Francisco Ramón Cruz Lo interno y lo externo en Wittgenstein
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Índice
1.0- Introducción…………………………………………………………………..…..2
2.0- La naturaleza de lo mental
2.1- Incorregibilidad e infalibilidad de lo mental………………………………….2
2.2- Conocimiento y mente………………………………………………..…….....4
2.3- Antropología de la mente…………………………………………………...…6
2.4- Psicología y mente………………………………………………………….....8
3.0- Usos ilegítimos del lenguaje……………………………………………..….…12
4.0- Conclusiones………….…………………………………………………………15
5.0- Bibliografía……………………………………………………………..………..16
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1.0- Introducción
La intención del presente trabajo será elucidar el concepto de interno y externo
en el segundo Wittgenstein, por tal de defender la tesis de la prioridad de los
lenguajes públicos respecto a las imágenes mentales, como también la
disolución de las confusiones en la comprensión de lo interno como oculto,
para mostrar que lo que aparentemente es de nuestro dominio, en realidad no
lo es tan nuestro como pensamos.
¿Es una contradicción hablar de una mente pública? ¿Cómo pueden valer
criterios externos para aquello que nuestra intuición nos dice que es lo más
íntimo de nosotros mismo? ¿Puede nuestra alma verse en nuestro cuerpo?
Estas y muchas otras preguntas tendrán aquí respuesta, haciendo primero
cierta insistencia sobre la naturaleza de nuestra mente, para desembrollar poco
a poco la cuestión atenderemos a los principales pasajes de obras posteriores
al Tractatus logico-philosophicus, haciendo especial hincapié en la naturaleza
de nuestro conocimiento, en nuestra antropología y en cómo todo ello se
relaciona con lo psicológico. Por último, analizaremos la intrínseca relación de
lo mental con los usos ilegítimos del lenguaje.
2.0- La naturaleza de lo mental
2.1- Incorregibilidad e infalibilidad de lo mental
La mente se muestra como un aspecto inaprensible de nosotros mismos,
aquello que queda como oculto a los demás, donde creemos que se halla
nuestra verdadera identidad, pensamientos e intenciones. Podríamos hablar de
tres tipos de procesos en lo mental, los conscientes, los inconscientes y los
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procesativos. En el presente trabajo trataremos de reflexionar sobre aquellos
procesos conscientes y procesativos, por tal de observar su relación
pragmática con el lenguaje.
Este carácter de privilegio cognoscitivo de lo mental para el sujeto es
precisamente el responsable de la infalibilidad respecto a nuestras propias
creencias o sensaciones, pues uno puede equivocarse respecto a si la nieve es
blanca o azul, pero no es posible equivocarse respecto a si siento dolor o sobre
si creo en los unicornios.
Para que fuera posible una contrastación de una creencia en primera persona,
sería necesario un criterio para verificar si efectivamente creo en los unicornios
y no en las hadas, sin embargo, para concretar tal criterio se requeriría un
observador y un objeto a observar (mi creencia o sentimiento), pero en tal caso
no habría distancia entre el observador y el objeto a observar, pues sería yo
mismo sujeto y objeto al mismo tiempo, pero, como bien es sabido, no puedo
tratarme a mí mismo como objeto, porque entonces, al romper los polos del
binomio cognoscitivo, no habría ningún modo comparativo posible en mí mismo
para valorar si ocurre o no ocurre efectivamente tal actitud intencional, ya que
el mismo hecho de reconocer que la tengo sería el único criterio válido e
infalible para tenerla.
Vemos pues claro, que respecto a nuestras creencias, estados mentales o
impresiones somos cognoscitivamente infalibles, porque no se da una situación
posible en la que cuestionar si tengo o no tengo un dolor o actitud intencional,
sin embargo, a pesar de que pudiera parecer que cuando soy infalible respecto
a un estado mental (cuando no me equivoco ni hay posibilidad de que pueda
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equivocarme) es cuando realmente alcanzo el conocimiento verdadero, resulta
en realidad que en casos así (en los que soy incorregible) no podemos hablar
propiamente conocimiento, porque una idea de conocimiento que no incluyera
la posibilidad de refutabilidad o falibilidad, no sería conocimiento. Aunque
tuviera sentido, este sentido sólo podría ser expresado en términos lingüísticos,
por lo que el referente, para una posible contrastación debería ser externo y no
interno, pero un referente externo que hablara sobre lo interno sería de
contenido vacío, puesto que la experiencia interna indeterminada no podría
compadecer en el lenguaje, por lo que carecería de sentido tratar de establecer
una relación de correspondencia entre lo dicho y lo efectivamente real en mí.
