido tiempo dacostumbrarse a ella.
—Estamos muy cerca del territorigoblin —dijo—. Eso es bueno y maloBueno, porque mantiene alejados a lo
espías del Príncipe de los Sacerdotes a visitantes fortuitos. Malo, porquenemos que patrullar nuestras frontera
contra esos despiadados goblins. Soy…
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—Se interrumpió y pasó la mano por lpata de palo—. Era el jefe qucapitaneaba las patrullas. Pero eso sacabó.
—¿Qué ocurrió, Touk? —Lo que es evidente. —Se encogi
de hombros—. Perdí la pierna por ugolpe de hacha goblin, y pasdemasiado tiempo antes de que m
pudiera atender un clérigo para qufuera posible sanarla. Pero no he venidpara hablar de mí, Doune. Estoy aqu
para hablar sobre ti.Esto era increíble. Yo, al menos, no entendía. Ahí estaba sentado m
antiguo socio, cuyos consejos habí
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recordado y seguido incluso durantodos aquellos años en los que lo cre
muerto, el viejo amigo por cuymemoria había prestado juramento… de repente me había puesto furiosoFurioso y desconcertado porque no s
hubiese tomado la molestia de hacermsaber que no estaba muerto.
—¿Qué quieres hablar sobre mí? —
Dije con acritud— Vaya, pues mencuentro estupendamente, Touk. Cocuchilladas, costillas rotas, medi
devorado por goblins, y sintiendo eresto de mi cuerpo como si me hubiespasado por encima una carreta. Peropor lo demás, estoy bien ¿Y a ti, qué ta
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e han ido las cosas? —Escúchame, Doune el Cazador
Escúchame. —¿Que yo te escuche? No, Tou
Golpe de Martillo, tú vas escucharme…
—¡Atiéndeme! —Sus oscuros ojomoteados de azul ardían, como habíahecho tan a menudo cuando, com
decíamos nosotros, me daba un ataqude tozudez—. Fui yo quien le pidió Binza que te trajera aquí. Y era un gra
riesgo. Te conocía bien siete años atrásDoune el Cazador, pero no sabía shabías cambiado o no desde entoncesAun así, convencí a Binza para corre
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ese riesgo. Eh supongo que podrídecirse que le hice chantaje diciéndolque me lo debía por lo de mi pierna.
—¿Por qué, Touk?Se mordió la comisura del labio
como era su costumbre cuand
reflexionaba. Después habló de maneratropellada, como hacía siempre cuandntentaba dominar una emoción.
—Nunca te olvidé, Doune eCazador, y esperaba…, esperaba qufueras el mismo hombre que recordaba
Habría ido yo mismo en tu busca, pera ves que no podía. Necesitamos alguien fiable, alguien con recursosperspicaz. Alguien que… —Sacudió l
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cabeza, y enfocó el asunto por otro lad—. Los que viven aquí son granjeros esu mayor parte, no guerreros. Eminotauro quería encargarse del trabajoLo único que desea es matar goblins a lmenor oportunidad que se le presenta
En fin, ya sabes cómo son lominotauros. Impetuosos, violentoscualidades que no los hace
recomendables para dirigir hombres. Tdiré una cosa. No le hizo mucha graciservir de cebo en este juego.
—¿Cebo? ¿Para quién? ¿Para mí? —Bueno, yo llevaba muerto sietaños, ¿no? A manos de un cazador drecompensas en Xak Tsaroth. —Su
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abios se curvaron con una muecmaliciosa, un gesto muy familiar—Supongo que no habrías creído a alguieque se hubiera presentado ante tdiciendo que tu viejo amigo Touk Golpde Martillo quería tener una charl
contigo.Tuve que darle la razón. —Por lo tanto —continuó—
utilizamos a Dinn como señuelo. Uestupendo minotauro adulto merodeandpor la zona que tú frecuentas, listo par
echarle el guante… ¿Cuánto vale en lactualidad, noventa piezas de oro? —Suspiré, y él me dirigió una miradpenetrante— No soy muy bueno para da
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explicaciones claras, ¿verdad? —No. No lo eres.Se oyó un ruido suave, el susurro d
unos pies descalzos en la estera duncos que cubría el suelo. Alyci
estaba en la puerta, tan deslumbrant
como un zafiro bajo | la dorada luz decrepúsculo. Se acercó hasta quedarse dpie junto a Touk.
—Deja que lo intente yo —dijo—Doune, necesitamos un nuevo capitápara nuestras patrullas fronterizas. —
Posó la mano en el hombro de Touk—Y nos has sido altamente recomendadpara el puesto.
—¿Por qué vino en mi busca e
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mismo…, la misma Binza en persona?Ella se echó a reír, y sus ojos azule
relucieron. —Te dije cuando nos conocimos qu
eras toda una leyenda en el lugar ddonde venía. Touk insistió en que eras e
hombre que necesitábamos, pero mgusta comprobar qué clase de gente es lque viene a vivir aquí. No era mucho e
peligro que corría yendo a Istar. Estádemasiado preocupados en tejeeyendas sobre el terrible Binza par
saber realmente quién soy. Por lo tanto¿quién mejor para decidir si eramerecedor de nuestra confianza?
—¿Y si hubieses decidido que no l
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era? —No habría sido difícil perderno
en los cañones. —Sonrió y unohoyuelos se marcaron en sus mejillas—Son muy sinuosos y abruptos. No thabría costado trabajo creer que Dinn s
había desorientado.Alcé la vista al techo, intentad
definir con claridad todo aquello.
¿No era cierto lo del asesinato degrupo de peregrinos?, pregunté. Mrespondió que no. ¿Ni lo de santuario
desvalijados y clérigos masacrados? Eabsoluto, dijo. ¿Ni céntimos de platrobados de los ojos de hombremuertos? Se estremeció.
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—Es el rumor que más detesto dodos. No. Tengo mis ideas sobre lo qu
es correcto, y creo que tieneamordazado al mundo allá fuera. Eso eodo.
Asentí en silencio.
—Entonces supongo que no habrrecompensas.
—Ninguna. Sólo un trabajo, Doun
el Cazador, defendiendo a gente buena manteniéndola a salvo. Un hogar con uviejo amigo. —Apartó la mirada
ocultos los ojo tras el espeso velo dsus pestañas—. Y algunas amistadenuevas. ¿Estás con nosotros, Doune eCazador?
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Los ojos de Touk fueron de Alycia mí, con una ceja arqueada.
—Vaya, vaya —murmuró—. Asestamos, ¿eh? Pensé que el kender se lestaba inventando.
—Oh, cállate, Touk —dijo ella, co
as mejillas encendidas, aunque siponer mucho énfasis en sus palabras.
Touk rompió a reír y se palmeó l
rodilla, la ilesa. —¿Entonces, qué, Doune e
Cazador? ¿Estás con nosotros? —
preguntó.Una vez, Alycia me había prometiduna recompensa tan grande que ningunde los escondrijos que conociera dond
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guardarla quedaría vacío. Yo habípensado en oro, y ella se refería a uhogar, un lugar seguro y un viejo amigoAhora, al observar que sus blancamejillas se tenían de rosa, comprendque me estaba ofreciendo algo más.
Le dije a Touk que había hecho usolemne juramento de comportarmhonradamente con Alycia y que, a m
entender, dicho juramento era extensivpara Binza.
Más tarde, cuando el cielo estab
cuajado de estrellas y la luz de Solinarbrillaba a través de la ventana, Alyciaa terrible proscrita, Binza del Valle
rozó con sus labios mi frente de un mod
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que supe que no estaba comprobando senía fiebre.
—Hubo un tiempo en que pensé qusería imposible llenar esos espaciovacíos que había en ti —susurró—. Creque Touk se equivocaba, que no eras e
hombre indicado para nosotros. Perocuando te vi mirando a la mujer nómadmientras escapaba, cuando vi lo qu
sentías por ella, lo que de verdasentías, de manera que querías apartar lvista pero no podías…
Sonrió, como lo hizo entonces, comsi me estuviera viendo por primera vez e gustara lo que veía.
—Bienvenido a casa, Doune e
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Cazador.Me besó de nuevo, y sentí que su
abios se ensanchaban con una sonrisacomo una promesa.
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Día libre
Dan Parkinson
En un lugar de sombras, se movierootras sombras pequeñas.
La luz del sol se filtraba entre locascotes desmoronados, donde grandebloques de granito se apilaban e
montones de escombros, recostadounos contra otros allí donde se habíadesplomado. La luz brillaba entr
grietas y henil i duras e iluminaba el lis
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húmedo suelo de un túnel serpenteantea bastante profundidad bajo lsuperficie. Aquí, la lluvia de siglohabía abierto canales debajo de loescombros, canales que descendían unos pozos más grandes y cavernosos
bajo los macizos cimientos de un graemplo.
En la luz mortecina, las sombra
seguían el sinuoso paso hacia arribapequeñas y furtivas sombras que smovían en fila india, en silencio…
casi.¡Pum! La fila de sombras redujo lvelocidad y se acortó a medida que lasombras de atrás convergían con las d
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delante. La que iba a la cabeza se giró dijo:
—¡Chist! —Alguien caer —susurró una voz. —¡Chist! —repitió la primer
sombra, con énfasis.
Entonces reanudaron la marcha. Eorigen del canal erosionado era unabertura en forma de uve, entre piedra
cuadradas; una filtración donde lapiedras se habían asentado, separándosunas de otras.
La sombra del frente hizo una pausadijo «¡Chist!» otra vez, y desaparecipor una grieta. Las otras sombras lsiguieron a la oscuridad que había má
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allá.Oscuridad, y después una tenue lu
en alguna parte, más adelante. Con la lulegaron los sonidos de voces y lo
olores de alimentos cocinados. La lusalía a través de una estrecha grieta; l
sombra del frente se detuvo otra vezLas otras se amontonaron detrás y dnuevo hubo sonidos bruscos
contenidos.¡Pum! Una voz apagada: «¡Auch!».Otra voz: «¡Ay! ¡Cuidado!».
—¡Chist! —Alguien chocar con alguien. —¡Chist!¡Pum!
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—Alguien caer otra vez. —¡Chist!Silencio de nuevo, y las pequeña
sombras se arrastraron una tras otra poa grieta y entraron en una gra
habitación abovedada, iluminada co
ámparas, donde los hornos irradiabacalor, la carne siseaba sobre brasas, laollas humeaban sobre ardientes lumbres
la gente trabajaba; gente mucho mágrande que las pequeñas figuras furtivaque cruzaban a todo correr un espaci
abierto para meterse debajo de unenorme mesa de trinchar.Una de las personas altas de l
cocina miró en derredor.
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—¿Qué ha sido eso? —¿El qué? —preguntó otra. —¿No has visto algo? —No. ¿Qué era? —Nada, supongo. Echa un vistazo
esos panes, ¿quieres?
Una de las personas grandes se dimedia vuelta y se inclinó para asomarsa uno de los hornos.
—Unos cuantos minutos más. Yo…Vaya! ¿Adónde ha ido a parar?
—¿El qué?
—Medio pato. —La voz sonabperpleja, después irritada—. Oh, vamosEstos patos asados son para la sala dguardia. ¿Quién lo ha cogido?
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—Yo no, así que no me mires a mío importa. Prepara esa bandeja. Y
sabes cómo se ponen los guardiacuando tienen hambre.
—Está bien, pero espero que nadise dé cuenta de que sólo hay once pato
medio.La gente grande iba y venía, y la
pequeñas sombras avanzaban d
escondrijo en escondrijo a través de lcocina, hasta la puerta entornada de undespensa situada en un rincón poc
luminado. —¿Cuántos panes metiste al horno—Preguntó una voz a sus espaldas—Creo que faltan algunos.
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Las pequeñas sombras se movieropor la despensa desplegándose eabanico, investigándolo todo. Aquí allá desaparecieron pequeños artículode anaqueles y bancos. Pasada ldespensa había un ancho corredo
escasamente alumbrado, donde salineaban túnicas colgadas en perchas ydebajo de ellas, pares de sandalias
Unos cubículos con cortinas jalonabael corredor. Detrás de las cortinas se oíel ruido de respiraciones acompasadas
alguno que otro ronquido. —¡Oh! —Susurró una voz—Bonito!
—¡Chist!
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Herramientas e instrumentos yacíasobre bancos de sólidos tablones, en ualler de paredes de piedra. A medid
que las sombras pasaban, varios dgestos artículos desaparecieron. En lpared del fondo del taller, piele
curtidas y tratadas estaban enrolladas atadas. Otras colgaban en la pared, otras estaban apiladas en montones
unto a unas enormes tinajas cerradacon tapaderas.
Una sombra se detuvo cerca de l
piel de un gran alce, recientementcurada. —Bonita —susurró—. Hacer bue
petate de dormir.
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—Gañote cogerá para sí «mesmo—hizo notar otra voz, en un susurro.
—Tras lucha, cogerá —dijo lprimera, con determinación.
Las velas iluminaban un espacioscomedor, donde hombres grandes s
sentaban a las largas mesas y devorabaa comida y la cerveza a medida qu
unos sirvientes entraban con bandeja
cargadas y salían con ellas vacías. —Bruñir y pulir, frotar y abrillanta
—gruñó una voz profunda—. Esto
harto de tanto limpiar armaduras. —Órdenes del capitán —rezongotro— Frotar y pulir todo. Algmportante se está cociendo.
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—Está aquí todo el consejo —dijun tercero—. La novena delegacióacaba de llegar. Por el cumpleaños dePríncipe de los Sacerdotes, dicen loclérigos.
Entre filas y más filas de grande
piernas y enormes pies, : las pequeñasombras se escabulleron una tras otrpor debajo de una hilera de mesas. Aqu
allá, cerca del borde de las mesasdesaparecieron algunas porciones de comida.
¡Pum! —¡Chist! —Alguien caer otra vez —explic
un quedo susurro.
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Por encima de la mesa, uno de loguardias se giró hacia el que tenía a sado.
—¿Quién? —¿Quién, qué? —¿Quién se ha caído?
—¿Quién hizo qué? —Olvídalo. Yo… ¡ay! ¡Deja lo
pies quietos, guasón!
Más allá del comedor, pasada ungrieta oculta tras un tapiz, en unespaciosa estancia sombría, s
alineaban hileras de catres. Acá y allhabía hombres dormidos. En losoportes de madera había colgadaarmaduras completas.
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Las pequeñas sombras se movieropor el cuarto.
—Aquí no mucho —musitó una vo— Bonito material, pero todo mugrande.
—¡Chist!
—Aquí algo. ¡Eh, bonito y brillanteRuido de metal al chocar contr
metal.
—¡Chist!Un rato después, las sombras s
habían marchado y regresaban por e
mismo camino por el que habíalegado, a Salvo por los ruidohabituales del templo, ahora reinaba esilencio.
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A través de los antiguos canalecausados por antiguas lluvias, smovieron las sombras: pequeñas apresuradas sombras cargadas coabultados sacos de malla y brazadas dcosas diversas y objetos de todo tipo
Los canales se ensancharon en caverna al frente se divisó el brillo de luces
el sonido amortiguado de voces.
¡Pum!… ¡Cataclán!… ¡Plaf!La fila se paró. —¿Ahora qué? —preguntó l
sombra que iba a la cabeza. —Alguien caer.Las sombras reanudaron la marcha
después se frenaron con brusquedad a
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escucharse un poderoso rugido en algunparte…, un rugido como el avancmpetuoso de agua desbordada. Un grito
entremezclado con el sonido, que cesde manera repentina sólo para repetirscomo un eco frenético de alguien qu
chapoteaba y tosía.Las sombras habían desaparecido e
escondrijos. Ahora que el ruido habí
cesado, salieron de sus escondites avanzaron con cautela.
—¿Qué ser eso? —susurraron una
más. —¿Quién sabe? —Llegó lrespuesta—. Pero pasar ya. Vamos.
De nuevo se movieron las sombras
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apresurándose hacia la luz. Y de nuevse oyó un chapoteo.
—¡Alto! —ordenó la sombra ddelante—. ¿Qué ser esta cosa en suelo?
—No idea. No estar antes. —Agua, no. ¿Qué ser?
—Oler raro. Pero saber bien. ¿Quser?
Ruidos de sorbidos.
—¿Quién sabe? ¡Basta ya de gastaiempo! ¡Vamos!
Nunca se planeó el Día Libre. A
gual que los acontecimientos máhistóricos de Este Sitio durante eextenso y nada esplendoroso reinado dSu Vehemencia Gañote III, Gran Bul
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por Elección y Señor de Este Sitio Quizá Muchos Otros, el Día Libre tuvugar así, sin más. Se inició de un mod
de lo más inocente, con una preguntplanteada por la esposa y consorte deGran Bulp, la dama Grama. La señora
acompañada por un corrillo de otraféminas gullys, acababa de regresar duna expedición a las Salas de los Altos
en busca de algo; unos decían que erarroz tostado y huesos estofados, que veces podían escamotearse en la
cocinas, cuando los Altos estabadistraídos; otros decían que eraplumas; algunos decían que eran jugoso estupendos ratones; y la mayoría n
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recordaba lo que era, simplemente.Algunas cosas —en lo que se referí
a los aghars— valía la pena recordarlas otras no. Las razones para una accióa realizada, raramente se calificaba
como merecedoras de ser recordadas
Lo que de verdad importaba era lexcursión en sí.
Dama Grama y otras se había
nternado en las salas hasta donde shabían atrevido: por estercoleros despensas, habitaciones y talleres,
ravés de un comedor donde los Altocomían y hablaban acerca decumpleaños de alguien, y sitionteresantes donde había catres
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armarios para efectos personales cosas diversas tiradas acá y allá.
Las señoras aghars, instintivamentadeptas a escabullirse a través dpuertas entornadas y bajo las mesas, esconderse en las sombras y deslizars
sin ser vistas entre los pies alineados despecies más grandes, habían tenido unexpedición bastante provechosa, desd
el punto de vista de los enanos gullysCasi todas regresaron antes de la caídde la noche, aunque se ignoraba s
habían vuelto todas ya que, en primeugar, nadie sabía con certeza cuántahabían salido de expedición; y loesoros que llevaron a Este Sitio fuero
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causa de una agitada conmoción durantvarios minutos, por lo menos.
Había dos ollas de barro con restode comida en su interior; un surtido dhuesos mordisqueados; una sandaliornamentada, demasiado grande para e
pie de cualquier aghar; dos túnicas dino blanco, cada una de las cuale
proporcionaría maravillosos ropaje
para ocho o diez aghars; un barriletcasi medio lleno de la cerveza de loAltos; medio pato asado; un espejo; un
pica de infantería tres veces más altque el propio Gañote III; dos panes; upesado mazo; una patata; cuatro metrode bramante; un formón; una pieza d
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armadura (el protector de lentrepierna), que serviría como uestupendo cuenco para sopa; y la pieentera de un alce, con scorrespondiente cráneo y cuerna. Estúltimo tesoro complació tanto a Gañot
II que pasó a ser de su propiedad… traun altercado.
Gañote III arrojó a un lado su coron
hecha con dientes de rata, se echó la piedel alce por encima, se retorció bajella un poco, y después salió con e
cráneo sobre la cabeza y la cuernsobresaliendo por encima de él. El restde la piel arrastraba un buen trecho a sespalda al caminar.
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Jamás en su vida se había sentido taregio. Caminó en círculo, pavoneándose
—¡Mirar! ¡Todos mirar! El GraBulp imprensio… pres… ¡Buen aspecto—exclamó.
Fue tan insistente en su ostentos
exhibición que una muchedumbre sreunió a su alrededor, apartando codazos a dama Grama y a las otra
mujeres que, al fin y a la postre, habíasido quienes habían conseguido eesoro. Entre los reunidos se alzaro
murmullos de «Ver Gran Bulp»«Poderoso Gañote» y «¿Quién sepayaso con traje de alce?».
—¡Todos de rodillas! —Orden
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Gañote con actitud regia— ¡Hacerereven… revercien… inclinar antGran Bulp!
Varios súbditos se arrodillaroobedientemente, pero la mayoría habíperdido interés y ya se habí
desperdigado. Algunos de los questaban a su espalda, arrodillados sobra larga piel del alce, descubrieron qu
era una estera muy cómoda. Pocdespués, dos o tres se habían tumbado dormían plácidamente.
—Muy bien. —Gañote movió lcabeza arriba y abajo, satisfecho de latención que recibía con su nuevo regio atuendo. De pronto—: ¡Ah, oh!
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La enorme y pesada cuerna sambaleó hacia adelante, desequilibradaEl gesto de asentimiento se tornó en unnclinación y después en una profund
reverencia, y, en medio de uestruendoso repicar entremezclado co
maldiciones, el Gran Bulp cayó dbruces, completamente enterrado bajo lnmensa piel.
La ocasión fue irresistible paralgunos de sus leales súbditosReparando en los que ya dormían en l
amplia cola, otros se subieron al regimanto y se hicieron un ovillo parecharse una siesta.
Con la piel sobrecargada por el pes
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de los gullys durmientes, todo cuantpudo hacer Gañote fue salir gateandpor debajo de ella.
Su cólera se apaciguó en partcuando un fornido y joven aghar llegcorriendo de alguna parte, gritando
pleno pulmón, y se frenó en seco ante élEl joven estaba empapado y pringado da cabeza a los pies de un líquido d
color rojo púrpura. —¡Gran Bulp! —jadeó el recié
legado, falta de aliento—, ¡Noticias d
u real mina! —¿Tú, real mina? —Gañote lo mircon los ojos entrecerrados—. ¿Qué reamina?
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—Sí, Gran Bulp. Yo, Bufo. Trabajaen real mina.
—Bien. —Gañote reflexionó umomento—. ¿Qué es trabajar? —Sencogió de hombros y se dio medivuelta mientras intentaba recordar qué l
había irritado tanto un instante antesMiró en derredor sin fijarse por dóndandaba, de manera que se metió en l
maraña de una cuerna 1 de alce y sencontró completamente enredado.
Dama Grama corrió hacia é
mientras sacudía la cabeza. —Gran Bulp un buey torpón —rezongó, a la vez que empezaba desenredar a su señor y esposo de
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dilema en que se encontraba. —¡Gran Bulp escuchar! —Insistió e
minero manchado, de rojo—. ¡Noticiade mina!
Gañote no estaba de humor parescuchar, pero Grama se volvió hacia e
recién llegado. —¿Qué noticias? —preguntó. —¿Qué?
—¡Noticias! ¡Noticias de mina¿Qué noticias?
—¡Ah! —Bufo puso en orden su
deas y después se estiró tanto como unpersona de un metro veinte de estaturpuede estirarse—. Encontrar filón —anunció—. Madre veta. Real surtidor.
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—¿Filón? —Gañote estabnteresado ahora—. ¿Qué filón? ¿Lodo
¿Arcilla? ¿Piedras perc… pric…preciosa? ¿Qué?
—Vino —informo Bufo.Gañote parpadeó.
—¿Vino? —Vino —repitió enorgullecido Buf
—, Gran Bulp tener real mina vino, rea
surtidor.Grama terminó de desenredar a S
Frenética Majestad de la trampa de l
cuerna de alce y después se acercdonde Bufo aguardaba firme y caminó su alrededor mientras olisqueaba.
—Vino —dijo—, ¿De mina?
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—Mina toda llena vino —farfulló dmanera atropellada—. «Tenque» seveta madre.
Grama se quedó pensativa umomento; luego se volvió hacia el GraBulp.
—¿Qué hacemos con vino? —Beberlo —dijo Gañote con ton
decidido—. Todos poner embari…
embigar… borrachos como cubas. —Gran tontuna, Gran Bulp —
ntervino una voz cascada.
Una pequeña figura encorvada, quse apoyaba en el palo de una escobasalió de las sombras. Era el viejo GibaGran Opinante de Este Sitio y Jef
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Consejero del Gran Bulp en Asunto
equeridores de Seria Reflexión. —Beber madre veta de mina vino n
ontuna, Giba —bramó el Gran Bulp—Idea buena! ¡Yo tenerla!
—Claro —graznó Giba— Bebe
odo. Y luego, ¿qué? Todos acabar cocabeza hinchada y ningún provecho. Eugar de beberlo, venderlo. Hacerno
ricos. —¿Venderlo a quién? —A los Altos. Muchos Altos paga
bien por vino. Yo digo hacer negocioTener riqueza mejor que teneborrachera.
Grama se sintió totalmente atraíd
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por la idea de hacerse rica. Imágenes das más exquisitas finezas acudieron a s
mente: collares de cuentas, inacabableprovisiones de carne de estofado, parede zapatos iguales, un peine…
—Giba razón, Gañote —dijo—. Se
ricos. Superado en razonamiento estrategia, el grandioso Gran Bulp sdio media vuelta, rezongando, y empez
a reclamar su piel de alce propinandpatadas a diestro y siniestro a lodormidos aghars.
—Tener que celebrar —decidiGrama.Giba se había marchado y el únic
que quedaba para discutir con ella sobr
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ales materias era el trabajador de lmina manchado de vino. Bufo seguífirme en el mismo sitio, sin prestarealmente mucha atención a lo quocurría porque había visto a lencantadora Bacina, una hermos
ovencita aghar capaz de hacer olvidar cualquier aghar el asunto que tuvierentre manos.
A pesar de ello, oyó la sentencia da reina y volvió la vista hacia ella.
—¿el qué? —preguntó.
—¿El qué, qué? —Celebrar. ¿Celebrar, qué? —¡Ah! —Dama Grama bizqueó
esforzándose por recordar. Había qu
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celebrar algo, desde luego. Pero se lhabía olvidado qué era. Como cualquieotro aghar, Grama tenía una gramemoria para las cosas que veía, y veces, incluso, para las que oía, permuy escasa para recordar ideas
conceptos. El razonamiento de los de sespecie era simple: cualquier cosa vistmerecía la pena recordarse, pero, por l
general, poco más era merecedor dello. Rara vez era necesario recordadeas. Si uno olvidaba una idea, podí
discurrir otra. Y ahora tenía una. Se dimedia vuelta y gritó: —¡Gañote!A poca distancia, el Gran Bulp
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apartó de una patada a otro de susúbditos que dormía sobre la piel dalce, hizo un alto y miró a su alrededor.
—¿Sí, querida?Fue entonces cuando dama Gram
planteó la pregunta que tendría com
resultado uno de los episodios máhistóricos en la leyenda de los aghars dEste Sitio: el Día Libre. La pregunt
surgió por el mero recuerdo de algo quhabía oído en las Salas de los Altosdurante su expedición de avituallamient
con las otras damas de la corte. —Gañote, ¿cuándo tu cumpleaños?Fue el acólito Pocilio quie
descubrió que la Cuba Nueve se habí
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vaciado de su consagrado contenidovaciado hasta el espeso poso, quempezaba a secarse y a formar uncostra por encima. Al principio, npodía dar crédito a sus ojos. Haciendel signo de la tríada, cerró la abertura d
cata y retrocedió, tembloroso y pálidorecitando letanías en un susurro.
—He sido embrujado —se dijo—
Sólo es una ilusión, La cuba no estvacía. La cuba está llena.
Sin dejar de murmurar, se arrodill
en el suelo de piedra de la gran bodeg adoró a todos los dioses del Bienesperando mientras sus oracionecalmaban su agitación interna, dejand
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que la luz de la bondad y la sabiduría lnundara el alma. Todavía tembloroso
pero sintiéndose en cierto modo máseguro, remontó los peldaños de piedrhasta la pasarela y se acercó otra vez a portilla de cata de la Cuba Nueve
Con las manos algo trémulas, ldesatrancó otra vez, musitó una últimplegaria, y levantó la tapa.
