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Todos los países tienen sus local heroes, sus héroes locales, artistas adorados
en su tierra y que fuera de sus respectivos países, regiones, son prácticamente
desconocidos, es un fenómeno que se da mucho en Iberoamérica pero también
en la vieja Europa. Ahí tenemos el caso de Johnny Hallyday en Francia, que
fuera de los ambientes francófonos resulta incomprensible, lo mismo que el
fenómeno Leonardo Favio, Moris, Spinetta o Charly García en la Argentina, que
para gran parte de los españoles se nos hace de difícil digestión. La música en
potencia es un lenguaje universal pero en la práctica dista muy mucho de serlo,
y sobre todo hablando de cantautores, un género musical en franco declive. Esto
viene a santo de que Marilina Ross es muy conocida como cantante en la
Argentina, y en España se la recuerda principalmente como actriz, o al menos yo
he llegado a ella por sus películas realizadas en España y no por su faceta
musical, que desconocía por completo, supongo que me pilló muy pequeño, nací
en los 70, y demasiado heavy. También su faceta como actriz la he descubierto
hace muy pocos años gracias a mi interés por hacerme con la filmografía
completa de Jaime de Armiñán, en concreto al encontrármela por casualidad en
la película “Al servicio de la mujer española” (1978), una interpretación que me
dejó fascinado, y que está muy por encima de la película, algo que suele ocurrir a
menudo en las películas en las que participa, recibió el premio a la mejor actriz
del Círculo de Escritores Cinematográficos (1979).
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A partir de ahí empecé a profundizar un poco en su carrera, resulta que era
conocidísima en la Argentina gracias a su papel en la película “La Raulito”
(1975) (proyecto personal de Marilina Ross que tardó 5 años de lucha para
llevarse a cabo, a escondidas y con cámara oculta, y que sirvió para que el
personaje real en quien está inspirado la película pudiera recibir atención
médica), que por lo visto fue todo un fenómeno de masas en la época, también
en España (Premio Fotogramas de Plata a la mejor interpretación extranjera del
año en 1976, compitiendo con Liv Ullman, Al Pacino, Jack Nicholson y Dustin
Hoffman), donde arrasó, estuvo en cartel durante más de año y medio,
1.268.101 espectadores, casi nada, superando en taquilla a películas comerciales
como “Tiburón” de Spielberg. Supongo que es ahí donde Jaime de Armiñán la
descubrió, lo mismo que a Ana María Picchio, que lo borda en “Una gloria
nacional” (1992), lo mejor de la serie, ambas salen también en la película
argentina “La tregua” (1974), que no tuvo tanto éxito en España, 143.522
espectadores. Acosada por la censura de la dictadura militar argentina, y
amenazada de muerte, aprovecha varias ofertas de trabajo en España para
exiliarse voluntariamente, temporalmente, de 1976 a 1980. Participa en seis
películas, en una obra de teatro televisivo de Estudio 1, “Pigmalión” (1979), en
una obra de teatro con José Bódalo, “Panorama desde el puente” (1980) de
Arthur Miller, y en una aparición como cantante, 8 canciones (“Fotos mías”,
“Aquel estado de ánimo”, “Casi sin querer”, “Había una vez un gato”, “Carta a
papá”, “Canción de cuna para despertar a un hijo”, “La canción de sus viejos” y
“Quereme, tengo frío”), en televisión española en el programa de Miguel de los
Santos “Retrato en vivo”
(1980): http://marilinarossoficial.blogspot.com.es/2012/09/television-
espanola.html
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1977
A los pocos meses de la emisión de este programa, vuelve a la Argentina para
dedicarse en cuerpo y alma a la música, la actividad que de verdad la llena, que
la permite expresarse con mayor libertad, sinceridad, a pesar de seguir vetada,
estaba prohibida la mención de su nombre en los medios, lo que no impidió que
llenara nueve veces el Teatro Odeón con sus conciertos sin ningún tipo de
promoción, de publicidad. Regresó varias veces a España de manera ocasional
(en 1981 se rumoreaba que iba a protagonizar la serie de 9 capítulos “Marianela”
para el espacio “Grandes relatos”, del que salieron series míticas como
“Fortunata y Jacinta”, pero el proyecto no se realizó) en giras de obras de teatro,
conciertos, por ejemplo en 1997 para un recital en Barcelona (Teatro Retiro, en
el “Sitges Teatre Internacional”), y tuvo un par de apariciones televisivas, en
1982 en el programa de José María Íñigo “Estudio Abierto”
(https://www.youtube.com/watch?v=Cx6eqZ4BCzk), donde interpretó dos
canciones de su segundo LP “Soles” (el primero “Estados de ánimo” (1974) se
editó sin demasiada repercusión), “Puerto Pollensa” y “Mis padres”, y en el
popular programa de cocina “Con las manos en la masa” (1984) de Elena
Santonja.
