Biblioteca Nacional del Ecuador "Eugenio Espejo"
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A LA MEMORIADEL
Sr. D. Belisario Peña
Septiembre1 7 de 1907i
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Euge serve bone et fidélis. H e aquí el siervo bueno y fiel.
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k i s t e y funesta condición la del hombre sobre la tie
rra ! Nace como la flor del campo que á la tarde está marchita; huye y se desvanece cual la sombra, y cual tenue vapor de mañana estiva aparecey luego se disipa....... Y sin embargo,cuando la muerte lanza su certera flecha y mortalmente hiere á una persona amada, la admiración se junta al dolor y la sorpresa á la amargura: parécenos que los seres queridos no deben morir jamás y que el soplo de su preciosa existencia siempre debe confundirse con el nuestro......... ¡Dicho-
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en nuestramente la antorcha bendita de la fe y si no es la Religión en nuestras almas montón de escombros y ruinas! Dichosos si aquel por quien lloramos, al sernos violentamente arrebatado, nos ha legado cual preciosa herencia el suave aroma de sus virtudes cristianas! E l bálsamo del consuelo restaña entonces las heridas del corazón llagado, y el alma casi exánime recobra nueva vida con los benéficos efluvios de imperecedera esperanza. La. tumba entonces no es recinto obscuro y tenebroso, ni el sepulcro mudo depósito de frígidas cenizas: la tumba, á pesar de la muerte, se ilumina con los resplandores de la glo- * ria, y el sepulcro es lecho venerando en que temporalmente duerme, con latente vida, el cuerpo santificado del justo ! ' ;' Compadezco al orador sagrado que se ve forzado á entreteger el elogio fúnebre de quien no fue en vida modelo de virtudes. ¡ Qué oscura y fría es la tumba que no encierra un cuerpo acostumbrado á sentir las santas emociones de la fe y los dulces latidos de la caridad! Jamás, Sres., tomaría sobre mis hombros tan difícil tarea: temería
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profanar el sagrado recinto en que personalmente habita la misma Santidad, y mancillar con no merecidos elogios esta augusta y severa cátedra de verdad.
Pero, loado sea el cielo, no pasa lo propio en esta solemne circunstancia. Vosotros y yo liemos venido en este día á rodear el altar sagrado y á elevar al cielo, empapada en llanto, una humilde plegaria por el eterno descanso del alma del que fue Sr. D. Belísarío Peña. Sí, humilde plegaria y ardiente ruego, porque el Dios de santidad hasta en los ángeles encuentra manchas. ...... . Ya la Víctima Inmaculada se inmoló una vez más en el ara santa, y su preciosa sangre, purificando las plantas del viajero del polvo del camino, le habrá abierto de par en par las puertas de la Patria. Hemos cumplido un deber de cristiana amistad y hemos ofrecido un tributo de afectuosa gratitud;> Pero yo no he subido á este lugar sa
grado para llorar la irreparable perdida de incomparable amigo, ni para elevar al cielo mis humildes manos c implorar luz perpetua y descanso eterno para el alma del difunto amado: he subido para mostraros ante su abierta
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tumba las virtudes que en vida le adornaban, sus cristianos ejemplos, su fe viva é inquebrantable, su caridad ardiente: virtudes y ejemplos con que aun ahora con muda pero elocuente palabra, desde el fondo de su sepulcro, nos estimula al bien y a la práctica de la virtud: defunctus adliuc loquitur. (Hebr. X I , 4). Oigamos con respeto sus palabras y esforcémonos en seguir la vía trazada con sus virtudes y santa vida.
