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Captulo
VI11
PACOCHA MOQUEGUA
Durante el tiempo que el primer batalln ocu-
p Tocopilla expedicion a l T oc o ,
y
el penltimo da
de diciembre se embarc
y
efectu una rpida
ex
pedicin Pacocha
y
Moquegua, al mando del
co-
ronel don Arstides Martnez, que llevaba entre sus
ayudantes al comandante de ingenieros militares
don Federico Stuven.
Al llegar el vapor
a
Pacocha antes de am anecer,
a fin de que los peruanos no se dieran cuenta de
que se intentaba desembarcar, el comandante Stu-
ven con unos pocos hombres del Lautaro desembar-
c p or donde nadie pensaba y co rt el telgrafo. E n
seguida lo efectu el Lautaro
por
el muelle sin en-
co ntra r resistencia.
En la estacin del ferrocarril se encontraron
varias locomotoras a las que faltaban diferentes
piezas. Un sargento del Lautaro, de oficio mecni-
co, que se puso a las rdenes del comandante Stu-
ven, con varios soldados, tambin mecnicos, revol-viendo la maestranza las en contraron , y s e procedi
a alistar dos locomotoras.
En ese intervalo ocurri una lamentable des-
gracia.
Al descargar las armas, que en previsin se ha-
ba ordenado cargar cuando se desembarc,
a
un
soldado se le sali el tiro y mat
a
un
sargento
d
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apellido Domnguez, joven y muy estimado de los
jefes.
Al
auto r se le mand
a
bordo, y se le sigui un
sumario, comprobndose que el hecho fue casual.
Como a las dos horas de desembarcar, el h u t a -
ro ocupaba dos tre ne s, el primero dirigido por el co-
mandante seor Stuven, cay de sorpresa sobre Mo
quegua.
Fue tan inesperado
el
arribo
a
la ciudad, que
varias familias peruanas que supieron la llegada
de un regimiento, creyndolo peruano, fueron a dar-
l s la bienvenida, desmayndose varias seoras y
nias al notar la equivocacin.
Al da siguiente, a media tarde, emprendi
la
pequea columna el regreso
a
Pacocha en los
mismos dos trenes en que haba venido.
Se haba andado como una hora y el primer
tren se desriel en una curva al lado de un precipi-
cio. Haban sacado los peruanos dos riele s, que afor-
tunadamente dejaron cerca, creyendo sin duda que
el tren rodara al precipicio. E l comandante Stu-
ven comenz la tarea d e reparar la va, y cuando el
sol comenzaba
a
declinar, se continu
la
marcha.
E n
la
prxima estacin, donde las locomotoras
deban tomar agua el enemigo haba vaciado el
estanque e inutilizado la bom ba sacndole piezas im-
portantes.
Se orden que salieran patrullas a tomar a to-
das las personas que encontraran y a poco llegaron
con varios peruanos y chinos. Cuando estuvieron en
la presencia de los jefes, se les dijo que si no apa-
recan pronto las piezas de la bomba, todos seran
fusilados.
Momentos despus se present
un
fornido chi-
no dijo que l indicara dnde estaban, pero a
condicin de que se le hiciera soldado de nuestro
regimiento. Se accedi a su pedido, y como dijera
llamarse slo Ajn, se le hizo comprender que debia
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tomar
un
nombre y eligi el de Ig nacio, en honor del
capitn don Ignacio
az
Gana.
Reparada la bomba
se
continu la marcha a
Pacocha, sin otra novedad. En este puerto se inuti-
lizaron las locomotoras y se retorn a Pisagua, con-
siguindose el objetivo de la expedicin que era im-
ponerse de cm o estaba el ejrcito peruano por esos
lados.
Vicua Mackenna denomina a esta accin : E x-
pedicin a 110
y
Calaverada a Moquegua.
El
chino A jn, que tan imp ortante servicio pres-
t al La utaro en la expedicin a Moquegua, fue
uno
de los m ejores soldados del regimiento, hizo la cam-
paa hasta el fin e intervino en todas las acciones
de guerra en que el Lautaro tom parte.
Tena una especialidad: la de buscar y condu-
cir
l
cuartel a los faltos a listas. Cada vez que se
daba suples al regimiento faltaban a lista muchos
soldados,
y
como
Ajn
nunca falt ni se embriagaba
y tena mucha fuerza, siempre se le designaba para
la comisin de llevar al cuartel a los que faltaban,
que ordinariamente se encontraban ebrios. Por por-
fiados
qu
fueran tenan que doblegarse ante Ajn,
pues los tomaba de un brazo
y
no los soltaba hasta
dejarlos en el cuartel.
De vez en cuando
lo
suelo ver, muy anciano ya
y casi ciego;
y
siempre se presenta con sus viejos
camaradas a los actos pblicos a que concurren los
veteranos, de quienes es muy estimado.
Ya no tenamos como comandante al coronel
Muoz. Estando en Tocopilla con el primer bata-
lln
se le destin a reemplazar en el comando del
segundo de lnea al hroe mrtir Eleuterio Ram-
rez, y a reorganizar al regimiento que qued ani-
quilado en Tarapac. Al Lautaro vino de comandan-
te el coronel don Orozimbo Barboza, quien se hizo
cargo del regimiento en Pacocha, puerto del depar-
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tamento peruano Moquegua; donde se estaba con-
centrando a gran parte del ejrcito.
El
casero del puerto tena edificacin insignifi-
c a t e , de manera que el alojamiento fue psimo.
A mi regimiento le correspondieron una serie
de
pequeas
y
sucias casitas
y
algunas carp as , a uno
y otro lado de una calle que qued com o pa tio, don-
de formaban las compaas para pasar lista
y
otros
actos del servicio.
