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Estructura y elementos narrativos

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Toda narración cuenta una historia, y esa historia está integrada por una serie de acciones que realizan o experimentan los personajes. Por lo general, las narraciones suelen presentar un cambio de fortuna, el tránsito desde un estado de cosas inicial hacia una nueva situación.

INTRODUCCIÓN

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Toda narración avanza mediante el paso de unas acciones a otras. En este sentido, resulta fundamental el modo en que el autor vincula entre sí las diversas acciones, desde el principio hasta el final de la obra. Esa estructura de acontecimientos diseñada por el escritor, que los lectores recorremos de la primera a la última página del cuento o la novela que estamos leyendo, recibe el nombre de trama.

La trama narrativa

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A la trama, o sucesión de acciones tal como se presentan cuando la leemos, cabe exigirle ciertos requisitos para que resulte satisfactoria.Verosimilitud: Son todas las acciones y la forma en que se enlazan entre sí, deben ser creíbles. Para ello, el escritor debe recurrir a los principios de necesidad y causalidad, de manera que los acontecimientos que suceden en su relato resulten admisibles y no parezcan descabellados o ilógicos. Decoro: la relación entre lo que se puede esperar de los personajes y lo que estos efectivamente hacen.

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En general, podemos distinguir entre los relatos que se acaban cuando la historia alcanza su resolución y los que llegan a su final antes de que la historia esté completamente resuelta, dejando a juicio del lector la facultad de decidir cómo concluye.

El final de una narración

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El final cerrado: es típico de los cuentos folclóricos, que suelen concluir con fórmulas como “y vivieron felices para siempre”. Con ello, el narrador nos dice que no hay nada más que contar, que no ocurrió nada notable en el resto de la vida de los protagonistas. La acción se da por concluida y resuelta.

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Un final abierto: es el de El coronel no tiene quien le escriba (1961), del colombiano Gabriel García Márquez. Al final de la obra, el anciano protagonista ha gastado todos sus ahorros en la adquisición de un gallo de pelea, que deberá poner a prueba al cabo de unas semanas. Si el animal gana su combate, el coronel podrá reparar su situación económica, mientras que si pierde, será el final de toda esperanza. La historia acaba en ese punto, y deja al lector que decida lo que pudo pasar; en realidad, lo que el escritor quería contar ya ha sido narrado.

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Orden Las acciones suceden en el tiempo, y esta dimensión también es susceptible de ser manipulada por el autor. A este le cabe la posibilidad de alterar el orden en que se dan los acontecimientos: no tiene que explicar necesariamente lo que pasó primero, sino que puede avanzar y retroceder en el tiempo, mediante los siguientes recursos.

El tiempo en la narración

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Otra forma de intervenir en el tiempo narrativo consiste en modificar la duración de un hecho concreto. Un acontecimiento puede contarse de forma que dure como narración más o menos lo que duraría en la vida real, sin omitir detalles ni alargarlo innecesariamente. En tal caso, nos hallamos ante una escena. La duración puede alargarse, narrando circunstancias que no ocupan tiempo real. Se trata de las pausas, como la descripción de un paisaje, que pueden consumir varias páginas de una novela. La opción inversa consiste en dejar de narrar algunos hechos, bien porque no son relevantes, bien porque el autor quiere que los imaginemos. Nos encontramos en tal caso ante una elipsis.

Duración de la narración

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La acción narrativa puede suceder en un solo ámbito o ubicarse en distintos lugares. Muchos narradores no pretenden definir con tanta precisión el espacio en que ocurren los hechos (simplemente suceden en una ciudad cualquiera, en el campo o en una casa de un vecino); otros le conceden gran importancia a la creación de un lugar especial, real o imaginario, en el que tienen lugar varias de sus obras.

El espacio en la narración

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El retrato de los personajes Las acciones narrativas necesitan de sujetos que las lleven a cabo o las sufran. Esos sujetos son los personajes de la obra, cuya caracterización es fundamental para un desarrollo adecuado y verosímil de la trama. El autor puede recurrir a diversas estrategias, entre las que se cuentan la descripción física (el aspecto puede sugerir muchas cosas sobre el temperamento de las personas), el lenguaje que emplean, las mismas acciones que llevan a cabo o su entorno social. Observemos como ejemplo parte de la descripción de la madre del protagonista en La familia de Pascual Duarte (1942), la primera novela de Camilo José Cela (1916-2002).

Los personajes

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Los personajes planos son aquellos que no experimentan cambios significativos a lo largo de la obra, o que no tienen demasiados matices. Es el caso de los personajes de algunos libros, que sobre todo son valientes, esforzados y leales, sin que al autor le interese destacar mucho más de ellos.

Los personajes redondos, por el contrario, son los que resultan profundos y complejos, susceptibles de sufrir una evolución a lo largo de la obra (por ejemplo, pasar de la ignorancia al conocimiento). Un personaje de esta naturaleza es Luis Vargas, el protagonista de Pepita Jiménez (1874), de Juan Valera (1824-1905), que lucha entre su vocación religiosa y el amor que siente por una joven viuda.

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Con respecto a la profundidad de la caracterización de los personajes, cabe también hablar de los arquetipos, seres de ficción que no encarnan a un individuo concreto, sino a un modelo determinado de comportamiento: el avaro, el solterón, el caballero andante, la bella dama altiva y desdeñosa. No hay que olvidar tampoco los símbolos, aquellos personajes que se convierten, precisamente por la fuerza con que han sido descritos, en un modelo absoluto: es el caso de don Quijote o don Juan, que no representan a ninguna colectividad, sino solo a ellos mismos, a su peculiar e inconfundible manera de ser.

Arquetipos y símbolos