Facultad de Humanidades y ArteDepto. De Ciencias Históricas y SocialesLicenciatura en HistoriaProfesor(a) Noelia Carrasco HenríquezAntropología
Etnografía de una sala de espera médicaEn el Servicio de Urgencias del Hospital Clínico Regional Dr. Guillermo Grant Benavente
Alan Ceballos Córdova 8 de septiembre de 2015Presentación
Concepción, una ciudad con mucho movimiento. Perteneciente al área
metropolitana del Gran Concepción, la cual es, después de la zona de Santiago, la
segunda área más poblada de Chile, con casi 1.1 millones de habitantes, cifra
aproximada del censo del año 2012. Capital Provincial y Regional, así como sede
del Gobierno del mismo, esta ciudad es de mucho significado en el aporte al
comercio nacional, tanto en su labor financiera, así como en las periferias del área
en que está situada, con respecto a la industria.
Su núcleo urbano, y por ende, el más dinámico, se conoce como
Concepción Centro, puesto que en él convergen las demás comunas del área
urbana mencionada, el que cuenta, entre otras cosas, con importantes
instituciones en variadas áreas, aparte de la ya mencionada Gobernación
Regional, podemos mencionar en la Educación a la Universidad de Concepción, y
en la Salud, al Hospital Clínico Regional Dr. Guillermo Grant Benavente,
mayormente conocido como Hospital Regional de Concepción, o simplemente
Hospital Regional.
Hablar del Hospital Regional, es hablar de Concepción, puesto que los
orígenes, tanto de la ciudad, como de la institución, son paralelos, y nos remonta a
la fundación de la primera por Pedro de Valdivia en 1550, el cual tenía entre sus
primeros planes para la ciudad, destinar un solar para la construcción de un
hospital, la que desde 1570 se vio interrumpida, y en muchas ocasiones, a causa
de los ataques mapuches y los terremotos que obligaron el traslado de la ciudad
en su momento (1765), no logrando establecerse de manera definitiva, siendo
reconocida esta institución, que encontró lugar en diferentes ubicaciones, como
Hospital San Juan de Dios u Hospital de la Misericordia. Y no es sino hasta el año
1943, y tras el terremoto de 1939 que destruyó la antigua construcción, donde
nace ya de manera formal el hospital, gracias a la cesión de las facultades de
Leyes y Educación por parte de la Universidad de Concepción, con el nombre de
Hospital Clínico Regional de Concepción, después de su inauguración en 1945.
Con una superficie de 20 mil metros cuadrados, cinco pisos, y un subterráneo, se
da partida a esta institución que en 1987, ante el aumento de la población, se
amplía, construyéndose un nuevo edificio contiguo al existente, la Torre de
Servicios de Urgencia, añadiéndose en 1989, el Servicio de Psiquiatría. El
hospital, que en 1969 tomó el nombre de un prestigioso médico que tuvo la
ciudad, siendo a la vez uno de sus directores, el Dr. Guillermo Grant Benavente,
había pasado a pertenecer al Servicio de Salud de Concepción en 1980,
integrando consigo, el Sistema Público de Salud.
Entre las variadas divisiones del Hospital Regional, encontramos por calle
Roosevelt, la Torre de Paciente Crítico, que acoge a la Unidad de Urgencias,
objeto de nuestro estudio en la sección de adultos, y que encontramos allí desde
el año 2010, cuando culminó la última remodelación del hospital.
Contextualización
El Servicio de Urgencias que es el que presta dicha unidad, se ocupa de los
casos que necesitan una atención más inmediata, los que más urgen, teniendo
que seguir un mismo protocolo cada asistente que quiera hacer uso de aquel
servicio, o al menos, en su mayoría, cuyo primer paso tras entrar a la sala de
espera, es presentar su caso y la documentación requerida en la ventanilla SOME,
para luego esperar un primer llamado hacia una sala llamada TRIAGE, a un
costado izquierdo de la ventanilla, en donde llaman a los pacientes para una
revisión previa, en donde le toman la presión y la temperatura, para finalmente, y
en una segunda espera, que de por sí es más larga, aguardar por el turno de su
atención médica, espera que se explica por la alta concurrencia de pacientes que
llegan al lugar con el mismo fin de ser examinados debido a la urgencia que
vienen a presentar.
