Clinicando con el cuerpo: aberturas en la Casa dos Cata-Ventos1
Ângela Lângaro Becker
Inspirada en el trabajo de Françoise Dolto de la Casa Verde, en París, con un
espacio de acogida para niños y niñas pequeños, a través del juego libre, la Casa
dos Cata-Ventos nació en 2011 dentro de una de las tantas comunidades violentas
de nuestro país: la Vila São Pedro o Vila do Cachorro Sentado. Este barrio se sitúa
entre dos grandes arterias de la capital, cuya vecindad más cercana es, de un lado,
el Hospital Psiquiátrico São Pedro, el manicomio más tradicional de la ciudad; y de
otro, un shopping lleno de locales de ropa de marca y un hipermercado. La
propuesta de un espacio para jugar y conversar, apuntando a la ampliación de lo
Simbólico en este mundo infantil extremadamente invadido por lo Real, fue trayendo,
de a poco, la necesidad de crear nuevos dispositivos clínicos. Junto con los
pequeños, vinieron los mayores, hermanos adolescentes que rápidamente son
colocados en la función de adultos, teniendo que dar cuenta de la casa, de los
hermanos y de la violencia de las relaciones en el mundo del barrio. Más allá de eso,
los niños y niñas que frecuentaban la Casa fueron creciendo y volviéndose púberes,
pasando a tener demandas diferentes de los pequeños. Para esos
púberes y adolescentes, la desorientación típica de un momento de pasaje, en que
las referencias que sostienen la condición infantil se rompen y en su lugar surge un
enorme vacío de sentido, es vivida de un modo aún más radical en estas
comunidades, al margen del lazo de ciudadanía. Rápidamente el púber es lanzado
al mundo adulto, ya que “está grande para cuidarse solo” y debe responsabilizarse
por los hermanos menores, cuidar de la casa y además ir al colegio. Para muchas
familias, la presencia de los hijos en la escuela es importante porque trae la
posibilidad de una asignación familiar, otorgada por el gobierno, muchas veces único
medio para sostener la casa. La idea de aprender a leer y escribir muchas veces
parece no tener sentido, ya que muchos padres apenas saben escribir su nombre y
trabajan en el reciclado de basura, en limpieza doméstica o incluso en el tráfico de
drogas. Estudiar para tener una profesión parece ser un sueño imposible que
ciertamente no resuelve los problemas del sustento inmediato, ya que “no trae
comida a la casa”. La pubertad es descripta por Freud como un pasaje entre el
apego a la imagen infantil de un cuerpo no sexuado y el surgimiento de un cuerpo
sexuado, que lleva al niño a renunciar a la fantasía de dominar el goce parental. Es
común para los niños y niñas del barrio ser expuestos a la imagen de un cuerpo
sexuado. Esta vivencia atropella el mundo infantil con fantasías sexuales y no
permite el tiempo de comprender que la adolescencia intenta elaborar. Esta renuncia
al goce parental por parte del adolescente, puede ser descripta como el segundo
tiempo de separación. Pero justamente lo que se ve en estos púberes y
adolescentes es ¿cómo lograr separarse si el lazo simbólico con los padres de la
infancia es extremadamente precario y lo que garantiza alguna filiación es el enlace
entre los cuerpos, en el mismo barrio, en la misma casa…y más aún, en la misma
cama? Clinicar con el cuerpo es una expresión que puede representar las
singularidades de una clínica donde el lugar de la palabra no está suficientemente
1 Cata-ventos: veletas
constituído. Si el psicoanálisis es una “talking cure”, una apuesta en la palabra,
¿cómo hacer para que se pueda ampliar el registro Simbólico, donde la presencia
del cuerpo y del acto es insistente y directa? Hacer clínica donde lo Real traspasa el
desafío de crear espacios ENTRE. Espacios de pasaje, para posibilitar al cuerpo una
nueva subjetivación, una inclusión en la relación del deseo al Otro Social. Espacios
ENTRE corresponde al jugar, a lo transicional, a la posibilidad de construcciones
ficcionales. En la intención de ayudar a los niños a construir lo ficcional, expandir
el imaginario de juego, creamos el dispositivo de “Narración de Historias”. A través
de éste, se despertó la curiosidad sobre los libros, tanto que los propios niños
bautizaron el día de “Livração” (“Libro-acción”). Pero a los adolescentes resultó
difícil alcanzarlos, ya que no estaban acostumbrados a que alguien se ocupara de
ellos, a no ser cuando eran niños. Esta posición subjetiva como los “sin lugar”, es
vivida así literalmente por ellos, ya que los niños quieren todo el espacio para sí e
insisten en la invasión de la Casa, aún en el día reservado para los adolescentes.