Los
oficiales ocupaban, naturalmente, las me-
jores; pero deban acomodarse los de cada compa-
a en una sola pieza,
y
destinar otra para comedor
de
los
que estaban arranchados juntos. Uno de
los
asistentes haca de cocinero
y
peda en crudo las ra-
ciones de todos.
Lo que mortificaba mucho eran las moscas
y
zancudos.
Imagnese una alta cifra de millones, multipl-
quese por otra parecida, y se tendr una idea apro-
ximada de las moscas
y
zancudos de Pacocha.
Para com er haba que i r haciendo
a
un lado las
que haba en el plato, no tirarlas, pues entonces
nada habra quedado en l . .
Y
ni
la tropa ni
los
oficiales murmuraban.Todos procuraban mantener el buen humor..
.
En este pueblo recib la jineta de sargento
se
gundo. Ya he dicho que a instancias del coronel
Mu-
fioz
d examen de sargento
y
sal aprobado,
y
que
Por no haber entonces vacantes orden a los capita-
nes que me promoviesen en la primera que se pro-
dujese.
Un
da el capitn de la segunda compaa del
"do bata lln, don os M i g e l Vargas , que era
migo
de mi padre,
me
pregunt si quera pasar
a
u compaa, de sargento segundo. Aunque tena
motivos de gra titud para con todos os oficiales, cla-
? Y
soldados de
l
tercera compaa, donde ha-
bl comenzado mi servicio y senta separarme de
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ellos , acept e l ascenso
y
traslado. Afortunadamente
fui bien recibido en mi nueva compaa.
Poco despus de
la
ocupacin de Pacocha, par-
te del ejrcito avanz a pie hasta Moquegua, con tan
grandes penalidades que el jefe estim necesario ha-
cer
disparos de artillera para conseguir que
la
infantera no se dispersase, como lo haba inten-
tado en busca de agua.
En el valle de Moquegua se produce una exce-
lente uva, co n la que se fabrica un vino sem ejante al
oporto y al jerez.
Una tarde el subteniente de mi compaa don
Clodomiro Hurtado, me llam a s u pieza donde es-
taba reunido con otros oficiales, y me orden escri-
bir unos documentos instalndome en una pequea
mesa.
Un amigo de Moquegua le haba regaladb un ba-
rrilito de vino, estaban probndolo y me obsequia-
ron con una copa preguntndome que tal lo encon-
trab a. Les respondi que nunca haba tomado
un
vino
tan agradable, que pareca miel con aguardiente.
Varias veces interrumpieron mi trabajo ofrecin-
dome ms vino, que yo aceptaba g usto so. .
Despert en mi cama con gran dolor de cabeza,
el cuerpo adolorido y la boca pegajosa. .
Llam al c ab o de cuartel, quien me inform que
eran como las diez de la maana, que la compaa
estaba en ejercicios, y que el cabo de cuartel salien-
te me haba entregado como arrestado..
Comprend entonces m i situ aci n, m e haba
embriagado . . .
o no recordaba sino que haba estado en l
pieza de los oficiales escribiendo, y que en ella ha-
ba tomado un exquisito vino.
Cuando lleg el regimiento de ejercicios un ofi-
cial de otra compaa me hizo llamar,
y
con gran
solemnidad me anunci que
se
le haba nombrado
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fiscal para procesarme por desertor al frente del
enemigo y desacato
al
subteniente Hurtado.Comprend
la
jugarreta que se m e quera hacer,
y
para divertirlos
y
divertirme m e h ic e e l desolado;
rest y firm declaraciones, ratificaciones, nom-
ybrl defensor, etc.;
y
hasta concurr como reo
a
un
Consejo de Guerra formado por varios oficiales.
Por esos das se efectu una rpida expedicin
a Moliendo, al mando del coronel B ar b o z a, compues-
ta de una parte del Lautaro y del
O
de lnea.
YO
no tom parte en ella, pero a s u regreso,
que
lo
fue pocos das despus,
o
re latar a los que
la hicieron las incidencias del desembarco y breve
ocupacin de ese puerto.
LOS arequipeos creyeron sin duda que esas
fuerzas eran las avanzadas del ejrcito que mar-
chaba sobre Arequipa. En todo caso, quedaron des-
concertados,
lo
que, supongo, fue el fin perseguido
por el general, como tambin explorar sus posicio-
nes y defensas.
Me ocurri en ese pueblo un incidente, que,
aunque nimio, lo relato, pues siempre que lo re-
cuerdo me produce agrad o, aunque entonces me pro-
dujo gran confusin.
Nos
haban dado un suple de diez pesos.
Despus de m ucho ca vilar y de re co rre r la par-
te del pueblo donde estaban sus habitantes
y sus
comercios, buscando algo que c om p ra r, slo m e lla-
m la atencin una exquisita chancaca de Paita.
Pregunt el precio, me indicaron uno que esti-
m barato, y ped que me vendieran los diez pesos
que tena.
Pero yo entend que el precio era por cada
tro-
cito redondo, tan exquisto la haba encontrado,
y
result que me haban dado el precio de un mazo
de pancitos.
Cuando me fueron alineando en el mostrador
gr n
cantidad de mazos comprend mi equivoca-
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cin pero no me atrev a confesar mi error y car-
gu con toda la chancaca.
Casi todos los oficiales
y
hasta el coronel Bar-
boza fueron la carpa que
y
ocupaba a pregun-
tarme si era buena si la haba-comprado para re
venderla y otras bromas.
A fines de abril volvimos a embarcarnos sin sa-
ber dnde desembarcaramos pero s n ignorar que
el objetivo era tomar Tacna
y
Arica.