Antar Martínez Guzmán1 y Omar Medina Cárdenas2
Resumen
En décadas recientes, la noción de felicidad se ha trasladado de ámbitos filosóficos y
místicos hacia una diversidad de campos que permean la vida cotidiana y la
administración de la vida social. La felicidad se torna, cada vez más, una figura central
en ámbitos tan diversos como la educación, el desarrollo económico, la salud mental,
el desempeño laboral, la gestión empresarial o la realización personal. Los discursos
sobre la misma proliferan e inundan la cultura popular y el imaginario social
contemporáneo. En este contexto, cabe preguntarse sobre la función social de estos
discursos y sobre las formas de subjetividad que promueven. En el presente texto,
exploramos la manera en que los discursos de la felicidad irrumpen en tres ámbitos
sociales específicos: la cultura terapéutica, la ciencia y la economía. Asimismo,
buscamos ilustrar la manera en que dichas incursiones discursivas se encuentran
también presentes en el contexto mexicano. Desde una perspectiva foucaultiana,
realizamos una lectura de dicho panorama, argumentando que tales discursos
pueden funcionar como mecanismos de regulación y conducción de la conducta,
esto es, como formas de gubernamentalidad. Particularmente, discutimos
(proponemos) la forma en que estos actúan como tecnologías de gobierno,
promoviendo específicos modelos de sujeto que son psicológica y económicamente
consonantes con una racionalidad neoliberal de gobierno.
Palabras Clave: Felicidad, psicología positiva, gubernamentalidad,
neoliberalismo, discurso.
1 Profesor Investigador de la Facultad de Psicología de la Universidad de Colima (México). Correo electrónico: [email protected] 2 Licenciado en Psicología por la Universidad de Colima (México). Correo electrónico: [email protected]
Antar Martínez Guzmán y Omar Medina Cárdenas
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Abstract
In recent decades, the notion of happiness has moved from philosophical
and mystical spheres to a diversity of fields that pervade everyday life and the
management of social order. Happiness is becoming a central figure in areas as
diverse as education, economic development, mental health, work performance,
business management or personal fulfillment. The discourses about it proliferate
and flood popular culture and contemporary social imaginary. In this context, it is
important to ask about the social function of these discourses and about the forms
of subjectivity they promote. In this paper we explore the way in which the
discourses of happiness permeate three specific social domains: therapeutic
culture, science and economics. Likewise, we seek to illustrate the way in which
these discursive incursions are present in the Mexican context. From a Foucaultian
perspective, we approach this scenario, arguing that such discourses can function
as mechanisms for regulating and conducting behavior, that is, as forms of
governmentality. In particular, we discuss the way in which these act as
technologies of government, promoting specific subject models that are
psychologically and economically consonant with a neoliberal rationality of
government.
Key words: Happiness; positive psychology; governmentality; neoliberalism;
discourse.
La felicidad como tecnología de gobierno en el contexto neoliberal: una exploración de los discursos felicitarios en tres ámbito
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1. Introducción
La felicidad ha sido un tema central en el pensamiento y la cultura occidentales.
Este tropo versátil de la experiencia y la cultura ha adoptado facetas múltiples a
través de tiempos y espacios. Aun con su polisemia congénita y su cualidad
fantasmal, forma parte de las fibras predilectas con que se teje el imaginario
social y la vida en común. Ya como objeto de reflexión filosófica, ya como canon
ético o aspiración íntima, su aura está presente en las religiones, el arte, la
política y la cultura popular. Aunque su papel ha variado considerablemente, ha
permanecido históricamente como un objeto que cautiva la experiencia de los
individuos y habita los imaginarios que buscan dar sentido a la vida en común.
El interés por la felicidad puede rastrearse hasta la cuna helénica del
pensamiento occidental. La pregunta socrática sobre cómo hemos de vivir la
vida inaugura una vasta tradición de pensamiento en torno a lo que
actualmente llamamos felicidad, y a la que contribuirá la filosofía clásica
grecorromana. Aunque más diluida, la pregunta sobre la felicidad también
estará presente en el medioevo anclada en buena medida a la teología cristiana,
a la virtud y la beatitud que renuncian al plano terrenal y se consagran a las
recompensas del orden divino. Posteriormente, será la Ilustración la que traiga
de nuevo el tema de la felicidad al terreno de la vida humana y la sitúe en el
marco de los ideales éticos y estéticos. A partir de este momento, las
aspiraciones humanas no sólo serán asuntos de este mundo, sino que además
serán proyectos sociales factibles de ser alcanzados por la voluntad y la razón
ilustrada (Ortega, 2007). Así, el tema de la felicidad, con sus múltiples versiones
y contraversiones, se convertirá en eje vertebral del pensamiento moderno3.
Quizá por ello, Cahn y Vitrano (2008: vii) han sugerido que la historia entera de
la ética “puede ser vista como un conjunto de variaciones sobre el tema de la
felicidad”.
Si bien el interés cultural en el tema de la felicidad han variado
históricamente, es justo decir que la segunda mitad del siglo XX y los inicios del
XXI se han caracterizado por una expansión inusitada de atención sobre este
esquivo objeto (Zevnik, 2014). Los discursos en torno a la felicidad se
multiplican e inundan el espacio público, penetrando en numerosos
heterogéneos y campos sociales. En el contexto de las sociedades globales y el
capitalismo tardío, la felicidad se vuelve tópico central en campos tan disímiles
como la economía, la formación académica, la cultura organizacional, las
políticas públicas y la creciente industria de la autoayuda y el desarrollo
personal. La televisión y el cine, las revistas comerciales, la publicidad y la
cultura de consumo parecen encontrar en la felicidad una sugerente figura para
interpelar a sus audiencias. Más aún, la educación y la ciencia han encontrado
en ella un objeto privilegiado de cultivo y de estudio. Este extendido y marcado
3 Para una genealogía histórica del tema de la felicidad en Occidente ver Zevnik (2014) y McMahon (2006).
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interés en torno a la felicidad parece ser un rasgo distintivo de la subjetividad
dominante en las sociedades contemporáneas y bien puede constituir lo que
Sara Ahmed (2010) ha llamado the happiness turn; el giro de la felicidad.
En este contexto, resulta pertinente preguntarse por el despliegue de
prácticas y procesos psicosociales más amplios en cuyos marcos la felicidad es
definida y tornada objeto significativo para las formas de vida tanto individuales
como colectivas. En el presente texto nos proponemos rastrear la irrupción de
discursos felicitarios en tres ámbitos sociales especialmente relevantes para
comprender los imaginarios que pueblan las sociedades actuales: la economía,
la ciencia y la cultura terapéutica. Exploramos la manera en que estos discursos
se movilizan a nivel global y buscamos identificar su presencia en el contexto
mexicano. Asimismo, a través de algunos ejemplos y casos concretos,
identificamos y discutimos ciertas características discursivas y modalidades de
circulación para ilustrar su incursión en los campos señalados. Se trata de un
análisis teórico que, utilizando fuentes primarias y secundarias, busca sugerir
algunas coordenadas generales para aproximarse al funcionamiento de estos
discursos en determinados contextos, argumentando que su presencia se vuelve
central para comprender ciertas transformaciones culturales contemporáneas
con respecto a la concepción del sujeto y el orden social.
A partir de una perspectiva foucaultiana y en el marco de los estudios de
la gubernamentalidad (Foucault, 2002, 2006, 2007; Binkley, 2007, 2009; Rose,
O’Malley y Valverde, 2006; Castro-Gómez, 2010; Papalini, Córdoba y Marengo,
2012; De La Fabián y Stecher, 2013; Pincheira, 2013), nos interesa hacer una
lectura de la felicidad en tanto “objeto de interés” que, en el contexto actual,
cristaliza y orienta prácticas y saberes heterogéneos destinados a la promoción
de determinadas relaciones sociales y formas de habitar el mundo.
Particularmente, nos preguntamos cuál es el modelo de sujeto que se infiere en
dichos discursos y la forma en que éstos estimulan específicas formaciones
subjetivas.
Desde estas coordenadas, argumentamos que la felicidad puede
entenderse como una tecnología de gobierno que actúa sobre las
subjetividades contemporáneas y que contribuye a regular la relación del sujeto
consigo mismo y con los demás. Proponemos, finalmente, que los discursos
felicitarios, en tanto tecnologías de gobierno, se articulan con ciertos elementos
de lo que se ha llamado una “racionalidad neoliberal de gobierno” (Binkley,
2011; Castro-Gómez, 2010) predominante en el capitalismo global
contemporáneo, de modo que contribuyen a la producción de subjetividades y
relaciones sociales signadas por un ethos neoliberal. Así, los discursos de la
felicidad y la manera en que circulan en el tejido social se vuelven claves útiles
para aproximarse a las subjetividades contemporáneas y a las matrices de poder
en que se entraman.