Nuestro recibimiento es algo nuevo a ser vivido por muchos de ellos y no
comprendido por las madres que los quieren en casa cuidando a los hermanos
menores. Percibimos que para construir pasajes, antes de otra cosa, era
necesario hacer cortes en las continuidades, demarcar lugares diferentes. Surgió la
idea de crear un ritual de pasaje para que se pudiera diferenciar dónde estaba lo
infantil y dónde estaba el “casi” adulto. Se crearon “diplomas” para aquellos que
cumplieran 12 años y que a partir de allí pudieran frecuentar el “Grupo de
adolescentes”. La intención del diploma era darles una buena noticia, una especie
de promoción. ¿Pero qué lugar era este que estábamos anunciando y por qué no
poder frecuentar los dos lugares? La pregunta viene de la dificultad con la pérdida,
con la separación. Lo excesivo viene de la extrema alienación. La demanda que se
desencadena cuando se ofrece una disponibilidad, es de una exigencia absoluta, a
punto de que nada pueda ser dejado a un lado. Este es el ejercicio que caracteriza
nuestra clínica cada día en esta comunidad. Cualquier propuesta que anuncia una
separación, coloca en escena una pérdida, vivencia que cualquier mirada de afuera
concordaría en que “ellos ya tienen demasiada pérdida”. Pero es justamente en este
punto que la escucha analítica se diferencia de modo radical de cualquier intención
educativa o asistencial. La pérdida esencial de la que sufren los excluídos es
subjetiva; aunque esté en el cuerpo, es un cuerpo expuesto a desaparecer, como
diría Didi–Huberman. ¿Cómo “esperar ver un ser humano?”2 Humanizar es “hacer
justicia a la palabra”, “poder hablar a partir de lo imposible”, poder percibir una señal
de humanidad, aún en una situación de desaparición. Clinicar con el cuerpo es
trabajar de cerca con lo pulsional, lo que incluye la VOZ y la MIRADA en un proceso
de reconocer allí un sujeto. Es conllevar el peligro de su desaparición. La dificultad
de esta clínica es que en la transferencia es preciso resistir. El dolor escuchado es
tan real que coloca a quien escucha delante de una falta que no puede dejar de ser
sentida. Eso pone a prueba el lugar del clínico en su trabajo en preservar el enigma,
el espacio ENTRE, el tiempo necesario para que surja lo ficcional. Nada fácil es no
poder contar con el setting de un consultorio, escenario que preserva la diferencia de
2 Didi-Huberman, Georges. Peuples exposés, peuples figurants.L’oeil de l’histoire, 4 Les Editions de Minuit,2 0 1
2
lugares entre analista y analizante. Para clinicar con el cuerpo, se vuelven
necesarios muchos espacios de habla y de escritura para elaborar y sostener la
función clínica de resistir al goce de sucumbir a la desaparición, en la invitación a
una alienación que vacía al deseo. En seguida necesitamos luchar contra el
desánimo, lo que viene más de la tendencia a caer en la complicidad del dolor y
perder la percepción de los vestigios de vida, de que de no tener una remuneración
justa del trabajo. Identificación a la sumisión y a la pasividad que caracterizan estos
pedazos de ciudad en que la pulsión de muerte es la verdadera dictadora. Esperar
ver y reconocer un ser humano es estar muy atento a lo que hace vivir la cultura de
aquella comunidad, lo que los sostiene en el deseo de vivir. Por eso mismo es
preciso ir despojado de valores salvadores, ya que desconocemos su lengua y el
fantasma fundamental que hace lazo entre ellos y que circula en su discurso social.
Es una cuestión de apostar en lo invisible, en el deseo que aún no se mostró, en la
ficción que, aunque extraña a nuestra lengua, hace florecer algo en el barrio, a
través de sus niños y adolescentes. Ojos y oídos clínicos de los “cataventeiros”,
se preparan para lo invisible y lo indecible, desde la entrada al barrio, durante la
caminata por las callejuelas, en la travesía de la curva donde el guarda avisa que
estamos pasando, hasta la llegada a las rejas de la Casa, donde los niños ya están
colgados. Vemos los jóvenes con los cabellos coloridos bebiendo, fumando, yendo
de un lado a otro, especialmente los sábados, día de disfrutar de la música, baile,
fiesta funk. El barrio parece vivir lo intenso de cada extremo: de la violencia entre los
cuerpos en la batalla entre las bandas del tráfico, al encuentro erotizado de la
música funk. Los bailes funks son lugares en los que los adolescentes comienzan a
frecuentar desde muy temprano. La frecuencia de personas de afuera es muy
pequeña, casi todos se conocen, lo que no impide la violencia, pues la bebida y las
drogas llevan nuevamente a las intensidades: al acoso, a las peleas. Chicas que
cargan a sus madres borrachas para la casa, testimonian la violencia entre los
parientes y fácilmente son víctimas de acoso sexual de figuras masculinas, aún de la
familia. El funk es fascinación general: los niños saben las letras, las cantan alto,
junto con las madres, con las tías, imitan los gestos sexualizados de los bailes.
Bailan todos juntos en la fiesta. En lo cotidiano se hacen bullying unos a otros,
llamándose por sobrenombres degradantes hasta irse a los golpes y puntapiés.