Por tanto, para que un olor me parezca agradable o repugnante, no precisaría
ningún saber, sino que el mismo acto de constatarlo es suficiente para no tener
la más mínima duda sobre su existencia, como bien plantea Descartes en su
duda metódica, no puedo equivocarme respecto a que tengo un pensamiento.
2.2- Conocimiento y mente
Aquello a lo que llamamos conocimiento, debe ser expresado en términos
universales, mediante palabras que tengan un significado accesible y de
aplicabilidad múltiple, sin embargo, al tratar de expresar una imagen mental, un
sentimiento o una impresión visual, no transmitimos de manera directa e
inmediata dicho conocimiento (de manera telepática por ejemplo), sino que la
mera presencia mental, para tratar de constatarla debe ser proferida o inscrita
mediante uso de símbolos para su comprensión, es decir, es necesario
articularla en un lenguaje de uso público, el cual ya contiene en sí un conjunto
significaciones, como un mundo entero de preguntas y respuestas.
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Nuestros juicios nunca se fundan en meras presencias de algo, como tampoco
en marcas ostensivas, porque una marca ostensiva no permite manejo más allá
de la mera mención en un tiempo y espacio concreto, simplemente se limita a
referirse exactamente a la cosa y no a su aplicabilidad múltiple o universal.
Para responder a la pregunta ¿Es un esto ese algo? deberíamos conocer las
propiedades de ese esto, pero obviamente, esto no sería posible, pues conocer
las propiedades de un ejemplar, requiere reconocerlo inscrito en alguna clase
de concepto, el cual es manejable gracias a su inscripción en palabras con
significación, las cuales implican siempre un juego de lenguaje (Sprachspiel)
que va más allá de la mera presencia de algo.
Todo esto, nos lleva a pensar que el significado de nuestras palabras no tiene
su origen en imágenes mentales, sino que el sentido de las proposiciones está
en su función, su uso en el lenguaje, por lo que sería insostenible la existencia
de lenguajes privados, dado que las palabras requieren a los otros. Lo mismo
ocurre con las definiciones ostensivas, que no pueden darnos el significado de
una palabra, porque el objeto representado por la palabra no puede proveer el
significado de la palabra, atendiendo a que al comprender una definición
ostensible presuponemos una comprensión de la manera en que la palabra
definida es utilizada.
Con anterioridad al siglo XX, los filósofos defendieron casi unánimemente la
tesis de la prioridad ontológica del pensamiento respecto al lenguaje, es decir,
que la existencia de lenguajes públicos depende de la existencia de estados
mentales poseídos por los usuarios de esos lenguajes.
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Wittgenstein justamente planteará la tesis contraria: La definición de una
palabra no es un análisis de lo que sucede dentro de mí cuando la pronuncio1
por lo que plantearía que lo que debe priorizarse es el estudio del lenguaje
respecto al estudio del pensamiento, dada la indeterminación, por no decir
contradicción, de un pensamiento interno no conceptual, así pues se dará un
giro metodológico en la manera de tratar los problemas.
El objetivo es identificar el uso de nuestros conceptos, por tal de ver qué usos
son legítimos o ilegítimos a la hora de plantear la cuestión de los lenguajes
privados o lo interno de la mente. Por eso debe prestarse especial atención a
las prácticas del lenguaje, es decir, a cómo se comportan los usuarios de un
lenguaje, en vez de recurrir a violentar el lenguaje inventando nuevos
significados: ¿Qué pretendes cuando decides que una palabra tiene sólo un
significado o más de uno? Puedes aprender sus usos sin haberlos decidido (sin
reflexionar sobre ello)2
2.3- Antropología de la mente
Cuando tratamos de hallar qué determinaciones son las propiamente humanas,
en oposición a otros animales no humanos, rápidamente se nos cuela la
palabra “razón” en nuestra explicación. El peso de la tradición ha hecho que
rápidamente identifiquemos lo humano con lo racional, aunque esto es cierto
en un sentido y en otro posiblemente falso.