Es, por tanto, en este espacio público de la sala de espera, donde vemos
producirse aquel punto de encuentro entre los distintos actores que lo visitan, por
un lado, el personal hospitalario, el cual es variado, tanto en sus cargos como en
sus funciones, y los pacientes, que como mencionábamos, se encuentran a la
espera de ser atendidos, formando cada uno de ellos parte de una misma
realidad, planteándonos el desafío de observar cómo se dan estas distintas
relaciones en la sala de espera del Servicio de Urgencias. Un desafío, puesto que,
nos vemos enfrentados ante una situación crítica, en la que se conjugan valores,
pensamientos, sentimientos y emociones, que de una u otra forma, se tienden a
materializar, pudiéndose desprender, de este modo, los distintos significados
asociados al comportamiento de los actores que tratamos, produciéndose así, la
interacción entre los mismos, a la espera de que dicha realidad nos enseñe a
comprender y profundizar acerca de la dinámica que se da en este lugar.
InvestigaciónObservaciones e interpretaciones
Acceso a la Unidad de Urgencias
Como habíamos ya consignado, es por calle Roosevelt donde se ubica la
Unidad de Urgencias, y por ende, la entrada a la misma. Era una tarde del lunes
24 de agosto del presente año, a sólo unos minutos de las 7, cuando llegué a tal
destino. Dos entradas. Una, medio difusa, poco clara, que conducía, por una
parte, a la “Urgencia Gineco Obstétrica Infantil”, y por otra a la “Urgencia Adultos”,
pero por unos pasillos semiabiertos, que a simple vista, no generan mucha
confianza para ser transitados. La otra entrada es abierta, amplia y encumbrada,
apreciándose su función como entrada y salida de vehículos, y con acceso
permitido “sólo para ambulancias”, tal como lo señala un cartel, siendo usada, sin
embargo, por gran parte de las
personas que asistían y hacían su
retirada del recinto, aún con la
presencia de los guardias de
seguridad, quienes no mostraban
ninguna inquietud, visible al
menos, pese a la señal. De esta
manera, y siguiendo el patrón
observado, entré (y a eso de las 8
con 30 salí) por el acceso que supuestamente no está permitido para el tránsito de
personas. De los cuatro días restantes en los que asistí, sólo en el primero de
ellos, usé el mismo acceso, luego, por el que se debiese entrar siempre, y así, no
transgredir ninguna norma, independiente de que muchos lo hagan de esa forma
sin recibir algún llamado de atención, salvo en una ocasión que aludiremos en
seguida.
En la sala de espera Situación general en un día de alta demanda médica
El primer día, el ambiente se encontraba muy agitado, lo que ya podía
entreverse desde el exterior con mucha gente acudiendo a Urgencias. Fuera de la
sala, un par de guardias hablando entre ellos, y cruzando palabras con uno de los
paramédicos que salía desde una ambulancia ya estacionada. Casi al lado de
ellos, un joven de unos 30 años, quien conversa con otro guardia, y entre lo que
se oye, le dice: “imagínese, estoy desde la tarde esperando, ¿qué más puedo
hacer yo aquí?”. Unos metros más alejados, tres varones platicando tal parece
acerca de la situación dentro de la sala; “tenemos pa’ rato aquí todavía”, se
escucha decir a uno de ellos.
Ya dentro de ella, el movimiento se multiplica, y la dinámica del ambiente es
evidente. Puertas que se abren y se cierran, al compás del personal que aparece y
desaparece de escena, así como, pero menos frecuente, los pacientes que entran
para ser atendidos, y los que salen. Hay diálogos que son permanentes, como el
de los guardias con los pacientes en espera, que de pie, y platicando de manera
muy familiar, donde frecuentan las risas y sonrisas, aguardan su llamado. Otros
diálogos son ocasionales, esporádicos, como el de las personas que permanecen
sentadas en las bancas de la sala; el del personal interno que tras unos minutos
sale a hacer alguna pregunta al primer guardia con el que se topa, que al parecer,
son consultas sobre indicaciones de algún lugar, puesto que, éste último le señala
con el dedo el camino que debe tomar, el cual sigue dicho funcionario tras
terminar el diálogo, o bien, preguntas de los pacientes acerca de los pasos a
seguir para la atención; el de la joven funcionaria, que cada 10 a 15 minutos
aparece con fichas médicas llamando a los pacientes a quienes corresponde su
turno, llamado que debe ser repetido en la mayoría de las ocasiones, con voz alta
y grave, por algún guardia, ante la voz baja y suave de aquella joven; el de la
señora con uniforme verde y gris, que en una actitud de mucho humor aparece
para hacer entrega de fichas médicas a quienes corresponda según el llamado
que ella misma realiza, y que, de vez en cuando, es ayudada por algún guardia; o
el de la señora que trajo a su madre al hospital, y que de pie, pero en silencio y
con un claro rostro de preocupación, atiende una llamada que le hacen a su
celular: “Sí, en el hospital… Mi mamá no podía respirar, no sé qué le pasa…
Hablamos después, chao”. Y por último, diálogos más bien silenciosos, usuales
entre los guardias que se comunican a distancia, por medio de ciertas señas que
entre ellos entienden, o el de algunos pacientes que con miradas y gestos
pareciesen comunicarse lo que quieren expresar.