Fue el Sr. D. Belísario Peña uno de aquellos hombres extraordinarios que sólo de tiempo en tiempo aparecen en el mundo tan rico en presuntuosas medianías. La naturaleza habíale dotado con espléndida profusión, y la gracia, desde muy temprano, había perfeccionado la obra de la naturaleza. Esta le había enriquecido con mirada intelectual viva y penetrante, y con un corazón en extremo sensible y generoso: su entendimiento descubría sin fatiga la verdad sin sombras, y su corazón, cual sonora y bien templada lira, vibraba siempre al impulso del bien y
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de la virtud. La Fe, este reflejo creado de la increada Luz, anegó su entendimiento con sus divinos fulgores, y la Caridad, este amor sublime de Dios v del hombre por Dios, caldeó su corazón con su bendito fuego y despertó en él con sus ardores santos afectos y ansias infinitas.
No os admiréis, Señores, de que para celebrar los méritos del Sr* Peña escoja tan sólo estas dos virtudes: todas le cautivaron con su hermosura; pero la fe y la caridad fueron el incesante anhelo de su alma y constituyen el carácter distintivo de su espiritual fisonomía.
El hombre no está en este mundo como en lugar de su descanso: es peregrino que lejos de la Patria encamina hacia ella sus vacilantes pasos. Y en este arduo y escabroso sendero que le conduce al cielo, está rodeado por todas partes de densas tinieblas y temerosas oscuridades: á cada paso se tienden á su virtud arteros lazos, y el vicio con vértigo fascinador atráele sin cesar á sus voraces abismos. Dios, empero, ha venido en auxilio de su combatida criatura: no sólo ha encendido en su mente esta chispa de luz divina que se llama razón humana, ha depositado tam-
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bien en sus manos una antorcha refulgente que disipe las tinieblas, descubra los lazos, muestre los abismos y guíe sus pasos: esta antorcha luminosa es laFe.- :• '
Ahora bien; el Sr♦ Peña puede llamarse en verdad hombre de fe : nacido de padres eminentemente católicos y si distinguidos por terrena nobleza más aun por sus cristianas virtudes, recibió en el bautismo esta antorcha divina que, con el crecer délos años, lejos de disminuir sus fulgores fue aumentándolos más y más, hasta que, al término de la jornada, mezcló su luz crepuscular con los primeros destellos de la aurora de eterno día. Justorum semita quasi lux splendens procedit et creseit usque ad perpetuum diem. (Prov. I V , 18). Tan pronto como la razón despidió sus primeros rayos y pudo apreciar el;inestimable don que el cielo le otorgara, consagróle todos sus cuidados, hizo de la fe la norma de sus actos y se apropió la inspirada frase del Salmista: « Lucerna pedibus meis verbumtuum et lumen semitis meis». Tu palabra, Señor, es la antorcha de mis pasos y la luz que ilumina mis caminos.
¿¿Queréis avalorar los quilates de esta preciosa virtud en el Sr« Peña? Leed
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sus poesías. Centellea en ellas la inspiración y palpita el genio; pero la Fe es la chispa que prende luz en aquel vasto entendimiento, la Fe el sacro fuego que abrasa aquel grande corazón, la Fe quien presta sus alas á aquella creadora fantasía, la Fe quien en deslumbradoras expresiones de oro y filigrana engasta el sublime pensamiento. Las producciones del Sr. Peña joyas son de elevada poesía, pero ante todo son grandiosos monumentos de viva v ardiente fe: su musa no sólo es casta, es sobre todo religiosa. Parece que aquella noble alma no sintió los atractivos de los seductores bienes terrenos y que sólo suspiró por los eterL nos y celestiales. Su lira fecunda y armoniosa casi exclusivamente celebró en dulcísimos cantares cuanto encierra la Fe de grande y majestuoso, de consolador y tierno, de sublime y divino: la infinita majestad del Creador, las bellezas de las criaturas, muerto reflejo de la Divina Belleza, la misericordia de la Redención, las dulzuras del perdón, el cielo sin nubes de la inocencia, la beldad y pureza de María, la gloria de los santos, el esplendor del Pontificado, todo, todo lia sido cantado por el Sr* Peña con tan melodiosos
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acentos que la posteridad le discernirá, sim duda alguna, el glorioso título de inspirado Cantor de la Fe Católica en el sicjlo X IX .