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1978
Hagamos un pequeño paréntesis, un flash-back, la conexión de Marilina Ross,
María Celina Parrondo, con España es más profunda, significativa, aunque
nacida en la Argentina era de origen español, sus padres eran inmigrantes
españoles, de Navarra la madre y de Asturias el padre, siendo la primera vez que
viaja a España en 1976 para presentar la película “La Raulito” en San Sebastián,
donde se reúne con varios de sus parientes españoles. La estancia duró 13 días y
a pesar de los múltiples reconocimientos, muestras de cariño del público, y
ofertas para quedarse (una co-producción hispano-francesa con Alain Delon y
Belmondo que no fructificó, un contrato en exclusiva de 10 años que rechazó, y
el proyecto de una comedia musical en teatro, “Carmen, Carmen” de Antonio
Gala, que iba a ser dirigida por Bob Fosse, y que tampoco salió adelante), vuelve
a la Argentina porque ya estaba comprometida con una obra de teatro, “El gran
soñador”. Finalizado el contrato Marilina Ross desembarca en España en agosto
de 1976 en principio para actuar en una película de Manuel Gutiérrez Aragón
producida por José Luis Borau, “Camada negra” (1977), en la que al final no
intervino, rechazó, por su carácter político, la protagonizó Ángela Molina, y co-
protagonizar un musical con Raphael, “I do, I do”, que tampoco llegó a buen
puerto. En diciembre forma parte del jurado de la II Semana de Cine
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Iberoamericano de Huelva, junto a Antonio Gala, Patino, José Luis Gómez y
Román Gubern entre otros. Lo que sí cuajó fue la película “Parranda” (1977) de
Gonzalo Suárez, que aprovechando el tirón de “La Raulito”, repitiendo hasta el
diminutivo en su personaje, “Socorrito”, tuvo unos aceptables 285.144
espectadores, papel ofrecido cuando todavía estaba en la Argentina, y ya en
España emprende la segunda parte de “La Raulito” (1975), “La Raulito en
libertad” (1977), operación comercial del productor español Vicente Gómez que
trató de repetir el rotundo éxito de “La Raulito”, de la que compró los derechos y
se encargó de la distribución en España, sin demasiada suerte, 176.819
espectadores, segundas partes nunca fueron buenas. La tercera película es
“Reina Zanahoria” (1978) de Gonzalo Suárez, 264.974 espectadores, la cuarta
“Soldados” (1978) de Alfonso Ungría (Premio a la Mejor Actriz en la IV
Semana de Cine Histórico de Córdoba, 1979), 292.865 espectadores, la quinta
“Al servicio de la mujer española” (1978) de Jaime de Armiñán, 293.681
espectadores, estrenada en San Sebastián, la única película del Festival
aplaudida en mitad de la proyección para jalear una secuencia interpretada por
ella, y finalmente “El hombre de moda” (1980) de Méndez-Leite, 151.997
espectadores.
