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REAL ACADEMIA ESPAÑOLA
BIBLIOTECA SELECTA DE CLÁSICOS ESPAÑOLES
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JUAN MELÉNDEZ VALDÉS
P O E S Í A S
I N É D I T A S
INTRODUCCIÓN BIBLIOGRÁFICA
DE
ANTONIO RODRÍGUEZ-MOÑINO
MADRID
1954
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I. NOTICIA PRELIMINAR
La primera edición de las Poesías de Meléndez Valdés
aparece en la imprenta madrileña de Ibarra en 1785. El
catedrático salmantino, fiel a su temperamento lleno de dudas y
vacilaciones, sólo después de oficiales triunfos en 1784, se
decide a reunir en un par de volúmenes una selección de lo
hasta entonces realizado y que sólo era conocido de
contertulios, familiares y amigos. Parecía lógico poner al frente
el nombre del queridísimo que fue su guía y consejero, su
orientador y aliento en la etapa literaria recorrida, y así lo hizo:
precede al tomito una Epístola dedicatoria a Don Gaspar
Melchor de Jovellanos en la cual, al mismo tiempo que su
gratitud y amistad, expresa que sus versos no tienen aliento
épico, satírico o moralizador, sino que se emplea en cantar
el delicado trino
de un colorin: el discurrir suave
de un arroyuelo entre pintadas flores:
de la traviesa mariposa el vuelo;
y una mirada de Dorila o Filis,
un favor, un desden, su voz incitan;
y reclinado en la mullida yerba
tranquilo ensayo mil alegres tonos
que el valle escucha y que remeda el eco.
Se creyó en el caso Meléndez de justificar un poco la
aparición de sus versos en una Advertencia que arranca
sentando su absoluta tranquilidad ante las posibles sátiras
corrosivas, tan en boga entonces: “el autor, dice, se burlará de
las críticas necias o pueriles que hagan de él algunos a quien su
modo de escribir no es agradable”. Ni gongorino ni prosaico,
aspira a colocarse en un justo medio en el cual la belleza del
buen español sin torceduras coadyuve a realzar la pura gracia
lírica.
Y viene, como de la mano, el problema del lenguaje. Sin
llegar al castellano de taracea, ridiculizado por el fabulista
Iriarte y que luego, entrado el siglo XIX, ha de engendrar
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nubarrón de escritores en fabla falsa y artificial, propugna
Meléndez una vuelta a los clásicos dignos de tal nombre:
Garcilaso, Fray Luis de León, Herrera, Hurtado de Mendoza,
Fray Luis de Granada y Mariana.
Tal cual arcaísmo, tal locución poco frecuente, dosificados
como es lógico, dan nervio y vigor al discurso y “contribuyen
maravillosamente a sostener la riqueza y noble magestad de
nuestra lengua: valiera más restablecer su uso que adoptar otras
voces y frases de origen ilegítimo que la desfiguran y ofenden”.
Por lo que respecta a los asuntos, también siente Meléndez
Valdés necesidad de justificarse. Las poesías del primer tomo
son en cierto modo distracciones literarias, ocios de más graves
tareas; escritas en plena juventud –algunas casi en la infancia-
responden en un todo a los estímulos de la edad: hay que
perdonarles, pues, su falta de sazón. En el segundo volumen
irán poesías serias, probablemente las últimas redactadas, más
en consonancia con la gravedad de sus ocupaciones de
entonces, porque “el ingenio del hombre sigue de ordinario los
progresos de su naturaleza, y se va acomodando como ella a la
edad, estado, destino y situaciones de cada individuo”.
Por otra parte el cultivo de la musa pastoril no estaba reñido
con la severidad exigida al pedagogo salmantino: un catedrático
de Humanidades en la Universidad más importante de España,
tenía la obligación de demostrar cumplidamente que su
conocimiento de las letras no era pura teoría, sino que en la
práctica alcanzaba a plasmar en realidades lo propugnado en el
aula.
Nada menos que ciento seis composiciones integran el lindo
tomito salido de las prensas de Don Joaquín Ibarra, dividido en
dos partes perfectamente separadas. Contiene la primera,
además de la Epístola a Jovellanos, que hemos mencionado,
una serie de veinticinco Odas anacreónticas rematada por cuatro
unidas por un título común: La Inconstancia, Odas a Lisi; viene
después el bellísimo conjunto de quince poemas dedicados a La
paloma de Filis, seis letrillas y trece romances pastoriles.