Legendre3 nos dice que a toda danza le cabe hacer vibrar el lazo simbólico de
la cultura de donde ella proviene. Le corresponde a ella hacer vencer a la inhibición,
subvertir, hacer abertura en relación al sujeto de donde ella surge. La danza hace
tomar cuerpo a lo que en cada lengua es imprevisible e indecible. He aquí lo que
hace vivir al sujeto de esta comunidad: la ficción de un cuerpo danzante, el
escenario de un encuentro. Desde la composición del modelo de ropa, a la elección
de la música, a la letra cantada en voz alta, a la coreografía bailada en conjunto.
De esta manera, la estrategia clínica para los adolescentes fue apostar a las
artes escénicas, y todo lo que a partir de allí se puede crear. Entonces, clinicar con
el cuerpo, nos hace apostar en incluir en el equipo “cataventeiro”, a estudiantes de
Arte Dramática. “Grupo de Adolescentes” es lo que dice el banner colgado en el
3 LEGENDRE, Pierre. “La Passion d’être um autre: étude pour la danse”. Éditions du Seuil, Paris, 1978.
frente de la Casa, en el único turno en que está abierta solamente a los
adolescentes. Lo más difícil es impedir que los niños registren el lugar de los
mayores, ya que insisten en saltar las rejas e invadirles el espacio. Ese cuerpo a
cuerpo en un ejercicio de que la palabra haga su efecto y el significante adolescente
pueda ganar algún espacio y algún respeto por la comunidad del barrio, nos toma
constantemente en el trabajo clínico. El esperado “taller de artes escénicas” se
transforma en actividades de creación, que aparecen de forma fragmentada en
intereses individuales: por el maquillaje o por el dibujo, por la música o también por
la ayuda con la lectura y escritura. La dificultad en proponer algo común es que en el
encuentro con el semejante, la amenaza del espejo aparece de forma violenta.
Exponerse a otro detona críticas destructivas, sobrenombres maliciosos, donde las
peleas entre las familias salen a la superficie. La gran tarea clínica es constituir y
sostener ese lugar de tercero, que posibilita el interés en la tarea y el difícil
intercambio entre ellos. Sin alteridad, no es posible la separación tan necesaria a
ese pasaje adolescente. Como nos dijo una chica de 13 años: “No veo la hora de ir a
trabajar y dejar a la familia que se quede sin nada”. Es necesario ser mirado y
hablado por otro para poder atravesar el fantasma de la infancia. Es necesario salir
de casa, pero en este contexto, salir de la casa es salir del barrio. Es hacer la
travesía de la avenida que separa el barrio del resto de la ciudad. La primera
experiencia fue llevarlos al teatro. Varios se interesaron, pero en pequeños grupos,
de hermanos o pocos amigos. Para ir y venir, combinaciones difíciles. Como niños,
el querer no alcanza con las consecuencias de los compromisos: levantarse, salir de
la cama, estar en el lugar pautado…muchas dificultades!. La clínica apuesta a hacer
valer la palabra, sostener las combinaciones, soportar las pérdidas. El pasaje
fue inventado, “a pesar de todo”. Ventanas por donde una parte de humanidad se
hace percibir, interrumpiendo el proceso destructivo y creando resistencia como
potencia de sobrevida. Aberturas para conocer el arte de construir nuevos
escenarios de vida, ensayar nuevos personajes, darse a ver y a oir a un Otro, poder
producir un velo y resignificar el Real que en la infancia dejó marcas en el cuerpo. Es
eso lo que entendemos como apostar en una “parte de humanidad”, en cada uno de
esos nuevos adultos. Ese es nuestro clinicar con el cuerpo que, como invención
poética quiere romper y hacer pasaje en la trama de la desesperanza.
Exercer la clinique avec le corps : ouvertures à la Casa dos Cata-Ventos
Angela Lângaro Becker
S’inspirant du travail de Françoise Dolto à la Maison Verte de Paris, la Casa dos
Cata-Ventos [Maison des Moulins à Vent] est un espace libre de jeu qui accueille les
jeunes enfants. Elle est née en 2011 au sein de l’une des communautés les plus
violentes de notre pays, la Vila São Pedro ou Vila do Cachorro Sentado. Ce petit
bidonville est situé entre deux grandes rues de Porto Alegre (Brésil), avec pour
principaux voisins l’hôpital psychiatrique São Pedro, le plus traditionnel de la ville et,
de l’autre côté, un centre commercial rempli de boutiques de vêtements de marques
et d’un hypermarché. La proposition d’un espace pour jouer et parler afin d’élargir le
Symbolique dans ce monde infantile extrêmement envahi par le Réel a
progressivement mis à jour la nécessité de créer de nouveaux dispositifs cliniques.
