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Artículos sobre el Bicentenario de la Independencia Argentina
(Felipe Pigna)
1.Acta de la declaración de la independencia argentina - 9 de julio de 1816
Desde la conformación del primer gobierno patrio sin injerencia de España, se había desatado
una larga guerra independentista, de la cual muy pocos se animaban a vaticinar de forma
explícita cómo terminaría; no sólo por las dificultades económicas a que había que hacer frente y
la tenaz resistencia por parte de los ejércitos realistas; también porque no eran pocas las
diferencias internas respecto a cómo organizar el nuevo país, todavía inexistente. Las rivalidades
se dirimían en golpes de mando, encarcelamientos, campañas militares, etc.
Aun así, sin consensos definidos y con grandes turbulencias, el proceso independentista
avanzaba. En 1815, tras la deposición de Alvear como Director Supremo ocurrida el 15 de abril,
el director interino Ignacio Álvarez Thomas, envió una circular a las provincias invitándolas a
realizar la elección de diputados para un congreso general que se reuniría en Tucumán.
Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y la Banda Oriental decidieron no enviar representantes.
Tampoco asistirían diputados de Paraguay y del Alto Perú, con excepción de Chichas o Potosí,
Charcas (Chuquisaca o La Plata) y Mizque o Cochabamba.
Pronto comenzaron a ser electos en las provincias los diputados que se reunirían en Tucumán
para inaugurar un nuevo congreso constituyente. Entre las instrucciones que las provincias -no
todas- daban a sus diputados, se encontraba la de “declarar la absoluta independencia de España
y de sus reyes”.
El 24 de marzo de 1816 fue finalmente inaugurado el Congreso en Tucumán. El porteño Pedro
Medrano fue su presidente provisional y los diputados presentes juraron defender la religión
católica y la integridad territorial de las Provincias Unidas. Entretanto, el gobierno no podía
resolver los problemas planteados: la propuesta alternativa de Artigas, los planes de San Martín
para reconquistar Chile, los conflictos con Güemes y la invasión portuguesa a la Banda Oriental,
entre otros.
Finalmente, cuando San Martín llamaba a terminar definitivamente con el vínculo colonial, una
comisión de diputados, integrada por Gascón, Sánchez de Bustamante y Serrano, propuso un
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temario de las tareas que debía acometer el Congreso, conocido como “Plan de materias de
primera y preferente atención para las discusiones y deliberaciones del Soberano Congreso”,
que a continuación reproducimos.
El 9 de julio de 1816, el mismo día en que se aprobó el temario, se resolvió considerar como
primer punto el tema de la libertad e independencia de las Provincias Unidas. Los diputados no
tardaron en ponerse de pie y aclamar la Independencia de las Provincias Unidas de la América
del Sud de la dominación de los reyes de España y su metrópoli.
Fuente: El Redactor del Congreso Nacional, Nº 6, pág. 4, 23 de septiembre de 1816, en
Ravignani Emilio, Asambleas Constituyentes Argentinas, Tomo I, Buenos Aires, 1937, págs.
216-217.
En la benemérita y muy digna ciudad de San Miguel de Tucumán a nueve días del mes de julio
de mil ochocientos diez y seis, terminada la sesión ordinaria, el Congreso de la Provincias
Unidas continuó sus anteriores discusiones sobre el grande, augusto, y sagrado objeto de la
independencia de los pueblos que lo forman. Era universal, constante y decidido el clamor del
territorio entero por su emancipación solemne del poder despótico de los reyes de España. Los
representantes, sin embargo, consagraron a tan arduo asunto toda la profundidad de sus talentos,
la rectitud de sus intenciones e interés que demanda la sanción de la suerte suya, la de los
pueblos representados y la de toda la posteridad. A su término fueron preguntados si querían que
las provincias de la Unión fuesen una nación libre e independiente de los reyes de España y su
metrópoli. Aclamaron primero, llenos del santo ardor de la justicia, y uno a uno reiteraron
sucesivamente su unánime voto por la independencia del país, fijando en su virtud la
determinación siguiente:
“Nos los representantes de las Provincias Unidas en Sud América, reunidos en Congreso
General, invocando al Eterno que preside al universo, en el nombre y por la autoridad de los
pueblos que representamos, protestando al cielo, a las naciones y hombres todos del globo la
justicia, que regla nuestros votos, declaramos solemnemente a la faz de la tierra que, es voluntad
unánime e indudable de estas provincias romper los violentos vínculos que las ligaban a los reyes
de España, recuperar los derechos de que fueron despojadas, e investirse del alto carácter de una
nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli. Quedan en
consecuencia de hecho y de derecho con amplio y pleno poder para darse las formas que exija la
justicia, e impere el cúmulo de sus actuales circunstancias. Todas y cada una de ellas así lo
publican, declaran y ratifican, comprometiéndose por nuestro medio al cumplimiento y sostén de
esta su voluntad, bajo el seguro y garantía de sus vidas, haberes y fama. Comuníquese a quienes
corresponda para su publicación, y en obsequio del respeto que se debe a la naciones, detállense
en un manifiesto los gravísimos fundamentos impulsivos de esta solemne declaración.”
”Dada en la sala de sesiones, firmada de nuestra mano, sellada con el sello del congreso y
refrendada por nuestros diputados secretarios. – Francisco Narciso de Laprida, presidente. –
Mariano Boedo, vice-presidente, diputado por Salta. –Dr. Antonio Sáenz, diputado por Buenos
Aires. – Dr. José Darregueyra, diputado por Buenos Aires. – Dr. Fray Cayetano José Rodríguez,
diputado por Buenos Aires. – Dr. Pedro Medrano, diputado por Buenos Aires. – Dr. Manuel
Antonio Acevedo, diputado por Catamarca. – Dr. José Ignacio de Gorriti, diputado por Salta. –
Dr. José Andrés Pacheco Melo, diputado por Chichas. – Dr. Teodoro Sánchez de Bustamante,
diputado por la ciudad y territorio de Jujuy. – Eduardo Pérez Bulnes, diputado por Córdoba. –
Tomás Godoy Cruz, diputado por Mendoza. – Dr. Pedro Miguel Aráoz, diputado por la capital
del Tucumán. – Dr. Esteban Agustín Gazcón, diputado por Buenos Aires. – Pedro Francisco de
Uriarte, diputado por Santiago del Estero. – Pedro León Gallo, diputado por Santiago del Estero.
– Pedro Ignacio Ribera, diputado de Mizque. – Dr. Mariano Sánchez de Loria, diputado por
Charcas. – Dr. José Severo Malabia, diputado por Charcas. – Dr. Pedro Ignacio de Castro Barros,
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diputado por La Rioja. – L. Jerónimo Salguero de Cabrera, diputado por Córdoba. – Dr. José
Colombres, diputado por Catamarca. – Dr. José Ignacio Thames, diputado por Tucumán. – Fr.
Justo Sta. María de Oro, diputado por San Juan. – José Antonio Cabrera, diputado por Córdoba.
– Dr. Juan Agustín Maza, diputado por Mendoza. – Tomás Manuel de Anchorena, diputado de
Buenos Aires. – José Mariano Serrano, diputado por Charcas, Secretario. – Juan José Paso,
diputado por Buenos Aires, Secretario”.
2.Congreso de Tucumán - Diputados, procedencias y profesiones
Desde la conformación del primer gobierno patrio, se había desatado una larga guerra
independentista, de la cual muy pocos se animaban a vaticinar de forma explícita cómo
terminaría; no sólo por las dificultades económicas a que había que hacer frente y la tenaz
resistencia por parte de los ejércitos realistas; también porque no eran pocas las diferencias
internas respecto a cómo organizar el nuevo país, aún en formación. Las rivalidades se dirimían
en golpes de mando, encarcelamientos, campañas militares, etc.
Aun así, sin consensos definidos y con grandes turbulencias, el proceso independentista
avanzaba. En 1815, tras la deposición de Alvear como Director Supremo ocurrida el 15 de
abril, el director interino Ignacio Álvarez Thomas, envió una circular a las provincias
invitándolas a realizar la elección de diputados para un congreso general que se reuniría en
Tucumán.
Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y la Banda Oriental decidieron no enviar representantes.
Tampoco asistirían diputados de Paraguay y del Alto Perú, con excepción de Chichas o Potosí,
Charcas (Chuquisaca o La Plata) y Mizque o Cochabamba.
Pronto comenzaron a ser electos en las provincias los diputados que se reunirían en Tucumán
para inaugurar un nuevo congreso constituyente. Entre las instrucciones que las provincias -no
todas- daban a sus diputados, se encontraba la de “declarar la absoluta independencia de
España y de sus reyes”.
El 24 de marzo de 1816 fue finalmente inaugurado el Congreso en Tucumán. El porteño Pedro
Medrano fue su presidente provisional y los diputados presentes juraron defender la religión
católica y la integridad territorial de las Provincias Unidas. Entretanto, el gobierno no podía
resolver los problemas planteados: la propuesta alternativa de Artigas, los planes de San Martín
para reconquistar Chile, los conflictos con Güemes y la invasión portuguesa a la Banda
Oriental, entre otros.