Esto no debe entenderse en un sentido simplista de que nuestro
comportamiento mayoritariamente se guíe por el uso de la capacidad de
1 Wittgenstein, Últimos escritos sobre Filosofía de la Psicología, Tecnos, Madrid, 1987, pág. 62 2 Wittgenstein, Últimos escritos sobre Filosofía de la Psicología, Tecnos, Madrid, 1987, pág. 62
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razonar –pues la psicología de nuestros días más bien insinúa todo lo contrario,
que son aspectos emocionales, cuando no hormonales o subconscientes,
aquellos que terminan condicionando en mayor medida la gran mayoría de
decisiones importantes que tomamos en nuestra vida– más bien debe
entenderse en otro sentido cognoscitivo más específico.
Cuando hablamos de la facultad racional del hombre, nos referimos al uso de
los lenguajes abstractos, esta es la característica de lo humano por excelencia,
lo cual no es un mero añadido accidental a nuestra naturaleza animal, como
una capacidad más entre otras, sino que cambia radicalmente el modo de
comprensión de nosotros mismos, de entendernos y organizarnos, como
también el modo de aprendizaje y asimilación del mundo.
La aplicabilidad general de una palabra a una clase de objetos del mundo es
precisamente lo que hace posible el conocimiento en el mundo humano, a esto
algunos autores lo denominan “una segunda naturaleza”, que hace posible el
manejo relacional de los conceptos como su inscripción y carácter acumulativo
y simbólico.
El hombre es el único animal que dice “yo”, porque el yo está en el lenguaje,
nos reconocemos en oposición a los otros gracias a un modo de comprensión
de nosotros mismo, somos en el mundo comprendido en palabras, tanto lo que
nos rodea, como aquello que nos pasa a nosotros mismos.
Nuestra experiencia del mundo, como los acontecimientos que vivimos, sólo
son asemejados y comprendidos cuando son formulados en proposiciones con
sentido lingüístico, o dicho de otra manera, sólo entendemos realmente aquello
que somos capaces de articular dentro de un juego de lenguaje, mientras que
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aquellos recuerdos, traumas o experiencias dolorosas…que no son formulados
con la estructura lógica (que implica la sana práctica lingüística) no pueden
constituir propiamente una experiencia (erfahrung) que podamos comprender.
A consecuencia de esto, nuestro lenguaje contiene en sí mismo las estructuras
del universo de comprensión que corresponden a la forma de vida humana, es
decir, a nuestro modo de ser en el mundo, porque nuestra ontología también
está contenida de alguna forma en la manera de representarla, es por eso que
decimos que si un león pudiese hablar, no lo entenderíamos3 porque el
universo de comprensión del león está relacionado con su forma de vida, de
comportarse y de relacionarse con el mundo, por lo que no tendrían ninguna
significatividad para nosotros sus palabras, puesto que estamos en horizontes
de comprensión radicalmente distintos, dado que nuestras prácticas, que
constituyen la significación, nada tienen que ver con la forma de vida de los
leones, porque el fondo social en el cual se vuelve inteligible nuestro lenguaje,
nada tendría que ver con una supuesta sociedad de los leones.
2.4- Psicología y mente
Como vimos al principio, cuando tratamos sobre nuestra mente o sobre la
mente de los otros, consideramos que sus contenidos no son accesibles al
resto de sujetos, sin embargo, todos tenemos la intuición de que existen
personas con buena intención y con mala intención. Si nuestras intenciones,
voluntad o creencias fueran absolutamente opacas al mundo, ¿Cómo
podríamos entonces hablar de buenas o malas intenciones? La respuesta
sería: De ninguna forma. Sin embargo, vemos que sería contra-intuitivo decir
3 Wittgenstein, Últimos escritos sobre Filosofía de la Psicología, Tecnos, Madrid, 1987, pág. 41
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que en el mundo no haya personas que de hecho muestran que su interior se
constituye de malas intenciones.