La cuba estaba vacía. La luz de lavelas alumbraba su oscuro interior y ladistintas marcas de nivel en su pare
nterna. Tres metros y medio más abajooscuro y apestoso, estaba el reseco posencostrado, varios centímetros podebajo de la última marca de nivel. E
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pálido semblante de Pocilio adquirió uinte ceniciento. La cuba no podía esta
vacía. Era imposible. Y, sin embargo, nhabía vino en su interior.
Soltó la tapa de cata otra vez, lcerró, y recorrió con la mirada l
cavernosa bodega. Desde donde sencontraba, sobre la pasarela, laenormes cubas se perdían en la
sombras. Nueve en total; sólo la partsuperior asomaba sobre la base dpiedra horadada en la que reposaban
Cada una de ellas era más grande que lcelda donde Pocilio dormía, cuatrpisos más arriba, en el Templo dePríncipe de los Sacerdotes. La
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nmensas tinas parecían una hilera dmonolitos de madera curada, cuyaparedes eran tan gruesas como longitud de su pie. Cada una de ella
estaba asentada en una cavidad de rocsólida y, como todo lo demás en est
ugar —la mayor construcción de Istarel centro del mundo—, eran lo mejor dsu clase… de cualquier parte.
Los vinos que guardaban habían sidbendecidos por el mismo Príncipe dos Sacerdotes. No en persona, claro
pero sí en espíritu, en severaceremonias celebradas por clérigos drango inferior, en nombre de SMagnificencia. Durante dos siglos
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medio los vinos habían sido bendecidosDesde que el templo había quedadacabado, cada Príncipe de loSacerdotes había bendecido los vinos das nueve cubas, cada cosecha.
Simbolizaban los nueve reinos de l
Triple Tríada: las tres provinciaregidas por Istar, los tres estadoaliados de Solamnia, y los estado
fronterizos de Taol, Ismin y Gather; lovinos eran parte de los sagrados bienesLo mejor de la cosecha, producida en s
otalidad por manos humanas purificadas por la bendición del soleran los Vinos que había en las nuevcubas.
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Mejor dicho, los vinos que ssuponía que debía haber en las cubas, scorrigió Pocilio para sus adentros. Loque, de hecho, estaban en las otracubas, desde la número uno hasta lnúmero ocho —Pocilio lo habí
comprobado, como hacía cada mañan—, y que la Cuba Nueve, a saber cómono tenía.
Su mente era un confuso herviderde ideas. ¿Cómo podía estar vacía lCuba Nueve? Ninguna tina había estad
vacía jamás. Estos no eran vinos dmesa. Para tal propósito disponían dvinos elfos. No, estos vinos erasagrados, utilizados sólo en ocasione
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especiales y en cantidadeceremoniales. Y la cantidad consumidse reponía por los mayordomos ntervalos regulares, siempre con la
mejores cosechas humanas de cada unde los nueve reinos.
Fabricadas con maderas duras selladas las junturas, apoyadas en sólidroca, ninguna cuba había dejado escapa
ni una sola gota del precioso líquido. Yno había manera de sacar vino dcualquiera de ellas a no ser por l
portilla de cata. Y sólo él tenía lalaves. Pocilio quería llorar.Despacio, temblándole las piernas
caminó hacia la puerta cerrada de l
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bodega. Cientos de ideas lo acosabanexplicaciones de lo que había sucedidodisculpas por tan increíble desapariciónsúplicas de clemencia… Pero ningunera razonable.
Sólo podía hacer una cosa. Tení
que informar de la desaparición del vinde la Cuba Nueve, y rezar para quocurriera lo mejor.
—Hechicería —musitó el segundmayordomo mientras miraba de hito ehito la cuba vacía—. Maldad y caos
Brujería. Conjuros. —Cualquier tipo de perversidad —se mostró de acuerdo el primemayordomo—. Pero… ¿hechicería
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¿Dentro del propio templo? ¿Cómpuede ser? Aquí no hay magos… salvuno, por supuesto, pero está autorizadpor el propio Príncipe de loSacerdotes. El Ente Oscuro no realizarían malévolo conjuro. Todos los demá
hechiceros se han marchado… y estáconfinados en el lejano Wayreth. Istar hsido purificada de su pernicios
presencia. —¿Entonces cómo se explica esto
—insistió un clérigo superior, de l
sección de mantenimiento—. Una cubcompleta de vino, cuatrocientos… eh…ochenta y tres barriles, según enventario de ayer. Desde luego, no s
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ha levantado y se ha ido por su propipie, y no ha habido trasiego dmercancías en los tres niveles inferioredurante la pasada semana, ni siquiermozos de cuerda.
—¿Ladrones? —sugirió un jove
clérigo, que se puso colorado y agachos ojos cuando cayeron sobre él la
miradas incisivas y desaprobadoras. Er
por todos bien conocido el hecho de quel Templo del Príncipe de loSacerdotes era inviolable. En todo Istar
en todo Ansalon, no había edificio más prueba de robo. —Sólo los posos —musitó e
segundo mayordomo, todavía con l
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mirada prendida en la cuba vacíaTanteó con una larga vara medidora. Esonido del golpeteo contra el fondo fuapagado— Aproximadamente un metrde poso reseco. ¿Cómo pudo ocurriesto, a menos…? —Bajó la voz—. ¿A
menos que sea obra de la magia? De lpérfida y pagana magia.
—Hermano Susten, ¿has reparado e
que sólo llevas una sandalia? —preguntó una voz curiosa desde debajde la pasarela.
—No encuentro la otra —repliccon brusquedad el primer mayordom—. Te ruego que te concentres en easunto que tenemos entre manos
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hermano Relumbre. No es momento dcontar sandalias.
—¡Estoy harto de tanta chácharacabezas huecas! —Rugió una voexasperada, lejos, más allá de la puertde la bodega—. ¡Quiero saber quién s
o ha llevado! ¡Ahora!Las cabezas se volvieron por l
sorpresa. Varios clérigos corriero
presurosos hacia donde había sonado lvoz y al poco tiempo regresaronsacudiendo las cabezas.
—No es nada, Eminencia —dijo unde ellos al primer mayordomo—. Ucapitán de la guardia del templo. Aparecer, también él ha perdido parte d
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su atuendo. —¡Esto es el colmo! —Se alzó d
nuevo en la distancia la voz irritada—¿Quién ha sido el pervertido que hquitado de mi armadura la piezprotectora de la entrepierna?
—Desaparecido —musitó esegundo mayordomo, con la mirada fijen la vacía Cuba Nueve, com
hipnotizado—. Todo ese vino…desaparecido.
—¿Brujería? —repitió con vo
áspera el custodio de los pórticosmirando incrédulo al grupo de clérigoreunidos ante él—. ¿Magia? No seáiridículos. Esto es el Templo de
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Príncipe de los Sacerdotes. ¡Lhechicería está prohibida aquí, commuy bien sabéis!
—Con todo el respeto, Eminencia —dijo el primer mayordomo, apoyándosde manera alternativa en el pie calzad
con sandalia y el descalzo—, perhemos estudiado en profundidad estasunto y no hemos llegado a otr
conclusión.El custodio de los pórticos lo
observó fijamente, en silencio; despué
extendió sus ondeantes vestiduras omó asiento tras su escritorio. Suspiró. —Muy bien, hagamos otro repaso
Primero: aun en el caso de que la magi
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se hubiese introducido de algún modo eel templo (¿y qué mago se atrevería hacer tal cosa?), ¿qué propósito tendríel dejar vacía una cuba de vinconsagrado?
—Por maldad, el evidente propósit
de todo lo perverso. —Segundo: Su Radiante Gracia, e
Príncipe de los Sacerdotes en persona
supervisó la evacuación de la Torre da Alta Hechicería de Istar. Se sac
hasta el último artefacto mágico, y todo
os hechiceros de cualquier grado fueroexpulsados, no sólo de Istar, sinambién de los nueve reinos. La torr
está vacía, y los sellos permanece
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ntactos. —El Mal tiene sus caminos —dij
alguien. —Y está el… Ente Oscuro —
susurró otro, que de inmediato agachó lcabeza, abochornado, deseando no habe
abierto la boca. —Tercero —continuó el custodio d
os pórticos con actitud severa
simulando no haber oído el últimcomentario—, es del todo imposible quese vino haya desaparecido… —
Enmudeció, frunció el entrecejo parpadeó. —… por medio alguno, aparte de l
magia —finalizó 11 frase el prime
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mayordomo con voz queda, procurandadoptar una actitud pía en lugar driunfante.
—¿Brujería? —susurró el maestrde pergaminos mientras sacudía lcabeza. El movimiento hizo que s
agitara su blanco cabello, fino comhilos de seda. Aquí, en la sombras de ssanctasanctórum, donde muy poca
personas lo veían, salvo el custodio dos pórticos y, por supuesto, el Príncip
de los Sacerdotes, parecía un hombr
muy anciano, por completo distinto de ldignificada y reverente presencia quomaba asiento al pie del trono, cuand
el Príncipe de los Sacerdotes concedí
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audiencia en el santuario de luz.El maestro de pergaminos sacudi
de nuevo la cabeza, muy débil y triste eapariencia, a menos que se lo mirara os ojos.
—Después de todos estos años… e
Mal aún nos desafía en Istar. —No hay otra explicación
Excelencia —dijo el custodio de lo
pórticos con actitud comprensiva.Durante más estaciones de las qu
ningún hombre había vivido, el maestr
de pergaminos, el máximo representant—después del propio Príncipe de loSacerdotes— de todo lo que era bueno santo, había echado sobre sus débile
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hombros la carga de salvaguardar lvirtud en un mundo demasiado propensa caer en la perversión. Ahora parecívencido, próximo a llorar… hasta qualzó la vista.
—El Mal —susurró el anciano—
Después de todo lo que hemos hechoodavía yergue su vil cabeza. ¿Sabes
hermano Sopin, que mi ilustr
predecesor, mi venerado padre, muride tristeza al comprender que ni suagotadores afanes como consejero de S
Radiante Gracia habían logrado acabapara siempre con el Mal? Sí, claro quo sabes. En verdad creyó que se habí
conseguido, primero con l
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proclamación del Manifiesto de lVirtud y posteriormente al sancionar eexterminio de las razas perversas eodo el mundo. Durante un tiempo crey
que había tenido éxito, al igual que eercer Príncipe de los Sacerdotes y su
consejeros creyeron haber acabado coel Mal de una vez por todas el día eque este templo se consagró a todos lo
dioses… del Bien, se entiende —añadió.
El maestro de pergaminos alzó su
lorosos ojos —esa impresión daban primera vista— para mirar a svisitante.
—Hubo un tiempo en que inclus
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creyó en el acierto del primer Príncipde los Sacerdotes de que, vinculando lfuerza de Solamnia con la guía espirituade Istar, las fuerzas del Mal podrían seexpulsadas del mundo.
—Es lamentable —dijo el custodi
con actitud afligida. —Sí. Lamentable. Lo he dicho co
anterioridad, buen Sopin. El Mal es un
abominación. El Mal es una afrenta a lpropia existencia de los dioses y de lohombres. Y, no obstante, ¿cóm
eliminarlo de manera definitiva, parsiempre? Su pregunta no esperabrespuesta. Sin duda, ya la tenía.
—¿Cómo, Hijo Venerable? —Ahor
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sabemos, y el Príncipe de loSacerdotes tiene que saberlo tambiénque el Mal no puede ser derrotadunificando estados y construyendemplos. Ni tampoco expulsando a lo
partidarios del caos; ni siquier
eliminando los actos malignos y larazas perversas… aunque esto último nse ha llevado a cabo por complet
odavía, según tengo entendido. —Estas cosas llevan su tiempo
Excelencia. Incluso las razas más vile
se resisten a la exterminación. En cuanta los hombres que practican el Macuando creen que no serádescubiertos…
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—Tiempo —masculló el maestro dpergaminos con voz seca y rasposcomo arena—. Apenas queda tiempoSopin. Este asunto de la desapariciódel vino, esta arrogante demostración dhechicería, aquí mismo, en el lugar má
sagrado de todo el mundo… ¿No lentiendes, Sopin? ¿No ves lo qusignifica?
—Eh… Bueno, puede ser… —Es un desafío, Sopin. Peor aún: e
una burla. El Mal está cobrando fuerz
en el mundo, ¡porque todavía no lhemos destruido en su origen! —Loojos llorosos ardieron al mirar acustodio, que vio en ellos el fuego de
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fanatismo. —¡Hijo Venerable! ¿Te refieres a… —Sí, Sopin. Ya se ha discutid
antes. Es el momento de arrancar el Made raíz. De las propias mentes de lohombres. El custodio palideció.
—Hijo Venerable, ya sabes questoy de acuerdo contigo, ¿pero es emomento propicio para una política ta
drástica? La gente está… —Son niños a los que hemos d
guiar por el sendero de la verdad
hermano Sopin, al arbitrio de SRadiante Gracia, el Príncipe de loSacerdotes. —El maestro de pergaminose arrebujó en sus ropajes, tembloroso
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Últimamente tenía frío muy a menudo—El Gran Consejo de los HijoVenerables, hermano Sopin… Creo quahora están todos presentes en Istar¿no? Han presentado sus respetos a SRadiante Gracia.
—Están presentes, Excelencia. Caduno de los nueve reinos ha enviado undelegación para la festividad d
mañana, y todos los miembros deconsejo están aquí. Aunque se me hnformado hoy que uno de los clérigo
mayores está enfermo. Nadie ha sidcapaz de sanarlo. Quizá mañana, a lhora de la celebración, se encuentrmejor.
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—Con la gracia de los dioses deBien —se mostró de acuerdo con emaestro de pergaminos. Después mirde nuevo a su ayudante— ¿Enfermo¿Cuál de ellos?
El custodio rebulló inquieto.
—Eh… Es el hermano Sinius, HijVenerable. El clérigo mayor de Taol.
El maestro de pergaminos lo miró d
hito en hito. —¿Taol? ¿El noveno reino? ¿D
dónde procedía el vino desaparecido?
—El mismo. —¡Los dioses del Bien nos asistanAhí tienes la perfidia del Mal, Sopin
os engatusa actuando con sutileza hast
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convencernos de que todas sumaquinaciones son sutiles. Entoncescuando nos tiene embaucados, ataca…dilecto y contundente. A través desagrado vino nos ataca directamente nosotros. Nadie puede sanarlo, ¿eh? H
de hablar de esto con Su RadiantGracia, Sopin. El consejo de la luz dmañana tiene un asunto que discutir.
—Pero es el cumpleaños dePríncipe de los Sacerdotes, HijVenerable. ¿Es conveniente tratar est
ema? —El consejo se halla presentehermano custodio, y también lo está eMal. Déjame ahora, hermano. He d
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preparar una petición. Sugeriré uedicto; el mismo que he sometido consideración muchas veces coanterioridad. Pero Su Radiante Graciendrá que tomarlo en cuenta. Después
habrá de ser sancionado por el Gra
Consejo los Hijos Venerables. —Sí, Excelencia. —Sopin sintió u
escalofrío en la espalda. ¿El Príncipe d
os Sacerdotes solicitar la sanción deconsejo? Sólo cabía una explicaciópara semejante línea de conducta. E
maestro de pergaminos tenía en mentproponer la apertura del Pergamino dos Antepasados.
Era un objeto custodiado por e
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clero desde la instauración de la iglesiaun objeto que había atemorizado de tamodo al primer Príncipe de loSacerdotes que éste había ordenadsellarlo con un conjuro. Podía abrirsepero sólo mediante diversos y secreto
encantamientos, recitados al unísono poodos los miembros del Gran Consejo d
Hijos Venerables.
La sabiduría encerrada en ePergamino de los Antepasados era tapoderosa que el primer Príncipe de lo
Sacerdotes la había consideraddemasiado temible para dejarla emanos de hombre alguno, ni siquiera eas propias ni en las de sus sucesores
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Se decía que el Pergamino de loAntepasados contenía el secreto de lectura de las mentes. Con su poder, un
podía penetrar y juzgar —posiblementhasta controlar— las mentes de otros.
Jamás en la historia de Istar se habí
abierto este pergamino. Jamás econsejo había accedido a ello, a pesade habérselo propuesto muchas veces
Entre los nueve miembros siempre habíalgunos —sobre todo los de la OrdeSolámnica— que argumentaban qu
restringir el libre albedrío era unabominación. Y por lo general siemprhabía otros —casi siempre los elfos—que temían que los propios dioses n
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oleraran algo semejante. Alegaban qupodría destruirse el equilibrio en el quse basaba el universo.
Ciertamente los dioses neutrales ssentirían ultrajados, ya que el libralbedrío era sagrado para ellos. Inclus
os dioses del Bien y la luz, murmurabaalgunos, podrían considerar la prácticdel control de mentes como un acto d
arrogancia.El custodio de los pórticos sintió u
nuevo escalofrío al reparar en que e
maestro de pergaminos lo miraba cofijeza. En aquellos ojos no había rastralguno de vejez ni debilidad, nvacilación en su propósito. Los viejo
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ojos ardían con un fanatismo tan cegadocomo el fuego y tan frío como el hielo.
—Los dioses del Bien cuentan conosotros, Sopin —dijo el anciano—Confían en nosotros y nos han facultadpara ejercer su autoridad. No podemo
decepcionarlos otra vez. La raíz del Mase encuentra en las mentes de lohombres. Y es de ahí de donde debemo
extirparlo.El Gran Bulp Gañote III, cabecill
de todos los aghars de Este Sitio y Quiz
Muchos Otros, se quedó perplejo ante lpregunta de dama Grama. No tenía ni lmás remota idea de cuándo era scumpleaños; tampoco estaba muy segur
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de saber qué era un cumpleañosAdemás, tenía cosas mucho mámportantes en las que pensar… si e
que conseguía recordarlas.Una de ellas, por supuesto, era l
mina de vino. Gañote no estaba mu
seguro, pero sospechaba que el vino nera un producto habitual de mineríaClaro que el mundo estaba lleno d
misterios y por lo general era mejor nplanteárselos.
Ni siquiera sabía bien dónde estab
a mina. El clan bulp siempre teníalguna mina en funcionamientnormalmente cerca del vertedero de l
ciudad) por si acaso se encontraba alg
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de utilidad, pero la localización de lmina cambiaba tan a menudo como lhacía la localización de Este Sitio.
Este Sitio era movible, circunstancimuy conveniente para los propósitos dos gullys. Años de abuso y malos trato
por parte de otras razas habíadespertado ciertos instintos en loaghars, y uno de ellos era no permanece
en un lugar el tiempo suficiente para qusu presencia fuera descubierta. Estsemana, Este Sitio estaba aquí. Hací
una o dos semanas, Este Sitio habíestado en otra parte. Y dentro de una dos semanas, Este Sitio podríencontrarse en cualquier otro lugar. Est
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Sitio estaba donde quiera que el GraBulp dijera que estaba Este Sitio.
Gañote no recordaba con exactitupor qué su clan había abandonado eEste Sitio anterior —las decisionepasadas, basadas en circunstancia
pasadas, no merecían la pena de serecordadas—, pero se sentía orgullosde la elección del actual Este Sitio: un
caverna natural de un sustrato de piedrcaliza, cuya entrada estaba oculta poos inmensos montones de escombro
dejados por los Altos que habíaconstruido las gigantescas estructuraque se encumbraban en la superficieEste Sitio se extendía muy por debaj
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del Gran Templo de Istar y estabconectado a las despensas de la inmensconstrucción por antiguos canaleocasionados por la erosión.
Era un buen sitio para Este Sitio, el hecho de haberlo descubierto po
casualidad —varios gullys habían caíden él, literalmente— carecía dmportancia. Para Gañote era otr
evidencia más de su ingenio como GraBulp, junto con otro par de aptitudesales como… Bueno, fueran cuale
fueran, sabía que tenía varias.Probablemente el único rasgo dngenio que el cabecilla de los aghars d
Este Sitio había demostrado fu
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proclamarse a sí mismo Gañote III, eugar de simplemente Gañote. Es
enumeración tenía la virtud de causar esus súbditos una confusión mudeseable, un logro que todos los líderede todas las naciones envidiarían. Entr
os aghars eran muy pocos los qupodían contar hasta dos, y ningunlegaba tan lejos como para contar hast
res. Por consiguiente, siempre surgía ucierto temor reverente cuando sreferían a su señor como Gañote III.
En virtud de su nombre, nuncestaban seguros de quién, —o qué—era. Ello, por sí solo, eliminabcualquier posibilidad de rivalidad par
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el puesto.La decisión de ser Gañote III habí
sido una inspiración. Ahora, muchoaños más tarde, el Gran Bulp sintió que llegaba una nueva inspiración. N
sabía qué era, pero los síntomas no era
os propios de una indigestión y teníaalgo que ver con lo que había sentido aponerse la piel de alce con su enorm
cuerna. El fantástico atuendo lo hacísentirse como el Gran Bulp dePorvenir. Así pues, cuando su amad
consorte (¿cómo se llamaba?) sugiriuna fiesta en honor de su cumpleañosGañote aceptó de buena gana y prontolvidó todo el asunto. Estaba mucho má
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nteresado en ir de un lado a otropavoneándose con su piel de alce sintiéndose importante, que en planeaceremonias.
Grama, por otro lado, no tenía talepreocupaciones.
—¡Giba! —Llamó al Gran Opinant—. ¡Celebrar cumpleaños de Gran Bulp
—Vale —dijo el anciano, qu
empezó a dar cabezadas y a roncar. —¡Giba! —Exigió la dama—
Atender!
El viejo se despertó con gestenojado. —¿Atender, qué? —¡Cumpleaños de Gran Bulp
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Celebrar! —¿Por qué?Aquella pregunta dejó perpleja u
nstante a dama Grama, pero enseguidrespondió:
—Por decirlo Gran Bulp.
—Bueno. —Giba suspiró—¿Cuándo cumpleaños de Gran Bulp?
—Mañana —decidió Grama. Apart
de hoy y ayer, fue el único día que se locurrió. Y de lo que no cabía la menoduda era que Gañote no había nacid
ayer ni hoy—. Hacer planes. —¿Qué planes? —¿Quién sabe? Preguntar Gra
Bulp.
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La conversación fue interrumpidpor un estruendo acompañado de unavalancha de juramentos. El grandiosGran Bulp, que intentaba colocar lcuerna del alce sobre su cabeza, shabía caído patas arriba.
El Gran Opinante se acercó a ssoberano y le dio unos golpecitos con lpunta del mango de escoba.
—Gran Bulp, ¿qué querer hacemañana?
—Nada —gruñó Gañote mientras s
ponía de pie—. Largo «daquí».El Gran Opinante volvió junto dama Grama con esta respuesta.
—Gran Bulp decir para fiesta, todo
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argo «daquí», hacer nada.Aquello no era exactamente lo qu
Grama tenía en mente, pero parentonces ya estaba muy ocupada cootras cosas.
Algunas de las señoras de la corte s
estaban peleando por el nuevo cuencde sopa y para dama Grama resultabevidente que deberían tener más de u
cuenco. Un servido completo de messería lo indicado.
Giba frunció el entrecejo y repitió l
orden del Gran Bulp. —Para fiesta, todos largo «daquí»hacer nada, Grama miró a su alrededor—¿No trabajo? ¿Nada?
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—Nada. —Entonces, día libre. —Asintió co
a cabeza—. Decir a todo el mundmañana ser Día Libre.
Bufo, el minero, fue uno de loprimeros en oír la noticia y ayudó
propagarla. —Mañana Día Libre —dijo
cuantos encontró—. Ordenes de Gra
Bulp. —¿Qué ser Día Libre? —L
preguntó alguien—. ¿Qué tener qu
hacer en Día Libre? —Sí, ¿qué hacer nosotros DíLibre? —preguntó otro. Bufo no sabía lrespuesta. No había oídlos detalles. Po
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su parte, no obstante, tenía intención dr a trabajar.
Entre los objetos saqueados por laseñoras había encontrado un martillo un escoplo. Bufo sería un enano gullypero era un enano. El manejo d
herramientas estaba muy arraigado en sespíritu sencillo. Estaba impaciente pocomprobar lo que sería capaz de hace
con un martillo y un escoplo en la minde vino.
Así fue como en un día determinad
por el destino tuvo lugar la celebracióde dos cumpleaños: uno arriba, en eTemplo del Príncipe de los Sacerdoteen la ciudad de Istar, sede del pode
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clerical y centro del mundo poproclamación, y otro abajo.
El clérigo mayor de Taol habíestado «indispuesto» a causa de uperdonable exceso con los caldos elfosa los que había recurrido par
contrarrestar los efectos del largo arduo viaje a Istar. Pero cuando se hizpúblico que la piadosa festividad de
día siguiente estaría precedida de unreunión del gran consejo, su salumejoró de manera considerable. Uno n
enviaba notas de disculpas cuando ePríncipe de los Sacerdotes convocaba egran conseja De esta suerte, los HijoVenerables Supremos en su totalidad
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os nueve clérigos mayores de los nuevreinos, estaban presentes en la sala daudiencias cuando los paneles dreluciente piedra se retiraron hacia atrápara inundar la cámara con la gloriosuz, una luz que parecía emanar del tron
que quedó expuesto y de la personsentada en él.
Ninguno de ellos recordaría despué
qué aspecto tenía exactamente ePríncipe de los Sacerdotes. Nadie lrecordaba. Sólo permanecía l
persistente sensación de inmensbondad, flotando sobre oleadas de luz.En toda la inmensa sala había sól
un rincón donde las sombras s
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agazapaban, un nicho entre lagrandiosas tallas florales que se alzabadesde el suelo. Si alguien reparaba eello —eran pocos los que lo hacíacuando estaban en presencia de SRadiante Gracia—, le parecía sólo un
igera anomalía de la grandiosa obrarquitectónica, una grieta accidentadonde se borraba la luz. Pero par
Sopin, que vivía a diario en el sagradrecinto del templo, el rincón era un lugade terror. Echó una mirada de soslay
hacia allí y creyó atisbar un movimiententre las sombras. No podía asegurarlopero al parecer el Ente Oscuro shallaba presente.
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Sopin se estremeció y apartó loojos, dejando que sus desasosegadopensamientos se diluyeran en la luresplandeciente que irradiaba del trondel Príncipe de los Sacerdotes.
Tuvieron lugar los rezos y lo
rituales, el pródigo cumplimiento de ldebida unción a todos y cada uno de lobuenos dioses del universo, y despué
comenzó la sesión. —Hijos Venerables. —La voz qu
salió de la fuente de luz era cálida
reconfortante como la propia luz, tareverberante como los rayos del sol—uestro amado hermano, el maestro d
pergaminos, ha solicitado audiencia
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como es su derecho. Propone un edictouno que ya se ha sometido consideración con anterioridad, y qurequiere vuestra sanción.
Sopin se arrellanó cómodamente esu cubículo, preparado para un largo
conocido debate. Ya lo había oído lodantes, y lo volvería a oír ahora, y spreguntó si el resultado no sería otra ve
el mismo. No obstante, nunca había visto a
maestro de pergaminos tan determinado
no pudo evitar pensar que tal vez epropio Mal había provocado sdesaparición definitiva.
El tiempo lo diría.
