Marilda Villela Iamamoto.
Servicio Social en tiempo de capital fetiche. Capital financiero, trabajo y cuestión social.
2da. Edición. Cortez Editora. San Pablo, 2008.
Traducción: Lic. Juliana Andora, Mg. Silvina Cavalleri
Capítulo II. Capital fetiche, cuestión social1 y Servicio Social.
Tem verdade
Que se carece de aprender,
Do encoberto,
E que ninguém nao ensina:
O beco para a liberdade se fazer.
Guimaraes Rosa*2
El propósito de este capítulo es establecer orientaciones que permitan delinear
las nuevas determinaciones que inciden en el capital financiero en el actual contexto
de mundialización de la economía3, teniendo en vista resaltar las determinaciones
históricas que redimensionan la cuestión social en la escena contemporánea y sus
particularidades en Brasil. El trae también el debate sobre el tema en el universo
profesional y estrategias de su enfrentamiento en los cuadros de las fuerzas sociales
que inciden en las políticas gubernamentales.
La estructuración de la economía capitalista mundial, después de la Guerra
Fría y en el inicio del siglo XXI, sobre la hegemonía del imperio norteamericano, sufre
profundas mudanzas en su conformación. La efectiva mundialización de la “sociedad
global” es accionada por los grandes grupos industriales transnacionales articulados al
1 Cursivas de la autora.2 Rosa, G. Grande sertão: veredas. In: João Guimarães Rosa. Ficción completa en dos volúmenes, v. II. Río de Janeiro: Nova Aguilar, 1994, p. 197. 3 El presente texto se encuentra apoyado en los análisis de Chesnais (1996; 1999; 2001); Chesnais y Duménil y Levy y Wallerstein (2003); Husson (1999); Harvey (1993; 2004; 2005a; 2005b); Wallerstein (2002); y Mandel (1985), Petras (2002) y Anderson (1995; 2002). El propósito aquí es bastante limitado: apenas indicar algunas líneas-fuerza de la financierización de la economía mundial- cuya profundización escapa el alcance de este trabajo- para identificar los nuevos determinantes de de la producción y reproducción de la cuestión social en la actualidad.
1
mundo de las finanzas. Este tiene como soporte las instituciones financieras que
pasan a operar con el capital que rinde réditos (bancos, compañías de seguros, fondos
de pensión, fondos mutuos y sociedades financieras de inversión), apoyadas en la
deuda pública y en el mercado accionario de las empresas. Ese proceso impulsado
por los organismos multilaterales captura los Estados nacionales y el espacio mundial,
atribuyendo un carácter cosmopolita a la producción y consumo de todos los países; y,
simultáneamente, radicaliza el desarrollo desigual y combinado, que estructura las
relaciones de dependencia entre naciones en el escenario internacional. El capital
financiero asume el comando del proceso de acumulación y, mediante inéditos
procesos sociales, envuelve la economía y la sociedad, la política y la cultura,
marcando profundamente las formas de sociabilidad y el juego de las fuerzas sociales.
Lo que es oscurecido en esa nueva dinámica del capital es su opuesto: el universo del
trabajo –las clases trabajadoras y sus luchas-, que crea riqueza para otros,
experimentando la radicalización de los procesos de explotación y expropiación. Las
necesidades sociales de las mayorías, la lucha de los trabajadores organizados por el
reconocimiento de sus derechos y sus refracciones en las políticas públicas, arenas
privilegiadas del ejercicio de la profesión, sufren una amplia regresión en la
prevalencia del neoliberalismo, en favor de la economía política del capital. En otros
términos, se tiene el reino del capital fetiche en la plenitud de su desarrollo y
alienación.
En este nuevo momento de desarrollo del capital, la inserción de los países
“periféricos” en la división internacional del trabajo carga las marcas históricas
persistentes que presidieron su formación y desarrollo, las cuales se actualizan
redimensionadas en el presente. Esas nuevas condiciones históricas metamorfosean
la cuestión social inherente al proceso de acumulación capitalista complejizándola con
nuevas determinaciones y relaciones sociales históricamente producidas, e imponen el
desafío de elucidar su significado social en el presente. En este capítulo se retoma la
profesionalización del Servicio Social en el ámbito de la división social y técnica del
trabajo en sus vínculos con la cuestión social. Se dialoga con diferentes
interpretaciones sobre el tema, presentes en el universo académico y profesional del
Servicio Social, con énfasis en los debates recientes de mayor incidencia en la
literatura especializada: la producción francesa (especialmente Robert Castel y Pierre
Rosanvallon) y parte representativa de ese debate en el universo del Servicio Social
en el País. Finalmente son identificadas estrategias presentes en la arena política
como respuestas a la radicalización de la cuestión social en la sociedad brasileña.
2
1. Mundialización de la economía, capital financiero y cuestión social
La mundialización de la economía está anclada en los grupos industriales
transnacionales, resultantes de procesos de fusiones y adquisiciones de empresas
en un contexto de desregulación y liberalización de la economía. Esos grupos
asumen formas cada vez más concentradas y centralizadas del capital industrial y
se encuentran en el centro de la acumulación. Las empresas industriales se
asocian a las instituciones financieras (bancos, compañías de seguros, fondos de
pensión, sociedades financieras de inversiones colectivas y fondos mutuos), que
pasan a comandar el conjunto de la acumulación, configurando un modo
específico de dominación social y política del capitalismo, con el soporte de los
Estados Nacionales.
Los inversores financieros institucionales, por medio de las operaciones
realizadas en el mercado financiero, se tornan, en la sombra, propietarios
accionarios de las empresas transnacionales y pasan a actuar independientemente
de ellas. Interfieren en el nivel y en el ritmo de las inversiones de las empresas –en
la creación de nuevas capacidades de producción y en la extensión de las
relaciones sociales capitalistas volcadas a la extracción de plusvalía-, en la
distribución de sus recetas y en la definición de las formas de empleo asalariado,
en la gestión de la fuerza de trabajo y en el perfil del mercado de trabajo.
Como recuerda Husson (1999:99), el proceso de financierización indica un
modo de estructuración de la economía mundial. No se reduce a la mera
preferencia del capital por aplicaciones financieras especulativas en detrimento de
aplicaciones productivas4. El discurso de la “economía de casino”, es prisionero del
fetiche de las finanzas, como si fuese posible fructificar una masa de rendimientos
independiente de la producción directa. El fetichismo de los mercados financieros,
que presenta las finanzas como potencias autónomas frente a las sociedades
nacionales, esconde el funcionamiento y la dominación operada por el capital
transnacional e inversores financieros, que actúan mediante el efectivo respaldo de
los Estados nacionales sobre la orientación de los organismos internacionales,
portavoces del gran capital financiero y de las grandes potencias internacionales.
4 “Del punto de vista teórico, es crucial ligar el proceso de financierización a su base material y evitar hacer como si la economía se tornase de cierto modo `virtual´. Solo esa articulación permite comprender como se puede conducir una política de austeridad salarial sin naufragar en una crisis crónica sin salidas y porque también el ascenso del desempleo es indisociable de los rendimientos financieros. ” (Husson, 1999: 101)
3
La esfera estricta de las finanzas, por si misma, nada crea. Se nutre de la
riqueza creada por la inversión capitalista productiva y por la movilización de la
fuerza de trabajo en su ámbito, aunque aparezca de una forma fetichizada, como
ya se ha anteriormente elucidado. En esa esfera, el capital aparece como si fuese
capaz de crear “huevos de oro”, esto es, como si el capital-dinero tuviese el poder
de generar más dinero en el circuito cerrado de las finanzas, independiente de la
retención que hace de los lucros y de los salarios creados en la producción. El
fetichismo de las finanzas solo es operante si existe producción de riquezas,
aunque las finanzas minen sus bases al absorber parte sustancial del valor
producido.
Es sobre los grupos industriales que reposa la actividad de valorización del capital en la industria, los servicios, el sector energético y la gran agricultura, de la cual depende tanto la existencia material de las sociedades en las cuales campesinos y artesanos fueron casi totalmente destruidos cuanto la extracción de plusvalía destinada a pasar a manos de los capitales financieros (Chesnais, 2001: 20)
Esa dominación es impensable sin la intervención política y el apoyo efectivo
de los Estados nacionales, pues solo en la vulgata neoliberal el Estado es externo
a los “mercados”5. El triunfo de los mercados es inconcebible sin la activa
intervención de las instancias políticas de los Estados nacionales, con base en los
tratados internacionales como el Consenso de Washington, el Tratado de
Marrakech, que crea la Organización Mundial del Comercio (OMC) y el Acuerdo de
Libre Comercio Americano (ALCA), y el Tratado de Maastricht, que crea la
“unificación” europea. Esto es, se establece el cuadro jurídico y político de la
liberalización y de la privatización, por los agentes financieros, del conjunto de los
países de la Unión Europea. El espacio mundial se torna espacio del capital6, que
se hace totalidad, elemento de diferenciación al interior de una unidad. (Marx,
1974; Lenin, 1976; Harvey, 1993, 2005a, 2005b)
Para Ianni (2004b), en ese escenario de la historia del siglo XXI, el nuevo ciclo
de expansión del capitalismo transnacional rediseña el mapa del mundo. El desafía
la comprensión de la llamada “sociedad global”: una sociedad en la cual se
subordinan las sociedades nacionales en sus segmentos locales y composiciones
regionales, con sus potencialidades y negatividades, considerando sus
dinamismos y contradicciones. En ella se confrontan el neoliberalismo, el 5 Una síntesis de la teoría marxista del Estado puede ser encontrada en Harvey (2005b: 75-94).6 Chesnais (2001) esclarece que la globalización fue un término utilizado en las business schoolls (escuelas de negocios) americanas, en la década del 80, para hacer referencia a la acción estratégica de los grandes grupos industriales y a la necesidad de “conductas globales”, dirigiéndose a los mercados de “demandas solventes”, a las fuentes de abastecimiento y a los movimientos de los grupos rivales oligopólicos. Más tarde, con la globalización financiera, el término se extiende al inversor financiero.
4
nazifascismo y el neosocialismo7. En ese nuevo estadio del desarrollo del capital
se redefinen las soberanías nacionales, con la presencia de corporaciones
transnacionales y organizaciones multilaterales –el Fondo Monetario Internacional,
el Banco Mundial u la Organización Mundial de Comercio, “la santísima trinidad del
capital en general”- principales portavoces de las clases dominantes en escala
mundial. El autor levanta la polémica hipótesis que está en curso un nuevo ciclo
de la revolución burguesa en escala mundial, dentro de la cual se fermentan,
simultáneamente, nuevas condiciones para una globalización desde abajo, para un
nuevo ciclo de la revolución socialista, vistas como revoluciones mundiales (Ianni,
2004b: 17). En esa visión optimista, afirma que, de ese proceso, también redundan
“las condiciones sociales, simultáneamente económicas, políticas y culturales,
sobre las cuales se recrean los ideales, las prácticas y organizaciones empeñadas
en la socialización de la propiedad y del producto del trabajo colectivo ahora vistos
en perspectiva mundial”. (Ianni, 2004b: 34)
En un mercado mundial realmente unificado, se impulsa la tendencia a la
homogeneización de los circuitos del capital, de los modos de dominación
ideológica y de los objetos de consumo –por medio de la tecnología y de la
multimedia. Homogeneización ésta apoyada en la más completa heterogeneidad y
desigualdad de las economías nacionales. Se acelera pues, el desarrollo desigual,
a los saltos, entre empresas, ramas de producción de la industria y de diferentes
naciones, y, en el interior de los países, a favor de las clases y grupos dominantes,
reafirmando las tendencias afirmadas por Lenin (1976). La transferencia de riqueza
entre clases y categorías sociales y entre países está en la raíz del aumento del
desempleo crónico, de la precariedad de las relaciones de trabajo, de las
exigencias de contención salarial, de la llamada “flexibilidad” de las condiciones y
relaciones de trabajo, más allá del desmoronamiento de los sistemas de protección
social.
7 El autor anota que se trata de neosocialismo, en la organización de la lucha contra las desigualdades y contradicciones sociales, porque incorpora la evaluación crítica de los regímenes socialistas instalados en la Unión Soviética, en países de Europa central, China, Angola, Mozambique, entre otros. “De forma breve, se puede decir que el neosocialismo es una corriente de pensamiento y práctica con raíces muy profundas en las tensiones y contradicciones que se forman y desarrollan con el globalismo. Una corriente y práctica diversificada en tendencia múltiples, más que se expresa en movimientos sociales, partidos políticos y sindicatos, sin olvidar actividades artísticas, científicas y filosóficas.” Está fuertemente influenciada y dinamizada por las tensiones y contradicciones sociales producidas con el desempleo estructural, las xenofobias, los etnicismos, los racismos, los fundamentalismos, las desigualdades entre la mujer y el hombre, la privatización y destrucción de la naturaleza por empresas conglomeradas, el pauperismo, la lumpenización y la formación de subclases. Implica la reflexión crítica sobre la dinámica del capitalismo, la lógica del capital, la creciente potencialización de la fuerza productiva del trabajo por medios técnicos y organizativos y el desarrollo de las desigualdades de todo tipo.” (Ianni, 2004b: 361)
5
La desregulación, iniciada en la esfera financiera, invade paulatinamente el
conjunto del mercado de trabajo y todo el tejido social, en la contratendencia de las
manifestaciones del crecimiento lento y de la superproducción endémica, que
persiste a lo largo de los años 90. La superproducción es siempre relativa y, lejos
de expresar un excedente absoluto de riqueza, es expresión de un régimen de
producción cuyos fundamentos imponen límites a la acumulación en razón de los
mecanismos de distribución de la riqueza que le son propios. En otros términos,
expresa el conflicto entre producción y distribución, apuntado por Marx. El capital
internacionalizado produce la concentración de la riqueza, en un polo social (que
es, también, espacial) y, en el otro, la polarización de la pobreza y de la miseria,
potenciando exponencialmente la ley general de acumulación capitalista, en que
se sustenta la cuestión social.
La reducción del ritmo de crecimiento y la superproducción en una “onda larga
de tonalidad recesiva” (Mandel, 1985) impulsan el desplazamiento espacial de
capitales, su movilidad geográfica, mediante la producción de nuevos espacios
para la explotación capitalista, combinando formas de plusvalía absoluta y relativa.
Se produce la incorporación de nuevas tecnologías en la producción acompañadas
del eclecticismo de las formas de organización del trabajo. Junto con formas
específicamente capitalistas y de nuevos sectores incorporados a lógica de
valorización, objeto de inversiones externas directas entre los cuales el de los
servicios-, se revigorizan las formas arcaicas del trabajo doméstico, artesanal,
familiar y el renacimiento de economías subterráneas e “informales” –también en
países centrales- resucitando viejos trazos paternalistas impresos a las relaciones
de trabajo. La subcontratación de pequeñas empresas y/o del trabajo en tiempo
parcial son encubiertas con el manto de la moderna “flexibilización”. La
intensificación de la competencia internacional e interregional estimula respuestas
flexibles en el mercado y procesos de trabajo y en los productos y patrones de
consumo. (Harvey, 1993)
Lo nuevo en este contexto de liberalización y desregulación del capital es que
los bancos pierden el monopolio de la creación de crédito, y los grandes fondos de
inversiones pasan a realizar operaciones de préstamos a las empresas, que eran
clientes preferenciales del sistema bancario, con él compitiendo en la búsqueda de
réditos elevados. Los grandes bancos comerciales y los bancos de inversión –dos
segmentos del mercado financiero mundial –se suman a las compañías de seguro,
actualmente las instituciones no bancarias más poderosas. No teniendo la
responsabilidad de crear créditos, ellas se dedican a hacer crecer los rendimientos
6
monetarios que concentran en sus manos, oriundos de contribuciones patronales
sobre el salario y ahorro forzado de los asalariados a partir de los cuales se
sustentan. Esos grandes fondos de inversiones incluyen los seguros de vida,
fondos de previsión privada por capitalización (fondos de pensión), fondos mutuos
de inversiones y administradores de carteras de títulos- mutual funds.
Otro elemento inédito, que alimenta la mundialización es el crecimiento de la
deuda pública, que se convierte en fuente de poder de los fondos de inversiones
engrosando el capital ficticio. Como las tasas de réditos son superiores al
crecimiento global de la economía –al producto bruto interno- tales rendimientos
crecen como una bola de nieve. En especial, a partir de la década del 80, los
fondos de previsión privada y los fondos de inversiones pasan a aplicar cerca de
un tercio de sus carteras en títulos de la deuda pública, tomados como inversiones
más seguras. (Chesnais, 1996) El aumento de la deuda pública combina con la
desigual distribución de la renta y la menor tributación de las altas rentas, por
razones de orden político, haciendo que la mayor carga tributaria recaiga sobre los
trabajadores.
La desigual distribución de la renta hace que el ahorro pueda ser “invertido”,
esto es, transformado en acciones, que representan expectativas de participación
futura en los lucros a ser realizados por las empresas, y en créditos sobre las
recetas futuras de los Estados.
Traduciendo esos mecanismos, se tiene que el capital financiero avanza sobre
lo que Oliveira (1998) denomina fondo público, formado por parte de los lucros de
los empresarios y del trabajo necesario de trabajadores, que son apropiados por el
estado sobre la forma de impuestos y tasas. Por un lado, se refuerza la desigual
distribución de rendimientos, estimulando los ahorros de los altos rendimientos por
medio de elevadas tasas de réditos, que consumen partes importantes de la
producción del valor, enyesando la producción. Considerando la tributación
regresiva –tributos menores para los altos rendimientos-, el peso de la deuda
pública recae sobre la gran mayoría de los trabajadores activos- e, inclusive,
inactivos-, cuyos rendimientos son consumidos por medio de la tributación pública
directa o de tributos inscriptos en el precio de los productos; inclusive aquellos
esenciales a la reproducción de la fuerza de trabajo (o, de manera más restricta,
en aquellos productos que componen la canasta básica de alimentos de los
trabajadores).
7
De otro ángulo, la inversión especulativa en el mercado de acciones apuesta
en la extracción de plusvalía presente y futura de los trabajadores, para alimentar
las expectativas de lucratividad de las empresas, según patrones internacionales
que parametran el mercado financiero. Ello impone mecanismos de ampliación de
la tasa de explotación vía: políticas de gestión; “enjuague de mano de obra”;
intensificación del trabajo y aumento de la jornada sin el correspondiente aumento
de salarios; estímulo a la competencia entre trabajadores en un contexto recesivo,
que dificulta la organización sindical; llamados a la participación para garantía de
las metas empresarias; ampliación de las relaciones de trabajo no formalizadas o
“clandestinas”, con amplia regresión de los derechos; entro otros mecanismos, con
los perfeccionamientos técnicos y la incorporación de la ciencia y de la tecnología
en el ciclo de producción en sentido lato (producción, circulación, intercambio,
consumo)
Lo que se pretende insinuar es que la mundialización financiera sobre sus
distintas vías de efectivización unifica, dentro de un mismo movimiento, procesos
que vienen siendo tratados por los intelectuales como si fuesen aislados o
autónomos: la ”reforma” del Estado, tenida como específica de la arena política; la
reestructuración productiva, referente a las actividades económicas empresariales
y a la esfera del trabajo; la cuestión social, reducida a los llamados procesos de
exclusión e integración social, generalmente circunscriptos a dilemas de la eficacia
de la gestión social; la ideología neoliberal y concepciones pos-modernas,
atinentes a la esfera de la cultura. Sin desmerecer las particularidades de los
procesos económicos, políticos e ideológicos –que no pueden ser diluidas- lo que
se olvida y oscurece es que el capitalismo financiero integra, en la expansión
monopolista, procesos económicos, políticos e ideológicos, que alimentan el
creciente movimiento de valorización del capital, realizando la “subsunción real de
la sociedad al capital”, en términos de Finelli (2003). Atribuir visibilidad a los hilos
intransparentes arriba señalados, que tejen la totalidad del proceso de
mundialización, es de la mayor importancia para comprender la génesis de la
(re)producción de la cuestión social, que se esconde por detrás de sus múltiples
expresiones específicas, que condensan una unidad de diversidades. Aquellas
expresiones aparecen sobre la forma de “fragmentos” y “diferenciaciones”,
independientes entre sí, traducidas en autónomas “cuestiones sociales”.