La segunda parte, en la que sólo por excepción utiliza el
metro corto, se abre con una Elegía en tercetos, a la cual siguen
veintiuna odas de varios temas, otra Elegía a la muerte de Filis,
que acaba en un soneto bellísimo con reminiscencias clásicas;
quince sonetos pastoriles, digno alguno de ir firmado por Lope
de Vega; una larga composición titulada El lecho de Filis y, a
modo de apéndice, dos letrillas: La flor de Zurgen y La
despedida.
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Ignoramos las razones que tuvo Meléndez Valdés para no
dar a este volumen el segundo prometido, pero lo cierto es que
no llegó a ver la luz el que debía de contener las “poesías de
carácter más grave, y menos dignas del ceño de los lectores
melindrosos”. El público acogió con tan extraordinario
entusiasmo estos versos limpios, sencillos y llenos de
sensibilidad, que pronto alcanzaron el honor de las
reimpresiones fraudulentas. Los libreros, viendo fácil negocio,
hicieron ediciones copiosas siguiendo la original a plana y
renglón, incluso muchos años después de haberse publicado:
testigo de ello la que lanzó Don Manuel Alvarez en 1798.
Meléndez, años adelante, se limita a decirnos que este éxito
“debería haberme animado a continuar con más actividad en
mis trabajos, imprimiendo mi segundo tomo, que de otro género
más noble y elevado pudiera honrarme mas a los ojos de todos,
que los juegos agradables del primero. Pero varios sucesos
domésticos que no pude entonces prever, y que al cabo sin
saber como me han entrado en la ilustre y austera carrera de la
Magistratura, me han estorbado hasta ahora para poderlo
executar”.
Lo cierto es que hasta 1797 no vuelve a pensar en hacer una
edición autorizada de sus Poesías y éstas aparecen en
Valladolid, en la imprenta de la Viuda e hijos de Santander.
Preparada y en prensa desde 1795 las eternas dudas y
vacilaciones del autor, su desconfianza en que el público
comprendiese la no incompatibilidad entre el poeta lírico y el
Magistrado y ahora el verdadero temor a la sátira calumniosa,
retrasaron la salida durante mucho tiempo. Por fortuna ruegos
de sus amigos y el disgusto que le producía ver las
reimpresiones fraudulentas, vencieron la timidez.
Frente a las ciento seis composiciones dadas a la estampa en
un volumen en 1785 se alzan ahora tres tomos con un total de
ciento ochenta y cinco. Numerosas son las series nuevas que
figuran en estos volúmenes y curioso e importante es observar
los aumentos que ha hecho Meléndez dentro de los antiguos
ciclos. Fijándonos solamente en ellos, notamos que las Odas
anacreónticas pasan de veinticinco a treinta y tres, La Paloma
de Filis ve acrecentados con tres sus quince poemas y las
Letrillas con cuatro, así como las Odas los Sonetos y los
Romances pastoriles.
Pero este acrecentamiento y esta incorporación de poemas
nuevos no es la única diferencia entre ambas ediciones. Ya
hemos señalado el carácter siempre titubeante de Meléndez
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Valdés, y tal falta de firmeza se extiende también al texto de sus
poesías. Nunca seguro de haber acertado, le ocupa siempre la
tarea de revisar, limar y pulir las estrofas, incluso las ya
impresas. Y si a veces estos retoques no pasan del cambio de tal
cual palabra, hay ocasiones en que, como en la oda VIII, se
convierten en veinte los doce versos de la redacción primitiva o
como en la que comienza Al ir a despedirme, se trueca el primer
verso en Al partir y dejarla y se modifican muchos de los
siguientes.
En la nueva edición va relegada al tercer tomo la Epístola a
Jovellanos y en cambio figura al frente del primero una
dedicatoria en prosa a Don Manuel de Godoy, Príncipe de la
Paz. En mucho estimó Godoy las alabanzas sin tasa que le
prodigó Meléndez Valdés, y no son escasos los pasajes de sus
Memorias en que a ellas se refiere para justificar con su texto lo
avanzado de las ideas progresivas con las cuales intentó –lleno
de buena fe- modernizar el país.
Los tres volúmenes de 1797 tuvieron largo despacho y éxito
inmenso, agotándose rápidamente dos copiosas tiradas: Pero a
la fortuna literaria de Meléndez no acompañó la política, ya que
en 1798, alejado Godoy del poder y triunfante el partido del
ministro Caballero, comenzó la persecución contra Jovellanos y
sus amigos. Desterrado el poeta, transcurren los diez años
siguientes entre Medina del Campo, Zamora y Salamanca, sin
quehacer oficial.