La felicidad como tecnología de gobierno en el contexto neoliberal: una exploración de los discursos felicitarios en tres ámbito
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2. Gubernamentalidad y neoliberalismo
Las ciencias humanas y sociales han operado como un elemento clave para
definir los modelos de sujeto y las formas de vida características de la
modernidad (Foucault, 1991, 2008, 2010; Rose, 1996, 1999; Danziger, 1979,
2013; Parker, 2010). A través de mecanismos discursivos y materiales, han
generado saberes y prácticas que van a permear el orden social hasta instaurar
lógicas de producción de subjetividades. En este contexto, resulta útil echar
mano de herramientas conceptuales foucaultianas interesadas en examinar los
heterogéneos mecanismos que, en un contexto socio-histórico determinado,
organizan una forma determinada de subjetividad y delimitan la manera en que
los individuos se relacionan con la verdad. He aquí que el poder, desde esta
perspectiva, no sólo se refiere solamente a las relaciones entre los sujetos, sino
que incluye también –y quizá, en nuestros tiempos, principalmente- las
relaciones del individuo consigo mismo, es decir, unos modos particulares de
ser.
Este giro ético sugiere que los sujetos se construyen mediante
determinados procedimientos y técnicas con los que llegan a entenderse de
maneras específicas -concordantes con los saberes generados por las ciencias- y
con los que actúan sobre sí mismos. Por tanto, un análisis de estos modos de
subjetivación supone una identificación de los discursos y las prácticas que los
hacen posibles. Con el término prácticas de sí, Foucault (2011) entiende aquellos
modos de subjetivación en los que se aprecia la fuerza con que los discursos de
verdad atraviesan a los individuos, generando la exigencia de que éstos se
constituyan como “sujetos morales”, es decir, de que surja un yo que se formule
a sí mismo bajo ciertos códigos y lineamientos.
A través de un ejercicio minucioso, sistemático y regular, dichas prácticas
se traducen en enteras racionalidades; conforman experiencias, formas de
pensar y disposiciones vitales en distintos ámbitos de la orden social. En este
sentido, operan como estrategias de gobierno, entendiendo la actividad de
gobernar más allá de las acciones que lleva a cabo una instancia de autoridad
para administrar y regular individuos. Desde la perspectiva foucaultiana, el
gobierno también “alude al dominio que se puede ejercer sobre uno mismo (…)
sobre el cuerpo (…), el alma y la manera de obrar” (Foucault, 2006, p. 149).
Desde esta perspectiva, el gobierno opera a través de la conducción de la
conducta, donde la palabra ‘conducir’ asume dos significados. Por un lado, se
refiere a dirigir las acciones de los otros, a la manera en que se dirige una
orquesta. Pero también es conducirse; apunta igualmente a la propia conducta y
a la manera en que uno actúa expresando la propia agencia. El gobierno se
refiere, pues, a esta dupla en la que se ‘conduce’ la conducta de otros a la vez
que se da forma a la conducta propia, donde el sujeto adopta una específica
forma de comportarse.
Antar Martínez Guzmán y Omar Medina Cárdenas
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Gobernar implica entonces conducir conductas, disponer su probabilidad,
actuar sobre las acciones de otros sujetos y sobre las propias, persiguiendo
objetivos específicos propios de un contexto sociohistórico determinado
(Castro-Gómez, 2004). El gobierno se ejerce aquí desde diferentes lugares, ya no
se trata de una sola entidad (i.e. el Estado) con la capacidad de gestionar las
conductas, sino de múltiples instancias autoritativas que funcionan auspiciadas
por heterogéneos saberes y regímenes de verdad (i.e. cultura terapéutica,
valores comerciales, sistemas morales). Aunque múltiples, en estos procesos de
gestión pueden reconocerse ciertos objetivos deseables, tales como la
prosperidad, el orden social, la productividad o la autorrealización (Rose, 1996).
Se trata, pues, de disposiciones estratégicas en tanto coinciden con los intereses
de determinadas lógicas y racionalidades. En este texto, buscaremos interrogar
una en específico; aquella vinculada al neoliberalismo. Desde esta perspectiva,
un análisis de esta particular racionalidad implica ir más allá del dominio de las
instituciones del Estado, para explorar las variadas maneras en las que la lógica
neoliberal se inmiscuye de en el plano de la vida cotidiana.
Ciertamente, la idea de neoliberalismo remite a un vasto y complejo
conjunto de fenómenos asociados al capitalismo global contemporáneo que,
además, se expresan de diversas maneras en diferentes contextos geopolíticos.
Para fines del argumento aquí planteado, entendemos el neoliberalismo
principalmente como una racionalidad específica de gobierno predominante en
la modernidad tardía o posmodernidad, que opera como una matriz económica
y cultural que establece una particular ontología social vinculada al “capital
humano” y una epistemología social que traduce todo valor y conocimiento en
términos de una razón utilitaria. La racionalidad neoliberal instaura una
“sociedad de la empresa” (Dilts, 2011), donde las relaciones sociales se
entienden en términos de actividades emprendedoras y productivas llevadas a
cabo por sujetos competitivos (Hofmeyr, 2011).
Como teoría política y económica, concibe las vidas individuales como
una fuerza fundamental que puede ser optimizada a través de la manipulación
de las condiciones ambientales. Se devalúa la imagen del ciudadano como
beneficiario de un Estado benévolo y se “libera” a los individuos del
paternalismo institucional asociado al estado de bienestar y la cultura de la
dependencia que se le atribuye. La racionalidad económica neoliberal genera
condiciones bajo las cuales las poblaciones y organizaciones son inducidas a
conducirse de forma autosuficiente y emprendedora, a depender menos de
apoyos institucionales para abrirse camino en un mundo social competitivo
reinventado a semejanza del mercado. Por tanto, el gobierno neoliberal no es
un gobierno interventivo per se. Por el contrario, se plantea precisamente como
no-intervencionista, de modo que busca regular y conducir los
comportamientos individuales y grupales absteniéndose de gobernar
demasiado (Binkley, 2014). La reformulación de la vida social en los términos del
La felicidad como tecnología de gobierno en el contexto neoliberal: una exploración de los discursos felicitarios en tres ámbito
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mercado ocurre en ámbitos tan variados como la educación, la salud, los
medios de comunicación y las políticas públicas.
Al centro de la estrategia neoliberal de gobierno se encuentra la
necesidad de incitar a los individuos a desarrollar capacidades internas que les
permitan incursionar y conducirse en el ámbito social a la manera del libre
mercado. En este sentido, el sujeto neoliberal proyecta la vida como un juego
competitivo, donde es preciso sacudirse las dependencias, ataduras e inercias
institucionales que regularan el espacio común. Se trata de un sujeto “liberado”
de las imposiciones estatales y dispuesto a relacionarse con el mundo –
incluyéndose a sí mismo: su cuerpo, su mente, sus estados emocionales- en
términos de recursos que pueden ser desarrollados y maximizados para obtener
ventajas en un escenario de competencia.
Como Nikolas Rose (1999) va a mostrar, la libertad se vuelve en este
contexto una noción clave. En contraste con un poder soberano o disciplinario,
el gobierno neoliberal pretende orientar la conducta de los sujetos ya no a
través de la coerción o la sujeción, sino a través de la persuasión y la seducción.
Se requiere, pues, de un sujeto que se experimente así mismo como libre, de
modo que la adopción de los mandatos culturales parezca provenir de la
elección individual. El elemento de la libertad neoliberal permite así que la
regulación externa (i.e. institucional) sea reemplazada por la auto-regulación,
percibida como un ejercicio autónomo del individuo con respecto a sí mismo y,
de esta manera, “lograr que los gobernados hagan coincidir sus propios deseos,
esperanzas, decisiones, necesidades y estilos de vida con objetivos
gubernamentales fijados de antemano” (Castro-Gómez, 2010: 13).
Es en este sentido, el neoliberalismo puede entenderse como una forma
de gubernamentalidad, esto es, una forma de poder que incita la producción de
sujetos autónomos y emprendedores; una racionalidad que “libera” a los
individuos al tiempo que les demanda gobernarse a sí mismos bajo la lógica del
auto-potenciamiento. Se trata de una forma de gobierno que promueve un
sujeto que Foucault (2007) ha llamado un sujeto “empresario de sí mismo”. En
este marco, podemos sugerir que los discursos felicitarios y las prácticas en
torno a ellos funcionan como tecnologías concomitantes con una racionalidad
neoliberal de gobierno, en cuyo marco sirven como instrumentos para penetrar
en los planos más íntimos y cotidianos de la experiencia humana.