La historia reciente de la formación del régimen de acumulación financiera,
como indica Chesnais (2001, 1999), se encuentra en la ruptura unilateral, por parte
de los Estados Unidos de América, de las tasas de cambio fijas, negociadas
8
internacionalmente, de conversión del dólar en oro. Las tasas de cambio fijas
fueron establecidas por el Tratado de Bretton Woods (EE.UU), en 1944- cuyo
objetivo era superar la crónica inestabilidad monetaria y financiera mundial, que
arrastraba desde las décadas de 20-30. Cuarenta y cuatro países, representados
en la Conferencia Monetaria y Financiera de las Naciones Unidas, crean el Banco
Internacional para la Reconstrucción y Desarrollo (BIRD) que da origen al Banco
Mundial, y el Fondo Monetario Internacional (FMI). Los Estados Unidos de América
no podrían alterar las tasas de cambio sin la expresa concordancia de los demás
países signatarios del Tratado. Eso significaba que, siendo el dólar la moneda
mundial anclada en el oro, las tasas de cambio de otras monedas nacionales eran
definidas por referencia al dólar, considerando la hegemonía norteamericana, en
tensión con la creciente resistencia del Bloque Comunista en el contexto de la
Guerra Fría.
El acuerdo monetario de Bretton Woods expresó el inicio de una estrategia
unificada comercial e ideológica, que se desdobló en los Planes Marshall8 y
Dodge9 para la reconstrucción de Europa y Japón, en la creación de la
Organización del Tratado del Atlántico Norte (NATO/OTAN)10 y del Acuerdo
General de Tarifas y Comercio (GATT), culminando con la creación de la
Organización de la Comunidad Económica Europea (OCDE). (Anderson, 2002:
18). La ideología oficial del Este durante el período de la Guerra Fría (1946-1989)
no fue volcada a la defensa de la nación, más de la exaltación del “mundo libre” en
la confrontación con la Unión Soviética. Como nos recuerda el autor, esa
hegemonía sufre las tensiones del nacionalismo, de carácter antiimperialista, que
se tornó dominante en escala mundial luego de la Segunda Guerra (1939-1945),
socialmente mucho más heterogéneo que las formas de nacionalismo europeo.
Nacionalismo de expresiones ideológicas híbridas y variadas, geográficamente
localizado en Asia, Africa y América Latina, a ejemplo de los movimientos de
8 El Plan Marshall, conocido como Programa de Recuperación Europea, fue la principal iniciativa de los Estados Unidos de América para la reconstrucción de los países aliados de Europa, en los años siguientes a la Segunda Guerra Mundial. La iniciativa recibió el nombre del Secretario de estado de los Estados Unidos de América, George Marshall. Creado en 1947, preconizaba la política del laissez-faire volcada a la estabilización de los mercados a través del crecimiento económico. El Plan permaneció en vigencia durante cuatro años fiscales y los países reunidos en la Organización Europea para la Cooperación y Desarrollo recibieron asistencia técnica y económica.9 El Plan Dodge fue el plan de estabilización japonés en la posguerra, con el apoyo de los estados Unidos de América.10 La OTAN, también llamada Alianza Atlántica, es una organización internacional de colaboración militar, creada en 1949, en el contexto de la Guerra Fría, con el objetivo de constituir un frente de oposición al bloque comunista, contrapartida militar de lo que representó el plan Marshall en el dominio político-económico.
9
liberación nacional y/o de las revoluciones contra el capital. Pueden ser
recordadas, entre otras, las revoluciones de China, de Vietnam, de Cuba y también
las revoluciones Iraní y Nicaragüense.
Los años 60 son palcos de profundas mudanzas en las relaciones entre
Estados y países con los avances del capitalismo mundial: el desarrollo de
Alemania, de Francia e Italia reconstruídas y consolidadas; el crecimiento de la
economía japonesa más rápida que la americana; el peso de poder de las
corporaciones multinacionales y de los mercados financieros con su vasto circuito
de especulación e inversiones intercontinentales. Las bases de acuerdo de
Bretton Woods estaban siendo erosionadas. La ruptura unilateral de ese acuerdo
es realizada, en 1971, por parte del gobierno de EE.UU. Ella fue impulsada por la
explosión de la deuda y del creciente déficit de la balanza de pagos, reforzada por
la emisión de dólares para financiamiento de la Guerra de Vietnam, generando el
vaciamiento de las reservas norteamericanas. Esa coyuntura es agravada por el
letargo económico con estagnación e inflación elevadas y por el embate del
petróleo en 1973 (cf. Husson, 1999 Harvey, 1993). El gobierno crea, entonces,
instrumentos de liquidez para financiar la deuda, dando origen a la economía de
endeudamiento, con el refuerzo del dólar en relación a otras monedas, pasando a
alimentar los euromercados y los mercados financieros.
El mercado de eurodólares expresaba la concentración de capitales
industriales de las multinacionales americanas, realizados en Europa, que allí
permanecían sobre la forma de dinero, y buscaban obtener lucros sin abandonar la
esfera financiera frente a la caída de la rentabilidad del capital invertido en la
industria, en el inicio de los años 70 del siglo XX. La quiebra de las legislaciones
nacionales protectoras impulsa los euromercados, que tienen un boom en 1973,
siguiendo una trayectoria de crecimiento hasta 1980. Ella es retomada,
posteriormente, con la ampliación de la liberalización monetaria por parte de los
gobiernos neoliberales, ya en la estela de la crisis del Este Europeo y la caída del
muro de Berlín, en la década del 80, y de la consecuente reordenación de las
relaciones del poder mundial.
En función del crecimiento de la deuda pública americana, en los inicios de la
década del 80, los EE.UU atribuyen a los bonos del tesoro americano el estatuto
de activo financiero, atrayendo fondos líquidos en busca de inversiones financieras
rentables y seguras. Esto representó el financiamiento de los déficits
presupuestarios mediante aplicación, en los mercados financieros, de bonos del
10
tesoro y otros activos de la deuda. Esas medidas se extienden a los países de la
OCDE y, en los años 90, a los países de “economía de transición” (Rusia y países
del Este) y a los países de industrialización reciente de Asia y de América Latina.
La concentración y centralización de los grandes bancos internacionales crean
un mercado interbancario, por ellos dominados. Sobre la forma de un mercado “al
por mayor”, pasa a realizar préstamos conjuntos a los países “en desarrollo”.
Como esclarece Chesnais (1999), la naturaleza de los créditos a los países del
Tercer Mundo surge de una “convención ficticia de liquidez”, no habiendo
transferencia de ahorro que representase sacrificio a los que concedieron el
préstamo.
Con las tasas de cambio fluctuantes, un pequeño número de los mayores
operadores privados pasa a disponer de un papel decisivo en la determinación de
los precios relativos de las monedas nacionales, o tasas de cambio. El comité de
los creadores impone planes de escalonamiento de la deuda estatal y exigencias
de privatización y venta de empresas públicas, para convertir títulos de la deuda
en títulos de propiedad entregados a los acreedores. Está abierto el camino para la
abolición de control sobre flujos de capitales, acompañado de la apertura del
mercado de títulos públicos. La movilidad permanente de los capitales en
búsqueda de mayores rendimientos expone las economías nacionales, a ella
sujetas, a los impactos de la especulación financiera.
Así, la primera etapa de la liberalización y desregulación de los mercados
financieros (de 1982 a 1994) tuvo en la deuda pública su principal ingrediente. El
poder de las finanzas fue construido con el endeudamiento de los gobiernos, con
inversiones financieras en los Títulos emitidos por el Tesoro, creándose la industria
de la deuda. La deuda pública fue y es el mecanismo de creación de crédito; y los
servicios de la deuda, el mayor canal de transferencia de ingresos en beneficio de
los rentistas. Sobre el efecto de las tasas de rédito elevadas, superiores a la
inflación y al crecimiento del producto bruto interno, el endeudamiento de los
gobiernos crece exponencialmente. El aumento de las tasas de réditos representa
una solución de reparto de la plusvalía a favor de la oligarquía financiera rentista,
permitiendo su redistribución social y geográfica. El endeudamiento genera
presiones fiscales sobre las empresas menores y repartos más débiles, la
austeridad presupuestaria y la parálisis de los gastos públicos (incentivos y
créditos a la industria y agricultura, políticas sociales y servicios públicos, entre
otros).
11
Recursos financieros oriundos de la producción, recaudados y centralizados
por los mecanismos fiscales, por medio de la deuda pública, se tornan cautivos de
las finanzas, que se apropian del Estado, paralizándolo. Este pasa a ser “reducido”
en la satisfacción de las necesidades de las grandes mayorías, visto que el fondo
público es canalizado para alimentar el mercado financiero. Se tiene así el
significado de los programas de ajuste estructural contra el desarrollo, impuesto
por el Fondo Monetario Internacional (FMI) y por el Banco Mundial, a los países
deudores. Ellos imponen al re-escalonamiento de los préstamos condicionados a
la aplicación de políticas económicas favorecedoras de la entrada de divisas
necesarias al pago de la deuda. Todas las medidas están volcadas para la
maximización del flujo líquido de capitales, teniendo en vista la industria de la
deuda y los programas de ajuste son erigidos como un modelo universal de
crecimiento. Buscan abrir la economía de los países, priorizando las
exportaciones, apoyados en el “abordaje monetario de la balanza de pagos”, que
preconiza a los países endeudados a no protegerse, no estimular la emisión de
monedas, no controlar la salida de capitales. Imponen la reducción de la masa
salarial pública y del gasto público, afectando los programas sociales, la
eliminación de empresas públicas no rentables, exacerbando las desigualdades de
rendimientos y el aumento de la pobreza. (Husson, 1999)
En una segunda etapa, a partir de 1994, los mercados de las bolsas de valores
(compra y venta de acciones) ocupan el escenario económico, con la compra de
acciones de los grupos industriales por las instituciones financieras, que apuestan
en la lucratividad futura de esas empresas. Pasan, entonces, a imponer, más allá
del mantenimiento del monopolio tecnológico y de los estímulos al “trabajo de
concepción creativa” sobre su control (Tauille, 2001; Carmo, 2003), normas de
rentabilidad, exigencias relativas a la productividad y a la intensificación del
trabajo, bajos salarios, cambios organizacionales en las estrucuturas productivas,
“flexibilidad” de las formas de remuneración, etc. El peso recae sobre el aumento
del desempleo estructural y el consecuente retroceso del poder sindical, cuya
desarticulación fue parte de una estrategia política ultraliberal, como condición de
viabilizar la rebaja salarial y estimular la competitividad entre los trabajadores
(Anderson, 1995). Se amplía el alargue de la jornada de trabajo, estimulada por las
formas participativas de gestión volcadas a capturar el consentimiento pasivo del
trabajador a las estrategias de elevación de la productividad y de rentabilidad
empresarial. La reducción del trabajo protegido tiene en su contracara la expansión
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del mercado precario, temporario, subcontratado, con la pérdida de derechos y
ampliación de la rotatividad de la mano de obra.
Ese proceso provoca la polarización de la clase trabajadora11. Por un lado, un
grupo central, proporcionalmente restringido, de trabajadores regulares, con
cobertura de seguros y derechos de pensión, dotados de una fuerza de trabajo de
mayor especialización y salarios relativamente más elevados. Por otro, un amplio
grupo periférico, formado por un contingente de trabajadores temporarios y/o de
tiempo parcial, dotados de habilidades fácilmente encontrables en el mercado,
sujetos a los ciclos inestables de la producción y de los mercados. La ampliación
de trabajadores temporarios expresa el aumento de la subcontratación de
pequeñas empresas, que actúan como escudo protector de las grandes
corporaciones, en cuanto transfieren los costos de las fluctuaciones de los
mercados a la externalización de la producción.
La contención salarial, sumada al desempleo y a la inestabilidad del trabajo,
acentúa las alteraciones en la composición de la fuerza de trabajo, con la
expansión del contingente de mujeres, jóvenes, migrantes, minorías étnicas y
raciales, sujetos al trabajo inestable e invisible, legalmente clandestino. Crece el
trabajo desprotegido y si expresión sindical, así como el desempleo de larga
duración. Los segmentos del proletariado excluídos del trabajo envuelven
trabajadores de edad avanzada o poco calificados y jóvenes pobres, cuyo ingreso
en el mercado de trabajo es vetado (Bihr, 1999: 83-86) Tales mudanzas se
encuentran en el origen del sufrimiento del trabajo y de la falta de este, que
conduce a la ociosidad forzada de enormes segmentos de trabajadores aptos
para el trabajo, más alejados del mercado de trabajo, engrosando la
sobrepoblación relativa a las necesidades medias del capital.
El crecimiento mundial lento impulsa, al mismo tiempo, un fantástico
movimiento de fusión empresarial, de compra de empresas, que pasan a
monopolizar el valor creado en otras estructuras terciarizadas. Los agrandes
grupos industriales aumentan su concentración para salvaguardar tasas de lucro,
más allá de ampliar su poder económico y político. De ahí las estrategias de
destrucción de los puestos de trabajo, austeridad presupuestaria de los gobiernos,
agravando la estagnación de las economías y el desplazamiento de la parcela de
lucros para la aplicación financiera.
11 Cf. Harvey (1993); Bihr (1999); Antunes (1995, 1997, 2003); Alves (2000); Mattoso (1995); Larangeira (1999); Motta y Amaral (1998), entre otros.
13
En ese cuadro, los países que disponen de un “mercado financiero emergente”
–un número limitado de cerca de diez países en el escenario mundial- pasan a ser
objeto de interés, en función del tamaño de su mercado interno, de las fuentes de
materias primas y del costo de su mano de obra.
Es importante acentuar el papel que cumple el Estado en ese modo de
dominación. El Estado tiene el papel clave de sustentar la estructura de clases y
las relaciones de producción. El marxismo clásico ya establecía las funciones que
pertenecen al dominio del Estado: crear las condiciones generales de la
producción, que no pueden ser aseguradas por las actividades privadas de los
grupos dominantes, a través de su brazo represivo (ejército, policía, sistema
judicial y penitenciario); e integrar las clases dominantes, garantizando la difusión
de su ideología para el conjunto de la sociedad. Esas funciones coercitivas se
unen a las funciones integradoras, destacadas por el análisis gramsciano,
ejercidas por la ideología y efectuadas por medio de la educación, cultura, de los
medios de comunicación y categorías de pensamiento. Para Mandel (1985), las
funciones represivas e integrativas se entrelazan para proveer las condiciones
generales de la producción.
La concurrencia capitalista “determina la autonomización del aparato estatal, de
manera que pueda funcionar como `capitalista total ideal´, por encima y al contrario
de los intereses conflictivos del `capitalista total real´, constituido por los muchos
capitales del mundo real ” (Idem: 336). Aunque el Estado trascienda los intereses
en conflicto, tiene efectos sobre los mismos, en especial por medio de sus
funciones económicas, (mantenimiento de relaciones legales universalmente
válidas, emisión de monedas fiduciarias, expansión del mercado local y regional,
defensa del capital nacional ante el extranjero), cuyos gastos deben ser mínimos,
considerados por la burguesía como puro desperdicio de plusvalía. El Estado
requiere grupos capitalistas políticamente activos para articular sus intereses de
clase y defender sus intereses particulares. La expansión monopolista, en su
tendencia a la superacumulación permanente, la exportación de capital y la
división del mundo en áreas de influencia imperialistas, aumenta el aparato estatal
y los gastos correspondientes. Los gastos en armamentos, el financiamiento de
las condiciones generales de producción, el aumento de los gastos para hacer
frente a la ampliación de la legislación social –que determina redistribución
considerable de valor a favor del presupuesto público- requieren mayor
canalización de rendimientos sociales para el Estado. El Estado funciona como
pilar del capital privado, ofreciéndole, por medio de subsidios estatales,
14
posibilidades de inversiones lucrativas en las industrias de armamento, protección
al medio ambiente, préstamos a los países extranjeros e infraestructura. La
hipertrofia del Estado propicia mayor control sobre los rendimientos sociales, lo
que amplía los intereses de los grupos capitalistas en interferir en las decisiones
del Estado12.
La tesis de Mandel (1985: 341) es que, en el capitalismo tardío, la mayor
susceptibilidad a las crisis atribuye al Estado la función de administración de las
crisis con políticas anticíclicas, esto es, el establecimiento de políticas volcadas a
evitar las crisis, proporcionando garantías económicas a los procesos de
valorización y acumulación. Esa función estatal es acompañada de una vasta
ofensiva ideológica para integrar el trabajador a la sociedad como “consumidor”,
buscando, también, transformar cualquier rebelión en “reformas” que el estado
pueda absorber. Para el citado autor, “la hipertrofia y autonomía del Estado
capitalista tardío son un corolario histórico de las dificultades crecientes de
valorizar el capital y realizar la plusvalía de manera regular” (Idem). Esas
dificultades se encuentran asociadas a la intensificación de la lucha de clases, la
presencia de la clase operaria como fuerza política independiente, al agravamiento
de las contradicciones entre los países imperialistas metropolitanos y entre estos y
los demás Estados nacionales.
La mundialización no suprime las funciones del Estado de reproducir los
intereses institucionalizados entre las clases y grupos sociales, más modifica las
condiciones de su ejercicio, en la medida en que profundiza el fraccionamiento
social y territorial. El Estado pasa a presidir los “grandes equilibrios” sobre la
vigilancia estricta de las instituciones financieras supranacionales, consonante a su
necesaria sumisión a los constreñimientos económicos, sin que desaparezcan sus
funciones de regulación interna (Husson, 1999; Ianni, 2004b).
En la misma línea de análisis, Petras (2002) sustenta que el actual Estado
imperialista –como EE.UU, Inglaterra, Unión Europea, con Alemania y Francia al
frente, y Japón- es particularmente activo en la concentración del poder en el
interior de la nación y en su proyección externa. El extiende su poder a las
instituciones financieras internacionales, por medio del apoyo económico, de la
12 “Esa `re-privatización´ no oficial, por así decir, de la articulación de los intereses de la clase burguesa es una contrapartida de la concentración y centralización creciente del capital. Es la sombre inseparable de la autonomía y de la hipertrofia cada vez mayores del Estado burgués tardío” (Mandel, 1985: 344)
15
influencia en la elección de sus líderes y de la interferencia a favor de políticas
favorables a las empresas multinacionales de sus países.