Finalmente, cuando San Martín llamaba a terminar definitivamente con el vínculo colonial, una
comisión de diputados, integrada por Gascón, Sánchez de Bustamante y Serrano, propuso un
temario de tareas conocido como “Plan de materias de primera y preferente atención para las
discusiones y deliberaciones del Soberano Congreso”.
El 9 de julio de 1816, el mismo día en que se aprobó el temario, se resolvió considerar como
primer punto el tema de la libertad e independencia de las Provincias Unidas. Los diputados no
tardaron en ponerse de pie y aclamar la Independencia de las Provincias Unidas de la América
del Sud de la dominación de los reyes de España y su metrópoli.
Para difundir la noticia de la independencia, el Congreso envió por medio de chasquis, en
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carreta y a caballo, copias del Acta, de la cual se habían impreso 1500 ejemplares en español y
1500, en quechua y aymara. Diez días más tarde, a propuesta de Medrano, se agregó a la
liberación de España la referente a “toda dominación extranjera”, y el 25 se adoptó
oficialmente la bandera celeste y blanca.
Al momento de la declaración de la Independencia, el Congreso contaba con 32 diputados, de
los cuales sólo 29 firmaron el acta. Corro, Molina y Pueyrredón se encontraban ausentes. El
llamado Congreso de Tucumán, que más bien debiera denominarse Congreso General 1816-
1820, sesionó en Tucumán desde el 24 de marzo de 1816 hasta el 4 de febrero de 1817. Ante el
avance realista por el norte, el 23 de septiembre de 1816 se dispuso su traslado a Buenos Aires.
En esa ciudad, el Congreso se reunió nuevamente en sesión preliminar el 19 de abril de 1817.
Su reapertura oficial tuvo lugar el 12 de mayo de 1817 y sesionó hasta el 11 de febrero de 1820,
cuando se interrumpieron sus actividades como consecuencia de la derrota de Rondeau en
Cepeda.
Reproducimos a continuación la lista diputados que ocuparon la presidencia y la
vicepresidencia, cargos rotativos mensuales, así como la lista general de diputados, sus
profesiones y lugares de procedencia. Juan José Paso y José Mariano Serrano fueron los
secretarios permanentes del Congreso, electos en la sesión inaugural del 24 de marzo de 1816.
Los diputados duraban en sus cargos por el plazo de un año mientras que los cargos de
presidente y vicepresidente rotaban mensualmente.
Fuente: Belisario Fernández, Guión de la Independencia, Buenos Aires, Ediciones La Obra,
1966, págs. 41-44.
Lista de presidentes y vicepresidentes del Congreso General 1816-1820 - Congreso de
Tucumán
Año Mes Presidente Vicepresidente
1816 Marzo y abril Pedro Medrano Pedro Ignacio de Rivera
Mayo Pedro Ignacio de Castro
Barros
Esteban Agustín Gascón
Junio Teodoro Sánchez de
Bustamante
Gerónimo Salguero de
Cabrera y Cabrera
Julio Francisco Narciso de
Laprida
Mariano Boedo
Agosto José Ignacio Thames Tomás Godoy Cruz
Septiembre Pedro Buenaventura
Carrasco
Pedro León Gallo
Octubre Felipe Antonio de Iriarte José Severo Feliciano
Malabia
Noviembre Antonio María Norberto
Sáenz
José Andrés Pacheco de
Melo
Diciembre Pedro Miguel Aráoz Juan Agustín de la Maza
1817 Enero Mariano Boedo Manuel Antonio Azevedo
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Mayo Tomás Godoy Cruz Pedro Miguel Aráoz
Junio José María Serrano Manuel Antonio Azevedo
Julio Pedro Ignacio de Rivera Jaime de Zudáñez
Agosto Luis José de Chorroarín Francisco Narciso de
Laprida
Septiembre Manuel Antonio Azevedo Matías Patrón
Octubre Pedro Ignacio de Castro
Barros
Diego Estanislao de Zavaleta
Noviembre Juan Agustín de la Maza Domingo Victorio Acheaga
Diciembre Pedro León Gallo Alejo Villegas
1818 Enero Pedro Buenaventura
Carrasco
Pedro Francisco de Uriarte
Febrero Pedro Buenaventura
Carrasco
Pedro Francisco de Uriarte
Marzo Juan José Paso Domingo Guzmán
Abril José Andrés Pacheco de
Melo
José Ignacio Thames
Mayo Matías Patrón Tomás Godoy Cruz
Junio José Mariano Serrano Gerónimo Salguero de
Cabrera y Cabrera
Julio José Severo Feliciano
Malabia
Juan José Viamonte
Agosto Domingo Guzmán Vicente López y Planes
Septiembre Jaime de Zudáñez Miguel de Azcuénaga
Octubre Gerónimo Salguero de
Cabrera y Cabrera
Pedro Buenaventura
Carrasco
Noviembre Teodoro Sánchez de
Bustamante
José Ignacio Thames
Diciembre Tomás Godoy Cruz Manuel Antonio Azevedo
1819 Marzo José Miguel Díaz Vélez José Severo Feliciano
Malabia
Abril Gregorio Funes José Mariano Serrano
Mayo Luis José de Chorroarín Ángel de Azcuénaga
Junio Antonio María Norberto
Sáenz
Teodoro Sánchez de
Bustamante
Julio José Benito Lascano Marcos Salomé Zorrilla
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Agosto Juan José Viamonte Domingo Guzmán
Septiembre Pedro León Gallo José Miguel Díaz Vélez
Octubre Marcos Salomé Zorrilla Pedro Francisco de Uriarte
Diputados del Congreso General 1816-1820
Diputados Ciudad Fecha de
incorporación*
Acta de
independencia
**
ACHEAGA, Domingo Victorio
(Sacerdote)
Buenos Aires Mayo de 1817
ANCHORENA, Tomás Manuel de
(Abogado)
Buenos Aires F
ARAOZ, Pedro Miguel
(Sacerdote)
Tucumán F
ARTEAGA, José Serapión de Tucumán Junio de 1816
AZCUÉNAGA, Miguel de Buenos Aires Marzo de 1818
AZEVEDO, Manuel Antonio
(Sacerdote)
Catamarca F
BOEDO, Mariano (Abogado) Salta F
CABRERA, José Antonio
(Abogado)
Córdoba F
CARRASCO, Pedro Buenaventura
(Médico)
Cochabamba Agosto de 1816
CASTRO BARROS, Pedro
Ignacio de (Sacerdote)
La Rioja F
COLOMBRES, José Eusebio
(Sacerdote)
Catamarca F
CORRO, Miguel Calixto del
(Sacerdote)
Córdoba A
CHORROARÍN, Luis José de
(Sacerdote)
Buenos Aires Abril de 1817
DARREGUEYRA, José
(Abogado)
Buenos Aires Abril de 1817 F
DÍAZ VÉLEZ, José Miguel Tucumán Diciembre de
1818
FUNES, Gregorio (Sacerdote) Tucumán Diciembre de
1818
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GALLO, Pedro León (Sacerdote) Santiago del Estero F
GASCÓN, Esteban Agustín
(Abogado)
Buenos Aires F
GODOY CRUZ, Tomás (Bachiller
en filosofía)
Mendoza F
GORRITI, José Ignacio de (Doctor
en teología)
Salta F
GUZMÁN, Domingo San Luis Diciembre de
1817
IRIARTE, Felipe Antonio de
(Sacerdote)
La Plata Septiembre de
1816
LAPRIDA, Francisco Narciso de
(Bachiller en leyes)
San Juan F
LASCANO, José Benito
(Sacerdote)
Córdoba Noviembre de
1818
LÓPEZ Y PLANES, Vicente Buenos Aires Abril de 1817
MALABIA, José Severo Feliciano
(Abogado)
Charcas *** F
MAZA, Juan Agustín de la
(Abogado)
Mendoza F
MEDRANO, Pedro (Abogado) Buenos Aires F
MOLINA, José Agustín
(Sacerdote)
Tucumán A
ORO, Justo Santa María de
(Sacerdote)
San Juan F
PACHECO DE MELO, José
Andrés (Sacerdote)
Chichas
PASO, Juan José (Abogado) Buenos Aires Abril de 1817 F
PATRÓN, Matías Buenos Aires Abril de 1817 F
PÉREZ BULNES, Eduardo
(Regidor del Cabildo de Córdoba)
Córdoba F
PUEYRREDÓN, Juan Martín de
(Militar)
San Luis A
RIVERA, Pedro Ignacio de
(Abogado)
Mizque F
RODRÍGUEZ, Cayetano José
(Sacerdote)
Buenos Aires F
SÁENZ, Antonio María Norberto Buenos Aires Abril de 1817 F
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(Sacerdote)
SALGUERO DE CABRERA Y
CABRERA, Gerónimo (Abogado)
Córdoba Noviembre de
1817
F
SÁNCHEZ DE BUSTAMANTE,
Teodoro (Abogado)
Córdoba F
SÁNCHEZ DE LORIA, Mariano
(Sacerdote)
Jujuy F
SERRANO, José Mariano
(Abogado)
Charcas *** F
THAMES, José Ignacio
(Sacerdote)
Tucumán F
URIARTE, Pedro Francisco de
(Sacerdote)
Santiago del Estero F
VIAMONTE, Juan José Buenos Aires Junio de 1818
VILLEGAS, Alejo Córdoba Noviembre de
1817
ZAVALETA, Diego Estanislao de
(Sacerdote)
Buenos Aires Abril de 1817
ZORRILLA, Marcos Salomé Salta Mayo de 1819
ZUDÁÑEZ, Jaime de (Abogado) Charcas *** Abril de 1817
*La fecha aclaratoria consignada en algunos representantes indica que no se incorporaron al
Congreso desde su apertura sino en la fecha indicada.