3. Ámbitos de la felicidad
La felicidad parece ocupar un lugar central de la vida social y el imaginario de
las sociedades globales contemporáneas. Con cada vez mayor frecuencia, este
tropo es convocado para definir las narrativas culturales y orientar los anhelos
personales y colectivos en los más diversos ámbitos: tanto en el plano cultural,
como en el político y el económico; tanto en el dominio privado, como en el
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público. Es posible constatar la presencia de los discursos de la felicidad en
heterogéneos y a veces discordantes géneros y campos culturales. Estos
discursos se caracterizan por tener una textura especialmente interdisciplinaria,
en tanto conjugan elementos científicos, económicos y políticos en expresiones
que pueden tomar la forma, por ejemplo, de periodismo divulgativo,
investigación académica, técnicas motivacionales, contenidos televisivos o
manuales de capacitación (Binkley, 2011). Teniendo en cuenta este carácter
multidisciplinario y plurigenérico, podemos rastrear estos discursos en tres
amplios rubros sociales que, aunque se entrecruzan, representan rutas
importantes para el establecimiento y la operación de los mismos: a) la cultura
terapéutica y su penetración en la cultura popular; b) la investigación científica,
particularmente en psicología y disciplinas sociales afines; y c) los
ordenamientos económicos y su influencia en políticas institucionales. Así, a
través de una clasificación más bien heurística, ejemplificamos con algunos
casos la forma en que estos discursos incursionan en los ámbitos mencionados,
tanto en el contexto global como en el mexicano.
a) La felicidad en la cultura terapéutica
Incontables son las referencias a la felicidad en la cultura popular
contemporánea. Sus ecos se escuchan en la música pop y se encuentran en las
aventuras que el cine proyecta. Programas de televisión y géneros de prensa,
directa o indirectamente, incluyen a la felicidad como eje articulador de los
temas que interesan a las grandes audiencias. La publicidad comercial bien
pueden invitarte a “destapar la felicidad” como un refresco, mientras que una
tienda de muebles y accesorios del hogar te promete “una vida más feliz en
casa”. Sin embargo, dentro de esta multitud de discursos felicitarios que
inundan la vida cotidiana, queremos prestar especial atención a aquellos
orientados a que los individuos promuevan y regulen su propia felicidad.
Se trata, pues, de discursos actuando en el marco de una cultura
terapéutica, entendida como “la extensión y vulgarización de saberes, técnicas y
recursos de apoyo subjetivo que están inmediatamente disponibles en la
sociedad y a los que se accede sin la intervención de un dispositivo experto”
(Papalini, 2013: 171). La cultura terapéutica abarca toda una variedad de
conocimientos populares asociados a la psicología y disciplinas afines, las
neurociencias vinculados, por ejemplo, con las terapias alternativas, las
medicinas tradicionales y corrientes tales como el new age, todas prácticas
orientadas al cuidado de sí mismo. En esta cultura, la cualidad terapéutica no se
limita ya al tratamiento y la corrección de estados anormales y desviaciones,
sino que se orienta a la estimulación sistemática del “bienestar integral” y a la
continua vigorización de una profilaxis psicológica y física. La noción felicidad
juega aquí un papel importante como eje articulador de la praxis terapéutica.
La felicidad como tecnología de gobierno en el contexto neoliberal: una exploración de los discursos felicitarios en tres ámbito
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Así, es posible observar en medios de comunicación –impresos,
audiovisuales o en línea- la proliferación de secciones que ofrecen métodos
inmediatos para medir el nivel de la propia felicidad, así como consejos
prácticos y recetas infalibles para su consecución. Nueve actividades para
triunfar profesionalmente y ser feliz4 es, por ejemplo, un título típico de los
contenidos que abundan en revistas y páginas web, mientras que en libros
como “La Búsqueda de la Felicidad” (Ben-Shahar, 2013) aparecen manuales más
amplios que ofrecen el camino óptimo hacia la “olla de oro” de la felicidad. En
esta línea, es común encontrarse con textos como los siguientes:
“1. Elija el camino: definir
objetivos concretos para lograr la
motivación y medición de los
avances.
2. Descubra: las metas y
pasiones llevan a alternativas y a
analizar intereses y competencias
3. Experimente: de pequeños
pasos hacia donde quiera ir y no
invierta de más en tiempo o dinero
en el autodescubrimiento
profesional.
4. Especializarse: construya su
vocación y dele prioridad a alguno
de sus intereses.
5. Dedique tiempo: no espere
el momento para aprender, haga el
momento y motívese a través de
conocer más sobre el tema.”
“Piensa en alguna situación
reciente que le haya significado
alguna perturbación emocional, o
un acontecimiento futuro que le
preocupe. Empiece por darse el
permiso para ser humano (…).
Siéntase libre de hablar de ello con
alguien en quien confíe, o escriba
cómo se siente (…). Esta primera
etapa puede durar cinco segundos
o cinco minutos, o el tiempo que
usted necesite.
Seguidamente, reconstruya la
situación. Pregúntese cuáles son los
resultados positivos que tuvo (…)
¿Aprendió algo nuevo? (…)
Por último, trate de ver la
situación en perspectiva (…) ¿Se está
preocupando demasiado por algo
que no vale la pena? (…)
Acostúmbrese a hacer este
ejercicio de manera regular (…).
Cuanto más lo practique, más
beneficio le reportará.”
Tabla 1. Ejemplos de “recetas para la felicidad”. Del lado derecho, un
fragmento del artículo “Nueve actividades para triunfar profesionalmente y
ser feliz”; del lado izquierdo, un fragmento de Ben-Shahar (2013, p. 117-
118).
Llama la atención la recurrente modalidad discursiva con que se plantean
estas “recetas de la felicidad”. Los métodos para ser feliz se presentan
generalmente como listas de consejos cortos y concisos, fáciles de seguir y con
4 Sánchez (2016), disponible en http://www.sinembargo.mx/06-10-2016/3101271
Antar Martínez Guzmán y Omar Medina Cárdenas
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un vocabulario imperativo. De esta manera, quien emprenda la búsqueda de
felicidad hoy en día ya no necesita de prolongadas y complicadas
introspecciones, ni de la asistencia de una autoridad experta (i.e. psicología
clínica); las respuestas están ahora al alcance de la mano, y el proceso se resume
fundamentalmente en ejecutar con disciplina unos sencillos pasos.
También resulta interesante, en el primer ejemplo, la asociación
discursiva que se realiza entre “triunfar profesionalmente” y “ser feliz”, en tanto
sugiere una relación quizá de causalidad o al menos de correlación positiva
entre los elementos: éxito profesional y felicidad coinciden, avanzan juntos en
una misma dirección. El segundo ejemplo muestra que, en “la búsqueda de la
felicidad”, es necesario afrontar las contrariedades de la vida a través de
“ejercicios” meramente individuales, basados en la (re)evaluación cognitiva que
conduzca centrarse en “resultados positivos” y que comporte “beneficios”. La
cultura terapéutica se potencializa gracias a la circulación masiva de información
en los medios de comunicación y especialmente en los medios electrónicos,
donde un sinfín de gurúes y de difusos “expertos” ofrecen incontables
respuestas a la pregunta que parece abreviar la inquietud ansiosa del sujeto
contemporáneo: “¿cómo puedo ser feliz?”.
También es posible observar la inmersión de los discursos de la felicidad
en la cultura terapéutica a través de la vasta industria de la literatura de
autoayuda. El género de la autoayuda en Estados Unidos y se expande hacia los
países latinoamericanos, implantando modelos de carácter y de conducta
donde la felicidad simboliza la señal del éxito social y personal por antonomasia
(Ampudia, 2006; Canavire, 2013). Posteriormente, ciertos discursos provenientes
de la psicología académica van a entroncar y a combinarse con los mismos. Para
Ahmed (2010), los discursos felicitarios cobrarán especial prominencia en el
género de la autoayuda hacia el 2005, reflejada en su éxito en ventas reflejará y
en la percepción del público de que sus contenidos son válidos y legítimos.
La popularidad de la literatura de autoayuda se observa en una
multiplicación de su producción y consumo. En el año 2009 la revista
Psychology Today reportó que, mientras que en 2000 se registraron sólo 50
nuevas obras del género de no-ficción cuyos títulos hacían alusión al término
“felicidad”, para 2008 dicho número aumentó a 4000 (Flora, 2009, citado por
Binkley, 2011). En el caso de los países latinoamericanos también se observa una
presencia creciente de la literatura de autoayuda en la última década (Papalini,
2003, 2007).
En el caso de México, de acuerdo con datos generados por la Cámara
Nacional de la Industria Editorial Mexicana (Caniem), en el periodo de 1999 a
2009 se escribieron en promedio 350 libros de este tipo al año, cuyas altas
ventas (cercanas a los tres millones de ejemplares anuales) derivaron también
en un gran número de reimpresiones (Peredo, 2012). El consumo de la literatura
de autoayuda también va en aumento, como lo sugiere la Encuesta Nacional de
Lectura del año 2006 que reportó que el 16% de las personas lectoras
La felicidad como tecnología de gobierno en el contexto neoliberal: una exploración de los discursos felicitarios en tres ámbito
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reportaban consumir este género (Peredo, 2012). Por su parte, en la Encuesta
Nacional de Hábitos, Prácticas y Consumo Culturales del año 2010, este género
se posicionó en el tercer lugar de los más preferidos por los consumidores
(CONACULTA, 2014).
En contraste con el recetario de la felicidad, en la literatura de autoayuda
se desarrollan discursos más extensos y complejos que incluyen una
multiplicidad de recursos retóricos (donde las listas y recetas son sólo algunos
de ellos). Por ejemplo, la puntera obra Cómo Ganar Amigos e Influir sobre las
Personas de Dale Carnegie (contada entre las más vendidas en librerías
populares mexicanas5) ofrece preceptos orientados, en la misma línea que el
ejemplo anterior, al logro de un objetivo específico: el éxito profesional. Para
ello, despliega estrategias retóricas variadas tales como el uso de anécdotas y
testimonios personales, así como la evocación de discursos científicos
legitimadores, asociados principalmente a la psicología.