Les jeunes enfants sont venus accompagnés des frères et sœurs adolescents qui
sont rapidement placés dans la fonction d’adultes : ils doivent s’occuper de la
maison, de la fratrie et de la violence des relations dans l’univers du bidonville. En
outre, les petits usagers du début ont grandi et sont devenus des enfants pubères,
avec des demandes différentes. Pour les jeunes pubères et les adolescents de ces
communautés en marge du lien de citoyenneté, la désorientation typique d’un
moment de passage – quand les références qui soutiennent la condition infantile se
brisent et cèdent la place à un énorme vide de sens – est vécue encore plus
radicalement. Le jeune pubère est rapidement jeté dans le monde adulte parce que
son entourage le juge « assez grand pour se débrouiller tout seul » ; il doit s’occuper
de ses frères et sœurs plus petits, de la maison et en plus aller à l’école. Pour
beaucoup de familles, la présence des enfants à l’école est seulement importante
parce qu’elle donne droit à la possibilité d’une aide financière [ladite
« bourse famille »] du gouvernement ; et très souvent, il s’agit du seul revenu fixe de
la famille. Apprendre à lire et à écrire est fréquemment dénué de sens puisque
beaucoup de parents savent à peine écrire et travaillent dans le recyclage de
déchets, le trafic de drogues ou en tant qu’employées de maison. Étudier pour
obtenir un travail semble être un rêve impossible qui ne résout pas les problèmes
immédiats de prise en charge de la famille et « ne remplit pas le frigo ». Pour Freud,
la puberté est un passage entre l’attachement à l’image infantile d’un corps non
sexué et l’apparition d’un corps sexué, qui amène l’enfant à renoncer au fantasme de
domination de la jouissance parentale. Les enfants du bidonville sont souvent
exposés précocement à l’image d’un corps sexué. Un tel vécu ébranle le monde
infantile avec des fantasmes sexuels et ne donne pas le temps de comprendre ce
que l’adolescence tente d’élaborer. Ce renoncement à la jouissance parentale de la
part de l’adolescent peut être décrit comme le deuxième temps de séparation. Mais
chez ces jeunes pubères et adolescents, comment se séparer si le lien symbolique
avec les parents de l’enfance est extrêmement précaire et si ce qui garantit une
filiation est la liaison entre les corps, dans le même bidonville, dans la même maison,
… voire dans le même lit ? Exercer la clinique avec le corps est une expression
qui peut représenter les singularités d’une clinique où le lieu de la parole n’est pas
suffisamment constitué. Si la psychanalyse est une cure qui mise sur la parole,
comment faire pour augmenter le registre du Symbolique là où la présence du corps
et de l’acte est insistante et directe ? Exercer la clinique où déborde le RÉEL
suppose de créer des espaces ENTRE. Des espaces de passage, pour permettre au
corps une nouvelle subjectivation, une inclusion dans le rapport de désir à l’Autre
Social. Les espaces ENTRE correspondent au jeu, au transitionnel, à la possibilité
de constructions fictionnelles. C’est précisément pour aider les enfants à construire
le fictionnel et à élargir l’imaginaire ludique que nous avons créé le dispositif dont le
but est de « Raconter des histoires ». La démarche a suscité une curiosité pour les
livres, et les enfants ont rebaptisé le moment de « livration ». Par contre, il a été
difficile d’atteindre les adolescents, peu habitués à ce que quelqu’un s’occupe d’eux
– si ce n’est pendant la petite enfance. Cette position subjective de « sans lieu » est
littéralement vécue par eux parce que les enfants revendiquent tout le temps
l’espace et envahissent même le local le jour réservé aux adolescents. Notre accueil
est quelque chose de nouveau pour beaucoup d’entre eux et source
d’incompréhension de la part des mères, qui les veulent à la maison pour s’occuper
des frères et sœurs plus petits. Pour construire des passages, il a fallu avant tout
opérer des coupures dans les continuités, délimiter des lieux différents. L’idée est
née d’établir un rite de passage pour pouvoir différencier l’infantile et le « presque »
adulte : dans ce sens, des « diplômes » ont été créés pour ceux qui complétaient 12
ans et qui pouvaient désormais fréquenter le « Groupe des adolescents ». L’objectif
du diplôme était de leur donner une bonne nouvelle, une sorte de promotion. Mais
quel lieu étions-nous en train d’annoncer, et pourquoi ne pas pouvoir fréquenter les
deux lieux ? La question vient de la difficulté de la perte, de la séparation. L’excessif
vient de l’aliénation extrême. La demande qui se met en place quand une
disponibilité est offerte est celle d’une exigence absolue, au point que rien ne peut
être mis de côté. C’est cet exercice qui caractérise notre clinique au quotidien dans
cette communauté. Toute proposition qui annonce une séparation met en scène une
perte, un vécu qui ferait dire à n’importe quel regard extérieur qu’« ils ont déjà bien
assez de pertes ». Mais c’est justement sur ce point que l’écoute analytique se
différencie radicalement de toute intention éducative ou d’assistance. La perte
essentielle dont souffrent les exclus est subjective. Même si elle est dans le corps,
c’est un corps exposé à disparaître, pour reprendre Didi-Huberman. Comment
« espérer voir un être humain » ?4 Humaniser, c’est « rendre justice à la parole »,
« pouvoir parler à partir de l’impossible », pouvoir entrevoir un signe d’humanité,
même dans une situation de sa disparition. Exercer la clinique avec le corps, c’est
travailler de près avec le pulsionnel, avec l’inclusion de la VOIX et du REGARD dans
un processus de reconnaissance d’un sujet. C’est prendre en compte le danger de
sa disparition. La difficulté de cette clinique réside dans la résistance face au
transfert. La douleur entendue est tellement réelle qu’elle place celui qui écoute
devant un manque qui ne peut pas ne pas être ressenti. Le lieu du clinicien est mis à
l’épreuve dans son travail de préservation de l’énigme, d’espace ENTRE, de temps
nécessaire pour que surgisse le fictionnel. Il est difficile de ne pas pouvoir compter
4 Didi-Huberman, Georges. Peuples exposés, peuples figurants. L’œil de l’histoire 4. Les Éditions de Minuit,
2012.