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Bufo había estado a punto drenunciar a reanimar la tiente de vinoque había dejado de manar al cabo duna hora. Una gran parte de la cavernde Este Sitio estaba inundada de vinocuya profundidad llegaba a la cintur
pero la veta había dejado de manarCuando por fin se las arregló parensanchar la veta lo bastante par
meterse a través de ella —lo habídesconcertado un poco que el principidel túnel fuera de piedra y el final d
madera— encontró más adelante unmasa de pulpa pegajosa y maloliente. Sescoplo y su martillo apenas surtíaefecto en la masa y, de hecho, estuvo e
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un tris de perderlos.Casi había llegado a la conclusió
de que el manantial no era más que unbolsa con un agujero detrás, cuando esonido de un chapoteo a su espalda llamó la atención y regresó por el túne
para ver qué pasaba. Al otro lado deestanque de vino, dama Grama y uabultado séquito de mujeres aghar
habían botado una improvisada balsa se impulsaban con pértigas hacia laoscuras grietas que conducían a la
Salas de los Altos. Muchas llevabasacos vacíos y trozos de redes.Bufo las saludó con la mano desd
a boca de la mina. Alguna
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respondieron al saludo. —¿Por qué tú aquí en Día Libre
Fufo? —preguntó a voces dama Grama. —Bufo —la corrigió. —Vale, Bufo. ¿Por qué? —Ni idea —admitió—. Alguie
ponerme ese nombre, supongo. ¿Adóndr señoras?
—Necesitar más cuencos —contest
ella—. Dama Regaña recordar dóndhaber. Sitio donde guardias Altos meterajes de metal.
—Pasar buen día —deseó Bufo, aiempo que agitaba otra vez la mano. —Día Libre. —¿Qué?
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—Se supone que Fufo decir: «Pasabuen Día Libre». Hoy Día Libre¿recuerdas?
—Oh. —Bufo saludó otra vez con lmano. La balsa lo había sobrepasado se acercaba a la pared donde empezaba
as grietas. No teniendo nada mejor quhacer, Bufo regresó al túnel, aspirhondo y se lanzó de cabeza a la pringos
masa. Se le había ocurrido que en algunparte más allá, tal vez hubiera mámadera o roca, algo que pudiera corta
con su escoplo.Gañote III estaba de malhumorRecorrió con la mirada la sombrícaverna principal y sólo vio uno
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cuantos súbditos desperdigados acá allá, que no le prestaban la menoatención. Al parecer, todo el mundhabía decidido tomar el día libre. Nadidiscutía, nadie corría de un lado a otrchocando con los demás, y, lo peor d
odo, nadie le hacía el menor casoEstaba malhumorado y disgustado, perno sabía bien qué hacer al respecto.
—Esta inbusborni… insurnobi…n… Esto no tener gracia —rezongó, y
nadie pareció importarle.
Ni siquiera el viejo Giba le sirvide ayuda. El Gran Opinante se limitó encogerse de hombros mientras decía:
—Hoy Día Libre, Gran Bulp. Nadi
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ener que hacer nada en Día Libre. Nsiquiera soportar a Gran Bulp. Yoampoco. —Y, sin más, se había dad
media vuelta y se había marchado.Durante un rato, el Gran Bulp pase
de un lado a otro, echando chispas
Cuando no atrajo la atención de nadicon su actitud, recogió la piel de alce, sa echó encima, con la cuerna bie
enderezada sobre la cabeza, y tomasiento, muy enfurruñado.
Como era habitual cada vez qu
Gañote III se enfurruñaba, le entrsueño. Cerró los párpados y bostezó. Lenorme cuerna se tambaleó y después snclinó hacia adelante; no cayó gracias
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que el soberano estaba sentado sobre lpiel. Por la mente de Gañote pasarovagas imágenes de estofados calientesagartijas frías, cerveza robada y uranquilizador ambiente de confusión.
Parecía que Gañote III estaba a sola
en la caverna de liste Sitio. Parecía qua gruta se había vuelto más oscura,
que no había nadie excepto él. O quizá
hubiera alguien más, pero él no podíver quién era.
«Así que ésta es la explicación —
dijo una voz suave. Gañote no recordabqué era lo que necesitaba unexplicación—. Pobre Gran Bulp, qunadie lo respeta», añadió la voz.
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«Cierto», intentó decir Gañote, perhablar era un esfuerzo que no merecía lpena.
«Necesita hacer algo especial parganarse ese respeto —prosiguió la vozarrullándolo, entretejiendo la lenta tram
de su sueño—. Algo grande y gloriosoAlgo extraordinario».
«Claro —pensó decir— Eso nad
nuevo. Gran Bulp glorioso todo eiempo».
«Pero esta vez tiene que ser especia
—ronroneó la voz—. I Necesita hacealgo especial».«¿Cómo qué?», consideró pregunta
el Gran Bulp.
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«Trasladarse», sugirió la voz.«No apetece —debió habe
respondido Gañote—. Acabar de sentaaquí».
«No. Un cambio grande —insistió lvoz—. Una migración, Gran Bulp, un
grandiosa, fabulosa migración. Conduca tu gente al Sitio Prometido».
«¿Qué Sitio Prometido?».
«Lejos —susurró la voz—. Muymuy lejos. Un largo viaje, El Gran BulpEl destino… El Gran Bulp del Destino
¿Cómo te llamas?».«Gran… Gañote III…».«Gañote III, el Gran Bulp qu
condujo a su pueblo al Siti
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Prometido… a su destino, Gran Bulp. Tdestino».
«Distino —musitó Gañote, y quizáañadió—: El Gran Bulp… El Gran Bulpdel Disti… Densi… Desatino».
«Destino».
«Eso. Destino. ¿Dónde ese SitiPrometido?».
«Al oeste, Gran Bulp. —La voz s
alejó, apagándose en la distancia—Lejos, muy lejos, al oeste de aquí. Muejos».
Pareció que la voz continuaba, pera no hablaba con Gañote. Hablaba parsí mismo.
«Así comienza el torrente má
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mpetuoso —dijo—. Con una simplgota de lluvia».
«¿Goteo?», se preguntó el GraBulp.
«Goteo, sí», ratificó la voz.Una vez que hubieron cruzado e
estanque de vino, no estaba muy lejos esitio donde dama Regaña recordabhaber encontrado la pieza de armadur
de los Altos que servía para usar comun precioso cuenco de sopa. Con damGrama al mando y dama Regaña com
gula, las señoras aghars recorrieron coprecaución el camino a través de loviejos canales hasta el vertedernferior; a través de despensas
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almacenes hasta un agujero donde unpiedra resquebrajada se apoyaba en uecho de arcilla erosionada. El agujer
se abría a un hueco por el que se gateabdetrás de un ornamentado armariosituado en una habitación enorme dond
unos cien catres o más se alineaban a largo de las paredes. Había mesas
bancos detrás, colocados en ordenada
filas, y en el despejado espacio centrase alzaba un bosque de percheros dondcolgaban armaduras completas.
Docenas de catres estaban ocupadocon humanos dormidos, y en el perchercercano a cada uno de ellos relucía lcorrespondiente armadura.
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Grama se asomó por detrás dearmario, escuchó con atención el corde ronquidos, y después hizo una señcon la cabeza a sus compañeras. Slevó un dedo a los labios.
—¡Chist!
Silenciosa, metódica eficientemente, las señoras aghars sdeslizaron de perchero en percher
recogiendo las bruñidas piezametálicas que protegen la entrepierna.
Bufo estuvo a punto de asfixiarse e
pulpa antes de topar con materia sóliden la mina de vino. La masa se agitaba flotaba a su alrededor a medida que eaghar se abría camino a través de ella
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Pese a que amenazaba con ahogarloBufo continuó y, al cabo de un tiempochocó contra algo sólido. Una pared dmadera.
—A justo tiempo —musitóanteando la superficie con las manos
Era igual que la otra madera por la quhabía brotado el surtidor. Empezó rabajar con el martillo y el escoplo.
Más allá encontró piedra sólida, y spreguntó fugazmente si no habría ido ecírculo y estaría abriendo un | túnel d
salida junto al túnel de entrada. Estuventado de olvidar todo el asunto ponerse a cazar ratas o algo; A punto yde renunciar, tuvo una revelación.
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—Hoy Día Libre —se dijo—. DíLibre significar no hacer nada… nsiquiera rendirse.
Fortalecido con este pensamientoBufo reanudó sus esfuerzos con mábrío, arrancando esquirlas de piedra e
medio de la densa y malolientoscuridad. Detrás de la | piedra encontrmás madera.
—Dar un golpe más —masculló—Entonces ir a cazar ratas.
Fantaseó con la idea de que, si s
ganaba renombre como minero de vinocabía la posibilidad de que lencantadora Bacina accediera a ir cazar ratas con él.
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Por lo menos la madera era máfácil de cortar con el escoplo que lpiedra. Era una madera vieja, curada, disfrutó trabajándola mientras cavaba eúnel, centímetro a centímetro. D
manera gradual, el sonido de su martill
cambió, tornándose más bajo, mávibrante con cada golpe y la intuición lerizó los pelos de la barba.
—Quizá tener algo ahí —susurró—Sonar como posible veta.
El martillo golpeó y el escopl
cortó; de repente, la madera que tenídelante se abultó y se resquebrajó. Bufsólo tuvo tiempo de aspirar unbocanada de aire antes de que l
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rugiente oleada lo rodeara y arrastrardando tumbos de vuelta por el túnel dmadera, piedra, madera, la pastosa masde pulpa maloliente, de nuevo maderapiedra, para lanzarlo por fin al exteriora las espumeantes y agitadas olas de
estanque de vino, en la caverna.Subió a la superficie, cogió aire
contempló la entrada de la mina de vino
a varios metros de distancia. Un vacíorrente de oscuro caldo brotaba por e
agujero, rugiendo y espumeando
medida que desaguaba en el estanquecuyo nivel aumentaba más y más. —¡Guau! —exclamó boquiabiert
—. ¡Todo un otro surtidor!
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Sin soltar el martillo y el escoploBufo se meció y giro como un corcho ea arremolinada superficie púrpurantentando mantenerse a flote. Se golpea cabeza con algo sólido y al mirar s
encontró con la balsa de las señora
aghars, que transportaban sacos y redecargado*
—¿Tú caer? —le preguntó una d
ellas. —Estanque ahora un montón má
grande que antes —Comentó otra.
Dama Grama se arrodilló en la bals cogió un poco de vino en un cuencmetálico. Lo olisqueó, dio un sorbo, ldegustó, y después asintió con la cabeza
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—Bueno —decretó—. ¿Qué opinaser esto?
—Vino —contestó una de laseñoras.
—¿Vino, eh? Muy bueno.Dama Grama se inclinó para mira
al minero que se sostenía a flote a durapenas.
—Fufo…
—Bufo —la corrigió, a la vez quescupía espuma—. ¿Ver tierra firme ealguna parte?
Ella miró en derredor. —Claro. Agarra gabarra.Bufo se sujetó a la balsa. La
señoras empujaron con las pértiga
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hacia la lejana orilla. Una multitud dcuriosos aghars se había reunido en ebancal, algunos para ver qué traían laexpedicionarias y otros, que ya sencontraban allí, para probar el vino.
Mientras las señoras vadeaban haci
a orilla con su bolín, dama Gramrecordó al minero que traían a rastras.
—Sacar a Fufo —ordenó
señalándolo. —Bufo —balbuceó el minero
Medio ahogado y más ebrio a cad
minuto que pasaba, apenas lograbmantener la cabeza por encima del vinoUnas manos pequeñas y fuertes lcogieron por las orejas y tiraron de é
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hasta que fue capaz de encaramarse a lbalsa; luego lo ayudaron mientragateaba hasta alcanzar la seguridad dierra firme.
Allí se quedó despatarrado y, aalzar la vista, se encontró con unos ojo
brillantes y preocupados. Era Bacina. —¿Bufo bien? —preguntó la chica. —Bien. —Eructó—, pero lleno co
vino. Encontrar nuevo surtidor.Varios gullys jóvenes observaban l
atención que la hermosa Bacina prestab
al embriagado minero. —Tener algo entre manos ése —dijuno de ellos.
—Tener a Bacina —se mostró d
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acuerdo otro—. ¿Tú saber algo dminas? ¿O vino? ¿O trabajo?
—¿Y qué tener que saber? —opinun tercero, encogiéndose de hombros—Sólo cavar, sin parar. Algo saldrá.
Tras lanzar una última ojeada a
postrado Bufo que disfrutaba del favor otal atención de Bacina, los otroóvenes aghars salieron disparados e
busca de herramientas. Al ser ése el DíLibre y no teniendo nada mejor quhacer, habían decidido dedicarse a l
minería.El acólito Pocilio creía que el díanterior había sido malo, pero esiguiente resultó ser peor. Entre su
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areas matinales estaba la dnspeccionar las ocho cubas restantesa que la novena habla sido sellada e
día anterior por el primer mayordomoPero un molesto y persistente cosquillentuitivo hizo que el nerviosismo s
apoderara de él a medida que recorría lpasarela.
No podía ocurrir de nuevo, ¿verdad
Otra vez, no.De algún modo, supo, aun antes d
abrir la portilla de cata de la Cub
Ocho, lo que iba a encontrar: nada.La Cuba Ocho estaba vacía.Fue un pálido y tembloros
mensajero el que corrió todo el camin
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desde el pabellón del primemayordomo en los sótanos del templhasta los vastos salones superiores dreluciente piedra, para entregar emensaje sellado al capitán de la guardiaen las puertas del gran salón d
consejos. El mensajero sabía econtenido de la nota. Los pisonferiores eran un hervidero de chismes
todo el mundo, desde el personal dmantenimiento hasta los cocineros mayordomos, estaba muy preocupado.
El mensajero se encontraba casdemasiado desasosegado para reparaen la extraña apariencia del capitán da guardia…, sólo casi. Mientra
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regresaba a los pisos inferiores, spreguntó por qué un soldado tamagníficamente equipado llevaría unpieza de armadura que no encajaba coel resto. Desde el bruñido yelmo a loustrosos refuerzos, desde la fina
engrasada malla a la bien repujadvaina, desde los relucientes guanteleteal brillante peto, cada pieza de s
armadura casaba a la perfección con eresto… con una notable excepción.
La pieza en cuestión parecía qu
fuera prestada.En la inmensa cámara, el mensajsellado pasó del secretario de la entradal secretario de sacristía, y luego fu
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levado en silencio al secretario denencia, quien se la entregó al ayudant
del custodio de los pórticos. Umomento después, el propio custodio sncorporó, se inclinó ante el trono y
acercándose a él, se arrodilló al pie de
p pedestal. Bajó la vista y levantó eabierto mensaje hacia la luz.
—Informa de esta noticia —dijo l
Voz Radiante.Tristemente, el custodio de lo
pórticos se volvió hacia el Gra
Consejo de Hijos VenerablesSosteniendo el mensaje con el brazextendido, leyó el breve contenido evoz alta.
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La Cuba Ocho de los vinosagrados, la cosecha de la provincifronteriza de Ismin, estaba vacía, tavacía como la cuba de Taol, descubiertel día anterior.
—El Mal nos ataca —dijo e
maestro de pergaminos cuando Sopihubo terminado de leer—. Un escarnimuy sutil y, sin embargo, un abiert
desafío. Oh, Radiante Gracia… OhHijos Venerables…, debemos respondea esta provocación.
Más allá, en alguna parte, donde lasombras engullían la luz, una vosusurró:
—El destino.
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Pocas horas después, al menos undocena de mineros de vino en ciernerabajaban en la mina real, y más agharban hacia allí para sumarse a la tarea
Los que llegaron primero se encontrarocon un extenso lago de vino en l
caverna que había debajo de la minapero de la propia mina manaba uescaso hilillo. Armados con diversa
herramientas de excavación, sntrodujeron en fila por la ruta de Bufo
pasaron a través de un largo túnel d
roca y un corto túnel de madera, y desdun hundido túnel de lodo reseco a otrúnel de madera, el cual conducía d
nuevo a otro de roca, y después a otr
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de madera, y posteriormente a unmaloliente masa de pulpa húmeda. Allse filtraba de lo alto una luz mortecina as voces agitadas de los Altos, confusa amortiguadas por la masa de pulpa.
En silencio, los aghars esperaro
hasta que la luz y las Voces se apagaronOyeron el distante y sordo golpe de unpesada portilla al cerrarse.
Cuando todo estuvo en silencio, eque iba a la cabeza dijo:
—Vamos. Quizá más bolsas de vino
A buscarlas.Vadearon trabajosamente, en fila, eespacio de residuos, por encima de locuales asomaban sólo sus cabezas y la
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velas, y se pusieron a trabajar en lpared de madera del fondo. Traperforar un tramo, encontraron piedra, después otra vez madera.
Las cavernas de Este Sitiretumbaron con la rugiente oleada d
vino que fluyó y espumeó a través ddos cubas vacías arrastrando a su pasuna docena de gullys, y desembocó po
el conducto de la mina al cada vez máprofundo lago. Los gritos y chapoteos dos mineros resonaron a medida que s
zambullían en la agitada superficie deago de vino. Cuando por fin cesó lconmoción y Los ebrios gullys fueropescados por sus compatriotas, varia
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docenas de aghars cogieroherramientas y se dirigieron a la minaSe organizó una competición para vecuánto vino podía extraerse y quiésacaba más.
Además, fue un modo interesante d
pasar el Día Libre, tan bueno comcualquier otro, ya que, de todas formasnadie sabía bien qué era eso de Dí
Libre.Para cuando la gloriosa claridad d
a grandiosa sala empezó a suavizarse
a tomar los tonos pastel de la tarde, uvisitante podría haber pensado que eTemplo del Príncipe de los Sacerdotesa obra arquitectónica más asombros
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del mundo entero, se encontraba eestado de sitio, en los pisos altosclérigos de semblantes pálidos funcionarios de rostros cenicientocorrían de un lado a otro llevandmensajes, haciendo una pausa para reza
una ferviente plegaria, y reuniéndose ecorrillos para cuchichear entre ellos. Eos pisos inferiores la rutina diaria habí
saltado en pedazos. Mayordomos escribanos iban y venían de las bodegasSe había dado orden de hacer u
nventario general de emergencia, unrevisión de cada uno de los artefactospertrechos, víveres y mercaderías.
Por si fuera poco, la mitad de un
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compañía de guardias del templo shabía negado a abandonar el cuartel eel cambio de turno.
A lo largo de la tarde, los últimoresistentes entre los miembros del GraConsejo de Hijos Venerables cedieron
o había una explicación razonable paro que estaba ocurriendo en el templo
pero las cosas empeoraban po
momentos.Ese día no se tomaría una decisió
referente a desatar el poder de
Pergamino de los Antepasados. Nampoco se decidiría al siguiente, npuede que la otra semana tampoco. Perel fervor fanático del maestro d
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pergaminos estaba influyendo en loHijos Venerables, respaldado por eambiente caótico que reinaba en eemplo.
Era sólo cuestión de tiempo el que epropio Príncipe de los Sacerdotes e
persona admitiera que el definitivpoder del Pergamino de loAntepasados era necesario en la batall
contra el Mal. Gracias al maestro dpergaminos, cuando se solicitara epoder, el consejo lo sancionaría.
—El destino —repitió la vosusurrante en el rincón de sombras.Pero, en toda la sala, sólo e
custodio de los pórticos lo oyó. Aunqu
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a intuición le dijo que aquello tenía usignificado, la razón no fue capaz ddefinirlo.
—Goteo. —El Ente Oscuro en lasombras se echó a reír.
Más allá del templo, muy a lo lejos
en el cielo del reino de Istar, retumbó erueno.
En la mortecina luz del atardece
que se filtraba hasta la caverna, GañotII, Gran Bulp por Elección y Señor d
Este Sitio y Quizá Muchos Otros
contempló a sus súbditos agrupados a salrededor. No era tanto su presencia lque los había reunido como el hecho dque esa parte de Éste Sitio era el únic
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erreno elevado que quedaba en EstSitio, e incluso allí el vino les llegaba os tobillos.
Con la cuerna de alcencumbrándose sobre él y sobre lodoos demás, el Gran Bulp masculló todo
cada uno tic los juramentos quconocía… es decir, dos o tres.
—¡Esto amonina… abobina… n
bueno! —Rugió, levantando ecos en lcaverna—. ¡Demasiado vino! ¡Vinsobre todas partes!
—Tener que haber comerciado coél cuando aún estar a tiempo, Gran Bul—replicó el viejo Giba—«Pobablemente» ahora demasiado tarde
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—Este sitio piojoso sitio para EstSitio —resopló el Gran Bulp—Anhabi… Inhabli… no bueno para vivir
Casi todo el clan había estadcontemplando el espectáculo del vinsubiendo de nivel a lo largo del día
pero para Gañote III había sido undesagradable sorpresa. Traenfurruñarse parte de la mañana, habí
pasado el resto del día durmiendo y nadie se le había ocurrido despertarlo.
sólo se despertó cuando, al dars
media vuelta, se metió en vino hasta máarriba de la nariz.Ahora tomó una decisión. —Hora de partir —anunció—
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Todos liar petate. Irnos. Nadie se movió. Algunos s
imitaron a mirarlo, otros ni siquiera lhabían escuchado.
—¿Qué pasar a vosotros? —rugi—. ¡Gran Bulp decir que hace
mochilas! ¡Así que hacer mochilas! —No tener que hacer —dijo alguie
con desdén—. No tener que hacer nada
Hoy Día Libre. —¿Quién dice? —Ordenes de Gran Bulp —explic
otro. —Feliz cumpleaños, Gran Bulp —añadió otro, mientras se limpiaba lopies manchados de vino en la cola de l
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piel de alce de su señor. —¿Quizá Gran Bulp querer un poc
estofado? —Sugirió dama Grama—Haber muy bonito juego de cuencos…
—¡Basta! —Chilló Gañote—. ¡DíLibre acabar! ¡Terminar! ¡No más Dí
Libre! ¡Hacer petates!Restablecido el statu quo, todos s
dispersaron obedientemente par
cumplir lo ordenado. Por doquier eEste Sitio, enanos gullys corrían de uado a otro, chapoteando sobre diversa
profundidades de vino, chocando unocon otros, recogiendo cosas y haciendequipajes para partir. Cuando el GraBulp decía que este sitio ya no era Est
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Sitio, era el momento de dirigirse a otrsitio.
—¿Adónde ir esta vez, Gran Bulp—Preguntó dama Grama mientraapilaba piezas protectoras dentrepierna—, ¿Lado opuesto ciudad, ta
vez? ¿Mejor vecindario?Al no recibir respuesta, volvió l
vista hacia él. Gañote estaba de pie, mu
ieso, con la mirada fija en la nada y lcuerna de alce enhiesta sobre su cabeza
—¡Gran Bulp! —llamó Grama.
—Goteo —susurró él, con expresiódesconcertada. —¿Qué? —Grama lo miró de hito e
hito.
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—Dist… des… destino —musitó—Gran Bulp del Destino. ¡Vaya! ¿Qué tparece?
—¡Gran Bulp! —Grama lo azuzcon la punta de un palo, Él se volvió.
—¿Sí, querida?
—¿Adónde ir nosotros? —Oeste —contestó, con los ojo
relucientes—. Gran minga… minga…
gran movida. Muy lejos.Algo en su interior le decía que
como el presente día, nada volvería
ser igual en todo el mundo. La rueda dedestino había empezado a girar y nadpodría detenerla ahora. Ignoraba comsabía aquello, pero estaba seguro. Si
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palabras o conceptos para expresarloGañote III tenía el presentimiento de quuna nueva etapa en la historia del mundentero acababa de empezar.
—Destino —dijo, para quienquierque quisiera escucharlo.
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Hilos de seda
Margaret Weis & Tracy Hickman
La Torre de la Alta Hechicería dWayreth es, en el mejor de los casos —como ahora, con el final de la guerra—
difícil de encontrar. Guiada por lopoderosos magos del Cónclave, la torrvaga por su bosque encantado, entrcuyos límites habitan las criaturas má
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salvajes entre las salvajes. A menudo sven jóvenes magos parados, esuspenso, en la linde del bosque dWayreth, la respiración agitada, la fapálida, las manos crispadas. Sdetienen, vacilantes, al borde de s
destino. Si son audaces y entran, ebosque los admitirá. La torre loencontrará. Su suerte se decidirá.
Eso es ahora. Pero entonces, hacmucho tiempo, antes del Cataclismopocos encontraban la Torre de la Alt
Hechicería de Wayreth. Rondaba por ebosque sólo en las sombras de la nocheocultándose de la luz diurnaDesconfiada con los intrusos, la torr
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vigilaba a todos los que se aventurabaen sus límites (y eran pocos) con ojodesasosegados y recelosos, dispuesta atacar y destruir.
En el tiempo inmediatamentanterior al Cataclismo, los hechicero
de Ansalon fueron vituperados perseguidos, confiscados sus bienes poel sagrado celo del Príncipe de lo
Sacerdotes, quien, temeroso de su poderproclamó que era de naturaleza malign tenía razón al temerlos. Largas
enconadas fueron las discusiones en eseno del Cónclave, el órgangubernativo de los hechiceros. Lomagos podían presentar batalla, per
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emían que al hacerlo el mundo llegara destruirse. Razonaron que lo mejor erretirarse, ocultarse en las protectorasombras de su magia, y esperar. Esperar
Era Yule, un Yule extraño, el Yulmás caluroso que se recordaba e
Ansalon. Ahora sabemos que el caloera la cólera de los diosesdescargándose sobre un mundo impío
La gente creyó que era un merfenómeno raro; algunos culparon de ella los gnomos.
Una noche en particular, el vientestaba en calma, como si el mundhubiese dejado de respirar. Unas chispasaltaron del negro pelambre de un gato
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a negra túnica de su amo. El olor de ldestrucción flotaba en el aire, comcuando está a punto de descargarse unempestad. Esa noche, un hombre entr
en el bosque de Wayreth y se encamincon pasos decididos hacia la Torre de l
Alta Hechicería. Ningún encantamiento lo detuvo. Lo
árboles, que habrían atacado a cualquie
otro intruso, se apartaron, inclinándosen sumiso homenaje. Los pájaroacallaron sus cantos zahirientes. El fier
depredador se escabulló furtivo.El hombre hizo caso omiso de todono pronunció una palabra, no se paró. Alegar a la torre, pasó a través tic lo
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muros cubiertos de runas como si nexistieran, sin levantar alarmas, sidespertar el interés de nadie. Cruzó epatio sin impedimentos.
Por él paseaban varios TúnicaBlancas y Túnicas Rojas, discutiendo e
voz baja los problemas que afligían amundo del exterior. El hombre caminhacia ellos, pasó entre ellos. No l
vieron.Entró en la torre y empezó
remontar la escalera que conducía a la
estancias de la cúspide. Los cuartopara invitados y aprendices de magestaban localizados en las plantanferiores, y se encontraban vacíos
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Hacía mucho tiempo que no se habípermitido la entrada de ningún invitada la torre. No había aprendices questudiaran el arte arcano. Era demasiadpeligroso. Muchos habían pagado tavocación con sus vidas.
Los aposentos en lo alto de la torrestaban habitados por los hechiceromás poderosos, los miembros de
Cónclave. Siete Túnicas Negras regíaa magia oscura de la noche, siet
Túnicas Blancas la magia benigna de
día, siete Túnicas Rojas la magintermedia del crepúsculo y lmadrugada. El hombre se dirigidirectamente a una habitación
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ocalizada en lo más alto de la torre, entró en ella.