En el uso habitual del lenguaje, cuando decimos “Pablo, en su interior, tiene un
gran corazón” en el fondo lo que queremos decir es algo así como “A pesar del
mal carácter o la mala apariencia de Pablo para los demás, tiene actitudes en
su vida privada de solidaridad y bondad con otras personas”. ¿Qué es lo que
ocurre entonces? Pues que de algún modo, lo interno se muestra en el mundo
a través de la coherencia en nuestro comportamiento, ya que si todo va con
normalidad, nadie piensa en el acontecer interno que acompaña el habla4
porque lo interno ya está en el lenguaje.
Cuando tratamos de descubrir si alguien nos miente, no necesitamos conocer
exactamente en qué está pensando cada vez que pronuncia alguna palabra,
basta con ver su manera de comportarse con los demás y respecto a sí mismo
para poder plantear dudas. Pongamos el caso de alguien que se presenta
como una persona sincera, pero tuviera en su interior intenciones de mentir; si
observáramos que su conducta es durante toda una vida entera coherente con
lo que predica sobre sí mismo ¿tendría sentido hablar de que en realidad en su
interior tenía la intención de mentir? ¿Cómo sería una intención de mentir que
jamás se hiciera efectiva? ¿No sería muy extraño decir de alguien que durante
toda su vida se hubiera mostrado siempre sinceridad que en su interior tenía la
intención de mentir?
Wittgenstein no niega que podamos tener ideas, voluntad o intenciones en
nuestra mente, más bien trata de dilucidar que en el uso cotidiano del concepto
4 Wittgenstein, Últimos escritos sobre Filosofía de la Psicología, Tecnos, Madrid, 1987, pág. 28
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interno, para poder explicarlo no se requiere apelar a imágenes mentales,
porque observamos que normalmente atendemos a criterios no internos para
caracterizar psicológicamente al interior de una persona, por eso defiende que
la idea del espíritu humano, que se ve o no se ve, es muy parecida a la idea del
significado de una palabra, que se sitúa junto a la palabra, como proceso o
como un objeto5 porque la idea de mente o alma de una persona, en el realidad
se funda también en un uso práctico de nuestra libertad; el realizar
determinadas acciones que tienen incidencia en el mundo o el tener una cierta
conducta regular caracterizan al interior de una persona, como en el caso de
las palabras, su significado no viene asociado a ninguna naturaleza subyacente
etimológica, sino a la función que cumple en el juego de lenguaje en el que es
empleada, porque la definición de una palabra no es un análisis de lo que
sucede dentro de mí cuando la pronuncio6
Necesitamos un cuerpo para manifestar el alma o la mente, porque la
coherencia en nuestras prácticas es realmente la que determina tanto el modo
en el que los demás caracterizan nuestra intención o nuestro interior, como
también el modo como nosotros nos caracterizamos a nosotros mismos, de
manera que lo interno, que es indeterminación, cobra sentido cuando lo
ponemos en uso público.
Pongamos el ejemplo de un asesino en serie que hubiera conseguido escapar
de la cárcel y reintegrarse en otro país, hacer una vida nueva y comportarse
como una persona de bien. Supongamos que fuera capaz engañar a todos los
demás sobre su identidad, tener una conducta noble y pasar a ser considerado
5 Wittgenstein, Últimos escritos sobre Filosofía de la Psicología, Tecnos, Madrid, 1987, pág. 162
6 Wittgenstein, Últimos escritos sobre Filosofía de la Psicología, Tecnos, Madrid, 1987, pág. 62
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una buena persona, sin embargo, podría decirse a sí mismo que en el fondo es
un ser despiadado, por lo que su conducta externa no sería una fiel
representación de su interior, pero al caracterizarse a sí mismo como alguien
despiadado a sí mismo, estaría estableciendo un diálogo interior, usando
categorías del lenguaje público para caracterizar su identidad interna, es por
eso que defiende Wittgenstein que sólo quien puede hablar puede hablar en su
imaginación…hablar en silencio es una cierta actividad que tengo que
aprender7.
Del mismo modo dicho asesino, al caracterizarse como ser despiadado,
necesitaría criterios valorativos de la actitud de su propia conducta en otro
momento distinto al actual, por lo que, aunque se mostrara de un modo
externo, el cual difiriera de su interior, el único modo de dar significado a su
interior sería atender a su propia conducta regular externa en el pasado, por lo
que el sentido de lo interno sólo podría depender de la conducta externa, no de
una significación oculta o profunda que no hubiera mostrado nunca, por tanto,
uno debe poder ver y valorar su propio comportamiento externo para poder ver
su mente.