**También se registra un “F” si firmaron el Acta de la Independencia, con una “A”, si
estuvieron ausentes al momento de la firma o sin ninguna aclaración si se incorporaron con
posterioridad al 9 de julio de 1816.
***La ciudad de Charcas fue distinguida más tarde con el nombre de Chuquisaca. Con
posterioridad se la denominó La Plata y desde 1839 fue rebautizada con el nombre de Sucre, en
homenaje al mariscal Antonio José Sucre.
3.¿Qué pasó el 9 de julio en Tucumán?
El martes 9 de julio de 1816 no llovía como en aquel 25 de mayo de hacía seis años. El día
estaba muy soleado y a eso de las dos de la tarde los diputados del Congreso empezaron a
sesionar. A pedido del diputado por Jujuy, Sánchez de Bustamente, se trató el "proyecto de
deliberación sobre la libertad e independencia del país". Y la verdad es que no hubo discusión.
Todos estuvieron de acuerdo en declarar la independencia. Ese día no hubo fiestas, pero todos se
prepararon para los festejos del día siguiente.
Los actos empezaron a eso de las nueve de la mañana con una misa celebrada por un congresal:
el sacerdote Castro Barros. Asistieron todos los diputados, el gobernador Aráoz y el Director
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Supremo Juan Martín de Pueyrredón.
En la plaza esperaba la gente. Era miércoles pero parecía un domingo. Unos con ponchos y
botas, otros con galeras y chaquetas, escuchaban a los cantores que interpretaban cielitos y
zambas que tenían como tema principal la Independencia, aunque siempre mezclaban en su
repertorio canciones "de amor", que tanto le gustaban a las chicas.
Después de la misa los congresales tenían que seguir trabajando. Quedaban varios asuntos por
resolver. Se hicieron tiempo para mezclarse con la gente y compartir unos ricos pastelitos y
volvieron a sus tareas. Pero tuvieron que seguir sesionando en la casa del gobernador Aráoz,
porque el salón congresal, el de la famosa "casita", estaba siendo preparado y adornado para el
baile de la noche.
En una breve sesión nombraron a Pueyrredón Director Supremo de las Provincias Unidas del Río
de la Plata y designaron a Belgrano General en Jefe del Ejército del Alto Perú, en reemplazo de
Rondeau, muy desprestigiado tras la derrota de Sipe-Sipe.
El Director Supremo partió esa misma tarde para Córdoba, donde lo esperaba el general San
Martín para tratar un tema secreto. Después se supo el contenido de las conversaciones que
duraron dos días: el cruce de los Andes, la Independencia de Chile y el Perú. San Martín lo había
preparado durante años, teniendo muy en cuenta un manuscrito de 47 páginas que había sido
elaborado por el general inglés Thomas Maitland en 1800 que aconsejaba tomar Lima a través de
Chile por vía marítima.
Venga a bailar
La ciudad de Tucumán estaba llena de flores, guirnaldas y banderas. Por la noche se armaron
varias peñas y bailes de festejo. Se había esperado mucho para declarar la Independencia y la
gente quería expresar su alegría.
En la casa histórica el baile se armó en el salón principal. Allí estaba la orquesta y algunos
paisanos guitarreros. Porque se bailaba el minué, pero también la zamba. Entre los que mejor
bailaban, se destacaba el general Belgrano, que no se despegó en toda la noche de la muy bonita
Dolores Helguera, la fututa madre de su hija.
Por allí andaban las chicas más lindas de Tucumán, así que decidieron elegir a la reina de la
fiesta. Como en un concurso de Miss Argentina, se armó un jurado y salió electa Lucía Aráoz a
la que llamaron "la rubia de la Patria". Todos quisieron bailar con la reina, que al final de cuentas
y de tantas discusiones y propuestas monárquicas fracasadas en el congreso, fue la única que
logró, con su belleza, poner de acuerdo a monárquicos y republicanos en proclamar, aunque sea
por una noche, a alguien con título real.
Más bailes
El gobernador Aráoz pensó que ese baile había sido para unos pocos y que no estaba nada mal
armar uno bien grande para todo el pueblo de la ciudad. La fecha fijada fue el 25 de julio.
Primero hubo un desfile militar y varios discursos, entre los que se destacó el de Belgrano, que
conmovió mucho a la concurrencia. Allí, el general exaltó los valores de la libertad, rindió
homenaje a los caídos en la lucha por la independencia y presentó en público su idea de un gran
imperio del Sur, gobernado por un descendiente de los incas.
Luego, lentamente se fue armando el baile.
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4.La declaración de la Independencia, según los escritos de la época
El 9 de julio de 1816 el Congreso General Constituyente reunido en la ciudad de Tucumán
declaró la Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Para recordar este acto
fundacional, hemos seleccionado un artículo aparecido un mes y medio después de la
declaración solemne.
Fuente: El Redactor del Congreso, Nº 6, del 23 de agosto de 1816, pág. 5, reproducido por
Emilio Ravignani en Asambleas Constituyentes Argentinas, Tomo I, Buenos Aires, 1937, págs.
217-218, en Ramallo, Jorge María, La declaración de la independencia, Buenos Aires, sin fecha.
“Pueblos y habitantes todos del sud: A vosotros dirijo la palabra inundado en avenidas del placer
más puro. Llegaron los suspirados instantes de la providencia. Se abrió a la faz del mundo el
gran libro del destino, para que en una de sus páginas leyesen los americanos el soberano decreto
de emancipación de su metrópoli europea en los días de su decrepitud política. No debieron, sin
duda, ser eternas nuestras cadenas, ni inconsolable nuestro llanto. Una mano invisible, que
parecía habernos abandonado muchas veces a los funestos efectos de una suerte versátil e
inconstante, había fijado el momento, que reemplaza con ventajas los muchos en que naufragó
nuestra esperanza, y nos pone en la posesión de un bien que graduábamos distante de nosotros.
No está pues en el orden, que para anunciarlo al mundo, retrogrademos a la consideración de
aquellos trescientos años de vejaciones que inventó el despotismo, acumuló en nuestros países la
ferocidad de nuestros conquistadores y quiso continuar en su modo la prepotencia de los
antiguos mandatarios españoles. Sabido es, y no se oculta a las naciones del orbe, el violento
despojo de los justos e imprescriptibles derechos de esta parte del mundo conocido. Y cuando la
providencia quiso marcar la revolución de la Península con el sello de su inminente disolución y
exterminio, ha permitido también que el orden de los sucesos y el peso de la justicia restablezcan
a la América el pleno goce de una libertad, que era suya por tantos títulos, y de que sólo pudo
despojarla escandalosamente la fuerza al abrigo de una oculta permisión, cuyo sagrado no es
dado al corazón humano violar con cálculos atrevidos. Adorémosla, sin osar investigarla: y
echando un velo sobre nuestros pasados males, sólo demos lugar al gozo de anunciar al mundo
imparcial su terminación feliz, y que el cúmulo de poderosos motivos que nos han conducido al
cabo de esta solemne declaración que hacemos, justificarán nuestra conducta y la eterna
separación a que hemos aspirado de la monarquía española; separación indicada por la misma
naturaleza, sancionada por los más inconcusos derechos, y debida a la inspiración nunca
interrumpida de la América toda. ¡Cuánto debemos apreciar, oh, América, un momento que,
sepultando en el caos del tiempo el transcurso de trescientos años de ominosa esclavitud, nos da
paso franco a los de nuestra suspirada libertad! No inquietaremos las cenizas de nuestros padres
con el ruido de nuestras duras cadenas y los que nos sucedan no nos llenarán de execraciones,
porque no supimos quebrantarlas, continuando su opresión. Bendecirán nuestros esfuerzos y
señalarán el día de su libertad con monumentos indelebles de su eterna gratitud. El día 9 de julio
será, para ellos como para nosotros, tan recomendable, tan glorioso, como el 25 de mayo. En el
momento que aparezca el sol que los preside, le saludaremos sin poder contener la abundancia
del gozo. ¡O diem latum, notandum nobis candisisimo cálculo! Quiera el cielo prosperar nuestra
resolución generosa, y que ella sea el vínculo sagrado que una e identifique nuestros
sentimientos, la benéfica estrella que disipe nuestras desavenencias y el numen tutelar que nos
inspire virtudes, que sea exclusivamente las bases de la santa libertad que hemos jurado.”.