Ocupado en la traducción de la Eneida, en limar sus
composiciones de nuevo y en preparar los materiales para
editarlas, le sorprendió el 19 de mayo de 1808 y la consiguiente
caída de Godoy. Al subir al trono Fernando VII se dictó una
amplia amnistía a favor de los perseguidos y Meléndez fue
beneficiario de ella. Los sucesos de su vida pública durante la
guerra napoleónica, guerra cruel en la que no hubo más que
vencidos, son harto notorios, y empujado por las circunstancias
desempeñó cargos en el gobierno de José I que le llevaron al
exilio en 1814.
Desterrado en Nimes, allí firmó, el 16 de octubre de 1815,
un prólogo para la edición que preparaba de sus Poesías, y que
no quiso imprimir en Francia a pesar de los ruegos de amigos y
admiradores. Fallecido en 24 de mayo de 1817, en Montpelier,
su viuda, D.ª María Andrea de Coca, conservó celosamente los
originales y, de vuelta a Madrid, los entregó a discípulos e
íntimos amigos de su marido: Fernández de Navarrete y
Quintana.
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Circunstancias familiares impidieron a aquél ocuparse de la
honrosa comisión. Consiguió éste el necesario permiso para
imprimirlas y en cuatro volúmenes, salieron a la luz pública en
1820 de las prensas de la Imprenta Real. Escrupuloso, Quintana
respetó plenamente la voluntad de Meléndez manifestada en
notas autógrafas que, tras la lista de las composiciones suyas
que deberían publicarse, decían así: “Aunque tengo compuestos
otros varios romances [lo mismo dice respecto a otras letrillas,
anacreónticas, etcétera], los anteriores me parecen los menos
imperfectos; y así prohíbo que se impriman los demás bajo
cualquier pretesto (sic) que para ello se busque: se lo ruego así
encarecidamente al editor de mis poesías, y espero de su
probidad y buen gusto que cumplirá en todo mi voluntad”.
Cumplióla, en efecto, Quintana, y sólo admitió lo
determinado por el autor, limitándose por su parte a escribir al
frente del primer tomo una preciosa Noticia histórica y literaria
de Meléndez a la cual poca ha tenido que añadir, en líneas
generales, la erudición moderna: lo que allí no está dicho no es
por ignorancia, sino voluntariamente.
Libre circuló la obra hasta que, durante la reacción
absolutista, se prohibió su venta, autorizándose algún tiempo
después mutilada: se quitaron la Advertencia de los editores y la
biografía de Meléndez. Corren ejemplares con el pie de
imprenta de 1820 y de 1821, pero el texto es idéntico;
probablemente se hizo una copiosísima tirada porque aún es
frecuente encontrarlos hermosos.
Esta edición se ha considerado durante un siglo como la
definitiva de las obras de Meléndez Valdés, sólo mejorada en la
reimpresión primorosísima que de ella hizo el ilustre bibliófilo
Don Vicente Salvá en París el año 1832, en la cual corrigió con
todo escrúpulo ortografía, puntuación y erratas, explicando lo
hecho en unas páginas preliminares.
Las ciento ochenta y cinco poesías de 1797 llegan casi a
trescientas en 1820, y acusan perfectamente la idea que
Meléndez Valdés tenía de sus versos y la que quería reflejar de
su mundo poético a la posteridad. Sólo excluyó unas pocas de
las impresas, entre ellas la Oda a José Napoleón, que había
salido suelta en el año 1811 y que apenas tiene más interés que
el biográfico o histórico, por ser muy pocos los poetas de
primera fila que pulsaron la lira en su honor.
Ya hemos indicado que Fernández de Navarrete iba a haber
cuidado de esta edición, pero inexcusables deberes familiares le
hicieron dejar en manos de Quintana el llevarla a buen término.
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Algunos de los papeles, borradores y copias sobrantes,
quedaron en su poder, y al cabo de muchos años los examinó D.
Leopoldo Augusto de Cueto, cuando preparaba los volúmenes
de Poetas líricos del siglo XVIII para la Biblioteca de Autores
Españoles. Muy poco aficionado a lo que significaba en poesía
Meléndez, tuvo, sin embargo, la buena idea de elegir como
texto el de la edición de 1820, suprimiendo tan sólo La caída de
Luzbel y Las bodas de Camacho, pero añadiendo unas pocas
poesías inéditas y cambiando en algunas, a modo de muestra, la
lección impresa por otra manuscrita y preferible.