sur le setting d’un cabinet de consultation, sur un scénario qui préserve la différence
de lieux entre analyste et analysant. Pour exercer la clinique avec le corps, il faut
beaucoup d’espaces de parole et d’écriture en vue d’élaborer et de soutenir la
fonction clinique et résister à la jouissance de succomber à la disparition, à
l’invitation d’une aliénation qui vide le désir. Nous avons sans cesse besoin de lutter
contre le découragement, qui provient davantage de la tendance à être complice de
la douleur et à perdre la perception des vestiges de vie que du manque d’une
rémunération adaptée au travail réalisé. Il y a identification à la soumission et à la
passivité qui caractérisent ces morceaux de ville où la pulsion de mort est la véritable
dictatrice. Espérer voir et reconnaître un être humain, c’est être très attentif à ce qui
fait vivre la culture de cette communauté, à ce qui les soutient dans le désir de vivre.
Il est important de s’y rendre sans valeurs salvatrices parce que nous
méconnaissons leur langue et le fantasme fondamental qui fait lien entre eux et qui
circule dans leur discours social. Il faut donc miser sur l’invisible, sur le désir qui ne
s’est pas encore montré, sur la fiction qui, même si elle est étrangère à notre langue,
fait fleurir quelque chose dans le bidonville à travers ses enfants et ses adolescents.
Les regards et les écoutes cliniques des « meuniers à vent » se préparent à
l’invisible et à l’indicible dès l’entrée du bidonville, dans les ruelles qui serpentent les
lieux, à l’angle où se trouve le guetteur qui prévient les dealers de notre passage,
jusqu’à la Maison où des enfants sont déjà pendus aux grilles. Des jeunes aux
cheveux teints boivent, fument et vont d’un côté à l’autre, surtout le samedi – jour de
la musique, de la danse et des fêtes au son du funk. Le quartier semble vivre
l’intense de chaque extrémité : la violence entre les corps dans la lutte entre les
gangs du trafic de drogues et la rencontre érotisée de la musique funk. Les soirées
funks sont des lieux que les adolescents commencent à fréquenter très tôt. Presque
tous se connaissent, il n’y a quasiment pas de personnes de l’extérieur du bidonville.
Mais cela n’empêche pas la violence dans la mesure où la violence et la drogue
mènent à nouveau aux intensités : au harcèlement, aux bagarres. Des jeunes filles
aident leur mère ivre à rentrer à la maison, témoignent la violence entre parents et
sont facilement victimes du harcèlement sexuel des figures masculines. Le funk est
une fascination générale : les enfants savent les paroles par cœur, chantent à tue-
tête avec les mères, les tantes, imitent les gestes sexualisés des danses. Tout le
monde danse ensemble pendant la soirée funk. Alors qu’au quotidien ils pratiquent le
bullying les uns envers les autres, les quolibets, les coups de poing et de pied sont
légion. D’après Legendre5, toute danse est chargée de faire vibrer le lien
symbolique de sa culture d’origine, de vaincre l’inhibition, subvertir, faire ouverture
par rapport au contexte d’où elle vient. La danse fait prendre corps ce qui, dans
chaque langue, est imprévisible et indicible. C’est cela qui fait vivre le sujet de désir
de cette communauté : la fiction d’un corps dansant, le scénario d’une rencontre. De
la composition de la tenue vestimentaire au choix de la musique, aux paroles
chantées à voix haute, à la chorégraphie dansée avec les autres. Cela étant, la
stratégie clinique avec les adolescents a été de miser sur les arts scéniques et sur
tout ce qui pouvait être créé à partir de là. Exercer la clinique avec le corps nous a