5.Los debates al interior del Congreso de Tucumán - julio de 1816
El 9 de julio de 1816 el Congreso de Tucumán declaró la independencia de las Provincias
Unidas del Río de la Plata. Pero la cuestión de la emancipación no era lo único a debatirse.
Durante las sesiones que se celebraron ese año, se suscitó un intenso debate respecto a la forma
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de gobierno que adoptarían las Provincias Unidas. A continuación transcribimos un fragmento
del libro Historia Argentina, de José María Rosa, en donde el autor rescata esta polémica, y las
diferentes posturas de los protagonistas de aquellas jornadas.
Fuente: José María Rosa, Historia Argentina, Tomo III, “La Independencia (1812 – 1826)”,
Buenos Aires, Editorial Oriente S. A., 1992, pág. 168- 171.
El 26 de mayo el Congreso de Tucumán aprobaba el “plan” o nota de materias que deberían
tratar en sus sesiones, elaborado por Gascón, Bustamante y Serrano. (…) El 3 de julio… (el
Congreso) se dispuso entrar a tratar la independencia… (…)
Solamente los diputados de Tucumán y Jujuy tenían instrucciones de hacerlo. Pero Belgrano
había llegado a Tucumán con la noticia de que Inglaterra se desinteresaba de la causa de
América, y por lo tanto sus consejos no tenían el valor que tuvieron los de Strangford cuando
apoyaba, por lo menos de palabra, a la Revolución del Río de la Plata. San Martín era otro
campeón de la independencia; por esa causa se había separado de Alvear y alejado de la logia.
Güemes también la sostenía. En cuanto a las provincias de la liga de Artigas, entendían –como lo
escribía Artigas a Pueyrredón el 24 de julio- que “hace más de un año enarboló su estandarte
tricolor y juró independencia absoluta y respectiva” (en el Congreso de Oriente, que debió
ocurrir el primer día de sus sesiones el 29 de junio de 1815. Los diputados cedieron a la presión
de Belgrano, San Martín, Güemes y Artigas…
Modificación del acta, y juramento (19 de julio).
" ... Libres de los reyes de España y su metrópoli", podía permitir anexarse como colonia a
Inglaterra como lo quiso Alvear en 1815, o a Portugal como habría de proyectarse en breve.
Medrano pidió sesión secreta el 19 de julio y exigió que en la fórmula del juramento a tomarse al
ejército se agregase “... y de toda otra dominación extranjera", variándose de paso el acta pues
"de este modo se sofocaría el rumor esparcido por ciertos hombres malignos de que el director
del Estado, el general Belgrano y aun algunos individuos del Soberano Congreso alimentaban
ideas de entregar el país a los portugueses". Naturalmente fue acordado, aunque tal vez a
regañadientes.
La cuestión de la forma de gobierno (julio).
El 6 de julio había sido recibido Belgrano, en sesión secreta, para informar del estado de Europa
y las posibilidades de la guerra contra España. Sus palabras precipitaron la declaración de la
independencia.
Dijo: 1) que si la Revolución había merecido en un principio simpatías de las naciones europeas
"por su marcha majestuosa", en el día y debido a "su declinación en el desorden y la anarquía...
sólo podíamos contar con nuestras propias fuerzas"; 2) que las ideas republicanas ya no tenían
predicamento en Europa y ahora "se trataba de monarquizarlo todo", siendo preferida la forma
monárquica-constitucional a la manera inglesa; 3) que la forma de gobierno conveniente al país
era, por eso, la monarquía "temperada" llamando a la dinastía de los Incas "por la justicia que
envuelve la restitución de esta Casa tan inicuamente despojada del trono", el entusiasmo general
se despertaría en los habitantes del interior, y podía "evitarse así una sangrienta revolución en lo
sucesivo"; 4) que España estaba débil por la larga guerra contra Napoleón y "las discordias que
la devoraban', pero con todo "tenía más poder que nosotros y debíamos poner todo conato en
robustecer el ejército"; que Inglaterra no ayudaría a España a subyugarnos, "siempre que de
nuestra parte cesasen los desórdenes"; 5) que la llegada de tropas a Brasil no tenía miras
ofensivas contra nosotros, y sólo "precaver la infección (del artiguismo) en el territorio del
Brasil"; que el carácter del príncipe don Juan era pacífico y "enemigo de conquistas", y estas
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provincias no debían temer movimiento de aquellas fuerzas.
Las palabras de Belgrano encontraron eco cuatro días después en la declaración de la
independencia, ya que debíamos hallarnos "librados a nuestras propias fuerzas". Y en el debate
sobre forma de gobierno que empezaría en la sesión del 12, donde la gran mayoría -y después la
unanimidad menos Godoy Cruz- estaría por la forma monárquica con un descendiente de los
Incas.
El origen de ese debate sobre forma de gobierno, antes de una discusión constitucional, es
notable. El presidente, aprobada en la sesión del 12 el acta de la independencia (que sería
modificada el 19), propuso se estableciese el sello del Congreso; Bustamante observó que
debería esperarse a la forma de gobierno, pues de ella dependerían las armas y timbres que lo
adornarían; Acevedo empezó a tratar el tema inclinándose por "la monarquía temperada en la
dinastía de los Incas" con capital en el Cuzco. Fue apoyado por otros oradores que no nombra el
acta.
El debate seguiría el 15. Oro dijo que sería conveniente consultar antes la voluntad de las
provincias, y si el debate seguía "precediéndose sin aquel requisito a adoptar el sistema
monárquico constitucional a que veía inclinados los votos de los representantes, se le permitiese
retirarse del Congreso".
Fray justo faltó a las siguientes sesiones, comunicando el 20 por boca de Laprida que "el no
asistir a las discusiones acerca de la forma de gobierno era porque las consideraba
extemporáneas y por la necesidad de consultar antes a su Pueblo, pero que lo haría si el Soberano
Congreso se lo ordenase" dándole un documento para satisfacer a San Juan que no le había dado
instrucciones a ese respecto. Aceptado, Oro volvió a las sesiones. No es que fuera republicano,
como ha recogido la leyenda, sino meticuloso de sus poderes. En las sesiones secretas del 4 de
setiembre, donde se votó la forma de gobierno, aprobó la monarquía constitucional - y algo más
también - con el solo agregado de "que esto podrá hacerse cuando el país esté en perfecta
seguridad y tranquilidad".
El 19 siguió el debate: Serrano analizó las ventajas de un gobierno "federal" (por decir
republicano) "que hubiera deseado para estas Provincias", pero ahora "por la necesidad del orden
y la unión, rápida ejecución de las providencias y otras consideraciones" se inclinaba a la
monarquía temperada; Acevedo renovó que se adoptase la monarquía del Inca, adherida por
Pacheco. El 31 Castro se adhirió a la monarquía constitucional con el Inca; lo mismo hicieron
Rivera, Sánchez de Lorca y Pacheco, y considerando este último suficientemente discutida la
materia pidió votación. Acepta Acevedo siempre que se vote el agregado de que el Cuzco sería la
capital del nuevo reino; opónese a esto último Gascón, que quería mantener la capital en Buenos
Aires. No se votó por entender que si había pronunciamiento general en favor de la monarquía
temperada, no era lo mismo en cuanto a la dinastía del Inca y a la capital en el Cuzco. El 5 de
agosto Thames, que preside, se manifiesta en favor del Inca; Godoy Cruz se expresa en favor de
la monarquía pero no acepta al Inca, arrastrando a Castro, que rectifica su voto en favor del Inca
dado anteriormente; Aráoz cree que debe tratarse primeramente la forma de gobierno y después
establecerse la dinastía; Serrano también se pronuncia en contra del Inca y es rebatido por
Sánchez de Lorca y Malabia, sostenedores del monarca indígena. El 6 de agosto, Anchorena
pronunció el único discurso en favor del republicanismo del debate (que rectificaría al votar),
diciendo que la forma monárquica convenía a los países aristocráticos de la zona montañosa de
América, pero no sería aceptada en la llanura, de hábitos más populares. Creía que la sola
manera de conciliar tipos tan opuestos era "la federación de provincias".
¿Quién sería el descendiente del Inca que se proponía para rey de América del Sur? ... En las
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burlas de los periodistas de Buenos Aires, se dijo que al rey patas sucias habría que buscarlo en
alguna pulpería o taberna del altiplano. Pero no era cierto que los partidarios de la coronación de
un Inca no tuvieron en cuenta quién sería el candidato: Tupac-Amaru tenía un hermano, ya casi
octogenario, preso en los calabozos de Cádiz, y parientes en su confinamiento de Tinta. En uno u
otros pensaban los diputados de Tucumán.