Tanto el libro de Carnegie como los demás de su tipo poseen un estilo
lingüístico que busca interpelar al gran público, evitando el exceso de
tecnicismos, aunque selectivamente incorporando algunos que permitan
construir el discurso como científicamente sustentado. Con frecuencia se utilizan
testimonios narrativos que remiten a experiencias individuales (ya sea del autor
o de otras personas), generando formas de identificación con la audiencia
donde el individuo funge como causa/origen y solución/desenlace de todos sus
problemas. El sustrato de la narración tiene como máxima la importancia del
auto-aprendizaje y la auto-regulación; si se quiere, implementa una pedagogía
de la felicidad en la que el individuo se auto-enseña a ser feliz.
Así, el género de la autoayuda, en tanto producto de la cultura masiva, es
una de las vías privilegiadas por las que se instaura y populariza el ideal cultural
de la felicidad. Estos contenidos culturales ya no se transmiten pasivamente; la
cualidad prescriptiva de los discursos, y la miríada de consejos y técnicas que
ofrecen, sitúan al lector en una posición de sujeto activo ante su propia vida,
capaz de seguir un conjunto de reglas y pasos para pensar, sentir y actuar de
modos que le conducirán a aumentar sus recursos y potencialidades. La
literatura de autoayuda funciona también como un mecanismo de reflexividad
individual (Ampudia, 2006), donde el lector es incitado a volverse consciente,
evaluar y monitorear sus propios procesos conductuales, cognitivos y afectivos,
como un primer paso para regularlos activamente. En este entramado
discursivo, la felicidad se vuelve un atributo psicológico personal, un objeto
maleable que puede cultivarse y ejercitarse por voluntad propia. Un ejemplo de
ello se encuentra en la reiterada metáfora según la cual la felicidad es como un
músculo:
Sin sudor no hay felicidad. Comprendemos perfectamente que para tener
más aguante, más fuerza, más flexibilidad, hemos de hacer esfuerzos
regulares (…) debemos esforzarnos corriendo, haciendo musculación, yoga
5 Ver por ejemplo: http://www.gandhi.com.mx/libros/los-mas-vendidos
Antar Martínez Guzmán y Omar Medina Cárdenas
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o gimnasia (…) En este caso, igual que con tener más aguante o
musculación, no basta con quererlo, hay que entrenarse. Este
“entrenamiento de la mente” corresponde a todos los ejercicios de
Psicología Positiva, sino como una creación y una activación regular de los
circuitos cerebrales que movilizan las emociones positivas. (André, 2014: 21-
22)
Si la felicidad es una especie de músculo, resulta entonces comprensible
que en la cultura terapéutica proliferen los “ejercicios” para fortalecerla. Estos
ejercicios promueven una actuación sobre el cuerpo, la mente y la conducta con
el objetivo de alcanzar una transformación interna que derive en niveles más
altos de bienestar y felicidad.
Más allá de la literatura de autoayuda, cultura terapéutica en torno a la
felicidad se manifiesta además en las variadas técnicas prácticas y ejercicios
cognitivo-conductuales que se ofrecen para incrementar sistemáticamente, en
distintos momentos y espacios, los niveles de bienestar. Se tiene, por ejemplo, el
caso del coaching, en donde el rol tradicional del terapeuta se reemplaza por el
de un coach que, precisamente, “entrena” a sus clientes para que alcancen su
felicidad y sus objetivos vitales. Esta técnica está enfocada a la optimización de
las potencialidades individuales sin la mediación de una figura experta, pues la
relación con el coach es más informal y horizontal, permitiendo situar al cliente
como sujeto autónomo y responsable de cambiar su forma de ser o de vivir
(Binkley, 2001).
Un ejemplo más se encuentra en las técnicas propuestas por el new age,
movimiento cultural de heterogéneas influencias que adopta una posición
naturalista y espiritual, teniendo entre sus objetivos la búsqueda de la
autorrealización y de la “paz interior” mediante el rechazo de los valores
materiales y de las instituciones modernas. Esta corriente aboga también por
métodos basados en el auto-aprendizaje y la reflexión interna, como la
meditación, en la que el auto-descubrimiento y el cambio de pensamiento son
la clave para alcanzar el bienestar (Papalini, 2006). En suma, la felicidad (y sus
sucedáneos) se encuentran presentes en un amplio espectro de prácticas y
discursos vinculados con la cultura terapéutica de nuestros días, se distribuye a
través de medios culturales masivos y mediáticos que bien pueden constituir,
además, una suerte de industria de la felicidad (Ahmed, 2010; Davies, 2016),
donde ésta se produce y consume, acumulando valor a la manera de una forma
de capital.
b) Felicidad y economía
La felicidad se ha tornado un “objeto de interés” para diferentes áreas del
conocimiento y la gestión social, más allá de las fronteras de la filosofía y las
ciencias humanas. Las llamadas ciencias duras se han empeñado en dotar de
La felicidad como tecnología de gobierno en el contexto neoliberal: una exploración de los discursos felicitarios en tres ámbito
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claridad analítica a este nuevo objeto de conocimiento; esto es, de definirle
operacionalmente como un objeto medible, manipulable y provisto de valor
práctico. Se trata, en suma, de construirle como un objeto que pueda participar
del juego económico.
El pronunciado interés por este objeto en el ámbito económico ha
desembocado en lo que algunos llaman la “economía de la felicidad” (Bruni y
Porta, 2007). Este giro económico hacia la felicidad tiene su origen en la llamada
“paradoja de la felicidad” propuesta por Easterlin (1974), quien argumentó que
una vez que un individuo o sociedad han alcanzado un cierto nivel de riqueza
económica, cualquier posterior aumento en el ingreso tiene poco o nulo
impacto en el nivel de felicidad o bienestar. La economía de la felicidad
propondría que esta paradoja “pone en tela de juicio algunos de los principios
básicos de la economía contemporánea”6 (Bruni y Porta, 2007: xvii).
Desde entonces, las voces que apuestan por un “cambio radical” o que
llaman a dar un giro hacia la felicidad en el ámbito económico proliferan y se
amplifican. Para Layard (2006), por ejemplo, la economía tradicional erra en sus
explicaciones porque ignora los hallazgos y las contribuciones de la psicología,
lo que vuelve entonces necesario incorporar las formulaciones de la disciplina
psicológica en un marco de razonamiento basado en la relación costo-beneficio.
La mancuerna ente economía y ciencias sociales (especialmente la psicología),
sería entonces un paso más hacia lo que el autor considera el objetivo central
de las ciencias sociales: identificar aquello que obstaculiza o promueve la
felicidad de las personas. Un ejemplo temprano de la forma en que la economía
incursiona en las políticas nacionales de gobierno lo encontramos en el Bután
de 1972, donde el rey en turno propuso que los objetivos de desarrollo de su
país se enfocasen en el nivel de felicidad de la población, restándole
importancia a medidas tradicionales como el Producto Interno Bruto (PIB). Sería
hasta 2008 cuando en dicho país se lanza oficialmente un nuevo indicador de
desarrollo conocido como Felicidad Nacional Bruta (FNB) (Gómez y Jiménez,
2013).
En esta línea, es posible observar una creciente insatisfacción en el
ámbito económico con el predominio del PIB como indicador del bienestar de
las sociedades (Rojas, 2011). Muestra de ello es la creación por parte del
gobierno francés, en 2009, de la Comisión para la Medición del Desarrollo
Económico y del Progreso Social, cuya encomienda consiste en examinar los
límites del PIB como indicador e identificar otras formas posibles de medición
del “progreso social”. Esta reconsideración ha sido también impulsada por la
Organización de las Naciones Unidas (ONU) (2011) que reconoce en sus
resoluciones reconoce a la felicidad como un “objetivo humano fundamental” y
una “aspiración universal”, invitando a sus países miembros a crear nuevos
índices de medida que la pongan en el centro y permiten redefinir políticas
6 Traducción propia del inglés.
Antar Martínez Guzmán y Omar Medina Cárdenas
74 74
públicas. Un año después, la ONU proclamaría el 20 de marzo como Día
Internacional de la Felicidad.
Estos giros muestran una creciente preocupación de los gobiernos por
regular tanto los factores “objetivos” del bienestar, generalmente vinculados a la
economía (i.e. ingreso, PIB, desempleo, inflación), como los “subjetivos”
(asociados, por ejemplo, a las relaciones sociales, la percepción de la salud,
libertad o la vida emocional), con las consecuentes implicaciones que esto tiene
en el plano de las políticas públicas. Así, la felicidad migra de la reflexión
filosófica, ética o artística al campo de la gestión económica y las estrategias de
gobierno, que generan un conjunto de mecanismos para medir y evaluar
aquello que otrora fuese inconmensurable.
En esta matriz discursiva, los términos “bienestar” y “felicidad” con
frecuencia aparecen asociados o se consideran equivalentes. Un supuesto
común en este contexto es que los gobiernos deben proporcionar las
condiciones necesarias para que cada individuo desarrolle su pleno potencial y
alcance su felicidad (Gómez y Jiménez, 2013); ésta reside entonces en el plano
individual y subjetivo. De esta manera, la felicidad “medible” corresponde al
“bienestar subjetivo” o, si se quiere, el “bienestar subjetivo” es “la denominación
científica de la felicidad” (André, 2014: 73). Esta lógica, por tanto, se erige sobre
la noción de un sujeto esencialmente individual, con una interioridad
psicológica y subjetiva que puede y debe someterse a los mismos principios de
cálculo y medición con se que aborda el resto de los factores económicos y
sociales “externos”7.