La estancia estaba amueblada coelegancia, limpia y ordenada, pues ehechicero era estricto en sus costumbresLibros mágicos encuadernados en negr
estaban colocados en orden alfabéticoCada uno de ellos ocupaba su siticorrespondiente en las estanterías, y s
es limpiaba el polvo a diario. Lopergaminos, en sus lustrosos estuchesbrillaban en compartimientos con form
de panal. Objetos mágicos, tales comanillos y varitas, reposaban en cajaacadas en negro, cada una de ellas co
un claro etiquetado de su contenido.
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El hechicero estaba sentado ante uescritorio de ébano, cuyo acabadreflejaba la cálida luz dorada de unámpara de aceite colgada del techo
sobre su cabeza. Trabajaba en upergamino, con el entrecejo fruncido po
a concentración, a la par que sus labioenunciaban en silencio las palabras qua pluma, mojada en sangre de cordero
razaba sobre el papel. No oyó llegada de su visitante.
Las puertas de los cuartos de lo
hechiceros en la torre no teníacerradura. Los magos respetaban lntimidad y las posesiones de su
colegas. De esta suerte, el visitante pud
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entrar sin impedimentos, sin necesidade esperar que se descorriera un cerrojo se abriera una cerradura. Aunquampoco existía cerradura que l
hubiese podido detener. Se quedó en eumbral, contemplando con fijeza y e
silencio al hechicero, aguardandocortésmente, a que el mago terminara srabajo en el pergamino.
Por fin, el hechicero suspiró, se paspor el largo y gris cabello una manemblorosa a causa de la esforzad
concentración, y levanto la cabeza. Suojos se abrieron de par en par; su mancallo sobre la mesa, Fláccida.
Miró con fijeza y después parpadeó
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pensando que la aparición sdesvanecería. No lo hizo. El hombrevestido de negro desde la capuchforrada con satén hasta el repulgo derciopelo que rozaba el suelo d
piedra, siguió de pie en el vano de l
puerta.El hechicero se puso de pie
despacio.
—Acércate, Akar —dijo el hombrde la puerta.
El mago lo hizo, con los miembro
debilitados y el corazón palpitandapresuradamente, aunque Akar jamáhabía tenido miedo a nada en Krynn. Eralto, bien formado y había rebasado lo
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cuarenta. El cabello, gris acerado, larg abundante, enmarcaba un rostr
reservado, resuelto, implacablenflexible. Se arrodilló con torpezaamás, en toda su vida, se habínclinado ante persona alguna.
—Mi señor —dijo con humildad, a vez que extendía las manos en seña
de que estaba dispuesto a recibi
cualquier orden, a obedecer cualquiemandato. Mantuvo la cabeza gacha, sialzar la vista. Lo intentó, pero le falt
coraje para hacerlo—. Tu presencia mhonra.El hombre que estaba ante él hizo u
eve ademán, y la puerta se cerró a su
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espaldas. Otro gesto, una palabrsusurrada, y la puerta desaparecieronUn sólido muro ocupaba su lugar. Ehechicero vio esto de refilón, por erabillo del ojo, y un escalofrío lo hizestremecer. Los dos estaban ahor
encerrados en la habitación, juntos, simás salida que la muerte.
—Akar —dijo el hombre—
mírame.Akar alzó la cabeza, despacio, d
mala gana. Su estómago se contrajo, su
pulmones se paralizaron, y un frío sudoe empapó el cuerpo. Apretó los dientepara contener el grito que pugnaba posalir de su garganta.
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Una faz blanca, incorpórea entre lasombras de la negra capucha, se cernísobre Akar. Era un rostro redondo, coabultados párpados y labios carnosos; frío, tan frío como una roca suspendiden el vasto vacío del espacio, lejos de
calor de cualquier sol. —Pronuncia mi nombre, Akar —
ordenó—. Pronúncialo lo como lo hace
cuando invocas mi poder paracrecentar el tuyo.
—¡Nuitari! —Jadeó el mago—
Nuitari! ¡Dios de la luna!La pálida faz brilló con una luespectral, perversa. Una mano blancaranslúcida, salió de la oscuridad.
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—Dame tu palma izquierda.Akar levantó la mano izquierda
maravillándose de ser capaz dmoverla.
Los pálidos y delicados dedos dedios se cerraron sobre la mano de
hechicero, fuerte y curtida.Akar ya no pudo contener sus gritos
El dolor le arrancó unos aullido
ahogados. El frío que fluyó por todo scuerpo era como el tacto abrasador dehielo sobre la piel húmeda. Aun así, n
movió la mano, no la libró del pavoroscontacto, por mucho que ansiabhacerlo. Continuó arrodillado, mirandal dios, a pesar de que sus miembros s
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retorcían por la agonía.Los ojos de pesados párpado
centellearon; los carnosos labiosonrieron. Nuitari aflojó los dedos dmanera repentina. Akar se sujetó lhelada mano abrasada y vio sobre l
piel cinco marcas blancas, las de lodedos del dios.
—Mi marca será la señal y e
símbolo de nuestra entrevista —dijuitari—. Así sabrás, si por ventur
legas a dudarlo, que he hablad
contigo. —Si me asalta alguna duda, será lde ser merecedor de tal honor —respondió Akar mientras contemplab
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as huellas marcadas en su carne. Alzde nuevo los ojos a Nuitari—. ¿En qupuedo servir a mi señor?
—Levántate y toma asiento. Tenemomucho que discutir y es mejor questemos cómodos.
Akar se puso de pie, comovimientos agarrotados, torpes, regresó a su escritorio, esforzándose po
no retorcerse la mano herida. Sabía lque se esperaba de él y, a despecho dedolor, hizo aparecer un sillón para s
nvitado, un sillón fabricado con lnoche y ensamblado con estrellas. Unvez hecho esto, permaneció de piehumildemente, hasta que su invitado s
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hubo sentado, y después se acomodó trasu escritorio, agradecido de poder lomaasiento antes de desplomarse. Mantuva mano oculta entre los pliegues de súnica, mordiéndose los labios de tant
en tanto, cuando la punzante quemadur
del hielo le flagelaba la piel. —Los dioses están enojados, Aka
—dijo Nuitari, cuyos ojos de abultado
párpados contemplaban la parpadeantuz del candil colgado en lo alto—. L
balanza se ha desequilibrado, y amenaz
al mundo y a cuanto vive en él. Krynn sprecipita a su destrucción. A fin devitar ese final, los dioses han decididomar medidas drásticas que restauren e
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equilibrio. Dentro de quince días, Akaros dioses arrojarán desde los cielos un
montaña de fuego. Caerá sobre Ansalo lo partirá en pedazos. La montaña s
desplomará sobre el Templo dePríncipe de los Sacerdotes y lo hundir
a gran profundidad bajo tierra. Ríos dsangre inundarán el templo, y las aguadel mar lo sumergirán para siempre
Este es el castigo previsto por lodioses, a menos que la humanidad sarrepienta, lo que, entre nosotros, Akar
no me parece probable. —Nuitarsonrió.A Akar había dejado de dolerle l
mano.
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—Agradezco tu advertencia, mseñor, y se la transmitiré a los otromiembros del Cónclave. Tomaremoodas las medidas necesarias par
protegernos… Nuitari alzó su pálida mano e hizo u
gesto como desestimando un comentarintrascendente.
—Eso no es de tu incumbencia
Akar. Mi hermano, Solinari, y mhermana, Lunitari, recorren los recintode la magia llevando el mismo mensaje
o tienes por qué preocuparte. —Hizuna pausa y luego añadió con suavida—: Ni hay necesidad de que tnvolucres. Tengo una misión má
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mportante para ti. —Sí, mi señor. —Akar se ech
hacia adelante, con ansiedad. —Dentro de dos noches, los diose
vendrán a Ansalon para llevarse aquellos clérigos que han mantenido s
fe inquebrantable, que no se han dejadarrastrar por la corrupción del Príncipde los Sacerdotes. En ese momento, l
Ciudadela Perdida reaparecerá, loclérigos verdaderos entrarán en ella y smaterializará un puente que conecta est
mundo con los mundos del más alláTodos los clérigos verdaderos podrácruzar ese puente y serán enviados otros reinos, lejos de éste
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¿Comprendes, Akar? —Sí, mi señor —respondió el mago
no sin incertidumbre—. Pero ¿qué tienque ver todo eso conmigo? Los clérigono son de mi agrado, sobre todo los qusirven a Paladine y a los otros diose
del Bien. Y no queda vivo ninguno qusirva a Su Oscura Majestad. El Príncipde los Sacerdotes se ocupó de eso co
sus edictos. Los clérigos oscuros fueroos primeros en ser llevados ante lonquisidores, los primeros en sufrir e
ardiente abrazo de las mal llamada«llamas purificadoras». —Ninguno vivo. ¿No te has parado
pensar en ello alguna vez, Akar?
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El hechicero se encogió de hombros —Como ya he dicho, mi señor, n
engo en mucho aprecio a los clérigosTakhisis, Reina de la Oscuridad, habísido expulsada del mundo hacía muchiempo. Supuse que le era imposibl
acudir en ayuda de quienes invocaban snombre para que los salvara de lmuerte en la hoguera.
—Mi madre no olvida a aquelloque la sirven, Akar —dijo Nuitari—como tampoco olvida a los que le fallan
Akar se encogió cuando el dolor da mano se propago como un relámpagpor todo su cuerpo. Se mordió os labio agachó los ojos.
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—Pido perdón, mi señor. ¿Cómpuedo servir a nuestra soberana?
—La noche en que el puente smaterialice, los verdaderos clérigopasarán de este plano al otro. En espreciso momento, les será posibl
cruzarlo también a las almas de loclérigos oscuros que esperan en eAbismo.
—¿Aquellos que han perecido eservicio de la Reina Oscura podráregresar a este mundo?
—Mientras todos los clérigos deBien lo abandonan. Y así, tras la caídde la montaña de fuego, no quedarán eKrynn otros clérigos que los que están a
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servicio de Su Oscura Majestad.El hechicero arqueó las cejas. —Un plan en verdad interesante, m
señor, y que sin duda ayudará al regresde Takhisis a este mundo. ¿Pero quengo que ver yo con todo esto? Perdon
que hable sin rodeos, pero es al hijo quien sirvo, no a la madre. Mi lealtaestá sometida sólo a la magia, como l
está la tuya.Esta respuesta pareció complacer
uitari. Su sonrisa se ensanchó,
nclinó la cabeza. —Hago un favor a mi madre. Y ehechicero que sirva a la madre, serargamente recompensado por el hijo.
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—¡Ah! —Akar inhaló despacio, y srecostó en su silla—. ¿Qué clase drecompensa, mi señor?
—Poder. Serás el hechicero mápoderoso de Krynn, ahora y en el futuroncluso el gran Fistandantilus…
—Mi maestro —musitó Akar, qupalideció al oír el nombre.
—El gran Fistandantilus tendrá qu
nclinarse ante ti. —¿Fistandantilus? —Akar lo mir
de hito en hito—. ¿Seré yo su superior
¿Cómo es eso posible? —Con los dioses, todo es posible.Akar no parecía estar aún mu
convencido.
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—Conozco el inmenso poder de esgran hechicero. Un poder tan grande qumuy bien podría rivalizar con el de udios.
Nuitari frunció el entrecejo, y lonegros ropajes susurraron al rebullir e
su asiento. —Eso es lo que él cree. El ta
Fistandantilus ha suscitado el enojo d
mi madre. Incluso ahora está en eTemplo del Príncipe de los Sacerdotesbuscando el modo de suplantar a l
Reina Oscura. Sus aspiraciones estámuy por encima de su condición dmortal. Hay que detenerlo.
—¿Qué tengo que hacer, mi señor?
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—Si la sangre de una persona buene íntegra es derramada con ira sobre epuente, la puerta del Abismo se abrirá os clérigos oscuros podrán regresar.
—¿Cómo encontraré la CiudadelPerdida, mi señor? Nadie conoce s
ocalización. Sólo existe en los planode la magia. ¡Nadie la ha visto desde eprincipio de los tiempos!
—Las líneas de tu mano —señaluitari.
La mano de Akar palpitó, la piel s
retorció y los huesos se movieron. Poun instante, el dolor fue tan intenso qucasi resultó insoportable. El magcontuvo el aliento y apretó los labio
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para no gritar. Luego alzó la mano y lcontempló en silencio. Por fin, trahacer una temblorosa inhalación, fucapaz de hablar.
—Ya veo. Un mapa. De acuerdo¿Tienes más instrucciones que darme, m
señor? —La sangre habrá de derramarla u
acero.
Akar sacudió la cabeza. —Eso dificulta las cosas. La únic
arma de acero que se nos permite tener
os magos es una daga. —Puedes encontrar a otro que lhaga por ti. No es menester que sea tpropia mano la ejecutora.
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—Entiendo. Pero ¿qué pasa con lvigilancia del puente, mi señor? ¿Acasos dioses no estarán guardándolo?
—Uno de los dioses de leutralidad estará de centinela. Zivily
no intervendrá, siempre y cuando tú
quienquiera que encuentres para llevar cabo la tarea lo hagáis por propivoluntad.
Akar esbozó una sonrisa lúgubre. —No veo dificultad alguna. Acept
el encargo, mi señor. Gracias por l
oportunidad que me das. Nuitari se levantó del sillón. —Te he estado observando desd
hace tiempo y me has causado buen
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mpresión, Akar. Creo que he elegidbien. Que la bendición del dios de luna negra sea contigo, mi siervo.
Akar inclinó la cabeza con respetoCuando volvió a levantarla, estaba solas. El sillón se había esfumado, y l
puerta había aparecido de nuevo, edonde antes sólo había un sólido muroEl mago sostenía la pluma entre lo
dedos y el recién terminado pergaminestaba sobre la mesa, delante de élTodo se encontraba exactamente igua
que antes. De no ser por el dolor, podríhaber pensado que había sido un sueño.Levantó la mano hacia la luz y vi
as huellas de los dedos del dios. La
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marcas formaban calzadas quconducían a las colinas de sus nudillos por encima y alrededor del zigzagueantvalle de la palma. Estudió su mano en untento de descifrar el mapa.
Al otro lado de la puerta se escuch
el apagado sonido de unas pisadas y eroce del repulgo de una túnica en esuelo. Alguien tosió suavemente.
Una visita, en el momento mánoportuno.
—¡Márchate! —Gritó Akar—. ¡N
se me puede molestar ahora!Sacó una hoja de papel y empezó copiar las líneas marcadas en su mano.
La persona que estaba al otro lad
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de la puerta tosió otra vez; era un ruidsofocado, como si intentara contenerlarritado, Akar levantó la cabeza.
—¡Al Abismo contigo y tu malditos! ¡Lárgate, quienquiera que seas!
Hubo un breve silencio, y luego la
pisadas y el roce de la túnica sreanudaron pasillo adelante, levantandun apagado eco.
Akar no prestó más atención ancidente.
El clérigo mayor frunció e
entrecejo, y a las arrugas del ceño sunieron las de la boca y las de lanumerosas papadas que caían sobre epecho, por encima del montículo —
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cubierto con rico paño de oro— que ersu vientre.
—¿Es ésa tu última palabra sobre easunto, señor caballero?
El hombre a quien iban dirigidaestas palabras parecía sentirs
ncómodo; agachó la cabeza para mirasin ver la copa, todavía llena, que teníen la mano. Era joven. «Bailaba en s
armadura», como se decía entre locaballeros, refiriéndose al hecho de quel joven cuerpo no rellenaba del todo l
amplitud del peto que había pertenecida su padre. Había sido admitido en lcaballería a una edad muy temprana a fide que asumiera las responsabilidade
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de un padre que había abandonado estmundo y dejado sus muchas cargas sobros hombros de su hijo.
Eran cargas muy pesadas, a juzgapor la expresión agobiada que envejecíprematuramente el joven rostro. Pero n
se había doblado por su peso ni se habídejado apabullar. Alzó los ojos sostuvo la mirada del clérigo mayor co
resolución. —Lo siento, Hijo Venerable, pero e
mi última palabra. M i padre contribuy
generosamente a la construcción deTemplo de Istar, quizá mágenerosamente de lo que debía, pero npodía prever los malos tiempos que s
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avecinaban.Una mujer joven, que habí
permanecido de pie tras el sillón decaballero, se adelantó de pronto y sencaró con el clérigo.
—¡Ni tampoco podría habe
previsto mi padre que llegaría el día eque el Príncipe de los Sacerdotes secharía atrás en lo prometido a quiene
o encumbraron al poder!Los rasgos de la muchacha eran ta
semejantes a los del joven caballero qu
mucha gente creía que los gemelos erados varones cuando los veían poprimera vez. Tenían la misma estatura una constitución y peso muy similares
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pues eran compañeros inseparables eodas las actividades, incluido e
adiestramiento con las armas.Una marcada diferencia entre ambo
era la larga mata de pelo de lmuchacha, de color trigueño, que
cuando se lo soltaba de la prieta trenzenrollada a la cabeza, le caía en cascadcasi hasta las rodillas. Su hermano tení
el cabello del mismo color, pero llevaba cortado a la altura de lo
hombros.
La maravillosa melena de lhermana y el incipiente bigote dCaballero de Solamnia del hermanmarcaban la diferencia de sexo, pero e
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odo lo demás eran idénticos: se movíagual, hablaban igual y pensaban igual.
—Calma, Nikol —dijo su hermanoalargando la mano para coger la de ellaPero la muchacha no se apaciguó.
—«Haced donativos para e
emplo», dices. «¡Incrementad la gloride Paladine!». ¡No es la gloria dPaladine la que habéis incrementado
sino la vuestra! —Mide tus palabras, hija —dijo e
clérigo mayor, a la vez que le dirigía un
mirada penetrante y feroz—. Incurriráen la cólera de los dioses. —¡Hija! —La piel de Nikol s
encendió por la ira. Apretó los puños
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dio otro paso hacia el clérigo—. ¡No tatrevas a llamarme hija! Las dopersonas que tenían derecho pronunciar esa palabra tan querida parmí están muertas. Mi padre en eservicio de tu mentiroso Príncipe de lo
Sacerdotes y mi madre por laprivaciones y el exceso de trabajo.
El clérigo mayor parecía mu
alarmado al ver avanzar hacia él a lexaltada joven. Echó una miradnquieta a sus espaldas, a sus do
guardaespaldas, en cuyos uniformeucía la insignia militar de Istar y questaban cerca de la puerta, atentos eales. Recobrada la confianza y quiz
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recordándose a sí mismo que, al fin y acabo, era un huésped en el castillo de uCaballero de Solamnia, el clérigo mayose volvió hacia el hermano.
—No te culpo por este estadillnsolente, señor caballero. Si tu herman
no ha aprendido a hablar con respeto os clérigos no es culpa tuya, sino, má
bien, de quien tiene a su cargo s
enseñanza religiosa.Los ojos entrecerrados del clérig
mayor se dirigieron hacia otro hombr
que estaba en la sala, un hombre vestidcon el humilde atuendo clerical de usanador al servicio de la familia. Eroven, aproximadamente de la mism
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edad que los hermanos, pero lgravedad de su expresión lo hacíparecer mayor. Sus ropas no eran finascomo las de los clérigos visitantes dstar, ni lucía anillos en los dedos. S
único emblema era un símbolo sagrad
que brillaba con un suave fulgoazulado, y que colgaba de su cuello duna cinta de cuero. Parecía turbado po
a acusación del clérigo mayor, pero nhizo comentario alguno y agachó lcabeza en un silencioso gesto qu
acusaba la reprimenda. Nikol enrojeció y miró de soslayo aoven sanador.
—No culpes al hermano Michae
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por mi lengua mordaz, Venerable Hijde Paladine —dijo en voz baja—Perdona mi insolencia, pero es duro vepadecer a los que dependen de nosotro saber que es muy poco lo que podemo
hacer para ayudarlos.
—Hay algo que puedes hacer, señocaballero —dijo el clérigo mayordirigiéndose al hermano y haciendo cas
omiso de la muchacha—. Cede tuierras y propiedades a la iglesia
Licencia a los soldados que están a t
servicio. Los días de guerra haquedado atrás. La paz está al alcance da mano. Todo mal ha sido, o pronto l
será, erradicado de Ansalon.
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»Acepta la realidad, señocaballero. Hubo un tiempo en que lcaballería era necesaria. Dependíamode vosotros y de aquellos como vosotropara mantener la paz y proteger anocente. Pero esa época ha terminado
Amanece una nueva era. La caballeríestá anticuada y sus virtudes, aunquadmirables, son estrictas, rígidas
pasadas de moda. —El clérigo sonrió, sus mofletudas mejillas se agitaron—La gente prefiere procedimientos má
modernos.»Cede tus tierras a la iglesiaosotros nos encargaremos de l
administración, enviaremos clérigo
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cualificados… —El clérigo mayodirigió una mirada cáustica al hermanMichael— para recaudar impuestos mantener el orden. A ti se te permitirápor supuesto, vivir en tu mansióancestral, como intendente…
—¡Intendente! —El caballero spuso de pie. Su faz estaba muy pálida su mano tembló sobre la espada qu
levaba al costado—. ¡Intendente de lcasa de mi padre! ¡Intendente de unoble predio que ha pasad
honorablemente de padre a hijo durantgeneraciones! ¡Fuera! ¡Fuera de aquí por Paladine que…! —Desenvainó medias su espada.
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La gordinflona cara del clérigmayor se cubrió de manchas rojas blancas; sus ojos se desorbitaron. Sevantó del sillón en el que estab
sentado. Sus guardias sacaron las arma el vibrante sonido del acero resonó e
a sala. —Hijo Venerable, permítem
escoltarte hasta tu carruaje. —E
hermano Michael se había adelantadode manera que se interponía entre endignado caballero y el ofendid
clérigo. Nicholas, con gran esfuerzo, logrcontenerse y volvió a enfundar lespada. Su hermana gemela estaba a s
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ado, con las manos cerradaprietamente sobre su brazo. El hermanMichael, hablando con voz sosegada amable, acompañaba a buen paso aHijo Venerable fuera de la sala. Ya en lpuerta, el clérigo mayor de Istar hizo u
alto y miró atrás; era una mirada dura severa.
—¿Cómo osas amenazar a u
religioso poniendo por testigo Paladine? ¡Ten cuidado, señocaballero, no sea que la cólera de lo
dioses se descargue sobre ti! —Por aquí, Reverencia —indicó ehermano Michael, a la vez que cogía efofo brazo del clérigo mayor.
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El sanador condujo a su superiofuera de la sala a un corredor vacío dmuebles. La única decoración eran laramas de adorno de Yule, mustias por ecalor, y unas cuantas reliquias de unépoca pasada: una antigua armadura
apices descoloridos y un estandartdesgarrado y manchado de sangre. Eclérigo mayor dio un resping
despectivo a la vez que mirabdesdeñoso en derredor.
—Ya ves, hermano Michael, e
deterioro a que ha llegado esta hermosmansión. Las paredes se les estácayendo encima. Es una pena, udesperdicio. No puede tolerarse alg
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así. Confío, hermano, en que aconsejarábien a estos dos orgullosos jóvenes, ques hagas ver lo equivocado de s
actitud.El hermano Michael cruzó las mano
bajo las mangas de su ajada túnica y n
respondió. Su mirada fue a lonumerosos y relucientes anillos quucían los gruesos dedos del clérig
mayor. El sanador apretó los labios parque no escaparan unas palabras que nharían bien alguno, sino, quizá, todo l
contrario. El clérigo mayor se acercmás a él. —Sería una pena que el inquisido
se viera forzado a hacer una visita a est
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caballero y a su hermana. ¿No estás dacuerdo, hermano Michael?
El sanador alzó la vista copremura.
—Pero son devotos seguidores…El clérigo mayor lo interrumpió co
un resoplido desdeñoso. —La iglesia quiere estas tierras
hermano. Si el caballero rindiera d
verdad culto a Paladine, no vacilaría edonar todas sus posesiones al Príncipde los Sacerdotes. Por consiguiente, y
que este caballero y esa perra injuriosque tiene por hermana se oponen a lodeseos de la iglesia, deben de estaaliados con las fuerzas de la oscuridad
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Hazlos volver a la senda de la virtudhermano Michael. Hazlos volver, endré que empezar a dudar de ti.
El clérigo mayor salió por la puertcon su caminar bamboleanteacompañado por los armado
guardaespaldas. Se dirigió a su carruaj en el camino bendijo con gest
desganado a varios campesinos, que s
despojaron de los sombreros nclinaron las cabezas con humildad
Cuando el clérigo hubo desaparecido e
el interior del carruaje, los campesinocontemplaron su rico equipaje coexpresiones sombrías e iracundas, en laque podía leerse el cruel aguijonazo de
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hambre y la necesidad.El hermano Michael permaneci
argo rato en la puerta, observando lnube de polvo que levantaban las ruedadel vehículo. Su mano se cerraba cofuerza en torno al sagrado símbolo qu
colgaba de su cuello. —Concédeme discernimiento
Mishakal —rogó a la bondadosa deida
—. Eres la única luz en medio de estahorrendas tiniebla.
Desde la sala, los dos hermano
oyeron el traqueteo de las ruedas decarruaje sobre los adoquines del patio ambos soltaron un hondo suspiro. Ecaballero desenvainó la espada y l
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miró fijamente, apesadumbrado. —¿Qué he hecho? ¡Amenazar con m
acero a un santo padre! —Se lo merecía —dijo Nikol co
decisión—. Ojalá hubiese tenido marma. ¡Lo habría librado de unas cuanta
papadas!Los dos se giraron al oír una
pisadas en la entrada de la sala. E
sanador de la familia hizo un alto en lpuerta.
—Adelante, hermano Michael
Como siempre, eres uno de nosotros —dijo Nikol, interpretando, erróneamentesu vacilación por una renuencia entrometerse en una conversació
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privada.Lo cierto era que Michael se estab
preguntando si ponerlos o no acorriente de la terrible amenaza. Eraan jóvenes y ya luchando con las carga
de un feudo y sus gentes agobiadas po
a miseria… Era poco lo que el joveicholas podía hacer por sus aparceros
Ya tenía suficientes problemas par
mantener a los soldados, quieneevitaban que los goblins merodeadores saquearan las escasas provisiones que l
quedaba a la gente.Michael miró al joven caballero, os ojos se le nublaron por las lágrimasicholas debería estar tomando parle e
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orneos con su brillante armadurauciendo la cima de su dama. Deberí
estar ganando renombre en caballerosacontiendas, pero la única liza quibraba este caballero era lgnominiosa lucha contra el hambre y la
privaciones. El único corcel qumontaba era un jamelgo de labranza. Esanador cerró los ojos y agachó l
cabeza el susurro de unas faldas y sintiel suave roce de unos dedos en su mano
—Hermano Michael, ¿tiene
problemas con el Hijo Venerable? Todes culpa mía. Mi lengua es más afiladque mi espada. Enviaré una nota ddisculpa si crees que servirá de algo. —
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Michael abrió los ojos y la miró esilencio. Como siempre, lo había dejadsin aliento. El amor que le profesaba, sardiente deseo, su admiración, piedad compasión brotaron en tropel de snterior y lo dejaron sin voz. Co
delicadeza, apartó su mano de la de ell retrocedió un paso. Ella era hija de u
caballero; él un clérigo del más baj
rango, sin dinero con el que pagar aemplo para alcanzar una posición má
encumbrada.
—¿Qué ocurre, hermano Michael¿Algo va mal? ¿Qué te dijo ese hombre—Nicholas cruzó la sala a zancadas.