1980
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En ningún caso hablamos de obras maestras (hablo solo de las españolas, “La
Raulito” es muy buena, rozando la obra maestra, excepto el final, mejor que
“Los cuatrocientos golpes”, a pesar de la pobreza de medios, tiene mucha fuerza,
garra formal, como las mejores películas mejicanas de Buñuel, “Los
olvidados”, la Raulito haría buenas migas con Ojitos, “El ladrón de bicicletas” de
De Sica o “Daan” de Jalili, puro neorrealismo sucio, su éxito en España está más
que justificado, sigue siendo una de las mejores películas de la historia del cine
iberoamericano, lo mismo que “Piedra libre” (léase el apéndice). Detrás está el
gran director, y actor, chileno, e injustamente olvidado, que también tuvo que
exiliarse a España por motivos políticos, Lautaro Murúa (la maravillosa,
entrañable, emocionante, humanista, conductista, humanista, buñueliana
pedagógica, kiarostámica, “Shunko” (1960, Cóndor de Plata como mejor
película de 1961, mejor película en español Festival Internacional de Cine de
Mar del Plata de 1961), protagonizada por el propio Lautaro Murúa, su obra
maestra, Top-10 cine argentino, cine iberoamericano, y su reverso oscuro, la
expresionista ingenua “Alias Gardelito”, e “Invasión”, “La casa del ángel” y
“Belmonte” (Juan Belmonte de viejo en la película de J.S.Bollaín, su último
papel antes de morir) como actor), que es mejor que Leonardo Favio. La
actuación de Marilina Ross es soberbia, la declaración en el juzgado es sublime,
pocas actrices, actores, son capaces de sostener un plano secuencia tan largo, 10
minutos, tan intenso, así, tirando solo de talento, de verdad. Con el mérito
añadido de que esta secuencia es improvisada: “Lautaro me había dado una
serie de pautas, me dijo: improvisá. Cámara y yo hablando a un tornillo de la
cámara, empecé y cuando llegó un momento, tenía que cortar y él no cortó. Yo
seguí y me fui conectando con la emoción porque ya se ligaba con lo que me
estaba pasando a mí que estaba siendo amenazada por la Triple A. Entonces
me puse a llorar. Y cuando la Raulito dice: a quién jodo yo lo único que quiero
es correr por las plazas, jugar al fútbol, si yo lo que quiero es ser actriz, cantar.
Y ahí me conecté con lo mío. En un momento hubo que cortar la secuencia
porque se escuchaban los mocos de Lautaro, en el sonido directo se escuchaba
snif. Y ahí se terminó el día de filmación que duró exactamente 10 minutos que
es lo que dura la escena.”) y en la gran mayoría de ellas lo más destacable, lo
que sostiene las películas, es la gran actuación de Marilina Ross. Lo primero que
llama la atención es la diferencia en su modo de actuar en las películas
argentinas previas, sólo he visto “La tregua” y “La Raulito”, con respecto a su
etapa española.
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En las películas argentinas, o en las que hace de argentina, su interpretación es
más exagerada, histriónica, corporal, y en las españolas más contenida, sobria,
con la mirada. Como si en su etapa española se mimetizara con el carácter
español, menos exuberante, más austero, inexpresivo, emocional, que el
argentino. Algo que dice mucho de Marilina Ross, de su capacidad, talento,
como actriz, cansados estamos de ver películas españolas en la que los
habituales secundarios argentinos interpretan a argentinos al cuadrado, más
argentinos que los propios argentinos, una destilación por exceso, o italianos
con un chute de cafeína e incontinencia verbal.
Al servicio de la mujer española
Mi actuación favorita de las realizadas en España es en la película “Al servicio
de la mujer española”, quizá porque es la única en la que hay un director
maduro, brillante, detrás, que domina su oficio con sobriedad y sencillez, que
sabe narrar con imágenes, con miradas, dirigir actores, controlar el tiempo y el
espacio, y escribir grandes, complejos, guiones. Y si no fuera por el demagógico
final, en el que equipara, injustamente, a la protagonista, a Marilina Ross, a la
mujer española de posguerra, con colegialas que necesitan ser liberadas, por un
hombre, la película podría ser calificada de muy notable. El ajuste de cuentas
tenía que ser con la dictadura, con sus responsables, los hombres, las mujeres
no pinchaban ni cortaban en su propia represión, la Sección Femenina era un
apéndice, masculino, de la doctrina nacional-católica de la Iglesia, dirigida por
hombres, y del fascista, misógino, a la par que borrego, Franco.