Debe comprenderse que por el estado de las ideas en Europa, la forma monárquica parecía ser la
conveniente para conseguir que se reconociese la independencia. Y antes que un príncipe
español, o portugués, o francés, o inglés, era más patriótico coronar uno nativo de América. El
principio de la legitimidad era agitado por la Santa Alianza, ¿y qué monarca más legítimo en
América del Sur que el descendiente de sus antiguos reyes? El proyecto no era tan descaminado,
y debe reconocerse que la capital en el Cuzco como quería el catamarqueño Acevedo significaba
la unidad de América del Sur.
6.La independencia y los festejos de julio de 1816
El 9 de julio de 1816 el Congreso General Constituyente reunido en la ciudad de Tucumán
declaró la Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Pero las luchas
continuarían y pasarían más de ocho años, hasta el triunfo patriota en la batalla de Ayacucho,
el 9 de diciembre de 1824, para que la independencia de América del Sur quedara sellada para
siempre. Sin embargo, los festejos por la emancipación comenzaron al día siguiente de
declararse la independencia. Para recordarlo hemos seleccionado tres fragmentos en torno a
las celebraciones escritos por Gregorio Aráoz de La Madrid,Paul Groussac y el oficial sueco
Jean Adam Graaneer, donde narran los festejos del 10 y del 25 de julio de 1816.
Fuente: Ramallo, Jorge María, La declaración de la independencia, Buenos Aires, sin fecha.
El general La Madrid, que en ese entonces se encontraba en Tucumán formando parte del
Ejército Auxiliar del Perú, a las órdenes del general Belgrano, cuenta en sus Memorias que
“declarada la independencia el 9 de julio, nos propusimos todos los jefes del ejército, incluso el
señor General en jefe, dar un gran baile en celebridad de tan solemne declaratoria; el baile tuvo
lugar con esplendor en el patio de la misma casa del Congreso, que era el más espacioso.
Asistieron a él todas las señoras de lo principal del pueblo y de las muchas familias emigradas
que había de Salta y Jujuy, como de los pueblos que hoy forman la república de Bolivia”1.
Groussac refiriéndose a esta fiesta, dice: “El baile del 10 de julio quedó legendario en Tucumán.
¡Cuántas veces me han referido sus grandezas mis viejos amigos de uno y otro sexo, que habían
sido testigos y actores de la inolvidable función! De tantas referencias sobrepuestas, sólo
conservo en la imaginación un tumulto y revoltijo de luces y armonías, guirnaldas de flores y
emblemas patrióticos, manchas brillantes u vagas visiones de parejas enlazadas, en un alegre
bullicio de voces, risas, jirones de frases perdidas que cubrían la delgada orquesta de fortepiano y
violín. Héroes y heroínas se destacaban del relato según quien fuera el relator. Escuchando a
doña Gertrudis Zavalía, parecía que llenaran el salón el simpático general Belgrano, los
coroneles Álvarez y López, los dos talentosos secretarios del congreso, el decidor Juan José Paso
y el hacedor Serrano… Oyendo a don Arcadio Talavera, aquello resultaba un baile blanco, de
puras niñas “imberbes”, como él decía. Y desfilaban ante mi vista interior, en film algo confuso,
todas las beldades de sesenta años atrás…”2.
También hubo festejos el 25 de julio en las afueras de la ciudad. Jorge María Ramallo cita a un
testigo de las celebraciones, el oficial sueco Jean Adam Graaneer, agente del Príncipe
Bernadotte, que se encontraba en ese momento Tucumán. En su descripción de los sucesos,
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realizada cuatro días después de los festejos, Adam Graaner se refiere así a aquellos sucesos:
“El 25 de julio fue el día fijado para la celebración de la independencia en la provincia de
Tucumán. Un pueblo innumerable concurrió en estos días a las inmensas llanuras de San Miguel.
Más de cinco mil milicianos de la provincia, se presentaron a caballo, armados de lanza, sable y
algunos con fusiles; todos con las armas originarias del país, lazos y boleadoras…
”Las lágrimas de alegría, los transportes de entusiasmo que se advertían por todas partes, dieron
a esta ceremonia un carácter de solemnidad que se intensificó por la feliz idea que tuvieron de
reunir al pueblo sobre el mismo campo de batalla donde cuatro años antes, las tropas del general
español Tristán, fueron derrotadas por los patriotas. Allí juraron ahora, sobre la tumba misma de
sus compañeros de armas, defender con su sangre, con su fortuna y con todo lo que fuera para
ellos más precioso, la independencia de la patria.
”Todo se desarrolló con un orden y una disciplina que no me esperaba. Después que el
gobernador de la provincia dio por terminada la ceremonia, el general Belgrano tomó la palabra
y arengó al pueblo con mucha vehemencia prometiéndole el establecimiento de un gran imperio
en la América meridional, gobernado por los descendientes (que todavía existen en el Cuzco) de
la familia imperial de los Incas.”3
1 Gregorio Aráoz de La Madrid, Memorias, Tomo I, Buenos Aires, 1895, pág. 109.
2 Paul Groussac, El Congreso de Tucumán, en El viaje intelectual. Impresiones de naturaleza y arte. Segunda serie,
Buenos Aires, 1920, págs. 306-307.
3 Jean Adam Graaner, Las provincias del Río de la Plata en 1816 (Informe dirigido al Príncipe Bernadotte).
Traducción y notas de José Luis Busaniche, Buenos Aires, 1949, pág. 65.
7.Las jornadas de la Declaración de Independencia, según Paul Groussac
El 9 de julio de 1816 el Congreso General Constituyente reunido en la ciudad de Tucumán
declaró la Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Pero las luchas
continuaron y debieron transcurrir más de ocho años -hasta el triunfo patriota en la batalla de
Ayacucho, el 9 de diciembre de 1824- para que la independencia de América del Sur quedara
sellada para siempre.
Sin embargo, los festejos por la emancipación comenzaron al día siguiente de declararse la
independencia. Para recordarlos hemos seleccionado un fragmento sobre aquellas jornadas
escrito por Paul Groussac y publicado 1920.
Fuente: Paul Groussac, El viaje intelectual, Buenos Aires, Impresiones de naturaleza y arte,
1920, en José Luis Busaniche, Estampas del pasado, Tomo I, Buenos Aires, Editorial
Hyspamérica, 1986.
El martes 9 de julio, hubo sesión ordinaria, en la que se dio lectura de la nota anterior y se puso
término al largo debate sobre sistema de votación, promovido por el diputado Anchorena. A las 2
de la tarde el acto magno se inició. Era un día “claro y hermoso”, según el extracto de un
manuscrito todavía en poder de la familia Aráoz; un público numeroso, en que por primera vez
se confundían “nobleza y plebe”, llenaba el salón y las galerías adyacentes.
A moción del doctor Sánchez de Bustamante, diputado por Jujuy, se dio prioridad al proyecto de
“deliberación sobre libertad e independencia del país”. No hubo discusión. A la pregunta
formulada en alta voz por el secretario Paso: Si querían que las Provincias de la Unión fuesen
una nación libre e independiente de los reyes de España, los diputados contestaron con una sola
aclamación, que se trasmitió como repercutido trueno al público apiñado desde las galerías y
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patio hasta la calle.
Después, se tomó el voto individual, que resultó unánime, labrándose entre tanto el acta
inmortal, a la que sólo falta la firma del diputado Corro, ausente en comisión. No hubo ese día
otra manifestación pública, dejándose para el siguiente las fiestas anunciadas.
Desde la mañana del 10, reprodujéronse con mayor júbilo y pompa las ceremonias del día de la
instalación. A las 9 de la mañana, los diputados y autoridades, reunidos en la casa congresal, se
dirigieron en cuerpo al templo de San Francisco, encabezando el séquito el Director Supremo,
Pueyrredón, entre el presidente Laprida y el gobernador Aráoz. A lo largo de las tres cuadras que
median hasta la iglesia, formaban doble hilera las tropas de la guarnición. En la plaza mayor,
todavía libre de columnas o pirámides, hormigueaba el pueblo endomingado:
artesanos de chambergo y chaqueta, paisanos de botas y poncho al hombro, cholas
emperifolladas, de vincha encarnada y trenza suelta, luciendo, entre los ojos de azabache y el
bronce de la tez, su deslumbrante dentadura. No se encontraba un solo “decente”, estando todos
sin excepción en el cortejo oficial; pero sí una que otra niña rebozada que, ligera como perdiz y
remolcando a la chinita de la alfombra, se apuraba hacia el convento, enseñando sin querer -o
queriendo- bajo la breve falda de seda, las cintas del zapatito cruzadas sobre el tobillo. En cada
esquina se estacionaban grupos de gauchos a caballo, fumando su cigarro de chala, apoyado
sobre el muslo el cabo del rebenque.