Seguidamente, no es de extrañar que Wittgenstein postule que la psicología,
pese a ser la ciencia de la mente, lo que realmente estudia es la conducta8, ya
que nuestros estados psicológicos no se pueden definir con independencia de
los otros, mientras que la mente se presenta como inaccesible (considerado
que hasta el día de hoy no existe experimento posible para observar
pensamientos o intenciones en procesos cerebrales) mientras que la conducta
7 Wittgenstein, Últimos escritos sobre Filosofía de la Psicología, Tecnos, Madrid, 1987, pág. 142
8 Wittgenstein, Últimos escritos sobre Filosofía de la Psicología, Tecnos, Madrid, 1987, pág. 65
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tiene efectos objetivos en el mundo, valorables y comparables
epistémicamente, lo cual hace posible el manejo de datos empíricos de revisión
intersubjetiva, que es imprescindible para cualquier práctica científica. A pesar
de ello, no se da un paso reductivo de considerar que todo lo mental se reduce
a conducta, sino que trata de evidenciarse que nuestra mente se manifiesta
conductualmente, no obstante, se reconoce que conociendo todos los estados
físicos no conocemos todos los estados mentales.
¿Qué es entonces lo mental? ¿Dónde se encuentra la naturaleza de lo mental?
¿Cómo es posible saber que los demás tienen mente si sólo puedo acceder a
través de manifestaciones externa de la mente? Lo mental propiamente sería la
predisposición a realizar determinadas jugadas con el lenguaje, un conjunto de
capacidades para responder articuladamente a determinadas cuestiones o
retos, operaciones que no sería capaz de realizar una máquina, por mucha
capacidad de cálculo y procesamiento que tuviera, que requieren una actitud
intencional, como también una capacidad para jugar con las variaciones
privadas de las reglas públicas, o en otras palabras, nuestra mente estaría en
el juego posible de significantes, en la capacidad de actualizar significantes en
el significado.
3.0- Usos ilegítimos del lenguaje
Como hemos visto, son muchos y variados los significados de las palabras que
enriquecen la lengua de un hablante, sin embargo, este significado no viene
determinado por una imposición del hablante, sino que el uso correcto de una
palabra o una proposición estará determinado por el contexto al cual
pertenezca, el cual siempre será un reflejo de la forma de vida de los
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hablantes. Tales contexto reciben el nombre de juegos de lenguaje, los cuales
no comparten ninguna esencia común entre sí, sino que mantienen un cierto
parecido de familia, así vemos que en la práctica del uso del lenguaje una parte
grita las palabras, la otra actúa de acuerdo con ellas; en la instrucción en el
lenguaje se encontrará este proceso: el aprendiz nombra los objetos. Esto es,
pronuncia la palabra cuando el instructor señala la piedra… a los procesos de
nombrar las piedras y repetir las palabras dichas podrían llamárseles juegos de
lenguaje9.
A consecuencia de esto, se sigue que lo inadmisible de una proposición será
usarla fuera del juego del lenguaje que le es propio, como es el caso de los
lenguajes privados, ya que el conjunto de juegos de lenguaje está regido cada
uno por sus propias reglas, pero estas reglas no pueden ser privadas, porque
no tiene sentido seguir privadamente una regla.
El criterio regulativo de una regla sólo puede estar en uso habitual de una
comunidad de hablantes, por eso cuando hablamos de experiencia internas,
tales como la tristeza, en realidad nos referimos a actitudes y comportamientos
que lo expresan (como el gesto de afligimiento, la cabeza mirando al suelo, las
lágrimas en los ojos, la expresión de pensamientos pesimistas…) cabe
reflexionar ¿Qué percibo con la sensación? ¿Percibo yo, además de la
denominada tristeza de sus rasgos faciales, también el estado triste de la
persona? ¿O la deduzco de su rostro? ¿Digo yo: “Sus rasgos y su conducta
eran tristes; por tanto, él debía estar triste”?10
9 Wittgenstein, Investigaciones filosóficas, 7, Crítica, Barcelona, 1988.
10 Wittgenstein, Últimos escritos sobre Filosofía de la Psicología, Tecnos, Madrid, 1987, pág. 126
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Lo que vemos con los conceptos mentales es que cuando yo siento la tristeza
en mí, no puedo saber si aquello a lo que llamas “tristeza” es lo mismo a lo que
yo llamo “tristeza”, ya que yo no puedo experimentar la tristeza de otro, sino
solamente mi tristeza. No obstante, al comprender el significado de la palabra
“tristeza” le estamos asociando todas estas actitudes y conductas mencionadas
antes y que sólo en base a ellos terminamos por asociar la palabra tristeza a
aquello que sentimos privadamente que corresponde a tal descripción.