De esta forma, y con lo último que detallamos, es posible identificar, dentro
de la variedad de comportamientos que se observan en la sala, cuatro de ellos
que son comunes entre los pacientes. El dado entre ellos y los guardias, relación
que cuenta con un matiz distinto, ya veremos por qué. El que se sostiene, con
quien o quienes le acompañan en la consulta, sin intervención de terceros. Otro,
donde el acompañante opta más por un contacto físico con quien está
padeciendo, pasando de manera suave su mano por la mejilla de este último, sino
por su cabeza o espalda, acción que se traduce en caricias, que ateniéndonos a la
situación, debe darse con el fin de significar un calmante, quizás no del dolor, pero
sí de los ánimos. Y cuarto, al que ya aludimos, aquel que sólo se da, a través de
miradas o gestos, que más allá de quienes lo expresan, resulta difícil conocer con
exactitud lo que quieren comunicarse, pero por sus reacciones parecen manifestar
la resignación ante un llamado que aún no llega, y al mismo tiempo, la paciencia
que deben sostener, en un intento por ignorar quizás la preocupación, que si bien
no se dice, se refleja. Los dos primeros ocupan la comunicación verbal, los dos
últimos no.
Se observan también otros comportamientos, pero menos recurrentes,
como el del caso del paciente de iniciales F.C., el mismo que conversaba con uno
de los guardias en el exterior, que cada 5 minutos entra a la sala algo exasperado
por la demora en su atención, acusando la pérdida de su ficha por parte del
personal. Uno de los guardias, quien vigila el acceso a la sala TRIAGE, le pide
paciencia, y se ofrece a revisar su caso, siendo éste parte del diálogo que logra
escucharse:
Guardia: — Me dicen que no has pasado al control de presión todavía.
F.C.: — Pero si yo ya pasé. Estoy desde las 3 de la tarde acá, ¡desde las 3! y no
entiendo cómo todavía no me pueden atender, y estoy casi seguro que ustedes
me perdieron la ficha.
(Justo en ese momento aparece la funcionaria que atiende en la sala TRIAGE
específicamente para responderle a él)
Funcionaria TRIAGE: — Señor, su ficha ya la tiene su psiquiatra, pero es usted
quien no ha pasado conmigo primero, y mientras no lo haga, no lo llamarán. Ahora
tendrá que esperar que me desocupe con el paciente que tengo dentro, y luego
podrá pasar usted.
Terminado el diálogo, el guardia, ruega por su paciencia una vez, y acompaña su
ruego, por un gesto que realiza con ambas manos, mostrando la palma de ellas, y
encogiendo los hombros, queriendo significar el “paro” o “freno” de la situación, en
este caso, en un intento por “calmar” la exaltación de J.C., quien parecía
desesperarse. Y no es sólo con él con quien se reaccionará así, sino con muchas
de las personas que acusan una demora en la atención, entre otras cosas,
“paciencia” y el gesto con las manos.
Más allá de la seguridad
Desde el segundo día, esto es, el viernes 28 de agosto, y con el deseo ya
de focalizar un tanto la observación en la figura del guardia de seguridad, me dirigí
a Urgencias.