A pesar de la máxima neoliberal sobre la “declinación” del Estado o del mito de
un “mundo sin Estado-Nación”, difundido por los teóricos de la globalización, se
afirma la centralidad del Estado, pieza clave de la expansión global de las
empresas multinacionales. El Estado interfiere en la gestión de la crisis y en la
competencia intercapitalista, pues, si los mercados trascienden los Estados,
operan en sus fronteras. Son también decisivos en la conquista de mercados
externos y en la protección de los mercados locales. Los Estados son estratégicos
en el establecimiento de los pactos comerciales, de los acuerdos de inversión, de
la protección a la producción producida en su territorio mediante barreras
aduaneras, en la investigación y en el desarrollo de nuevas tecnologías para
subsidiar los intereses empresariales, en los medios de comunicación de masas y
en la expansión del poder político de las entidades internacionales:
Al mismo tiempo en que el Estado recolonizado parece débil ante las demandas de las
instituciones financieras internacionales, es fuerte cuando traduce esas demandas en
políticas nacionales […] Quien habla de un Estado liberal, habla de un Estado poderoso,
que impone e implanta políticas (Petras, 2002: 163-64)
En otros términos, los Estados recolonizados realizaron la privatización de las
empresas estratégicas y lucrativas, lo que requiere alianzas políticas, represión a
los sindicatos y militantes. Consiguieron efectuar las políticas de ajuste estructural
con decisivas incidencias en las relaciones de propiedad, que se desplazan de lo
público a lo privado, del capital nacional al extranjero. Fueron también capaces de
imponer la re-concentración de la renta y de la propiedad vía políticas sociales
regresivas. Promovieron el “agrobusiness” a expensas de los agricultores y
viabilizaron el incremento de subsidios a las exportaciones. Impusieron reducción
de gastos sociales e implantaron una política previsional y del trabajo regresiva,
con nítido compromiso con los intereses del gran capital. Todas estas y otras
medidas constitutivas de las políticas neoliberales exigen un estado fuerte, capaz
de resistir a la oposición de las mayorías.
La desregulación del movimiento financiero aumentó, contradictoriamente, la
necesidad de intervención del Estado para estabilizar la anarquía del mercado y
contribuir para la superación de las crisis de los sistemas financieros y de las
empresas, con recursos oriundos de las más diversas fuentes, y en especial de los
contribuyentes, inclusive los de baja renta. Así, el estado continúa fuerte, lo que
16
muda la dirección socieconómica de la actividad y de la intervención estatal,
estableciendo nuevas reglas para gobernar a favor del gran capital financiero.
Como muestra Chesnais (1999: 67), la economía internacional de transferencia
de riquezas entre clases y categorías sociales y entre países es responsable por el
desempleo crónico (Husson, 1999) y la precariedad del trabajo, afectando el
conjunto del mercado de trabajo. Hambre y epidemias afligen a la población
excluida de la satisfacción de sus más elementales necesidades, debido a la
incapacidad de transformar esas necesidades inmediatas en demandas
monetarias, dando origen a la “exclusión”, cuya naturaleza es económica, producto
de ese régimen de acumulación con predominancia financiera.
Salama (1999) es otro autor que establece las conexiones entre
financierización y modalidades de extracción de plusvalía –o “flexibilización” del
trabajo- en América Latina. Todavía, no identificamos en la literatura consultada
algún análisis que resalte la relación entre financierización y cuestión social.
El resultado de ese proceso ha sido el agravamiento de la explotación y de las
desigualdades sociales de ella indisociables, el crecimiento de enormes
segmentos poblacionales excluidos del “círculo de la civilización”, esto es, de los
mercados, una vez que no consiguen transformar sus necesidades sociales en
demandas monetarias. Las alternativas que les restan, en la óptica oficial, son la
“violencia y la solidaridad”.
Es preciso resaltar lo siguiente: los dos brazos en que se apoyan las finanzas –
las deudas públicas y el mercado accionario de las empresas- solo sobreviven con
decisión política de los estados y del soporte de las políticas fiscales y monetarias.
Ellos se encuentran en la raíz de una doble vía de reducción del estándar de vida
del conjunto de los trabajadores¡, con el efectivo impulso de los Estados
nacionales: por un lado, la privatización del Estado, el desmonte de las políticas
públicas y la mercantilización de los servicios, la llamada flexibilización de la
legislación protectora del trabajo; por otro, la imposición de la reducción de los
costos empresariales para salvaguardar las tasas de lucratividad, y con ellas la
reestructuración productiva, centrada menos en el avance tecnológico y
fundamentalmente en la reducción de los costos del llamado “factor trabajo” con
elevación de las tasas de explotación. De ahí a la desindustrialización expresada
en el cierre de empresas que no consiguen mantenerse en la competencia ante la
apertura comercial, redundando en la reducción de los puestos de trabajo, en el
desempleo, en la intensificación del trabajo de aquellos que permanecen en el
17
mercado, en la ampliación de las jornadas de trabajo, de la clandestinidad y de la
invisibilidad del trabajo no formalizado, entre otros aspectos.
Una contradicción interna está presente entre los intereses de los segmentos
capitalistas financieros y productivos. La autonomía de las finanzas es relativa, una
vez que los capitales que ahí se valorizan nacen en la esfera productiva sobre las
formas de lucros no reinvertidos en la producción, de salarios, de rendimientos
retenidos por la vía fiscal o sobre las especulaciones del crédito al consumidor,
salarios guardados en los fondos de jubilación. Estos, al entrar en la esfera
financiera, buscan mayor rentabilidad. Al mismo tiempo, las ventajas obtenidas en
el mercado financiero drenan recursos que podrían ser canalizados para la
ampliación del parque productivo. Paralizan la economía y penalizan al conjunto de
la población para el que transfieren el peso de esos procesos.
La hipótesis directriz de este análisis es la de que en la raíz del actual perfil
asumido por la cuestión social se encuentran las políticas gubernamentales
favorecedoras de la esfera financiera y del gran capital productivo –de las
instituciones y mercados financieros y empresas multinacionales. Estas son
fuerzas que capturan el estado, las empresas nacionales, el conjunto de las clases
y grupos sociales que pasan a asumir el peso de las “exigencias de los mercados”.
Se afirma la existencia de una estrecha dependencia entre la responsabilidad de
los gobiernos en el campo monetario y financiero y la libertad dada a los
movimientos de capital concentrado para actuar en el país sin regulaciones y
controles, transfiriendo lucros y salarios oriundos de la producción para valorizarse
en la esfera financiera y especulativa, que (re)configuran la cuestión social en la
escena contemporánea. El predominio del capital fetiche conduce a la banalización
de lo humano, a la descartabilidad e indiferencia frente al otro, lo que se encuentra
en la raíz de las nuevas configuraciones de la cuestión social en la era de las
finanzas. En esa perspectiva, la cuestión social es más que las expresiones de la
pobreza, miseria y “exclusión”. Condensa la banalización de lo humano, que
testifica la radicalidad de la alienación y la invisibilidad del trabajo social –y de los
sujetos que lo realizan- en la era del capital fetiche. La subordinación de la
sociabilidad humana a las cosas –al capital-dinero y al capital mercancía- retrata,
en la contemporaneidad, un desarrollo económico que se traduce como barbarie
social. Al mismo tiempo, se desenvuelven, en niveles sin precedentes históricos,
en un mercado mundial realmente unificado y desigual, las fuerzas productivas
sociales del trabajo aprisionadas por las relaciones sociales que las sustentan.
Potencia contradicciones sociales de toda naturaleza, que impulsan las
18
necesidades sociales radicalizadas (Heller, 1978: 87-113): aquellas que nacen del
trabajo y motivan una praxis que trasciende el capitalismo y apunta para una libre
individualidad social emancipada de las trabas de la alienación –de la sociabilidad
reificada-, cuyas bases materiales están siendo, progresivamente, producidas en el
proceso histórico en curso.
[…] la teoría se transforma en poder material tan luego de apodera de las masas. La
teoría es capaz de apoderarse de las masas cuando argumenta y demuestra ad hominem,
y argumenta y demuestra ad hominem cuando se torna radical: ser radical es tomar las
cosas por la raíz. Más la raíz para el hombre es el propio hombre […] En un pueblo la
teoría se realiza solamente en la medida en que es realización de sus necesidades […]
Una revolución radical solo puede ser la revolución de las necesidades radicales… (Marx,
1977b: 8-9)
En la dirección analítica antes referida, la cuestión social expresa la subversión
de lo humano propia de la sociedad capitalista contemporánea, que se materializa
en la naturalización de las desigualdades sociales y en la sumisión de las
necesidades humanas al poder de las cosas sociales- del capital dinero y de su
fetiche. Conduce a la indiferencia ante los destinos de enormes contingentes de
hombres y mujeres trabajadores- resultados de una pobreza producida
históricamente (y, no, naturalmente producida)-, universalmente subyugados,
abandonados y despreciados, por cuanto sobrantes para las necesidades medias
del capital13.
La concepción liberal atribuye al “mercado” la solución para todos los
desequilibrios e imputa la causa del desempleo a los elevados salarios, justificando
las medidas “contra la rigidez” como la solución milagrosa. Contradiciendo la visión
liberal, Husson (1999) nos brinda un rico análisis al respecto de los orígenes del
desempleo y sus mitos, una de las expresiones más dramáticas de la cuestión
social en el presente. Componen esa mitología innumerables aforismos, tales
como: existe una connivencia entre los patrones y asalariados a costa de los
13 Marx, refiriéndose a Alemania, indaga: “¿Dónde reside, pues, la posibilidad positiva de la emancipación alemana? Respuesta: en la formación de una clase con cadenas radicales, de una clase de la sociedad civil que no es una clase de la sociedad civil; de un estamento, que es disolución de todos los estamentos; de una esfera que posee un carácter universal por sus sufrimientos universales y que no reclama para sí ninguna justicia especial, porque no se comete contra él ninguna injusticia especial, más la injusticia pura y simples; que ya no puede reclamar un título histórico, más simplemente el título humano; que no se encuentra en oposición unilateral a las consecuencias, más en una oposición unilateral a los presupuestos del estado alemán; de una esfera, en fin, que no puede emanciparse, sin emancipar todas las otras esferas de la sociedad y, al mismo tiempo emancipar todas ellas; que es, en una palabra, la pérdida total del hombre y que, por tanto, solo puede recuperar a si misma a través de la recuperación total del hombre. Esta disolución, de la sociedad como un estamento particular es el proletariado”. (Marx, 1977a: 12-13)
19
desempleados –o sea, los “outsiders” están desempleados por causa de los
“insiders”- atribuyéndose a los trabajadores las causas del desempleo; este es
reforzado por los subsidios al desempleo, que desanimarían la búsqueda de
empleos. Otra máxima es la de que el crecimiento del desempleo es un momento
necesario y penoso de la mutación tecnológica, de la automatización y
reestructuración del aparato productivo, que destruye temporariamente empleos,
pero también vuelve a crearlos en otro lugar, con el restablecimiento de la tasa de
lucro. De ahí la absorción del desempleo es tomada como mera cuestión de
tiempo para formar trabajadores, para su reciclaje o para su envejecimiento. Se
insinúa así que los desempleados serían “inadaptados” porque no presentan las
calificaciones exigidas para los nuevos puestos de trabajo. En consecuencia, la
programática se centra en las políticas de recalificación de la mano de obra. Otro
libelo de las causas del desempleo es el “elevado costo del trabajo”: aunque el
salario directo esté en un nivel “conveniente”, los tributos sociales son
“excesivos”14.
Contraponiéndose a esos aforismos, Husson (1999) considera que los orígenes
del desempleo capitalista son indisociables de un sistema económico que prefiere
no producir a producir sin lucro; prefiere rechazar el derecho al empleo a una franja
social cada vez mayor a falta de lugares propicios a la acumulación de capital. El
autor sitúa la tesis polémica de que el mecanismo esencial está en la divergencia
creciente que se instala entre la estructura de la demanda y las exigencias de
rentabilidad (Husson, 1999: 89)15, que provoca al aumento de la desigualdad y
14 Para una contestación de muchos de estos mitos, revisar: Oliveira, C.A.B. y Mattoso, J.E.L. (1996).15 El autor integra el análisis marxista con la contribución regulacionista, procurando mantener una distancia tanto del “catastrofismo marxista”, cuanto de los “postulados armoniosos” de la Escuela de la regulación. Para él, el dilema es articular la producción con lucro y la venta de las mercancías. Su tesis es la de que “para funcionar correctamente [el capitalismo] debe simultáneamente producir con lucro y vender las mercancías así producidas. Esas dos condiciones son contradictorias y no pueden tornarse compatibles duraderamente, porque el capitalismo no dispone de dominio de la economía que permita regular, duraderamente, esas contradicciones. Son, pues, las relaciones sociales fundamentales que están en cuestión: cada gran crisis combina un problema de salida del flujo y de valorización del capital” (Husson, 1999: 40). Para el analista, la noción de norma de consumo, de Aglietta (1991), valoriza un aspecto importante de la reproducción, que tiene que ver con la articulación entre el valor de uso y el valor, pues no todos los modos de consumo son compatibles con las condiciones generales de producción. Es preciso que la estructura de la producción sea adecuada al consumo del punto de vista del valor de uso o de las necesidades sociales. Husson trae la cuestión de la realización del valor, de la necesaria correspondencia entre producción y rendimiento, volcada a las condiciones necesarias a la reproducción del capital, o sea, la no interrupción de su ciclo de rotación. Ella es abordada en la tradición marxista con el auxilio de los esquemas de reproducción; en el caso que la producción exceda los rendimientos distribuidos, una parte de ella desaparecería en el circuito del capital y no ascendería a la condición de mercancías. El autor considera las propuestas de análisis, en el campo del marxismo, incompletas, porque son pensadas del punto de vista del valor. Se resalta ser necesario que la estructura de la
20
redunda en una crisis estructural profunda que exprime la pérdida progresiva de
legitimidad de los criterios de eficacia capitalista. En ese sentido, para Husson,
esta es tanto una crisis clásica –visto que la desregulación libera, agravando, el
juego de las contradicciones del funcionamiento del capitalismo- como también
una crisis enteramente inédita, pues no se trata de una perturbación coyuntural,
más de la crisis de uno de los principios esenciales del capital –el valor trabajo-,
revistiendo la forma de una mundialización ampliada.
Como acentúa Netto (2001: 48) el problema teórico que envuelve la cuestión
social es el de determinar concretamente la relación entre sus expresiones
emergentes y el conjunto de mediaciones envueltas en las modalidades vigentes
de explotación del trabajo: “si la ley general de la acumulación capitalista opera
independientemente de las fronteras nacionales, sus resultantes societarios traen
la marca de la historia que la concretiza”. De ahí deviene la importancia de
considerar las particularidades histórico- culturales nacionales, en el análisis de la
cuestión social.
………………………………………………………………………………………………….
3. Sociabilidad capitalista, Cuestión Social y Servicio Social
3.1 Preliminares
En la interpretación aquí asumida, la cuestión social es indisociable de la
sociabilidad capitalista y, particularmente, de las configuraciones asumidas por el
trabajo y por el Estado en la expansión monopolista del capital.16 La génesis de la
cuestión social en la sociedad burguesa deriva del carácter colectivo de la producción
contrapuesto a la apropiación privada de la propia actividad humana- el trabajo-, de las
condiciones necesarias para su realización, así como de sus frutos. Es inseparable de
la emergencia del “trabajador libre”, que depende de la venta de su fuerza de trabajo
como medio de satisfacción de sus necesidades vitales. De esta manera, la cuestión
social condensa el conjunto de las desigualdades y luchas sociales, producidas y
reproducidas en el movimiento contradictorio de las relaciones sociales, alcanzando
plenitud de sus expresiones y matices en tiempo de capital fetiche. Las
configuraciones asumidas por la cuestión social integran tanto determinantes
históricos objetivos que condicionan la vida de los individuos sociales, como
producción sea adaptada a las necesidades sociales, articulando producción y consumo. En otros términos, la necesidad de garantizar una adecuación entre oferta y demanda, entre modalidades de la acumulación del capital y las normas de consumo (Idem: 51)16 Cf.Ianni (1992); Netto (1992;2001);Iamamoto (En: Iamamoto y Carvalho,1982); Iamamoto (1998 a, 2001 a; 2004); Boschetti (2003); Behring (2003); Yazbek (2001).
21
dimensiones subjetivas, producto de la acción de los sujetos en la construcción de la
historia. Ella expresa, entonces, una arena de luchas políticas y culturales en la
disputa entre proyectos societarios formados por distintos intereses de clase en la
conducción de políticas económicas y sociales, que trazan el sello de las
particularidades históricas nacionales.
La manera en que se presenta la cuestión social en la escena contemporánea
expresa, bajo inéditas condiciones históricas, una potencialidad de los determinantes
de su origen ya identificados por Marx, y expresos en la ley general de acumulación
capitalista y en la tendencia del crecimiento poblacional en su ámbito.17
Con el progreso de la acumulación, el aumento de la productividad se torna
uno de sus productos, y su palanca más poderosa, operándose así una transformación
en la composición técnica y de valor del capital. Se reduce proporcionalmente el
empleo de la fuerza viva de trabajo ante el empleo de medios de producción más
eficientes, impulsando el aumento de la productividad del trabajo social. La
incorporación, por parte de los empresarios capitalistas, de los avances técnicos y
científicos en el proceso de producción (en sentido amplio, englobando producción,
distribución, cambio y consumo) posibilita a los trabajadores, bajo la órbita del capital,
producir más en menos tiempo. Se reduce el tiempo de trabajo socialmente necesario
a la producción de mercancías, o sea, a su valor, ampliando simultáneamente el
tiempo de trabajo excedente, o plusvalía. En términos de composición de valor, se
reduce relativamente el capital variable utilizado en la compra de la fuerza de trabajo, y
aumenta el capital constante, empleado en los medios de producción.
La incorporación de las conquistas de la ciencia en el proceso de producción
en su globalidad- , ella misma una fuerza productiva por excelencia (Marx, 1980 b, v.
II)- contribuye a acelerar la productividad del trabajo y la rotación del capital,
permitiendo un ampliación de las tasas de lucro. La concentración y centralización de
capitales, impulsadas por el crédito y por la competencia, amplían la escala de
producción. Con esto, el decrecimiento relativo de capital variable aparece
inversamente como crecimiento absoluto de la población trabajadora, más rápido que
los medios de su ocupación.
Así, el proceso de acumulación produce una población relativamente superflua
y subsidiaria a las necesidades promedio de su explotación por el capital.
17 Para profundizar este tema comparar los discursos de maestría realizadas bajo mi orientación: Escurra (1996) y Reis (2002)
22
Es la ley particular de población de este régimen de producción: con la
acumulación, obra de la propia población trabajadora, esta produce en volumen
reciente, los medios de su exceso relativo. Esto aumenta los intereses de los
empresarios capitalistas en extraer una mayor cantidad de trabajo de un fragmento
menor de trabajadores ya empleados-, vía ampliación de la jornada de trabajo e
intensificación del mismo-, articulando los medios de extracción de plusvalía absoluta y
relativa. Eso hace que el trabajo excedente de los segmentos ocupados condene a la
ociosidad socialmente forzada a amplios contingentes de trabajadores aptos para el
trabajo e impedidos de trabajar, mayores que aquellos de trabajadores incapacitados
para la actividad productiva.