Con todo, aquello a lo que queremos llegar es a explicitar que el problema
filosófico de lo interno y lo externo, analizando su relación con el lenguaje,
observamos que realmente es pseudoproblema filosófico debido a un mal uso
de nuestros términos, puesto que cuando nuestros conceptos no están bien
formulados pueden remitir a ideas en vez de a objetos del mundo, esto ocurre
porque los filósofos inventan un uso ideal de muchas palabras, pero entonces
ya no vale.11, esto es que cuando hacemos filosofía, nos embrollamos en un
juego de lenguaje, las reglas del cual no están determinadas todavía, ya que
sería el propio filósofo el que pretende establecer estas reglas, lo cual le lleva a
un regreso infinito de confusión.
Lo interno y lo externo son dos elementos que se dan inseparados en un juego
de lenguaje, en el cual hay un grupo de relaciones complejas
(comportamientos, modos de ser, intelectualidad…) que dan sentido a lo
interior, por lo que resulta altamente estéril tratar de ver algo más allá dentro de
lo interno, porque en realidad no hay nada más que ver ni que mirar hacia
dentro al tratar de comprender nuestros estados mentales.
11 Wittgenstein, Últimos escritos sobre Filosofía de la Psicología, Tecnos, Madrid, 1987, pág. 136
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Así pues, deberíamos dejar de lado esta tentación constructiva o reformuladora
del lenguaje, visto que cada frase de nuestro lenguaje “está en orden como
está”. No aspiramos a un ideal, como si las sentencias y expresiones de
nuestro lenguaje ordinario fueran demasiado vagas y hubiéramos de construir
un lenguaje perfecto12
¿Cuál es entonces la tarea de la filosofía? Evitar todo este tipo de
malentendidos lingüísticos, ayudarnos a usar bien o mal las herramientas del
lenguaje, pero nunca considerarlas correctas o incorrectas, opacas o
transparentes. Lo que hace falta es desarrollar la capacidad para manejarlas
en sus múltiples utilidades, ordenar nuestras herramientas de tal modo que
podamos darle un uso correcto, ya que los problemas filosóficos nacen cuando
el lenguaje está de vacaciones13.
4.0- Conclusiones
Llegados a este punto, habiendo recorrido lagunas de confusión e infinitas
batallas dialécticas sobre la metafísica del yo, no tratamos de resolver el
problema de lo interno con una explicación o teoría del todo, nuestra intención
es más modesta, más bien mostramos que ello mismo se disuelve al
interrogarlo.
La filosofía debe recuperar su función terapéutica, debe curar las
enfermedades del lenguaje, disolverlas en problemas filosóficos, debe mostrar
a la mosca el camino para salir de la botella, para no enredarse con
explicaciones del todo, idealismos ni construcciones lingüísticas que nos
enmarañan en significados subjetivos sin referencia.
12
Wittgenstein, Investigaciones filosóficas, 98, Crítica, Barcelona, 1988. 13 Wittgenstein, Investigaciones filosóficas, 38, Crítica, Barcelona, 1988
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Puede que la filosofía no avance del mismo modo que la ciencia, pero en cierto
sentido su progresión consiste en poder volver a tratar los mismos problemas
de siempre, pero con mayor grado de profundidad. No se trata pues de
descubrir cuál es la verdad definitiva sobre las cosas, sino de advertir cuáles
presuntas verdades profundas no son más que palabras.
5.0 –Bibliografía
Wittgenstein, Investigaciones filosóficas, Crítica, Barcelona, 1988
Wittgenstein, Últimos escritos sobre Filosofía de la Psicología, Tecnos, Madrid,
1987
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