En sintonía con la economía de la felicidad, diversas instituciones públicas
y privadas han generado instrumentos e indicadores en torno a estos nuevos
objetos de interés. En 2012, la think-tank británica New Economics Foundation
(NEF) publicó el primer reporte del Happy Planet Index o “Índice del Planeta
Feliz”. Este índice está orientado a medir el nivel global de “bienestar
sustentable” que incluye datos del bienestar percibido por las personas, su
esperanza de vida y su huella ecológica. El índice busca –de acuerdo con sus
propias declaraciones- producir información sobre cuáles son los países más
eficientes a la hora de brindar vidas largas y felices a sus habitantes, al tiempo
que mantienen las condiciones ambientales adecuadas para que las futuras
generaciones gocen también de dicha felicidad. De igual manera, apelando a la
noción de “progreso”, invitan a los gobiernos a adoptar medidas acordes a los
resultados de la medición (Abdallah, Michaelson, Shah, Stoll y Marks, 2012).
Por su parte, la edición 2015 del World Happiness Report incluye
medidas de naturaleza económica; por ejemplo, la inversión para crear políticas
públicas que aumenten el capital social de las personas, esto es, la cantidad de
relaciones sociales de confianza, redes de apoyo y conducta pro-social que se
considera tienen un impacto positivo en los niveles de bienestar. El bienestar
subjetivo se concibe aquí en términos de las evaluaciones cognitivas de los
7 Ver, por ejemplo, Rojas (2005) y Vargas (2013).
La felicidad como tecnología de gobierno en el contexto neoliberal: una exploración de los discursos felicitarios en tres ámbito
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individuos, así como del reporte de sus emociones “positivas” y sus emociones
“negativas”. Por tanto, los resultados del reporte contemplan no sólo los
indicadores tradicionales como el PIB, sino también criterios felicitarios como
“apoyo social”, “libertad de decisión”, “afectividad positiva” y “afectividad
negativa” (Helliwell, Layard y Sachs, 2015).
La inclusión de dichos aspectos subjetivos -y ahora medibles- en los
índices económicos mundiales sugiere dos cosas: por un lado, una concepción
cognitivo-afectiva del bienestar (se trata de un asunto fundamentalmente
vinculado a cómo piensas y cómo te sientes) (Rojas y Martínez, 2012; Vargas,
2013); por el otro, una extensión de la regulación económica a distintas esferas
sociales –a veces nombradas “dominios de vida” por autores como Rojas (2009)-
que se consideran recursos determinantes para la consecución del bienestar (i.e.
relaciones familiares y de amistad, uso del tiempo libre, dinámica laboral, entre
otros).
La medición de estos “dominios de vida” se encuentra también presente
en iniciativas y reportes de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo
Económicos (OCDE). Un dato interesante es que, en el contexto de estos
programas, la OCDE (2013) ha puesto a disposición una herramienta en línea a
la que puede acceder cualquier persona para medir su propio bienestar
subjetivo. En la más reciente edición de su informe titulado ¿Cómo va la vida?, la
OCDE (2015) presenta resultados del nivel de bienestar vinculados, por ejemplo,
al balance vida personal-trabajo, las relaciones sociales, el estilo de vida, la
identidad o el compromiso cívico (Millán, 2011). Los distintos ámbitos de la vida
social pasan aquí a comprenderse en términos económicos, y se traducen en un
lenguaje economicista donde “la inversión en el bienestar de mañana comienza
hoy” (p. 5) y la “sostenibilidad del bienestar en el tiempo requiere preservar
diferentes tipos de capital” (p. 26).
En consonancia con la tendencia global, también en el contexto
mexicano hay ejemplos de iniciativas que buscan trascender los indicadores
tradicionales en el ámbito económico para ir en busca de los heterogéneos
ingredientes que producirán bienestar y felicidad a sus ciudadanos. En este
contexto, las mediciones de bienestar subjetivo suelen asociarse a nociones
como las de “progreso” y “libertad” (observados, por ejemplo, en Valdés, 2009),
consideradas motivaciones intrínsecas de la acción humana y fundamento que
justifica las estrategias de desarrollo y políticas públicas orientadas por el ideal
de las libertades individuales (véase, por ejemplo, Rojas, 2009). Tres casos
pueden ilustrar este creciente panorama en el contexto mexicano:
El “Ranking de Felicidad en México 2012”, realizado por la asociación civil
Imagina México A.C. (2013), de forma similar a otros índices, toma en cuenta
factores asociados al bienestar como los dominios de la vida, las relaciones
humanas y los estados afectivos. En los resultados de esta encuesta se reporta
que el dominio que brinda más satisfacción a las y los mexicanas/os es el
Antar Martínez Guzmán y Omar Medina Cárdenas
76 76
familiar. En su página web8 llaman a adoptar un nuevo enfoque para entender el
bienestar que ponga a “la persona como el centro de toda acción” y tenga la
visión de “construir un México más feliz”.
En 2014 se realizó la Encuesta Nacional sobre Satisfacción Subjetiva con
la Vida y la Sociedad (ENSAVISO) por la Universidad Nacional Autónoma de
México (2015), trazándose como objetivo no sólo conocer los niveles de
satisfacción con la vida de los mexicanos, sino plantear la posibilidad de que
estas mediciones guíen el diseño de políticas públicas. A través del análisis tanto
de variables demográficas como de los “dominios de vida” (i.e. familia,
afectividad, trabajo) y de factores subjetivos (i.e. percepción de control de la
propia vida y expectativas hacia el futuro), los resultados de la encuesta
reportan que más del 80% de la población mexicana se encuentra satisfecha
con su vida, y que aquellas personas que tienen una relación de pareja estable
(casados o en unión libre) muestran niveles más altos de bienestar que quienes
no la tienen (solteros, separados, divorciados).
En 2014, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI, 2015)
presentó un cuestionario llamado “Módulo de Bienestar Autorreportado”
(BIARE), que busca medir niveles de bienestar/felicidad de la población
mexicana, tomando como base las recomendaciones institucionales de
organismos como la OCDE y académicas provenientes de la Psicología Positiva.
Los dominios de vida, el balance afectivo (emociones positivas y negativas), y
los “bienes intangibles” como “la autonomía personal, los bienes relacionales y
el sentimiento de logro”, (INEGI, 2015: 1) también aparecen en el BIARE, cuyo
reporte afirma que, a nivel nacional, la satisfacción con la vida de la población
mexicana se sitúa en un 7.95 en una escala de 0 a 10.
En suma, la noción de felicidad –y su correlato evaluable: el bienestar-
parecen incursionar como protagonistas en las esferas económicas y en las
políticas de gobierno que de éstas se derivan. Por tanto, no es extraño que,
siguiendo esta dirección, el Plan Nacional de Desarrollo 2013-2018, propuesto
por el presidente Enrique Peña Nieto, proponga como eje principal la máxima:
“Un México donde cada quien pueda escribir su propia historia de éxito y sea
feliz” (p 8).
El interés económico por la felicidad y el bienestar como objetos
mensurables y criterios orientadores inaugura nuevos mecanismos de gestión
social, donde la vida personal y emocional de los sujetos pasan a convertirse en
objetos capitalizables que se integran a las fórmulas económicas generales. Los
mecanismos expuestos articulan lógicas macro-económicas a nivel poblacional
y global con el plano de la experiencia cotidiana de los sujetos y sus íntimos
proyectos personales.
Se trata, igualmente, de una lógica donde los individuos son concebidos
como actores esencialmente económicos, con una inclinación natural para
actuar orientados por el interés personal, en un campo social competitivo. Aquí
8 Disponible en http://laboratoriodefelicidad.mx
La felicidad como tecnología de gobierno en el contexto neoliberal: una exploración de los discursos felicitarios en tres ámbito
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la forma en que los sujetos se entienden a sí mismos y las relaciones sociales
que mantienen son entendidas en términos de posiciones estratégicas en un
modelo de mercado. Esta racionalidad contribuye a la generación de estrategias
de gobierno que incorporan aspectos cognitivos, emocionales y relaciones de
los individuos a las ecuaciones económicas que regularán estrategias macro-
gubernamentales. En dicho contexto, y como diría Binkley (2014), una función
principal del gobierno consiste en diseñar políticas y programas destinados a la
regulación, optimización, coordinación e integración de conductas humanas.
c) La ciencia de la felicidad
Aunque central en el imaginario de la cultura occidental, el tema de la felicidad
encontraba su hábitat natural fundamentalmente en la reflexión filosófica, la
indagación religiosa, las expresiones artísticas o las producciones culturales
populares, que le evocaban generalmente como un objeto esquivo y misterioso
(Zevnik, 2014; McMahon; 2006). No es hasta hace algunas décadas que en la
cultura occidental emerge un pronunciado interés centrado en la felicidad como
objeto de conocimiento científico. En la encrucijada de la psicología y la
sociología, con influencia de diversas disciplinas, hacia los años 60 comienza a
articularse un proyecto académico que va a renegar de la cualidad
“especulativa” y “vaga” de la reflexión filosófica y cultural en torno a la felicidad
(Veenhoven, 2006), para proponer un estudio empírico sistemático y
“científicamente riguroso” de la misma.