conduit à inclure dans l’équipe de la Maison des étudiants d’art dramatique. À
5 Legendre, Pierre. La passion d’être un autre : étude pour la danse. Paris, Éditions du Seuil, 1978.
l’horaire réservé uniquement aux adolescents, une pancarte est placée devant la
Maison avec l’inscription « Groupe des adolescents ». Le plus difficile est
d’empêcher que l’espace des plus grands soit envahi par les plus jeunes, qui
n’hésitent pas à sauter au-dessus des grilles pour essayer de rentrer. Ce corps à
corps dans un exercice où la parole agit, et où le signifiant adolescent peut gagner
un espace et le respect de la communauté du bidonville, apparaît souvent dans le
travail clinique. L’« atelier des arts scéniques », attendu par les jeunes, se transforme
en activités de création qui apparaissent de manière fragmentée dans les intérêts
individuels : par le maquillage ou le dessin, par la musique ou même par l’aide pour
la lecture et l’écriture. La difficulté à proposer quelque chose de commun est due au
fait que dans la rencontre avec le semblable, le menace du miroir apparaît de façon
violente. S’exposer en face de l’autre entraîne des critiques destructrices, des
surnoms malveillants, la mise en avant de disputes entre familles. La grande tâche
clinique est de constituer et d’étayer ce lieu tiers qui permet l’intérêt pour l’activité et
le difficile échange entre eux. Sans altérité, la séparation si nécessaire à ce passage
adolescent n’est pas possible. Comme nous le dit une jeune fille de 13 ans :
« Vivement que j’aille travailler et que je laisse ma famille derrière moi ». Il faut être
regardé et parlé par un Autre pour pouvoir traverser le fantasme de l’enfance. Il faut
quitter la maison, mais dans ce contexte quitter la maison équivaut à quitter le
bidonville. Il faut traverser l’avenue qui sépare le bidonville du reste de la ville. La
première expérience a été de les emmener au théâtre. Plusieurs se sont montrés
intéressés, mais par petits groupes de frères et sœurs ou d’amis. Aller et venir, des
combinaisons difficiles. En tant qu’enfants, le vouloir ne tient pas compte des
conséquences des engagements : se réveiller, se lever, être au lieu du rendez-
vous… beaucoup de difficultés ! La clinique mise sur le faire valoir de la parole, sur le
soutien des combinaisons, le support des pertes. « Malgré tout », le passage a
été inventé. Des fenêtres où la parcelle d’humanité est perceptible, avec l’interruption
du processus destructif et la création d’une résistance comme puissance de survie.
Des ouvertures pour connaître l’art de construire de nouveaux scénarios de vie,
s’essayer à de nouveaux personnages, se donner à voir et à entendre par un Autre,
pouvoir produire des voiles et resignifier le Réel qui, dans l’enfance, a laissé des
marques sur le corps. C’est cela que nous entendons par miser sur une « parcelle
d’humanité » dans chacun de ces nouveaux adultes. C’est notre exercice de la
clinique avec le corps qui, en tant qu’invention poétique, veut rompre et faire
passage dans la maille de la désespérance.
Clinicando com o Corpo: aberturas na Casa dos Cata-Ventos
Ângela Lângaro Becker
Inspirada no trabalho de Françoise Dolto na Maison Verte, em Paris, como um
espaço de acolhida para crianças pequenas, através do livre brincar a Casa dos
Cata-Ventos nasceu em 2011 dentro de uma das muitas comunidades violentas de
nosso país, a Vila São Pedro ou Vila do Cachorro Sentado. Esta vila está situada
entre duas grandes ruas da capital, cuja vizinhança mais imediata é, de um lado, o
Hospital Psiquiátrico São Pedro, o manicômio mais tradicional da cidade e, de outro,
um shopping cheio de lojas de roupas de marcas e um hipermercado. A proposta
de um espaço para brincar e conversar visando a ampliação do Simbólico neste
mundo infantil extremante invadido pelo Real,foi trazendo, aos poucos, a
necessidade de criar novos dispositivos clínicos. Junto com os pequenos vieram os
maiores, irmãos adolescentes que rapidamente são colocados na função de adultos,
tendo que dar conta da casa, dos irmãos e da violência das relações no mundo da
vila. Além disso, as crianças frequentadoras da Casa foram crescendo e se tornando
púberes, passando a ter demandas diferentes das crianças pequenas. Para esses
púberes e adolescentes, a desorientação típica de um momento de passagem, em
que as referências sustentadoras da condição infantil se rompem e em seu lugar
surge um enorme vazio de sentido, é vivida de modo ainda mais radical nestas
comunidades, à margem do laço de cidadania. Rapidamente o púbere é jogado ao
mundo adulto, já que “está grande para se cuidar sozinho” e deve responsabilizar-se
pelos irmãos menores, cuidar da casa e ainda ir ao colégio. Para muitas famílias, a
presença dos filhos na escola é importante somente porque traz a possibilidade de
uma bolsa família, fornecida pelo governo, muitas vezes único meio para sustentar a
casa. A idéia de aprender a ler e escrever parece muitas vezes não ter sentido, já
que muitos pais mal sabem escrever o seu nome e trabalham na reciclagem de lixo,
na faxina ou mesmo no tráfico de drogas. Estudar para ter uma profissão parece ser