Esta fe robusta, que se desborda en copiosos raudales de luz en todas sus poesías, era.á la vez la inspiradora de todas sus acciones, el sosten de sus fatigas, la preferida ocupación de toda su vida. Desde muy joven so prendó de las hermosuras de la Religión y les consagró un profundo y continuo estudio. Con penetrante mirada descubrió que en el cristiano debe hermanarse la luz de la razón con los destellos de la Fe, y que si luz á luz no puede ser contraria, tampoco pueden luchar las conquistas del entendimiento humano con las enseñanzas de la Fe divina. Bus- có, pues, con incesante afán esta seductora alianza; meditó las severas verdades de la úna y las comparó con las ciertas doctrinas del otro; sondeó los misteriosos secretos de la Teología y los profundos árcanos de la naturaleza; llamó en su ayuda á los grandes astros de la Fe católica, se embebió en sus luminosos escritos, y como justa recompensa de su intachable vida y como feliz corona de sus infatigables estudios, concedióle el Señor una fe
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tan segura ó inconmovible, que en sus últimos años, solía repetir que parecíale un imposible perder la fe, y que en su defensa derramaría con júbilo hasta la última gota de su sangre.* La Fe, á manera de fecunda savia, animaba su vid¡a entera. Mostrábase el Sr* Peña santamente orgulloso de sus creencias católicas tanto en el silencioso y apartado recinto del templo, cuanto en medio de los más solemnes ejercicios de la vida pública. Tremolaba ufano y entusiasta el estandarte glorioso de la Fe no solamente en aquellas reuniones venerandas de creyentes que tienen por fin propio la confesión de la fe, y el fomento de la piedad, como en el memorable Congreso Eucarístico reunido en nuestra patria, ! sino también en aquéllas cuya meta es el ¡bien público y la prosperidad temporal, como cuando en el ilustre Senado de Colombia desempeñó con universal aplauso el honroso y delicado cargo de Presidente.
Pero, sobre todo, en el templo, augusta casa del Dios vivo, al pie del tabernáculo, prisión misteriosa del Dios de amor, es donde se manifestaba su viva y ardiente fe. ¿Lo recordáis? A l caer de la tarde de su vida,
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cuando su corazón purificado por el crisol de la tribulación no aspiraba sino ambientes celestiales, y su alma, endiosada por la caridad, no estaba encadenada á la cárcel del cuerpo que por el frágil lazo de cansada vida, no encontraba sus delicias sino en el templo. Magnífico espectáculo á los ángeles y á los hombres era el que presentaba aquel venerable anciano, más encorbado por los padecimientos que por los años, postrado ante el ara santa, inclinada con profunda reverencia aquella cabeza, ceñida por la auréola de nevados cabellos, y fuente abundantísima de luminosos pensamientos y altísimas ideas, entornados modestamente aquellos ojos que relampagueaban con la luz del genio, entrelazados humildemente sus brazos, inmóvil y sumergido todo en profunda adoración. ¡Ah, Señores! aquella postura tan humilde, aquella actitud tan reverente, aquel arrobamiento admirable, hablaban elocuentemente y manifestaban á las claras que su alma estaba poseida de la presencia de la Divinidad. Os confieso ingenuamente, ante cuadro tan sublime, sentía que me hallaba en presencia de un justo, columbraba menos rastreramente la infinita majestad
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de Dios, y cubríaseme de rubor el semblante, porque siendo sacerdote no atesoraba fe tan viva ni devoción tan ferviente. Oid como su cristiana lira canta la augusta majestad del templo:
Aquí la irresistible reverencia Que la cerviz nos postra, y hacia el suelo Los ojos nos inclina, la presencia Anuncia del Señor de tierra y cielo...i Ah verdad de la fe ! ___ íque al ara santa,Ante el Dios vivo por amor velado,Ose mover sacrilega la plantaY repita, si puede, el ciego ateo,Con frente erguida y pecho sosegado,Su blasfemo n o c r e o !i Oh verdad de la f e ! tú que iluminas La sombra que me envuelve; rayo amigo Del celífero faro
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Que, rompiendo tormentas y la oscura Tiniebla de ignorancia, me encaminas Con tu luz fija al implorado abrigo De ese á mi corazón tan dulce y caro Puerto donde mi dicha está segura,Mi mente aclara tú ; gobierna, inspira, Fecundiza mi idea;Y así el cantar de mi cristiana lira Más que don á la fama, á tí lo sea!