Pasadas las 5 de la tarde, llegué al recinto, encontrándose éste con varias
personas haciendo su espera en el exterior. Al entrar a la sala, la situación era
muy similar a la del lunes anterior, y deteniéndome en seguida para observar la
conversación entre un guardia y uno de los pacientes con quien charlaba sobre
temas laborales, que como se apreciaba, ambos entendían bien. Ya más hacia la
puerta de entrada al espacio privado donde atienden los médicos, dos guardias y
dos señoras conversaban en un tono muy alegre, dejando escapar las últimas
algunas risas. De pronto, entran a la sala dos jóvenes en quienes se me desvía la
vista. Sí, los conocía, Daniela H., y su novio Pablo P., siendo éste último el que
llegaba algo decaído, pues lo expresaba su rostro y sus movimientos. Ella se
percata de mi presencia y me saluda, en seguida, lo hace Pablo, que a propósito,
es uruguayo.
Alan: — ¿Qué te pasó?
P.P: — Ando súper mal loco, con un dolor de cabeza terrible, y me duele el cuerpo
también…
Alan: — ¿Y desde cuándo estás así?
P.P: — Hoy en la mañana empecé con todo, y llamé a Daniela, porque no sabía
qué hacer… ¿y vos, en qué andás?
Alan: — Vengo de La U, y estoy acá por un par de observaciones más que nada…
Luego de eso, me piden permiso y se acomodan al lado de la sala TRIAGE donde
debía ser examinado previamente P.P., que junto a D.H. comienzan a charlar junto
al guardia que se encontraba custodiando aquella sala. Mientras tanto en la
espera, el ambiente era más bien silencioso, lo que será la tónica de éste día y los
siguientes, pese a la dinámica vivida allí. De pronto sale Pablo, que junto a su
novia vienen para despedirse, explicándome que desde el TRIAGE le
recomendaron trasladarse al SAPU, puesto que, el tiempo estimado en que
podrían atenderlo, era de unas 5 horas. En mi caso, abandoné el hospital (6:40),
luego de dos hechos que, aunque breves, captaron en su momento el interés de
los pacientes, que curiosos, los contemplaban. El primero, donde un anciano que
sale de su atención, algo débil, y ayudado tal parece por su hija, debe ser
conducido en una silla de ruedas, que una enfermera hace llegar a su lado,
oponiendo este hombre cierta resistencia a sentarse por el miedo a caerse, por lo
que debe ser asistido por un guardia y otras dos personas de la espera. Y el
segundo, cuando una señora, un joven y dos niñas, irrumpen en la sala,
consultando por la matrona, con la intención de pasar directo a la atención, puesto
que, una de las niñas, que tocaba su zona pélvica reflejaba gran dolor. La
urgencia gineco-obstétrica atendía, sin embargo, a la entrada, hacia donde son
dirigidos por los guardias, que después del incidente, se reprochan el no haber
trasladado a la niña en una silla de ruedas.
Con todo el movimiento observado, y como adelantábamos, resulta
interesante detenerse en el comportamiento adoptado por los guardias de
seguridad dentro de la sala, quienes por las consultas recibidas de manera
habitual, no sólo por los pacientes, sino también por el personal médico, deben
estar siempre preparados para dar alguna respuesta. Notamos el manejo de
información que ellos poseen, que les es capaz de dar las indicaciones cuando se
les pide, así como el conocimiento de la política interna de la sala de urgencias
para responder a los pacientes que hacen sus consultas. Son pocas las
ocasiones, cuando ellos responden con un “no sé”, pero aún en esos casos,
parecen saber de qué manera la persona puede
resolver sus dudas. En otras palabras, vemos que
la información que manejan es limitada, pero no
vemos que en alguna instancia no se entregue por
parte de ellos alguna solución. Y si bien, dentro de
la sala una parte de ellos tiene un lugar definido de
acuerdo a su función, y otros tantos tienen una
mayor libertad de tránsito, hay un patrón que es
común en todos estos funcionarios, y que habla
sobre la proximidad que se genera para con los
pacientes en espera, percatándonos de algunos indicios en los relatos anteriores,
de donde se puede extraer la afinidad que se da en esta relación, y conforme a las
observaciones darnos cuenta que si no fuese por la gente que estando de pie
conversa con los guardias, la sala de espera sería mucho más silenciosa, no
monótona, porque el movimiento no cesa, aunque hay días que, si bien, el espacio
se encuentra copado, el movimiento no es mucho. Pareciese como si en ciertos
lapsos de tiempo, quizás días, la Unidad de Urgencias lograse controlar la alta
demanda médica.