um sonho impossível que certamente não resolve os problemas do sustento
imediato, já que “não traz comida para casa.” A puberdade é descrita por
Freud como uma passagem entre o apego à imagem infantil de um corpo não
sexuado e o surgimento de um corpo sexuado, o que leva a criança a renunciar à
fantasia de dominar o gozo parental. É comum às crianças da Vila serem expostas
precocemente à imagem de um corpo sexuado. Esta vivência atropela o mundo
infantil com fantasias sexuais e não permite o tempo de compreender que a
adolescência tenta elaborar. Esta renúncia ao gozo parental por parte do
adolescente, pode ser descrita como o segundo tempo de separação. Mas
justamente o que se vê nesses púberes e adolescentes é o como se separar se o
laço simbólico com os pais da infância é extremamente precário e o que garante
alguma filiação é a ligação entre os corpos, na mesma Vila, na mesma casa... ou
ainda, na mesma cama? Clinicar com o corpo é uma expressão que pode
representar as singularidades de uma clínica onde o lugar da palavra não está
suficientemente constituído. Se a psicanálise é uma “talking cure”, uma aposta na
palavra, como fazer para que se possa ampliar o registro do simbólico, onde a
presença do corpo e do ato é insistente e direta? Fazer clínica onde o REAL
transborda é o desafio de criar espaços ENTRE. Espaços de passagem, para
possibilitar ao corpo uma nova subjetivação, uma inclusão na relação de desejo ao
Outro Social. Espaços ENTRE corresponde ao brincar, ao transicional, à
possibilidade de construções ficcionais. Na intenção de ajudar as crianças a
construir o ficcional, expandir o imaginário brincante, criamos o dispositivo da
“Contação de Histórias”. Através dele, despertou-se a curiosidade sobre os livros,
sendo que as próprias crianças batizaram o dia da “Livração”. Mas aos
adolescentes, ficou difícil atingi-los já que não estavam acostumados a que alguém
se ocupasse com eles, a não ser enquanto crianças. Esta posição subjetiva como os
“sem lugar”, é vivida literalmente por eles, já que as crianças querem todo o tempo e
o espaço para si e insistem na invasão da casa, mesmo no dia reservado aos
adolescentes. Nosso acolhimento é algo novo a ser vivido por muitos deles e não
compreendido pelas mães que os querem em casa cuidando dos irmãos menores.
Percebemos que para construir passagens, antes de mais nada, era preciso
fazer cortes nas continuidades, demarcar lugares diferentes. Surgiu a idéia de criar
um ritual de passagem para que se pudesse diferenciar onde estava o infantil e onde
estava o “quase” adulto. Criou-se “diplomas” para aqueles que fizessem 12 anos e
que a partir dali poderiam frequentar o “Grupo dos adolescentes”. A intenção do
diploma era dar-lhes uma boa notícia, uma espécie de promoção. Mas que lugar era
este que estávamos anunciando e porque não poder frequentar os dois lugares? A
pergunta vem da dificuldade com a perda, com a separação. O excessivo vem da
extrema alienação. A demanda que se desencadeia quando se oferece uma
disponibilidade, é de uma exigência absoluta, a ponto de nada poder ser posto de
lado. Este é o exercício que caracteriza nossa clínica a cada dia nesta comunidade.
Qualquer proposta que anuncia uma separação, coloca em cena uma perda,
vivência que qualquer olhar de fora concordaria que “perda eles já têm demasiado”.
Mas é justamente neste ponto que a escuta analítica se diferencia de modo radical
de qualquer intenção educativa ou assistencial. A perda essencial de que sofrem os
excluídos é subjetiva, embora esteja no corpo, é um corpo exposto a desaparecer,
como diria Didi–Huberman. Como “esperar ver um ser humano?”6 Humanizar é
“fazer justiça à palavra”, “poder falar a partir do impossível”, poder enxergar um sinal
de humanidade, mesmo numa situação de seu desaparecimento. Clinicar
com o corpo é trabalhar de perto com o pulsional, o que inclui VOZ e OLHAR num
processo de reconhecer ali um sujeito. É levar em conta o perigo do seu
desaparecimento. A dificuldade desta clínica é de que na transferência é preciso
resistir. A dor escutada é tão real que coloca quem escuta diante de uma falta que
não pode deixar de ser sentida. Isso põe à prova o lugar do clínico no seu trabalho
em preservar o enigma, o espaço ENTRE, o tempo necessário para que surja o
ficcional. Nada fácil não poder contar com o setting de um consultório, cenário que
preserva a diferença de lugares entre analista e analisante. Para clinicar com o
corpo, tornam-se necessários muitos espaços de fala e escrita para elaborar e
sustentar a função clínica e resistir ao gozo de sucumbir ao desaparecimento, no
convite a uma alienação que esvazia o desejo. Seguidamente precisamos lutar
contra o desânimo, o que vem mais da tendência a cair na cumplicidade da dor e
perder a percepção dos vestígios de vida, do que de não ter uma remuneração justa
do trabalho. Identificação à submissão e à passividade que caracterizam esses
pedaços de cidade em que a pulsão de morte é a verdadeira ditadora. Esperar ver e
reconhecer um ser humano é estar muito atento ao que faz viver a cultura daquela 6 Didi-Huberman, Georges. Peuples exposés, peuples figurants.L’oeil de l’histoire4, Les Editions de Minuit,2 0 1 2