En una palabra, se ha cumplido en el Sr♦ Peña la inspirada frase de la Escritura que asegura que la vida del justo es la fe: Justus meus ex fide vi- vit. (Hebr. X , 38). El Sr* Peña fue hombre de fe : su noble inteligencia
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cual fecundo campo sembrado por el Agricultor Divino« produjo el ciento por uno de obras de fe ; y t podemos señalarle con el dedo á las generaciones venideras como el siervo bueno y fiel que lia negociado con el tesoro que del cielo recibiera y se lia presentado al supremo Juez agobiado con los preciosos manípulos de sus creyentes obras. JSufje serve bone etfidelis.
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La Religión Católica no se lia contentado con ennoblecer el entendimiento humano descubriéndole con la Ee nuevos y dilatados horizontes, lia tomado también en sus manos el corazón, lo ha purificado de la terrena escoria, ha despertado en él nobles y divinos sentimientos y le ha hecho palpitar por un ideal capaz de satisfacer sus ansias infinitas. Por la Ee, aunque á travez de« tupido velo, fija el cristiano su mirada en la Increada Esencia, por la Caridad se une amorosamente á ella: la Ee le descubre el Bien sumo en la celeste gloria, la Caridad le presta alas poderosas con que
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hasta ella se remonte, la Caridad une en estrecho abrazo la criatura y la Felicidad Suprema, la Caridad celebra entre Dios y el hombre aquel inefable himeneo que durará por toda la eternidad.
Si el Sr* Peña sintió agitarse en su mente la llama del genio, sintió asimismo bullir en su corazón las ansias de lo divino y aquella sublime nostalgia del cielo, patrimonio de almas grandes y cristianás. Amamantado con el néctar purísimo de la virtud, el vicio no ejerció jamás en el sus fascinadores atractivos: criado para el cielo, tuvo en poco y miró con desprecio los seductores bienes de este mundo; acosado sin cesar por inefables anhelos, desde muy temprano censar gró á Dios la ternura de su alma y sólo por él palpitó su sensible corazón; Especialmente en los últimos años de su vida, cuando estaba ya maduro para el cielo, pasábamos largas horas vaciando mutuamente el uno en el otro nuestras almas: que esta cristiana amistad fundada en Dios y cuyo término era Dios; alimentábase también de Dios. Hablábamos de la Hermosura infinita, de sus incomprensibles atributos, de su amor para con
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el hombre; pero el Sr* Peña hacíalo con sentimiento tan profundo, con piedad tan tierna, con amor tan abrasado, que sus visitas < eran para mí escuela de perfección, y sus palabras dardos encendidos que prendían en mi alma el amor divino. Muy frecuentemente, después de mirar con cariñosa mirada la imagen del Corazón Santísimo de Jesús, que siempre tenía delante, preguntábame con sencillez infantil: «¿qué haremos para amar mucho á Nuestro Señor Jesucristo?»
Todavía se estremecen mis entrañas cuando recuerdo sus palabras en una de las gravísimas enfermedades con que Dios le visitó. Habían anunciado ya los médicos que si el corazón j seguía tan deprimido, le quedaban muy pocas horas de vida. Vuelto en sí un momento del letargo en que yacía, me llamó, y cuando estuve junto al lecho, se quejó amargamente de que no le sugiriese con más frecuencia actos de amor de Dios. Y como le respondiese que en su estado de debilidad contentábase el Señor con que padeciese por su amor y de vez en cuando le ofreciese la entrega total de sí misino á su Divina Voluntad, estrechando al pecho, con indecible
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afecto, el crucifijo, exclamó: «Jesús mío, yo te amo con toda ¡el alma: ¡cuán feliz sería si muriese de amor por tí !»..••'. Y yo tengo para mí que este amoroso contacto de la Fuente de la vida con aquel ya moribundo corazón prendió nuevamente en él la casi extinguida llama de la existencia.