Crece, pues, una superpoblación relativa para ese modelo de desarrollo: no los
“inútiles para el mundo” a los que se refiere Castel (1998), sino los superfluos para el
capital, incitando a la competencia entre los trabajadores -la oferta y demanda-, con
evidente interferencia en la regulación de los salarios (aunque estos dependan de la
grandeza de la acumulación ). Entre esa superpoblación relativa –que en la época de
la revolución industrial inglesa era calificada de ejército industrial de reserva- se
encuentran los segmentos intermitentes, sujetos a las oscilaciones cíclicas y
eventuales de absorción y repulsión de trabajo en los centros industriales: la
superpoblación latente en la agricultura, producto de la reducción de demanda de
fuerza de trabajo resultante de su proceso de industrialización, no acompañada de
igual capacidad de absorción de los trabajadores en los polos urbano-industriales.
En esta categoría se incluye, también, aquella fracción paralizada de
trabajadores activos con ocupaciones irregulares y eventuales: los precarizados,
temporarios, con máximo de tiempo de trabajo y mínimo de salario, sobreviviendo bajo
el nivel medio de la clase trabajadora. Este cuadro se completa con el crecimiento del
pauperismo18, segmento formado por contingentes poblacionales miserables, aptos al
trabajo, y desempleados, niños y adolescentes y segmentos indigentes incapacitados
para el trabajo (ancianos, víctimas de accidentes, enfermos etc.) cuya sobrevivencia
depende de la renta de todas las clases, y, en mayor medida, del conjunto de los
trabajadores.
18 “El pauperismo constituye el asilo de los inválidos del ejercito activo de trabajadores y el peso muerto del ejercito industrial de reserva. Su producción está incluida en la producción de superpoblacion relativa, su necesidad en la necesidad de ella, y ambos constituyen una condición de existencia de la producción capitalista y del desarrollo de la riqueza. Pertenece a los faux frais de la producción capitalista que, mientras, el capital trasfiere a los hombros de la clase trabajadora y de la pequeña clase media” (Marx,1985 b:209,t. 1, v.II)
23
En síntesis, el crecimiento de la fuerza de trabajo disponible e impulsada por
las mismas causas de fuerza expansiva del capital, expresando la ley general de
acumulación capitalista.19 Esta es modificada en su realización por las más variadas
circunstancias, producto del perfeccionamiento de los medios de producción y del
desarrollo de la productividad de trabajo social más rápido que el de la población
trabajadora productiva. La ley de acumulación se expresa, en la órbita capitalista, al
revés: en el hecho de que parte de la población trabajadora siempre crece más
rápidamente que la necesidad de su empleo para los fines de valorización del capital.
(Marx, 1985b: 209, t. I, v. II). Esto genera, una acumulación de miseria relativa a la
acumulación del capital, encontrándose ahí la raíz de la producción/ reproducción de
la cuestión social en la sociedad capitalista.
La existencia del “trabajador libre” -la separación del individuo de las
condiciones de su trabajo, monopolizadas bajo la forma capitalista de propiedad- en
cuanto condición histórica de esa forma de organización social de la producción,
vuelve al individuo que trabaja en un “pobre virtual”20. Pobre, en cuanto enteramente
19 “Cuanto mayor es la riqueza social, el capital en funcionamiento, el volumen de energía de su crecimiento, también lo es la grandeza absoluta del proletariado y la fuerza productiva de su trabajo, y tanto mayor el ejército industrial de reserva. La fuerza de trabajo disponible es desarrollada por las mismas causas que la fuerza expansiva del capital. La grandeza proporcional del ejército de reserva crece, entonces, con las potencias de la riqueza. Cuanto mayor es ese ejército de reserva en relación al ejército activo de trabajadores, más sólida es la superpoblación consolidada, cuya miseria está a la inversa del suplicio de su trabajo. Cuanto mayor es, finalmente, la condición hambrienta de la clase trabajadora y el ejército industrial de reserva, tanto mayor el pauperismo oficial. Esta es la ley absoluta general de la acumulación capitalista” (Marx,1985b : 209,t. 1, v.II)20 El concepto de trabajador libre contiene implícito que él mismo ya es un empobrecido, un pobre virtual.Respecto a las condiciones económicas, estas se dan por la mera capacidad de trabajo, y, por esto, el trabajador está dotado de necesidades vitales. Es un necesitado en todos los sentidos, no visible en la determinación de las condiciones objetivas para la realización de su capacidda de trabajo. Cuando el capitalista no necesita de las horas extras de trabajo del individuo, este no puede realizar el trabajo necesario, producir sus medios de subsistencia.Cuando no puede obtenerlos por medio de intercambio mercantil, los obtendrá por medio de caridad o limosnas que sobren para el de la renta de todas las clases. (Marx, 1980b; 110, v. 2). Es interesante observar la actualidad de esta interpretación, cuando la llamada de la filantropía del capital y del trabajo voluntario son unas de las tónicas de las respuestas a la cuestión social en la actualidad. Nos recuerda al debate de Marx con Proudhon, en la miseria de la filosofía (Marx, 1970: 11), acerca de las diferentes escuelas de interpretación de las relaciones sociales capitalistas por parte de los intelectuales de la burguesía. Entre ellas, Marx destaca la “Escuela humanitaria”, y destaca “el lado malo de las relaciones de producción actuales. Para la tranquilidad de conciencia se esfuerza por aparentar lo más posible los contrastes reales, deplora sinceramente las penas del proletariados y la desenfrenada competencia entre los burgueses, aconseja a los obreros que sean sobrios, trabajen bien y tengan pocos hijos, recomienda a los burgueses que moderen su ardor en la esfera de la producción (…) Escuela Filantrópica es la escuela humanitaria perfeccionada. Niega la necesidad de antagonismos; quiere convertir a todos los hombres en burgueses; quiere revisar la teoría distinguida de la práctica y que no contenga antagonismos. (…) por consiguiente, los filántropos quieren conservar las categorías que expresan las relaciones burguesas, por eso el antagonismo que constituye la esencia de esas categorías es inseparable de ellas. Los filántropos alegan que combaten seriamente la práctica burguesa, pero son más burgueses que nadie”.
24
necesitado, excluido de toda la riqueza objetiva, dotado de mera capacidad de trabajo
y alejado de las condiciones necesarias para la realización objetiva en la creación de
sus medios de sobrevivencia.
Como la capacidad de trabajo, es mera potencia, el individuo sólo puede
realizarla, si encuentra lugar en el mercado de trabajo, cuando es demandado por los
empresarios capitalistas. Así, la obtención de medios de vida depende de un conjunto
de mediaciones que son sociales, pasando por el intercambio de mercaderías, cuyo
control es enteramente ajeno a los individuos productores. El pauperismo como el
resultado del trabajo –del desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo social-, es
una especificidad de la producción fundada en el capital (Marx, 1980b:110, v. II).
Importa destacar que en esa concepción, la pobreza no es apenas comprendida, como
el resultado de la distribución de la renta, es decir se refiere a la propia producción. O,
en otros términos se refiere a la distribución de los medios de producción y, entonces,
a las relaciones entre las clases, abarcando la totalidad de la vida de los individuos
sociales, que se encuentran enteramente necesitados tanto en la órbita material como
en la espiritual (intelectual, cultural y moralmente).
Ese proceso es radicalizado con el recorte de las políticas sociales públicas y
de los servicios a ellas atinentes, destituyendo la responsabilidad del Estado en la
preservación del derecho a la vida de amplios segmentos sociales, que es transferida
a la eventual solidaridad de los ciudadanos, esto es, a las sobras de su tiempo y de su
renta.
La cuestión social expresa, por lo tanto, desigualdades económicas, políticas y
culturales de las clases sociales, mediatizadas por disparidades en las relaciones de
género, características étnico-raciales y regionalismos, causando que amplios
sectores de la sociedad civil no accedan a los bienes de la sociedad. Disponiendo de
una dimensión estructural que alcanza visceralmente la vida de los sujetos en una
“lucha abierta y sorda por la ciudadanía” (Ianni, 1992), en el embate por el respeto por
los derechos civiles, sociales y políticos y los derechos humanos. Este proceso es
denso de conformismos y rebeldías, expresando la conciencia y la lucha por el
reconocimiento de los derechos de cada uno y de todos los individuos sociales. Es en
ese terreno de disputas que trabajan los asistentes sociales.
Es importante recordar que fueron las luchas sociales las que rompieron el
dominio privado en las relaciones entre capital y trabajo, extrapolando la cuestión
social a la esfera pública. Los conflictos sociales pasan a exigir la intervención del
25
Estado en el reconocimiento y en la legalización de derechos y deberes de los sujetos
sociales envueltos, consustanciados en las políticas y servicios sociales.
Es en la tensión entre reproducción de la desigualdad y la producción de la
rebeldía y de la resistencia que actúan los asistentes sociales, situados en un terreno
movido por intereses sociales diferentes y antagónicos, los cuales no son posibles de
eliminar, o de ellos escabullirse, porque tejen la vida en sociedad. Los asistentes
sociales trabajan con las múltiples dimensiones de la cuestión social tal como se
expresan en la vida de los individuos sociales, a partir de las políticas sociales y de las
formas de organización de la sociedad civil en la lucha por los derechos.
Exactamente por eso, descifrar las nuevas mediaciones por medio de las
cuales se expresa la cuestión social hoy es de vital importancia para el Servicio
Social21 en una doble perspectiva: para que se pueda tanto aprehender la variedad de
expresiones que asumen, en la actualidad, las desigualdades sociales -su producción
y reproducción ampliada-, como proyectar y forjar formas de resistencia y de defensa
de la vida. Formas de resistencia ya presentes, a veces de modo parcialmente oculto,
en el cotidiano de las clases mayoritarias de la población que dependen del trabajo
para su sobrevivencia.
Así, aprehender la cuestión social es también captar las múltiples formas de
presión social, y de reinvención de la vida construidas en el cotidiano, mediante las
cuales son recreados nuevos modos de vivir que apuntan a un futuro que está siendo
germinado en el presente.
Considerada como una expresión de las desigualdades inherentes al proceso
de acumulación y de los efectos que produce sobre el conjunto de las clases
trabajadoras y de su organización -lo que se encuentra en la base de la exigencia de
políticas sociales públicas- la cuestión social no es un fenómeno reciente, típico del
agotamiento de los llamados treinta años gloriosos de la expansión capitalista. Se
trata, al contrario, de una “vieja cuestión social” inscripta en la propia naturaleza de las
relaciones capitalistas, más que en la contemporaneidad, se reproduce bajo nuevas
mediaciones históricas y, al mismo tiempo, asume inéditas expresiones derramadas
en todas las dimensiones de la vida social. Se alteran las bases históricas en que
ocurre la producción y reproducción de las desigualdades en las periferias mundiales,
en un contexto de internacionalización de la producción, de los mercados, de la
21 Anteriormente ha sido tratado el tema: Iamamoto y Carvalho (1982); Iamamoto (1998a); Iamamoto (2000:45-70); Iamamoto (2001a:09.33) y Iamamoto (2004:17-50).
26
política y de la cultura, bajo el comando del capital financiero, las cuales son
acompañadas por luchas veladas y abiertas, nítidamente desiguales.
Bajo cierto ángulo, la cuestión social producida y reproducida de forma
ampliada ha sido leída, desde la perspectiva sociológica, como “disfunción” o
“amenaza” al orden y a la cohesión social, en la tradición de E. Durkheim, típica de la
escuela francesa. (Castel,1998). Y, también, presentada como una nueva cuestión
social, resultante de la “inadaptación de los antiguos métodos de gestión social”,
producto de la crisis del “Estado Providencia” (Rosanvallon, 1995; Fitoussi y
Rosanvallon 1997) y de la crisis de la “relación salarial”.
Frecuentemente, la programática para hacer frente a la misma tiende a ser
reducida a una gestión más humanizada y eficaz de los problemas sociales en la
órbita del capital, bajo la protección del gran capital financiero y de las políticas
neoliberales. De esta manera, las respuestas a la cuestión social pasan a ser
canalizadas para los mecanismos reguladores del mercado y para las organizaciones
privadas, las cuales comparten con el Estado la implementación de programas
focalizados y descentralizados de “combate a la pobreza y a la exclusión social”.
En una perspectiva de análisis distinta asumida en este texto, la cuestión social
específica del orden burgués, y de las relaciones sociales que lo sustentan, es
entendida como expresión ampliada de la explotación del trabajo y de las
desigualdades y luchas sociales resultantes de ella: el revés del desarrollo de las
fuerzas productivas del trabajo social.
Su producción/reproducción asume perfiles y expresiones históricamente
particulares en el escenario contemporáneo latinoamericano. Requiere, en su
enfrentamiento, la prevalencia de las necesidades del colectivo de trabajadores, el
llamado a la responsabilidad del Estado y a la afirmación de políticas sociales de
carácter universal vueltas a los intereses de las grandes mayorías, condensando un
proceso histórico de luchas por la democratización de la economía, de la política, de la
cultura en la construcción de la esfera pública.
La expresión cuestión social es extraña al universo de Marx, habiendo sido
acuñada en 1830 (Castel, 1998), en el marco del reformismo conservador.22 (Netto, 22 Es conocida la programática reformista conservadora de la Iglesia Católica expresada, por primera vez, por León XIII, en la apertura de caminos para esta institución en la modernidad. Al naturalizar el orden capitalista, propone un amplio programa para su moralización, movilizando a los laicos en esa misión, contra los anarquistas y socialistas. Mas allá de esa versión del conservadurismo confesional, que influenció largamente el ideario del Servicio Social, existe el conservadurismo laico del nacimiento de la Sociología, cuya expresión más importante fue Durkheim. (Nisbet, 1969; 1980; Bottomore y Nisbet, 1980). Netto (2002) destaca, también, el
27
1992; 2002; Iamamoto, 1992a). Históricamente, ella fue tratada bajo un ángulo de
poder, vista como amenaza que la lucha de clases –en especial, la presencia política
de la clase obrera- representaba al orden instituido. Entre tanto, los procesos sociales
que traduce se encuentran en el centro del análisis de Marx sobre las clases sociales y
sus luchas en la sociedad capitalista. En esa tradición intelectual, como ya se expuso,
el régimen capitalista de producción es tanto un proceso de producción de las
condiciones materiales de la vida humana, como un proceso que se desarrolla bajo
relaciones sociales de producción –histórico/económicas- específicas. En su dinámica,
produce y reproduce sus exponentes: sus condiciones materiales de existencia, las
relaciones sociales contradictorias y formas sociales a través de las cuales se
expresan. Existe, pues, una indisociable relación entre la producción de los bienes
materiales y la forma económico/social en que es realizada, esto es, la totalidad de las
relaciones entre los hombres en una sociedad históricamente particular, regulada por
el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo social.
El Servicio Social tiene en la cuestión social la base de su fundación, en cuanto
especialización de trabajo. Los asistentes sociales, por medio de la prestación de
servicios socio-asistenciales –indisociables de una dimensión educativa (o político-
ideológica) –realizados en las instituciones pública y organizaciones privadas,
interfieren en las relaciones sociales cotidianas, atendiendo las variadas expresiones
de la cuestión social , experimentadas por los individuos sociales en el trabajo, en la
familia, en la lucha por la vivienda y por la tierra, en la salud, en la asistencia pública,
entre otras dimensiones.
Actualmente, la cuestión social pasa a ser objeto de un violento “proceso de
criminalización” que toca a las clases subalternas. (Ianni, 1992; 2004 y Guimaraes,
1979). Se recicla la noción de “clases peligrosas” –antes trabajadoras- sujetas a
represión y extinción. La tendencia a naturalizar la cuestión social es acompañada de
la transformación de sus manifestaciones en objeto de programas focalizados de
“combate a la pobreza”, o en expresiones de la violencia de los pobres, cuya
respuesta es la seguridad y la represión oficiales. Nos recuerda el pasado, cuando era
concebida como caso de la policía, lo opuesto de ser objeto de una acción sistemática
del Estado en el tratamiento de las necesidades básicas de la clase obrera y otros
sectores trabajadores. En la actualidad, las propuestas inmediatas para enfrentar la
cuestión social, en Brasil, actualizan la articulación asistencia focalizada/represión, con
conservadurismo protestante prusiano, cuyo máximo representante fue Bismark. Él fue el pionero promotor de las políticas sociales como anticipación a las demandas de un proletariado combativo, representado por el primer partido de masas, el Partido Social Demócrata Alemán, cuando la burguesía aún era débil en ese país, en las décadas del 70-90 del siglo XIX.
28
el apoyo del brazo coercitivo del Estado, en detrimento de la construcción de consenso
necesario al régimen democrático, lo que es motivo de inquietud.
Una doble trampa puede rodear el análisis de la cuestión social cuando sus
múltiples diferencias y expresiones son desvinculadas de su génesis común,
desconsiderando los procesos sociales contradictorios – en su dimensión de totalidad-
que las crean y las transforman.
Se corre el riesgo de caer en la pulverización y fragmentación de innumerables
“Cuestiones sociales”, atribuyendo unilateralmente a los individuos y sus familias la
responsabilidad por las dificultades vividas. Esto deriva en el análisis de los
“problemas sociales” como problema del individuo aislado y de la familia (principal
objetivo de los programas focalizados de combate al hambre y la miseria),
perdiéndose la dimensión colectiva y el recorte de clase de la cuestión social.
Eximiendo a la sociedad de clases de la responsabilidad en la producción de las
desigualdades sociales. Por una artimaña ideológica, se elimina, en el nivel del
análisis, la dimensión colectiva de la cuestión social -el estudio de la clase trabajadora-
reduciéndola a una dificultad del individuo. La pulverización de la cuestión social, típica
de la óptica liberal, resulta en la autonomización de sus múltiples expresiones –la
variadas “cuestiones sociales” –en detrimento de la perspectiva de unidad. Se impide
así, el rescate del complejo de causalidades que determina los orígenes de la cuestión
social, inherente a la organización social capitalista, lo que no omite la necesidad de
aprehender las múltiples expresiones y formas concretas que asume.
Otra trampa es encerrar el análisis en un discurso genérico, que redunda en
una visión unívoca e indiferenciada de la cuestión social, prisionera de análisis
estructurales, fragmentada de la dinámica coyuntural y de la vida de los sujetos
sociales. La cuestión social pasa a ser vaciada de sus particularidades históricas,
perdiendo el movimiento y la riqueza de la vida, al desconsiderar en sus expresiones
específicas que desafían la “investigación concreta de situaciones concretas” (Como la
violencia, el trabajo infantil, la violación de los derechos humanos, las masacres
indígenas, etc.).