Esta aparición de manuscritos, que mejoraban textos
considerados como definitivos, estimuló a diversos
investigadores a dar a la estampa otros. Así Nicolás Días Pérez,
en la biografía de Meléndez que figura en su Diccionario de
extremeños ilustres, aprovechó la ocasión para imprimir dos,
probablemente facilitados por el descendiente del poeta D.
Aniceto Terrón de la Gándara.
Fué, sin embargo, un erudito extranjero, Mr. Raymond
Foulché Delbosc, quien dio mayor impulso a esta revisión de
los textos del poeta. Había adquirido Foulché una considerable
parte de los papeles de Cadahalso y entre ellos se encontró con
bastantes poesías de Meléndez Valdés, a las cuales unió las
precedentes de un manuscrito que fue de Salvá y compró en la
gran subasta del Conde de Benahavís.
Tan copiosos materiales le sirvieron para dos trabajos,
aparecidos en la recién fundada Revue hispanique (1894), en los
que publicó cuarenta y dos composiciones inéditas de nuestro
autor, anotando variantes textuales de algunas más. Hállanse
(sic) en el conjunto ciertos divertimentos juveniles que, con
toda seguridad, no fueron escritos con propósito de imprimirse,
y un hermoso grupo de Odas muy sensuales, bajo el título de
Los besos de amor.
Por aquellas fechas habían ingresado en la Biblioteca
Nacional de Madrid bastantes papeles del siglo XVIII, cuya
catalogación y estudio se encomendó al diligente bibliotecario
D. Manuel Serrano y Sanz. En el curso de sus trabajos
identificó muchos de ellos como borradores autógrafos de
Meléndez Valdés y, estimulado por los artículos de Foulché
Delbosc, con destino a la misma revista, seleccionó varias
cartas y veintiséis poemas, algunos muy interesantes, que
fueron publicados como inéditos.
En pocos años, pues, (1871-1894), se acrecentó la obra de
nuestro poeta con ochenta y seis composiciones, cifra
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considerable si se tiene en cuenta que representa casi una cuarta
parte de la obra total. Sin embargo, no se agostó el venero, por
cuanto la Biblioteca Nacional adquirió nuevos lotes de
manuscritos, al menos en 1901 y 1906, y de ellos extrajo Pedro
Salinas ocho romances que publicó en el Homenaje a Menéndez
Pidal, y William E. Colford las seis poesías que dio a la
estampa en apéndices a su preciosa biografía del autor, en 1942.
Durante los años 1931 y 1933 llegó a las manos del autor de
las presentes páginas, una cantidad considerable de documentos
biográficos y literarios de Meléndez. Utilizados algunos de los
primeros en un artículo (1932), quedaron todos los de la
segunda clase pendientes de revisión y estudio. Para ofrecer una
muestra de su interés, seleccionó María Brey siete poesías que
se consideraban como definitivamente perdidas ya en 1894 y las
publicó en un opúsculo en 1951.
Ya advirtió María Brey que se limitaba a publicar las siete
que no pudo hallar Foulché-Delbosc, pero que quedaban aún
bastantes poesías inéditas. Unidos los materiales nuestros a los
que se conservan en la Biblioteca Nacional, forman un
copiosísimo conjunto de más de quinientas composiciones
manuscritas, algunas en múltiples re-redacciones.
Al honrarnos la Real Academia con el encargo de reunir los
textos desconocidos de Meléndez Valdés, con motivo de
celebrarse el segundo centenario de su nacimiento, se impuso
como primera tarea la de conocer exactamente cuáles eran las
poesías impresas y cuáles no. A tal efecto formamos un índice
de las contenidas en las ediciones hechas en vida del poeta
(1785, 1797) y en las de 1820 y 1871.
En posesión ya de este nutrido fichero, incorporamos en él
todos los textos que la erudición exhumó con posterioridad a
1871. La labor, aparentemente fácil y mecánica, tuvo, sin
embargo, sus dificultades originadas por las correcciones y
cambios textuales a que hemos aludido en líneas anteriores.