Los días siguientes, estuvieron abocados más que nada a poder
interiorizarnos de una manera más estrecha con los actores en la sala de espera,
pudiendo acercarnos a ellos para que nos compartieran un tanto su experiencia. El
primer intento, fue negado por el guardia que vigilaba la entrada de la sala
TRIAGE, aunque sosteniendo de buena forma sus razones de lo complejo que les
era poder responder, al menos en esa zona rodeada de cámaras, preguntas
relacionadas a lo que ellos hacían, pero dirigiéndome de todas formas, a uno de
sus colegas que se encontraba al fondo de la sala, en el espacio de la Urgencia
Dental: “Ahí hay menos cámaras, él podría ayudarte”. Agradecido, me dirigí hacia
allí, pudiendo establecer una breve conversación con un guardia que se mostró
siempre dispuesto a dialogar.
Alan: El personal interno suele consultarles a ustedes ciertas cosas, ¿por qué
sucede esto?
Guardia R. G.: Bueno, nosotros debemos conocer todo… dónde está todo, porque
ellos no saben. Y es lo mismo que pasa con las personas, como ahora mismo,
porque si tú me vienes a preguntar algo, yo debo saberlo.
Alan: Claro, y fuera de lo que es la función de preservar la seguridad de este lugar,
¿tienen ustedes alguna otra labor asignada?
Guardia R.G.: A ver, de partida, siempre uno debe estar bien. ¿Por qué te lo digo?
Porque a veces la gente llega con sus problemas, y debemos ser nosotros los que
deben estar allí, animándoles, atendiéndoles si necesitan algo. Uno actúa
también como psicólogo, porque los que llegan aquí te ven a ti, y tienes que
estar bien, ignorar tu propia realidad muchas veces. Uno es la cara visible, y como
se dice… debes dar la cara.
Alan: Si es así, ¿hasta dónde entonces ustedes pueden influir en este lugar?
Guardia R.G.: Bueno, uno aquí a diario debe lidiar con personas. Muchas llegan
acá y te piden explicaciones por la demora, ¿por qué si yo llegué primero no me
atienden? Entonces ahí uno debe explicarles que adentro hay personas que están
siendo intervenidas en cirugía, y por eso los médicos están ocupados. A veces
nosotros entramos para darles informaciones a las personas que nos preguntan
por sus familiares, pero todo va a depender según la situación, y según el médico,
porque cuando el problema es un poquito grave, no nos dicen mucho, y ahí
nuevamente, se debe lidiar con la persona, sabiendo qué le vas a decir. Es un
tema complicado.
Alan: A propósito (y recordando la situación de Pablo), ¿qué pasa cuando desde
urgencias a alguien lo trasladan al SAPU?
Guardia R.G.: No, es siempre al revés, desde el SAPU determinan la condición del
paciente, y ahí ven si es preciso trasladarlo a urgencias.
Cuando me disponía a salir del hospital aquel lunes 31, a eso de las 6 con
10 minutos, me llamó la atención una señora que salió de la sala casi a la par
conmigo y llegó a donde se encontraba una pareja de adultos mayores,
vociferando “¡horrible la atención!”, por lo que me detuve pensando si era
pertinente poder conversar con ella ante su evidente enojo, pero finalmente
accedí, y de muy buena gana conversó conmigo.
M.C.: Pésima la atención. Súper mala la disposición que tienen para con el
enfermo. Más encima estamos desde las 3 y media aquí, y con suerte le tomaron
la presión, y mi viejo tuvo que vestirse afuera. Pesada la secretaria que atiende
ahí, no nos dio en todo el rato ninguna solución, y lo único que nos decía era que
“hay que tener paciencia”. Imagínate, y ahora mismo, me encontré con una amiga
que traía a su esposo, y están desde las 11 acá, y aún no los atienden, ¿puedes
creer? Al final uno trae a sus viejitos acá, y salen más enfermos. Debiesen tener
más consideración con ellos, son personas de la tercera edad y no los priorizan.
Tú vas a un consultorio y la atención es mucho mejor.
Alan: ¿Ni siquiera los guardias pudieron guiarle un poco más para encontrar otra
solución?
M.C.: No, no nos tocó la suerte de encontrarnos con uno de ellos.
Ya con variados datos recogidos, tanto de la observación como de las
entrevistas, me motivó, de todas formas, el precisar algunas cosas más con
respecto al proceder de los guardias. Y es así como el día jueves 3 de septiembre,
encontré la oportunidad de charlar por un momento con un guardia que velaba por
el libre tránsito de las ambulancias por el acceso que les correspondía, corrigiendo
y evitando que las personas caminasen por allí.