Sus devociones predilectas eran polla Sagrada Eucaristía, Sacramento de amor, y por el Corazón de Jesús, trono de amor del Dios humanado. Cual ciervo sediento y fatigado que suspira por las frescas aguas, corría al. banquete eucarístico, y se disponía á él con encendidos afectos y ardientes anhelos y vehementísimos deseos.
Jesús, mi Dios, mi gloria, decía, Bien sumo, solo Bien,Ya hubiste en mí victoria,Dueño de mi alma ven.
De sed con ansia viva,De hambre con ardor Devórame, y reciba De tí más sed de amor.
• •- wi t -:•„ - v* . I ;' V- ' » "Y en efecto, el Dios sacramentado
comunicaba á su alma un fuego de amor tan ardiente que su cuerpo desmayaba y desfallecía, y en una ocasión, hasta perdió el conocimiento,
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siendo necesario atenderle prolijamente para que volviera en sí. » .^Gozábase grandemente en asistirá
la { primera; comunión/ de los niños. Regocijábase al fijar sus miradas en aquellos ’ semblantes que respiraban candor de inocencia y fervor do caridad, admiraba su recogimiento y modestia, acompañábales á la sagrada mesa, y; mezclaba sus ardientes afee.- tos con los no menos abrasados de aquellos ángeles divinizados. ¿Quien no siente agolparse las lágrimas á los ojos cuando recuerda las ansias con que llamaba á su pecho al Dios sacramentado, - en el dichoso día do su primera comunión ? ni <'
* «O Ven Hostia divina, Ven Hostia de amor, Ven haz en mi pecho Perpetua mansión!
¿Quién no deplora aquella felicidad perdida, cuando, tabernáculo viviente de la Hostia santa, no cesaba de exclamar:
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Pues la expresión magnífica de aquellas ansias y el canto alegre de aquella dicha eran el brote espontáneo de un alma que ardía en el fuego del amor divino, del alma del Sr* Peña.
Y siendo esto así ¿quién se admirará de que en sus poesías se encuentren los vuelos extáticos de Santa Teresa ó los amorosos deliquios de San Juan de la Cruz?. . . . Permite, amigo, que declare en este día, una de tus íntimas confidencias. Preparábase el inundo entero á la inauguración del siglo X X : había brotado espontáneamente en los católicos la hermosa idea de consagrar el nuevo siglo á Jesús Redentor. ¿Cómo hubiera permanecido insensible el Sr* Peña ante esta entusiasta manifestación de amor? Quiso también él colocar una de las preciosas joyas de su armoniosa lira en la corona de su adorado Redentor. Y ¿ cuál podía ser el tema de su canto sino el escondido y maravilloso amor de Jesús en la adorable Eucaristía? Publicó, pues, siete hermosísimos sonetos con esta amorosa dedicatoria: « A Jesucristo — Rey de los siglos y Dios-Hombre sacramentado — En testimonio público de
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fe — Y como acto de humildísima adoración y amor — A l comenzar el siglo X X » . Pero, con su acostumbrada modestia, quiso antes leérmelos para que le dijese si había en sus expresiones algo menos conforme con el rigor teológico. La emoción de su alma, que con la lectura había ido paulatinamente creciendo, llegó á lo sumo cuando sus labios pronunciaron el título del sétimo «Muerte de amor». Encen- diósele el semblante, la voz se volvió temblorosa, y un raudal de lágrimas rodó por sus mejillas; y así, con voz entrecortada por los sollozos, leyó los iiltimos tercetos:
Ah ! si huracán de amor me arrebatara Hacia tu corazón, cómo, en querellas Perdón y paz contigo negociara!