Michael era incapaz de mirar
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ninguno de los dos; bajó la vista asuelo.
—Amenaza con enviar al inquisidormi señor.
—¿Si no cedemos las tierras a lglesia?
—Sí, mi señor. Sientprofundamente que uno de los de mclase…
—¡Ese hombre no se parece en nada ti, Michael! ¡En absoluto! —Exclam
ikol—. Tú trabajas incansablement
con la gente. Compartes nuestra pobrezao coges nada, ni siquiera lo que euyo por derecho. ¡Oh, te he visto
hermano! He visto que metías de nuev
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en mi bolsa el salario que te pagamopor tus servicios cuando crees que nestoy mirando.
La muchacha se echó a reír al ver lexpresión bobalicona de su semblanteaunque era una risa entrecortada, com
si estuviera a punto de llorar. —M… mi señora —balbuci
Michael, con el rostro encendido—, l
das demasiada importancia. No necesitnada. Me alimentáis, me cobijáis. Yo…—Fue incapaz de continuar.
—Vamos, Nikol —intervino shermano con tono enérgico—. Nos vas desmoralizar si sigues así. Y tenemoque discutir asuntos de gran importancia
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¿Cumplirá ese clérigo su amenaza¿Enviará al inquisidor?
—Me temo que sí —dijo de malgana Michael, aunque i Ir estabagradecido a Nicholas por cambiar dema—. Ya les ha pasado a otros antes.
—Sólo a personas perversas, siduda —protestó Nikol—. Clérigos de lReina de la Oscuridad, hechiceros
gente de su calaña. ¿Qué tenemos quemer si nos mandan a un inquisidor
Hemos venerado siempre a Paladine
fielmente. —Los justos no tenían nada quemer en el pasado, mi señora —
respondió Michael—. Al principio, e
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Príncipe de los Sacerdotes intentabsinceramente librar al mundo de loscuridad. Sin embargo, no comprendique para expulsar a la oscuridad tendríque expulsarnos a todos, pues en caduno de nosotros hay algo de oscuridad
adie es perfecto, ni siquiera ePríncipe de los Sacerdotes. Sólconociendo esa oscuridad y luchand
continuamente contra ella evitamos qunos domine.
Michael tenía su propia oscuridad,
así lo creía él. Su amor por esta joveno era puro, no era virtuoso, como éhabría querido que fuera. Estaba teñidcon un ardiente deseo. Quería tomarla e
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sus brazos, besar sus labios. Querídeshacer la corona de su cabello sentirlo caer en cascada sobre los dos.
—Entiendo —dijo suavemente Niko—. Anhelo un hermoso vestido nuevo¿No es horrible que piense en algo as
cuando la gente está pasando hambre? Ypese a ello, estoy harta de llevar estpobre atuendo. —Sus manos alisaron e
raído y remendado tejido. Suspiró y svolvió hacia su hermano— Quizáestamos equivocados, Nicholas. Tal ve
pequemos de soberbia al quereconservar estas tierras. Quizdeberíamos cederlas a la iglesiaDespués de todo, si es la voluntad d
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Paladine… —No —dijo Nicholas con firmez
—. No creo que sea la voluntad dPaladine. Es la del Príncipe de loSacerdotes y sus Hijos Venerables.
—¿Cómo puedes estar seguro?
—Porque, mi señora, el Príncipe dos Sacerdotes afirma conocer lo
designios de los dioses —respondi
Michael, imperturbable—, ¿Cómo puedun mortal saber tal cosa?
—Tú sirves a Mishakal.
—Cumplo los preceptos de la diosaObedezco sus mandatos. Jamápresumiría de hablar en su nombre, mseñor
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—¿Pero es equivocado querer libraal mundo de la maldad?
Michael vaciló antes de contestarÉsta era una pregunta que debatía en sfuero interno hacía tiempo, y nresultaba fácil expresar con palabras su
más íntimos pensamientos sentimientos.
—¿Cómo definirías el Mal, m
señora? Demasiado a menudo ldescribimos como lo que es distinto dnosotros, o que escapa a nuestr
comprensión. Antes dijiste qudeberíamos librar al mundo dhechiceros, pero fue uno de ellos, un taMagius, el que luchó junto al gran Huma
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que fue el amigo más querido decaballero.
»En mi tierra natal, cerca de XaTsaroth, vive una tribu de nómadalamados los Hombres de las Llanuras
Son bárbaros, según el Príncipe de lo
Sacerdotes. Y, no obstante, no existe upueblo más generoso y apacible. Adoraa todos los dioses, incluso a los oscuros
que se supone que han sido expulsadode este mundo. Cuando uno de los suyosenferma, por ejemplo, los Hombres d
as Llanuras ruegan a Mishakal que lsane, pero también rezan a Morgiondios maligno de la enfermedad, para quretire su mano corruptora.
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—¿Qué sentido tiene hacer algo así—Nicholas frunció el entrecejo—Morgion, junto con la Reina Oscura, fuexpulsado del mundo hace muchiempo.
—¿Lo fue? —Preguntó Michael co
voz queda—. ¿Han desaparecido laenfermedades y las plagas? No. ¿Quexplicación damos entonces? Decimo
que son los impíos los que sufren¿Acaso tu madre era impía?
Los hermanos guardaron silencio
absortos en sus pensamientos. Al caboicholas rebulló. —Entonces ¿cuál es tu consejo
hermano Michael? ¿Desafiar al Príncip
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de los Sacerdotes? Piénsalo bien antede responder. —El caballero esbozó undébil sonrisa—. Como encargado dnuestra guía espiritual, correrás tantpeligro como mi hermana y yo con enquisidor.
Michael no contestó de inmediatoSe puso de pie y paseó por la salapensativo, con las manos enlazadas a l
espalda, como si de nuevo se plantearqué decir y cómo decirlo.
Los hermanos se acercaron uno a
otro y se cogieron de las manos. Poúltimo, Michael se volvió para mirarlos —No hagáis nada. Todavía no. Yo…
no puedo explicarlo, pero he tenid
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sueños extraños últimamente. AnocheMishakal se me apareció mientradormía. La vi claramente. Su semblantestaba afligido, sus ojos tristes. Empeza decir algo, a comunicarme algoAlargó la mano hacia mí, pero, en e
último momento, se desvaneció. Rezarpara que regrese esta noche, para qume hable. Y entonces, espero, podr
aconsejaros. Nicholas parecía aliviado; la pesad
carga había sido levantada, por u
iempo, de sus hombros. Nikol dirigiuna sonrisa trémula a Michael. Alargó lmano y, cogiendo la de él, le dio ucálido apretón.
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—Gracias, hermano. Confiamos ei.
La mano de Michael ciñó con fuerza de ella, sin poderlo evitar. Nikol eran encantadora, tan afectuosa… Loven, que lo miraba a los ojos
enrojeció y apartó la mano. —Nicholas, es la hora d
entrenamiento con la espada. A mí, po
o menos, me vendrá bien el ejercicio.Su hermano se dirigió hacia l
percha de armas y cogió una espada.
—Sí, me hace falta sudar parimpiarme los poros del tacto de esgordo clérigo.
Lanzó el arma a su hermana, que l
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recogió con experta agilidad. —Me cambiaré de ropas primero
o quisiera hacer más desgarrones este pobre vestido. —Socarrona, miró Michael con cierta coquetería—. Nienes que acompañarnos, hermano. S
o mucho que te trastorna la luchaaunque sea un entrenamiento.
No lo amaba. Lo apreciaba y l
respetaba, pero no lo amaba. ¿Y qué otrcosa esperaba? ¿Quién era él? Usanador, no un guerrero. Era
ncontables las veces que la había vistcon los ojos relucientes mientraescuchaba historias de arrojo y valor eel campo de batalla. Su ideal era u
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valeroso caballero, no un humildclérigo.
Los gemelos se marcharocorriendo, en medio de risas y chanzas lo dejaron atrás, solo, vacío
asustado. Michael suspiró y fue a l
capilla familiar para rezar. —¿Sabes lo que tienes que hacer? —Lo sé —gruñó el jefe goblin. Er
un mestizo con parte humana, y por tantmás despierto y más peligroso que lmayoría de los de su raza— Dame e
dinero. —La mitad ahora. La otra mitacuando me entregues al caballero. ¡Vivo
—¡No dijiste nada sobre eso! —s
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enfureció el goblin; el resplandor de lroja Lunitari hacía la expresión de srostro más espantosa—. Sólo hablastde traer al caballero. No mencionastque lo querías vivo.
—¿Y para qué lo querría muerto? —
replicó Akar. —Yo no sé lo que hacéis los magos
Y no me importa —dijo con desdén e
goblin—. Vivo te costará más. —De acuerdo. —Akar cedió d
mala gana. Metió la mano en su bolsa d
erciopelo negro y contó unas cuantamonedas de oro.El goblin las contempló con gra
desconfianza.
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—Son reales —espetó Akar—. ¿Quemes? ¿Que desaparezcan?
—No me sorprendería. Si sesfuman, lo mismo haré yo. No lolvides, hechicero. —El jefe gobliguardó las monedas en un saquill
peludo que colgaba de su cinturón—Mañana por la noche. Aquí.
—Mañana por la noche. Aquí —
repitió Akar.Los dos se separaron y se perdiero
en las oscuras sombras que lo
engendraban y cobijaban.Faltaba una hora para el amanecerEl hermano Michael había dormido maSe había despertado a menudo, creyend
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haber oído una voz que lo llamaba. Ssentaba en el catre, conteniendo lrespiración, mirando fijamente loscuridad de su pequeño cuarto carentde ventanas.
—¿Quién está ahí?
Ninguna respuesta. —¿Se me necesita? ¿Hay alguie
enfermo?
Ninguna respuesta.Volvía a tumbarse, diciéndose a s
mismo que lo había imaginado, y d
nuevo se sumía en un inquietduermevela, para volver a despertarscon la misma llamada.
—Michael…, Michael…
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Se sentó, aturdido, adormilado. —¿Y ahora qué…? —empezó
Entonces se quedó mudo, boquiabierto.La imagen de una bellísima mujer
rodeada por una radiante luz azul, sencontraba al pie de su cama. Habí
visto esa misma imagen antes, pernunca con tanta claridad, nunca tacerca. Supo que, esta vez, le hablaría
que había venido para consolarlo aconsejarlo. Sus plegarias habían sidescuchadas.
A Michael no le preocupaba sdesnudez, pues los dioses ven desnudoa todos los hombres cuando vienen amundo, ven la desnudez de sus almas, d
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sus corazones. Bajó de la cama y cayde hinojos en el frío suelo de piedra.
—Mishakal, soy tu humilde servidorOrdena y yo obedeceré. ¿Qué quieres dmí?
La voz de la diosa era adorable
como el canto de miles de pájaros, comel susurro de una madre, como el tañidde campanillas de plata en una mañan
radiante. —En verdad eres mi servidor
Michael. Uno de mi fieles seguidores
Te necesito. Ven conmigo. —Sí, por supuesto, Señora. —Michael se incorporó con presteza empezó a vestirse, sin reparar apenas e
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o que hacía. La luz azul que lo envolvíera cegadora e inundaba su corazón coun gozo sublime—. ¿Está alguieenfermo? ¿Alguien del pueblo, quizá?
—Deja a un lado las aflicciones deste mundo, hermano Michael. Ya no t
conciernen. —La diosa alargó una mande belleza y suavidad sin par—. Ven.
Michael oyó el toque de cuerno
lamando a la batalla. Escuchó gritos voces, el tintineo de armaduras y despadas. Oyó el golpeteo de pie
corriendo en las almenas. Se detuvomiró a sus espaldas, a la puerta quconducía a la capilla familiar.
—¡Sí, Señora, pero están luchando
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Me necesitarán… —No por mucho tiempo —dijo l
diosa—. Paladine los tiene bajo scustodia. Se llevará sus almassacándolas de un mundo que muy prontestallará en llamas. Suelta tu carga
Michael, y ven conmigo. —¿Volveré a verlos? ¿A Nicholas,
ikol?
—En el más allá. Los estaráaguardando. No será una espera larga.
—Entonces iré.
Se alegraba de partir, de librarse dedolor de la vida, del dolor de sudeseos. Pronto podría amarlcastamente. Tendió la mano para asir l
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de la diosa.Un grito desgarró el alba. Uno
puños aporrearon la puerta. —¡Michael! ¡Hermano Michael
Tienes que venir! ¡Es Nicholas! ¡Estherido! ¡Te necesita!
—¡La voz de Nikol! —Michael sestremeció; su mano tembló.
—No puedes hacer nada —le dijo l
diosa con tristeza— Es cierto que ecaballero ha sido herido, pero mientrasu hermana está ahí, suplicando t
ayuda, sus atacantes se lo estálevando. No llegarías a tiempo dsalvarlo.
—Pero si Nicholas ha sido puest
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fuera de combate, ¿quién dirigirá a lohombres? El castillo caerá…
—¡Hermano Michael! ¡Por favor! —La voz de Nikol estaba ronca de gritar.
La diosa lo miró con frialdad. —Lo que ha de suceder, sucederá
o puedes hacer nada por evitarlo. Tefe en nosotros, cree que es por vuestrbien, aunque no lo entiendas. Tú mism
o dijiste: «¿Cómo puede un mortaconocer el designio de los dioses?». Srehúsas, si vacila tu fe, si te quedas
ntervienes, corres el riesgo dcondenarte a ti mismo, a la mujer y amundo a un terrible destino.
—¡Michael! ¡Te necesito! —grit
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ikol, que golpeaba la puerta con lopuños.
—Que así sea pues, Señora —dijél amargamente—, porque no puedabandonarlos. —Dejó caer la manunto a su costado. Ya no era capaz d
mirar la luz resplandeciente. Le heríos ojos—. La amo. Los amo a ambosNo puedo creer que sus muertes sea
para bien! Perdóname, Mishakal.Echó a andar hacia la puerta. S
mano se posó en el picaporte. Sentía un
gran congoja. Anhelaba ir con la diosaSin embargo, al otro lado de la hoja dmadera, oyó llorar a Nikol. Cerró lodedos sobre el picaporte, y la luz que l
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envolvía pareció perder fuerza. Miratrás.
—Mañana por la noche, la Noche dos Hados, el puente de la Ciudadel
Perdida se abrirá para los clérigoverdaderos. Sólo aquellos que tengan f
podrán cruzarlo.La luz azul parpadeó y s
desvaneció. Michael abrió la puerta d
un tirón. Nikol se aferró a él. —¿Dónde estabas? ¿Qué estaba
haciendo? ¿Es que no me oías llamarte?
—Estaba… rezando. —Era una malexcusa, pero no se le ocurrió qué decir.Los ojos de la muchacha llamearon
Hija de un caballo ro, no podía entende
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al pusilánime clérigo que se postraba drodillas y rezaba a su diosa para que lsalvara mientras otros hombrecombatían. Lo agarró de la mano y echa correr pasillo adelante. Michaeavanzó a trompicones para no quedars
atrás. La muchacha llevaba puesto ecamisón y los largos pliegues senredaban en sus tobillos, cas
haciéndola caer. La tela blanca de lprenda estaba manchada de sangreMichael supo de quién era sin necesida
de preguntarlo. —Lo han llevado dentro. —Nikohablaba de manen atropellada mientracorrían—. Le hemos quitado L
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armadura. La herida es profunda, perno mortal. Tenemos que apresurarnosHa perdido mucha sangre. Dejé al viejGiles con él…
«¡No es menester que nos demoprisa! —Gritó para sus adentro
Michael—. Demasiado tardeLlegaremos demasiado tarde!». A pesa
de todo, corrió tan deprisa como le fu
posible, como si quisiera adelantarse adestino.
Llegaron a una habitación del pis
bajo, cerca de la entrada. No habíalevado muy lejos al herido. —¡Giles! —Gritó Nikol, al tiemp
que empujaba la puerta—. Traigo a
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sanador. Yo… ¿Nicholas? ¿Dóndestás? ¡Giles! ¡Oh, dios, no! ¡NoPaladine!
El grito desgarrador atravesó Michael como un cuchillo. Nikol llegunto al cuerpo del anciano sirviente,
o levantó del suelo con delicadeza. —¿Qué ha ocurrido, Giles? ¿Dónd
está Nicholas?
Michael se arrodilló junto aanciano. Tenía una flecha goblin hincaden el pecho, el astil profundament
clavado. —Mishakal, sana… —La voz dMichael se quebró. El sagrado medallóde la diosa que llevaba colgado a
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cuello, el símbolo de su fe que reflejaba luz azul de la deidad, estaba apagado
Balbuceó, sin lograr articular lapalabras.
—Se… lo llevaron —dijo eanciano entre jadeos.
—¿Quiénes? ¡Contéstame, Giles! —gritó Nikol.
—Goblins…
El viejo sirviente la miró, pero suojos ya no podían verla. La cabezcolgó fláccida sobre el brazo de l
muchacha. Nikol lo soltó en el suelo. Ssemblante era inexpresivo; la conmociósuperaba el dolor y la pena.
Michael se incorporó y mir
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alrededor de la habitación. Habícristales rotos esparcidos por el sueloa ventana se mecía alocadamente de lo
goznes. Había sido forzada ion un objetpesado, probablemente una maza o ugarrote. El alféizar estaba manchado d
sangre. —Se lo han llevado por ahí —
señaló.
—¿Pero por qué? —Nikol mirabcon fijeza el lecho, las revueltas sábanaensangrentadas. Su cara estaba má
blanca que las ropas de cama—, ¿Poqué iban a llevárselo? Los goblindestrozan y matan. Nunca cogeprisioneros… oh, Nicholas.
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Se estremeció de pies a cabezaHundió el rostro en las Abanas, todavícalientes, retorciendo la tela con sudedos crispados. Ansiando consolarlaMichael se acercó a illa. Su mano rozel hombro de la muchacha.
—Mi señora… Nikol se giró bruscamente hacia él. —¡Tú! —Gritó con ferocidad—
Esto es culpa tuya! ¡Si hubieses estadaquí, en lugar de esconderte tras lafaldas de tu diosa, mi hermano estarí
bien! ¡Estaría vivo! Podríamos haberlocombatido…Un arquero, manchado de sangre
desaliñado, apareció en la puerta.
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—¿Dónde está mi señor? —Inquiricon aspereza—. El ataque del enemigse recrudece. ¿Cuáles son sus órdenes?
Michael irguió los hombrosdispuesto a comunicar al soldado lerrible noticia de la desaparición de s
señor.Unas uñas se le hincaron en el brazo
ikol lo apartó de un empellón y s
adelantó. —Mi señor se reunirá con su
hombres sin dilación —dijo, con vo
firme, tranquila—. Le estamos vendanda herida. —Ruego a Paladine para que veng
pronto —dijo el arquero, que sali
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disparado hacia la entrada. —¡Katherine! —Llamó Nikol—
Katherine! Ah, estás ahí.La mujer que había sido niñera
ama, y posteriormente dama dcompañía, acudió presurosa a l
lamada de su señora. —Tráeme las ropas de hombre qu
utilizo cuando me entreno con Nicholas
Y date prisa! ¡Rápido!Katherine la miró de hito en hito
desconcertada y trastornada.
—¡Oh, mi señora, no hay tiempoDebemos huir… —¡Ve! —Le gritó Nikol—. ¡Haz l
que te he dicho!
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Katherine dirigió una miradasustada a Michael, que sacudió lcabeza, perplejo. La mujer salicorriendo; se oyó el repicar de suzuecos de madera sobre el suelo dpiedra.
Nikol miró a su alrededor y encontro que buscaba. Cogió el cinturón d
cuero de su hermano y desenvainó e
cuchillo, que tendió a Michael. Éstmiró primero el arma y después a loven.
—Mis votos me prohíben manejaarmas cortantes, mi señora… —¡Pusilánime! ¡No te pido qu
uches con él!
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Nikol soltó con brusquedad ecuchillo en la mano inerte del clérigoLuego alzó la larga y pesada trenza dcabello dorado, la echó hacia adelante se la tendió a Michael.
—Córtalo. Córtalo de manera qu
quede como lo lleva mi hermano.Michael entendió de repente lo qu
se proponía hacer. La miró espantado.
—¡Nikol, no lo dirás en serio! Npensarás…
—¡No, no es lo que crees! —S
volvió a mirarlo—. Es la únicprobabilidad de salvar a Nicholas. ¿No comprendes? Se lo han llevado
Ahora lanzan un ataque para cubrir l
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huida. Tenemos que hacerlos retrocede entonces podré dirigir una patrull
para ir a rescatarlo. —Pero eres mujer. Los hombres n
e obedecerán. —No sabrán que soy yo quien les d
órdenes —contestó Nikol con voz calmal tiempo que le daba otra vez lespalda—. Creerán que siguen a m
hermano. Nos parecemos lo bastantpara hacerme pasar por él con larmadura. Y no te preocupes, herman
—añadió con acritud—. Puedequedarte aquí, a resguardo y rezando pomí. Ahora, corta.
Su sarcasmo era más cortante que l
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hoja del cuchillo. Michael vio en esmomento el abismo que los separaba. Aveces se había atrevido a esperar que luviera cariño, había imaginado que loven había respondido afectuosament
a su contacto. «Si yo fuera noble o ell
fuera plebeya, ¿acaso no noamaríamos?», se preguntaba.
Pero ahora sabía la verdad, la leí
en sus ojos. Lo despreciabadespreciaba su debilidad.
Michael agarró el cuchillo co
orpeza. Levantó la pesada trenza dcabello en su mano y tuvo la sensacióde que sus dedos estaban tocando seda.
«¿Cuántas veces he soñado con est
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momento? —Pensó para sus adentrocon amargura—. Tener el privilegio docar su maravilloso pelo».
Se oyeron gritos frenéticos en eexterior, y una flecha perdida penetrsilbando por la ventana. Apretando lo
clientes, Michael cortó los brillantecabellos entretejidos.
—¡Mi señor! —Un sargento canos
cogió al caballero por el brazo. Lsangre manaba por un corte en la cabezdel soldado. Cojeaba, ya fuera por un
vieja herida o por una reciente—. ¡Mseñor! Es inútil. ¡Esos demonios sodemasiados! ¡Ordena la retirada!
—¡No! —El caballero se libró de s
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mano con un tirón furioso—. Empiezan replegarse. ¡Reúne a los hombres paruna nueva carga!
—Mi señor, se están reagrupandopreparándose para dar el golpdefinitivo, eso es todo —dijo e
sargento con suavidad.Michael comprendió entonces que e
veterano soldado sabía la verdad. Sabí
que no seguía a su señor, sino a sseñora.
El clérigo se acercó más par
escuchar la conversación. La batallhabía sido breve y brutal. Había hechcuanto había podido para mitigar edolor de los moribundos, pero no habí
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sido mucho. La situación había siddemasiado horrenda, demasiado confuspara que nadie reparara en que sclérigo había guardado el medallón baja túnica, que sus labios n
pronunciaban ninguna plegaria. A l
mayoría les había llegado la muerte dun modo piadosamente rápido. AMichael lo aterrorizaba la idea de qu
ikol cayera herida. Si eso ocurría¿qué podría hacer por ella?
—¿Cuáles son tus órdenes, señor
—preguntó el sargento con vorespetuosa. Nikol no respondió enseguida. E
agotamiento se había cobrado su precio
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El cabello rubio le caía sobre lahombreras metálicas enredado apelmazado por el sudor. Cualquier otrcaballero se habría despojado depesado yelmo y se habría enjugado lranspiración del rostro. Pero ést
seguía con él puesto.Michael se unió a ellos y miró po
encima de las almenas el bosque que s
alzaba más allá. Ya había amanecido. Evasto número de enemigos se podícontar con facilidad; no hacían u
secreto de su fuerza. El caballero echun vistazo al patético puñado dhombres que quedaban a su mando.
—Releva de servicio a los hombre
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—dijo Nikol con voy baja, inexpresiv—. Si se marchan ahora, tieneposibilidad de huir. Los goblins estarádemasiado ocupados en saquear prender fuego al castillo parpreocuparse de perseguirlos.
—Muy bien, mi señor —dijo esargento, mientras hacía una reverencia.
—Dales las gracias en mi nombre
Lucharon bien. —Sí, mi señor. —La voz de
veterano sonaba estrangulada—
¿Vendrá mi señor con nosotros? Nikol no respondió. Michael avanzun paso, dispuesto a discutir, a decir odos la verdad si era preciso
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Cualquier cosa con tal de salvarlaCaptó el destello de los ojos azules trael visor del yelmo. La mirada de Nikose prendió en la suya un instante, comadvirtiéndole que guardara silencio.
—No, no en este momento —
contestó—. Y no me esperéis. Intentarsalvar las pocas cosas de valor ququedan.
—Mi señor… —Ve, Jeoffrey. Mi agradecimiento
mi bendición van contigo.
El caballero tendió una manenfundada en el guantelete. El viejsoldado la cogió y se la llevó a loabios.
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—Jamás un noble caballercombatió con tanto valor como hoy hacombatido tú, mi señor. Que Paladine tacompañe siempre.
El sargento inclinó la cabeza. Laágrimas corrían por sus curtida
mejillas. Un instante después se habímarchado y corría en medio del humgritando órdenes.
Michael avanzó, saliendo de lasombras.
—Deberías ir con ellos, mi señora.
Nikol no se dignó mirarlo siquieraSe quedó erguida, con los ojoprendidos en el bosque plagado dcriaturas malignas.
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—Tus plegarias no han servido dmucho, hermano.
La vergüenza tiñó de rojo lamejillas de Michael. ¿Sabía ella lverdad? ¿Lo sospechaba? El clérigo sdio media vuelta, sumido en u
desdichado silencio. —No te vayas, Michael —dijo l
muchacha suavemente, con un ton
arrepentido—. Perdóname… y pide os dioses que me perdonen. ¡Me sientan… desesperada!
Se recostó en él, agradeciendo sapoyo. No parecía muy indicado abrazaa un caballero con armadura; Michael suvo que limitar a apretarle la mano co
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fuerza. —Debemos marcharnos, mi señora. —Sí —musitó Nikol. Hablaba com
si estuviera aturdida—. Hay una cuevano lejos del castillo. Nicholas y ysolíamos jugar allí, cuando éramo
pequeños. Está bien escondidaEstaremos a salvo.
—¿Hay alguna cosa que quiera
levarte? —preguntó Michaesintiéndose impotente. Contempló lomuros del castillo. Incluso en eso
momentos parecían resistentesnexpugnables. Resultaba difícimaginar que ya no ofrecían l
protección que prometía su aparienci
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—. ¿Qué pasará con los sirvientes? —Los hice marchar hace tiempo —
dijo Nikol. Ahora estaban solos, pueos hombres habían huido. Se quitó eelmo. Su rostro estaba ceniciento
pringado de polvo, sangre y sudor—. L
mayoría tiene familia por loalrededores. Los alertarán, a tiempoespero, de que se pongan a salvo. E
cuanto a las joyas, las vendimos hacvarios años. Tengo conmigo lo que máme interesa.
Su mirada se posó afectuosa, coristeza, en la espada de su hermano que anteriormente había pertenecido a spadre, y antes a su abuelo.
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—Pero necesitamos vituallas, odres de agua…
Un espeluznante grito goblin se alzen el bosque. Una oleada negra empeza avanzar a través de los pisoteadoprados que había delante del castillo. E
portón estaba cerrado. Les llevarícierto tiempo asaltar las murallas, pesar de que ya no estaban defendidas.
Nikol apretó los labios. Se puso otrvez el yelmo y aferró con fuerza lespada.