Alan: ¿Qué valor usted le podría dar a su trabajo?
Guardia L.V.: Mira, yo estoy acá desde julio recién. Trabajé toda mi vida en otra
cosa, aunque tengo una hija que es enfermera, y ella a veces me pregunta,
¿papá, te gusta lo que estás haciendo? De partida, el guardia se mira en menos.
Ahora estoy acá ordenando un poquito el tránsito de las ambulancias, pero he
estado en todos los lados hasta ahora. Tienes acercamiento con las personas,
pero hay algunos que no están ni ahí con eso. Tienes contacto con todos al final, y
a mí, me gusta el contacto con la gente. Acá debes ser la cara visible, y algunos lo
agradecen, pero no falta cuando llega gente media “shoricuay” (aludiendo a
“flaites”), y uno debe estar a la defensiva. Ya le pegaron a un colega una vez, y no
es sólo eso, el tema es que ellos vienen con la familia más atrás, y a veces, de la
nada, aparecen 5 ó 6 personas más a encararte. Hay que saber llevar el manejo
de las situaciones, y obvio, uno trata de hacer lo mejor posible, pero eso es
lo que no siempre se valora.
Alan: Y qué me puede contar sobre la relación que ustedes tienen con otros
funcionarios…
Guardia L.V.: Me han tocado ocasiones donde he tenido que discutir con algunos
enfermeros. Pasa que hay mucha mala disposición. Las personas te preguntan a
veces por el estado de sus pacientes, y uno debe acudir a quienes tienen la
información y no se puede inventar, si al fin y al cabo, uno está para ayudar. Yo
creo que no les cuesta nada dar algunos detalles, aunque a veces se entiende la
situación, pero va en la forma en cómo se digan las cosas. Yo les he dicho acá,
que el puesto de ser médicos a veces no les sirve de nada, sino aprenden a
ser gente, enseñarles sobre el trato personal con los demás, la convivencia,
que son cosas que siempre le digo a mi hija. Aunque otros a veces te
conversan, son amables y hasta se preocupan por ti, y están los demás que no te
saludan, no se despiden, y al final uno termina no pescándolos.
Alan: Así como me comenta, ¿merece este lugar un mayor cuidado con relación a
otros?
Guardia L.V.: Urgencias es complicado, complicadísimo. Urgencias la lleva en
cuanto a pega acá. Debes lidiar con distintos tipos de personas, y uno tiene
que hacer de todo, camillero, enfermero, etc. Y sobre todo viernes y sábado,
cuando más llega esta gente que te comentaba, medios choros y todo el tema.
Llegan con carabineros a constatar lesiones por andar robando, y acá llegan a
hacer lo mismo.
Metodología y conclusiones
Observación participante, fue el principal método usado en esta etnografía,
con el uso de técnicas como la entrevista, acompañado siempre de un diario de
campo para las observaciones, y la revisión de algunos documentos que fueron
útiles para el desarrollo de la misma, donde podemos considerar a Eduardo
ÁLVAREZ: Los estrategas del Maciel. Etnografía de un hospital público, CSIC-
UdelaR, Montevideo (Uruguay), 2009, 328 pp., y el texto virtual, otorgado por la
Biblioteca del Ministerio de Salud del Gobierno de Chile, “Dr. Boroslav Juricic
Torina”, que nos dio a conocer algunos aspectos históricos del Hospital Regional
Dr. Guillermo Grant Benavente.
A medida que fuimos analizando cada una de las observaciones y
entrevistas, nos percatamos de ciertos detalles que a simple vista pasaban
desapercibidos, ignorando tal vez, dentro de la dinámica presente en una sala de
espera, la labor realizada por funcionarios, digámoslo “menores”, con relación a
los pacientes. Este comportamiento paternal, familiar que ellos demuestran, es lo
que anima a la gente a poder sobrellevar, dentro del ambiente en el que se
encuentran, de desesperación, incomprensión, tristeza e impaciencia que produce
la espera dentro de la Unidad de Urgencias. Y como decíamos en un principio,
acerca de Concepción como una ciudad de mucho movimiento, es este espacio,
reducido en comparación con la ciudad, una réplica, aunque abocada al área de la
salud, pero réplica, al fin y al cabo, de la dinámica que caracteriza también a la
ciudad, en un encuentro de múltiples emociones que condicionan el
comportamiento de las personas.