Dime ¿para qué son esas centellasQué están en tí vibrando?___ Amor dispara!Quiero morir la muerte que dan ellas.
Conmovido hasta lo indecible le manifesté que estos afectos no eran indignos de Santa Teresa, y me contestó : « le confieso ingenuamente: este soneto he compuesto llorando.»
El Cristianismo, señores, es la Religión verdadera porque ha establecido por el amor las verdaderas relacio-
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nes entre el Criador y la criatura; pero preséntase también con el sello de obra divina, porque ha ennoblecido, purificado, y divinizado el amor del hombre hacia sus semejantes. El cristiano mira en los demás hombres no sólo á sus hermanos sino que ve brillar en ellos la imagen augusta de la Divinidad y cree hacer obra meritoria de Religión amándolos como á sí mismo. Si el distintivo del Sr* Peña ha sido la práctica fiel de los preceptos y doctrinas de la Religión Católica, no es de maravillarse de que los haya amado con aquel entrañable y desinteresado afecto que es propio de la caridad cristiana. Su mano generosa siempre estuvo extendida para ofrecer al indigente el necesario socorro; pero su alma exquisitamente delicada escondía la mano bienhechora para que de la limosna quedase el bien que alivia y desapareciese la vergüenza que sonroja. Agotaba los recursos de su fecunda é ingeniosa caridad para consolar al afligido y para enjugar las lágrimas del desgraciado. A semejanza del Divino Maestro, amaba con preferencia á los niños y no escatimaba consejos y cuantiosos auxilios para que recibiesen cristiana educación. Suspi-
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raba ardientemente por la propagación del reino de Cristo en las almas: esforzábase, pues, en atraer al recto sendero de la ? virtud _■ al extraviado y á disipar las tinieblas del incrédulo: y el Señor infundía tal fuego á sus palabras y tanta eficacia á sus exhortaciones que, merced á sus desvelos, quien había nacido lejos del gremio bendito de la Iglesia tenía la dicha de espirar dulcemente en su amoroso regazo. Desgarró alguna vez su pecho el emponzoñado dardo de la calumnia ó la herida acerba de gratuita injuria; pero sus labios no profirieron más que palabras de perdón y su oración voló con más fervor al cielo por la conversión de sus enemigos. En una palabra, á imitación del Apóstol,se hizo todo para todos á fin de ganar á todos para Jesucristo.
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Estos ligeros rasgos de la fisonomía espiritual del Sr* Peña quedarían incompletos si al terminar no agregara algo siquiera acerca de su entrañable y ferviente devoción á la Santísima
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Virgen. María fue para el Sr* Peña el exquisito aroma que perfumó su existencia toda entera, María el ideal más acariciado de su mente creadora, María el nombre más pronunciado de sus elocuentes labios, María el tema favorito de sus inspirados cantos.lío se contentaba con amarla solo v«en silencio; quería que este bendito fuego prendiese en todos los corazones.; Tradujo con este objeto el áureo libro del Vble. Grignion de Montfort «L a verdadera devoción á María», y lo propagó con profusión. Puso en práctica el bellísimo obsequio sugerido por el siervo dé Dios de depositar todas las buenas obras en las inmaculadas manos de María para que esta benignísima Señora disponga de ellas según su amoroso beneplácito, y lo cumplió con religiosa fidelidad Uas ta en el día mismo de su muerte.