comunidade, o que os sustenta no desejo de viver. Por isso mesmo é preciso ir
despojado de valores salvadores, já que desconhecemos sua língua e o fantasma
fundamental que faz laço entre eles e que circula no seu discurso social. É uma
questão de apostar no invisível, no desejo que ainda não se mostrou, na ficção que,
embora estranha à nossa língua, faz algo florescer na Vila, através das suas
crianças e adolescentes. Olhos e ouvidos clínicos dos cataventeiros, preparam-se
para o invisível e o indizível, desde a entrada na Vila, durante a caminhada pelas
vielas, na travessia da curva onde o olheiro avisa que estamos passando, até a
chegada nas grades da Casa, onde as crianças já estão penduradas. Vemos os
jovens com cabelos coloridos, bebendo, fumando, transitando de um lado para o
outro, especialmente no sábado, dia de desfrutar música, dança, festa funk. A Vila
parece viver o intenso de cada extremidade: da violência entre os corpos na batalha
entre as gangs do tráfico, ao encontro erotizado da música funk. Os bailes funks são
lugares em que os adolescentes iniciam a frequentar desde muito cedo. A
frequência de pessoas de fora é muito pequena, quase todos se conhecem, o que
não impede a violência, pois a bebida e as drogas levam novamente às
intensidades: ao assédio, às brigas. Meninas carregam suas mães bêbadas para
casa, testemunham a violência entre os parentes e facilmente são vítimas do
assédio sexual das figuras masculinas. O funk é fascínio geral: As crianças sabem
as letras de cor, cantam alto, junto com as mães, com as tias, imitam os gestos
sexualizados das danças. Dançam todos juntos na festa. No cotidiano fazem bullying
uns com os outros, se chamando de apelidos degradantes e partem para socos e
pontapés. Legendre7 nos diz que a toda dança cabe fazer vibrar o laço simbólico
da cultura de onde ela vem. Cabe a ela fazer vencer a inibição, subverter, fazer
abertura em relação ao contexto de onde ela surge. A dança faz tomar corpo o que
em cada língua é imprevisível e indizível. Eis aí o que faz viver o sujeito de desejo
desta comunidade: a ficção de um corpo dançante, o cenário de um encontro. Desde
a composição do figurino, à escolha da música, à letra cantada em voz alta, à
coreografia dançada em conjunto. Sendo assim, a estratégia clínica para os
adolescentes foi apostar nas artes cênicas e tudo que a partir dali se pode criar.
Então, clinicar com o corpo, nos fez apostar em incluir na equipe cataventeira,
estudantes de Arte Dramática. “Grupo de Adolescentes” é o que diz o banner
pendurado na frente da Casa, no único turno em que ela é aberta somente aos
adolescentes. O mais difícil é impedir que as crianças tomem conta do lugar dos
maiores, já que elas insistem em pular as grades e invadirem o espaço. Esse corpo
a corpo num exercício de que a palavra faça seu efeito e o significante adolescente
possa ganhar algum espaço e algum respeito pela comunidade da Vila, nos toma
constantemente no trabalho clínico. A esperada “oficina de artes cênicas”
transforma-se em atividades de criação, que aparecem de forma fragmentada em
interesses individuais: pela maquiagem ou pelo desenho, pela música ou mesmo
pela ajuda com a leitura e escrita. A dificuldade em propor algo comum é que no
encontro com o semelhante, a ameaça do espelho aparece de forma violenta.
Expor-se ao outro detona críticas destruidoras, apelidos maldosos, onde as brigas
entre as famílias vêm à tona. A grande tarefa clínica é constituir e sustentar esse
lugar terceiro, que possibilita o interesse na tarefa e a difícil troca entre eles. Sem
alteridade, não é possível a separação tão necessária a essa passagem
7 LEGENDRE, Pierre. “La Passion d’être um autre: étude pour la danse”. Éditions du Seuil, Paris, 1978.
adolescente. Como nos diz uma menina com 13 anos: ”Não vejo a hora de ir
trabalhar e deixar a família a ver navios”. É preciso ser olhado e falado por um Outro
pra poder atravessar o fantasma da infância. É preciso sair de casa, mas neste
contexto, sair de casa é sair da Vila. É fazer a travessia da avenida que separa a
Vila do resto da cidade. A primeira experiência foi levá-los ao teatro. Vários se
interessaram, mas em pequenos grupos, de irmãos ou poucos amigos. Para ir e vir,
combinações difíceis. Como crianças, o querer não conta com as consequências
dos compromissos: acordar, sair da cama, estar no local combinado...muitas
dificuldades! A clínica aposta o fazer valer a palavra, sustentar as combinações,
suportar as perdas. A passagem foi inventada, “apesar de tudo”. Janelas por
onde a parcela de humanidade se faz perceber, interrompendo o processo destrutivo
e criando resistência como potência de sobrevida. Aberturas para conhecer a arte de
construir novos cenários de vida, ensaiar novos personagens, dar-se a ver e a ouvir
a um Outro, poder produzir velamentos e ressignificar o Real que na infância deixou
marcas no corpo. É isso que entendemos como apostar numa “parcela de
humanidade”, em cada um desses novos adultos. Esse é nosso clinicar com o corpo
que, como invenção poética quer romper e fazer passagem na malha da
desesperança.
Top Related