—Quédate detrás de mí y no tpongas al alcance de mi brazo armadoPuede que tenga que combatir parabrirnos paso.
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—Sí, mi señora.Fueron presurosos hacia la escaler
que descendía al patio. Nikol hizo unpausa, se volvió hacia el clérigo y lapretó la mano.
—Encontraremos a Nicholas y l
curarás —le dijo. —Sí, mi señora —contestó Michael
¿Qué otra cosa podía decir?
Ella asintió con un brusco cabeceo desapareció en la oscuridad de lescalera de caracol. Michael fue tras l
oven, abatido, angustiado.«¡Es inútil! —quería gritarle—Inútil! ¡Aun en el caso de que l
encontráramos, no puedo curarlo! ¿E
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que no lo ves? ¿Es que no lentiendes?».
Aferró el sagrado símbolo azul dMishakal y lo sacó de debajo de lúnica. Antes habría iluminado l
oscuridad. Habría emitido un fulgo
brillante, radiante. Ahora apenas erdistinguible en las densas sombras quo rodeaban. Dejó que el medalló
cayera con pesadez sobre su pecho«Pronto lo descubrirás. Ahora mdesprecias, pero después me odiarás».
La siguió, trastabillando en loscuridad.La noche cayó sobre la tierra. Niko
estaba de pie a la entrada de la cueva
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observaba el cárdeno fulgor de lalamas que se reflejaba en el oscur
cielo; brillante al principio, se había idapagando de manera gradual. El humdel incendio escocía en los ojos, en lafosas nasales. De vez en cuando e
viento traía el sonido de gritos bronco risotadas salvajes.
—Deberías descansar, mi señora —
dijo con suavidad Michael. —Duerme tú, hermano. Yo vigilar
—respondió.
Su espíritu era fuerte, pero no podíprestar esa fuerza a los músculos, lohuesos y los tendones. No habíerminado de hablar cuando se l
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doblaron las rodillas. Michael la cogien brazos y la tumbó en el suelo de lcueva. Le soltó los dedos crispados quodavía se cerraban sobre l
empuñadura de la espada; unos dedopringados con la negra sangre de lo
goblins. Le lavó las manos y el rostrcon agua fresca.
—Despiértame antes del amanece
—musitó la joven—. Los seguiremosencontraremos a Nicholas…
Se quedó dormida.
Michael recostó la espalda en lpared de piedra y cerró los ojos. Unaágrimas de cansancio y desesperacióe humedecieron los ojos; se le hizo u
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nudo en la garganta que amenazaba coahogarlo. La amaba tanto, tanto… y lba a fallar. Incluso si encontraban icholas y lo rescataban —¿y cóm
ban a hacerlo, con todo un ejércitgoblin?—, Michael no podría curarlo.
«Mañana por la noche, la Noche dos Hados, el puente de la Ciudadel
Perdida se abrirá para los clérigo
verdaderos. Sólo aquellos que tengan fpodrán cruzarlo». La voz de Mishakalegó a él. La diosa le había dado un
oportunidad de redimirse.Mañana por la noche. Tenía hastmañana por la noche para encontrar epuente, la Ciudadela Perdida, un luga
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evocado sólo en las leyendas, desde eprincipio de los tiempos. Cruzaría epuente. La luz de la diosa volvería brillar en él, lo envolvería, acabaría coel dolor de este amor imposible, de estexistencia inútil. Una vez que estuvier
allí, encontraría de nuevo su fe perdida. —Adiós, Nikol. Mañana, cuand
despiertes, ya no estaré aquí —le dij
en un susurro. Alargó la mano y acariciel cabello mal cortado—. No te enfadeconmigo. No me necesitas. Sería un
carga para ti, un hombre débil que nsiquiera puede invocar el poder de sdiosa para ayudarte. Viajarás mádeprisa si vas sola.
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Se recostó de nuevo en la pared da cueva, firmemente decidido
permanecer despierto, aguardando lgris claridad del amanecer, momento eque se escabulliría. Pero el sueño lvenció. La cabeza le cayó sobre e
pecho; su cuerpo se desplomó en esuelo. No lo vio, pero, en la oscuridadel sagrado medallón que llevaba empez
a emitir un suave fulgor azul y ningúmal les sobrevino durante la noche, pesar de que muchas criaturas maligna
merodearon por las proximidades de sescondite.Con la llegada del alba, no obstante
a suave luz del medallón se apagó.
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El Túnica Negra estaba en cuclillaen un pequeño claro del bosque. Ermediodía. El sol brillaba a través de unneblina de humo suspendida sobre lacopas de los árboles.
Akar estornudó, dirigió una mirad
rritada al humo y después volvió dnuevo su atención a las piedras dadivinación que había lanzado al suelo
Se inclinó sobre ellas y las_ estudidetenidamente.
—Esta es la Noche de los Hados
Los clérigos verdaderos dejaráAnsalon. Tengo unas horas parencontrar la Ciudadela Perdida. ¿Dóndse han metido esos condenados goblins
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—Akar miró otra vez el humo con gestsevero—. Divirtiéndose, imaginoVeremos durante cuánto tiempo lo hacesi me fallan…
Los crujidos de unas ramas lnterrumpieron. Akar recogió las piedra
con un gesto veloz de su mano y laguardó en un saquillo de cuero negroCon las palabras iniciales de un conjur
mortal prestas a salir de sus labiosretrocedió sigiloso a la cobertura de loárboles y aguardó.
Un grupo de cuatro goblins irrumpien el claro. Se movían ruidosos, con lseguridad de los vencedores. Llevabaentre ellos una litera en la que yacía e
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cuerpo de un humano. El hechicermaldijo al ver las angarillas.
El jefe de los goblins se abrió pasa empellones entre sus hombres y miren derredor.
—¿Hechicero? ¡Déjate ver
Deprisa! ¡Quiero mi dinero!Akar salió de entre los árboles. Hiz
caso omiso del cabecilla y se encamin
hacia la litera, que los goblins habíairado en el suelo. El joven tendido e
ella soltó un gemido de dolor. Estab
consciente, aunque no parecía tener idede lo que le estaba ocurriendo. Alzó lvista hacia el hechicero y lo miraturdido, desconcertado.
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Akar lo contempló con frialdad. —¿Qué es esto? —Instó— ¿Qué m
habéis traído? —Un Caballero de Solamnia. L
habían quitado la armadura. —La vodel goblin tenía un tono acre. Le habrí
gustado apoderarse de esa armadura. —¡Bah! Demasiado joven para se
caballero. ¡Y, aunque os creyera, est
hombre está malherido, casi a punto dexpirar! ¿De qué me serviría en estestado?
—¡Da gracias de tenerlo en estestado o en cualquier otro! —Siseó egoblin—. ¿Acaso esperabas quapresáramos a un Caballero d
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Solamnia sin lucha?Akar se inclinó sobre el joven. Co
gestos bruscos levantó los vendajeensangrentados que le cubrían eabdomen y estudió la herida. El jovesoltó un grito de dolor y apretó lo
puños. Al hacerlo, la luz centelleó en uanillo que llevaba. Akar le aferró lmano, examinó la joya y lanzó u
gruñido de satisfacción. —Bien, bien. Eres un caballero. —¿Qué quieres de mí? —logr
articular el herido, jadeante.Akar hizo caso omiso de spregunta. Buscó el pulso en el cuello notó el estado febril de la sangre. E
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mago se sentó en cuclillas. —No durará otra hora. —Entonces te sugiero que haga
pronto lo que tengas que hacer con él —aconsejó el cabecilla goblin.
—Imposible. Lo necesito vivo tod
a noche. —¡No me digas! Supongo que ahor
querrás que vayamos y capturemos u
clérigo, ¿no? —dijo el jefe goblin cosorna.
—No serviría de nada. Ninguno d
os clérigos que encontraseis esta nochsería capaz de curarlo.El goblin hizo un ademán d
ndiferencia.
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—Entonces ocúpate tú de él. Al fin al cabo, eres hechicero. Imagino que tmagia servirá para algo. Páganos lo qunos debes y podremos marcharnosPlaneábamos sacar algo en limpio deste asunto, pero habían dejado pelad
el castillo de cualquier cosa de valocuando entramos. Ni siquiera había unmujer para divertirnos.
El caballero gritó y trató dncorporarse. Su mano fue hacia l
espada, pero el arma no estaba a s
costado. —Ahorra fuerzas —dijo Akarmientras lo obligaba a tumbarse otrvez. El hechicero se incorporó. Estab
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de mejor humor, casi sonriente. Echunas monedas de oro al jefe goblin—Ahí tenéis vuestra paga.
Aparentemente, el cabecillencontró sospechoso aquel cambio dhumor del hechicero, pues dirigió un
mirada desconfiada a las monedas. —¡Tú, cógelas! —ordenó a uno d
sus secuaces, que hizo lo que l
mandaba.Los goblins se escabulleron con e
botín, el jefe sin apartar los ojos del qu
levaba el dinero del hechicero.Akar se volvió hacia el caballeroque yacía quieto y silencioso, luchandcontra el dolor, negándose a mostra
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debilidad. —¿Qué quieres de mí? —repitió co
voz ronca. —Esta noche debo derramar l
sangre de una persona buena e íntegra eel puente de la Ciudadela Perdida
Tienes la desgracia, señor caballero, dser una persona buena e íntegra. Amenos, es lo que dice tu gente. Un
rareza en los tiempos que corren, debadmitir. No te molestes en preguntarte ecómo y el porqué, pero, con tu muerte
os clérigos de Su Oscura Majestapodrán al fin regresar a este mundo.El caballero sonrió. —Me estoy muriendo. No viviré l
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bastante para serte útil, gracias le seadadas a Paladine.
—Oh, bueno. No pierdas lesperanza. Mi magia sirve para algo. Npuedo sanarte, señor caballeroTampoco es ése mi deseo. Deduzco qu
serías un prisionero muy problemáticoCon todo, seguirás vivo hasta que thaya 1 llevado a la Ciudadela Perdida.
»Un conjuro de deseo realizará mpropósito. Sí, funcionará bien. Econjuro me costará un año de vida. —E
mago se encogió de hombros—. ¿Perqué importancia tiene eso? Cuandobtenga el poder de Fistandantilusrecuperaré ese año con creces.
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Akar alzó las manos y miró al cieloa la luna negra, 1Nuitari, la luna qusólo aquellos que caminan por la sendoscura del Mal pueden ver.
—Éste es mi deseo: que el caballerpermanezca vivo hasta que le dé muert
a hoja de esta daga. —El magdesenfundó el arma que llevaba colgada la cintura y la levantó hacia el cielo
El metal se oscureció, como si cayeruna sombra sobre él, y después centellecon una luz horrenda, perversa.
—¡Mi deseo me ha sido concedido—dijo Akar con satisfacción. —¡No! ¡Paladine, impídelo! ¡Tom
mi vida! ¡Mátame ahora!
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El joven caballero se puso de picon esfuerzo. Desgarró los vendajes qucubrían su herida, por la que empezó manar sangre a borbotones, y salicorriendo por el claro, en dirección abosque.
Akar no se movió y lo observó coranquilidad.
Nicholas cayó de rodillas. El fluid
vital escapaba de su cuerpo. Lo viderramarse sobre el suelo y empapar lierra.
El dolor era intenso, atroz. Se doblen dos, pidiendo a gritos la muerte.Pero la muerte no le llegó. Nichola
quedó tendido sobre su propia sangre
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emblando de agonía.Akar lanzó un silbido. Un caball
negro como la sangre de un goblin —dhecho, ése era el nombre del corcel—entró trotando en el claro, arrastrando upequeño carro. El hechicero agarró a
caballero por los hombros, lo arrastrsobre la hierba ensangrentada hacia ecarruaje y lo aupó a su interior. Lueg
ató con cuerdas las muñecas y loobillos del atormentado caballero.
—No es que crea que estás e
condiciones de hacerme mal alguno —dijo Akar—. Pero vosotros, locaballeros, sois una estirpe tenaz. Sientno poder hacer nada para aliviar e
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dolor. Pero enfócalo de este modo: traunas cuantas horas de agonía, estarámás que deseoso de morir. Intenta ngemir demasiado alto. En estos tiemposcriaturas muy desagradables merodeapor campo abierto. Y ahora, a buscar l
Ciudadela Perdida.El hechicero se subió al carro
omó las riendas. De nuevo alzó la vist
al cielo. Mientras lo observaba, unsombra se interpuso ante el sol, como so eclipsara una luna, pero sólo er
visible la sombra. La contempló cofijeza, estrechando los ojos parresguardarlos del resplandor del sohasta encontrar lo que buscaba.
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La sombra se extendió hacia abajodesde el sol, y creó un haz de tinieblaque traspasaba la luz del díaDondequiera que aquella oscuridaocara, le prendía fuego de manernstantánea. Un humo maloliente
ponzoñoso se cernió en el aire. Akaolisqueó su perfume. A sus espaldas oyoser al caballero.
Cuando el humo se disipóarrastrado por un viento gélido como lmuerte, Akar vio que el fuego habí
formado un camino entre los árbolecalcinados, un sendero de negrura, usendero de la noche en pleno día.
—¡Alabado sea Nuitari! —dijo e
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hechicero.Azuzó al corcel con las riendas
condujo el carro por el caminamortajado en sombras.
Nikol y Michael siguieron el rastrde los goblins con facilidad…, co
demasiada facilidad. A su paso por ebosque que rodeaba el castillncendiado y despojado, el ejércit
había dejado una huella de destruccióncomo la franja abierta en un pastizal pouna guadaña. Su número er
considerable y por tanto no necesitabaesconderse ni ocultar el camino quconducía a su guarida en las montañas
o temían recibir justo castigo a su
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fechorías. Los caballeros de lacercanías, en sus vecinos feudos, teníasuficientes problemas en los que pensacon sus tierras y las gentes qudependían de ellos.
Michael contempló consternado lo
árboles partidos, los matorraleaplastados, los cadáveres de goblins quhabían sido heridos y abandonados a s
suerte por sus rudos compinches. Nikoba de un lado a otro de la senda, con l
mirada prendida en el suelo buscand
alguna pista de su hermano. —Mi señora, si se lo llevaron coellos, ¿qué posibilidad tienes drescatarlo? Deben de ser… ¡cientos! —
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dijo el clérigo señalando con un ademáa destrucción que los rodeaba.
—Entonces tendré el consuelo dmorir junto a él —replicó Nikol. Sncorporó y apartó el pelo que le caí
sobre los ojos—. Sabías a lo que no
enfrentábamos. Te lo advertí estmañana.
Michael no quería que le recordar
eso. Los dos habían despertadoabrazados el uno al otro. Confusos urbados, ambos guardaron la
distancias. Él quiso decirle entonces qupensaba abandonarla, pero, fuera por lque fuera, no encontró las palabras.
El silencio entre los dos se hizo má
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ncómodo por momentos. No cabía dudde que ella también pensaba en lo desta mañana.
—Nikol —empezó, deseoso dconfesar lo que guardaba en su corazón.
La joven se apartó de él co
precipitación y empezó a examinar otrvez el suelo con premeditada intensidad
—¿Has oído que los goblins tomara
rehenes alguna vez, hermano? —preguntó de improviso, poniendo, entender de Michael, gran énfasis en s
ítulo religioso. El clérigo suspiró sacudió la cabeza con gesto cansado. —No. Se necesita tener una ment
ngeniosa para maquinar el cambio d
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rehenes por un rescate. Los goblins sólpiensan en saquear y matar.
—Exactamente. Y, sin embargo, slevaron a Nicholas, deliberadamente
Sólo a él. No buscaban a nadie másMataron al pobre Giles. ¿Por qué? A
menos, claro, que tuvieran órdenes draptar a Nicholas…
La nueva idea hizo que sus mejilla
se encendieran. Olvidó la forzadactitud de reserva.
—¡Eso es, Michael! El ataque a
castillo fue una maniobra de diversiópara cubrir su verdadera intencióncapturar a Nicholas. ¡Lo que significque alguien lo quiere y que ese alguie
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o necesita vivo! —Sí, mi señora —se mostró d
acuerdo Michael. No era necesario decirle que s
gemelo, si es que seguía vivo, podímuy bien desear estar muerto en eso
momentos.Unas cuantas horas de búsqued
nfructuosa y Nikol no tendría má
remedio que darse por vencidaEntonces, tal vez, lograría persuadirlpara que buscara refugio en algún feud
vecino, en tanto que él se preparabpara partir… —¡Michael!Su voz excitada resonó como plat
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en el silencio. Él avanzó presuroso poos matorrales, en su dirección.
—¡Mira! ¡Mira esto! —Nikoseñalaba una mancha en la hierbpisoteada.
Sangre. Sangre roja. Sangre humana
Antes de que Michael tuvierocasión de decir una palabra, Nikohabía echado a correr por la trocha qu
salía del camino principal. El clérigcorrió en pos de la joven, sin saber sdar gracias a los dioses o maldecirlo
por poner esta pista en su camino.Llegaron a un claro, y ambos sfrenaron en seco. Aunque el sol brillabradiante, la perversidad que flotaba e
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el ambiente cubría el calvero con unoscura nube. Nikol se llevó la mano a lempuñadura de la espada, pero lodedos, inertes, resbalaron por el metaEn un gesto inconsciente, buscó econtacto de Michael. La mano de él s
cerró sobre la suya; se acercaron más euno al otro, tiritando ante la gélidoscuridad iluminada por el sol.
—¡Oh, Michael! —susurró Nikocon voz quebrantada—. ¿Dónde está mhermano? ¿Qué han hecho con él? Yo…
Dio un grito. La luz se reflejaba eun gran charco de sangre. Cerca de éstaparecían tirados los vendajes que habíhecho con sus propias manos sobre l
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herida de su hermano. Nikol se cubrió erostro con las manos y se recostó en epecho de Michael. Él la rodeó con lobrazos y estrechó su tembloroso cuerpo
—Mi señora, debemos alejarnos daquí. —Su amor por ella, su compasión
era una agonía—. Déjame llevarte acastillo de sir Thomas. Allí estarás salvo…
—¡No! —La joven se limpió laágrimas con precipitación y se libró de
reconfortante abrazo—. He sido débi
por un momento. Este espantoso sitio…—Miró en derredor y se estremeció—Pero Nicholas no está aquí. Su cuerpno está aquí —continuó, con ton
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decidido, sombrío—. Se lo han llevada otra parte. Aún está vivo. ¡Sé que estvivo!
Empezó a rastrear el claro. No tardmucho en encontrar las marcas dejadapor las ruedas de un carro y el reguer
de sangre que iba hasta ellas. Rastreas huellas, y Michael la siguió
Encontraron el abrasado acceso a
bosque, el acceso a la oscuridad. Sdetuvieron, mirándolo intensamentesintiendo que la sangre se les helaba e
as venas. —Mirar al Abismo debe ser algo as—dijo Michael sobrecogido.
El semblante de Nikol estab
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ceniciento, sus ojos desorbitados por eerror. Se acercó más a él y, a través da armadura, el clérigo sintió temblar s
cuerpo. —No puedo entrar ahí…El viento gimió en las copas de lo
ennegrecidos árboles; parecía un gritde dolor, como si los árboles estuvieraquejándose. Y entonces, con u
escalofrío de horror, Michaecomprendió que el grito procedía de ungarganta humana. Deseó que Nikol no l
hubiese oído. —Vamos, mi señora, alejémonos deste lugar maligno…
—¡Nicholas! —Llamó angustiada l
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oven—, ¡Te he oído! ¡Ya vamos!Avanzó un paso hacia las silenciosa
inieblas. Michael la sujetó por el brazo —¡Nikol, no!Ella lo golpeó con fuerza par
apartarlo.
—Voy a entrar. ¡Y tú tambiéncobarde! —Sus dedos aferraron lmuñeca del clérigo con la fuerza de u
cepo—. Tienes que curarlo… —¡No puedo! —gritó Michae
violentamente—. ¡Mira! ¡Mira! —Sac
de un tirón el sagrado símbolescondido bajo su túnica y lo alzó parque Nikol lo viera—. ¡Está oscuro, taoscuro como ese paso que tenemos ant
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nosotros! ¿Sabes lo que eso significaLa diosa me ha dado la espalda. Nresponderá a mis plegarias. Aun en ecaso de que encontráramos a Nicholasno podría hacer nada por él.
Nikol lo miró de hito en hito, si
comprender. —Pero… ¿cómo? ¿Cómo es posibl
que la diosa te haya abandonado?
«¡Porque yo la abandoné a ella! ¡Lhice por ti; por ti y por Nicholas!»quiso gritarle Michael, dar salida a s
frustración, a su miedo, a su rabia…Rabia contra la muchacha, rabia contros dioses…
Lo sacudió un súbit
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estremecimiento. No debía sentirsfurioso. No estaba bien. Los creyentenunca se enfurecían, nunca dudaban. Unvez más, había vacilado su fe.
—No puedo explicarlo —respondicon tono cansado—. Es algo entre m
diosa y yo. Pero ahora debes alejarte deste sitio. Como ves, no podemos hacenada…
Nikol le soltó la muñeca, como sirara una inmundicia.
—Gracias por acompañarme hast
aquí. —Su voz era fría, amarga por edesencanto—. No es preciso que vengaconmigo. Este lugar es mucho mápeligroso para ti que para mí, ya que a
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parecer ahora estás indefenso contra smaldad. Adiós, hermano… Mejor dichoMichael.
Se dio media vuelta y entró con pasfirme en el aterrador bosque abrasadpor el fuego. Las sombras l
envolvieron al instante, y Michael lperdió de vista; ni siquiera atisbaba ebrillo de la armadura.
Se quedó de pie, tembloroso, aborde de los árboles ennegrecidos. Lapalabras de Mishakal, olvidadas hast
ahora, regresaron a su mente de manerrepentina, como si las escuchara en espreciso momento, en ese preciso lugar.
«Si vacila tu fe, si te quedas
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ntervienes, corres el riesgo dcondenarte a ti mismo, a la mujer y amundo a un terrible destino».
Se había quedado. Habíntervenido. Había contribuido a atrae
este mal sobre ella, sobre sí mismo
quizá sobre el mundo entero. —Debería tener fe —se exhortó—
Si la tuviera, la dejaría marchar
Paladine está con ella. El amor lprotege como una armadura. Sólperderá la vida. ¡Yo puedo perder m
alma! Debería darme media vueltabuscar la Ciudadela Perdida, suplicar a diosa que me perdone. Sólo teng
hasta esta noche para encontrarla, par
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reparar mi falta de fe…Se volvió y dio la espalda al oscur
aterrador bosque en el que ella habídesaparecido. Avanzó un paso, y otrmás. Y entonces se detuvo.
No podía abandonarla. No podí
dejarla morir sola, acosada por el dolo el miedo. Aunque perdiera su alma irí
con ella, estaría con ella hasta el final.
Hasta que la perdición cayera sobrellos… y sobre el mundo.
Michael estaba ciego. La oscuridad
densa y sofocante, apagó su vista en emismo momento de entrar en el terriblbosque. La pérdida de visión funstantánea y absoluta. No atisbab
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nada, ni el más leve contorno sombríoni el menor movimiento. No podía ver ebrillo de la armadura de Nikol ni esatinado dorado de su cabello. Taextraña y aterradora fue esta súbitceguera que el clérigo se llevó la
manos a los ojos en un gesto mecánicoTenía la impresión de que se lohubieran arrancado.
—¿Michael? —Por el tono sadvertía que Nikol estaba asustada—Michael… ¿eres tú? ¡Michael, no pued
ver! —Estoy aquí —respondió.Intentó dar a su voz un ton
aplomado, pero sus palabras sonaro
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ahogadas. Sí, aquí estaba. ¡De mucho lba a servir a la muchacha su presencia
Menudo favor le haría a ella, a smismo… Alargó las manos hacia dondsonaba su voz y el suave tintineo de lahebillas de su armadura.
—Yo… tampoco puedo ver, mseñora.
Hizo una pausa, parpadeó. D
repente atisbo algo. Divisó la salida, ecamino de regreso. Vio el cálido brilldel sol en el claro, las huellas dejada
por el carro dirigiéndose a este bosquenhaló hondo, agradecido. Por unstante había temido que la vista l
hubiese sido arrebatada para siempre.
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—¿Qué ocurre, Michael? —preguntikol al escuchar su respingo. Lo cogi
de la mano. —Date la vuelta, mi señora —
nstruyó, al tiempo que la guiaba.Así lo hizo la muchacha, despacio
arrastrando los pies sobre la malezcalcinada y la ceniza. Abrió los ojos dpar en par y apretó la mano de él.
—¡Estaba tan asustada! —musitóevantando la mirada hacia Michael. S
sonrisa se desdibujó poco a poco— ¡N
e veo! —Giró la cabeza a un lado y otro—. No veo nada a mi alrededor. —Se ve la salida… —¡Pero es que no quiero volver! —
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chilló furiosa—. Yo…Enmudeció al escucharse de nuev
el grito, pero sonaba muy lejanobastante más adentro del bosque. Se oíel trapaleo de los cascos de un caballo el bamboleo de un carro arrastrado
paso lento sobre un terreno irregularikol soltó la mano de Michael y echó
correr.
—¡Nikol! ¡Regresa!El clérigo percibió el ruido de la
pisadas que se alejaban; luego la oy
ropezar y caer, y escuchó sus sollozode cólera, de frustración. Se encaminhacia la muchacha, trastabillando emedio de la espantosa oscuridad qu
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parecía tornarse más negra a medida quse aventuraba más allá. Casi cayó sobra muchacha; se arrodilló a su lado.
—¿Estás herida? —¡Déjame en paz! —Nikol empez
a incorporarse— Voy tras él.
Michael perdió la paciencia. —Nikol, sé razonable. ¡Es inútil
Aunque pudieses ver no podría
alcanzar a un carro. ¡No ves el senderoNo ves los obstáculos o peligros qu
encontrarás a tu paso! Podrías rodar po
una pendiente, o caer por un precipicio. —No lo abandonaré. ¡Iré tras éaunque tenga que hacerlo a gatas!
Estaban muy cerca, y el clérigo not
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que se daba media vuelta. Sabía questaba mirando atrás, en la dirección podonde habían venido. También él sgiró. Jamás le había parecido tahermosa y brillante la luz del sol.
El claro que antes semejaba un luga
errorífico, ahora era un refugio de paz seguridad.
«Así damos por supuesto los biene
concedidos, sin apreciarlos hasta que snos arrebatan», pensó con amargristeza al tiempo que se llevaba la man
al símbolo de Mishakal, que pendísobre su pecho como una pesada carga. —¿Qué origina esto? —pregunt
ikol, frustrada—. ¿Qué maldad h
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creado esta oscuridad? —Nuitari, dios de lo imperceptibl
—respondió una voz queda—. Camináibajo la luz de la luna negra.
—¿Quién anda ahí? —Nikol shabía puesto tensa. Michael oyó e
metálico sonido del acero. La muchachhabía desenvainado la espada—¿Quién es?
—Tu arma no sirve de nada, señocaballero. —La voz tenía un marcadono sarcástico— He estado sentad
aquí, obervándoos a los dos, desde hacunos diez minutos. Podría haberomatado a ambos a estas alturas.
Michael aferró el brazo armado d
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a muchacha. La sintió temblar de mied frustración. Ella lo apartó de u
empellón y blandió el arma ciegamenteante sí, más para aliviar su sensación dmpotencia que porque esperar
acertarle a algo. Michael escuchó e
nofensivo silbido de la espada al cortael aire.