En sus composiciones poéticas, cuyo mayor número está destinado á celebrar las inefables grandezas de la Reina de los cielos, siéntese latir su tierno corazón á impulsos de voraz fuego qué se desborda en abrasadas estrofas de amor y ternura á la que es trasunto de Inmortal Belleza. Pero en el Canto á la Inmaculada Con-
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cepcióu de María que, según seos del poeta, debía ser el último gemido de su tierna lira y la última piedra miliaria de su cristiana y poética carrera; en'aquel sublime canto en que con maravillosa maestría sintetiza y compendia los altísimos privilegios de la augusta Madre de Dios ; en aquel grito entusiasta de un corazón siempre joven, en aquellas dulcísimas notas de un laúd no envejecido por los años, parece que cual cisne moribundo busca sus más arrebatadoras melodías para entonar su canto postrimero, y cual caminante á punto de abandonar el bordón de peregrino ensaya en el destierro los extáticos cantares de la celeste Patria. No puedo resistir al vehemente deseo de citar sus últimas estrofas: serán i ellas el mejor encomio y el más elocuente panegírico de su ferviente devoción á María Santísima. Hablando con esta celestial Señora, exclama:
Mi madre: i Oh dicha suma!... Cuando rielan Tus miradas en mi alma, y me regalas, Hiérvenme esos afectos que no vuelan De tosco verso en las rastreras alas;
G-uíelos el Amor y que El rija Mi nave al puerto de eternal bonanza,
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-? i Oh Estrella de mi norte, en quien se fija, Aguja tembladora, mi esperanza!
Ya el mundo se me enturbia: lumbre flaca Da á mis ojos el sol que reverbera,Y entre la niebla que me envuelve opaca,La eternidad, llamándome, no espera.
1 Voy y a !.... Mas el laúd ronco, insonoro, Solaz de mi destierro y dulce amigo,A cobrar melodía y cuerdas de oro,Estrecho al corazón, irá conmigo.
Irá á la Patria, do se limpie el llanto Que le empaña el marfil.... Ya raya el día! . . . . í Sea el asunto de su eterno canto Tu Inmaculada Concepción María!
Canta ya en los cielos esta alma venturosa los loores de María Inmaculada, mientras sus restos mortales duermen, en la tumba, apacible y momentáneo sueño, esperando el dichoso instante de proseguir también, con terrenos pero inmortales labios, el magnífico é imperecedero canto de los espíritus; sí, descansan aquellos restos venerandos con el plácido y envidiable sueño de los justos; pero en cumplimiento de mandato expreso, descansan oprimiendo al pecho el Crucifico y el canto á la Concepción Inmaculada de M aría: este fervoroso devoto de Nuestra Señora quiso que la última expresión de su alma ardien-
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to fuese su pasaporte para la eternidad y el billete de ingreso á la celeste gloria.
Señores; cuando tras larga y dolo- rosa ausencia, regresa el desterrado al dulce suelo de la amada Patria, busca con mirada ansiosa las codiciadas playas, y cuando, aunque confusamente, las ye delinearse en lontananza, y las mira acercarse poco á poco, y descubre íinalmente en ellas a seres queridos que le tienden cariñosos: brazos, da poru bien gastadas las amarguras de penoso viaje y veso forzado á contener con ambas manos el corazón que parece pugna por salir* del pecho á impulsos de insólita alegría. Bogamos todavía, señores, por un mar erizado de escollos, agitado de tormentas, hinchado por furiosas tempestades. El puerto, empero, no debe de estar lejano. 4 X 0 veis como en las benditas playas de la eternidad beata, agitan ya sus manos y nos hacen señales de proseguir sin temor por el arduo camino de la virtud los que con gloria en él nos precedieron?..... Eija, pues, la mirada en i el deseado
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puerto, sigamos sus pisadas, y no tardará en sonar el momento venturoso en que, amainadas las velas y anclado el bajel, volemos á sus brazos y unidos á ellos en estrecho é indisoluble abrazo, oigamos también nosotros aquellas dulcísimas palabras que, como piadosamente podemos esperar de sus virtudes cristianas, y en especial de su fe viva é inquebrantable, de su caridad ardiente, y de su amor sin límites á la incomparable Madre de Dios, dirigió el Padre de familias al Sr. D. Belisarío Peña, á su ingreso en la eternidad: He aquí el siervo bueno y fiel: entra en el gozo de tu ¡Señor. Elige serve bone et jidelis: in- tra in gaudium Domini tui. Así sea.
A. M. D. Mq. G.
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