Concluyendo, se constata una renovación de la “vieja cuestión social”, inscripta
en la propia naturaleza de las relaciones sociales capitalistas, bajo otras ropas y
nuevas condiciones socio-históricas en la sociedad contemporánea, profundizando sus
contradicciones y asumiendo nuevas expresiones en la actualidad. Ella evidencia hoy
la inmensa fractura entre el desarrollo de las fuerzas productivas del trabajo social y
las relaciones sociales que lo sustentan. Crecen las desigualdades y se afirman las
29
luchas en el día a día contra las mismas –luchas en su mayoría silenciadas por los
medios de comunicación- en el ámbito del trabajo, del acceso a los derechos y los
servicios en la atención a las necesidades básicas de los ciudadanos, de las
diferencias étnico-raciales, religiosas, de género, entre otras dimensiones.
En la perspectiva aquí asumida, la cuestión social no se identifica con la noción de
exclusión social, hoy generalizada, dotada de gran consenso en los ámbitos
académicos y políticos. Una multiplicidad de denominaciones y propósitos es
propuesta por los estudiosos del tema de la “exclusión social”, como recuerda Amann
(2003), entre las cuales: descalificación (Paugan, 2003), desafiliación (Castel, 1998),
relegamiento (Buarque, 1993) e inclusión perversa (Martins, 2002). La inclusión social
se torna una palabra mágica, que todo y nada explica, ocurriendo una “fetichización
conceptual” de la noción (Martins, 1997).
Castel (2000a) se refiere a las “trampas de la exclusión”, denunciando su
inconsistencia teórica: una “palabra válida” utilizada para definir todas las miserias del
mundo. Es una noción que se afirma por la calificación negativa –la falta de- empleada
con una heterogeneidad de usos, sin decir con rigor en qué consiste y de dónde viene.
La noción autonomiza “situaciones límite”, que sólo tienen sentido dentro del circuito
vivo de las fuerzas sociales, de los procesos que las crean. Focaliza efectos de
procesos que atraviesan el conjunto de la sociedad, correspondiendo “a un tipo clásico
de focalización de la acción social: delimita zonas de intervención que pueden dar
lugar a las actividades de reparación” (Castel, 2000 a: 27).
La tendencia a reducir la cuestión social a situaciones de exclusión es, para el
autor, parte de un proceso de “desestabilización de la condición salarial” y de la
desagregación de protecciones que fueron progresivamente ligadas al trabajo
protegido y con status en la “sociedad salarial”23. Su crisis conduce a la
“desestabilización de los estables”, a la precariedad, al crecimiento de los “sobrantes”,
a la cultura de lo aleatorio, lo que, en las cifras oficiales aparece como “exclusión”.
Como las fisuras por ella responsables están localizadas en el “corazón de la
condición salarial” la lucha contra la “exclusión” incide sobre la regulación del trabajo y
del sistema de protecciones a él vinculadas. El camino anunciado para responder a la
cuestión social se encuentra en la senda de la lucha por el derecho al trabajo.
Martins (1997; 2002) también cuestiona el rigor analítico y la novedad de la
noción de “exclusión” y denuncia su fetichización conceptual, que todo y nada explica.
La novedad es “su vejez renovada” resultado de una metamorfosis de conceptos –
23 La óptica de análisis del autor será detallada a seguir en el cuerpo de este texto.
30
pasando por la teorías de la marginalidad social y de la pobreza – que procuraban
explicar, en el ordenamiento social capitalista, el descompás crónico entre el desarrollo
económico y el del desarrollo social que lo caracteriza, en su lógica de sometimiento
de todo y a todos a las leyes del mercado. Defiende no definir sociológicamente
“exclusión”, pues los “dilemas son los de la inclusión precaria, inestable y marginal”:
“inclusión de los que son alcanzados por la nueva desigualdad social provocada por
las grandes transformaciones económicas y para las cuales solo hay en la sociedad,
lugares residuales” (Martins, 1977).
Es propio de la sociedad capitalista desenraizar a los trabajadores, excluir para
incluir de otro modo, según su lógica. Para Martins, el problema se encuentra
exactamente en esa inclusión: en su temporalidad y en los modos de inclusión. El
período del pasaje de momento de la “exclusión” –como la de la expropiación y
expulsión de los trabajadores del campo- para el momento de la “inclusión” en otro
modo de trabajar, de vivir y de pensar la vida se está transformando en un modo de
vida, y no es sólo un período transitorio. Es ese modo de vida el objeto de
preocupación. El llamado proceso de exclusión crea una “sociedad paralela”:
excluyente desde el punto de vista moral y político. Separa materialmente, pero unifica
ideológicamente en el imaginario de la sociedad de consumo y en las fantasías
pasteurizadas e inocuas del mercado.
En otros términos, la apelación a la exclusión indica la necesidad de
comprensión de una antigua cuestión: la de las desigualdades sociales fruto del
estudio del trabajo, uno de los aspectos de la crisis de la sociedad de clases. Esto
supone la insuficiencia de la teoría de las clases, diluyendo la figura de la clase
trabajadora en la del excluido, que ahora es un sujeto del destino, destituido de la
posibilidad de hacer historia. La protesta social y política en nombre de los excluidos
se resuelve en el horizonte de la integración en la sociedad que los excluye, en la
reproducción ampliada de esa misma sociedad. Los “excluidos no protagonizan ni
representan una contradicción en el interior del proceso productivo”, son contemplados
como “residuo” que crece en un desarrollo considerado “anómalo”, lo que redunda en
una lucha conformista y habla de un proyecto de afirmación del capitalismo, y de los
que a él adhieren. Según el autor, el discurso de la exclusión es la expresión
ideológica de una praxis limitada de la clase media y no de un proyecto anticapitalista
crítico, cuyo desafío es dar vuelta la sociedad de acumulación. Considera la exclusión
social “un síntoma grave de una transformación social, que viene, rápidamente
haciendo, de todos, seres humanos descartables, reducidos a condición de cosa,
31
‘forma extrema de la vivencia de la alienación y de la cosificación de la persona’, como
ya apuntaba Marx, en sus estudios sobre el capitalismo” (Martins, 2002: 20).
La crítica a las nociones de inclusión/exclusión en el debate sobre la seguridad
social en Brasil es tomada por Paiva (2006). Considera que la proliferación de esa
noción importada, extraña al universo político cultural de la población brasilera,
estimula propuestas que hablan de una “solidaridad sin sujetos y sin proyectos” y
encubre mecanismos de dominación y subalternación, no exentos de repercusiones
políticas: su contexto histórico fue la deconstrucción de la idea fuerza de derecho
social, conquistada en la lucha de los trabajadores por el acceso al excedente” (Paiva,
2006: 21). Disimulando la complejidad del concepto de necesidades humanas (Heller,
1986), la noción de exclusión permite “recubrir las situaciones concretas de la
población sin tornar inteligible su pertenencia a una clase social, por lo tanto a un
tiempo y espacio históricos portadores de un proyecto colectivo libertario” (Paiva,
2006: 21).
3.2 Cuestión social y Servicio Social
El análisis hipotético sobre la profesión de Servicio Social en el proceso de
producción y reproducción de las relaciones sociales (Iamamoto, en: Iamamoto y
Carvalho, 1982: 77-78) presentó la tesis de que la profesión se afirma como una
especialización del trabajo colectivo en el cuadro de desarrollo capitalista industrial y
de la expansión urbana. Procesos aprehendidos bajo la óptica de las clases sociales-
la constitución y expansión del proletariado y la burguesía industrial –y de las
modificaciones verificadas en la composición de grupos y fracciones de clase que
comparten el poder del Estado en coyunturas históricas determinadas. Es cuando en
Brasil se afirma la hegemonía del capital industrial que emerge, bajo nuevas formas, la
cuestión social, la cual se torna la base de justificación de ese tipo de profesional
especializado. Ya no se trata de la mera distinción entre ricos y pobres, presente en
las formas anteriores de organización de la producción y de la sociedad regidas por la
división del trabajo, previas al capitalismo industrial. La cuestión social pasa a ser
dotada de un “carácter de clase específico”, que constituye las relaciones sociales bajo
el dominio del capital:
La cuestión social no es sino las expresiones del proceso de formación y desarrollo de la clase
obrera y su ingreso en el escenario político de la sociedad, exigiendo su reconocimiento como
clase por parte del empresariado y del Estado. Es la manifestación en el cotidiano de la vida
social, de la contradicción entre el proletariado y la burguesía, la cual pasa a exigir otros tipos
de intervención, más allá de la caridad y de la represión. El Estado pasa a intervenir
32
directamente en las relaciones entre el empresariado y la clase trabajadora estableciendo no
solo una reglamentación jurídica del mercado de trabajo, a través de legislación social y laboral
específicas, sino también gobernando la organización y prestación de servicios sociales, como
un nuevo tipo de enfrentamiento de la cuestión social. (Ídem: 77).
Las condiciones de vida y de trabajo de los segmentos trabajadores y su
correspondiente movilización y organización política –tanto del sector directamente
inserto en el mercado de trabajo, como de aquella excedente para las necesidades
medias del capital- ya no podían ser desconsideradas por el Estado en la formulación
de políticas sociales como requisito mismo de sustento del poder de clase.
En aquel estudio (Iamamoto, en Iamamoto y Carvalho, 1982) también fueron
presentadas algunas claves heurísticas para el tratamiento del tema.
La primera afirmaba que las respuestas a la cuestión social sufren alteraciones más
significativas en las coyunturas de la crisis económica y de la crisis de hegemonía en
el conjunto del poder.24 La segunda destacaba dos dimensiones necesarias al análisis
del tema, las cuales eran: por un lado, la situación objetiva y subjetiva de la clase
trabajadora, de cara a los cambios en el modo de producir y de apropiarse del trabajo
excedente y de su capacidad de organización y lucha, y por otro, las diferentes
maneras de las fracciones dominantes, apoyadas en el poder del Estado, que
interpretaban y actuaban sobre la situación de la clase trabajadora. Pero más allá de
las especificidades de esas formas de enfrentamiento, lo que las unifica es la
contradicción entre el trabajo social y la apropiación privada del trabajo, de sus
condiciones y sus resultados, traducida en la valorización creciente del capital y en el
crecimiento de la miseria relativa del trabajador.
Ese núcleo analítico, siendo preservado, se desdobló en el análisis de la cuestión
social en las particularidades de la expansión monopolista en el Brasil, en los cuadros
de lo que Fernández (1975) califica de autocracia burguesa25 (Iamamoto, 1992), y en
la crisis del ciclo expansionista después de la Segunda Guerra Mundial (Iamamoto,
1998 a).
24 “Así, a medida que avanza el desarrollo de las fuerzas productivas, de la división del trabajo y su consecuente potenciación, se modifican las formas y el grado de explotación de la fuerza de trabajo. Se modifica concomitantemente, el posicionamiento de las diversas fracciones de las clases dominantes y sus formas de actuar frente a la cuestión social, lo que ingresa en escena a los intereses específicos de esos grupos y la lucha por el poder existente en su interior” (Iamamoto, en: Iamamoto y Carvalho, 1982: 78).25 Recordamos que este texto fue originalmente escrito en 1982, aunque publicado una década más tarde
33
La tesis presentada fue retomada y profundizada por Netto (1992), al elaborar un
análisis teórico-sistématico de la expansión monopolista, de la cuestión social y del
Servicio Social en su ámbito. El autor sostiene que las conexiones genéticas del
Servicio Social se dan con las particularidades de la cuestión social en la sociedad
burguesa madura, fundada en el orden monopólico26 lo que, en Brasil alcanza su
madurez después de 1964. Un Estado capturado por la lógica monopolista realiza una
intervención interna, continua y sistemática, en la vida económica, en una nítida fusión
entre las funciones económicas y políticas del Estado. Este es “el comité ejecutivo de
la burguesía monopolista”, o sea, el Estado es la conservación y control de la fuerza
de trabajo es una de sus funciones de primer orden, tanto para socializar los costos de
su reproducción- de los trabajadores ocupados y excedentes- como para legitimarse
políticamente, extendiendo sus bases de sustentación. Todavía, la captura del Estado
por la burguesía monopolista no es incompatible con la democratización de la vida
sociopolítica, pero imprime una dinámica contradictoria en el interior del sistema
estatal. Este, tensionado tanto por las exigencias de orden monopólico como por los
conflictos sociales. En esa dinámica, las respuestas positivas a las demandas de los
trabajadores son refuncionalizadas de modo a estimular la maximización del lucro.
De acuerdo al autor citado, la cuestión social se internaliza en el orden económico,
tornándose objeto de las políticas sociales, soportes del orden sociopolítico y de la
imagen social del Estado como mediador de los conflictos. Por medio de esas
políticas, el Estado pasa a administrar las expresiones de la cuestión social que es
fragmentada y parcializada a partir de sus secuelas, metamorfoseadas en “problemas
sociales”. Para Netto (1992: 32), el orden monopólico incorpora y, simultáneamente,
niega el ideario liberal, resituándolo. Corta el ideario liberal interviniendo en las
políticas sociales, lo recupera, al cargar la continuidad de las secuelas al individuo
mónada, responsabilizándolo por sus éxitos y sus fracasos. Así, al mismo tiempo, el
Estado afirma el carácter público de la cuestión social, administrando sus refracciones
–que asumen un carácter masivo- y refuerza la apariencia de la naturaleza privada de
sus manifestaciones individuales, tomadas como problemas de los individuos aislados.
De esa forma captura los espacios privados, subordinándolos al movimiento del capital
que extrapola el territorio de la producción, haciendo que todo lo cotidiano pase a ser
administrado, impregnándolo de la lógica de la mercantilización universal de las
26 Ciertamente el autor se está refiriendo a los orígenes de la profesión en Europa, pues la economía brasilera de los años 30 del siglo XX, aunque inscripta en el orden mundial monopólico, no se organiza internamente bajo la regulación monopolista, lo que solo ocurrirá más tarde, en las décadas de 50 y 60 (Fernández, 1975). Atender a estas distinciones es importante para evitar lecturas del autor que transfieren mecánicamente, para el país, dinámicas y ritmos de procesos europeos.
34
relaciones sociales. Invade áreas que anteriormente el individuo podía reservarse
como espacios de autonomía, como la familia, el goce estético, el ocio o el erotismo.
La metamorfosis del ethos individualista aparece resituada como privilegio de las
instancias psicológicas de la existencia social, en la inflación de la privacidad y en la
tendencia a la “psicologización” de las relaciones sociales. Este proceso encuentra en
el anticapitalismo romántico su arsenal teórico-cultural: afirma la aquiescencia a lo
“dado”, naturalizando el orden social y la especificación del ser social es adeudada a la
esfera de la moral, en una apología indirecta al orden imperialista.
Deriva de estas contribuciones una conclusión importante para la
profesionalización del Servicio Social: Ella no puede ser acreditada ni a la
“cientifización o perfeccionamiento técnico de la filantropía” llevada a cabo por
segmentos del bloque de poder, ni a la mera incorporación de las tradicionales formas
de ayuda desde el Estado, como medio de control de los pobres. En esas
perspectivas, el Servicio Social surgiría de una evolución interna de la filantropía y de
sus metamorfosis, lo que impregna de interpretaciones de los más variados matices
ideológicos en la literatura profesional.
La profesionalización del Servicio Social presupone la expansión de la
producción y de las relaciones sociales capitalistas, impulsadas para la
industrialización y urbanización, que traen consigo la cuestión social. La ampliación del
Estado, en términos de Gramsci (1979) es que el mismo no solo pasa a administrar y
gestionar el conflicto de clases vía coerción, sino también buscando construir un
consenso favorable en el funcionamiento de la sociedad para el enfrentamiento de la
cuestión social. El Estado, al centralizar las Políticas Sociales a través de prestaciones
sociales, crea las bases sociales que sustentan un mercado de trabajo para el
asistente social, que se constituye como un trabajador asalariado. El Estado y la clase
burguesa se convierten en una fuente propulsora de la calificación profesional
legitimada por el poder. El Servicio Social deja de ser un mecanismo de distribución de
la caridad privada por parte de las clases dominantes –rompiendo con la filantropía-
para transformarse en uno de los engranajes de la ejecución de las políticas públicas y
de los sectores empresariales, que se convierten en sus mayores empleadores.
El Servicio Social se desarrolla luego de la 2° Guerra Mundial, en el período de
expansión de la economía capitalista bajo la hegemonía de los grupos transnacionales
y los capitales financieros asociados a ellos. El crecimiento industrial de base taylorista
y fordista activa la acumulación del capital generando excedentes, parte de los cuales
son canalizados por el Estado para el financiamiento de las Políticas Públicas,
35
contribuyendo a la socialización de los costos de la reproducción de la fuerza de
trabajo. La política keynesiana dirigida al “pleno empleo” y a la manutención de un
patrón salarial capaz de asegurar un poder relativo de compra de los trabajadores,
implica el reconocimiento del movimiento sindical en sus reivindicaciones económicas
y políticas. La prestación de servicios sociales públicos fue expandida, permitiendo a
las familias de los trabajadores con empleo formal y protegido que usufructuaran la
ciudadanía regulada, con acceso a los derechos, pudiendo utilizar su salario para
consumir y activar la economía. A estos se sumaban amplios segmentos destituidos
de trabajo y ciudadanía.
Es en ese suelo histórico que se institucionaliza y se desarrolla la
profesionalización del Servicio Social en Brasil. La inversión de la onda expansionista
de los años 70, sumada a la debacle en Europa del Este en la década del 80 lleva a la
redistribución del poder en el escenario internacional bajo el comando del imperio
norteamericano. Los procesos históricos que reproducen la cuestión social cambian en
el marco de las nuevas relaciones entre el Estado y la sociedad, los nuevos principios
neoliberales y bajo la hegemonía de la economía financiera en la vida cotidiana,
profundizando las desigualdades.
En ese cuadro recesivo de la economía internacional, la cuestión social pasa a
ser redescubierta por los Científicos Sociales, en especial por la escuela francesa, con
amplias refracciones en América Latina, particularmente en la literatura del Servicio
Social. Sin embargo, es interesante observar que la recuperación de los estudios
sobre el tema en el Servicio Social brasileño no fue fruto de una importación de las
preocupaciones europeas de influencia social demócrata ni de la concepción liberal
norteamericana de seguridad social, sin embargo las mismas tienen una marcada
presencia en la literatura especializada. La línea de continuidad en el debate
profesional brasileño en torno a la cuestión social es establecida en el interior mismo
de la interlocución entre la tradición marxista y el pensamiento conservador europeo
clásico y contemporáneo. El debate es impulsado por el proceso de construcción de
un proyecto de formación profesional a nivel nacional, en la década del 90, que
incorpora y avala la producción brasilera especializada sobre cuestión social y políticas
sociales en las últimas tres décadas a la luz de los particulares procesos históricos
experimentados en el País. (ABESS/CEDEPSS, 1996; 1997ª y 1997b; ABEPSS, 2004)
Reconociendo la importancia de la escuela francesa, por el pensamiento de su
fundador, Emile Durkheim, y su influencia actual en el debate profesional del Servicio
Social, siguen a continuación algunas consideraciones. Dentro de las interpretaciones
36
más difundidas de la cuestión social, sobresale lo realizado por Castel (1995; 1998;
1998a y 2000a) y Rosanvallon (1998), Fitoussi y Rosanvallon (1997) y también el
registro de Paugam (2003).
A continuación está el debate en el marco de la literatura reciente que incide en
Servicio Social.