El invisible observador empezó
reír, una risa que de repente sonahogada y dio paso a un angustiosgolpe de tos. Tras largos momentos, e
espasmo cesó. Michael escuchó unnhalación áspera, entrecortada. —Mi señora, si es cierto que est
persona nos ha estado observando, com
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afirma, entonces es que puede ver —apuntó el clérigo, a la par que alargaba mano; al topar con el brazo de l
muchacha, lo aferraba con firmeza. —Tienes razón —admitió Nikol
bajando la espada—. ¿Puedes ver?
—En efecto —respondió con calma voz—. Para quienes caminamos bajas tinieblas de Nuitari, este bosque est
an iluminado como si fuera de día. Parvosotros, la oscuridad se irá haciendmás intensa con cada paso que deis
Claro que quizás hayáis entrado aquí dmanera accidental. Os sugiero que omarchéis, mientras todavía podéiencontrar la salida.
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—Si es verdad que nos has estadobservando, sabrás que no hemoentrado accidentalmente —replicó Nikocon frialdad. Se había vuelto hacidonde sonaba la voz, con la espadodavía empuñada y la guardia en alt
—. Alguien ha sido traído a la fuerza este bosque, alguien muy querido parnosotros. Tenemos razones para cree
que lo han capturado unos goblins. —¿Un hombre joven? —preguntó l
voz—. ¿Bien parecido, gallardo, co
una grave herida en el costado? Llevunos vendajes ensangrentados… —Sí —dijo Nikol con voz queda; s
mano se cerró sobre la de Michae
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buscando apoyo—. ¡Sí! Es mi hermano¿Lo has visto?
—Lo he visto, sí. Y os daré uconsejo: regresad por donde habéivenido. No podéis hacer nada por él. Ea hombre muerto. Sólo conseguiréi
morir también. Nada de lo que hagáis lsalvará. ¿No es así, Hijo Venerable dMishakal? —La voz sonó desdeñosa
burlona. —No soy un Hijo Venerable —
contestó Michael con calma—. Sólo u
humilde sanador. —Ni siquiera eso, al parecer —replicó la voz.
Michael sintió unos ojos clavados e
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él, unos ojos extraños que habría juradque casi podía ver, unos ojos en formde reloj de arena. Cohibido, el clérigse llevó la mano al medallón colgadsobre su pecho y lo guardó con premurbajo la túnica.
—Déjalo en paz —replicó furiosikol—. No tiene razón par
encontrarse aquí, como la tengo yo
Viene conmigo impulsado, no por amorsino por lealtad.
—¿De veras?
Michael pudo ver los relojes darena mirándolo con burla. —Así que has entrado aquí por amo
a tu hermano, ¿no, señor caballero? —
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continuó la voz, suave, siseante—Renuncia. No puedes hacer nada por ésalvo morir también.
—Entonces, moriré. —Nikol hablcon firmeza—. No podría vivir sin éSomos gemelos, ¿entiendes?
—¿Gemelos? —La voz habícambiado, y ahora era gravo, lóbregamás lóbrega que el bosque—. Gemelo
—repitió. —Sí —dijo Nikol, vacilante
ncierta de lo que significaba el súbit
cambio que notaba en el invisiblorador. ¿Presagiaría algo bueno o algmalo?—. Somos gemelos. Y, si sabealgo sobre ellos, estarás enterado de qu
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nos sentimos muy unidos, más que otrohermanos.
—Sí, sé… algo sobre gemelos —dijo la voz.
Las palabras fueron pronunciadas eun tono tan quedo que casi resultaro
naudibles, pero los dos tenían aguzadoal máximo los sentidos para compensaa pérdida de la vista.
—Entonces sabrás que no labandonaré a su suerte —dijo Nikol—ré tras él, para salvarlo si me e
posible, o para morir con él si no lconsigo. —No puedes salvarlo —musitó l
voz, tras una breve pausa— Tu herman
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ha sido capturado por un poderoshechicero de los Túnicas Negras, uhombre llamado Akar. Necesita a unpersona virtuosa. ¿Es tu hermanambién, por ventura, un caballero?
—Mi hermano es caballero. Yo n
o soy —contestó Nikol—. Soy unmujer, como muy bien sabes, pues sientus ojos clavados en mí, aunque n
pueda verlos. —Un gemelo nace con un cuerp
frágil y débil, el otro es fuerte
poderoso. ¿Nunca has sentidresentimiento o envidia por su causa? —¡Por supuesto que no! —l
respuesta de Nikol fue demasiad
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rápida, demasiado indignada—. ¡Lquiero! ¿De qué demonios hablas?
—No tiene importancia. —Parecique la voz iba a suspirar, pero el suspirfue interrumpido por una tos que dio lmpresión de que iba a partir al hombr
en pedazos.En un gesto maquinal, olvidando qu
había perdido su don curativo, Michae
alargó una mano hacia el extraño. Oyuna risa siseante.
—¡No podrías ayudarme, sanador
Aun en el caso de que gozaras del favode tu diosa. ¡Es la ira del cielo lo qufustiga este pobre cuerpo mío, la cólerde los dioses que muy pronto purificará
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este mundo con fuego! —La voz cambide improviso, para tornarse fría práctica—. ¿Hablas con sinceridadseñora? ¿Seguirás a tu hermano, a pesade que el camino sea oscuro y terrible, el final infructuoso?
—Lo haré. —¿Y cómo iremos a ninguna parte
—Objetó Michael—. No vemos e
camino. —Yo sí —dijo la voz—. Y ser
vuestros ojos.
Michael escuchó el susurro de telacomo si una túnica larga rozara el sueloEscuchó ruidos extraños, como objetocolgados de un cinturón que tintinearan
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se rozaran entre sí. Escuchó un suavgolpeteo sordo acompañando emurmullo de unas pisadas, tal vez ubastón, con el que el extraño se ayudaba caminar. Michael olisqueó y sintió ucosquilleo en la nariz. Percibía el arom
dulce de pétalos de rosa, y otro oloambién dulzón, pero terrible: el de l
putrefacción. Sintió que un brazo s
endía hacia ellos. —Espera un momento —dijo e
clérigo, deteniendo a Nikol, que habí
envainado su espada y alargaba la manhacia el extraño—. Si puedes ver con luz de Nuitari, entonces tú tambié
debes de ser un hechicero del Mal, u
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Túnica Negra. ¿Por qué íbamos confiar en ti?
—No deberíais hacerlo, desde lueg—contestó la voz.
—¿Entonces por qué nos ayudas¿Cuál es la razón? ¿Es una trampa?
—Podría serlo. En cualquier caso¿qué otra opción tenéis?
—Ninguna —dijo Nikol, con un ton
repentinamente suave—. Y sin embargoe creo. Confío en ti.
—¿Y por qué lo haces, señora? —L
voz era ahora áspera, burlona. —Por lo que dijiste acerca de lohermanos gemelos. Uno débil, el otrfuerte…
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El extraño guardó un largo silencioMichael habría creído que el hombre lohabía dejado solos a no ser por lrabajosa respiración de unos pulmone
atormentados por la enfermedad. —El motivo que me impulsa
ayudaros es algo que no entenderíaisDigamos que a Akar se le ha prometido que me pertenece por derecho. M
ntención es procurar que no lo consiga¿Vais a venir o no? ¡Decidíos rápido! L
oche de los Hados se aproxima. Qued
muy poco tiempo. —Yo voy —dijo Nikol—, te seguira donde me lleves, ¡aunque me cueste lvida!
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—¿Y tú, hermano? —Preguntó ehechicero con suavidad—, ¿caminarás mi lado? La mujer ha empeñado su vidaPara ti, como has conjeturado, el preciserá mucho más elevado. ¿Pondrás euego tu alma?
—¡No, Michael, no lo hagas! —Exclamó Nikol, adelantándose a lrespuesta del clérigo—. Regresa. Est
no es tu batalla. Es la mía. No dejarque te sacrifiques por nosotros.
—¿Qué pasa, mi señora? —Espet
Michael, dominado por una súbita rracional cólera—. ¿Acaso piensas quno quiero a Nicholas tanto como tú? ¿Oquizá crees que no tengo derecho
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fiebre ardía en su piel; la sensación docar al mago fue desagradable.
—¿Cómo te llamas, señor? —preguntó Michael con frialdad.
El hechicero no respondienseguida. Michael se quedó perplejo a
sentir que el brazo que sujetaba se poníenso, como si la pregunta fuer
dolorosa.
—Soy… Raistlin.Aquel nombre no significaba nad
para Michael. Dedujo, por la vacilació
del hechicero, que les había dado unombre falso.El mago los condujo hacia l
oscuridad que se hizo progresiva
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nconcebiblemente tenebrosa, como lehabía advertido. Caminaron tan depriscomo la prudencia hacía aconsejablesin acabar de confiar en el mago y, siembargo, sujetándose con fuerza a sbrazo, pendientes del susurro de s
única, del suave golpeteo de su bastón.En sus fosas nasales estaba prendid
el olor a rosas y muerte.
No les sobrevino mal algunoEmpezaron a confiar en Raistlin y, medida que se afianzaba su confianza
avanzaron a una velocidad increíbleLos pies de Michael apenas rozaban esuelo. Un viento frío le azotaba el rostr hacía que le escocieran sus cegado
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ojos. Las ramas le arañaban las mejillasse enredaban en su cabello. Zarzas arbustos espinosos enganchaban súnica. Imaginó vívidamente lo que serí
chocar de lleno, a esa velocidad, contrun árbol o una roca, o precipitarse e
algún barranco sembrado de peñascosSe aferró con más fuerza al frágil brazdel mago.
Michael no tenía idea de cuántiempo llevaban viajando en l
oscuridad. Podía ser el lapso de u
atido del corazón, o el transcurso deones. Se preguntó cuánto más serícapaz de continuar, pues, aunque parecíno sentir fatiga, su cuerpo estaba más
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más agotado. No tuvo más remedio qurecostarse en el hombro del magomaravillado de que un cuerpo tan débipudiera sostener el suyo. Sentía lomiembros pesados como plomo, apenas era capaz de moverlos. Sus pie
rastabillaban. Tropezó, se soltó dRaistlin y cayó al suelo.
Sollozante y falta de aliento
Michael se esforzó por incorporarseLevantó la cabeza y se quedboquiabierto.
Ante él se erguía un edificio, unestructura de una simplicidad bella elegante. Columnas de mármol negroblanco y rojo sustentaban un tech
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abovedado cuyo exterior reluciente erun espejo del cielo nocturno. Reflejadaen él, las constelaciones giraban eorno al eje central. Los dos dragones
Paladine y la Reina de la Oscuridad, svigilaban atentos el uno al otro; en e
centro, Gilean, el libro de la vidagiraba sobre sí mismo; a su alrededorotaban el resto de los dioses, buenos
neutrales y malignos.Un puente hecho con reluciente lu
de estrellas arrancaba de debajo de l
cúpula. El puente se extendía haciarriba y sobrepasaba el templo hastalcanzar el cielo nocturno. Una puertabierta surgía en la oscuridad estrellada
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Más allá, unos extraños soles ardíaabrasadores, rojo y amarillo contra lprofunda negrura. Planetas desconocidogiraban en torno.
La belleza de la imagen hizo llorar Michael, y sólo cuando sintió el fresco
de las lágrimas en sus mejillas cayó ea cuenta de que volvía a ver, que habí
recobrado la vista.
Al mismo tiempo que descubría qupodía ver otra vez, reparó en la figuroscura que menoscababa la radiant
belleza del templo.Un mago con ropajes negros, alto de constitución fuerte, soltaba laataduras de las muñecas y tobillos d
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otro hombre que estaba tendido sobre ucarro tirado por un caballo. Sencontraban inmersos en las sombras. ETúnica Negra apenas era visible, unsilueta de oscuridad en contraste con lnoche, pero el resplandor del templ
caía sobre el semblante del hombrendido en el carro. La joven faz estab
demacrada, consumida por el dolor y e
sufrimiento. El sudor perlaba la pálidpiel.
Michael también veía ahora
Raistlin, y el sanador se quedó perplejpor la aparente juventud del mago. Eroven, débil y enfermo. El delgad
rostro estaba muy blanco, y una
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manchas febriles teñían los pómulos. Srespiración era entrecortada y trabajosaSe apoyaba en un cayado de maderacuyo extremo superior estaba adornadcon una garra dorada de dragón quaferraba una bola de cristal facetado. E
cristal emitía una luz suave que sreflejaba en los fríos ojos castaños demago.
«Qué extraño —pensó Michael—Habría jurado que tenía las pupilas eforma de reloj de arena».
—¡Nicholas! —gritó Nikol.La muchacha habría corrido hacia épero Raistlin la aferró de la muñeca cofuerza y la detuvo.
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Nikol había sido compañera de shermano en todos los deportes entrenamientos. Era tan alta comRaistlin y físicamente más fuerteMichael esperaba que se soltara cofacilidad de la presa del mago, y s
dispuso a frenar su impetuosa carrerhacia lo que sin duda sería su muerte.
De hecho, el otro hechicero, e
lamado Akar, había hecho un alto en srabajo y escudriñaba a su alrededor co
expresión alarmada.
—¿Qué ha sido eso? ¿Quién andahí? —inquirió con una voz profunda áspera.
La mano delgada y frágil de Raistli
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permaneció cerrada sobre la muñeca da muchacha. Nikol dio un respingo d
dolor. Pareció retorcerse bajo lnflexible garra del mago.
—¡No hagas ruido! —susurró—. ¡Sdescubre que estamos aquí, todo estar
perdido!Raistlin arrastró a la joven de vuelt
a las sombras de los calcinados árboles
Renuente, Michael los siguió, incapaz dapartar los extasiados ojos del radiantesplendor del templo y el maravillos
puente que muy pronto lo llevaría lejode todo dolor, aflicción, desaliento emor.
—Me haces daño —susurró Niko
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mientras hacía un infructuoso intento dibrarse de sus dedos—. ¡Suéltame!
—Sufrirías un daño mucho mayor so hiciera —respondió Raistlin, sombrí
—. Akar es poderoso y no vacilaría edestruirte si interfirieses en sus planes.
Nikol lanzó una mirada angustiada su hermano. Al parecer, Akar habílegado a la conclusión de que lo qu
había oído era producto de smaginación y había reanudado srabajo. Agarró con rudeza al joven, l
sacó a rastras del carro, y lo dejó caeal suelo. Nicholas lanzó un gritagónico.
—Pronto habrán terminado tu
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sufrimientos, señor caballero —dijAkar mientras se limpiaba las manomanchadas de sangre en su túnica.
El hechicero sacó un objeto de scinturón y lo alzó hacia la luz. El acercentelleó, reluciente y afilado
nspeccionó la daga y luego la guardotra vez en el cinturón, con un gruñidde satisfacción. Se agachó para coger a
caballero por los tobillos, con levidente intención de llevarlo a rastrapor el suelo.
Nicholas propinó una patada ahechicero que lo hizo retrocederastabillando. Cogido por sorpresa
pues no había supuesto que su debilitad
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víctima tuviera todavía energía parpresentar resistencia, Akar perdió eequilibrio y se tambaleó. Pisó el repulgde su túnica y cayó pesadamente asuelo.
En un patético intento por regresar
perderse en la oscuridad de la que habívenido, Nicholas empezó a gatear haciel bosque.
—Voy a reunirme con él. No me lmpedirás. —Nikol, que seguía con l
muñeca firmemente sujeta por los dedo
de Raistlin, llevó la mano izquierda a sespada.De la empuñadura saltaron chispas
la muchacha apartó con premura l
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mano, estremecida de dolor. Lo intentde nuevo, y de nuevo saltaron lachispas. Dirigió una mirada feroz amago.
—¡Malditos hechiceros, estáiconfabulados! ¡Debí suponerlo! Jamá
debí confiar… —¡Silencio! —ordenó Raistlin.Su mirada estaba prendida en Akar
Parecía que todo su ser estuvierconcentrado en su colega. Incluso la topertinaz había cesad
momentáneamente. Un tenue rubor leñía las mejillas, y daba la impresióde que no advirtiera los forcejeos de lmujer, si bien sus dedos no se aflojaro
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ni por un instante. Nikol se giró para mirar a Michael. —¿Qué haces ahí parado? ¡Ve co
icholas! ¡Sálvalo! ¡Este malvado no tiene sujeto! ¡No puede luchar contra lo
dos!
Michael avanzó un paso, reacio dar la espalda al brillante puente, y siembargo angustiado por el animos
caballero y por la hermana que sufrícon él. La voz de Raistlin lo detuvonmovilizando al clérigo con tant
firmeza como su mano inmovilizaba ikol. —Es mucho más lo que está en jueg
que la vida de un valiente caballero. E
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destino del mundo pende incierto en lbalanza de Gilean. —Raistlin miró Michael—. ¿Qué es lo que vessanador?
—Veo… la imagen más maravillosque he contemplado en toda mi vida
Ante mí se alza un templo cuyacolumnas son de mármol negro, blanco rojo. Su cúpula es el firmamento, y s
echo, las constelaciones. Un puenthecho con luz de estrellas se extienddesde este mundo a otros que hay má
allá. Hay gente cruzando ese puentehombres y mujeres, humanos y elfosVuelven la mirada hacia este mundo copesadumbre, sus semblante
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entristecidos. Pero Paladine está coellos y los conforta, y ellos se vuelvehacia la puerta con esperanza.
—¿Qué le has hecho? —Exclamikol—. ¡Lo has embrujado!
Michael dio un paso hacia adelante
como si quisiera seguir a aquellapersonas. Un grito colérico lo hizvolver a este mundo con brusquedad
Akar se había incorporado y mirabenfurecido al caballero.
—En verdad, como dije, una estirp
enaz. Vamos, señor caballero, estoperdiendo la paciencia. Apenas quediempo para perderlo con tontoueguecitos.
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Akar propinó una patada al rostro dicholas. El joven se desplomó sin u
quejido y se quedó tumbado, inmóvil. Ehechicero lo agarró, esta vez por lohombros, y empezó a arrastrar el cuerpnerte.
—¡Lo lleva hacia el templo! ¿Quplanea hacer? —preguntó Michael Raistlin, que observaba todo con un
expresión sombría y severa. —¡Planea matarlo! —gritó Nikol
que intentó otra vez soltarse.
—Mi señora, por favor… —empezcon suavidad Michael. —¡Déjame en paz! —Los ojos de l
muchacha centelleaban—. Está
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hechizado. ¡El mago te ha embrujadcon algún conjuro! ¡Un puente de luz destrellas! ¡Un templo radiante! ¡Sólo soruinas desmoronadas, probablemente ualtar de perversión consagrado a lReina Oscura!
Michael la miró de hito en hito. —¿No ves tú…? —No. No puede verlo —dij
Raistlin—. A sus ojos es una ciudadelen ruinas, nada más. Sólo tú, clérigoves lo que es de verdad. Sólo tú puede
mpedir que Su Oscura Majestad penetren este mundo.Michael no creía al hechicero
¿Cómo era posible que Nikol no viera l
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que para él era algo tan bello evidente? Y, no obstante, la muchacha lmiraba furiosa, atemorizada, como si dverdad él fuera una persona que actuarbajo el influjo de un sortilegio.
—¿Qué tengo que hacer? —pregunt
en voz baja. —La dama tiene razón. Akar intent
asesinar al caballero, pero debe ejecuta
el crimen dentro del límite de las ruinao, como tú lo ves, en el puente de luz destrellas. Si la sangre de alguien bueno
ntegro se derrama en el sagrado puenteos clérigos oscuros, largo tiempatrapados en el Abismo, estarán librede regresar a Krynn.
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—¿Me ayudarás? —pidió Michael. —¡No le creas! —gritó Niko
mientras se retorcía entre la garra demago—, ¡sus túnicas están cortadas demismo paño!
—Os traje hasta aquí —dijo Raistli
con voz queda—, y, sin mi ayudafracasaréis. Tu hermano morirá y emundo entero caerá en poder de la Rein
Oscura. —¿Qué hemos de hacer? —pregunt
Michael.
—Cuando Akar deje caer la dagaapodérate de ella enseguida y no dejeque la coja de nuevo. Ha cometido lestupidez de vincular la vida de
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caballero al arma. —Se la arrebataré —dijo Nikol. —¡No!Quizá fuera un efecto engañoso de l
uz que irradiaba del templo, pero loojos castaños del mago, fijos e
Michael, relucieron dorados de repentecomo si fuera su verdadero color y eotro sólo un artificio.
—Sólo el clérigo puede tomar ldaga, o de otro modo el hechizo no sromperá.
—¿Y qué hago después? —Lmirada de Michael volvió hacia ehechicero, que arrastraba con esfuerzel cuerpo del moribundo caballero sobr
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a hierba. —Lo ignoro —dijo Raistlin—, y
no oigo las voces de los dioses. Tú síDebes escuchar lo que digan. Y tú, mseñora… —El mago soltó la muñeca d
ikol— deberás escuchar lo que diga t
corazón. Nikol se apartó de un salto d
Raistlin, a la par que desenvainaba s
espada. La enarboló, con la hojapuntada contra el mago en tanto quretrocedía de espaldas.
—No os necesito a ninguno de lodos. No necesito a vuestros dioses ni vuestra magia. Salvaré a mi hermano.
Echó a correr. La espada centelle
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al reflejar la luz del templo, una luz quepara ella, era oscuridad.
Michael dio un paso en pos de lmuchacha, con el corazón oprimido dmiedo por ella, por sí mismo, por todoellos. Entonces se detuvo y se volvió
mirar al hechicero.Raistlin se apoyaba en el bastón
contemplaba al clérigo con intensidad.
—No confío en ti —dijo Michael. —¿Es en mí en quien no confías,
en ti mismo? —preguntó el mago, co
os finos labios curvados en una sonrisaMichael giró sobre sus talones siresponder y corrió tras Nikol. Unapalabras llegaron hasta él:
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—Recuerda. Cuando caiga la dagarecógela.
Sudoroso y jadeante, tropezando coel repulgo de su túnica, Akar arrastró adesvanecido caballero sobre el áspero rregular suelo. Aunque fuerte, el mag
estaba más acostumbrado a emplear eiempo en estudiar conjuros que e
realizar tareas que precisaran esfuerz
físico. Akar no tuvo más remedio quhacer una breve pausa para descansar dar un respiro a sus doloridos músculos
Echó un vistazo por encima del hombrpara calcular la distancia que lseparaba de su punto de destino.
A la oscura luz de Nuitari vio l
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ruinosa ciudadela, sus muros de piedradesmoronados y haciéndose polvo. Upuente sobresalía del suelresquebrajado, un puente que refulgícon un brillo fantasmagórico, espectraAl otro extremo del puente, unas silueta
sombrías alargaban hacia él unas manoansiosas. Unas voces huecas le gritabaque las liberara, que pusiera en liberta
a las legiones de la oscuridad. —Unos instantes más, caballero, y t
ibrarás de esta vida y yo de ti, por l
que ambos estaremos agradecidos —gruñó Akar mientras se agachaba otrvez para reanudar su tarea.
Nicholas había recobrado e
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conocimiento, apartando las sombraque le habrían proporcionado el benditalivio de la agonía que soportaba. Siembargo, peor que el dolor de su heridera la amarga certeza de saber queaunque involuntariamente, serí
responsable del resurgimiento del Maen el mundo. Mantuvo los ojoenfocados en el rostro de su enemigo.
—¿Por qué me miras así? —demandó Akar, en cierta mediddesconcertado por la ardiente mirad
prendida en él—. Si temes nreconocerme cuando nuestras almas sencuentren en el otro lado, ahórrate lmolestia. Estaré más que satisfecho d
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presentarme a mí mismo.El joven caballero tuvo que recurri
a toda su fuerza de voluntad para ngritar cada vez que respiraba. Incluso sas arregló para que sus labio
esbozaran una sonrisa, a pesar de tene
una costra de sangre coagulada y estaagrietados por la sed.
—Me limito a observarte como l
haría con cualquier adversario —musitcon voz ronca—. Espero que des uraspié, o que bajes la guardia, o qu
cometas algún error.Akar se echó a reír. —¿Y qué harás entonces, seño
caballero? ¿Escupirme? ¿Tendrá
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fuerzas para hacer eso siquiera? —Paladine está conmigo —
respondió con calma Nicholas—. El mdará la fuerza necesaria.
—Entonces más vale que se dé pris—se mofó el hechicero.
Tal vez fuera por el tono apremiantde las oscuras voces, pero Akar ssintió repentinamente ansioso po
erminar la tarea. No se concedió márespiros y arrastró al caballerescaleras arriba sin miramientos
escuchando con cierta complacencia logritos de agonía que exhalaba emaltratado joven.
—Dudo que Paladine hay
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escuchado tus lamentos ni tus súplica—se burló Akar—. Ya estamos en epuente, y aquí, señor caballero, tu vidlega a su fin.
Una pavorosa luz de luna iluminó erostro y el ensangrentado cuerpo de
oven. El maligno resplandor anulabodo color, tornando la roja sangre e
negra, reduciendo la pálida carne
huesos, brillando en los ojos comágrimas contenidas. La luz cegó icholas con su vasta y terrible negrura
Lanzó un grito, a la par que sus manocrispadas manoteaban el aire, siencontrar nada donde aferrarse.
—¡Conoce la desesperación! —
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Jadeó Akar mientras sacaba la daga dsu cinturón—. ¡Conoce la derrotaConoce la suerte a la que tu dios os h
abandonado a ti y al mundo…! —¡Alto, infame servidor del Mal
Detén tu mano o juro por Paladine qu
e la cortaré de un tajo!Akar se quedó inmóvil y escudriñ
a oscuridad. No lo indujo a hacerlo l
voz perteneciente a un ser vivo, a pesade que tenía un tono severo mperativo; se había detenido por la
susurrantes y frenéticas advertenciaanzadas por las voces fantasmales deotro lado del puente. ¿Qué amenazpercibían?
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La mirada del hechicero se posó ea figura de un caballero vestido co
armadura, espada en mano, que corríhacia él para presentar batalla. Unoencantamientos poderosos rodeaban lCiudadela Perdida, por lo que Aka
dudó que el caballero pudieratravesarlos. Como había supuesto, lfigura con armadura chocó contra un
barrera que fue como una explosión destrellas, y salió rebotado brutalmenthacia atrás.
—¡Nikol! —gritó el joveprisionero mientras se esforzaba poncorporarse, pero sólo consiguió cae
de bruces sobre su torso ensangrentado.
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La mujer se lanzó otra vez contra lbarrera, lanzó un grito de dolor frustración al no lograr atravesarla, empezó a darle tajos con su espada. A sado apareció un clérigo que vestía unúnica de color azul apagado; al parecer
ntentaba convencerla para que cesarasus esfuerzos vanos. Akar no les prestmás atención. A la oscura luz de Nuitar
había atisbado algo mucho mánquietante.
Un mago envuelto en ropajes negro
estaba de pie, apoyado pesadamente eun bastón que tenía en el extremo unbola de cristal sujeta en la garra de udragón. Akar reconoció el cayado; era e
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Bastón de Mago, un poderoso artefactmágico que se encontraba, según suúltimas noticias, guardado a buerecaudo en la Torre de Wayreth. Por econtrario, no reconocía al mago que lmanejaba, y ello lo inquietaba, ya qu
conocía a todos los que vestían Túnicegra.
—Así que intentas usurpar m
puesto, ¿no, Akar? —dijo el magoRaistlin avanzó más.