Después de la misa solemne y del sermón, predicado por el doctor Castro Barros, la comitiva
salió en el mismo orden, entre salvas y músicas, dirigiéndose a casa del gobernador Aráoz,
donde se celebró (por estar en poder de los organizadores del baile el salón congresal) una breve
sesión para conferir al Director Supremo el grado de brigadier, y nombrar a Belgrano general en
jefe del Ejército del Perú, en reemplazo de Rondeau, tan desprestigiado después de la derrota de
Sipe-Sipe, como el mismo Belgrano después de Ayohuma. Esa misma tarde, Pueyrredón se
ponía en camino para Córdoba, donde llegó el 15 (habiendo recorrido en menos de cinco días
aquel trayecto de 150 leguas de posta, lo que es, sin duda, un bonito andar); allí, antes de seguir
viaje a Buenos Aires, tuvo con San Martín, que vino expresa y secretamente de Mendoza, la
memorable entrevista de dos días que decidió de la campaña de Chile, y acaso de la
independencia sudamericana.
El baile del 10 de julio, quedó legendario en Tucumán. ¡Cuántas veces me han referido sus
grandezas mis viejos amigos de uno y otro sexo, que habían sido testigos y actores de la
inolvidable función! De tantas referencias sobrepuestas, sólo conservo en la imaginación un
tumulto y revoltijo de luces y armonías, guirnaldas de flores y emblemas patrióticos, manchas
brillantes u oscuras de uniformes y casacas, faldas y faldones en pleno vuelo, vagas visiones de
parejas enlazadas, en un alegre bullicio de voces, risas, jirones de frases perdidas que cubrían la
delgada orquesta de fortepiano y violín. Héroes y heroínas se destacaban del relato según quien
fuera el relator. Escuchando a doña Gertrudis Zavalía, parecía que llenaran el salón el simpático
general Belgrano, los coroneles Álvarez y López, los dos talentosos secretarios del congreso, el
decidor Juan José Paso y el hacedor Serrano... Oyendo a don Arcadio Talavera, aquello resultaba
un baile blanco, de puras niñas imberbes, como él decía. Y desfilaban ante mi vista interior, en
film algo confuso, todas las beldades de sesenta años atrás: Cornelia Muñecas, Teresa Gramajo y
su prima Juana Rosa, que fue “decidida” de San Martín; la seductora y seducida Dolores
Helguera, a cuyos pies rejuveneció el vencedor de Tucumán, hallando a su lado tanto sosiego y
consuelo, como tormento con madame Pichegru…
Pero en un punto concordaban las crónicas sexagenarias, y era en proclamar reina y corona de la
fiesta, a aquella deliciosa Lucía Aráoz, alegre y dorada como un rayo de sol, a quien toda la
población rendía culto, habiéndole adherido la cariñosa divisa de “rubia de la patria”. Para que
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nada le faltara, había de convertirse, poco después, en Iris de paz entre los partidos airados:
Capuletos y Montescos de tierra adentro, que, como dije alguna vez, hicieron poesía sin saberlo,
al lograr que Lucía, venciendo íntimas resistencias, concediera su blanca mano al gobernador
Javier López, hasta entonces enemigo mortal de los Aráoz.
8.Un agente sueco escribe sobre la declaración de la independencia de las
provincias unidas
Desde la conformación del primer gobierno patrio sin injerencia de España, se había desatado
una larga guerra independentista, de la cual muy pocos se animaban a vaticinar cómo terminaría;
no sólo por las dificultades económicas a que había que hacer frente y la tenaz resistencia por
parte de los ejércitos realistas; también porque no eran pocas las diferencias internas respecto a
cómo organizar el nuevo país, todavía inexistente. Las rivalidades se dirimían en golpes de
mando, encarcelamientos, campañas militares, etc.
Aun así, sin consensos definidos y con grandes turbulencias, el proceso independentista
avanzaba. En 1815, tras la deposición de Alvear como Director Supremo ocurrida el 15 de abril,
el director interino Ignacio Álvarez Thomas, envió una circular a las provincias invitándolas a
realizar la elección de diputados para un congreso general que se reuniría en Tucumán.
Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y la Banda Oriental decidieron no enviar representantes.
Tampoco asistirían diputados de Paraguay y del Alto Perú, con excepción de Chichas o Potosí,
Charcas (Chuquisaca o La Plata) y Mizque o Cochabamba.
Pronto comenzaron a ser electos en las provincias los diputados que se reunirían en Tucumán
para inaugurar un nuevo congreso constituyente. Entre las instrucciones que las provincias -no
todas- daban a sus diputados, se encontraba la de “declarar la absoluta independencia de España
y de sus reyes”.
El 24 de marzo de 1816 fue finalmente inaugurado el Congreso en Tucumán. El porteño Pedro
Medrano fue su presidente provisional y los diputados presentes juraron defender la religión
católica y la integridad territorial de las Provincias Unidas. Entretanto, el gobierno no podía
resolver los problemas planteados: la propuesta alternativa de Artigas, los planes de San Martín
para reconquistar Chile, los conflictos con Güemes y la invasión portuguesa a la Banda Oriental,
entre otros.
Finalmente, cuando San Martín llamaba a terminar definitivamente con el vínculo colonial, una
comisión de diputados, integrada por Gascón, Sánchez de Bustamante y Serrano, propuso un
temario de tareas conocido como “Plan de materias de primera y preferente atención para las
discusiones y deliberaciones del Soberano Congreso”.
El 9 de julio de 1816, el mismo día en que se aprobó el temario, se resolvió considerar como
primer punto el tema de la libertad e independencia de las Provincias Unidas. Los diputados no
tardaron en ponerse de pie y aclamar la Independencia de las Provincias Unidas de la América
del Sud de la dominación de los reyes de España y su metrópoli.Diez días más tarde, a propuesta
del diputado por Buenos Aires Pedro Medrano, se agregó a la liberación de España la referente a
“toda dominación extranjera”, y el 25 se adoptó oficialmente la bandera celeste y blanca.
A continuación transcribimos el testimonio de Jean Adam Graaner, un agente sueco que escribió
a su país sobre este trascendental acontecimiento. En los fragmentos seleccionados, Graaner da
cuenta del riesgo que corrían los patriotas al declarar la independencia, ya que “quienes
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prestaban juramento a la patria, contaban con una muerte segura, si el país volvía a caer bajo la
dominación española”, y expresa: “Están dispuestos a vencer o morir”.
Fuente: Jean Adam Graaner (Agente sueco), Las provincias del Río de la Plata en 1816
(Informe dirigido al príncipe Bernadotte). Traducción y notas de José Luis Busaniche, Buenos
Aires, Librería y Editorial El Ateneo, 1949, págs. 18-19, 59-66 y 85-109.
La América Meridional, al parecer, quiere por fin salir de su prolongado letargo, y animada por
el ejemplo brillante de los florecientes Estados del Norte, hace esfuerzos por sustraerse a la tutela
europea, que la ha sostenido en su infancia pero que le resulta una traba en su adolescencia.
Salida apenas de las tinieblas del despotismo civil y espiritual, e ignorando todavía la justa
aplicación de sus fuerzas propias, es menester perdonarla si cae de error en error hasta que,
finalmente, una experiencia duramente adquirida, le muestre el camino de sus intereses
verdaderos.
Riquezas inagotables, clima saludable y suave, fertilidad sin igual, ríos inmensos o navegables
hasta 400, 500 ó 600 leguas hacia el interior (o que en todo caso pueden hacerse aptos para la
navegación), mares tranquilos y sin escollos, puertos seguros y de fácil acceso, navegación
abierta por igual a las Indias Orientales, a Europa y al África, sin contar las islas, tan fértiles
como apreciadas, del Pacífico, que no esperan para civilizarse sino relaciones sostenidas de
comercio con el continente de la hasta ayer América española: tales son las grandes ventajas de
estos países sobre los de la parte norte del continente, con los cuales la Naturaleza se ha
mostrado menos pródiga, pero a los que ha dotado de habitantes industriosos y emprendedores.
Sin embargo, es incontestable que la indolencia de los habitantes de esta provincias del sur, se
origina menos en su falta de inteligencia que en su antiguo gobierno y en su sistema funesto de
monopolio unido al despotismo de los sacerdotes, que, mediante supersticiones casi increíbles en
Europa, han tratado y tratan todavía de sofocar o retardar todos los esfuerzos del entendimiento
humano. (…)
Comenzó sus trabajos el congreso con mucho celo, pero dentro de una gran confusión. Con todo,
poco a poco los congresistas fueron desarrollando sus ideas. En los discursos alternaban los
nombres de Solón, Licurgo, la República de Platón, etc. El Contrato Social, el Espíritu de las
Leyes, la constitución inglesa y otras obras de ese género, fueron consultadas y estudiadas,
citadas y documentadas con gran entusiasmo por los doctores en leyes, en tanto que los
sacerdotes condenaban a los filósofos antiguos como a ciegos paganos y a los escritores
modernos como a herejes apóstatas impíos. Es verosímil que los eclesiásticos –muy
preponderantes en las primeras sesiones- tuvieran como plan el establecimiento de un gobierno
rigurosamente jerárquico, tomando como buen pretexto, que el célebre régimen teocrático de los
jesuitas del Paraguay, formado en parte sobre el modelo de los incas, era el más benéfico entre
todos los conocidos hasta entonces, pero parecieron olvidar que una hermosa constitución
supone costumbres puras e inocentes, igualdad absoluta de fortunas y de condición, renuncia
voluntaria a toda ambición de títulos y preferencias exteriores, respeto absoluto por los jefes y
por las leyes establecidas, en una palabra, un número infinito de cualidades y virtudes, de que no
solamente los criollos están desprovistos sino quizá todo hombre educado en las delicias y los
vicios de la sociedad civilizada 1.