3.2.1. El debate francés sobre la cuestión social.
Robert Castel es el exponente más importante de la literatura francesa sobre el
tema, con una investigación de mayor alcance sobre la “metamorfosis de la cuestión
social en Europa occidental”27 en tiempos de incertidumbre. La noción de
metamorfosis, en tanto dialéctica de lo mismo y de lo diferente, de lo nuevo y lo
permanente, sugiere que lo “perpetuo de la sustancia permanece bajo el cambio de
sus atributos”. Su preocupación central es reconstruir la memoria para entender lo
contemporáneo, identificando similitudes y diferencias entre las antiguas situaciones
de vulnerabilidad de las masas y la inestabilidad del presente. O más precisamente,
“las relaciones sociales existentes entre la precariedad de la economía y la
inestabilidad social” (Castel 1998:25), buscando detectar los procesos que las
engendran. En los inicios de su investigación, se interesa por comprender la fragilidad
del vínculo social en el marco de la “integración” “anomia” y que da sentido a las
nociones de invalidez social, desafiliación, vulnerabilidad de las masas, entre otras.
Sin embargo, como reconoce el propio autor, el curso de su investigación
provocó un giro en sus reflexiones sobre las condiciones de cohesión social a partir de
los análisis de las situaciones de disociación, llevándolo a afirmar la centralidad del
trabajo para aprehender la metamorfosis de la cuestión social. Esa es una marca que
singulariza su producción. Aunque el punto de partida sea el universo teórico de
Durkheim, se dejó sorprender por la realidad, en lo que se revela como su principal
hipótesis: “existe una fuerte correlación en el lugar ocupado en la división social del
trabajo y la participación en las redes de sociabilidad y los sistemas de protección que
cubren al individuo frente a las eventualidades de su existencia”. (Idem:24). El autor
contesta los modismos apocalípticos en cuanto al fin del trabajo asalariado y sostiene
que el mismo ocupa un lugar central en la estructura social francesa y dispone de una
importancia decisiva en la vida de las personas. Para él, hablar de la pérdida de
centralidad del trabajo es “confundir el hecho de que el empleo perdió mucho su
27 Castel (2000a:237) aclara que el modelo de sociedad salarial por él analizado se refiere al contexto europeo, especialmente el francés. Alerta esto para el riesgo de generalización de otras realidades donde la sociedad salarial no existió verdaderamente, como en el caso de Brasil.
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consistencia con el hecho de que estaría perdida por consiguiente su importancia”. Es,
aún por el trabajo y por su falta, sea este precario o no, “que continúa en desarrollo
hoy en día el destino de la gran mayoría de los actores sociales”. (Castel 1998a:157).
El concepto de cuestión social evidencia las raíces teóricas de origen: “una
aporía fundamental sobre la cual las sociedad experimenta el enigma de su cohesión e
intenta conjurar los riesgos de su fractura”. (Castel, 1998:30). Sociedad entendida
como un conjunto de relaciones de interdependencia en los términos de Durkheim,
reiterando la óptica de la integración social, en detrimento de las contradicciones y
conflictos de la sociedad capitalista que mueven sus cambios, entendidos como
anómicos. El lugar de lo social, en su elaboración, no es de las clases sociales sino de
las relaciones no mercantiles, situadas en el centro de la idea de sociedad salarial, en
la cual “la mayoría de los sujetos sociales tienen su inserción social relacionada al
lugar que ocupa el asalariado, no solamente su renta, sino también su “estatus”, su
protección y su identidad”. (Castel, 1998:243) La sociedad salarial, al garantizar una
propiedad social, rompe la secular disociación entre el trabajo y el patrimonio. Se trata
de una propiedad cuya posesión pasa por un sistema de regulación y de derechos
garantizados por ley, distinta de la concepción de la propiedad privada. Va mas allá del
liberalismo, sin caer en el socialismo, siendo una especie de vía intermediaria que se
impone por medio de muchos conflictos. Ella crea un tipo de seguridad ligada al
trabajo, en el cual la generalización de la condición de asalariado –que se encuentra
en la base de la sociedad salarial- hace que la posición en ella ocupada defina la
identidad social.
En la sociedad salarial, el trabajo fue parcialmente desmercantilizado, y parte
del mismo escapa a las leyes de competitividad y de concurrencia, con una fuerte
presencia del “salario indirecto”, un salario para la seguridad social. Este se destina a
financiar a los trabajadores y sus familias, tanto en los períodos de suspensión
provisoria de actividades (accidentes, enfermedades), como por cesación definitiva del
trabajo (jubilación), lo que subyace en el núcleo del Estado Social –un Estado social
demócrata- dando cuerpo al compromiso social implicado en el trabajo y con su
estatus.
Mientras tanto, como subraya el autor, la sociedad salarial no es una sociedad
de igualdad, y sin conflictos, sin embargo cada uno dispone de un mínimo de garantías
y derechos. La desagregación de ese sistema cuestiona la función integradora del
trabajo, siendo la nueva cuestión social fruto del debilitamiento de la sociedad salarial.
Con la “retirada” del Estado, es el propio vínculo social que amenaza con
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descomponerse y el corporativismo amenaza sustituir al interés general. El atributo
más importante de la cuestión social es la precarización del trabajo con la pérdida de
la hegemonía del contrato por tiempo determinado y el establecimiento del temporario,
del trabajo parcial. La precariedad alimenta el desempleo y los desafiliados, la cultura
de lo aleatorio –el vivir día a día-, llevando al individuo a aislarse de sus antiguas
pertenencias, lo que fragiliza el vínculo y la cohesión social.
Pero la característica más perturbadora de la nueva cuestión social es el
reconocimiento de los trabajadores sin trabajo: los inútiles para el mundo o los
supernumerarios, esto es, personas que no tienen un lugar en la sociedad porque no
son integradas y tal vez, no sean integrables, en el sentido que plantea Durkheim, de
estar insertos en relaciones de utilidad social, de interdependencia con el conjunto de
la sociedad.28
En esa línea de análisis, se encuentra la investigación del Serge Paugam
(2003) sobre la descalificación social, o sea, el descreimiento a que son sometidos
aquellos que, a primera vista, no participan plenamente de la vida económica y social.
El enfoca la relación que los individuos asistidos mantienen con los servicios sociales
–tipificados como fragilizados, asistidos y marginados-, estudiando la diversidad de
status que los definen, las identidades personales y sus relaciones sociales. (Paugan,
2003:47).
Sin negar la riqueza de la investigación histórica de Castel, y retomando sus
ideas principales, es necesario establecer un diálogo con los supuestos conductores
de sus análisis, distinguiendo aquellos asumidos en el presente texto. Esta tarea de
crítica es fundamental, dada la vasta incorporación del autor en las investigaciones del
Servicio Social. Por otra parte, la clave ha sido reproducir resúmenes de los autores
franceses sin asumir el desafío de la crítica. Esto supone desentrañar los supuestos
subyacentes en el texto, haciéndolos emerger de modo de atribuir transparencia en los
argumentos, en sus implicaciones teóricas y sociales y las acciones a ellas
conectadas, demostrando lo que está oculto en el ángulo del análisis adoptado.
El primer aspecto a tener en cuenta es aquel, ya señalado por el autor,
concerniente a la base histórica de su investigación, referida al contexto europeo, que
hace temerosa la transferencia pura y simple de sus conclusiones a la realidad
histórica brasilera. Aquí fue en otros términos la constitución y expansión del trabajo
asalariado protegido, sin generalizar el conjunto de la fuerza del trabajo, que convive
28 Como se puede notar, esta noción de “inútiles para el mundo” o “supernumerarios” es enteramente distinta de la noción de superpoblación relativa de Marx.
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históricamente con formas clandestinas de trabajo y con relaciones sociales no
específicamente capitalistas. Por otro lado, el particular desarrollo político del Estado
en sus relaciones con la sociedad redunda en un sistema de seguridad social selectivo
y con tardía generalización de su cobertura para la totalidad de los asalariados, aquí
los trabajadores rurales son un ejemplo, solo contemplados en la reforma
constitucional de 1988.
Pero el foco de la crítica incide sobre los supuestos teóricos de análisis,
apoyados tanto en Durkheim como en los fundamentos de la escuela Regulacionista29
como una de sus expresiones académicas. Braga (2003) proporciona una importante
contribución para tales propósitos, al realizar un exhaustivo balance crítico del
programa teórico regulacionista con énfasis en su dimensión política30. Los
regulacionistas proponen otro modo de regulación del capitalismo y de sus crisis en el
ámbito de los aparatos institucionales, identificando a los medios por los cuales los
regímenes de acumulación son estabilizados en el largo plazo. En otros términos,
buscan identificar el conjunto de regularidades que asegure una progresión
relativamente coherente de acumulación capitalista, esto es, que permita absorber y
repartir en el tiempo las distorsiones y los desequilibrios, asegurando su reproducción,
como indica Boyer (Braga, 2003:34). La reproducción social es transformada en una
técnica de regulación institucional, situada en la esfera de los aparatos institucionales,
como ideología estatal.
29 La teoría de regulación tiene su expresión teórica original más importante en el trabajo de Michel Aglietta (1991), Regulación y crisis del capitalismo. La experiencia de los Estados Unidos, publicado en francés en, en 1976. De acuerdo con Braga (2003) los regulacionistas, a partir de la crítica a la teoría del valor trabajo, la lucha de clases es de cierta influencia althusseriana, y elaboran una teoría sistémica centrada en la ideología progresista de la sociedad salarial, producto del fordismo. Buscan que las regularidades sociales y económicas que permiten analizar las formas “como los regímenes de acumulación, en el largo plazo, son estabilizados”. Su grupo fundador está conformado por tecnócratas reformistas, impregnados del marxismo occidental, cuya preocupación central es focalizar como se realiza y regula históricamente la relación entre el capital y el trabajo. A partir de 1991, con el Frente Popular en el poder, se convierten en “Consejeros del Príncipe”, desarrollando sus elaboraciones en el centro de la alta administración del Estado francés y paralelamente en la Universidad. Sus fuentes teóricas son eclécticas, incluyendo el marxismo, la sociología estructuralista genética (Bourdieu), la macroeconomía kaleckiana, la escuela histórica de los Annales y la ciencia política pública. 30 Las sintéticas observaciones que se hacen aquí están apoyadas en la obra de Braga ya citada, en las cuales pueden ser encontradas un rico desarrollo de las ideas aquí presentadas.
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El Fordismo, idealizado como la edad de oro del capitalismo31, permitió en la
posguerra, la universalización de las relaciones sociales capitalistas para el conjunto
de las actividades productivas con la generalización de los métodos de producción de
plusvalía relativa, exigiendo la ampliación del espectro de las intervenciones
económicas y políticas del Estado. Para Castel, el Fordismo disuelve la naturaleza
proletaria al generalizar la forma del salario para toda la fuerza del trabajo, quedando
subordinado la figura del proletario expresada en su incapacidad de reproducirse de
manera autónoma. Sigue entonces la función del Estado salarial de estimular el
progreso y contener la pauperización, de modo de garantizar la reproducción
autónoma del proletariado, como por ejemplo, por medio de la renta mínima de
integración (RMI). El Estado salarial produce un sistema de protección social basado
en la solidaridad, éste no es regulado por reglas mercantiles pero sí por reglas
sociales, sustentadas en el ideario de solidaridad, fraternidad y responsabilidad.
Las transformaciones en las condiciones de existencia de los asalariados en el
Fordismo es aprehendida en el terreno de consumo de masas, parte de lo cual fue
desmercantilizado en la sociedad salarial. Esa socialización del consumo es erigida
como el terreno decisivo de la lucha de clases. La relación salarial pasa a adquirir la
plasticidad de las luchas, y no la organización del capital. Como sostiene Braga (2003:
48), “el viejo problema de la polarización de la sociedad en clases aparece estilizada
por la relación salarial, y el capital pasa a ser definido como una relación de
apropiación” (y no de producción), situado en el terreno de la distribución, ya que la
producción es naturalizada.
En esa óptica, las relaciones se tornan fundamentalmente institucionales en
vez de políticas. Y es el salario –y no la lucha de clases- el que hace historia (Braga,
2003; Lojkine, 200032; Moraes Neto, 2003). La relación salarial asume el espacio de la
lucha de clases, que es formalizada y desplazada por los mecanismos reguladores de
un Estado soberano, supraclasista, presentado como un Estado del conjunto de los
trabajadores, y no del capital: el Estado Social. Este totaliza los conflictos,
institucionalizándolos y transformándolos en normas sociales, como salida para la
crisis. Libera así, a los grupos sociales de una presión más intensa y masiva, traducida
31 Como señala Moraes Neto, es preciso evitar la trampa de criticar el desorden del postfordismo, teniendo como referencia el orden fordista acabado. La visión triunfal del fordismo expresa una visión empobrecida sobre el vínculo entre trabajo y ciudadanía. “Esta estaría resguardada en la medida en que todos tuviesen concretado el derecho al empleo de su fuerza de trabajo para el capital (en los moldes Taylor-Ford) y recibiesen un salario justo, permitiendo un patrón de consumo decente”. (Moraes Neto, 2003:115).32 “La teoría de la regulación salarial apaga el carácter conflictivo de la lucha de clases mismo cuando ella se imprime a través de las relaciones de fuerza pacificadas por las negociaciones colectivas y por la creación de instituciones sociales” (Lojkine, 2000: 14-15).
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en la inmediatez de los conflictos. La disyuntiva es “organización o barbarie”, en lugar
de “socialismo o barbarie”. Dice Braga (Idem: 68): “De todos los instrumentos de
reproducción de las condiciones de clases, el Estado es propuesto como el mediador
del progreso social”. Se busca un modo de regulación dentro del capitalismo,
alternativo al socialismo y a las propuestas neoliberales. Un modo de regulación que
se sustancia en la denominada tercera vía, fundada en el imperativo de la cohesión
social. La propuesta es restaurar los hilos del progreso por medio de la norma. Para
eso, es necesario un compromiso social, capaz de legitimar la mejora de las
condiciones de vida de la clase trabajadora con la mantención de las tasas de lucro:
vivir bien dentro del capitalismo, libre de las cadenas de las determinaciones clasistas,
haciendo que la eficacia de la economía vacíe el potencial emancipador de la política.
La sociedad salarial realiza un programa de reformas imaginado por Durkheim (1995):
diluir el peligro del proletariado. (…) La sociedad salarial tendría superada a la sociedad
burguesa: el siglo XX fue testigo de los condicionantes de la extrapolación de los salarios y de
las fábricas conquistando cada rincón de la vida social. “La sociedad burguesa estaba fundada
en la ley, la sociedad salarial reposa en la normalización (Castel, 1998). La sociedad burguesa
sería homogeneizante; pronunciaría equivalencias. La normalización, por el contrario,
separaría, definiendo espacios y distribuyendo individuos por funciones, estratificando grupos y
asignando papeles”. (Braga, 2003: 78-89).
De ahí el problema central pasa a ser las formas de inclusión social: las “fallas”
del mercado que deben ser minimizadas a partir de la intervención del interés público.
La crisis del capital es interpretada como la crisis de la relación salarial,
reducida y localizada en el ámbito de las contradicciones producidas por la
organización del proceso de trabajo (Braga 2003:37) y es vista como una crisis de
desarrollo y no de agotamiento de la sociedad capitalista.
Los elementos indicados son suficientes, en los límites de este texto, para
atribuir visibilidad a los fundamentos teóricos y el direccionamiento político, de la
propuesta de análisis de Robert Castel sobre la metamorfosis de la cuestión social.
En el debate francés sobre la nueva cuestión social, Pierre Rosanvallon se
encuentra en una delgada frontera de concepción conservadora, aunque su obra sea
referida como una expresión del “pensamiento social demócrata”.33 Para el autor, el
33 La traducción y publicación, como parte de la Colección del Pensamiento Social Demócrata, del libro clásico de Pierre Rosanvallon, La nueva cuestión social, fue realizada por el Instituto Teotonio Villela. Este tiene por finalidad propiciar a los líderes del Pensamiento Social Demócrata Brasilero “todas las informaciones necesarias para la comprensión del proceso de constitución y desarrollo de la social democracia”, lo que justificaría repensar la nueva cuestión social ante la crisis del Estado providencia europeo. Esta expresión es consagrada por el autor
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desarrollo del Estado providencia “casi consiguió vencer la antigua inseguridad social y
el miedo del futuro”. Pero en la década del ´70 entra en colapso la utopía de una
“sociedad libre de necesidades”, del individuo protegido de los principales riesgos de
existencia, ante el crecimiento del desempleo – y de las inseguridades sociales que de
ella surgen, de las nuevas formas de pobreza y de desigualdades. Más allá de las
desigualdades que ya estaban, surgen nuevas desigualdades, como las conductas
incivilizadas, fruto de la implosión del modelo familiar, y nuevas formas de violencia,
manifestaciones de la crisis de la civilización y del individuo (Fitousi y Rosanvallon,
1997). Como los “fenómenos de la exclusión no se encuadran en las antiguas
categorías de explotación del hombre”, se obtiene una nueva cuestión social, que se
traduce por la “inadaptación de los antiguos métodos de gestión de lo social”
atestiguado por la crisis del Estado Providencia.
Superada la crisis de la década del 70, la misma sufre una nueva inflexión en
los años 90 en función de los problemas de financiamiento, en los gastos onerosos del
aparato estatal y de la disolución de los principios de organización de la solidaridad
fundada en la noción de riesgo social y del fracaso de la concepción “tradicional” de
los derechos sociales. El Estado Providencia es insustituible en la mantención de la
cohesión social, pero debe ser restituido en la perspectiva de la solidaridad y no de los
derechos sociales. Ese Estado se apoyó en el seguro como instrumento de justicia,
capaz de adecuar el principio de solidaridad a la responsabilidad en la forma de un
contrato social, en el cual la sociedad y el Estado se encontraban implicados. Cuando
el riesgo se estabiliza ampliando su escala, se pierde su pertinencia como base de la
gestión de lo social, puesto que es sustituido por la precariedad y la vulnerabilidad,
que requiere un nuevo contrato social.
Siguiendo al autor, hoy la noción de riesgo, solo es aplicable a las situaciones
catastróficas, esto es, a los peligros naturales, accidentes tecnológicos y/o agresiones
al medioambiente que afectan poblaciones enteras y naciones. Se suma a eso, un
sentido más marcado de responsabilidad individual, en donde cada individuo es
llamado a administrar su vida, que es muy distinto de la sociedad de seguridad, donde
prima la socialización de las responsabilidades. Para el autor, sin embargo, la
inseguridad económica asociada al desempleo aunque sea importante por sus
“efectos”, surgirán otras modalidades de inseguridad: la ruptura de las familias y las
amenazas internacionales etc., modalidades que apuntan más para el Estado clásico
que para el Estado Providencia. El autor propone un “Estado Providencia activo”,
volcado a un nuevo derecho de inserción social, capaz “de personalizar sus medios de
en el libro de igual título en la década del 1980 (Rosanvallon, 1997).