¿Quién era ese extraño hechicero
La voz le sonaba familiar y, aun asAkar podía jurar que no lo había visthasta entonces. Las palabras de uconjuro mortal acudieron a los labios d
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Akar. Se cambió la daga a la manzquierda; los dedos de su derecha sntrodujeron en un saquillo para coge
ciertos componentes. Las voces de loscuridad lanzaban gritos advertencias, lo urgían a destruir a
silencioso espectador, pero Akar no satrevía a matar al extraño sin averiguaprimero quién era y qué propósito tenía
Hacerlo sería ir en contra de todas laeyes del Cónclave. En un mundo dond
se contempla la magia con desconfianz
repulsa, cualquier hechicero es leal otro, en bien del arte. —Tienes ventaja sobre mí, herman
Túnica Negra —gritó Akar, intentand
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en vano atisbar con más detalle bajo lasombras de la capucha que ocultaban erostro del otro mago—. No te conozco, ú sí pareces conocerme a mí. Estarí
encantado de reanudar una antiguconfraternidad pero, como verás, esto
ocupado en este momento. Permítemque despache a este caballero complete el conjuro. Después tendr
mucho gusto en discutir cualquier quejque tengas contra mí.
—¿No me reconoces, Akar? —
nquirió la voz suave, susurrante—¿Estás seguro? —¿Cómo puedo estarlo si no t
quitas la capucha y me dejas ver tu cara
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—replicó Akar con tono impaciente—Sé breve. El tiempo apremia.
—Mi rostro no te es conocido. Peresto, creo, sí lo es.
El extraño mago levantó un objeto esu mano y lo adelantó de manera que l
uz negra de Nuitari lo iluminara. Akao vio, lo reconoció y sintió que la frí
garra del terror le estrujaba el corazón.
En aquella mano delgada consumida —una mano que parecíbrillar como si la piel tuviera un tint
dorado— el mago sostenía un colgantcon un rubí engastado en una montura dplata.
Akar conocía esa joya. La habí
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visto muy a menudo, colgada del cuellde su maestro, uno de los hechiceromás grandes y poderosos que jamáhabían existido… y uno de los máperversos. Akar había oído los rumoreque corrían sobre el colgante, de cóm
el viejo hechicero lo utilizaba parabsorber la vida de un aprendiz nsuflar su propia esencia en el cuerp
más joven. Akar jamás había dadcrédito a tales rumores; nunca los habícreído… hasta ahora.
—¡Fistandantilus! —gritó areconocerlo, y manoseó locomponentes de hechizos con unodedos que se le habían quedado yertos
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en tanto que su cerebro rebuscaba unapalabras que lo eludían.
Una descarga zigzagueante hendió lnoche y alcanzó la mano izquierda dAkar. La sacudida arrancó la daga de lodedos del mago, a quien lanzó co
fuerza hacia atrás, y lo dejmomentáneamente aturdido.
Nicholas hizo un debilitado esfuerz
para escapar. Reptando sobre las mano las rodillas arrastró su dolorido orturado cuerpo fuera de la fantasma
uz. Llegó al borde de la escalerantentó gatear escalones abajo, resbalen un charco de su propia sangre, y cayrodando. Sus ojos, nublados con el vel
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de la muerte, buscaron y encontraron su hermana. Alargó una mano hacia ella
La joven tiró su espada e intentaferrar la mano que le tendía shermano, pero la barrera mágica snterponía entre ambos. A sus espaldas
desde la oscuridad, llegó una ordeapremiante:
—¡Coge la daga!
Michael oyó la orden de Raistlin recordó las instrucciones del mago.
«Cuando la daga caiga, ¡recógela!».
—¿Cómo? —Gritó Michael—¿Cómo puedo cruzar la barrera?El clérigo había estado intentand
que Nikol no se hiriera y cesara d
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anzarse una y otra vez contra el murmágico que la separaba de su hermanoLas manos de la muchacha estabaquemadas y con ampollas; a pesar dello, incluso ahora, hacía caso omiso dedolor y procuraba por todos los medio
alcanzar a Nicholas, aunque en cadntento brotaba una cascada de chispas
su alrededor.
Michael miró más allá de lmuchacha, más allá del torturad
icholas, y vio la reluciente daga tirad
en la escalera, cerca del puente. ETúnica Negra que la había manejado, eque buscaba traer de regreso a estmundo a los clérigos oscuros qu
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gritaban y farfullaban al otro ladoempezaba a recobrarse de la conmociónmiraba en derredor y evaluaba lsituación. Estaba mucho más cerca de ldaga que Michael.
—¡Tú puedes entrar, estúpid
clérigo! —gritó Raistlin.Pero no pudo añadir más, ya qu
estas últimas palabras lo habían dejad
sin aliento. El conjuro que había lanzado había debilitado. Un violento ataqu
de tos lo postró de rodillas, cerca d
donde se encontraba Nikol.Akar vio flaquear a su enemigo, sus ojos centellearon. Se incorporó dun brinco.
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Michael aferró su medallón sagradoel medallón que estaba oscuro nanimado, y se abalanzó, con lo
dientes apretados, contra lo que sabídebía ser una descarga mágica que lmás probable lo mataría.
Para su sorpresa, no ocurrió nadaLa barrera se abrió. Corrió escaleraarriba y se lanzó de cabeza par
apoderarse de la daga un instante antede que los dedos de Akar se cerrarasobre ella. La gélida mano del hechicer
rozó la piel del clérigo. Michael sencogió estremecido por la horriblsensación y el odio ardiente qurradiaban los negros ojos de
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hechicero, pero tenía la daga.Con el arma en la mano, apena
consciente de lo que hacía e impulsadpor el único deseo de escapar del magoMichael descendió los peldaños rompicones.
Al final de la escalera yacíicholas. Michael bajó la vista hacia e
rostro contraído por el dolor, y l
compasión por el sufrimiento del jovena admiración por su arrojo, hiciero
que olvidara su miedo. Se arrodilló
omó la mano de Nicholas en la suya, se la apretó. El moribundo caballerconsiguió esbozar una débil sonrislena de dolor.
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—¡Paladine, socórreme! —musitó eoven, jadeante.
Una luz azul bañó a Michael y acaballero, borrando de su demacradrostro las huellas del dolor, como si shubiese sumergido en un lago d
plácidas aguas. El tiempo se detuvoTodos los presentes se quedaronmóviles, desde Nikol, que s
esforzaba desesperadamente para llegaunto a su hermano, hasta el pervers
hechicero, que todavía intentaba llevar
cabo su atroz objetivo. Con el corazórebosante de agradecimiento, Michaealzó los ojos a la radiante diosa azul quse erguía a la entrada del brillant
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puente. —Mishakal, concédeme el poder d
sanar a este hombre, fiel servidor dPaladine —suplicó el clérigo.
El fulgor azul perdió intensidad. Lfaz de la diosa expresó una gran tristeza
—Eso está fuera de mi alcance. Poun perverso deseo del hechicero, la viddel caballero está vinculada a la dag
que sostienes. Sólo el arma y quien lmaneje, para bien o para mal, tienen epoder de acabar con el sufrimiento d
este hombre.Michael contempló con horror ldaga que tenía en la mano al comprendede repente lo que se le pedía qu
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hiciera. —¡No puedes decirlo en serio
Señora! ¿Cómo me encomiendas unarea tan espantosa? ¡Soy un sanador, n
un asesino! —Yo no te encomiendo ningun
area. Sólo te digo cómo puede acabapara siempre el sufrimiento decaballero. La elección es tuya. Ves e
puente, ¿verdad? —Sí —respondió Michael, mirand
anhelante la radiante pasarela y lo
rostros rebosantes de paz y serenidad das etéreas figuras que lo cruzaban—. Lveo con claridad.
—Entonces puedes cruzarlo. Arroj
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a un lado la daga. Las aflicciones deste mundo ya no te conciernen.
Michael bajó de nuevo la vista icholas, que yacía inmóvil, con lo
ojos cerrados, sumido en un apaciblsueño… mientras la luz de la dios
brillara sobre él. Cuando se apagara, ehorrible conjuro que lo ataba a tan cruesufrimiento resurgiría otra vez. Niko
había cesado de debatirse contra lbarrera y estaba de rodillas, tan próxima su hermano como se lo permitía e
muro mágico que se interponía entrellos. —Puedes curarlo, Michael —decía.Cerca de la joven, el extraño mag
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Túnica Negra, Raistlin, que habícombatido contra uno de los suyosobservaba a Michael con ojorelucientes que reflejaban la luz azul da diosa, como si viera lo que estab
pasando.
¿Quién era el tal Raistlin? ¿Cuál ersu propósito? Michael no lo sabía, no lentendía. No alcanzaba a comprende
nada de lo que estaba ocurriendo, y dpronto se vio a sí mismo como si sólfuera un hilo deshilachado de un
madeja enredada.La rabia rebulló en su interior. ¿Qumportancia tenía para los dioses, serenmortales, su vida o la de los demás
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¿Cómo podían esperar que él supierdiscernir lo que era bueno o malo si ibpor la vida tropezando, tan ciego como había estado en aquel bosqu
encantado? —Mientras siga en este mundo, su
aflicciones me conciernen —gritMichael— Cuando tomé tus votosSeñora, acepté mi responsabilidad co
el mundo y su gente. Y lo serán mientraviva. ¿Cómo me pides que los rompa?
—Pero también los romperás s
matas a este hombre, Michael. —Que así sea, pues —dijo eclérigo con aspereza. Agarró la dagcon manos temblorosas—. ¿Tengo…
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engo que acuchillarlo? —No —respondió suavemente l
diosa—. Sólo es preciso que brote lsangre. Con eso quedará roto el hechizo
—¿Y mis votos? —Michael alzó dnuevo la vista a la diosa; su expresió
era tranquila, no suplicante, perrebosante de tristeza— ¿Perderé tfavor?
La diosa no respondió.Michael agachó la cabeza. La lu
azul se apagó, y el tiempo reanudó s
marcha, como el latido de un corazónOyó a sus espaldas los pasoapresurados de Akar, su respiracióagitada. Delante, vio a Nikol mirándol
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expectante, esperanzada. Sintió la mandel caballero, todavía agarrada a lsuya, crisparse por la agonía y vio srostro contraerse.
—¡Golpea ahora! —OrdenRaistlin, tan debilitado por la tos qu
era incapaz de sostenerse en pie—·. ¡Sno lo haces, todo estará perdido!
—¿Golpear? ¿Qué quieres decir? —
ikol se incorporó de un brinco. Vio ldaga en la mano de Michael y de repententendió su intención—, ¿Qué haces
Falso clérigo! ¡Me has traicionado! —Se giró hacia Raistlin—. ¡Ayúdame! ¡Tentiendes lo que siento! ¡No permitaque mate a mi hermano!
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Ahora que no estaba mirando era emomento de actuar, pensó Michaemientras no estuviera mirando. Cascegado por las lágrimas, apoyó la puntde la daga en la frente perlada de sudodel caballero y apretó lo suficiente par
que el acero atravesara la piel. Un finhilillo de sangre manó del arañazo.
Akar barbotó una maldición.
Nicholas abrió los ojos y giró lcabeza. La luz del puente se reflejó en sfaz.
—Paladine es misericordioso —musitó—. Me dio fuerzas.Al escuchar su voz, Nikol se volvi
con presteza.
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—¡Nicholas!Los ojos del joven se había
cerrado. Exhaló su último aliento con ususpiro. Las huellas de dolor sufrimiento se borraron, como bajo enflujo sedante de una mano inmortal.
Nikol vio a Michael soltar la dagen el pecho del caballero, con gestreverente.
—¡Nicholas!La voz desgarrada de la jove
atravesó el corazón de Michael má
hondamente de lo que la daga habíatravesado la carne de su hermano. Lbarrera mágica desapareció, y Nikol sarrojó sobre el cuerpo sin vida. E
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cabello, sacrificado al cuchillo por ése mezcló con el del joven, tasemejantes que resultaba imposibldistinguir cuál era de uno y cuál deotro.
De pronto levantó la cabeza y mir
de hito en hito a Michael y a Akar. —¡El clérigo ha matado a t
hermano! —Gritó el hechicero—·. Er
mi hechizo el que lo mantenía con vidaEl clérigo lo rompió!
Michael guardó silencio. Dijera l
que dijera, ella no lo comprendería. Nikol lo miró con ojos inexpresivosnsensibles.
Unas manos bruscas agarraron po
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detrás a Michael y lo levantaron de uirón. Un brazo cubierto con ropa
negras se cerró en torno a su cuello. —¡Ven aquí, clérigo! —Dijo Aka
—. Sube hacia el templo. Aléjate de esperverso hechicero, Fistandantilus. N
o conoces. ¡Es peligroso!Michael abrió la boca para grita
una advertencia, pero la mano de Aka
se aplastó contra su boca. —Sí, te he capturado. ¡La person
buena y virtuosa! —El hechicero solt
una risita siniestra—. ¡Vi a la dioshablando contigo! Gozas de su favor. ¡Tsangre hará tan buen servicio como ldel caballero!
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Michael se tensó, dispuesto resistirse.
—Yo que tú no lo haría —susurrAkar—. ¡A menos que quieras ver a esoven devorada por las llamas! Bien
eso está mejor. Vamos, no presente
resistencia. Y tú, Fistandantilus —smofó el hechicero mientras arrastraba aclérigo escaleras arriba—, ¡está
demasiado débil para detenerme!Raistlin estaba de rodillas, aferrad
al bastón para evitar desplomarse. L
sangre le manchaba los labios. Erncapaz de hablar, pero esbozó unsonrisa y señaló algo.
Michael, al que el hechicer
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sujetaba contra sí, escuchó el respingde Akar. La daga. La daga yacíreluciente sobre el pecho del caballermuerto.
«La sangre habrá de derramarla uacero».
Akar se detuvo; sus dienterechinaron por la frustración, Michaevio el puente bajo sus pies. Ahora qu
estaba tan cerca del otro lado podía oías frías voces que clamaban por s
muerte, veía las sombrías figura
agitándose ansiosas por quedar libres.Al principio, Michael creyó que sdebía a su febril imaginación, perahora estaba seguro: la luz del puente s
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apagaba de manera gradual, y los gritoclamorosos de los muertos se hacíamás frenéticos, más intensos. La Nochde los Hados llegaba a su fin.
—¡Muchacha! —La voz de Akar shabía tornado repentinamente suave
dulce y cálida—. Muchacha, tráeme esdaga.
Nikol alzó los ojos hacia e
hechicero y parpadeó. Despacio, bajó lvista a la daga que descansaba sobre epecho de su hermano.
—El falso clérigo mató a escaballero al que tanto querías. Tráeme ldaga, muchacha, y tendrás tu venganza.
Nikol alargó la mano y, levantand
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el arma con dedos temblorosos, la mircon fijeza; luego miró al mago y despuéa Michael. Sus ojos estaban sombríosLentamente, se puso de pie y empezó remontar la escalera de la CiudadelPerdida, acercándose a ellos, con l
daga en la mano.¿Estaba embrujada? Michael n
había oído que el hechicero pronunciar
palabras mágicas ni articulara uconjuro.
—¡Vamos, muchacha, apresúrate! —
siseó Akar. Nikol hizo lo que le ordenabaCaminó con pasos firmes, y los ojos tananimados como los de su hermano
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Algo en su interior había muerto con él.El brazo de Akar se cerró con má
fuerza sobre el cuello de Michael. —¡Sé lo que estás pensando! Pero
si intentas escabullirte, clérigo, será ssangre la que se derrame en el puente
Tú eliges. Ella o tú. A mí me da lmismo.
Nikol había llegado a su altura. S
mano extendida, fláccida, sujetaba sifuerza la daga; su mano izquierda. Lmano que manejaba la espada, l
derecha, estaba vacía.La luz del puente se apagaba corapidez. Un mortecino resplandor en edistante horizonte presagiaba la llegad
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del alba, de un día gris, de un amanecede infortunio y terror para aquellos quse habían quedado en un mundo en eque la humanidad había abandonado os dioses.
Akar disponía sólo de uno
segundos. Hizo un brusco movimientpara apoderarse del arma.
Nikol cerró con fuerza los dedo
sobre la daga y arremetió con ella. Lhoja desgarró la palma del magoatravesó huesos, tendones y músculos,
salió por el otro lado de la manooscurecida por la sangre.Akar gritó de dolor y rabia. Michae
se soltó del brazo debilitado de
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hechicero y se arrojó al sueloconsciente de que el único modo dayudar a Nikol era quitarse de en medio
La espada de Nikol, la que habípertenecido a su hermano y antes que éa su padre y al padre de su padre, pas
silbando por encima del clérigo en ureluciente arco plateado. El hechicergritó. La hoja se había hundid
profundamente en sus entrañas.Michael rodó sobre sí mismo y s
ncorporó de un salto. Akar estab
ensartado en la espada de Nikolaferrando el acero con las manos, con erostro desfigurado por la furia y lagonía.
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Nikol extrajo la espada con un secirón. La sangre salió a borbotones poa boca de Akar. El hechicero se fue d
bruces y cayó muerto sobre la escalerde la Ciudadela Perdida.
Con el semblante pálido
mpasible, tan rígido como una piedragris bajo la luz de amanecer, Nikoempujó el cuerpo de Akar con la punt
de la bota. —Lo siento si te he asustado —l
dijo a Michael—. Tenía que seguirle e
uego. Temía que me lanzara un conjurantes de que pudiera matarlo. —¡Entonces lo entiendes! —fue tod
cuanto se le ocurrió decir a Michael.
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—No —respondió con acritud lmuchacha—. No entiendo nada. Lúnico que sé es que el tal Akar era eresponsable de la muerte de mi herman, por el Código y la Medida, esa muert
ha sido vengada. En cuanto a ti —su
ojos inánimes se volvieron haciMichael—, hiciste lo que estaba en tmano.
Nikol se dio media vuelta y bajó laescaleras del templo.
Con el estómago revuelto por l
errible muerte que acababa dpresenciar, tembloroso por la penosprueba a la que había sido sometido, eclérigo intentó ir tras ella, pero la
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piernas le fallaron. Su cuerpo se cubride sudor frío. Se recostó contra uncolumna medio desmoronada, sifuerzas, y su mirada pensativa se volviatrás, buscando el brillante puente, lfila de figuras rebosantes de paz qu
partían de este mundo de dolor, aflicció padecimiento.
El paso había desaparecido. L
puerta abierta entre las estrellas se habícerrado.
La mañana estaba sumida en u
silencio mortal. Silencio.Michael levantó la cabeza. Lahorrendas voces de los clérigos oscurohabían enmudecido. Había terminado s
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amenaza de apoderarse del mundoahora que todos los clérigos verdaderohabían partido.
Todos los clérigos verdaderosMichael suspiró. Su mano fue hacia esímbolo de Mishakal que colgaba de s
cuello, oscuro y frío. Había dudadocuando debería haber creído. Se habímostrado colérico, desafiante, cuand
debería haber sido humilde, sumisoHabía puesto fin a una vida, cuanddebería haber tomado medidas par
salvarla.Michael aspiró profundamente pardisipar la bruma que le enturbiaba lmente. Aún tenía una tarea pendiente, l
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única para la que ahora parecía estacapacitado: preparar el cadáver para sdescanso final. Entonces podrímarcharse, dejar a Nikol sola con samarga aflicción, librarla de spresencia y del recuerdo de su fracaso
Era un pobre consuelo, pero el únicque podía ofrecerle. Se retiró de lcolumna en la que estaba recostado
descendió despacio la escalera. Nikol estaba arrodillada junto a
cadáver de su hermano, con la man
nerte del joven entre las suyas. Nevantó la vista hacia Michael ni diseñales de advertir su presencia. Sarmadura estaba salpicada con la sangr
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del hechicero muerto, y su piel tenía uinte ceniciento. El parecido entre lo
gemelos era pavoroso. A Michael lparecía estar contemplando docadáveres, en lugar de uno. Tal vez fuerasí. Hija de un caballero, Nikol n
sobreviviría mucho tiempo a shermano.
Una sombra se proyectó sobre lo
dos y una tos jadeante rompió el denssilencio. Michael había olvidado aTúnica Negra que los había conducid
hasta allí, y lo sobresaltó encontrar ahombre tan cerca de él. El aroma pétalos de rosa y el leve tufo putrefacción prendidos en los suave
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ropajes negros resultaban inquietantescomo también lo era el calor febril qurradiaba del frágil cuerpo.
—¿Has conseguido lo que querías—preguntó brusca y amargamentMichael.
—En efecto. —Raistlin estabsereno. Michael se puso de cara amago.
—¿Quién eres, de todas formasos diste un nombre. Akar te llamó po
otro. ¿Quién eres en realidad y cuál er
u propósito al venir aquí?El mago no respondió enseguida. Sapoyó en el bastón, miró intensamente Michael con aquellos ojos castaños qu
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relucían con destellos dorados a la fríuz del triste amanecer.
—Si te hubiese conocido hace uaño y te hubiese hecho esa mismpregunta, clérigo, habrías respondidcon fácil desenvoltura, imagino. Hace u
mes, hace un día, sabías quién eras… creías saberlo. ¿Habrías estado en lcierto? ¿Me darías la misma respuest
hoy que ayer? No. —Raistlin sacudió lcabeza—. No, creo que no.
—¡Déjate de palabras enigmáticas
acertijos! —protestó Michael, a quien emiedo lo hacía sentirse frustrado furioso—. Sabes quién eres y por quviniste. Y te valiste de nosotros para tu
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propósitos, fueran cuales fueran, ya qual final estabas demasiado debilitadpara detener a Akar tú mismo. ¡Creo qunos debes una explicación!
—¡No os debo nada! —espetRaistlin, cuyas pálidas mejillas había
enrojecido—. Fui yo quien sirvió vuestros fines, más que vosotros a lomíos. Podría haberme encargado d
Akar sin ayuda de nadie. Me facilitasteia tarea, eso es todo.
El mago alzó el brazo derecho, y l
negra manga resbaló dejando a la vista delgada muñeca. Un destello metálicsurgió fugaz y frío a la luz del sol. Undaga, sujeta ingeniosamente a una corre
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de cuero, se deslizó a la mano dRaistlin cuando el mago hizo un giro dmuñeca. El movimiento fue tan rápidque Michael apenas pudo seguirlo.
—Si ella hubiese intentado matarteno lo habría logrado —dijo el mago
moviendo la daga de manera que la lucentelleó en su hoja.
—Podrías haber eliminado a Akar.
—¡Bah! ¿Y de qué hubiera servidoEn todo momento sólo fue unstrumento al servicio de la Rein
Oscura. Él no era imprescindibleúnicamente la sangre de una personbuena y virtuosa, derramada con ira.
—¡Habrías matado a Nikol! —
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Michael lo miraba incrédulo. —Para impedir que ella te matara
i. —Pero, entonces, la maldición s
habría cumplido, de todos modos. Ssangre habría caído en el puente.
—Ah —dijo Raistlin, con unsonrisa astuta—, pero ya no habría sida sangre de una persona buena
virtuosa, sino la sangre de una asesina.Michael lo observó de hito en hito
conmocionado. La frialdad calculador
del mago lo horrorizaba. —Márchate —dijo con voenronquecida.
—Es lo que intento. Se me necesit
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en Istar —respondió Raistlin con tonenérgico—. Los acontecimientos sprecipitarán en estos últimos trece díaantes del Cataclismo, y mi presencia efundamental.
—¿El Cataclismo? ¿Qué es eso?
—Dentro de trece días, los diosesencolerizados por la locura de lohombres, arrojarán una montaña d
fuego sobre Ansalon. La tierra se abriráos mares ascenderán, y las montañas s
desplomarán. Las víctimas será
nnumerables. Y muchos más, quvivirán los oscuros y terribles días quseguirán, llegarán a desear haber muertambién.
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Michael no quería creerlo, perhabía certeza en la voz calmada y en loextraños ojos, que parecían habepresenciado aquellos terribleacontecimientos, aunque todavía nhabían tenido lugar. Recordó la
palabras de Mishakal: «Paladine loiene bajo su custodia. Se llevará su
almas, sacándolas de un mundo que mu
pronto estallará en llamas».Michael volvió la vista hacia las do
figuras inmóviles que parecía
personificar la predicción del mago: unde ellas muerta, la otra incapaz dsoportar el dolor de seguir viviendo.
—¿No hay esperanza? —pregunt
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Michael. —Tú eres el único que pued
contestar a eso, amigo mío —respondiel mago con dureza.
Al principio, a Michael le parecique no quedaba esperanza. El desalient
cubriría el mundo con una marea negrque ahogaría todo bajo sus ponzoñosaaguas.
Pero, al mirar al joven muerto, eclérigo vio la paz y la serenidareflejadas en los pálidos rasgos, l
satisfacción por haber combatido bieen la batalla, por haber alcanzado lvictoria. La diosa no había abandonada Michael. La Reina Oscura había sid
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derrotada en su incesante esfuerzo poregresar al mundo.
Michael, Nikol y Nicholas eran trehilos de seda entretejidos durante uiempo. Raistlin y Akar, dos hilos má
que se cruzaban con los suyos desd
direcciones opuestas. Ninguno de ellopodía ver más allá de sus propios nsignificantes nudos y enredos. Pero
os ojos de los dioses, los hilondividuales formaban, no una madej
enmarañada, sino un maravilloso tapiz
Si los dioses optaban por rasgar esejido, ya no volvería a ser tan hermosoPero podría, una vez remendado, semucho más resistente.
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Suavemente, Michael tomó la mannerte de Nicholas de las de su herman la colocó sobre el pecho inanimado
Una tenue luz azul los envolvióicholas abrió los ojos y se puso de pie
De nuevo vestía la armadura d
caballero, en cuyo peto relucía esímbolo de la corona. Toda huella dsufrimiento y pesar había desaparecid
de su semblante. Nikol alargó los brazohacia él, con la faz iluminada por lalegría. Pero su hermano retrocedió u
paso, apartándose de ella. —¿Nicholas? —Dijo con voquebrada la joven—. ¿Por qué te alejade mí?
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—Déjalo marchar, mi señora —musitó Michael—. Paladine estesperándolo.
Nicholas esbozó una sonrisalentadora a su hermana y después sdio media vuelta y se encaminó hacia l
escalera, hacia la Ciudadela Perdida. —¡Nicholas! —Gritó angustiada l
muchacha—. ¿Adónde vas?
El caballero no respondió y siguicaminando. Nikol corrió tras él.
—¡Déjame ir contigo!
Nicholas hizo un alto en la escalerdel templo en ruinas y se volvió a miraa su hermana con expresión tristesuplicante, como rogándole qu
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comprendiera.La luz azul se intensificó, y la figur
de la diosa se materializó al lado decaballero.
—Por ahora, vosotros dos tenéis qusepararos. Pero tened la certeza de qu
algún día volveréis a estar juntos. —Lmirada de Mishakal fue hacia MichaeLa diosa le tendió la mano—. Puede
venir, hermano, si así lo quieres.La sagrada luz que los rodeab
procedía del medallón que colgaba de
cuello del clérigo. Michael cerró lodedos sobre él, lleno de gratitudRecordó con añoranza la belleza y lamaravillas de los mundos del más allá
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La luz del medallón se intensificó y sreflejó en el rostro de Nikol. La vio dpie, sola en la oscuridad, despojada dodo y desamparada, sin comprender l
que ocurría. Habría muchos, muchísimomás como ella en los espantosos día
que se avecinaban.M d dij Mi h l