Por fin, el congreso nombró una comisión, compuesta de tres de sus miembros, encargada de
presentar un plan para ajustar a él sus trabajos.
Este proyecto fue presentado a la Asamblea Nacional y obtuvo inmediata sanción. (…)
Para las materias de menor importancia o tocantes a casos particulares, la Asamblea debía
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nombrar una comisión especial.
Después se procedió a nombrar un jefe del poder ejecutivo, porque el Director Álvarez había
sido nombrado con carácter provisorio. El coronel Pueyrredón, diputado por San Luis, obtuvo
todos los sufragios y se instaló como Director Supremo del Estado. Es el primer director elegido
por los representantes de la Nación. Le fueron acordados plenos poderes para dirigir las
operaciones militares, para tratar con las cortes extranjeras y velar por la seguridad interior y
exterior del estado, y en general para ejecutar las resoluciones del congreso.
Como dicho jefe es en la actualidad el primer ciudadano del nuevo estado y en verdad uno de sus
hombres más ilustrados, no creo fuera de propósito dar algunas ideas sobre su persona
y carácter.
El señor Juan Martín de Pueyrredón es hijo de francés y su padre era nativo del Bearn. Murió el
padre en Buenos Aires, donde dejó una familia particularmente estimada. Su viuda volvió a
Francia, adonde fue con este hijo menor, quien pasó allí algunos años. Tiene ahora (Pueyrredón)
unos cuarenta años, más o menos, su físico es interesante y sabe combinar admirablemente bien
su seriedad española con la urbanidad francesa.
Más político que soldado, trata de ganarse la voluntad de todos los partidos y de unir las
facciones opuestas por medios pacíficos, y en esto ha obtenido un resultado superior a cuanto
podía esperarse. Ha sabido hasta reprimir el espíritu de aristocracia de diferentes jefes de la
fuerza armada, sin que ellos lo hayan advertido y con esto se ha ganado la confianza de todos sus
conciudadanos. Sin compartir ni aprobar las supersticiones y los prejuicios de sus compatriotas,
hace como que se presta a ellos y al mismo tiempo trata de anularlos.
Ha sido miembro del gobierno de Buenos Aires y a consecuencia de la revolución contra Alvear
se le desterró al distrito de San Luis, encantados por la afabilidad de sus maneras y por su
patriotismo, le eligieron, aunque era extraño a la provincia, por su representante al congreso de
Tucumán.
A fines del mes de junio del año pasado, entró (el congreso) a deliberar sobre la declaración de
independencia de las Provincias Unidas y animados por la instigación del nuevo director –que
parecía conducir secretamente la marcha del Congreso-, sus miembros publicaron por acta
solemne, el 9 de julio, la resolución adoptada de declarar y constituir la nación libre e
independiente de España, del Rey Fernando, de sus sucesores, y de toda potencia extranjera.
Esta declaración fue recibida con el mayor entusiasmo y solamente después de tal
acontecimiento ha podido advertirse actividad en las diferentes ramas de la administración de los
negocios públicos con la esperanza de ver algún día estas provincias organizadas en cuerpo de
nación. Y la razón es muy natural. Los hombres que fluctuaban hasta entonces entre los intereses
de la metrópoli y los de la patria, sin osar declararse abiertamente, ni por una ni por otra, se
encontraron ahora obligados a decidirse, y de haberse negado a prestar el juramento de
independencia, hubieran perdido sus empleos y sus fortunas y habrían sido desterrados.
Al mismo tiempo, quienes prestaban juramento a la patria, contaban con una muerte segura, si el
país volvía a caer bajo la dominación española. En esta situación desesperada, y no obstante la
dolorosa experiencia que se tenía de la inflexible justicia vengativa de los españoles de América,
han preferido exponerse a un peligro eventual, antes que sacrificar sus propios intereses, su
fortuna o sus empleos. Por eso están dispuestos a vencer o morir.
El 25 de julio fue el día fijado para la celebración de la independencia en la provincia de
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Tucumán.
Un pueblo innumerable concurrió en estos días a las inmensas llanuras de San Miguel. Más de
cinco mil milicianos de la provincia se presentaron a caballo, armados de lanza, sable y algunos
con fusiles; todos con las armas originarias del país, lazos y boleadoras. La descripción de estas
últimas me obligaría a ser demasiado minucioso, pero tengo ejemplares en mi poder.
Las lágrimas de alegría, los transportes de entusiasmo que se advertían por todas partes, dieron a
esta ceremonia un carácter de solemnidad que se intensificó por la idea feliz que tuvieron de
reunir al pueblo sobre el mismo campo de batalla donde dos años antes, las tropas del general
español Tristán, fueron derrotadas por los patriotas 2. Allí juraron ahora, sobre la tumba misma
de sus compañeros de armas, defender con su sangre, con su fortuna y con todo lo que fuera para
ellos más precioso, la independencia de la patria.
Todo se desarrolló con un orden y una disciplina que no me esperaba. Después que el
gobernador de la provincia dio por terminada la ceremonia, el general Belgrano tomó la palabra
y arengó al pueblo con mucha vehemencia prometiéndole el establecimiento de un gran imperio
en la América meridional, gobernado por los descendientes (que todavía existen en el Cuzco), de
la familia imperial de los Incas.
Las únicas potencias extranjeras con que estas provincias han mantenido algunas
comunicaciones públicas o secretas desde que se hizo la revolución, han sido España, Brasil,
Inglaterra y los Estados Unidos de la América del Norte.
Sin entrar a examinar los derechos en que estas provincias puedan fundar su separación de la
metrópoli, hay que decir que se han conducido de manera muy inconsecuente para con su
antiguo soberano y no con la franqueza y buena fe que, si bien quizás, no debe esperarse de la
política de cortes y gabinetes, tenemos derecho a esperar, sin duda, de un pueblo entero que
expresa su voluntad y designios por el órgano de sus representantes.
En la época en que España estaba ocupada por los franceses, no cesaron de expresarse votos
ardientes de la más absoluta obediencia hacia el soberano, el infortunado Rey Fernando, y se
declaró que solamente por la escasa confianza que inspiraba el consejo de regencia de Cádiz –tan
mal defensor de los derechos del monarca- no se prestaba obediencia a ese consejo, sospechado
de estar en connivencia con los enemigos del Estado. Pero cuando, más tarde, el gobierno
español recobró su forma anterior y el rey reasumió sus derechos, continuaron desobedeciendo
sin alegar ninguna razón y sin atreverse a declarar abiertamente los motivos y la finalidad de la
insurrección.
Así y todo, cuando se considera el despotismo cruel con que los agentes principales del Rey de
España trataron a estas provincias desde el primer momento de la revolución, y la dureza
inexorable con que rechazaron toda propuesta de reconciliación que no tuviera por base la
sumisión absoluta y a discreción, nos sentimos inclinados a creer que el temor, o más bien la
desesperación extrema, es lo que ha forzado a estas provincias a abrazar un plan de
independencia que, probablemente, no hubieran concebido jamás en el comienzo de la
revolución. Más aun, me atrevo a presumir que si la corte de Madrid hubiera querido acceder a
tratar con sus súbditos, o por lo menos a escuchar moderadamente los propósitos de sus
negociadores que se limitaron a pedir derechos de representación y de comercio, iguales o casi
iguales a los derechos de los españoles europeos, se hubiera ahorrado mucha sangre y estas
provincias devastadas que hoy muestran las huellas de las calamidades por la guerra civil,
hubieran hoy, como consecuencia del comercio libre y bien fomentado, contribuido a la
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opulencia de la metrópoli y a su propio enriquecimiento.
Ahora ya es demasiado tarde y la suerte de estos países parece decidida, aun en el caso de que
los españoles pudieran conquistar algunas ciudades o provincias. Sus habitantes han sufrido
demasiado, se han sacrificado por demás durante estos últimos diez años, para detenerse ahora
en su carrera. Han visto claro, en lo que respecta a los derechos imprescriptibles del ciudadano, y
aman a su patria, hasta por los sacrificios que a ella les ha costado. En fin, el cetro de hierro que
domina a España, la suerte deplorable de Cartagena, los patíbulos de Chile, el exterminio de los
habitantes de La Paz, etc., han llevado el terror a todos los espíritus y reunido a todas las
facciones; de ahí que en todas partes se han empeñado en prestar juramento de fidelidad a la
patria, comprometiéndose solemnemente por Dios y la Santa Cruz a sostener su independencia, a
costa “de la vida, haberes y fama”. (…)
Al volver a mi patria, he sabido que el antiguo Virreinato de Chile, ha sido, por fin, liberado de
la opresión tiránica de los españoles por el bravo general San Martín con la ayuda de los
habitantes del país. De tal manera, esta gran obra ha sido, por fin, consumada y, loado sea Dios,
la suerte de América ya no ofrece dudas.