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actuación”, pues “en materia de exclusión y desempleo de larga duración solo existen
situaciones particulares” (Rosanvallon, 1998:26). Un nuevo derecho social se sitúa en
una línea intermediaria entre el derecho y el contrato, al integrar el derecho a la
subsistencia y el derecho a la utilidad social, articulando la asistencia económica y la
participación social. Los ingresos mínimos de inserción son el ejemplo del derecho
basado en un “contrato de inserción”. Se trata de un derecho individualizado, que
supone un empeño personal del beneficiario en participar de actividades de inserción y
de compromiso de colectividad, que propone las actividades de inserción de acuerdo
con las necesidades. Se sustituye la “universalidad abstracta de los medios, por la
búsqueda práctica de los resultados” (Rosanvallon, 1998: 131). La justicia es
entendida como una “arbitraje social”, una “deliberación democrática”: la búsqueda de
un camino común sin preferencias individuales, escalas de valores o conceptos. La
sociedad es vista como “un entrelazamiento inestable de posiciones individuales y de
múltiples calificaciones económicas, sociales y profesionales” (Rosanvallon, 1998:62),
siendo desechada la victimización de lo social, siguiendo al modelo norteamericano.
En éste, la figura central no es el ciudadano sino la víctima de otro, siendo que la
justicia es aprehendida en términos de compensación y/o reparación individual.
Siguiendo al autor para analizar lo social, es necesario recorrer cada vez más la
historia individual, ya que las características objetivas no pueden ser separadas de las
características biográficas. Lo social se torna difícil de ser alcanzado, siendo necesaria
la “individualización de lo social”.
Es interesante observar que Rosanvallon también hace una crítica a la noción
de exclusión antes señalada.34 El mismo alerta de la improcedencia de tratar a los
excluidos como categoría, ya que no tienen un interés común, y no forman una clase
con una posición definida en el proceso productivo. A su entender, los excluidos
forman una “no clase” siendo por tal motivo irrepresentables: “son la sombra de las
disfunciones de la sociedad, resultado de un trabajo de descomposición,
desocialización, en el sentido más fuerte del término”, considera a lo social compuesto
por la suma de las actividades de los individuos, “la fusión de sus características
individuales, formando características medias”.
El concepto de exclusión representa, por lo tanto, un modo de reconocer y definir
problemas sociales, así como las categorías de población correspondientes. En ese sentido, la
exclusión no es un nuevo problema social, sino otra manera de describir las dificultades en la
creación de solidaridades dentro del conjunto social, sea de los individuos entre sí, ya sea de
los grupos. (Idem: 155).
34 Se observa una coincidencia de los aspectos tratados por Martins (2002) aunque fueron elaborados por este autor en una perspectiva totalmente distinta.
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Como se puede inferir, lo que fundamenta la existencia de una nueva cuestión
social es la negación de la existencia de las clases sociales, la naturalización de las
desigualdades sociales, cuyas manifestaciones son desplazadas para la esfera de la
gestión social. La sociedad es exceptuada de responsabilidades en la producción de la
cuestión social, cuyas raíces deben ser identificadas en las diferencias de las
biografías individuales.
3.2.2 El debate en la literatura profesional brasilera reciente35
El actual debate brasilero acerca de la cuestión social relacionada al Servicio
Social fue impulsada en el proceso colectivo de construcción de la currícula para la
enseñanza superior en el área, que tuvo lugar en las dos últimas décadas. El mismo
buscaba conjugar rigor metodológico y acompañamiento de la dinámica de la
sociedad, que permitiese atribuir un estatuto teórico y ético-político en el ejercicio
profesional capaz de responder a los desafíos de la historia actual. Reafirma la
importancia de tematizar la relación entre profesión y realidad, bajo la óptica de la
producción y reproducción de las relaciones sociales, en el escenario de las
transformaciones que resultan de la ofensiva del capital en la producción, en la
fragilización de la organización de los trabajadores y de su patrimonio socio-político.
Esa ofensiva es profundizada por la reforma del Estado y por la acción de los bloques
de poder en los años 90.
El proyecto de formación profesional en Brasil reconoce la dimensión
contradictoria de las demandas que se le presentan a la profesión, expresión de las
fuerzas sociales que en ellas inciden: tanto el movimiento del capital, como los
derechos, valores y principios que forman parte de las conquistas y del ideario de los
trabajadores. Son esas fuerzas contradictorias, inscriptas en la propia dinámica de los
procesos sociales, que crean las bases reales para la renovación del estatuto
profesional conjugadas con la intencionalidad de sus agentes. Ese proyecto se
beneficia tanto con la socialización de la política conquistada por las clases
trabajadoras como por los avances de la naturaleza teórico-metodológica y ético-
35 La revisión de la literatura es selectiva, incidiendo sobre autores de punta en el debate profesional de las últimas dos décadas, presentes en el interior de la perspectiva crítica del Servicio Social brasilero, que se construyó en la batalla con el conservadorismo profesional. Otro criterio de selección de los textos es la intervención de esos autores en el debate reciente sobre la formación profesional, contribuyendo a polemizar el proyecto de enseñanza superior en el campo del Servicio Social. Registro, en el acervo del tratamiento de la cuestión social, el libro de Pastorini (2004), aunque no contemplado en el análisis subsiguiente, en función de los criterios adoptados.
45
política acumulados por los asistentes sociales a lo largo de los años 80. El Servicio
Social es reconocido como una especialización del trabajo, parte de las relaciones
sociales que se fundan en la sociedad del capital. Estas son también, generadoras de
la cuestión social en sus dimensiones objetivas y subjetivas, esto es, en sus
determinaciones estructurales y en el nivel de acción de los sujetos, en la producción
social, en la distribución desigual de los medios de vida y de trabajo, en sus
objetivaciones políticas y culturales.
La propuesta de formación profesional vigente en el país asume la tesis de que
el significado socio-histórico e ideo-político del Servicio Social se inscribe en conjunto
de prácticas sociales que es accionado por las clases y mediadas por el Estado en
relación a las “secuelas” de la cuestión social. La propuesta reconoce que la
particularidad del Servicio Social en el ámbito de la división social y técnica del trabajo
colectivo se encuentra “orgánicamente vinculada a las configuraciones estructurales y
coyunturales de la cuestión social y a las formas históricas de su enfrentamiento –
que son permeadas por la acción de los trabajadores, del capital y del Estado”.
(ABESS/CEDEPSS, 1996:154).
La formación profesional tiene en la cuestión social su base de fundación socio-
histórica, lo que le confiere un estatuto de elemento central y constitutivo de la relación
entre profesión y realidad social:
El asistente social convive diariamente con las más amplias expresiones de la cuestión
social, materia prima de su trabajo. Se confronta con las manifestaciones más dramáticas de
los procesos sociales al nivel de los individuos sociales, ya sea en su vida individual, o en su
vida colectiva. (ABESS/CEDEPSS, 1996: 154-155).
Se reafirma pues, a la cuestión social como base de fundación socio histórica
de la profesión, en su enfrentamiento por el Estado, por el empresariado y por la
acciones de la clase trabajadora en el proceso de constitución y afirmación de los
derechos sociales, que requiere descifrar sus múltiples refracciones en el cotidiano de
la vida social, que son materia de trabajo del asistente social. Se acentúa el postulado
de totalidad concreta en el abordaje del proceso social y en consecuencia de la
cuestión social, abarcando manifestaciones universales, particulares y singulares, la
objetividad y la subjetividad, los momentos económicos, sociales, éticos, políticos
ideológicos y culturales. Se rechaza en consecuencia todos los tipos de
reduccionismo, ya sean de naturaleza económica, política o cultural.
(ABESS/CEDEPSS, 1997b).
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Así, el tratamiento analítico atribuido a la cuestión social no se identifica con “la
situación social problema” o con “los problemas sociales”, en donde la complejidad de
sus causalidades sociales son desplazadas al individuo aislado, responsable y
culpable de las carencias humanas. No se identifica tampoco con la óptica de la
solidaridad asociada a la división social del trabajo, cuya función es la integración
social – y la ausencia de normas sociales adecuadas a la promoción de la integración
de un estado de anomia- típica de la institucionalización de la sociología en su versión
clásica (Durkheim, 1995), actualizada en el debate francés en el tema antes referido.
La concepción durkhemiana y el progreso de la división del trabajo –impuesto por el
crecimiento de volumen y densidad moral de las sociedades, por la intensificación de
los contactos y de las relaciones sociales –es regulado por el orden, y la trasformación
social es subyugada a la solidaridad. La solidaridad mecánica, históricamente
precedente a la orgánica, es derivada por las semejanzas, llamando directamente al
individuo y a la sociedad sin intermediarios. Alcanza su máximo en la conciencia
colectiva: un conjunto de creencias y sentimientos comunes a la media de la sociedad,
formando un sistema determinado, que tiene vida propia. La causa de la cohesión
social se encuentra en la conformidad de todas las conciencias particulares a un tipo
psíquico de sociedad, común a sus miembros. La solidaridad orgánica, proveniente de
las diferencias resultantes de la división del trabajo, depende de la sociedad porque
depende de las partes que la componen. Cuanto mayor es la diferenciación producida
por la división del trabajo, mayor es la necesidad de integración. La sociedad es vista
como un sistema de funciones diferentes y especiales que une relaciones definidas, de
la que resulta una cohesión más fuerte, pues cada uno depende de la sociedad en la
cual el trabajo es dividido (Durkheim, 1995; Martins e Forachi, 1977).
A diferencia de los antes señalado, el privilegio de la cuestión social en la
formación profesional del asistente social tiene en su sustento teórico a la teoría social
crítica, en una nítida ruptura con la apología directa o indirecta del capitalismo.
La identificación de la cuestión social como elemento transversal en la
formación y al ejercicio profesional no es fruto de una decisión arbitraria o aleatoria. Es
resultado en primer lugar de la necesidad de impregnar a la profesión de la historia de
la sociedad actual y en particular de la realidad brasileña, como el camino necesario
para superar los dilemas del reiterado desfasaje entre teoría y ejercicio profesional
cotidiano, calificando las respuestas profesionales en el enfrentamiento de las
expresiones cotidianas de la cuestión social. Ella es indisociable de la investigación
permanente, condición para imprimir agilidad y competencia crítica a la elucidación de
los procesos sociales, así como elucidar las situaciones concretas vivenciadas por los
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individuos sociales, en su objetividad y subjetividad, que se presentan como desafíos a
los profesionales del Servicio Social.
En segundo lugar, el privilegio atribuido a la cuestión social requiere
profundizar en la apropiación teórico-sistemática del universo plural de la tradición
marxista, en su interlocución con las corrientes más representativas del pensamiento
social contemporáneo, estimulando el debate. Las razones que llevan a dar prioridad a
la cuestión social sobre la política social como eje fundamental de la formación
académico-profesional –aunque la política social sea una mediación incuestionable en
la constitución del trabajo profesional-, recorren fundamentalmente la lectura de las
relaciones entre el Estado y la sociedad en ese campo teórico. Se trata de una
prioridad ontológica de la sociedad de clases en relación al Estado; ahora, en la
expansión monopolista, el Estado también será determinante en la constitución de la
sociedad, como ya fue indicado. En otros términos, desde la perspectiva asumida en
este texto, podemos afirmar que la cuestión social explica la política social, pero la
política social no explica la cuestión social tout court. Para avalar las políticas públicas
es necesario el conocimiento del espectro de las necesidades sociales a las que ellas
pretenden responder, cuyo origen extrapola las acciones del Príncipe, aunque estas
interfieran de manera decisiva en la amplitud de la producción de esas necesidades. El
Servicio Social, en los años ’80 del Siglo XX, dio un enorme salto al aproximarse al
análisis de la política social, sin ocurrir lo mismo en relación al conocimiento de la
sociedad civil, en los términos de Marx, el fundamento de toda la historia (Marx,
1977c) en cuanto al terreno de la producción social: de la producción de mercaderías,
de las clases sociales y de las formas culturales. Es la sociedad civil la que explica el
Estado: “la verdad de lo político (y, consecuentemente, de lo estatal) está en lo social,
siendo las relaciones sociales las que permiten comprender las formas políticas”,
religiosas, artísticas, etc. (Lefebvre, 1979). Concentrar unilateralmente las
problemáticas del Servicio Social en los “círculos del Estado” es también concentrar el
análisis de las políticas y servicios sociales en la esfera de la distribución de la riqueza
social, pudiendo recaer en el viejo dilema de la economía política vulgar: la primacía
de la distribución sobre la producción, siendo la distribución el nudo de las
contradicciones porque la producción es vista como:
[…] regida por leyes naturales eternas, independientes de la historia, y, en ese sentido,
se insinúan disimuladamente las relaciones burguesas como leyes naturales, inevitables en
una sociedad en abstracto. Esta es la finalidad de todo el procedimiento. En la distribución, al
contrario, los hombres permitirían, de hecho, toda clase de arbitrariedades. (Marx, 1974a:112).
48
Así, por ejemplo, en la literatura profesional, la tónica del análisis del proceso
de pauperización estaba trasladada de su producción y de las formas que asume, por
los intereses en aprender críticamente las acciones gubernamentales ante el
fenómeno de la pobreza y el modo de organización de las iniciativas gubernamentales.
Se desplaza la prioridad de la producción –del trabajo y de las relaciones sociales que
lo presiden- para la esfera de la distribución, por medio de las acciones
gubernamentales. El tratamiento del pauperismo se tornaba necesario como medio
para la comprensión de las políticas sociales y no al contrario: el estudio de la génesis
de las formas particulares del desarrollo y la vivencia de las relaciones sociales de
explotación – “el otro lado” de la maduración capitalista- como condición para la
explicación y el aval de las respuestas gubernamentales frente a ese fenómeno.
(Iamamoto, 1998a: 241-249; Menezes, 1973). El desarrollo posterior de la
investigación en el Servicio Social va revirtiendo esa tendencia, al atribuir mayor
visibilidad al complejo de causalidades en torno a la producción y reproducción de la
cuestión social, incluyendo los sujetos de derechos que la vivencian y sus formas de
organización y movilización.
Los esfuerzos de atribuir densidad teórica al debate sobre la cuestión social en
el Servicio Social, en el ámbito del universo de la teoría crítica, a partir de la década
del ’90, sigue una rica trayectoria, registrando contribuciones que tratan el tema desde
ángulos diversos: la génesis y las determinaciones históricas y teóricas
(ABESS/CEDEPS, 1996, 1997a, 1997B, Iamamoto, 1998a, 2000, 2001a; Netto, 2001,
2002); sus resultados y desafíos en el cotidiano del ejercicio profesional (Yasbek,
2001); las particulares expresiones históricas en Brasil, en el continente
latinoamericano, y las estrategias para su enfrentamiento (Costa, 2000; Stein, 2000;
Serra, 2000a), las polémicas en cuanto a su cualificación teórica y en cuanto a la
profesión (Faleiros, 1999a, Pereira, 2000, 2001; Serra, 2000). El acervo de esas
producciones muestra que no existe una unicidad en la comprensión de la cuestión
social en el amplio arco de tradición crítica del Servicio Social brasilero, aunque haya
un consenso mayoritario en cuanto a su centralidad para el Servicio Social.
Netto (2001) reafirma que el término cuestión social, datado en la tercera
década del siglo XIX, surge para dar cuenta del fenómeno de pauperización masiva de
la población trabajadora. Este era, entonces, un fenómeno nuevo , pues era la primera
vez que el pauperismo crecía en una relación directa con la capacidad social de
producir riquezas y, por lo tanto, en un cuadro tendiente a reducir la escasez:
“aparecía como nueva [cuestión social], porque era producida por las mismas razones
49
que propiciaban los supuestos de su reducción y, en el límite, de su supresión” (Netto,
2001).
El ambiente político que alimenta la nueva cuestión social es el de la lucha de
clases que sufre una inflexión en 1848. Ella indica el pasaje del proletariado de clase
en sí a clase para sí: la posibilidad de autopercepción del proletariado como clase, sin
embargo su conversión en efectividad depende de la actividad organizada de los
hombres. La tempestad revolucionaria de 1848 representa la “ruptura del bloque
histórico que derrotó al orden feudal – el frente social emancipador que envolvía al
conjunto del Tercer Estado sobre el signo del pueblo” (Netto, 1998: XIX)- y trajo a la
conciencia social el ineliminable antagonismo entre capital y trabajo, burguesía y
proletariado, pasando la confrontación entre las clases a gravitar la dinámica social. La
burguesía pierde el interés en avanzar en la sociabilidad más allá de la lógica de
acumulación capitalista, y su proyecto de emancipación humana no sobrepasa el
proyecto de emancipación política, aún así con límites. La dimensión esencial de la
emancipación humana se torna un legado del proletariado, heredero de las tradiciones
libertarias y humanistas de la cultura occidental (Netto, 1998), cuyo proyecto teórico
está contenido en el Manifiesto Comunista (Marx y Engels, 1998), publicado, también,
en 1848. Pero ante las presiones de las luchas obreras y la afirmación de la burguesía
como clase dominante, la cuestión social naturalizada se desliza para el universo
conservador, objeto de un programa reformista moralizador. (Netto, 1992; 2002;
Iamamoto, 1982a; 1998a).
Marcado su origen en el corazón de la acumulación capitalista y de las luchas
que desencadena, pensar hoy una nueva cuestión social –“una anemia teórico-
analítica”, en los términos de Netto (2001) –supone una perspectiva regresiva, que
retrotrae al conservadurismo de su origen. Como ya lo hemos dicho, el autor destaca
como desafío la necesidad de explicar la relación entre las expresiones emergentes de
la cuestión social y las modalidades que prevalecen en la investigación, lo que
requiere considerar tanto la universalidad de la ley general de acumulación como las
particularidades culturales geopolíticas y nacionales. (Idem: 48).
Yazbek (2001:33) también señala que, en la actualidad, la “cuestión social se
redefine, pero permanece sustantivamente la misma por tratarse de una dimensión
estructural”. Asume, hoy, “nuevas configuraciones y expresiones con la transformación
de las relaciones de trabajo y la pérdida de protección social de los trabajadores y los
sectores más pauperizados”. En una sociedad de clases, la cuestión social es un
elemento central de la relación entre la profesión y la realidad. La autora se enfoca en
50
sus resultantes, consustanciados con la pobreza, la exclusión y la subalternidad,
“indicadores de una forma de inserción en la vida social, de una condición de clase y
de otras condiciones de reiteración de las desigualdades (género, etnia, procedencia,
etc.), expresando las relaciones vigentes en la sociedad” (Yasbek, 2001: 33). Tales
relaciones producen y reproducen la desigualdad en el plano social, político,
económico y cultural, al crear una población sobrante. Ellas redefinen el lugar de los
pobres en esa sociedad: la ausencia de poder de mando y de decisión, la privación de
bienes materiales, la descalificación de sus creencias y modos de expresarse, que
ocurren simultáneamente con sus prácticas de resistencia y lucha.
Apoyada en Martins (1991), Yazbek trata a la pobreza como un fenómeno
multidimensional que sobrepasa los indicadores relativos de la renta y el usufructo de
bienes, de servicios, de la riqueza producida, o sea, la pobreza material. Ella es
“también una categoría política, que implica carencias en los campos de los derechos,
de las posibilidades y de las esperanzas”. La exclusión, producto del desarrollo
capitalista, es aprehendida como una forma de pertenencia o una modalidad de
inserción de la población sobrante en la vida social, conformando una exclusión
integrativa36. La categoría gramsciana de subalternidad es interpretada por la autora
con el soporte de Sartriani (1986) y Martins (1989a). Desde esa lectura, la
subalternidad es tomada como una categoría más intensa que la de trabajador, porque
incluye a los trabajadores, desempleados y grupos sin condiciones de obtención de los
medios de subsistencia, que son objeto prioritario de la asistencia social37. La intención
no es vaciar la noción de clase social, sino atribuirle concreción histórica, permitiendo
incorporar la diferenciación interna de las clases subalternas, sus límites y su fuerza.