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En esta ocasión Marilina Ross está más acompañada, arropada, que en el resto
de películas españolas, está secundada por cuatro grandes actores, sin contar al
niño, el inquietante Adolfo Marsillach, componiendo un personaje cruel,
despreciable, Amparo Baró, perfecta en su papel de hermana beata, mojigata,
absorbente, controladora, Mary Carillo, bordando a la fiel, abnegada, criada de
toda la vida, y Emilio Gutiérrez Caba, impecable como liberal pagafantas que se
queda a dos velas. Marilina Ross está sencillamente espléndida, hipernatural,
incluso sensual, como si realmente no hubiera cámara, es una actuación
profunda llena de matices, de recursos, además que ese acento medio español
medio argentino tiene mucho encanto. Sublime la delicadeza, sensibilidad,
humor, con que Armiñán resuelve la entrañable, liberadora, secuencia de las
dos hermanas Galdós en la cama, de las más grandes de la historia del cine
español, no menos sublime que la maravillosa, humillante, secuencia en la casa
de Emilio Gutiérrez Caba. Hasta los títulos de crédito, realizados por el gran
ilustrador Juan Carlos Eguillor, son muy buenos. De todas las películas que he
visto de Marilina Ross, españolas y argentinas, es su mejor actuación, incluso
mejor que la de “La Raulito”, y ya es decir.
Parranda
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En cuanto al resto, de la mediocre “Parranda”, un intento bastante burdo de
subirse al carro del éxito de “Pascual Duarte” (1976), repitiendo incluso al actor
protagonista José Luis Gómez, lo único decente es el inocente personaje de
Socorrito, la loca obsesionada con tener un hijo, interpretado correctamente por
Marilina Ross, la escasa complejidad, profundidad, del personaje, tampoco daba
para mayores virtuosismos, pero desde luego es lo único que se recuerda de la
película, “me los hacen y luego no me los traen”.
Raulito en libertad
De “La Raulito en libertad” de nuevo lo más destacable es la actuación de
Marilina Ross, incluso canta, que si bien no alcanza la altura de la primera
parte, cosa realmente imposible, también es muy recomendable. El principal
problema de la película es ese, que las comparaciones son odiosas, y la primera
parte estaba demasiado reciente en la retina del espectador como para ser justo
con la segunda, que es más consciente, menos espontánea, bruta, pero que tiene
su interés.
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Reina Zanahoria
“Reina Zanahoria”, una película muy tontorrona, infantil, siguiendo la línea
de los Ditirambos, del Godard, Yves Robert, Superagente 86, Anacleto, más
pueril. Como siempre en Gonzalo Suárez, la película va de listilla, de graciosilla,
y a los diez minutos ya resulta cansina, insufrible. Las gracietas son de patio de
colegio, de tebeo de Bruguera, de Jaimito, salvo la retransmisión radiofónica de
Hamlet como si fuera un partido fútbol. El guión es tan insustancial, tan
forzadamente, inofensivamente, surrealista, que cuesta horrores prestar
atención, mantener el interés, los gags son malísimos, y tan misóginos como los
de “Duerme, duerme mi amor”, que al menos tenía su gracia a pesar del
repugnante mensaje. Marilina Ross está genial, graciosísima, como americana, y
guapísima con el pelo engominado a lo Liza Minelli en “Cabaret”. Sólo ella, con
su luminosa presencia, y Sacristán, por fin gracioso, salvan la película, la hacen
menos irrespirable, pero no lo suficiente como para calificarla de aceptable, y
por cierto, ¿tan pocas mansiones hay disponibles en España como para utilizar
la misma de las películas de Saura? Lo mejor es el trabajo gráfico de Alberto
Corazón, con su versión zanahoril de los clásicos de la pintura y del surrealismo.
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Soldados
De “Soldados” poco que decir, el tratamiento hiperestilizado, elegante,
refinado, pretencioso, cerebral, de Ungría, no empasta con la sordidez de lo
tratado, la cruel Guerra Civil y aledaños, la película va por un lado y Ungría por
otro, no convergen, le sobre un puntito de extrañamiento, y le falta vidilla,
emoción, es una película tremendista victoriana, que pide a gritos un pasodoble
y no un piano. La película es tan forzosamente elíptica a lo Resnais, tan plana,
tan falta de ritmo, por mucho que Ungría desordene la estructura a lo
Bertolucci, la clara referencia, que cada vez que aparece Marilina Ross en
pantalla (por cierto doblada), mucho menos de lo deseable, de repente es como
si se abriera el cielo. La belleza clásica, de cine mudo, de Marilina, brilla
especialmente en esta película histórica, de época, el estilo novecento, tanto en
la forma de vestir como en el peinado, encajan como un guante en su frágil
fisonomía. Su distanciada actuación, de una contención admirable, casi nórdica,
salvo en los simbólicos sueños claro está, brilla sobremanera con respecto al
resto, hasta el punto de que se puede hablar de dos películas, una buena, en la
que aparece Marilina Ross, y otra que como mucho se deja ver cuando ella
desaparece. Es inevitable pensar en lo que hubieran podido dar de sí las
películas de Saura si en lugar de la insulsa Geraldine Chaplin las hubiera
protagonizado la fotogénica, carismática, Marilina Ross.