Referencias:
1 Suposiciones sin fundamento. Nadie pensaría en régimen de los jesuitas y huelgan las reflexiones consiguientes.
(N. del T.)
2 Debió decir “cuatro años antes”. (N. del T.)
9.El Congreso de Tucumán, según Bartolomé Mitre
Desde la conformación del primer gobierno patrio, sin injerencia de España, se había desatado
una larga guerra independentista, de la cual muy pocos se animaban a vaticinar de forma
explícita cómo terminaría; no sólo por las dificultades económicas a que había que hacer frente
y la tenaz resistencia por parte de los ejércitos realistas; también porque no eran pocas las
diferencias internas respecto a cómo organizar el nuevo país, todavía inexistente. Las
rivalidades se dirimían en golpes de mando, encarcelamientos, campañas militares, etc.
Aun así, sin consensos definidos y con grandes turbulencias, el proceso independentista
avanzaba. En 1815, tras la deposición de Alvear como Director Supremo ocurrida el 15 de abril
de 1815, el director interino Ignacio Álvarez Thomas, envió una circular a las provincias
invitándolas a realizar la elección de diputados para un congreso general que se reuniría en
Tucumán.
Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes y la Banda Oriental decidieron no enviar representantes.
Tampoco asistirían diputados de Paraguay y del Alto Perú, con excepción de Chichas o Potosí,
Charcas (Chuquisaca o La Plata) y Mizque o Cochabamba.
Pronto comenzaron a ser electos en las provincias los diputados que se reunirían en Tucumán
para inaugurar un nuevo congreso constituyente. Entre las instrucciones que las provincias -no
todas- daban a sus diputados, se encontraba la de “declarar la absoluta independencia de
España y de sus reyes”.
El 24 de marzo de 1816 fue finalmente inaugurado el Congreso en Tucumán. El porteño Pedro
Medrano fue su presidente provisional y los diputados presentes juraron defender la religión
católica y la integridad territorial de las Provincias Unidas. Entretanto, el gobierno no podía
resolver los problemas planteados: la propuesta alternativa de Artigas, los planes de San Martín
para reconquistar Chile, los conflictos con Güemes y la invasión portuguesa a la Banda
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Oriental, entre otros.
Finalmente, cuando San Martín llamaba a terminar definitivamente con el vínculo colonial, una
comisión de diputados, integrada por Gascón, Sánchez de Bustamante y Serrano, propuso un
temario de tareas conocido como “Plan de materias de primera y preferente atención para las
discusiones y deliberaciones del Soberano Congreso”.
El 9 de julio de 1816, el mismo día en que se aprobó el temario, se resolvió considerar como
primer punto el tema de la libertad e independencia de las Provincias Unidas. Los diputados no
tardaron en ponerse de pie y aclamar la Independencia de las Provincias Unidas de la América
del Sud de la dominación de los reyes de España y su metrópoli. Diez días más tarde, a
propuesta de Medrano, se agregó a la liberación de España la referente a “toda dominación
extranjera”, y el 25 se adoptó oficialmente la bandera celeste y blanca.
A continuación transcribimos las palabras de Bartolomé Mitre sobre aquel Congreso “que supo
elevarse a la altura de la situación, dando nueva vida a la revolución y nuevo ser a la
República, por un acto vigoroso, que hará eterno honor a su memoria mientras el nombre
argentino no desaparezca de la tierra”.
Fuente: Bartolomé Mitre, Historia de Belgrano y de la Independencia argentina; en Belisario
Fernández, Guión de la independencia, Buenos Aires, Ediciones La Obra, 1966, págs. 109-110.
El Congreso de Tucumán, a cuyo lado iba a ponerse Belgrano, era la última esperanza de la
revolución: el único poder revestido de alguna autoridad moral, que representase hasta cierto
punto la unidad nacional; una parte de las provincias se había sustraído a la obediencia del
gobierno central, y éste, asediado por las agitaciones de la capital, y por las atenciones de la
guerra civil, apenas dominaba a Buenos Aires. En tal estado estas cosas, la reunión de un
congreso era la última áncora echada en medio de la tempestad.
Aquel Congreso, que debe su celebridad a la circunstancia de haber firmado la declaratoria de la
independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata, representa uno de los más raros
fenómenos de la historia argentina. Producto del cansancio de los pueblos; elegido en medio de
la indiferencia pública; federal por su composición y tendencias y unitario por la fuerza de las
cosas; revolucionario por su origen y reaccionario en sus ideas; dominando moralmente una
situación, sin ser obedecido por los pueblos que representaba; creando y ejerciendo directamente
el poder ejecutivo, sin haber dictado una sola ley positiva en el curso de su existencia;
proclamando la monarquía cuando fundaba la república; trabajando interiormente por las
divisiones locales, siendo el único vínculo de la unidad nacional; combatido por la anarquía,
marchando al acaso, cediendo a veces a las exigencias descentralizadoras de las provincias, y
constituyendo instintivamente un poderoso centralismo, este célebre Congreso salvó sin embargo
la revolución, y tuvo la gloria de poner el sello a la independencia de la patria. La Asamblea de
1813 había constituido esencialmente esa independencia en una serie de leyes inmortales, y el
Congreso de Tucumán al declararla solemnemente, no hizo sino proclamar un hecho consumado,
y dictar la única ley que en aquella circunstancia podía ser obedecida por los pueblos.
Arreglado este punto capital, el Congreso formuló a la manera de tesis o problemas por resolver,
el programa de sus trabajos legislativos, convocando a todos los ciudadanos a una especie de
certamen político. Este programa comprendía el deslinde de las facultades del Congreso; la
discusión sobre la declaración solemne de la independencia política de las Provincias Unidas; los
pactos generales de las provincias y pueblos de la Unión como preliminares de la Constitución;
la adopción de la más conveniente forma de gobierno; la Constitución adaptable a esta forma; el
plan de arbitrios permanentes para sostener la lucha; el arreglo del sistema militar y de la marina;
la reforma económica y administrativa; la creación de nuevos establecimientos útiles; el arreglo
de la justicia; la demarcación del territorio; el repartimiento de las tierras baldías, y la revisión
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general de todo lo estatuido por la anterior Asamblea o por el Poder Ejecutivo, ya fuese en forma
de leyes o de reglamentos.
En medio de tantas facultades, el Congreso supo elevarse a la altura de la situación, dando nueva
vida a la revolución y nuevo ser a la República, por un acto vigoroso, que hará eterno honor a su
memoria mientras el nombre argentino no desaparezca de la tierra; el acto que aconsejaba la
misma prudencia, porque era lo único que el Congreso podía mandar, por ser lo único que los
pueblos estaban dispuestos a obedecer. Tal fue la declaratoria de la independencia.
El Congreso de Tucumán, penetrado de las ideas antes indicadas, dio oídos al clamor universal
de los pueblos, que pedían la emancipación de la España, y de acuerdo con sus dos ilustres
sostenedores, San Martín y Belgrano, decidióse al fin a proclamar a la faz del mundo, la
existencia de una nueva nación. Reunido en su sala de sesiones el día 9 de julio de 1816, se puso
a discusión la cuestión de la Independencia del país, señalada en el programa de sus trabajos. Un
pueblo numeroso llenaba la barra. Don Narciso Laprida presidía la sesión. Formulada por el
secretario la proposición que debía votarse, interrogó a los diputados: “¿Si querían que las
provincias de la Unión fuesen una nación libre e independiente de los reyes de España”. Todos a
la vez, y poniéndose espontáneamente de pie contestaron por aclamación que sí, “llenos del
santo amor de la justicia”, según las palabras del acta, y uno a uno sucesivamente reiteraron su
voto por la independencia del país, en medio de los aplausos y de los vítores del pueblo, que
presenciaba aquel acto memorable. Extendióse en seguida el acta, en la que, “invocando al
eterno que preside el universo, en nombre y por la autoridad de los pueblos que representaba”, el
Congreso declaró solemnemente: “que era voluntad unánime de las Provincias Unidas de Sud
América romper los violentos vínculos que las ligaban a los reyes de España, recuperar sus
derechos, investirse del alto carácter de nación libre e independiente, quedando de hecho y de
derecho con amplio y pleno poder para darse las formas que exigiere la justicia”.
El 21 de julio se juró solemnemente la independencia en la sala de sesiones del Congreso con
asistencia de todas las autoridades civiles y militares de Tucumán, protestando todos ante Dios y
la Patria, “promover y defender la libertad de las Provincias Unidas, y su independencia del rey
de España, sus sucesores y metrópoli, y de toda otra dominación extranjera”, prometiendo
sostener este juramento, “hasta con la vida, haberes y fama”.
Bartolomé Mitre
Fuente: www.elhistoriador.com.ar
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