Esta pretensión se ha traducido fundamentalmente en la generación de
técnicas e instrumentos de medición de la felicidad y el bienestar, proyectando
que dichos cálculos y resultados permitirán a los individuos tomar decisiones
informadas que les conduzcan a una vida más feliz, así como implementar
estrategias políticas y sociales orientadas a facilitar la mayor cantidad de
felicidad para la mayor cantidad de personas; todo bajo el auspicio del ideal de
objetividad científica que provee la medición. Durante las dos últimas décadas,
dicho interés ha desembocado en el rápido y extenso desarrollo de un campo
académico interdisciplinario denominado “estudios de la felicidad” (Zevnik,
2014; Eid y Larsen, 2008). Para las nuevas ciencias de la felicidad, es el desarrollo
de métodos científicos cuantitativos (como la encuesta) lo que hace posible el
abordaje objetivo de la felicidad y genera las condiciones necesarias para su
estudio empírico. Si “uno de los principales objetivos del quehacer científico es
la ampliación del conocimiento con el fin de hacer recomendaciones de política
pública y de organización social que contribuyan al aumento del bienestar de
los seres humanos” (Rojas, 2009, p. 542), los primeros pasos deberían centrarse
en conceptualizar y medir dicho bienestar.
Los métodos de auto-reporte, especialmente los cuestionarios y las
escalas, se han convertido en el abordaje más extendido hasta ahora en el
estudio del bienestar y la felicidad (Diener y Biswas-Diener, 2011). Esta
Antar Martínez Guzmán y Omar Medina Cárdenas
78 78
aproximación se focaliza en la “experiencia interna” de las personas y asume un
sujeto transparente, capaz de dar cuenta y reportar de manera precisa sus
emociones “positivas” y “negativas”, su grado de satisfacción con la vida y su
nivel de bienestar en general. En este sentido, Ahmed (2010) argumenta que
esta aproximación presupone que dicha felicidad está “ahí afuera” para ser
medida y que estas mediciones son objetivas. Sin embargo, en tanto la felicidad
se concibe en términos de la percepción del propio bienestar, ese “ahí afuera”
que espera ser revelado se remite finalmente a los sentimientos de bienestar
que los individuos reportan. Por tanto, el “ahí afuera” se convierte en un “aquí
adentro”, lo que permite comprender la confianza en el auto-reporte como
principal método de medición del bienestar subjetivo, y la primacía de la
interioridad psicológica o subjetiva como origen de la felicidad.
Una ciencia de la felicidad que parte de estas premisas epistemológicas y
ontológicas confiará en un modelo de subjetividad específico en el que el
individuo puede externar de manera transparente estados internos nítidos, y
donde existe una clara y general distinción entre estados buenos y malos,
positivos y negativos o agradables y desagradables (Ahmed, 2010). Desde esta
perspectiva, la felicidad se torna esencialmente una evaluación o valoración
individual con respecto a la propia interioridad que puede situarse con precisión
en una escala que va de los negativo a lo positivo o, el palabras de Diener et al.
(1997: 25), “de la agonía al éxtasis”.
Como ejemplo de estas prácticas e instrumentos de medición puede
citarse la Escala de Felicidad de Lima (Alarcón, 2006, citado por Toribio,
González, Valdez, González y Van Barneveld, 2012), estructurada como una
escala tipo Likert de cinco opciones. Entre entre sus ítems incluye frases como
“En la mayoría de las cosas mi vida está cerca de mi ideal” y “La mayoría del
tiempo me siento feliz”. En esta misma línea encontramos la Escala de Bienestar
Psicológico de Ryff (Muratori, Zubieta, Ubillos, González y Bobowik, 2015), otra
escala Likert que entre sus 29 ítems incluye enunciados como “Cuando repaso la
historia de mi vida estoy contento con cómo han resultado las cosas” y “He sido
capaz de construir un hogar y un modo de vida a mi gusto”. El conocimiento de
la felicidad se sustenta así en una valoración individual, que supone la expresión
transparente de estados internos que ocupan un nivel en un sistema de
gradación. Un somero repaso por diversos estudios de felicidad y bienestar
subjetivo, tanto en el contexto global como latinoamericano y mexicano,
permite advertir en ellos dos objetivos frecuentes: a) la identificación de las
características personales que se considera facilitan la consecución de la
felicidad y el bienestar; y b) la medición y la comparación de “niveles” de
felicidad y bienestar entre diferentes grupos.
Los constructos y conceptos que se evalúan (y se considera que
componen el estado general de felicidad) son variados e incluyen, por ejemplo,
la satisfacción con la vida, así como la presencia de buen humor y mal humor
(como en Ryan y Deci, 2000). Las mediciones hacen referencia a diversos
La felicidad como tecnología de gobierno en el contexto neoliberal: una exploración de los discursos felicitarios en tres ámbito
79
“recursos psicológicos” tales como la autonomía, la resiliencia, la autoestima, la
creatividad y el optimismo (por ejemplo, en Merino, Privado y Gracia, 2015). En
consonancia con lo expuesto anteriormente, la percepción subjetiva se vuelve
clave, a través de medición de “factores” como el sentido positivo de la vida, la
satisfacción con la misma, la realización personal y la alegría de vivir (como en
Toribio, González, Valdez, González y Van Barneveld, 2012). En estas
aproximaciones puede apreciarse un énfasis en las experiencias internas y los
estados cognitivos como principales determinantes de la felicidad, ocupando un
lugar secundario los factores materiales, económicos y políticos en que se
desenvuelve el sujeto.
Cuando se hace referencia a “variables” sociales y contextuales, la pareja,
la familia y el trabajo suelen ser aspectos especialmente relevantes para la
evaluación de la felicidad. Esto concuerda con postulados teóricos presentes en
la literatura científica de la felicidad que argumentan que el matrimonio y la
vida en familia se correlacionan poderosamente con índices altos de felicidad
(como en Gómez-Azcarate, Vera, Ávila, Musitu, Vega y Dorantes, 2014; y en
Pozos, Rivera, Reidl, Vargas y López, 2013). La tesis de la vida familiar como
determinante esencial para el nivel de felicidad de las personas se extiende más
allá del ámbito científico; en algunos títulos pertenecientes a la literatura de
autoayuda (i.e. Ben-Shahar, 2013) se invita a la audiencia a trabajar en la mejora
de las relaciones de pareja y familiares como la clave alcanzar un bienestar
óptimo.
Asimismo, una práctica común en los estudios de la felicidad consiste en
asociar el auto-reporte de los sujetos con respecto a su bienestar percibido con
algunas otras variables demográficas como el sexo, el nivel educativo, el lugar
de residencia (como en Bivián, García y García, 2011), la condición laboral y, en
general, los “dominios vitales” (por ejemplo, Marrero, Carballeira y González,
2012), de manera en que se puedan establecer “perfiles de bienestar” de grupos
y poblaciones. Estos estudios también han incursionado en el ámbito educativo,
donde se argumenta que la medición de factores asociados a la felicidad y el
bienestar permite predecir el desempeño académico y el futuro éxito
profesional.
Quizá el ejemplo más paradigmático de las ciencias de la felicidad lo
encontramos, precisamente, en el terreno de la Psicología. En 1998 surge, de la
mano de Martin Seligman (entonces presidente de la American Psychological
Association) y Mihaly Csikszentmihalyi, la llamada Psicología Positiva; una nueva
área del conocimiento psicológico que declara avocarse al estudio del bienestar
humano y de los factores que lo potencian, así como a las fortalezas y virtudes
que favorecen el desarrollo personal. La Psicología Positiva reniega de las
psicologías antecesoras que se habían dedicado al estudio y tratamiento de la
enfermedad y los trastornos mentales, de los estados mórbidos o
problemáticos; en suma, de lo que consideran los “aspectos negativos” del ser
humano (Seligman y Csikszentmihalyi, 2000). En la articulación de esta nueva
Antar Martínez Guzmán y Omar Medina Cárdenas
80 80
perspectiva psicológica, la felicidad ha jugado un papel central, al grado de que
figuras representativas de este campo como Tal Ben-Shahar (2013), que ha sido
profesor de Psicología Positiva en la Universidad de Harvard, la han
caracterizado como “la ciencia de la felicidad” (p. 11).
La Psicología Positiva se aleja también de las matrices de conocimiento
de corte conductista o psicoanalítico, argumentando que se aproximan al
desarrollo de las personas a través de determinismos externos o biográficos que
terminan por apresar y mermar las potencialidades individuales de crecimiento
continuo (Seligman y Csikszentmihalyi, 2000; Seligman, 2003; Ben-Shahar, 2013).
En su lugar, plantean una modalidad de cognitivismo donde los procesos
mentales y las interpretaciones individuales son suficientes para definir la
conducta y la experiencia vital de las personas (Bejar, 2015). Este influjo
cognitivista en la Psicología Positiva otorga primacía a la dimensión interna y
subjetiva del individuo como medio para la felicidad y el desarrollo pleno.