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Pigmalión
En cuanto a “Pigmalión”, tengo un problema, que no me gusta el teatro,
filmado, televisivo, no le veo el sentido, ni es teatro ni es televisión. Una vez que
se toma la decisión de registrar una obra de teatro, debería realizarse el esfuerzo
de hacer un trabajo cinematográfico digno y no limitarse a hacer un simple
registro ilustrativo en bruto, o teatral, que para eso ya está el teatro, teatro y
televisión son dos lenguajes diferentes y deberían apreciarse las diferencias.
Casi hubiera preferido un plano fijo general y así al menos me olvido de lo mal
rodada que está. El otro problema, e insalvable, es que en el imaginario
colectivo cinéfilo este papel siempre estará asociado a Audrey Hepburn, y ni
Marilina Ross, ni nadie, es Audrey Hepburn, así que mejor ni intentarlo. Pero
vamos que la actuación de Marilina Ross es buena, apropiada, a pesar de la
peregrina idea, ocurrencia, de que ella hable argentino y el resto español.
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El hombre de moda
De “El hombre de moda” decir que tiene todos los defectos de una película
debutante, que es la de explicar todo con palabras y no con imágenes, esa
verborrea tan española, tan francesa, tan italiana, tan argentina, y tan poco
cinematográfica, no hablamos del diálogo como acción, sino del diálogo como
discurso, a lo Rohmer. Es una película en exceso obvia, pedagógica, coyuntural,
que expone sus cartas, la contraposición entre los nuevos y viejos valores, de
manera demasiado demagógica, maniquea. Sólo sirve para mostrar lo aburridos
que eran los culturetas de la época, en eso nada ha cambiado, recuerda a las
primeras películas de Moretti, que son radiografías del tedio. La película es
mala, deslabazada, muy sosa, como el personaje de Elorriaga, al que se le ve
incómodo, a disgusto, en el papelón de latin lover, que no le pega ni con queso.
Es demasiado grave, serio, como para resultar creíble, es el Matías Prats del cine
español. En cuanto al personaje de Marilina Ross, que con esa permanente
parece el Pelusa Maradona, no hay por donde cogerle, es un garabato, los
guionistas le inventan una historia, un pasado, realmente estúpido, inverosímil,
y lógicamente Marilina Ross es incapaz de hacer algo grande con él, aunque aún
así es el único personaje de la película que parece vivo, real.
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En esta ocasión al interpretar a una argentina se la ve menos encorsetada, más
suelta, espontánea, comprendo que al poco tiempo se volviera a la Argentina,
debía sentirse como un pulpo en un garaje entre tanto muermo, como un
monologuista en un velatorio. También es comprensible que abandonara la
actuación en cine, con papeles casi siempre tan burdos, superficiales, es muy
difícil que pudiera sentirse realizada, completa. Al menos tuvimos la suerte de
que la argentina-gallega Marilina Ross nos hiciera el regalo a los españoles de
estas ocho actuaciones (incluyo la teatral y la televisiva), algo que como cinéfilo,
español, le agradezco de corazón.
Información: https://marilinaross.wordpress.com/
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APÉNDICE: “Piedra libre” (1976) Leopoldo Torre Nilsson
Que los españoles desconozcamos el cine argentino, el bueno, el malo lo
estrenan en las salas, todavía tiene un pase, ni tan siquiera conocemos el
nuestro, pero que lo desconozcan los propios argentinos es más preocupante, es
un signo, grave, de que la segunda colonización, la americana, ha surtido efecto,
y sin derramar una sola gota de sangre. El saqueo económico, cultural, es igual,
pero sin necesidad de explotar, físicamente, a los indígenas, les basta con sus
mentes, y sus bolsillos. A nivel popular argentino, Leonardo Favio ocupa el
inamovible número uno del ranking de directores patrios, fuera, en España, ni
tan siquiera se conoce su faceta musical. Aquí al cinéfilo español como mucho le
pueden sonar el publicitario Subiela, el discursivo Aristaraín, y algunos de la
nueva hornada del cine comercial argentino del tipo Campanella o Sorín, o el
festivalero Lisandro Alonso, que fuera de los festivales no lo ve ni su familia. Del
resto, silencio absoluto, Lautaro Murúa o Torre Nilsson son notas a pie de
página.