Si nos hubiéramos limitado a un catálogo de primeros
versos, habríamos duplicado y aun triplicado una misma
composición: la que en 1785 empieza Al ir a despedirme, figura
Al partir y dexarla en 1787 y 1820; Sueltas avecillas (1797)
cambia en Aves que canoras (1820); Ay, seré yo (1797) en
Bronce a su llanto (1820); En las alas del céfiro llevada (1785,
1797) en Del céfiro en las alas conducida (1820, 1871); La
alegre primavera con mil flores (1785) en La jovial primavera
con mil flores (1797) y en La primavera derramando flores
(1820, 1871), etcétera. Repetidísimas lecturas nos han liberado
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de caer en la duplicación, aunque tal vez se nos haya escapado
alguna.
Terminada esta etapa realizamos igual tarea con los
manuscritos, con los mismos problemas y cuestiones de
identificación que resolver: El Amable lira mía, de los impresos
(1785, 1797, 1820, 1871), es Canta ya lira mía en los mss.; el
Aves que canoras, citado antes, Esto y más merece; Basta de
enojoso ceño (1820, 1871), es Basta de ominosas iras; Cuitado
corazón mío (1785) es Desdichado corazón. De tus doradas
hebras mi Señora (1785, 1797, 1820, 1871) es en unos mss. De
tu dorada trenza mi Señora y en otros De tus trenzas bellísima
pastora; Dulce Dalmiro, cuando a Filis suena 1785, 1797,
1820, 1871) figura unas veces como Caro Dalmiro y otras Caro
Constancio, mientras que la composición En esta breve tabla
(1785, 1797, 1820, 1871) pasa a ser En esta blanda cera.
El resultado de toda esta labor es el hallazgo de sesenta y
cinco composiciones que, salvo error, creemos que no han sido
impresas nunca. Figuran en su mayoría con textos únicos en
nuestra colección.
De estas sesenta y cinco no van publicadas en el presente
volumen tres: un fragmento (Todo si en plazo breve fue
indecible), el borrador de la traducción de la Eneida que no
llega a completar el Libro I, lleno de tachaduras y enmiendas de
letra minutísima, y finalmente El destino del hombre,
conservado en dos copias y sobre cuya adscripción a Meléndez
se nos ofrecen dudas que el estilo no aclara: tenemos, incluso,
idea de haber leído este poema entre las obras de otro autor.
Por lo que respecta a la edición, se ha seguido siempre el
texto más antiguo; cuando se trata de borradores autógrafos,
con tachaduras y enmiendas, se han incorporado éstas
directamente al texto, ya que nuestro cometido en esta ocasión
no es el de hacer una edición crítica, sino la de presentar un
conjunto de textos inéditos del poeta. Ortografía y puntuación
son nuestras*.
Acompañamos a estas páginas preliminares dos trabajos,
que esperamos serán de utilidad para futuros investigadores y
que era necesario de todo punto realizar: uno, la bibliografía de
Meléndez Valdés comprensiva de los libros o folletos en los
cuales haya aparecido por vez primera alguna composición de
_______________
Para conocer las vacilantes ortografía y puntuación de Meléndez Valdés, hemos
reproducido exactamente la égloga Batilo.
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nuestro autor: van excluidas las meras reimpresiones o
selecciones editoriales; las pocas poesías que conocemos en
revistas se incorporan al índice de que hablaremos.
Llevan descripción bibliográfica los manuscritos que forman
volumen, aunque éste sea de exigua extensión, pero no se
describen, sino que se mencionan con su signatura en el índice,
las hojas sueltas. Hemos de advertir que en la Biblioteca
Nacional no aparecen algunos manuscritos que allí estuvieron y
que hoy se hallan, probablemente, traspapelados, como los que
llevaban las signaturas P. V. 4.º C. 30-23 y el importantísimo de
la colección Gayangos descrito por Roca con el número 712.
El segundo de los trabajos es un Indice general alfabético de
primeros versos. Se ha volcado en él todo el contenido de las
obras citadas en la bibliografía, haciendo las necesarias
referencias cuando existen dos o más redacciones de un poema,
de forma que al examinar un manuscrito y cotejarlo con el
Indice pueda saberse exactamente si sus lecciones son
conocidas o no y, en todo caso, tener exhaustiva información de
los lugares en que se hallan, impresos o manuscritos, los textos.
Tal es, en líneas generales, el trabajo que hemos realizado y
que tenemos el honor de presentar, en cumplimiento de su
mandato, a la Real Academia Española.
Madrid, 14 de enero de 1954.