Desde esta perspectiva, la felicidad tiene componentes tanto afectivos-
emocionales como cognitivos-valorativos que le permiten al sujeto evaluar su
nivel de satisfacción con la vida (Cuadra y Florenzano, 2003). Además, para
lograr una valoración “correcta” (que abone al bienestar) hay que trabajar y
esforzarse, tanto en el cultivo y puesta en práctica de las fortalezas personales
(por ejemplo en Seligman, 2003), como en el mantenimiento de relaciones
sociales convenientes y adecuadas.
Dentro del campo semántico de la Psicología Positiva encontramos
nociones como “voluntad”, “optimismo”, “emociones positivas” y “fortalezas
personales” (ver, por ejemplo, Dean, 2008; Medlock, 2012; Barragán, 2012). Esta
psicología concibe al sujeto como un ser fundamentalmente individual que
juega un papel activo en su propio desarrollo, promoviendo la potenciación de
sus capacidades con el fin de alcanzar un estado de bienestar y autorrealización.
En este sentido, entronca también con otras perspectivas y saberes que circulan
en la cultura y que se vinculan con los discursos felicitarios contemporáneos.
Los movimientos culturales del Nuevo Pensamiento y el Pensamiento Positivo
pueden considerarse antecesores directos, pues en el contexto de la cultura
popular muestran un desplazamiento de las concepciones psicológicas de la
“cura” para enfatizar el “poder del pensamiento” (Becker y Marececk, 2008).
La ciencia de la felicidad y los instrumentos que ha generado para su
conocimiento despliegan una particular comprensión sobre los sujetos, sus
trayectorias vitales y las relaciones sociales en que participan. La felicidad se
torna, en este contexto, un objeto asequible, cuya obtención depende del
esfuerzo individual, del cultivo sistemático de las fortalezas personales y del
manejo estratégico de las relaciones sociales, entendidas ahora en términos de
recursos para potenciar el propio desarrollo. Desde esta perspectiva, alcanzar la
felicidad es posible si se trabaja y se interviene sobre procesos internos y sobre
el mejoramiento de los “recursos” externos (como las relaciones familiares o de
pareja). La felicidad deriva entonces de la identificación y maximización de las
La felicidad como tecnología de gobierno en el contexto neoliberal: una exploración de los discursos felicitarios en tres ámbito
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fortalezas más importantes del individuo mismo y del uso cotidiano de éstas en
la gestión de los más diversos ámbitos sociales, como el trabajo, el ocio, el amor
o la educación de los hijos.
Por el prisma de estos discursos, la vida personal se proyecta como un
campo dinámico de posibilidades y oportunidades, y la felicidad funciona lo
mismo como meta que como instrumento capitalizable y cultivable a través de
programas estratégicos. Así pues, la felicidad se convierte en el objetivo último
de la vida humana y, al mismo tiempo, en medio y recurso necesario para la
consecución del éxito en las diferentes esferas de la vida. Siguiendo a Ahmed
(2010), los postulados propuestos por la Psicología Positiva y las ciencias de la
felicidad en general la convierten en una responsabilidad individual y la vida se
re-significa como un proyecto personal. Nos hacemos felices como si se tratara
de una acumulación de capital que nos permite hacer tal o cual cosa; la felicidad
misma es un instrumento, es el medio para el fin y el fin de todos los medios.
Es importante hacer notar la manera en que las ciencias de felicidad han
funcionado como un pivote central tanto para la expansión de los discursos
felicitarios en la cultura terapéutica, como para la adopción de la felicidad como
objeto de interés económico. El discurso científico de la felicidad puede formar
parte de lo que se ha denominado complejo psy (Rose, 1996), en tanto provee
de un vocabulario técnico, de campos semánticos conceptuales y de
instrumentos para la generación de cifras e indicadores que otorgarán la
legitimidad científica necesaria para justificar modalidades diversas de
intervención (Parker, 2007). Así pues, las ciencias de la felicidad constituirán una
operación cardinal para la traducción de la felicidad en términos de mecanismos
de autogestión a nivel individual y de estrategias para la administración
económica de las poblaciones.
4. El gobierno a través de la felicidad
La felicidad, otrora una cualidad intangible y misteriosa de la experiencia
humana, emerge hoy como un objeto de claridad analítica, medible e
practicable como nunca antes. Al la luz de este nuevo objeto, los discursos
sobre felicidad se producen y distribuyen a través de diferentes ámbitos
sociales, políticos y profesionales, orientados a la tarea del gobierno de los
individuos y las sociedades. Como hemos mostrado, los discursos de la felicidad
encuentran terreno fértil en las macro-políticas económicas orientadas a la
gestión, optimización e integración de comportamientos humanos a escala
masiva. También han arraigado en una miríada de mecanismos y recursos de
impronta psicoterapéutica dirigidos a gestionar la vida de los individuos en el
plano cotidiano e íntimo: fórmulas y recetas para el éxito y la felicidad en el
trabajo y en la familia; ejercicios para propiciar el auto-potenciamiento y la
carrera continua hacia la propia felicidad. Asimismo, la felicidad se ha convertido
en objeto privilegiado de conocimiento científico, produciéndose como entidad
Antar Martínez Guzmán y Omar Medina Cárdenas
82 82
singular, observable y mensurable en un marco de objetividad transparente,
control y predictibilidad.
Se trata, en suma, de la producción de ciertos regímenes de verdad que
luego se cristalizan en estrategias y mecanismos específicos de intervención
tanto a nivel de gestión poblacional como de regulación individual. Fundadas
en ciertas matrices de conocimiento, las prácticas discursivas de la felicidad
adquieren un carácter prescriptivo que dicta lo que hay que hacer para ser feliz;
y, más aún, establecen que hay que ser feliz como norma para la constitución de
un sujeto adaptado, funcional y exitoso. La felicidad se constituye así en un
precepto general de gobierno de las poblaciones y, al mismo tiempo, en un
imperativo moral que adquiere el individuo consigo mismo.
De esta manera, los discursos de la felicidad activan una doble función.
Por un lado, permiten que los sujetos sean conducidos, que acepten e
implementen programas comportamentales provenientes de fuera, ajustándose
a determinadas matrices de poder. Por el otro, permiten adoptar una conducta
como propia, incorporar un programa como ejercicio personal desplegado en
un marco de libertad. Es esta múltiple función la que permite entender los
discursos felicitarios como tecnologías operando en un específico programa de
gobierno; tecnologías que participan en la conducción de conductas de cuerpos
sociales (económicos, institucionales) a la vez que estimulan prácticas auto-
interventivas, prácticas de sí dirigidas a la subjetividad individual y a la intimidad
de la vida mental y emocional.
Leído como mecanismo de biopoder (Rabinow y Rose, 2006), podemos
concluir que los discursos felicitarios operan en tres niveles: a) mediante
discursos de verdad, producidos por las ciencias de la felicidad; b) mediante
intervenciones sobre la población y el encauzamiento de ésta hacia la vida, a
través de medidas económicas, políticas públicas y la general disposición de
ciertas condiciones sociales; y c) con modos específicos de subjetivación donde
los individuos se construyen a sí mismos en función de los discursos de verdad,
espoleados por un conjunto de prácticas puestas en circulación por la cultura
terapéutica, donde se anima a los sujetos a tomar un rol activo en la
maximización y gestión de su propia felicidad.
Como todo discurso, el tropo de la felicidad también es heterogéneo y
presenta una gran variabilidad; sus sentidos y funciones sociales son diversos y
dinámicos, y se definen en cercana relación indexical con los particulares
contextos donde son producidos y movilizados. No hay, por tanto, un
significado homogéneo o un perfil único de los discursos felicitarios en el
ámbito social. Con todo, es posible observar una cierta consonancia, una
afinidad general de estos discursos en relación con una racionalidad neoliberal
de gobierno; relación que se cristaliza en algunos puntos clave observados a
continuación.
En primer lugar, se trata de una comprensión individualizante y
psicologicista de la felicidad. Ésta se entiende como un atributo psicológico
La felicidad como tecnología de gobierno en el contexto neoliberal: una exploración de los discursos felicitarios en tres ámbito
83
arraigado esencialmente en la interioridad individual. Su consecución depende
fundamentalmente de las disposiciones personales, en contraste con lo que se
considera una anquilosada dependencia del bienestar y la felicidad con respecto
a factores sociales o políticos, concebidos como lastres para el potenciamiento
personal. Así, el individuo es el absoluto responsable de su conquista o su
pérdida. En la ruta hacia la felicidad, el sujeto individual es punto de partida,
camino y destino final. En contraste con otras concepciones históricas de
felicidad, en estos discursos la felicidad es reducida a “un estado meramente
plástico de un yo psicomático”9 (Binkley, 2014: 2).
Esta retracción de la meta vital más importante al plano individual y a las
valoraciones subjetivas personales, comporta una renuncia a la idea del
cuestionamiento del entorno o la transformación del orden social imperante
como vías efectivas para la búsqueda del bienestar. El mensaje central de esta
perspectiva será: ‘la felicidad reside en ti, en tu capacidad de mirar las cosas de
una manera o de otra, de desarrollar tus fortalezas personales y hacerlas jugar
provechosamente. Culpar al mundo o a los demás por tus infortunios es inútil y
paralizante. Hay que aprender a aceptar la realidad y a hacer lo mejor con lo
que tenemos’. La exigencia por la superación es continua, pero es siempre
personal; lo que hay que cambiar es el propio yo, no el mundo en el que se vive.