La subalternidad incluye tanto la explotación la dominación y la resistencia, incluyendo
los dilemas de la producción de la subjetividad (Yazbek, 1993: 68 a 70).
La autora insiste en la necesidad de articular las tres nociones antes referidas –
pobreza, exclusión y subalternidad- para dar cuenta de las dimensiones económicas,
políticas y culturales, integrando la producción material y la espiritual. Todavía, lo que
está en la causa y el abordaje de los procesos generadores de la cuestión social es la
36 Para Martins (1989a: 99), la noción de exclusión integrativa está apoyada en el significado de la sobrepoblación relativa en Marx, cuyo elemento clave es la creación de excedentes poblacionales útiles, esto es, excluidos del proceso de trabajo, pero incluidos en el proceso de valorización por medio de formas indirectas de subordinación del trabajo al capital y por medio de la subordinación real, y por vías ilegales.
37 La noción de clase trabajadora en Marx incluye a los trabajadores activos y excedentes, cuya franja está formada por el pauperismo, como ya fue señalado.
51
dimensión de la totalidad, que se refleja en la multidimensionalidad de sus expresiones
objetivas y subjetivas en la vida de los individuos sociales, articulando la estructura y la
acción, condensando las dimensiones de universalidad, particularidad y singularidad.
Yazbek denuncia que el pensamiento liberal no reconoce los derechos
sociales, y el deber moral de prestar asistencia a los necesitados. El discurso de la
ciudadanía es sustituído por el discurso humanitario de la solidaridad y de la
filantropía. Procede a una despolitización de la cuestión social, expulsando la pobreza
y la exclusión del mundo público y de los foros de representación y negociación. La
visión liberal descalifica la cuestión social como cuestión pública, cuestión política y
cuestión nacional (Yazbek, 2001: 36; Telles, 1999) e instaura la refilantropización
anclada en “iniciativas morales, de ayuda a los necesitados, que no producen
derechos, no son judicialmente reclamables” (Raichellis, 1998; 1998a). La
contrapartida es enfrentar el desafío de re-fundar la política como espacio de creación
y generalización de derechos. Yazbek (2001) se pregunta: “cómo construir este
proyecto en el tiempo diminuto de la acción profesional?”. Reconociendo que ésta se
da en un terreno de disputas, el camino vislumbrado es construir mediaciones capaces
de articular la vida social de las clases subalternas con el mundo público de los
derechos y de la ciudadanía.
En el acervo de la producciones especializadas del área sobre la cuestión
social es posible encontrar la loable preocupación metodológica de resaltar las
particularidades históricas brasileras en el proceso de constitución del trabajo
asalariado en Brasil, sus efectos en la protección social (Costa, S. G, 2000), así como
los trazos coyunturales de la cuestión social, como por ejemplo Faleiros (1999) y Serra
(2000). Entretanto, en el cuadro del conjunto de esa producción, existen ángulos
diferenciados en la comprensión de la cuestión social y sus relaciones con el Servicio
Social.
Pereira (2001) cuestiona la precisión analítica de esa noción y alerta sobre el
riesgo de tomar la cuestión social como “problema inespecífico”, fenómeno disipado de
protagonismo político, exigiendo un mayor esfuerzo cognitivo para su elucidación. Su
punto de partida es la relación dialéctica entre estructura y acción, en la cual “sujetos
estratégicamente situados asumen papeles diferenciados en la transformación de las
necesidades sociales en cuestiones incorporadas en la agenda pública y en las arenas
de decisión”. Reconoce la existencia de una verdadera dominación capitalista, siendo
los “problemas actuales” producto de las mismas contradicciones generadoras de la
52
cuestión social en el siglo XIX, no reconociendo una nueva cuestión social. Su tesis
sostiene que:
[…]a pesar de que existen problemas cuyos impactos negativos sobre la humanidad
son evidentes, ellos no fueron aún problematizados y transformados en cuestiones explícitas ,
esto es, no fueron objeto de correlación de fuerzas estratégicas, al punto de avalar la
hegemonía del orden dominante, y permitieron la imposición de un proyecto contra-
hegemónico. (Pereira, 2001:53).
La autora no identifica a la cuestión social como sinónimo de la contradicción
capital y trabajo, entre fuerzas productivas y relaciones sociales, sino como una
cuestión derivada del embate político determinado por esas contradicciones38.
La autora, en el intento de afirmar la articulación entre estructura y acción,
desliza, por rutas no previstas, a la sobreestimación unilateral de la subjetividad: la
explicitación de los “problemas sociales” por los sujetos como condición para
transformarlos en cuestión social. Al afirmar que ésta no es fruto de la contradicción
entre las clases, más del embate político, segmenta la estructura y la acción en
nombre de su integración. Ese análisis puede resbalar para la concepción idealista: la
realidad objetiva solo existe cuando existe para el sujeto, siendo creada por su
conciencia. En el caso específico, la cuestión social “solo se torna realidad, cuando
refiere a un estadio de la correlación de fuerzas estratégicas al punto de conmover la
hegemonía del orden dominante y permitir la imposición de un proyecto contra
hegemónico” (Idem: 53). Recorriendo el lenguaje de Merton, sustenta que “ella
permanece como una cuestión latente (p. 51), en cuanto hubo una “posición desigual
de los sectores progresistas en la correlación de fuerzas sociales” (Idem), y cuya
explicitación termina por convertirse en su principal desafío. En otros términos, solo
existiría cuestión social en una situación pre-revolucionaria inminente. La contrapartida
de esa lectura es la subestimación de las luchas y conflictos sociales existentes y de la
presencia de la cuestión social en la escena pública, una vez que “los problemas
nunca se transformarán en una cuestión social que obligue a los poderes públicos a
tomar medidas efectivas para su reversión” (p.59). Entretanto, la cuestión social es
puesta por los gobiernos, por los organismos multilaterales con sus políticas
neoliberales, por las denuncias de los segmentos y movimientos organizados de la
38 Refiriéndose al desempleo estructural, pobreza absoluta, violencia urbana, afirma radicalmente: “son crónicos problemas sociales que, a pesar de producir y reproducir efectos perjudiciales, nunca se transformarán en una cuestión social que obligase a los poderes públicos a tomar medidas decisivas para su más eficaz abordaje. Constituyen, por lo tanto, cuestiones no explicitadas, que se perpetúan como tales, incluso gracias al tratamiento paliativo que reciben”. (Pereira, 2001:59)
53
sociedad civil y sus luchas en los niveles nacional e internacional39. Se torna difícil
establecer el nivel exacto del momento de lucha política en el que ocurre la
metamorfosis de “problema” en “cuestión social”. La dimensión de procesualidad
histórica se pierde, al ser focalizado un determinado estadio de la lucha social: el de la
reversión de la correlación de fuerzas, que pasa a ser vista como un “estado”
determinado y no un proceso de conquistas y retrocesos. La saludable preocupación
con el rigor y la precisión analítica, tan apreciado por la autora, redunda en un
preciosismo epistemológico, que puede oscurecer la dinámica de la historia. El dilema
central parece estar en el oscurecimiento de la totalidad en su procesualidad
contradictoria y en la subversión de la relación dialéctica entre estructura y acción a
favor de su dicotomización40.
Faleiros (1999) retoma la propuesta de ABESS/CEDEPSS concerniente a las
directrices curriculares, en lo que hace a las relaciones entre Servicio Social y cuestión
social. Considera improcedente tomar este “concepto abstracto y genérico” para definir
una particularidad profesional y reclama una definición rigurosa de la noción. Señala
una doble respuesta: si la cuestión social fuera entendida como las contradicciones del
proceso de acumulación capitalista, sería improcedente colocarla como objeto
particular de una profesión determinada, pues refiere a las relaciones no pasibles de
ser tratadas profesionalmente a través de estrategias institucionales y relacionadas
comúnmente con el Servicio Social; en caso que se refiera a las manifestaciones de
esas contradicciones es preciso también calificarlas para evitar identificar una
heterogeneidad de situaciones indiscriminadas como objeto de la actividad profesional.
El autor defiende, como contrapartida, que la particularidad de la profesión se
define en el contexto de una relación de fuerzas41 –como si la cuestión social no fuese
por ella atravesada-, inscripta en las relaciones de poder: una relación compleja que
pasa por los procesos de hegemonía y contra-hegemonía, de dominación de raza,
etnia, género, culturas y religiones que constituyen capitales, en la expresión de
Bourdieu (Idem: 41). Al discutir acerca del objeto del Servicio Social, afirma la
necesidad de construcción/deconstrucción del objeto con fidelidad tanto a la dinámica
39 Véase el ejemplo de las varias ediciones del Foro Social Mundial. Cf. Leher (2007).40 En el año 2003, tuve la oportunidad de hacer un respetuoso debate público con la autora en la UNB, sobre los puntos aquí destacados.
41 “Definimos como paradigma de correlación de fuerzas la concepción de la intervención profesional como confrontación de intereses, recursos, energías, conocimientos, inscrita en el proceso de hegemonía y contra-hegemonía, de dominación/resistencia y conflicto/consenso que los grupos sociales desarrollan a partir de sus proyectos societales básicos, fundados en las relaciones de explotación y poder”. (Faleiros, 1999:44).
54
histórica como teórica. El autor afirma que es preciso re pensar el objeto profesional
ante el nuevo modo de acumulación, “fundado en el capital financiero y en las
ganancias de productividad, articulado a las política neoliberal de privatización y
tercerización, con repercusiones en las relaciones de trabajo y la gestión social”
(Faleiros, 1999). Concluye ser el “empoderamiento”42 –el fortalecimiento de los sujetos
de la intervención profesional- un objeto “construido” de la intervención. Postula
también la necesidad de trabajar con redes multipolares, que “articulen actores en
torno de una cuestión disputada” para fortalecer a los oprimidos. Considera falsa la
dicotomía entre intervención individual y colectiva de la noción de “empoderamiento”,
orientado para “aliviar las tensiones para las víctimas de la opresión y, a largo plazo,
luchar para eliminar las fuentes reales de la opresión” (Idem:51). A pesar de esa
observación, el foco central recae sobre la acción en defensa del usuario (cliente), en
la búsqueda de romper la concepción individualista de “su problema” mediante un
“contrato” con un profesional en contacto con otros usuarios, que permita accionar en
su poder.
La amplia diversidad de fuentes teóricas en las que se apoya el autor, no
siempre compatibles en sus fundamentos teóricos, puede conducir al análisis con un
universo teórico diversificado y compuesto, con todos los riesgos de ahí derivados,
amén de que el eclecticismo sea explícitamente combatido por el autor43. La marca
predominantemente política de la reflexión de Faleiros es, realmente, un valor
diferencial de su obra, fruto de su saludable influencia gramsciana. En contrapartida,
su lectura de Marx parece ser, a veces, impregnada del estructuralismo francés –de
Althuser- y de matices economicistas. La rechazo al economicismo apalanca, por
segunda vez, el refuerzo de la política, instancia privilegiada de las mediaciones, lo
que puede atribuir inteligibilidad a las polémicas metodológicas que impulsa. Vale
resaltar en Faleiros el cultivo de la controversia y de la crítica teórica, esencial para
elevar el debate académico, marca rara en el universo profesional. A pesar de
reafirmar explícitamente los principios relativos a la relación dialéctica entre sujeto y
42 Faleiros destaca como dimensiones de empoderamiento : el fortalecimiento de uno, la criticidad y el uso de recursos. Incluye también el combate de los estigmas, la alienación, la no consecución de objetivos personales, ALEM de permitir al sujeto situarse ante las inequidades de la sociedad capitalista. La noción engloba la defensa del cliente, la colectivización, la materialización de los problemas sociales y el fortalecimiento del cliente. (Faleiros, 1999:51).
43 “Precisamos combatir el eclecticismo que busca componer un panel multicolorido de ideas y situaciones diversificadas, introduciendo combinaciones de teorías y propuestas para un arreglo, que se asemeja más a un bouquet de flores de plástico que a una planta viva […] es el eclecticismo que posiciona lado a lado, sin crítica, funcionalismo, fenomenología y dialéctica”. (Faleiros, 1999:98-99).
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estructura, la importancia de las mediaciones, así como la necesidad de superar el
formalismo, el empirismo y el eclecticismo, el autor comentado se levanta contra la
“tribu de los filósofos”. Los acusa de ver el método como “herramienta para procesar
cualquier realidad”, presa fácil de seducción “de encauzar el Servicio Social en los
moldes del marxismo y deducir sus funciones a partir del lugar que debería ocupar en
el proceso capitalista de producción” (Faleiros, 1999:98).44
Serra (2000) también manifiesta sus inquietudes teóricas en cuanto a la
cuestión social como proceso fundante del Servicio Social, su “materia prima”, aunque
la reconozca como elemento desencadenante de las respuestas estatales45. Defiende
que la materia de la profesión está constituida por las políticas sociales en la era del
capitalismo monopolista, motivo por el cual se centra en la materialidad del Servicio
Social y su crisis. Esa materialidad es concebida como la base concreta de la
institucionalidad de la acción profesional en el Estado, efectivizada con la mediación
de la prestación de los servicios sociales previstos por las políticas sociales y, en
especial, de la asistencia social, por medio de una acción sociopolítica. Como en el
contexto neoliberal la base de la prestación de servicios entra en crisis con la
“reducción” de las políticas sociales, ella redimensiona la profesión “con indicaciones
de reducción de su institucionalización estatal –sobre todo en las esferas nacional y
estatal-, acompañada de la fragmentación en la absorción de los asistentes sociales y
mayor precarización de las condiciones del mercado de trabajo” (Idem: 50). La autora
privilegia en su análisis el gobierno de Cardozo, en el contexto de la crisis capitalista
desencadenada en la década del ’70. Incorpora los abordajes de Castel (1998) sobre
la cuestión social y de Ianni (1992), vistas como complementarias, a pesar de ser
tributarias de matrices teóricas distintas, conforme ya fuera señalado.
44 Faleiros, en este punto, es claro. La autora del presente ensayo es uno de los objetos de su crítica. Al discutir las confrontaciones teóricas de la reconceptualización identifica la “lógica de la estructura” –y no de la historia- en aquellos que “parten del pensamiento deductivo para identificar las funciones del Servicio Social”. Esa lógica deductiva se completa con el “economicismo”, que “reduce el individuo a la fuerza de trabajo y todo lo explica por la valorización del capital”. Y afirma: “Este es también el análisis de Marilda Villela Iamamoto y Raul de Carvalho (1982) que profundizan las funciones de legitimación y control del Servicio Social en la reproducción de la fuerza de trabajo. Es por los procesos de control y legitimación que se procesa su contribución a la acumulación o valorización del capital. Iamamoto y Carvalho, por tanto, deducen el control a la legitimación de la necesidad misma de la lógica del capital para mantener la fuerza de trabajo disciplinada, aceptando la propia explotación. Para eso usan ciertas técnicas de convencimiento o lenguaje, entre las cuales el Servicio Social, que es una tecnología cuyo instrumento es el lenguaje.” (Faleiros, 1999: 159)45 “Vale afirmar, por tanto, que no es la `cuestión social´ que funda el Servicio Social, más un trato de ella por el Estado Capitalista en determinada fase del desarrollo capitalista. Quiere decir, no se constituye por si sola materia prima del Servicio Social, más es el elemento desencadenador de las respuestas dadas por el Estado capitalista, por medio de las políticas sociales que se constituirán en la base institucional de la acción de la profesión en el ámbito del Estado” [...] (Serra, 2000: 22)
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El punto de vista defendido por Serra (2000) sobre la prevalencia de las
políticas sociales del Estado en relación a la cuestión social como materia de trabajo
del asistente social, y, ciertamente, construido en el embate con los fundamentos de
las directrices curriculares, antes presentados. En esa propuesta no consta cualquier
dicotomía en las relaciones entre cuestión social y política social en el análisis de la
particularidad del Servicio Social en la división social y técnica del trabajo. Vale
reafirmar: esta particularidad se encuentra “orgánicamente vinculada a las
configuraciones estructurales y coyunturales de la ‘cuestión social’ y de las formas
históricas de su enfrentamiento – que son permeadas por la acción de los
trabajadores, del capital y del Estado”. (ABESS/CEDEPS, 1996: 154). La materia que
el trabajo profesional se propone transformar no es exclusivamente la política social
del Estado, lo que significaría aprisionar la acción profesional a los límites de los
círculos de la política entre gobernados y gobernantes. Eso reduciría el ámbito del
trabajo profesional al estricto perfeccionamiento de las políticas sociales – al
perfeccionamiento de la gestión del aparato burocrático y político del Estado, en el
sentido estricto de la política46 (Coutinho, 1989), que se suponía suficiente para el
enfrentamiento de las desigualdades. Ese es uno de los dos objetos del trabajo
profesional, porque la política social es una mediación necesaria para la atención de
las necesidades sociales de los segmentos de las clases trabajadoras –en ellas
incluidas la población excedente-, que condensan en sus vidas las múltiples
expresiones de las desigualdades sociales y de la lucha contra las mismas. Esas
desigualdades, trasladadas para la esfera pública por medio de las acciones políticas
de los sujetos sociales –de la socialización de la política en cuanto momento ético-
político- exigen que el Estado se amplíe, incorporando respuestas a las necesidades
sociales de las grandes mayorías. Tales necesidades se expresan, en el ámbito de los
organismos empleadores, como demandas profesionales en construcción, afirmación y
consolidación de los derechos de ciudadanía en el contexto de la lucha por la
hegemonía, en especial, en la atención de los derechos sociales de los ciudadanos”47.
46 Coutinho (1989), al discutir el sentido de la política en Gramsci, los elucida. En una acepción amplia, lo político se identifica prácticamente con libertad, con universalidad y con toda forma de praxis que supera la mera recepción pasiva o la manipulación de datos inmediatos (pasividad y manipulación que caracterizan buena parte de la praxis técnico-económica y de la praxis cotidiana en general) y se orienta concientemente para la totalidad de las relaciones subjetivas y objetivas (pág. 52-53). Para Gramsci, es sinónimo de catarsis. Dice él: “el pasaje del momento meramente económico (o egoístico-pasional) para el momento ético-político”, o sea, “la elaboración superior de la estructura en superestructura en la conciencia de los hombres. Eso significa el pasaje de lo objetivo a lo subjetivo, de la necesidad a la libertad.” En una acepción restricta, la política es el ”conjunto de prácticas y objetivaciones que se refieren directamente al Estado, a las relaciones entre gobernantes y gobernados” (Coutinho, 1989: 54)47 La Constitución de la República Federativa de Brasil, de octubre de 1988, establece, en su artículo 6º: “Son derechos sociales la educación, la salud, el trabajo, la recreación, la seguridad, la previsión social, la protección a la maternidad y a la infancia, la asistencia a los
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desamparados en la forma de esta Constitución.” (Brasil, 1997)
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