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En la Argentina y en casi toda Hispanoamérica, sucede un fenómeno extraño
que hace tiempo se extinguió en Europa, que es el de juzgar las películas solo
por su contenido social, ideológico, político, obviando casi por completo el
lenguaje cinematográfico, la forma. Allá todavía una película puede ser
defendida por su argumento, por su utilidad sociológica, al margen de que luego
sea una chapuza a nivel técnico, lo del arte por el arte no lo contemplan, o solo
en la intimidad de sus televisores. Directores como Antonioni o Visconti, siguen
siendo considerados en esos países poco menos que el coco, la encarnación del
capitalismo, del mal. Y es obviar una verdad de perogrullo, la de que el cine
hasta hace muy pocos años, con la irrupción del cine digital, era un capricho de
ricos, de personas con posibilidad de financiación. Y que por desgracia, la
igualdad no existe, que todavía hay clases, y lógicamente a Antonioni o Visconti
por mucha conciencia social que tuvieran, que la tenían, no se les puede pedir
que sólo hagan películas cubanas, es decir, demagógicos panfletos. Cada cual
habla de lo que sabe, de lo que ha vivido, y si es honesto, será bueno, aunque al
salir del cine no te den ganas de poner barricadas en las calles.
Leopoldo Torre Nilsson podría calificarse como un director burgués, sibarita,
esteta, romántico, que antepone la calidad formal, y los sentimientos, las
pasiones, a la conciencia, al compromiso, a la razón, una opción tan humana
como otra cualquiera. Ser éticamente irreprochable, comprometido, las 24
horas del día, es muy cansino, aburrido, también a los pobres les gusta, nos
gusta, fantasear, escapar, de vez en cuando, un día tonto, frívolo, lo tiene
cualquiera, hasta Mafalda. Como en sus películas el mensaje no está claro, es
ambiguo, sutil, o directamente ni lo tiene, pues debe ser proscrito, vetado, no
vayan a pensar los espectadores por sí mismos y les dé por cuestionar a sus
dirigentes, a la ideología dominante. Como en sus películas se retrata la
decadente burguesía, y su habitual spleen, tedio, vacío, existencial, con grandeza
literaria, viscontiniana, antoniniana, chejoviana, oliveriana, a la manera de un
crepuscular cuento romántico de Poe, pues hay que calificarle de escapista, de
diletante, de antisocial.
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¿Resultado? Que pocos cinéfilos argentinos, hispanoamericanos, españoles,
ven en la actualidad las contenidamente intensas, morbosas, películas de
Leopoldo Torre Nilsson, y eso es un lujo cultural que no se deberían permitir.
Despreciar a un director de la talla de Visconti, Antonioni, Astruc o el Huston de
“Los muertos”, por no coincidir al 100% con nuestra ideología, estetología, es
realmente empobrecedor, anti-democrático, el cine, la vida, es dialéctica de
contrarios, contraste, electricidad. Y como demuestra la película, el genial
testamento fílmico de Leopoldo Torre Nilsson, a la Cenicienta (Marilina Ross,
en una curiosa anticipación de su etapa española, participa en un teatrillo que
representa la relación de George Sand y Chopin en Mallorca vestida de racial
flamenca, e interpreta un chotis madrileño vestida de chulapa) también le
gustan los zapatitos de charol, a nadie le amarga un dulce.
“Las malas películas cumplen una función social: son irrevocables censos de la
imbecilidad.”
“Cuando todo el mundo elogia una película hay que desconfiar; cuando todo el
mundo critica una película hay que desconfiar.”
“La revisión de las películas viejas nos lleva siempre a dos descubrimientos: el
del talento del hombre que la creó y el de la inmortalidad de todos los que la
plagiaron.” Leopoldo Torre Nilsson
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