Con respecto al propio sujeto, se instaura una lógica de crecimiento perpetuo,
de expansión continua, de exigencia sistemática, de desarrollo sin fronteras. Con
respecto al orden social, se instaura una lógica de adaptación y conformidad.
En segundo lugar, la felicidad funge como un objeto de intervención
estratégica, como elemento manipulable voluntariamente y como recurso que
ha de ser calculado y maximizado. Se trata, en buena medida, de generar las
valoraciones adecuadas y de poner un marcha una serie de ponen en marcha
“ejercicios” de auto-regulación cognitiva, emocional y comportamental que
permitan desarrollar y amplificar los propios recursos felicitarios. En última
instancia, la felicidad se vuelve un producto que resulta de los esfuerzos
individuales. Si en el neoliberalismo el éxito o el fracaso derivan de la
competencia o incompetencia que se tenga para adaptarse a las demandas del
entorno social (Cabanas, 2013), ser infeliz equivale entonces a una incapacidad
para actuar efectivamente sobre uno mismo.
En esta concepción de felicidad, alcanzable con el ejercicio de virtudes
internas e individuales, los esfuerzos por obtenerla van a constituir una forma
de vida. En tanto su búsqueda trasciende la mera gratificación y placer para
enfatizar el esfuerzo y el cultivo sistemático de las propias virtudes, se
constituye en una suerte de normativa ética (Dean, 2008). Este eje de directrices
aspiracionales va a promover modalidades específicas en que los individuos
podrán pensarse a sí mismos y orientar sus actuaciones de acuerdo con
determinados objetivos estratégicos. Las actuaciones del sujeto acontecen así
en un marco de libertad: se trata de una apropiación “libre” de tales normativas
9 Traducción propia de “a purely plastic attribute of a psychomatic self”.
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éticas, que no requiere de coerción o vigilancia en tanto se arraigan en formas
de vida entendidas como provechosas y deseables por los propios individuos.
La libertad se vuelve así condición necesaria para que los sujetos se
autogobiernen en función de principios neoliberales. En el gobierno a través de
la libertad, la autonomía individual ya no se opone al poder del gobierno, sino
que yace en el mismo centro de su modus operandi.
Finalmente, podemos observar una economización de la felicidad; una
tecnología felicitaria donde los individuos son convocados a evaluar y
transformar activamente sus niveles de bienestar como oportunidades de
crecimiento vital y desarrollo personal. La felicidad se torna un atributo
individual, pero se trata, además, de un individualismo emprendedor.
Organizada como figura empresarial, la felicidad se vuelve un objeto al que se
da caza con espíritu ambicioso y sentido de oportunidad. En este contexto, el
sujeto se constituye como un “empresario de sí” (Foucault, 2007; Castro-Gómez,
2010), concibe su propio yo como un capital sobre el cual debe invertir,
producir y multiplicar de manera productiva (De La Fabián, 2013). Incluso las
relaciones sociales se entienden como recursos fortuitos que deben ser
aprovechados y explotados para maximizar el propio crecimiento. La pareja, las
amistades, la familia, son útiles en tanto proveen beneficios para la persecución
de los propios intereses; se trata de inversiones que pueden beneficiar el
desarrollo personal en un ambiente de oportunidades (Binkley, 2011).
Por ello, el “capital social” se vuelve central en los estudios interesados en
establecer los índices de felicidad y bienestar en los distintos “ámbitos de vida”.
La felicidad se convierte, así, en una forma de capital, objeto de valor para un
homo economicus (Foucault, 2007) que forja su vida como un proyecto
empresarial donde es preciso desarrollar una cierta pericia para hacer las
mejores inversiones (De La Fabián y Stecher, 2013); donde el pensamiento debe
ser estratégico y el comportamiento rentable en unas condiciones de continua
competencia. En términos de Lipovetsky (2007), en la actual sociedad del
hiperconsumo, donde impera una cultura de la potenciación del yo, los estilos
de vida y las formas de ser se ven cada vez más dependientes de y semejantes
al sistema de intercambio.
En suma, en los discursos de felicidad presentes en la cultura popular
terapéutica, en las investigaciones científicas y en los índices económicos se
concibe a un sujeto que no sólo evalúa con exactitud su “nivel” de bienestar,
sino que es responsable de modificarlo. En concordancia con un ethos
neoliberal, la felicidad se comprende como un objeto alcanzable mediante la
voluntad y el continuado esfuerzo personal; como un derecho que puede
asegurarse bajo los ideales de autenticidad y libertad individual; y como un
deber moral con respecto a uno mismo y a la sociedad.
La racionalidad neoliberal de gobierno –que crea y organiza las
condiciones de la libertad individual, gestionando sus limitaciones y riesgos
(Foucault, 2007)- propicia que el individuo asuma el deber de aprender a
La felicidad como tecnología de gobierno en el contexto neoliberal: una exploración de los discursos felicitarios en tres ámbito
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gobernarse a sí mismo. El gobierno deviene en un auto-gobierno de la vida
feliz: los individuos actúan sobre sí mismos a través del cultivo y la optimización
de sus propios potenciales cognitivos y emocionales. Así, la lógica panopticista
del poder disciplinario va trocándose en una sociedad de control, en donde
cada persona tiene integrado su dispositivo de auto-vigilancia y auto-gestión.
Siguiendo a Deleuze (1996), las sociedades de control son aquellas que no
funcionan ya mediante el encierro y la coerción, sino mediante formas de
extensión capilar, persuasión y gobierno a distancia. En esta transformación
observamos el paso del moldeamiento a la modulación en la producción de
subjetividades.
Mientras que las instituciones disciplinarias (i.e. hospital, prisión, escuela)
se aproximan al sujeto en tanto cuerpo dócil que será moldeado, sustancia
maleable que ha de adquirir forma y consistencia a partir de determinados
regímenes, en las sociedades de control se presupone un sujeto activo que
habrá de moldearse a sí mismo, a través de una miríada heterogénea de
mecanismos descentralizados y extrainstitucionales, que irán cambiando de
forma y adquiriendo nuevas configuraciones. El sujeto modulado es un sujeto
en proceso, cambiante, “flexible”, siempre inmerso en la tarea de constituirse a
sí mismo, indefinidamente. En tanto empresario de sí mismo, la ventaja
competitiva del sujeto se vincula con su capacidad de “crecimiento permanente”
e “innovación continua”. Así, las sociedades de control instauran un marco
donde, paradójicamente, las condiciones capitalistas de libertad constituyen
formas de control aún más férreas: “No es necesaria la ciencia ficción para
concebir un mecanismo de control que señale a cada instante la posición de un
elemento en un lugar abierto, animal en una reserva, hombre en una empresa
(collar electrónico)” (Deleuze, 1996: 8).
Diversas preguntas surgen ante la constatación de estos mecanismos
felicitarios de gobierno y de producción de subjetividades. Entre ellas: ¿cómo
estos discursos se intersectan con formas de diferenciación y segregación
sociales?, ¿cuál es el lugar de los sujetos que no alcanzan el perfil de felicidad
exigido? En esta línea, Ahmed (2010) ha discutido la manera en que los
discursos felicitarios tienen como uno de sus efectos valorar ciertas prácticas y
estilos de vida –y por derivación, ciertos grupos sociales- que serán
considerados más aptos o mejor equipados para alcanzar la meta suprema de la
felicidad. En esta sutil estratificación social, diversos modos de vida y sujetos
quedarán relegados: las feministas “aguafiestas”, los infelices queer y los
melancólicos inmigrantes, serán leídos como posiciones quejumbrosas y
resentidas, volcadas hacia un interés por el malestar y el sufrimiento y, por
tanto, como erradas y fuera de lugar en el régimen del optimismo, los
sentimientos positivos y la felicidad.
Asimismo, cabe preguntar ¿de qué manera estas tecnologías son puestas
en circulación en contextos específicos?, ¿cómo son asumidas, desplegadas,
transformadas o resistidas por prácticas y subjetividades encarnadas? De forma
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especialmente acuciante, conviene interrogar la forma en que este régimen
funciona en los márgenes, para aquellos sujetos y en aquellos contextos donde
las condiciones no ajustan para cumplir cabalmente con la agenda capitalista de
la felicidad neoliberal. Ciertamente, se trata de una matriz discursiva de génesis
enfáticamente estadounidense (Ehrenreich, 2009) y propia de sociedades
capitalistas desarrolladas y empresariales. Por tanto, se vislumbra el desafío de
explorar la forma en que estas tecnologías son empleadas y transfiguradas en
las periferias tercermundistas y en el Sur global; cómo se exhiben y
experimentan en contextos neoliberales precarios y sujetos a procesos de
colonización, como el mexicano; y cómo, desde estas coordenadas, es posible
re/pensar los afectos y los anhelos que nos empujan hacia delante, que nos
mantienen a flote, que nos permiten sobrevivir.
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